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Nietzsche y el problema del lenguaje (página 2)


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CAPÍTULO III

EL LENGUAJE

Introducción

Nietzsche, como filólogo por profesión y filósofo por vocación, es uno de los primeros pensadores que, según Foucault, "acerca la tarea filosófica a una reflexión radical sobre el lenguaje" (Foucault (b); c.IX; p.297), esta tarea se perfila introducir el lenguaje a la casa del pensamiento, a sus formas de conocer, a su historia, y a su propia estructura.

Ya desde sus primeros escritos, la inquietud de Nietzsche por el arte, la ciencia y la historia lo llevan a análisis filosóficos más profundos sobre la moral, el hombre, el conocimiento y la cultura. La crítica de la cultura y de los valores morales supone para Nietzsche una necesaria investigación genealógica, que a su vez nos lleve al estudio de las palabras de significación moral, a su etimología, al contexto socio-histórico en que se han presentado, al cambio de significación en diferentes culturas, al uso retórico del lenguaje y a las formas de posicionamiento.

Esa curiosidad, ese inconformismo, esa búsqueda de respuestas comienzan con una explicación genealógica de las palabras, de los conceptos, de los métodos, de la estructura lingüística y del propio conocimiento.

Más que un tratado saturado de ejemplos de palabras que Nietzsche analizó e hizo referencia a lo largo de su obra, en el presente capítulo nos vamos a dedicar a mostrar de manera estructural –en lo más- esa conciencia lingüística manifestada en sus obras, las aportaciones teóricas -y a veces olvidadas- sobre el estudio del lenguaje.

III.1 El método genealógico y el no-origen

Se podría creer que Nietzsche con la genealogía busca el origen de las cosas, su fundamento, pero no es así. Para Nietzsche, mientras más se busque el origen, más aumentará la plena conciencia de lo inservible que resulta buscarlo. A lo largo de la historia, al buscar el origen de las cosas, la mayoría de los pensadores han caído en situaciones metafísicas realmente vergonzosas como el buscar el principio constitutivo de las cosas, llegar a la conclusión de que todo fue creado por un dios inmóvil, e incluso encontrar explicaciones teleológicas para todo. En este sentido, el pensamiento metafísico resulta un pensamiento reduccionista ya que, en la búsqueda del fundamento o principio, soslaya las cosas concretas. En cambio el pensamiento genealógico, como Nietzsche lo expresa, se abre plenamente a lo que aparece, a lo que deviene, a la historia, a lo real.

¿Qué es esta conciencia genealógica de la que nos habla Nietzsche? ¿En qué consiste el método genealógico?

Ya instalados en el ámbito del lenguaje, la genealogía viene a ser más que un análisis de las palabras, una especie de semiótica en donde se percibe con ojo agudo el movimiento, las vicisitudes, la emergencia, la modificación de códigos lingüísticos e ideologías y cómo se han transformado en nuevos códigos, en nuevas formas de expresión en nuevos campos semánticos. Todo esto estudiado en varios niveles: etimológico, cultural, sociológico, histórico, etc.

En un primer momento la genealogía se presenta con un espíritu filológico al recurso de la etimología. Para la etimología es preciso saber qué significan las palabras, de qué primeros usos provienen y cuál ha sido su metamorfosis intelectual. Las palabras de consideración moral son para Nietzsche de estudio primordial, porque representan valores. En el libro de La genealogía de la moral, el análisis genealógico de los valores comienza a partir del uso de las palabras "bueno", "malo" y "bueno", "malvado"* , Nietzsche comenta sobre este método: "La indicación de cuál es el camino correcto me la proporcionó el problema referente a qué es lo que las designaciones de lo "bueno" acuñadas por las diversas lenguas pretenden propiamente significar en el aspecto etimológico" (G.M; c.1; p.39), y más adelante se pregunta por las indicaciones que esta ciencia del lenguaje le puede proporcionar sobre la historia de la evolución de los conceptos morales (G.M; c.1; p.70). La respuesta la encuentra en el complemento que las diversas disciplinas le pueden proporcionar. No sólo es quedarse en el estudio de las palabras como entidades aisladas, sino en ver al signo como una unidad cultural.

Nietzsche descubre también "que el lenguaje, puente para comprender la vida y la cultura de un pueblo, se formaba en una sociedad concreta y estaba sometido a las variantes que aconteciesen en la comunidad de esos hablantes" (Jiménez; c.6; p.122) y que era necesario investigar críticamente cómo la lengua –y en concreto el signo lingüístico- como manifestación cultural se ha originado y cómo está actuando sobre la vida de los hombres en el seno de lo social.

Por ello Nietzsche propone someter a las palabras a un análisis para observar la significación que de manera sociológica se les atribuye, esto dentro del campo de la convivencia y sus propias consecuencias, y lo más importante: qué efectos ejercen sobre el emisor-receptor, sobre el sujeto parlante en su realidad individual y también como hombre ya insertado dentro del ámbito de lo social.

La necesidad de un análisis histórico –coincidiendo con Jiménez- nos remite inexorablemente a una afirmación de Nietzsche que dice que "la historia de la lengua es la historia de un proceso de abreviación" (M.B.M; af.268; p.250), en donde refiere al estudio de las palabras en distintos momentos socioculturales dentro de la historia, lo que nos permite un "procedimiento de investigación descubridora sobre el alcance de las palabras" (Jiménez; c.2; p.59).

La historia es el estudio y descripción de los hechos ocurridos, expresados de manera fría, de manera objetiva; pero si a este situar las palabras en un punto histórico se le añade el contexto cultural, el factor ideológico, los modos de sentir de los que acuñaron e hicieron uso de las palabras, si se aplica un ojo interpretativo a las cosas que se dejan de decir a favor de esa "objetividad", entonces se comienza a hacer genealogía.

La genealogía, en este sentido, va más allá de los hechos, de la simple enumeración de la historia de las palabras. La genealogía se abre a la observación de fuerzas en el lenguaje, desenmascara, desmitifica falsas ideologías y –¿por qué no?- especula, duda y abre nuevos caminos de interpretación. La genealogía ve cómo surgen las palabras en una cultura determinada, y no sólo informa si hubo una aceptación o un cambio de significación, sino que de manera más profunda, busca, incluso, si hubo una lucha de poderes por la palabra misma, por apropiársela, por imponerla, si se rechazó, qué intereses se jugaban de por medio, qué giros lingüísticos nuevos ha encontrado. La genealogía también descubre estructuras ocultas dentro de la lengua, encuentra figuras retóricas donde antes no se habían encontrado, de lo que había pasado por desapercibido. La genealogía se apoya en la historia y la sacude.

Para el caso del estudio de la lengua, dice Foucault siguiendo el método genealógico, es insuficiente ordenar a la historia sólo en función de lo útil

como si las palabras hubiesen guardado su sentido, los deseos su dirección, las ideas su lógica; como si este mundo de cosas dichas y queridas no hubiese conocido invasiones, luchas, rapiñas, disfraces, astucias. De ahí la necesidad, para la genealogía, de una indispensable cautela: localizar la singularidad de los acontecimientos, fuera de toda finalidad monótona; atisbarlos donde menos se los espera, y en lo que pasa por no tener historia –los sentimientos, el amor, la conciencia, los instintos-; captar su retorno, no para trazar la curva lenta de una evolución, sino para reconocer las diferentes escenas en las que han representado distintos papeles; definir incluso el punto de su ausencia, el momento en que no han sucedido.

(Foucault (a); p.11)

He ahí la importancia del análisis histórico en la genealogía, la genealogía estudia estructuras, ve el momento en que la estructura se fisura, en que la estructura tiende a desaparecer, el momento en que la lengua misma se reestructura. Y si lo que Nietzsche practica y propone es un estudio de las palabras, de los signos en relación a la historia, a la genealogía, es imposible –como hemos dicho anteriormente- hacerlo con palabras aisladas. Y es que

toda estructura, a cualquier nivel y en cualquier época en que se practique el corte en el lenguaje, es resultado de desarrollos históricos cuyo conocimiento contribuye en alto grado a elucidar su configuración actual; por otra parte, si no se quiere recaer en los errores "atomistas" de los neogramáticos, la historia de las significaciones no puede hacerse por palabras aisladas: por el contrario, hay que ver cómo evoluciona la propia estructura [el campo semántico] al que están integradas.

(Leroy; c.III; p.223)

El campo semántico de una determinada cultura puede ser trastornado y , por tanto, el sentido de una unidad cultural puede cambiar fácilmente con las "revisiones críticas del saber" (Eco; A.2.VI; p.84), cosa que la genealogía tiene perfectamente claro.* Por eso su estudio se enfoca, más que a la génesis u origen del lenguaje de las cosas y del pensamiento, a la historia de su devenir, que plantea –como vimos al principio de este apartado- un análisis nuevo, no orientado ya por el impulso metafísico de la fundación en ninguna de sus formas. El "método genealógico investiga el origen real de los sucesos históricos y de las formas de pensamiento, renunciando a hipótesis finales o teleológicas, [esto es,] mostrar que al principio no había ningún plan, ninguna intención" (Safranski; c.15; p.371 y 372), ningún dogma, ningún origen.

La genealogía aparece como un método general en la obra de Nietzsche, pero él lo utiliza muy claramente para el estudio del lenguaje; en la lingüística se puede comparar con la semántica. En un plano más actual, Barthes habla de "imaginar una nueva ciencia lingüística que no estudiase ya el origen de las palabras, la etimología, ni su difusión, la lexicología, sino el progreso de su solidificación, su espesamiento a lo largo del discurso histórico; sin duda esta ciencia sería subversiva, manifestando, más que el origen de la verdad, su naturaleza retórica, lingüística" (Barthes; p.69). Podemos decir que Nietzsche se anticipa en este sentido a poner los cimientos de lo que Barthes denomina semiología.

III.2 La retórica

En la búsqueda de una explicación genealógica de la filosofía, del lenguaje, de las cosas, Nietzsche -desde su cátedra sobre retórica en Basilea- comprende que el estudio del lenguaje es fundamental para entender el desarrollo de la filosofía y desde la retórica fundamenta su crítica hacia todos los campos del conocimiento. La crítica de la filosofía como herramienta de conocimiento se vuelve, para Nietzsche, una crítica del lenguaje.

Anticipándose a la crítica del lenguaje del siglo XIX y al "giro lingüístico" del siglo XX, el "giro retórico" que se produce en Nietzsche supone un modo particular de crítica y de filosofía que trata de reducir el pensamiento a un puro juego de figuras retóricas, que explican la inalcanzable realidad y el mundo de ilusiones en el que nos movemos.

