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Ser y parecer: Para que tengamos auténticos medios públicos

Partes: 1, 2

    1. Tres rasgos indispensables
    2. Polarizada discusión
    3. Un mundo de medios de gobierno
    4. Excesos pequeños y grandes 
    5. Producción y productores
    6. El desafío digital
    7. Dilema del dinosaurio

       Aunque hay cada vez mejor acuerdo sobre su significado, el los medios de radiodifusión públicos todavía es un término que se emplea con magnánima laxitud. Televisoras descentralizadas, autónomas o controladas verticalmente por los gobiernos, radiodifusoras de gobiernos locales y universitarias, medios autoritarios y otros de funcionamiento abierto a sus audiencias, empresas de comunicación respaldadas con fondos públicos pero con muy contradictorias formas de relación con la sociedad, incluso pequeñas estaciones comunitarias o grandes consorcios estatales: todos ellos suelen ser estimados como medios públicos.

    Lo más significativo no es que se les catalogue en ese rubro sino que, de manera casi unánime, los directivos de todos esos medios quieren que a esas radiodifusoras y televisoras se les considere públicas. Más allá de las formas organizativas, de financiamiento, evaluación y de los perfiles de programación que tengan, en todo el mundo hay medios como los que hemos descrito y cuyos operadores se identifican, a veces sin discutirla siquiera, con esa denominación.

       En un mundo en donde se han extraviado las coordenadas de toda índole, llama la atención ese afán por decirse públicos. Hoy en día las referencias ideológicas, políticas, administrativas e incluso culturales y lúdicas, tienden a difuminarse con tanto apresuramiento que las personas, pero también las instituciones, cambian de perfil frecuentemente o de plano carecen de él. Por ejemplo, ya casi nadie se reconoce como de "izquierda" y menos aún de "derecha". Las categorías para describir los fenómenos sociales y económicos se han vuelto tan peyorativas que muchos las consideran malas palabras: mercado, neoliberalismo, liberalismo, estado, corporativismo, suelen ser etiquetas más que caracterizaciones. Incluso las afinidades deportivas, las corrientes artísticas o las preferencias en la cultura popular son por lo general tan resbaladizas que cambian antes de convertirse en referencias estables. Modernidad líquida le ha llamado Zygmunt Bauman, con implicaciones más vastas, a esa labilidad de las identidades y los proyectos.

       En ese frecuente vacío de compromisos es notable la propensión en numerosos medios de radiodifusión para denominarse públicos. A pesar del descrédito que han llegado a tener el sector estatal de las economías y el poder político -con los cuales suele equipararse a lo público–  y a pesar del acaparamiento del espacio público por parte de consorcios comunicacionales privados, la radiodifusión pública sigue teniendo un aura de munificencia y nobleza. Ese término, aunque se abuse en su utilización, implica y obliga a quienes lo adoptan. Lo público en la comunicación es sinónimo, antes que nada, de operación no comercial.

       En esa reivindicación de lo público delante de la radiodifusión mercantil coinciden emisoras de gobierno, universitarias, parlamentarias, locales, regionales, comunitarias, de grupos sociales, etcétera. La sola confluencia en torno a ese término indica el interés y la necesidad para que la comunicación no esté ceñida, toda ella, a prioridades comerciales. Los motivos para que existan esas radio y televisoras son muy variados. Algunas, desde hace décadas forman parte de la historia de la comunicación en sus países. Muchas de ellas fueron creadas como instrumentos de propaganda; algunas más han estado dedicadas a la educación, al servicio a sus comunidades o a difundir contenidos para grupos sociales específicos. Todas, tienen en común el propósito de ser diferentes de la radiodifusión comercial.

       El problema en muchos casos es que esa diferencia no siempre es perceptible, o no llega a ser claramente singular delante de la radiodifusión de la cual los medios que se pretenden públicos quieren distinguirse. No son pocos los medios de esta índole que, para no naufragar en el océano de ofertas comunicacionales que hay en sus países, llegan a mimetizarse con los estilos de la radiodifusión comercial. Entonces la única diferencia entre unos y otros medios es que los de carácter comercial se sostienen exclusivamente de la publicidad que venden y los reputados como públicos les cuestan dinero a los contribuyentes.

       En otras ocasiones el interés del gobierno se sobrepone a cualquier otra consideración y los medios calificados como públicos son simplemente espacios de promoción para el poder político. Los directivos de estos medios suelen estar al garete de los intereses e incluso los caprichos de los gobernantes. O acontece que, sofocados por las limitaciones presupuestales, los medios de este tipo apenas sobreviven y no pueden desplegar toda la creatividad y el servicio que podrían ofrecerle a la sociedad si tuvieran mejores condiciones financieras.

    Tres rasgos indispensables

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