He vendido pompas de ilusión en una empresa llamada La ilusión del buen vivir; un producto que al tacto se desmorona, es efímero como las pompas de jabón.
Cuando lo tienes brinda un placer indescriptible, te crees importante y el delirio de poder te lleva a acumular objetos, productos en tu despensa, llenar tu ropero. Comprar, comprar, comprar, en aras de la felicidad. Pero no basta. Deseas más y más pompas. Te conviertes en un adicto a la ilusión del buen vivir.
Se detiene el metro, abre las puertas, Ruperta escucha que es su parada, duda si bajar o no.
Aprieta manos, mandíbulas. Junta los dientes unos sobre otros. Las orejas las siente calientes, gotas de sudor aparecen debajo de su nariz, sobre su frente, algunas ya se deslizan.
Se pregunta nuevamente « ¿bajo? », cierra los ojos buscando una respuesta y ante el temor de que cierren las puertas, sale rápido.
Ruperta aun con la billetera en manos, busca el teléfono de la persona entre sus documentos, marca el número; mientras lo hace, recuerda que su acento es diferente. Cuelga.
-¡Mi billetera! -le reclama una señora.
Ruperta, sin escape alguno, no lo puede negar; ella la tiene. Dirige su rostro hacia aquel reclamo.
-¡Démela! -le dice con tono insistente.
Es la anciana que le preguntó la hora en el metro, cuando sus pies imploraban libertad.
-¡Ahora sí! -piensa Ruperta- ¿quién me cree todo esto?
Autor:
Natali Torres Llacsa
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