(E.R; Guervós; p.18)

Después del Origen de la tragedia, en los cursos de retórica y, siguiendo la línea de Gustav Gerber, para Nietzsche los problemas filosóficos son en realidad problemas del lenguaje; más aún: el problema de la filosofía es un problema retórico. Siguiendo la vieja definición de retórica se puede entender a esta como el arte de la persuasión, que necesita la fuerza y el poder del lenguaje. El lenguaje -o para ser más precisos: la lengua- posee por naturaleza los elementos persuasivos que el estudio retórico ha perfeccionado y ha ido introduciendo dentro de la misma, por lo tanto el lenguaje –y en este caso el lenguaje filosófico-científico- para Nietzsche, es el resultado del ejercicio de las artes de la retórica. El lenguaje miente, el lenguaje miente para persuadir, lo llamado "objetivo" en el fondo miente, es insincero; y para Nietzsche la retórica es más sincera, porque reconoce "el engaño" como su objetivo, porque la retórica como instrumento crítico desmiente al conocimiento "verdadero", desenmascara al dogma filosófico. La retórica se reconoce como una opinión, como un "conocimiento" subjetivo, descubre en el lenguaje formas de conocer que él consideraba como legítimas, y la misma retórica le recuerda al lenguaje que son prestadas y propiamente legitimadas. Según Nietzsche el lenguaje, lo mismo que la retórica, tiene una relación mínima con lo verdadero, con la esencia de las cosas; el lenguaje no quiere instruir sino transmitir (übertragen) a otro una emoción y una aprehensión subjetivas. El hombre que configura el lenguaje no percibe cosas o eventos, sino impulsos (Reize): él no transmite sensaciones, sino sólo copias de sensaciones. (…) Este es el primer punto de vista: el lenguaje es retórica, pues sólo pretende transmitir (übertragen) una [doxa, opinión], y no una [episteme, conocimiento científico]"

(E.R; I; p.91-92)

Primera lección: El lenguaje es retórica. El argumento de Nietzsche de que el lenguaje se apoya sobre la doxa y no sobre la episteme, es en el sentido de que el lenguaje por sí solo no es, ni expresa, la esencia de las cosas, de la cosa misma; sino de que el lenguaje a lo más que puede –y hace- es tratar de transmitir la sensación que se tiene de la cosa, de que la lengua lo más que puede hacer es transponer una palabra por la cosa, persuade y reconoce a la palabra como una metáfora retórica. Esta "limitación" del lenguaje, a la vez, es lo que lo hace más interesante, más complejo y plural, pero eso lo veremos más adelante. Aquí lo imprescindible de mencionar es la persuasión o la fuerza del convencimiento que ejerce el lenguaje sobre la percepción que se llega a tener de las cosas. De que los pensamientos no se pueden reproducir o expresar completamente con palabras ya que "nuestros pensamientos son las sombras de nuestros sentimientos, siempre más obscuros, más vanos, más sencillos que éstos" (G.C; p.182). ¿Qué se puede decir con esto? Que el pensamiento filosófico y, en general, el pensamiento científico, no expresa un conocimiento, sino más bien, antes, es una opinión, un sentir de lo que se cree que se conoce.

Con esto toda expresión lingüística es susceptible de ser reducida en sus elementos esenciales a su estructura retórica inherente. Con ello Nietzsche no sólo está afirmando la identidad estructural entre lenguaje y retórica, en cuanto que un lenguaje utiliza los mismos mecanismos que la retórica para hacerse una imagen del mundo, sino también está señalando una identidad de funciones entre lenguaje y retórica, en la medida en que un lenguaje obedece al mismo imperativo que la retórica.

(E.R; Guervós; p.23)

El conocimiento filosófico que antes se consideraba intocable es ahora una simple argumentación. Al romper la ilusión del lenguaje verdadero (episteme), Nietzsche se encamina a la rehabilitación del lenguaje de la persuasión (doxa). "En este sentido, la retórica entendida como arte de la persuasión –casi como un engaño sutil- pasa a tener la consideración de técnica del razonar humano, controlado por la duda" (Eco; A.5.I; p.167). Y la rehabilitación de la retórica como herramienta crítica conlleva a deshacerse de la pretensión epistémica del conocimiento, a pensar el lenguaje por medio del lenguaje mismo, a descubrir su propia estructura y los medios que utiliza para explicar, para argumentar. La rehabilitación de la retórica implica -además de ser instrumento crítico- la visión de un panorama más amplio sobre la utilización y expansión que del código lingüístico se pueda hacer.

III.3 La metáfora

Como hemos visto, el lenguaje hace la función de "puente" entre la realidad y el mundo de ilusiones en el que nos movemos. La inalcanzable realidad es expresada a través de figuras retóricas, y entre ellas se encuentran los tropos, la sinécdoque, la metáfora, etc., y la palabra es entendida ahora como una metáfora retórica. Como las palabras no nos traen directamente realidad, entonces estamos hablando de un lenguaje de signos, de metáforas como signos.

La realidad para Nietzsche es el devenir, la realidad se expresa a través del lenguaje a partir de una excitación nerviosa, de una emoción. Se genera una imagen y después se trata de expresar, de transmitir con palabras, es decir, primero se siente, luego se crea la imagen de lo que se siente y después se transmite ese sentir (como una doxa) de la forma más cercana posible a lo real a través de metáforas, de conceptos.

En este movimiento de la imagen al concepto se fundamenta el modo de ser del pensamiento abstracto [conceptual]. Para Nietzsche, sin embargo, este tránsito significa un proceso de degradación de la energía pulsional originaria que contenía la excitación sensible.(…) El pensamiento lógico categoriza, objetiva y generaliza, porque deduce de una mera señal la esencia completa de las cosas. Es el resultado de un proceso de simplificación, que totaliza una parte por el todo y trabaja como una sinécdoque.

(E.R; Guervós; p.52)

Quiere esto decir que la expresión metafórica es, para Nietzsche, lo más cercano a la experiencia sensible que se tiene de la cosa. La metáfora nace de una situación individual, de una experiencia individual del mundo, del devenir. La metáfora, más que explicar el devenir, trata de expresarlo de diferentes maneras. El pensamiento abstracto, al contrario, lo que hace es tratar de explicar las cosas por medio de conceptos, viene de una experiencia más generalizada de lo que se tiene de la cosa. La expresión de Nietzsche: "Todo lo que los filósofos han venido manejando desde hace milenios fueron momias conceptuales; de sus manos no salió vivo nada real. matan, rellenan de paja, esos señores idólatras de los conceptos" (C.I; La "razón" en la filosofía; p.51), nos confirma que él está a favor de un lenguaje metafórico-estético y no de un lenguaje conceptual.

La experiencia individual expresada metafóricamente es de carácter transitorio, se mueve entre experiencias distintas de una misma cosa, haciendo que la opinión de la misma sea –no una explicación dogmática, sino- plural, se expresa de diferentes maneras lo que de todas formas está cambiando, y con esto se enriquece la opinión que se tiene de la cosa de manera constante, sin tratar de definirlo de una vez por todas. La metáfora, en este sentido, nos muestra el proceso semiótico por el cual se constituyen los sentidos, este lenguaje metafórico siempre estará –junto con la realidad, con el devenir- siendo, reconsiderando. Con esto se confirma que el lenguaje es devenir –está naciendo, reconstruyéndose constantemente, no termina de formarse- y que vive enriqueciéndose en el movimiento de la expresión metafórica.

En cambio el concepto, la expresión conceptual, procede de una experiencia generalizada, consensuada, Nietzsche lo llama un "residuo de metáfora", en cuanto que al tratar de universalizar las opiniones de la cosa en una sola opinión, elimina los rasgos diferenciales y disuelve el impulso originario de la excitación sensible e individual. El proceso de abstracción que lleva a cabo el concepto no hace mas que petrificar la imagen que se tenía de la cosa. Al tratar de explicar con conceptos lo existente se "detiene el curso del devenir, se petrifica en productos estables lo que, en verdad, jamás se detiene" (Fink; p.94).

Los conceptos vienen a ser entonces algo así como metáforas congeladas, descripciones figurativas cuya naturaleza metafórica ha sido olvidada y, al olvidar la metaforicidad en el origen de los conceptos, su sentido figurativo ha sido tomado literalmente. Y es precisamente esa petrificación o fosilización del concepto como descripción literal de la realidad lo que provoca las ilusiones y creencias de la metafísica en la verdad eterna e inmutable.

(E.R; Guervós; p.51)

Al traspasar la metáfora su carácter individual y comienza su codificación en el uso colectivo del lenguaje, se empieza a entrar dentro del campo del concepto. Los conceptos comienzan a formarse cuando la metáfora no sirve ya para la experiencia singular, ahora se somete a la equiparación de casos similares considerados como iguales. "Metáfora significa considerar como igual, algo que se ha reconocido en un punto como semejante." (E.R; p.224), pero sólo con el fin de designar a algo para tratar de entenderlo, más no de explicarlo. Y es este uso de metáforas a lo largo de la historia lo que las ha constituido como conceptos dados, se olvida que la explicación conceptual antes fue concebida como una aproximación a la cosa. Es el uso de la propia metáfora lo que la deteriora al punto de convertirla en un concepto dado; una "metáfora, convertida en usual, entra a formar parte del código y a la larga puede anquilosarse en una catacresis" (Eco; A.5.I; p.170).

Con el uso del análisis genealógico, encuentra Nietzsche en el concepto un origen de tipo metafórico, basado en una trasposición primaria de la intuición a la forma, y en este sentido los conceptos en su origen proceden de una figura retórica como la metáfora. De esta manera Nietzsche argumenta las relaciones estructurales entre el lenguaje filosófico-conceptual y el lenguaje retórico-metafórico. El sentido estético del lenguaje está también implicado en la manera que tiene la metáfora de innovar, de crear nuevas formas gramaticales, nuevos códigos que necesiten de una interpretación nueva que lleve –a su vez- a nuevas interpretaciones y a la reestructuración continua del código lingüístico. El replanteamiento de un uso metafórico del lenguaje pretende, para Nietzsche, llevar el pensamiento hacia un nuevo modelo de filosofía más vivo, más natural, más próximo a la experiencia artística, a los sentimientos, y alejado en lo más al pensamiento abstracto, a ese pensamiento conceptual, enciclopédico, que toma al conocimiento como algo dado, como un dogma.

III.4 La metáfora y el conocimiento

La importancia que tiene para Nietzsche el lenguaje como contenido e instrumento cognoscitivo se deriva de la observación de que los conceptos son estructurados originariamente por el lenguaje y que después van organizándose, afianzándose y haciéndose más complejos por la ciencia, a la vez que la ciencia también se comunica con el lenguaje. El hecho de hacer uso de las palabras y conceptos de manera despreocupada, olvidando el problema de la historia de su formación, es –para Nietzsche- lo que precede a la voluntad científica. "El científico se mueve entre conceptos sin saber ya que estos son únicamente metáforas vacías, que han perdido su sentido" (Fink; p.40), no se percatan que el hecho de "conocer" no es otra cosa que trabajar con la metáfora favorita de uno, que "todo explicar y conocer propiamente no es más que poner un título" (E.R; p.219), no es más que asignar un nombre (conocer = nombrar); a la cosa se le nombra, pero con esto no significa que se le conozca. Para que el conocimiento sea verdadero no basta con hacer referencia nominal a la cosa, sino ver lo problemático que hay en ella.

En su afán por descubrir desde el lenguaje lo que hay de natural en el mismo, Nietzsche encuentra y advierte de los errores y prejuicios que se forman por el uso irracional y repetitivo de las palabras, por la actitud pasiva y poco reflexiva –que hasta esa época llevaban- los científicos y filósofos.

Así, la ciencia nace como un sistema de metáforas a través de un primer sistema metafórico que es el lenguaje -al asignar nombres a las cosas y al construir reglas lingüísticas- construyendo categorías que permiten dar un cierto orden al mundo. La realidad no se puede conocer, no se puede llegar a la Verdad, o lo que es lo mismo: la "cosa en sí" es totalmente inalcanzable, y el lenguaje se limita –mediante metáforas complejas- a designar las relaciones de las cosas desde una perspectiva antropormórfica. La Naturaleza no conoce de géneros, de formas, de adjetivos, ni de conceptos, es el hombre el que introduce las categorías para tratar de "conocer" o describir lo que en un momento resulta indefinible. Por ejemplo:

Si doy la definición de mamífero y a continuación, después de haber examinado un camello, declaro: "he ahí un mamífero", no cabe duda que con ello se ha traído a la luz una nueva verdad, pero es de valor limitado; quiero decir; es antropomórfica de cabo a rabo y no contiene un solo punto que sea "verdadero en sí", real y universal, prescindiendo de los hombres.

