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La Asesoría Filosófica en el legado de Platón y Aristóteles

Enviado por Claudio Altisen

Partes: 1, 2

    1. Aristóteles: meticuloso discípulo de un excepcional maestro.
    2. Anexo

    1) Platón: el socrático por excelencia.

    Aristokles, más conocido por su apodo: Platón, tenía 29 años cuando Sócrates, su maestro durante décadas, fue condenado a muerte. A posteriori del deceso de su mentor Platón fundó en el año 385 AC su propia  escuela de Filosofía en las afueras de Atenas, en el predio de unos jardines arbolados que debían su nombre al héroe mitológico griego Academos. Allí, en la Academia de Platón, la conversación viva era la manera más importante de filosofar. La meta de esos diálogos filosóficos era recorrer el camino que va desde los conceptos vagos hasta las verdaderas ideas que se encuentran detrás de los fenómenos de la naturaleza. La pretensión, en definitiva, era que el diálogo permitiera captar la luminosa realidad que se encuentra más allá de la opacidad del mundo que nos es dado ver… Para lograrlo, en la Academia hurgaban en las ideas habituales de la gente, tratando de transitar a partir de ellas hacia la verdadera sabiduría.

    También hay que señalar que Platón realiza en la Academia un primer intento de sistematización del pensamiento. En efecto, la enseñanza de Sócrates era poco dogmática y sus discípulos la desarrollaron luego en muy diversas direcciones, adhiriéndose a ciertos aspectos fragmentarios del pensamiento del maestro y alterándolo en parte. Ante ello, Platón intenta reunir en un sistema original todo el conjunto de pensamientos que los filósofos habían dispersado.

    Platón se esfuerza por construir un sistema doctrinal que, sin embargo, resulta prematuro, pues su modo de exposición es más estético que científico. Por momentos manifiesta vaguedad e impresición, procediendo por metáforas y símbolos. Aunque no llegó a ser un filósofo del todo sistemático, su labor académica sentó las bases para la posibilidad de un ulterior filosofar ordenado en diversas disciplinas. Se ha de señalar entonces que, más que un sistema definitivo, el platonismo fue un movimiento transitorio hacia una sistematización superior a la que él mismo había logrado. En efecto, la filosofía platónica no persigue propiamente un fin principalmente teórico. Más bien se ha de señalar que Platón fue un hombre con un concepto muy ambicioso de la Filosofía. Mediante su temprana labor sistematizadora pretendía esbozar un itinerario para lograr la purificación y la salvación de la vida de los hombres. Como en su maestro, también en Platón se manifiesta el afán por encontrar en la Filosofía un camino de superación personal. Tal camino consistirá en trabajar por desencadenarse de todo aquello que nos limita, para poder llegar a ser los humanos plenos que idealmente estamos llamados a ser.

    Siguiendo a Sócrates, Platón se aventuró al camino interior propuesto por su maestro ("conócete a ti mismo") y arribó a un puerto de ideas dominantes que no resplandecen afuera "en el mundo sombrío de las meras apariencias sensibles" sino adentro, en la luminosidad interior del alma. Luego, para ser libre, el hombre está moralmente obligado a purificarse de los requerimientos distractores de un tipo de vida social que lo sujeta a pautas engañosas que bien podrían compararse a las cadenas que retienen a un prisionero en el fondo de una oscura caverna. Una vez liberado, el prisionero ha de trabajar por ascender remontando su propia existencia hacia la claridad de una Luz estable que brilla más allá del devenir de lo sensible. En efecto, Platón "siguiendo a Sócrates" está persuadido de que el verdadero saber no puede referirse a lo que cambia, sino a lo permanente; no a lo múltiple, sino a lo uno. Ese algo invariable y uno lo había encontrado Sócrates en el Logos del concepto que sale a luz mediante el dia-logos. Ahora bien, como lo permanente e inmutable de los conceptos no se encuentra en el mundo de lo sensible (singularizado y múltiple), Platón postula otro mundo; esto es, el denominado mundo de las ideas o mundo inteligible, del cual el mundo sensible no es más que copia e imitación. Estos dos mundos "el de lo sensible y el de las ideas" definen dos órdenes del ser, de los cuales se siguen dos modos principales de conocimiento: la doxa (mera opinión) y la epistéme (ciencia, sabiduría). El conocimiento propiamente dicho es el de la ciencia, y para alcanzarlo el alma debe: primero purificarse de las opiniones (de la mera imaginación y de las creencias) para, luego, ascender hacia el conocimiento más esclarecido (el entendimiento de las ideas matemáticas, y la inteligencia de las ideas morales y metafísicas).

    Los caminos para lograr esta purificación y ascensión son dos: el amor y la metafísica.

    a) Por medio del amor: Atraído por la Belleza "por lo que hay de más noble" el espíritu supera las tendencias que lo empujan hacia lo bajo, hacia lo meramente sensible. El vuelo de este amor está en la búsqueda de la belleza y del saber. En efecto, la ascención del conocimiento viene puesta en marcha por el amor (eros); es decir, por su ansia de perfección. Ese ansia proviene del hecho de que el alma se había hallado ya una vez en la serena contemplación de las ideas, en su preexistencia; es decir, antes de ser desterrada a esta existencia corporal. El conocimiento verdadero es, por tanto, recuerdo (anámnesis), una reminiscencia.

    b) Por medio de la metafísica: Aquí el hombre recupera la visión pura de las cosas mediante un discurso conceptual, dialéctico. Como ya señaláramos, este discurso es un modo de razonar de tipo estético, por medio de armonías y proporciones.

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