(V.M; c.1; p.28)

Lo que Nietzsche trata de recordar a los hombres de ciencia, a los hombres dedicados al conocimiento, a los filósofos, es que, lo que el conocimiento ha construido a través del lenguaje es un conocimiento relativo, antropormórfico, que ha sido consolidado históricamente y que, por lo tanto, no se debe tomar de manera dogmática y absoluta la "verdad" obtenida por medio de una referencia a un código de conceptos abstractos. Lo que el ejercicio abstracto de la lógica combinatoria suministra son modelos o categorías operativas masomenos cercanas (metafóricas) a lo real. Así, lo "que era una cauta hipótesis operativa, de la que se partía, ha sido hipostizada como verdad filosófica" (Eco; D.4.I; p.371). Nietzsche sostiene este argumento porque cree que la realidad en su devenir es más rica y llena de contradicciones que lo que podemos conocer o clasificar, cree que la realidad es incognoscible en su totalidad. En este sentido, las categorías, y las propiedades que introducimos a las cosas por medio del lenguaje, son una máscara de la verdad.*

Al decir Nietzsche –con su insistente manera de ir al fondo de las cosas- que "el reducir algo desconocido a algo conocido alivia, tranquiliza, satisface", y que "la primera representación con la que se aclara que lo desconocido es conocido hace tanto bien que se la ‘tiene por verdadera’" (C.I; p.72), expone la genealogía de la tendencia hacia la verdad a partir de un instinto tranquilizador y, a la vez, de falsificación, de ficción. Es decir, Nietzsche niega que el lenguaje designe la verdad porque este no proviene de la esencia de las cosas. Para él el mundo de signos en que nos movemos es inventado, el lenguaje crea una falsa o "segunda naturaleza" a partir de una primera naturaleza, que es lo real. Existe una "mentira extramoral" en el sentido de que el lenguaje parte como algo superpuesto a lo verdadero (Naturaleza) y, algo puede ser "verdad" en el hecho de que sea designado por convención (antropomórficamente). "La ‘mentira’ del intelecto se basa en la inaprehensibilidad conceptual de la vida" (Fink; p.39).

¿Qué es entonces la verdad? Una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y qué, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes; las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible.

(V.M; c.1; p.25)

Con esto, Nietzsche desenmascara a la tendencia social hacia la verdad y la presenta como una forma borreguil -e inconsciente- de mentir. Veamos: para que una sociedad se establezca, es necesario el común acuerdo en ciertas cosas, y en ese momento se determina lo que a partir de entonces ha de ser verdadero o falso -o, en el peor de los casos, a lo que asignarán como moralmente bueno o malo- y, así, con el uso frecuente y repetitivo, éstas designaciones se convertirán en verdades incuestionables. Pero, "ciertamente, el hombre se olvida de que su situación es ésta; por tanto, miente de la manera señalada inconscientemente y en virtud de esta inconsciencia (…), adquiere el sentimiento de verdad" (V.M; c.1; p.25). Entonces, "por ‘verdadero’ se ha de entender solamente aquello que usualmente es la metáfora acostumbrada –por consiguiente sólo una ilusión que se ha hecho familiar por un uso frecuente y que ya no es percibida como ilusión" (E.R; p.222).

Así, el concepto de verdad o de mentira se vuelve relativo, porque depende en gran medida de lo que un determinado círculo social determine como falso o verdadero. Cada pueblo, cada cultura –dice Nietzsche- cada sociedad tiene sobre ella un "cielo conceptual" muy particular (V.M; c.1; p.27). Por lo tanto, el problema de las designaciones en el seno de lo social de lo que es falso, o de lo que es verdadero, de lo que se ha vuelto ley, de lo que se ha vuelto norma, tiene que ver con ese remitir constante que se hace al mismo código, a esa logósfera que vive bajo la sombra de su mismo "cielo conceptual" -de su mismo dios, de su misma verdad-. Esta manera constante de remitirse al código es lo que le da al signo su carácter repetitivo, su capacidad mimética, y, este uso inconsciente –mecánico- es lo que lo hace seguidista hasta el punto de crear estereotipos. ("El estereotipo es la palabra repetida fuera de toda magia, de todo entusiasmo, (…) como si imitar pudiese no ser sentido como una imitación" [Barthes; p.69] ).

Se puede decir con esto que el usuario del código lingüístico llega a encontrarse a merced del poder de la gramática, y que la logósfera -ya de antemano- señala los caminos que debe tomar el pensamiento. Siguiendo a Umberto Eco nos podemos preguntar si el hombre cuando habla "es libre de comunicar todo lo que piensa o está condicionado por el código" (Eco; A.2.I; p.65), y la respuesta es que, en efecto, el hombre está "sometido a todos los condicionamientos biológicos y culturales del caso y del cual se puede sospechar que en la mayor parte de las situaciones habla por los automatismos del código", es decir, que se encuentra bajo el dominio y la dirección inconscientes ejercidos por las funciones gramaticales, pero sólo en la mayoría de los casos –como también lo afirma Nietzsche-.

El leguaje ya no es sólo un sistema de reglas gramaticales, sino una "organización jerárquica" (Vattimo; 1.II; p.27), una legislación. Con la repetición viene el estereotipo y éste después se afianza con el poder legislativo del lenguaje. Pero en este mundo del lenguaje, en esta logósfera –en términos de Roland Barthes- "Sólo sobreviven los sistemas (las ficciones, las hablas) suficientemente creadoras" (Barthes; p.48), lo suficientemente "mentirosas".

Para Nietzsche, en un sentido estricto, el hombre -por naturaleza- miente a través del lenguaje, pero llama a que esa "mentira" –entonces inconsciente- se lleve ahora de una manera consciente con la ayuda de la metáfora hacia el arte, hacia lo estético, a la "libre" creación (en el siguiente capítulo hablaremos de los límites de esta libertad). Acaso "¿No le sería lícito al filósofo elevarse por encima de la credulidad en la gramática? (M.B.M; af.34; p.64).

CAPÍTULO IV

EL HOMBRE Y EL LENGUAJE

Introducción

Otro aspecto fundamental al hablar del lenguaje en Nietzsche es el lugar que ocupa el hombre en el tema. No es simplemente el descubrir y describir las relaciones estructurales de la lengua sino, también, el observar la situación del hombre respecto de ella ya no tanto en un sentido histórico-genealógico, sino en un sentido más filosófico, por así decirlo. Es así que con la filosofía de Nietzsche se tiene la visión de un hombre que se da cuenta de su situación respecto de los signos lingüísticos (en este caso la lengua) y el uso que hace y puede hacer de ellos. No existe un tratado -ni siquiera general- de Nietzsche al respecto, pero sí alusiones dispersas en su obra filosófica que nos señalan el camino de los temas a tratar al abordar este problema.

Está por demás el pretender explicar los campos que el estudio filosófico-ontológico contempla. Nadie duda de la posibilidad de entrar en juego -aunque sea de manera superficial- con la axiología, con la teología, con la metafísica, en fin, con las todas las formas de actitud -epistémica y pragmática- del hombre respecto al mundo que lo rodea. Es así que en este apartado se contemplarán algunos de los temas abordados por Nietzsche en relación al mundo del signo lingüístico, como son: el lenguaje metafísico (sus conceptos, sus valores, etc), la ética de la transvaloración lingüística, la libertad del hombre con respecto a la lengua y el carácter estético-práctico como propuesta.

IV.1 Hombre y lenguaje metafísicos, la filosofía tradicional

Ya vimos (en el III.4) que el usuario del código lingüístico se encuentra –por decirlo así- bajo la dirección inconsciente que ejerce el poder legislativo del lenguaje. Al hablar de un sujeto (ser del cual se predica o anuncia alguna cosa) que se encuentra sujeto (del hecho de estar dominado, subordinado o sometido a o por algo) a la estructura de la lengua y de la gramática, entonces nuestro estudio adquiere otra perspectiva. El nuevo relieve que el problema adquiere proviene de la misma noción de sujeto y predicado –nociones de las que depende una gran parte de la historia de los problemas epistemológicos y de la visión del mundo- derivados de la postura dialéctica-metafísica de que existe la oposición siervo-amo.

En un principio, lo que Nietzsche desdeñó –con su clara visión y pasión vital- del hombre y su lenguaje es esa búsqueda y ese remitir constante que tienen hacia las abstracciones que se fabrican en un más allá del mundo terrenal, del cuerpo mismo, de lo fisiológico. Un pensamiento que busque entender su situación a partir de explicaciones teleológicas, que utilice para ello además un lenguaje creado ex profeso para satisfacer esa necesidad de tener un dios que le ordene, que sea dogmático, que sea un receptáculo pasivo de ese mismo sistema de palabras confortadoras, en fin, explicadoras de todo: es un pensamiento decadente, que "vive" fuera de su mundo, que no da sentido a las cosas y a la tierra.

Elevarse a la abstracción, tornarse ajeno a las consideraciones de los sentidos, fue lo que antiguamente se consideraba como verdadera elevación del espíritu, pero no podemos seguir profesando en absoluto esa manera de pensar. La embriaguez creada por las más pálidas imágenes de las palabras y de las cosas, el comercio con seres invisibles, imperceptibles, intangibles, pasaba por una existencia en otro mundo superior, existencia que tenía su origen en el hondo desprecio del mundo perceptible por los sentidos, mundo seductor y malo.

(A; af.43; p.32)

Con esto, Nietzsche enmarca lo que para él viene a ser el pensamiento metafísico, un tipo de pensamiento que engloba a la filosofía tradicional y que pareciera que ha llegado para quedarse.

En la cultura occidental –como la nuestra- este tipo de pensamiento, para Nietzsche, se ve desarrollado desde Sócrates, Platón, Aristóteles, etc. y difundido por las filosofías de este tipo y por los círculos de poder que las conforman. En el caso de la religión católica, la iglesia como estructura de dominio, el cristianismo y los sacerdotes –como portadores de la palabra- han contribuido en gran parte a lo que llama Nietzsche la décadence, la corrupción en la lengua: "Los partidarios de la antigua religión y la rancia religiosidad se quejan entonces de la corrupción – hay que tener presente que ellos son los que han dominado hasta ahora en el idioma, determinando el valor de las palabras" (G.C; I; p.68).

¿Cuáles son estas palabras? ¿A qué tipo de conceptos morales-metafísicos se refiere Nietzsche? ¿Qué tipo de valores fomentan? ¿En qué consiste el daño que le han hecho al pensamiento y a la vida?

¡El concepto ‘Dios’, inventado como concepto antitético de la vida – en ese concepto, concentrado en horrorosa unidad todo lo nocivo, envenenador, difamador, la entera hostilidad a la muerte contra la vida! ¡El concepto ‘más allá’, ‘mundo verdadero’, inventado para desvalorizar el único mundo que existe – para no dejar a nuestra realidad terrenal ninguna meta, ninguna razón, ninguna tarea! ¡El concepto ‘alma’, ‘espíritu’, y por fin incluso ‘alma inmortal’, inventado para despreciar el cuerpo, para hacerlo enfermar –hacerlo ‘santo’-, para contraponer una ligereza horripilante a todas las cosas que merecen seriedad en la vida, a las cuestiones de alimentación, vivienda, dieta espiritual, tratamiento de los enfermos, limpieza, clima! ¡En lugar de la salud, la ‘salvación del alma’ – es decir, una folie circulaire [locura circular] entre convulsiones de penitencia e histerias de redención! ¡El concepto ‘pecado’, inventado, juntamente con el correspondiente instrumento de tortura, el concepto ‘voluntad libre’, para extraviar los instintos, para convertir en una segunda naturaleza la desconfianza frente a ellos! ¡En el concepto de ‘desinteresado’, de ‘negador de sí mismo’, el auténtico indicio de décadence, el quedar seducido por lo nocivo, el ser-incapaz-ya-de-encontrar-el-propio-provecho, la destrucción de sí mismo, convertidos en el signo del valor en cuanto tal, en el ‘deber’, en la ‘santidad’, en lo ‘divino’ del hombre! Finalmente –es lo más horrible- el concepto de hombre bueno, la defensa de todo lo débil, enfermo, mal constituido, sufriente a causa de sí mismo, de todo aquello que debe perecer-, invertida la ley de la selección, convertida en un ideal la contradicción del hombre orgulloso y bien constituido, del que dice sí, del que está seguro del futuro, del que garantiza el futuro – hombre que ahora es llamado el malvado… ¡Y todo esto fue creído como moral!

(E.H; p.144)

Nietzsche -con su acostumbrada manera de querer tocar fondo- ahora nos coloca en el centro del problema y –por un lado- dirige su atención a lo limitado que resulta tener un código lingüístico donde sólo exista Dios, pecado, infierno, inmortalidad del alma, más allá, etc. Para él, un pensamiento así es un pensamiento metafísico creado por un hombre metafísico, que para expresar sus sensaciones y vivencias utiliza un limitado lenguaje –también- metafísico. Y, se dice limitado porque no ve más allá de su propio "mundo" creado, no conoce conceptos fuera de su "lógica", de su propia "religión". Es decir, pareciera que sólo existiera (como en la lógica aristotélica) la realidad final, lo Uno fundamental, que una cosa no puede ser otra; (o como en el pensamiento maniqueísta y el dualista) lo "bueno" y lo "malo", "frío" y "caliente", "blanco" y "negro", "noche" y "día", etc., cuando la realidad es más compleja, múltiple, plural. En este sentido el lenguaje metafísico vuelve a ser limitado, ya que no tiene suficientes palabras para expresarse.

Debido a esa limitación y corrupción que existe en el lenguaje, a ese "fetichismo grosero", el hombre no ve mas que lo que el mismo lenguaje metafísico puede enunciar y, muchas veces, esto resulta un freno si se quiere profundizar en el estudio y conocimiento de las cosas y de uno mismo.

El lenguaje y las preocupaciones sobre las cuales está construido, son muchas veces un obstáculo para profundizar en el estudio de los fenómenos interiores y de los instintos, en razón a que no existen palabras más que para los grados superlativos de estos fenómenos y esos instintos. Pero nosotros estamos acostumbrados a no observar nada con exactitud desde el punto y hora en que nos faltan palabras, pues sin ellas es en extremo trabajoso discurrir con precisión: en lo pasado se llegaba a suponer que allí donde termina el reino de las palabras acaba también el de la existencia. Ira, odio, amor, compasión, deseo, conocimiento, alegría, dolor, son nombres para situaciones extremas; los grados más equilibrados, los términos medios se nos escapan, y más todavía los grados inferiores, que están en continuo movimiento y son los que tejen la tela de nuestro carácter y de nuestros destinos. (…) No somos lo que parecemos ser con arreglo a aquellas condiciones, de las cuales tenemos únicamente conciencia y sólo para las cuales tenemos palabras, y por consiguiente, censura o elogios.

(A; af.115; p.70)

Sin despegarnos del centro del problema Nietzsche observa –por otro lado- que el lenguaje metafísico no sólo es limitado por lo que no se permite decir, sino también por lo que se dice en y con él. Es decir, el lenguaje metafísico es también corruptor del hombre y del pensamiento debido a que acumula y tiene como dadas a las palabras que se han reproducido –con carácter dogmático- sin ser previamente cuestionadas, y que se utilizan corrientemente como cualquier fetiche. El lenguaje metafísico "pone [y supone] por todas partes agentes y acciones, sustancia, causalidad, voluntad (…); está lleno de ficciones, de conceptos gramaticales, que [el ser] interpreta erróneamente como entidades" (Fink; p.169). Gran parte de este error de atribuir a las categorías, a estas ficciones gramaticales esas entidades, esas funciones –como si de verdad las tuvieran- se debe a los filósofos, que la mayoría de las veces creen que la verdad obtenida, su verdad obtenida –con referencia a un código metafísico- es la verdad. Si esto es así, entonces la lengua es un sistema encrático que viene arrastrando errores, mentiras, ficciones,* que no nos permite decir más que lo que ella misma viene acumulando, y con esto nos confirma la opinión de Nietzsche de considerar al lenguaje, a la lengua como error.

Hoy, a la inversa, en la exacta medida en que el prejuicio de la razón nos fuerza a asignar unidad, identidad, duración, substancia, causa, coseidad, ser, nos vemos en cierto modo cogidos en el error, necesitados al error (…) El error tiene como abogado permanente (…) a nuestro lenguaje. Por su génesis el lenguaje pertenece a la época de la forma más rudimentaria de psicología: penetramos en un fetichismo grosero cuando cobramos conciencia de los presupuestos básicos de la metafísica del lenguaje, dicho con claridad: de la razón.

(C.I; p.54)

Pareciera que la conciencia lingüística, la crítica lingüística, asumiera un carácter meramente destructivo (Valverde; c.2; p.39) y que Nietzsche –en un arranque de anarquismo- quisiera la destrucción y desaparición misma de la lengua y alejarse a un punto donde no se encontrara ya con la contaminación del lenguaje, como si renegara de ese sistema tan vulgar que comunica a medias o mal comunica, como si quisiera retirarse a un lugar donde no hubiese ya palabras, no sé, al rincón del silencio y de la locura.

¿Quiere Nietzsche dar marcha atrás y revocar el "error" en la historia de la lengua? ¿Quiere destruir lo que hasta ahora conocemos como lenguaje escrito? ¿Quiere la abolición del "lenguaje por medio del lenguaje"? ¿Se habrá apoderado el espíritu de venganza de la crítica de Nietzsche y renegar del lenguaje como error, en vez de afirmarlo?* No. Nada de eso, al contrario. Nietzsche -a pesar de todo- es un gran amante, ama la vida, ama al error, ama al cosmos tal cual y, llevado de la mano por el espíritu dionisiaco, lo afirma, dice sí.

Aunque el lenguaje, aquí como en otras partes, sea incapaz de ir más allá de su propia torpeza y continúe hablando de antítesis allí donde únicamente existen grados y una compleja sutileza de gradaciones; aunque, asimismo, la inverterada tartufería de la moral, que ahora forma parte, de modo insuperable, de nuestra ‘carne y sangre’, distorsione las palabras en la boca de nosotros mismos los que sabemos: sin embargo, acá y allá nos damos cuenta y nos reímos del hecho de que la mejor ciencia sea precisamente la que más quiere retenernos dentro de este mundo simplificado, completamente artificial, fingido, falseado, porque ella ama, queriéndolo sin quererlo, el error, porque ella, la viviente, -¡ama la vida!

(M.B.M; af.24; p.51)

En Humano, demasiado humano dice que "por fortuna es ya demasiado tarde" para dar marcha atrás en el error de propagar la creencia en el lenguaje (H.H; af.11; p.22). Es decir, que estos errores constituyen toda la riqueza, que ellos son los que han construido este mundo, que el lenguaje es lo que nos ha permitido darle a las cosas –al mundo- su sentido, lo variado en significación. Pero sólo podemos disfrutar de este colorido de errores –en un sentido extramoral- si estamos dispuestos a aceptar a este mundo creado en cuanto tal, en cuanto máscara, plural, en renunciar al punto de vista absoluto. Si es así, entonces la intención de Nietzsche está confirmada con ese querer dar la vuelta a la metafísica y a ese lenguaje tan limitado, tan cerrado, tan moral.

Con esto podemos concluir que Nietzsche, más que una "destrucción" del lenguaje y de la filosofía tradicional-metafísica, propone una transvaloración lingüística que cambie a su vez los modos de pensar -también tradicionales- sobre el dogma y el valor absoluto. Este nuevo tratamiento daría –para Nietzsche- un hombre y un lenguaje simbólico-metafóricos, más impregnados de un carácter individual, más personal, más independiente, que indudablemente se aleja de lo moral para adentrarse en las formas, en lo estético. "De esta forma, la metáfora no tendría únicamente un uso retórico, sino también estratégico; es decir, no sería un mero recurso estilístico o un simple ornato, sin mayor trascendencia filosófica, sino que vendría también a ilustrar de un modo magistral la praxis de la transvaloración nietzscheana o la afirmación del juego del devenir" (E.R; Guervós; p.33).

IV.2 De la conceptual muerte de dios al horizonte del Hombre creador

Dejar atrás ese pensamiento metafísico y sus aspiraciones extraterrenales, es decir, hacer ese cambio de valores y centrar la preocupación en el uso de términos más cercanos a la vida, al cuerpo, a lo fisiológico, tiene sus consecuencias positivas. Esta transvaloración lingüística reflejada en la praxis, este valorar diferente, sugiere dar importancia a cosas que se consideraban pequeñas. Ocuparse de cosas aparentemente sin importancia como la alimentación, del clima, del lugar, de los sentidos, de la sensaciones, de lo que es bueno para el cuerpo y para la vida; en lugar de la suprema importancia que se le ha dado a lo moralizado* como: virtud, pecado, sentimiento de culpa, flagelación, más allá, Dios, etc., sugiere justamente comenzar a cambiar lo aprendido (E.H; p.50), el transvalorar lo que se consideraba dogma por el símbolo. Una de las consecuencias de dejar atrás ese pensamiento absolutista, ese lenguaje dogmático-metafísico es que se proporcione la visión del mundo de la libertad, de lo que podríamos llamar, la liberación de lo simbólico.

La reapropiación del mundo de lo simbólico que el hombre lleva a cabo es, en general, la liberación de toda actividad del hombre de todo sometimiento a autoridades divinas y humanas: (…) deja al hombre absolutamente abandonado así mismo. (…) Tal libertad concierne a todo el modo de relacionarse el hombre con el mundo, no sólo con el mundo de los símbolos entendidos como representaciones, imágenes, palabras, formas del lenguaje. (…) El nuevo modo de ser del hombre ante el símbolo es un nuevo modo de ser ante toda la "realidad", (…) una potenciación y una liberación de la capacidad simbólica como capacidad de conferir sentido a las cosas y (…) un nuevo modo de ser ante la naturaleza.

(Vattimo; III.5; p.260)

En el marco de la cultura occidental, la expresión máxima de autoridad se encuentra depositada en el concepto de Dios. Para Nietzsche, este es uno de los conceptos que más representa lo dogmático, la subordinación del hombre, las leyes de lo metafísicamente divino y la imposibilidad de la libertad del hombre. Para él el concepto Dios es el obstáculo principal que el hombre debe derribar para crearse la libertad, es el cordón umbilical a cortar, es un conocimiento que impide conocer, un "razonamiento" creado y fomentado por el lenguaje: "Temo que no vamos a desembarazarnos de Dios porque continuamos creyendo en la gramática" (C.I; p.55). Y si el hombre no se ha liberado de su poder, es porque todavía considera a Dios como un más allá del saber y no un más acá de nuestras frases (Foucault (b); c.VIII; p.291).

Por eso cabe retomar el tema de la muerte de Dios, no porque tenga demasiada importancia como tal, sino porque es el símbolo del valor absoluto al que más aluden los comentaristas de la obra de Nietzsche y porque es la manera de referirse al representante máximo de la metafísica de la que se quiere salir.

Así, dar muerte a Dios es el siguiente acto que el hombre debe asumir para despedirse de la metafísica, para crearse su propia libertad, para crearse sus propios valores, su propio lenguaje, un lenguaje más vivo, un lenguaje más cercano a la vida, a lo terrenal, al cuerpo. En el mundo de la liberación de lo simbólico el nuevo hombre se relaciona plenamente con ellos en cuanto representan lo más cercano a lo real, a la vida, ya que ellos mismos son una vivencia representada. ¿De dónde el interés por el cambio del símbolo "Dios" por el símbolo "superhombre"? ¿Por qué la necesidad de "matar a Dios" y poner en su lugar a este nuevo hombre? Uno de los motivos es, porque no todos los símbolos cumplen verdaderamente esta función [la de conferir sentido a una situación vivida] de modo auténtico: hay símbolos que son sólo suposiciones, en cuanto su significado no puede ser poseído plenamente por quien los formula y usa. Así, ‘en otro tiempo decíase Dios cuando se miraba hacia mares lejanos’; en cambio, ahora es preciso decir: Superhombre; y ello porque Dios es algo que no podemos crear ni pensar a fondo. El Superhombre es, en cambio, una posibilidad efectivamente nuestra, y por ello debe sustituir a Dios como supremo receptáculo del sentido de lo real.

(Vattimo; III.5; p.258)

Después de la muerte de Dios, es decir, después de la pérdida del significado absoluto, el hombre ya no cree en las categorías que le nombran a los dioses, se ha quedado solo. Al morir este dios conceptual se puede pensar que ya nada tiene sentido, que las palabras y las cosas han perdido su significado y caer en el nihilismo. Es verdad, después de la muerte de Dios el lenguaje del hombre ya no invoca a lo santo, ya no invoca a La verdad, Dios ya no dicta sus palabras, está solo, pero ojo, es ahora cuando el hombre tiene la libertad de conferir sentido a las cosas, de instalar su propio lenguaje, su propio pensamiento. Ahora es el lenguaje del hombre al hombre, se abre el horizonte a posibilidades infinitas en la lengua. El sentido metafórico se desarrolla plenamente en este horizonte ilimitado, sabe que puede dar un nuevo sentido a las cosas y el hombre cobra conciencia de su naturaleza creadora, es su propio señor y puede configurar un mundo nuevo con nuevas palabras y nuevos ideales creados por él. El discurso antes lo ostentaba Dios, ahora lo tiene el superhombre, el artista dionisiaco.

Para Foucault, Nietzsche abrió un espacio filológico-filosófico muy importante, en el cual "surgió el lenguaje de acuerdo con una multiplicidad enigmática que había que dominar", en donde no sólo se trata de ver el significado de las palabras, sus valores, sino también quién lo asigna, quién habla. "Pues aquí, en aquel que tiene el discurso y, más profundamente, detenta la palabra, se reúne todo el lenguaje" (Foucault (b); c.IX; p.297).

De esta forma Nietzsche inaugura –en un sentido similar para Deleuze- "la lingüística activa", es decir, el estudio y apropiación del la lengua, de la palabra, desde el punto de vista –ya no del receptor pasivo, de las fuerzas reactivas, del hombre que reacciona, sino- de las fuerzas activas, del hombre activo, del creador, del señor.

Se suele juzgar el lenguaje desde el punto de vista del que escucha. Nietzsche piensa en otra filología, en una filología activa. El secreto de la palabra no está del lado del que escucha, como tampoco el secreto de la voluntad está del lado del que reacciona. La filología activa de Nietzsche tiene tan sólo un principio: una palabra únicamente quiere decir algo en medida en que quien la dice quiere algo al decirla. Y una regla tan sólo: tratar la palabra como una actividad real, situarse en el punto de vista del que habla. La lingüística activa intenta descubrir al que habla y pone nombres. ¿Quién utiliza la palabra, a quién la aplica en primer lugar, a sí mismo, a algún otro que escucha, a alguna otra cosa, y con qué intención? ¿Qué quiere al decir tal palabra? La transformación del sentido de una palabra significa que algún otro (otra fuerza u otra voluntad) se ha apoderado de ella, la aplica a otra cosa porque quiere algo distinto. Toda concepción nietzscheana de la etimología y de la filología, a menudo mal entendida, depende de este principio y de esta regla.

(Deleuze; c.III; p.107)

Situarse en el lugar de quien ostenta el discurso, de quien lo hace, del creador, esa es la nueva función del superhombre en el ámbito del lenguaje. Ya no basta con descubrir las relaciones estructurales del lenguaje, indicar sus orígenes en la transposición de lo real, señalar a la palabra como ficción o ilusión, observar el poder legislativo que tiene la gramática sobre el hombre, advertir sobre las consecuencias del uso de un lenguaje metafísico, no sólo es llegar a la transvaloración y a la destrucción de lo absoluto. No, el análisis de Nietzsche no se limita a eso, para él ahora viene la parte de la construcción, la parte creativa, el utilizar de manera consciente la fuerza –que hasta entonces era inconsciente- del lenguaje como medio de expresión y formación del hombre. "No olvidemos tampoco esto: basta inventar nuevos nombres, apreciaciones y probabilidades nuevas para crear poco a poco cosas nuevas" (G.C; II; p.96). Es ahora cuando el hombre se toma el derecho de dar nombre y sentido a las cosas. El ser señor es el derecho de los nuevos hombres, de los artistas, de los dueños de la palabra, ellos exteriorizan su voluntad de poder, "dicen ‘esto es esto y aquello’, imprimen a cada cosa y a cada acontecimiento el sello de un sonido y con esto se lo apropian, por así decirlo" (G.M; I; p.38).

Es importante hacer énfasis en el instinto, la voluntad del hombre y las posibilidades creativas del lenguaje estético, porque a partir de éstas nociones Nietzsche desarrolla su ideal del hombre individual. Es la propuesta de este Hombre-artista-creador que tiene que empezar a conocerse, tiene que conocerse con un nuevo lenguaje, buscarse dentro de sí mismo como individuo y desarrollar la capacidad de explorar las formas inconscientes del lenguaje –y ahí abre un gran espacio, también, para los estudios semióticos- como posibilidades creativas, así como una aproximación al conocimiento de sí mismo y del entorno en términos conscientes, que lo lleven a una praxis en la libre expresión y en la vivencia.

IV.3 El ser y el lenguaje, la libertad y el juego

Otro de los temas que aborda la filosofía de Nietzsche respecto al problema del lenguaje es el carácter individual, es decir, la relación del hombre y la conciencia de sí mismo ante el mundo y el lenguaje, los límites de la expresión individual por medio de la metáfora, la libre creación por el método del juego y los límites de esa libertad.

Para este superhombre -este artista- el elemento de lo individual es elemental. Si el hombre se ha liberado, por decirlo así, del lenguaje como parte de las estructuras de lo social, de lo consensuado, si está rompiendo su relación con las estructuras de dominio ejercidas por la lengua, si ha "matado a dios" y se ha quedado solo: es hora de empezar a conocerse a sí mismo y darse cuenta de las capacidades creativas que puede desarrollar por medio del mensaje estético-metafórico-retórico.

Una teoría de Nietzsche respecto al hombre es que no se conoce, que es inefable, que ni siquiera ha intentado buscarse.* Para él el individuo se ha perdido a sí mismo debido a esa antigua tendencia que tiene hacia lo social -derivada del vacío y del hastío de la monotonía interna- para refugiarse en la seguridad que proporciona el edificio del conocimiento de las cosas exteriores, del otro. Eludiendo la problemática responsabilidad de tratar de conocerse a sí mismo, el hombre ha buscado y encontrado respuestas en los otros, él es como los demás dicen que es. El hombre tiene conciencia de sí mismo y del mundo gracias a lo que el consenso de lo social determina. En este punto Nietzsche observa la importancia que tiene el estudio del lenguaje (la lingüística) en el conocimiento del hombre, abriendo así la perspectiva de el ser y el lenguaje.

Una de las consecuencias de estar en el mundo de lo general, en la otredad, de vivir de manera superficial en las ficciones que organizan lo social, es que el hombre no tiene un lenguaje para su realidad interior, para descubrir y describir a la vez lo que existe y actúa en él. El hombre no posee suficientes palabras para expresarse, mejor dicho, para expresar los grados, los matices, de nuestros sentimientos y de lo que actúa en ellos.** Aquí el problema de la conciencia radica en que no se tiene conciencia mas que de lo superficial, y en su relación con las facultades comunicativas del hombre, Nietzsche comienza a diferenciar y a plantear los problemas entre el ser, el lenguaje y la conciencia. Dice que el hombre siempre está pensando –según Nietzsche todo ser viviente "piensa", sea o no conciente de ello- pero que no lo advierte del todo, para Nietzsche la parte del pensamiento que se torna consciente es sólo la más pequeña y superficial. Si se quiere conocer más profundamente al individuo no será, en este caso, sólo en el campo de la conciencia consciente, ya que esta se encuentra impregnada de la conciencia colectiva, de la conciencia del rebaño. Esta conciencia, como forma de razonar humano, ha sido hasta ahora la que ha guiado a la mayoría de los hombres, esos hombres que no buscan el conocimiento en lo profundo del ser, sino que se contentan con razonamientos fáciles, superficiales. Es importante este análisis, porque para Nietzsche es en esta parte superficial de la conciencia en donde se encuentran las palabras y los signos de comunicación establecidos.

Mi opinión es, como se ve, que la conciencia no forma parte en realidad del ser individual del hombre, sino de aquello que corresponde en él a la comunidad, al rebaño, y que, por tanto, sólo se ha desarrollado sutilmente en aquello que guarda relación de utilidad para la comunidad y el rebaño, de donde sigue que cada uno de nosotros, a pesar de su deseo de comprenderse a sí mismo todo lo individualmente posible, a pesar de su afán de conocerse a sí mismo, no adquirirá jamás conciencia más que de aquello que no es individual en él, de aquello que sirve de medio (…) Nuestros actos todos son en realidad incomparablemente personales, únicos, inmensamente personales, esto no ofrece duda; pero cuando los trasladamos a la conciencia, ya no parecen ser así. Este es el verdadero fenomenalismo, el verdadero efecto de perspectiva tal y como yo lo entiendo. La naturaleza de la conciencia animal hace que el mundo de que podamos tener conciencia no sea más que un mundo superficial de signos, un mundo generalizado y vulgarizado y que todo cuando se torna consciente se vuelva al mismo tiempo vulgar, endeble, relativamente torpe y que pase a ser generalización, signo, marca de rebaño.

(G.C; af.354; p.279)

La conciencia se queda sólo en el plano de lo superfluo, incluso, se puede pensar, sentir, obrar, etc., sin necesidad de tener conciencia de ello. Pero si la conciencia no es esencial para vivir, entonces ¿para qué sirve?

La teoría de Nietzsche al respecto es que la conciencia se ha desarrollado por la necesidad de los hombres de comunicarse: la conciencia es "una red de comunicaciones entre los hombres", en donde el lenguaje funciona como signo de comunicación. Así el desarrollo de la conciencia va de la mano con el desarrollo del lenguaje conciente. La parte que se torna conciente (la que está en el plano del lenguaje) no sirve de mucho para conocerse, sirve más bien para expresarse, para tratar de comunicar nuestro pathos.

En resumen, el desenvolvimiento del lenguaje y el desenvolvimiento de la conciencia (no el de la razón, sino tan sólo el de la razón que se torna consciente de sí misma) se dan la mano. Conviene añadir que no sólo el lenguaje [verbal] sirve de medio de comunicación entre los hombres, sino también la mirada, el tacto, el gesto.* La conciencia de las impresiones de nuestros sentidos, la facultad de fijarlas y determinarlas en cierto sentido fuera de nosotros mismos, han aumentado a medida que crecía la necesidad de comunicárselo a los demás por medio de signos. El inventor de signos es al mismo tiempo el hombre que adquiere conciencia más penetrante de sí mismo. Sólo en concepto de animal sociable aprende el hombre a ser consciente.

(G.C; af.354; p.279)

En el hombre existe una necesidad de explicarse con otros para hacer frente a las miserias y a los problemas. Esta necesidad lo ha obligado a desplegar una fuerza en el lenguaje, haciéndolo cada vez más complejo, tratando de comunicarse cada vez de manera más rápida y mejor. El desarrollo de la sociedad y sus necesidades cada vez se han hecho más complejas, existen muchas cosas que aún no han sido expresadas y quien mejor conoce el lenguaje, quien más se percata de sus alcances y limitaciones, quien más crea signos capaces de comunicar lo más mínimo es quien enriquece el mundo -y también así mismo- y lo comunica mejor, se comunica mejor. Para Nietzsche el individuo es inefable, no se puede conocer del todo, pero sí se puede ir –por un lado- enriqueciendo la parte consciente del lenguaje, por así decir, y –por el otro lado- explorar a ese tal inconsciente e ir haciéndolo consciente, es decir, comunicable. El proceso de ampliar el campo de lo consciente, de hacer de lo hasta entonces inconsciente algo consciente, es lo que permite al individuo entender y desarrollar su fuerza de comunicación. Para Nietzsche sólo unos pocos hombres tienen los instrumentos para poder describir con mayor precisión -y estéticamente- lo que acontece en su interior, lo que actúa en él, y ellos son los poetas, los artistas.

Si decimos o reconocemos en el lenguaje una fuerza creativa, expansiva, de transformación, es porque antes reconocemos el papel tan importante de ciertas individualidades –los artistas- en esta obra de creación permanente que es lenguaje (Leroy; III; p184). Para Nietzsche existe en los hombres un tipo de voluntad de poder que se ve reflejado en los productos metafóricos, un "impulso hacia la construcción de metáforas, ese impulso fundamental del hombre del que no se puede prescindir ni un solo instante, pues si así se hiciese se prescindiría del hombre mismo" (V.M; c.2; p.34). Sin embargo existen unos hombres que se destacan más que otros debido a que desarrollan más su espíritu creador, su capacidad metafórica y su sentido estético para expresarse, a tal punto que se podría hablar de un arte de la comunicación. Ese es el ideal de hombre en Nietzsche: el superhombre que establezca una relación de libertad con el lenguaje, un uso libre e individual (idiolecto) que se manifieste estéticamente en sus productos literarios y en su praxis con el mundo que lo rodea.

Ahora en nuestros días no podemos negar la importancia que tiene el lenguaje estético para dicho fin, es decir, sabemos que "el mensaje estético actúa como violación a la norma (…), todos los niveles del mensaje la violan siguiendo la misma regla. Esta regla, este código de la obra, es un idiolecto por derecho propio (definiendo el idiolecto como el código privado e individual del parlante); de hecho, este idiolecto origina imitaciones, maneras, usanzas estilísticas y, por fin, normas nuevas, como enseña la historia del arte y de la cultura" (Eco; A.3.II; p.143). Y, si la cuestión es también, hacer del lenguaje y del hombre un ser que esté deviniendo, que esté superándose constantemente es gracias también al papel importante de las metáforas creativas. Ellas crean nuevos significados, reestructurando el sistema conceptual ordinario de nuestra cultura y dan un significado nuevo a la experiencia en el devenir. Con esto no se quiere decir que una palabra por sí sola transvalore el mundo que percibimos, más bien decimos que este cambio se debe al trastorno (decimos "trastorno" sin el sentido peyorativo que normalmente se le atribuye al término) percibido en nuestro sistema conceptual.

Como la vida es devenir, resulta imposible llegar a conocerlo, por eso el hombre necesita de la metáfora para poder expresarlo de diferentes maneras*. Esta necesidad de expresar y de tratar de explicarse la realidad -como algo que deviene- es lo que hace al hombre, también, desarrollar su ingenio. Si el mundo está constantemente cambiando, si las cosas constantemente están pasando, entrando y saliendo, si están siendo, no podemos decir que el hombre sea estático. El hombre como parte del ser, él mismo como ser, como devenir, tiene que estar constantemente cambiando, construyendo y destruyendo, jugando. El conocimiento del eterno retorno no detiene el devenir, conoce al devenir como devenir, o mejor dicho, lo intuye, y se reconcilia con él. Para que este poeta pueda captar más o "conocer" más el mundo, precisa desarrollar también su lenguaje, que la expresión lingüística le abra al hombre una nueva forma de pensar que lo haga más libre.

¿A quién se tiene que liberar de qué? ¿Liberar al hombre del poder del lenguaje? ¿Liberar al hombre por medio del lenguaje? ¿Liberar al instinto creador de símbolos? ¿Cuáles son los límites de esta liberación? Veamos.

A partir del momento en que enuncio algo (…) soy simultáneamente amo y esclavo (…) En la lengua, pues, servilismo y poder se confunden ineluctablemente. Si se llama libertad no sólo a la capacidad de sustraerse al poder, sino también y sobre todo a la de no someter a nadie, entonces no puede haber libertad sino fuera del lenguaje. Desgraciadamente, el lenguaje humano no tiene exterior.

Sólo se puede salir de él [del lenguaje] al precio de lo imposible (…) por amén nietzscheano, que es como una sacudida jubilosa asestada al servilismo de la lengua, a eso que Deleuze llama su manto reactivo. Pero nosotros, que no somos ni caballeros de la fe ni superhombres, sólo nos resta, si puedo así decirlo, hacer trampas a la lengua.

(Barthes; pp121)

Para Roland Barthes parece importante hablar del servilismo en la lengua, dice que el poder del lenguaje somete al usuario y que nunca se podrá salir del lenguaje. Como hemos visto, Nietzsche no busca salirse del lenguaje, no busca un estar fuera de él, lo que Nietzsche propone es enriquecerlo, adentrarse en el mundo del lenguaje, pero de manera libre. Es decir, los conceptos dicotómicos "amo" y "esclavo" son conceptos todavía de lo metafísico. Para un hombre que vive el devenir, este tipo de conceptos no existen, o mejor dicho, no significan ya dominación o subordinación. En el mundo del superhombre se vive la libertad en el lenguaje, pero si a ese utilizar el sistema de signos lingüísticos se le quiere llamar subordinación o sujeción a un sistema de signos, está bien, el hombre no puede –para enunciar algo- liberarse del lenguaje, pero sí actuar con "libertad" dentro de sus límites. En términos nietzscheanos se le conoce a esto como "bailar en cadenas", es decir, el hombre sabe que esta libertad es limitada. No se trata de quitarse las cadenas del lenguaje, de las palabras, sino bailar con ellas (C.I; p.90). Dice Roland Barthes que nosotros no somos superhombres y sólo podemos hacer trampas con la lengua. No estamos seguros si Barthes sobre estima el concepto de superhombre y sus capacidades, o simplemente hace una alusión irónica. Si es lo primero, podemos decir que precisamente la condición del superhombre con la lengua es ser hombre, él construye la lengua, crea sus categorías en el lenguaje de manera antropomórfica. Así el superhombre se mueve dentro de los límites del lenguaje, "hace trampas con la lengua", o -para seguir en la línea nietzscheana- mejor dicho: juega inocentemente.

El hombre posee, también, la libertad de construir y destruir, de estructurar y reestructurar los códigos lingüísticos. Pone a la lengua en crisis y a la vez la enriquece. Crea nuevos mensajes. La lengua es la materia prima del artista, de este artista libre. El artista metafórico crea, con la metáfora el hombre es capaz de crear –no sólo meras palabras, sino a la vez- un mundo nuevo, "redescubrir la realidad, pero sobre todo libera el instinto metafórico del ser humano para el juego creativo, libera a los humanos para el juego de perspectivas en los dominios del arte, del mito, etc., devaluados por la voluntad nihilista y decadente del espíritu científico" (E.R; Guervós; p.41).

Así, la libertad del hombre es, también, la libertad del artista frente a su obra de arte que es la vida, su vida. Sólo él tiene derecho de sobre su obra. La verdades –hasta entonces propagadas por la palabra- son ahora una vaga sombra. El hombre tiene que buscar su propia verdad, su propia palabra –ya de manera consciente- que sea útil para la vida. Y como la vida siempre está cambiando, está siendo, no debe extrañarse que su verdad sea –en determinado momento- caduca. Así este nuevo hombre, este ser -como el niño heracliteano- interpretará y construirá nuevas configuraciones, nuevas categorías, y las romperá. Estará creando constantemente, viviendo los signos, superándose a cada momento, sin origen ni final.

En un plano filosófico –como bien advierte Umberto Eco en Nietzsche- si se teoriza un no-origen, esta teoría sugiere la idea del ‘juego’, es decir, "se perfila la temática del hombre como el ‘sin origen’ y" el mundo se convierte en un "campo de juegos continuo" (Eco; D.2.I; p.382), con lo cual este se vuelve infinito permitiendo a la vez una sucesión de interpretaciones infinitas. Y si lo que se quiere es la libertad del hombre en el lenguaje, de su "estructura" metafísica-dogmática, y de sus "relaciones de dominio", entonces se tiene que ver al lenguaje desde la perspectiva nietzscheana de la inocencia, en donde las concepciones de amo-esclavo, sujeto-objeto, verdad-mentira, etc., no son sino parte de un juego, reglas de un determinado tipo de juego, simples interpretaciones que el mismo juego puede hacer y deshacer, es decir: la idea del juego desbarata la idea de La estructura. Con esto:

El intelecto, ese maestro del fingir, se encuentra libre y relevado de su esclavitud habitual tanto tiempo como puede ‘engañar’ sin causar daño, (…) jamás es tan exuberante, tan rico, tan soberbio, tan ágil y tan audaz: poseído de placer creador, arroja las metáforas sin orden alguno y remueve los mojones de las abstracciones (…), ahora ha arrojado de sí el signo de la servidumbre (…), ahora se ha convertido en señor [en su señor, en niño].

(V.M; c.2; p.35)

Esta metáfora del "juego" lo que hace es tratar de mostrar una visión de la vida bajo la perspectiva del crear infantil, inocente, sin una aparente razón, sin la concepción de una única Verdad Inmutable. Lo que se pretende con esto es adquirir nuevos sentidos de las cosas, construcciones y destrucciones de nuevos códigos lingüísticos con el poder de la metáfora y del espíritu dionisiaco.

IV.4 El artista dionisiaco: el niño que baila, ríe y canta

La idea y la necesidad de que resurja en el escenario de la expresión y del lenguaje como medio de comunicación la figura del espíritu dionisiaco es clara. El toque de lo dionisiaco vendría a renovar, a darle nuevos bríos a los modos de expresión lingüísticos.

El lenguaje encrático (el que se produce y se extiende bajo la protección del poder) es estatutariamente un lenguaje de repetición; todas las instituciones oficiales de lenguaje son máquinas repetidoras: las escuelas, el deporte, la publicidad, la obra masiva, la canción, la información, repiten siempre la misma estructura, el mismo sentido, a menudo las mismas palabras: el estereotipo es un hecho político, la figura mayor de la ideología. Por el contrario, lo Nuevo es el goce [lo dionisiaco]: (…) arrebato desesperado que puede ir hasta la destrucción del discurso: una tentativa por hacer resurgir históricamente el goce reprimido bajo el estereotipo.

(Barthes; p.67)

Dice Barthes: "lo Nuevo es el goce", pero nosotros añadimos: "lo Dionisiaco", es decir, bien expresado está por la boca de Roland Barthes la propuesta implícita en el mensaje nietzscheano de lo que hemos venido presentando. Para Nietzsche, la liberación de lo dionisiaco y la presencia caótica de este espíritu en el mundo seguro de los signos, viene a dar el respiro de libertad que tanto ha necesitado el discurso anquilosado, regañado y dirigido. Así, el pensamiento que era sometido en pos de la verdad, ahora se sabe parte de ese gran mundo del devenir, de la apariencia, de las máscaras. En este punto las apariencias, el signo lingüístico, se sabe como tal: como signo, representación, pero no ya como negatividad e ilusiones, sino que se expresa libremente y baila de un lado a otro en esta fiesta que es mundo de las máscaras. Así, también, el hombre dionisiaco experimenta esa libertad lingüística-creativa, lejos de seguir obedeciendo las exigencias que la ratio positivista canoniza como verdad, como sumisión a un Único método a la verdad, a la disposición de roles sociales preestablecidos y al pensamiento funcionalizado. En este caso, la conciencia se desarrolla de manera autónoma, más allá de las exigencias de la comunicación social o ideológica.

El artista dionisiaco –como heredero de la riqueza lingüística- potenciará y buscará nuevas formas –más bellas, más nobles- de comunicar y expandir su lenguaje, su herencia. Esta cosmovisión lingüística en Nietzsche significa un adiós a los mercenarios de la palabra y un saludo a "los artistas, y en general a todos los que, al parecer, tienen en común un uso no utilitario de la palabra, sino su disipación y la de sus posibilidades". (Vattimo; III.3; p.209).

Aquí abrimos un paréntesis para advertir que: el estado dionisiaco no es de tiempo completo, es decir, el mismo hombre no soportaría tanto desbordamiento de goce, de placer, de éxtasis creativa. El impulso dionisiaco viene y se va, está pasando constantemente, pero no siempre está ahí. Nietzsche nos advierte en sus primeros escritos que cuando pasa el efecto de la embriaguez viene la prudencia.

Hay períodos en los que el hombre racional y el hombre intuitivo caminan juntos; el uno angustiado anta la intuición, el otro mofándose de la abstracción; es tan irracional el último como poco artístico el primero. Ambos ansían dominar la vida; éste sabiendo afrontar las necesidades más imperiosas mediante previsión, prudencia y regularidad; aquél sin ver, como ‘héroe desbordante de alegría’, esas necesidades y tomando como real solamente la vida disfrazada de apariencia y belleza.

(V.M; c.2; p.37)

El aspecto dionisiaco va más relacionado con el hombre artístico, el hombre que está más allá de las convenciones sociales, que se refugia en el mundo estético y que vive y desarrolla un tipo de sabiduría proveniente del pathos, es decir, la carga emocional del individuo es lo que lo lleva a vivir en la esfera del arte, es la que le dice que el mundo que conocemos -el mundo racionalizado- es una ficción fría, crisálida. Así cuando el "fingimiento no es ya libre inventiva dionisíaca, que asume y depone las máscaras por exuberancia creativa, sino que se convierte en fijación de normas lingüísticas y al mismo tiempo de roles sociales, nace también la mentira y al mismo tiempo el cansancio que ella produce" (Vattimo; II.1; p.78).

Para Nietzsche en el hombre la tendencia apolínea y la tendencia dionisiaca deben –en lugar de luchar entre ellas- ayudarse, mejor dicho, lo apolíneo se encuentra dentro de lo dionisiaco, esa pequeña parte está ahí para apoyar a quien debe llevar la batuta, al creador, a la fuerza simbólica. Cerremos el paréntesis.

Bueno. El artista dionisiaco, un hombre que desarrolla hasta el máximo sus capacidades simbólicas, debe prestar especial atención a su intuición, debe dejarse guiar por la sabiduría de la intuición. Como sabemos, para Nietzsche, el hombre intuitivo, dionisiaco, es superior al lógico, al hombre de la ratio. La intuición, tal y como la entiende Nietzsche, es una facultad adivinadora, pronosticadora, requiere de mucho olfato, de tacto, de oído, en fin, conoce el engaño de lo fijo, de lo llamado "bueno", huele la podredumbre de lo que es corrupto, de lo que es falso, además también, sabe lo que es bueno para la vida, se identifica con lo bien constituido, se deja guiar por el gusto. Esto no significa que la intuición se queda sólo con lo dado, con lo superficial de las cosas; no es una visión inmediata, sino que es una "mirada" profunda con todos los sentidos que penetra en el corazón de las cosas y el mundo. El hombre intuitivo, el artista dionisiaco, más que conocer el mundo, lo siente. Pero, ese sentimiento de lo que está en el fondo de las cosas no puede expresarse superficialmente con el lenguaje conceptual cotidiano, sino que requiere de un lenguaje nuevo, creador, estético, libre, inocente, metafórico.

Como todo artista, el poeta dionisiaco escucha a su intuición, lo que puede sentir y expresar lo ve como en un sueño, es decir, se encuentra en un estado de inspiración. Nietzsche describe a la inspiración como un acto involuntario -que se ofrece al hombre intuitivo- e individual. De la misma manera, él nos expresa lo que es la inspiración desde su experiencia personal:

Todo acontece de manera sumamente involuntaria, pero como en una tempestad de sentimiento de libertad, de incondicionalidad, de poder, de divinidad (…) La involuntareidad de la imagen, del símbolo, es lo más digno de atención; no se tiene ya concepto alguno; lo que es imagen, lo que es símbolo, todo se ofrece como la expresión más cercana, más exacta, más sencilla. Parece en realidad, para recordar una frase de Zaratustra, como si las cosas mismas se acercasen y se ofreciesen para símbolo (‘Aquí todas las cosas acuden acariciadoras a tu discurso y te halagan: pues quieren cabalgar sobre tu espalda. Sobre todos los símbolos cabalgas tú aquí hacia todas las verdades… Aquí se me abren de golpe las palabras y los armarios de palabras de todo ser: todo ser quiere hacerse aquí palabra, todo devenir quiere aprender a hablar de mí’ [ZA; p. 262]). Ésta es mi experiencia de la inspiración.

(E.H; p.108)

El que el mensaje estético se derive –por decirlo así- de la experiencia, de la inspiración dionisiaca, no significa que vaya a ser un mensaje sin sentido lleno de ruido, que sea puro desorden, pues. No. El lenguaje metafórico puede ser completamente ambiguo, claro, pero resulta ser una ambigüedad que exige un esfuerzo en la interpretación, en donde podemos observar nuevas líneas para el proceso de descodificación y codificación de nuevos mensajes. Y estas líneas nos permiten, al mismo tiempo, establecer –en ese caos aparente- un orden de interpretaciones sucesivas mejores que las de los mensajes anquilosados. La obra estética del artista dionisiaco, así, despierta en él mismo una capacidad enorme para poder interpretar los fenómenos que le acontecen y, también, la capacidad de poder sentirlos, "entenderlos" y expresarlos de manera compleja, bella. De esta manera se potencia la lengua con la que se expresa, la enriquece y –según Nietzsche- desarrolla la habilidad de comunicar esas "sutilezas", da esos "matices" que el lenguaje corriente ni siquiera advierte.

Así, el poeta al interpretar desarrolla la capacidad de comprensión, y al comprender los detalles de las cosas y el mundo, permite una mejor comunicación entre los hombres y entre el hombre y el cosmos. Lo que era una simple comunicación socializada, se convierte ahora en un verdadero proceso de retroalimentación y de comprensión, gracias al desarrollo de la capacidad intuitiva –de captar más, de ir a fondo- y del lenguaje como expresión artística.

La antigua antítesis entre cuerpo y mente se encuentra en comunión, mejor dicho, el pensamiento es ahora una afirmación del cuerpo y viceversa, ya no existe rivalidad y separación entre algo que nunca debió ser separado. El estilo en la expresión lingüística del artista se dirige al propio ser como una sola pieza. Pero hablando en estos términos –para que nos entendamos- podemos decir que "para Nietzsche un pensamiento sólo puede tener semejante fuerza transformadora, dirigida al ámbito corporal, si se reviste de un cuerpo lingüístico de gran belleza y densidad. El sentimiento del estilo es en Nietzsche una sensibilidad ya casi corporal" (Safranski; c.9; p.190). Dice el propio Nietzsche:

Voy a añadir ahora algunas palabras generales sobre mi arte del estilo. Comunicar un estado, una tensión interna de pathos, por medio de signos, incluido el tempo [ritmo] de esos signos – tal es el sentido de todo estilo (…) Es bueno todo estilo que comunica realmente un estado interno, que no yerra en los signos, en el tempo de los signos, en los gestos.

(E.H; p.69)

La importancia que le da Nietzsche al estado interno de lo dionisiaco se deriva de los alcances de inspiración y expresión que el artista puede desarrollar.

En el estado dionisiaco (…) lo que queda excitado e intensificado es el sistema entero de los afectos: de modo que ese sistema descarga de una vez todos sus medios de expresión y al mismo tiempo hace que se manifieste la fuerza de representar, reproducir, transfigurar, transformar, toda especie de mímica y de histrionismo. (…) Al hombre dionisiaco le resulta imposible no comprender una sugestión cualquiera, él no pasa por alto ningún signo de afecto, posee el más alto grado de instinto de comprensión y de adivinación, de igual modo que posee el más alto grado del arte de la comunicación.

(C.I; p.98)

El que se encuentra en el estado dionisiaco no puede dejar de expresarlo, la misma fuerza y sentimiento lo conducen a hacerlo. "Ese mismo estado es una aspiración elevada; quien lo conoce lo venera con los máximos honores. Lo comunica, tiene que comunicarlo, suponiendo que sea un artista, un genio de la comunicación" (C.I; p.110).

Así podemos decir que, el papel del superhombre, del hombre metafórico como artista dionisiaco –en lo que respecta a la praxis en la expresión lingüística- es comunicar, comunicar ese pathos lo mejor posible y lo más alejado de lo socialmente organizado -de los productos ideologizantes-, crear formas significantes coherentes, hacer del acto comunicativo un arte. La filosofía será, también, una obra de arte (aquí entendemos al arte como juego, despreocupado, es decir, que ni sirve ni está sujeto a determinada ideología) y no ya una episteme o conocimiento científico. El artista dionisiaco de Nietzsche, es ante todo un hombre que practica su propia filosofía -filosofía de la libertad y la afirmación-, un hombre autónomo cuya definición no pudo hacer, pero sí perfilar sus características. El impedimento de delimitar a este nuevo hombre es, precisamente, el hecho de estar constantemente trazando su realización, está superándose a sí mismo en cada momento. El artista dionisiaco es un niño que baila, ríe y canta.

"Cantando y bailando manifiéstase el ser humano como miembro de una comunidad superior: ha desaprendido a andar y a hablar y está en camino de echar a volar por los aires bailando. Por sus gestos habla la transformación mágica. (…) El ser humano no es ya un artista, se ha convertido en una obra de arte" (N.T; p.46).

CONCLUSIONES

A ver, recapitulemos: En los dos primeros capítulos tuvimos un acercamiento general a la vida, obra y propuesta teórica de Nietzsche. En el primer capítulo nos centramos en su vida, nos percatamos que en él el interés por los problemas morales viene ya desde su niñez, que fue un alumno aplicado, con espíritu crítico-científico y, siempre apoyado por sus profesores. Nietzsche, también como profesor fue un gran fomentador del estudio y el análisis de problemas, tanto en el plano de lo filosófico, como en de lo científico. Ya desde su cátedra en Basilea, adquiere principal interés por los problemas lingüísticos. Vemos en Nietzsche una gran admiración por el estilo de vida del mundo antiguo, por el valor de lo estético y por la propuesta de un nuevo hombre, reflejada en la pasión que tenía por la filosofía y por escribir sus libros. En su época como filósofo no abandona nunca la tarea de la filosofía a pesar de sus enfermedades, es más, pareciera que la enfermedad lo empujara a pensar y a escribir. Vimos, además, algunos de los libros y autores que leía, lo que nos permite entrever una pequeña parte de sus influencias y las directrices de su pensamiento. El valor del contenido de la obra de Nietzsche y de las aportaciones epistémicas a la filosofía, mientras vivió, no fue reconocido. Nietzsche se sentía solo, se sentía solo él con su –ninguneada, poco atendida y manipulada- obra. Hasta que Brandes comienza a hablar a sus alumnos de su pensamiento.

En el segundo capítulo nos acercamos un poco al pensamiento de Nietzsche por medio de los principales conceptos recuperados de su obra filosófica. Vimos en él su actitud crítica hacia el hombre actual y del sometimiento a sus propios productos culturales –llámense dios, moral, ciencia, filosofía, etc.- y a la necesidad de crearlos. La respuesta de Nietzsche a esto se encuentra en el estudio de la Naturaleza y sus necesidades y, en la propuesta del superhombre. Vimos que para él la voluntad de poder es la esencia de la vida, que el hombre debe hacer pleno uso de esta voluntad para liberarse de lo que el mismo hombre se ha creado –y que no corresponde al natural cause vital- para así construirse un nuevo mundo y un nuevo tipo de hombre, el superhombre. El método propuesto es el de la transvaloración, mismo que se propone un cambio de la forma dogmática de pensar hacia nuevas expectativas, nuevas valoraciones, más cercanas a lo trágico del mundo, a lo real y, manifiestas en valoraciones derivadas de la experiencia y creación estética personal. El superhombre crea sus propios valores, su propia meta, es un ser individual cooperante con sus características propias. Y Nietzsche establece una analogía entre este ser y las características que posee el artista, el genio creador.

En los dos últimos capítulos abordamos, ya propiamente, el tema del lenguaje. En el tercer capítulo observamos que la primera aproximación que tuvo Nietzsche con el tema del lenguaje fue a partir de su formación como filólogo. Un primer acercamiento a los estudios lingüísticos se derivó de la observación de las palabras en su proceso etimológico. A partir de ahí, ve Nietzsche que es necesario estudiar el signo en su proceso evolutivo en el seno de lo social, pero no como una simple enumeración objetiva de hechos históricos, sino como una observación, descripción, crítica y especulación de la historia como algo vivo, algo que está deviniendo constantemente, con todas sus luchas, sus fuerzas, etc., es decir, un análisis, una visión a través de los ojos de la genealogía. Nietzsche encuentra en el estudio del lenguaje una pieza clave para el estudio crítico de la filosofía, del conocimiento y de la cultura en general. Así mismo, entramos al estudio del paradigma retórico en Nietzsche. Vimos cómo el estudio estructural del lenguaje lo llevó a descubrir en la retórica a un instrumento constructor de conocimiento relativo, un arma crítica y desmitificadora y, a la vez, a una rehabilitación de un lenguaje retórico-metafórico más rico. Advertimos la importancia de la metáfora en Nietzsche como expresión más cercana de lo real. Establecimos las relaciones existentes entre la metáfora y el concepto en correspondencia a los términos nietzscheanos que se tienen de las relaciones estructurales entre un lenguaje filosófico-conceptual y un lenguaje retórico metafórico. Para Nietzsche el replantear y hacer uso del lenguaje metafórico nos lleva a un tipo de filosofía y pensamiento más vivo, más artístico y que, a su vez, plantea la reestructuración continua del código lingüístico.

En el cuarto capítulo –y último de nuestro trabajo- vimos la relación que guarda el hombre respecto al lenguaje, y la propuesta teórica-práctica de Nietzsche. Ya entrados más en un aspecto ontológico establecimos la clara resultante de lo que habíamos expuesto en los capítulos anteriores. Vimos las limitaciones morales y creativas que el lenguaje metafísico posee y su relación con el hombre dogmático. La propuesta de Nietzsche es la de la realización práctica de una transvaloración lingüística que permita al hombre liberarse del pensamiento dogmático-metafísico por un conocimiento de sí mismo y de sus potencias lingüísticas, que ofrezca como resultado un superhombre, un nuevo "yo liberado", dispuesto a crearse –por un lado- su nuevo mundo y –por otro lado- nuevos productos ségnicos artísticos. Por último dijimos que lo que Nietzsche intenta es señalar el camino al hombre hacia un tipo de vida inocente, en donde la idea del juego destruirá las estructuras discursivas que lo aprisionan.

Llegado a este punto podemos decir que hasta donde pudo llegar Nietzsche fue hasta la propuesta de salir del lenguaje metafísico. Muchos autores le han reprochado a Nietzsche el hecho de seguir utilizando un lenguaje metafísico para expresarse. Pero lo que podemos decir es que la historia y la tradición hasta ahí se lo permitieron. Si de por sí al hablar Nietzsche el lenguaje común metafísico no se le ha comprendido en muchos aspectos, si al llamarle a muchas cosas por su nombre se le ha tachado de satánico y se han abstenido de leerle –por decir un ejemplo-, si apenas después de un siglo de su muerte se vienen comprendiendo muchas cosas que él ya había vaticinado, no se le puede reprochar ya después de muerto el haber planteado la oportunidad de salir de la metafísica y expresarse él con un lenguaje metafísico. Tengamos en claro que para poder hablar de un nuevo lenguaje, para hacer la introducción a un nuevo pensamiento, primero debemos anunciarlo con los elementos que tenemos a la mano, si no, no se le podría entender. Es decir, para hablar de un nuevo código lingüístico, no se puede empezar hablando ese código lingüístico, se debe apoyar uno en un código preexistente para poder describirlo, delimitarlo o anunciarlo, por lo menos. Lo importante aquí es que Nietzsche nos señala el camino y las puertas que nos conducen hacia fuera del pensamiento metafísico. Él ya hizo su propuesta (la transvaloración, el superhombre, el juego, etc.). Nosotros debemos hacer la nuestra.

Al hablar sobre el método de el lenguaje por el lenguaje no podemos sino concluir que a lo que se llega es a la destrucción de las expectativas de verdad en el propio discurso. Lo que la idea del juego sugiere en el lenguaje es la de desbaratar todo discurso solidificado y considerar lo que se dice como ficción, si esto es así, entonces todo método es, también, una ficción, una ficción que sólo nos sirve para estructurar o para tratar de organizar el pensamiento y lo que el pensamiento cree que ha llegado a conocer con y por medio del lenguaje. Lo importante aquí y en Nietzsche es la tarea de acercar los estudios del lenguaje y del conocimiento a métodos más cercanos a lo lingüístico –en donde el lenguaje esté constantemente reflexionándose- y al hombre mismo.

Así este trabajo, también, como toda obra discursiva puede ser interpretada de diferentes maneras. Para poder realizar este trabajo –debo decir- tuve que considerarlo o planearlo como una obra cerrada. Tuve que estructurar y presentar cada capítulo –y a todos en conjunto- como si fuera un sistema cerrado, como si la filosofía de Nietzsche fuera una sola pieza. Fue no poco mi esfuerzo, ya que la obra de Nietzsche no se puede estar quieta, carece de estructura, va de un lado a otro. Y lo que se trató de hacer en esta monografía fue tratar de detenerla un momento para mostrarla. Es por eso que esta investigación tiene la forma que tiene, por eso aborda los temas en ese orden, pero si usted, compañero lector, se interna por los laberintos de la filosofía de Nietzsche, estoy seguro que encontrará otros temas diversos, podrá visualizar otra manera de presentarlos, de abordarlos. Yo por mi parte creo haber hecho lo correcto.

No puedo decir que con este trabajo mi deuda con Nietzsche se encuentra ya saldada. Por el contrario, considero que todavía falta mucho por hacer. Las lecturas que realicé en la investigación documental me llevaron a otras lecturas y a la búsqueda de otros libros que ya no aparecen en esta investigación. De la misma manera puedo decir que hubo otras fuentes a las que no puede recurrir, ya sea porque no se encontraban disponibles en las librerías o bibliotecas, o porque no existe una versión en español de las obras. De todas formas considero que se ha hecho mucho con tan poco y que hace falta hacer más todavía sobre este tema. Sin embargo, se resalta el hecho de que este trabajo pone sobre la mesa ciertos aspectos que no han sido aprovechados, o suficientemente valorados en la obra de Nietzsche. No es que este trabajo haya sido una novedad, no, las aportaciones que Nietzsche hizo al tema del lenguaje han sido discutidas, pero no se le ha dado la importancia como para hacer un tratado más profundo. Pero el llamado aquí está, lo que sigue –y lo que he estado apreciando en otras lecturas- es una revisión más profunda de las aportaciones nietzscheanas que se han descubierto –y por qué no: le han atribuido- en torno al tema del lenguaje y de otros temas en general. Parece que después de un siglo se están redescubriendo muchas cosas y se están abriendo debates más exhaustivos sobre diversos temas en concreto, que a su vez permitirá construir métodos y herramientas de análisis sobre estudios hasta ahora entonces no explorados por completo (por ejemplo: la importancia de los estudios sobre la individualidad, o la historia de la locura y de la sexualidad de Foucault, las exposiciones sobre Nietzsche sobre temas actuales… y los que faltan). Considérese esta investigación como una humilde aportación.

Anteriormente dije que esta investigación puede ser interpretada de muchas maneras –yo hube de diseñarla como una obra cerrada-, pero sería epistemológicamente más sano considerarla como una obra abierta. Si quedó ficticiamente organizada o estructurada de esta manera, sólo fue con fines meramente epistemológicos. Es decir, los significados atribuibles y los conocimientos que se puedan cosechar –o no- dependen en última instancia de los lectores. Esto sirve de mucho porque así podemos considerarla –no como el único, o mejor o peor modelo de estructuración del pensamiento de Nietzsche en torno al tema del lenguaje- sino como una más de las escasas aportaciones y, como generadora de nuevas interpretaciones y contribuciones. De mi parte eso es todo por el momento. Aquí les dejo mi granito de arena. Y, si tienes algo qué aportar o qué decir, pues adelante, róbate unos libros y realiza tu propio trabajo de investigación.

BIBLIOGRAFÍA

Obras de Nietzsche:

(N.T.) Friedrich Nietzsche, El nacimiento de la tragedia, Alianza Editorial, Madrid, 2000. Traducción de Andrés Sánchez Pascual.

(V.M.) Friedrich Nietzsche, Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, Ed. Tecnos, Madrid, 2000. Traducción de Luis Ml. Valdés y Teresa Orduña.

(E.R.) Friedrich Nietzsche, Escritos sobre retórica, Ed. Trotta, Madrid, 2000. Ed. y Trad. de Luis Enrique de Santiago Guervós.

(H.H.) Friedrich Nietzsche, Humano, demasiado humano, Editores mexicanos unidos, México, 1994. Trad. Jaime González.

(A.) Friedrich Nietzsche, Aurora, Editores mexicanos unidos, México, 1999.

(G.C.) Friedrich Nietzsche, La gaya ciencia, Editores mexicanos unidos, México, 1999.

(ZA.) Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra, Alianza Editorial, Madrid, 2000. Trad. Andrés Sánchez Pascual.

(M.B.M) Friedrich Nietzsche, Más allá del bien y del mal, Alianza Editorial, Madrid, 2000. Trad. Andrés Sánchez Pascual.

(G.M.) Friedrich Nietzsche, La genealogía de la moral, Alianza Editoral, Madrid, 2000. Trad. Andrés Sánchez Pascual.

(C.I.) Friedrich Nietzsche, Crepúsculo de los ídolos, Alianza Editorial, Madrid, 2000. Trad. Andrés Sánchez Pascual.

(E.H.) Friedrich Nietzsche, Ecce Homo, Alianza Editorial, Madrid, 2000. Trad. Andrés Sánchez Pascual.

(A.C.) Friedrich Nietzsche, El anticristo, Alianza Editorial, Madrid, 2000. Trad. Andrés Sánchez Pascual.

Obras complementarias sobre Nietzsche:

Roland Barthes, El placer del texto y Lección inaugural, Siglo XXI editores, México, 1998. Trad. Nicolás Rosa y Óscar Terán.

Alfredo Cruz Prados, Historia de la filosofía contemporánea, Ediciones Universidad de Navarra, Pamplona (España), 1991.

Gilles Deleuze, Nietzsche y la filosofía, Ed. Anagrama, Barcelona (España), 2000. Trad. Carmen Artal.

Jacques Derrida, Espolones: Los estilos de Nietzsche, Ed. Pre-textos, Valencia (España), 1997. Trad. Manuel Arranz Lázaro.

Umberto Eco, La estructura ausente, Ed. Lumen, Barcelona (España), 1999. Trad. Francisco Serra Cantarell.

Eugen Fink, La filosofía de Nietzsche, Alianza Universidad, Madrid, 1989.

Michel Foucault -(a), Nietzsche, la genealogía, la historia, Ed. Pre-textos, Valencia (España), 2000. Trad. José Vázquez Pérez.

-(b), Las palabras y las cosas, Siglo XXI editores, México D.F., 1989. Trad. Elsa Cecilia Frost.

Ivo Frenzel, Nietzsche, Salvat Editores, Barcelona (España), 1984. Trad. Rosa Pilar Blanco.

Herbert Frey, La muerte de Dios y el fin de la metafísica: Simposium sobre Nietzsche, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, Herbert Frey: editor, México, 1997.

Curt Paul Janz, Friedrich Nietzsche: T.02 Los diez años de basilea 1869-1879, Ed. Alianza Universidad, Madrid, 1987. Trad. Jacobo Muñoz e Isidoro Reguera.

Karl Jaspers, Nietzsche: Introducción a la comprensión de su filosofar, Ed. Sudamérica, Buenos aires (Argentina). Trad. Emilio Estiú.

Luis Jiménez Moreno, El pensamiento de Nietzsche, Ed. Cincel, Madrid, 1989.

Maurice Leroy, Las grandes corrientes de la lingüística, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1976. Trad. Juan José Utrilla.

Rüdiger Safranski, Nietzsche: Biografía de su pensamiento, Tusquets Editores, México, 2001. Trad. Raúl Gabás.

José María Valverde, Nietzsche, de filólogo a Anticristo, Ed. Planeta, Barcelona (España), 1994.

Gianni Váttimo, El sujeto y la máscara: Nietzsche y el problema de la liberación, Ediciones Península, Barcelona (España), 2000. Trad. Jorge Binaghi.

 

Óscar Daniel Alarcón Justo

Ciencias de la Comunicación de la Universidad Veracruzana (México)

Partes: 1, 2
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