El Cristo de Munckacy, obra sublime por el humanismo que refleja, fue sometida a minuciosa observación por José Martí; a él le interesó este cuadro, que es un portento de la pinacoteca húngara del siglo XIX, por sus intensas cualidades estéticas; pero la vida del pintor le importó mucho más que el famoso cuadro; por eso toma al lector de la mano y lo conduce a través de la psicología del pintor. Eso carga el artículo de un brillante simbolismo que Martí usa como herramienta para difundir en la realidad latinoamericana los preceptos humanistas a través de su ejercicio periodístico comprometido.
El origen del artista tiene momentos en los que se asemeja a Jesús de Nazaret en muchas cosas; por ejemplo, su niñez traumática, su nacimiento en el seno de un país tocado por la guerra y la división interna. Allá, en la antigua Palestina, la fuerza opresora del Imperio romano y en Hungría, el país atacado y ocupado por el Imperio Ruso. La fina necesidad martiana capta el nexo entre el símbolo central de la pintura y el pintor.
La situación se agrava para el niño al quedarse en la soledad. "No salía el Sol para las almas"[1]. La madre muere de la muerte más terrible: de hambre, el padre languidece en la prisión y allí expira. Un tío lo hace carpintero. El arte de pintar se abrió paso en las tinieblas interiores del futuro artista, le salió como una tromba de sus recónditos dolores, lector incansable y observador profundo y dotado de de una formación volitiva superior, el pintor supo comprender y reflejar el terrible drama de Cristo desde que el ejercicio de su actividad de redención espiritual motivó a sus enemigos para realizar la infamia de su enjuiciamiento y crucifixión. Lo entendió mejor porque a él también las duras circunstancias de su vida le habían crucificado su felicidad.
Su cuadro "Cristo ante Pilatos", intenso y sublime, es testimonio de grandes momentos; tampoco a Martí que es predicador y unificador de almas para una causa es ajeno el drama cristiano; el prócer cubano también tiene demostrada su capacidad espartana de soportar sufrimientos.
Esos hombres todo lo resisten porque tienen una idea, porque son redentores; por eso el comentario de Martí es delirante:
". es preciso batallar para entender bien a los que han batallado: es preciso, para entender bien a Jesús, haber venido al mundo en pesebre oscuro, con el espíritu limpio y piadoso, y palpado en la vida la escasez del amor, el florecimiento de la codicia y la victoria del odio: es preciso haber aserrado la madera y amasado el pan entre el silencio y la ofensa de los hombres"[2]
Munckacy había pintado con el alma y pudo hacerlo porque la suya era ".una cámara fúnebre de sombras", a lo que además añade que ".crear le urgía, tenía aquel apetito de verdad. que produce a los grandes hombres. los hombres son como los astros, que unos dan luz de sí y otros brillan con la que reciben. ¿Con qué había de pintar Munckacy sino con las tristezas del alma, con sus recuerdos tétricos, con aquellas tintas propias de quien no ha conocido la alegría?" [3]
Mihaly Munckacy
Martí defendía la subjetividad en el arte; el artista crea a partir de la representación que se hace del entorno que sobre él actúa, en ese medio hay mecanismos materiales y espirituales, el artista al crear hace un acto de voluntad individual en el que participa su psiquis entera y la verdadera obra que sale de sus manos es una criatura que lleva en sí desgarros del alma y convence en la medida en que sea descifrable para el observador la idea que envía. "se ve en el mundo lo que se tiene en sí; el hombre se sobrepone a la Naturaleza, y altera su armonía y su luz".[4]
Es evidente que este pintor tiene algo intrínseco que hace que su obra tenga de faro; por eso después de obtener fama y dinero, prefiere arriesgarse en el último día de Jesús, tema bastante incursionado en casi todas las corrientes anteriores; al hacerlo, lo asume en grande por la intención de reflejar un hecho de trascendencia y es un reto por las proporciones del ataque que tendría que enfrentar si algo de su cuadro fuera considerado sacrílego en aquella Hungría tan religiosa; pero lo hizo."Puso el pintor en aquella su piedad de pobre, su color de alma sola, su osadía de hombre nuevo"[5]
El Cristo que en el cuadro de Munckacy comparece ante Pilatos acusado por Caifás y vituperado por una turba envilecida, es digno de su destino mesiánico, de su aureola de valor impuesta por un destino marcado de antemano.
¿Dónde radica entonces la fuerza del cuadro? La figura principal es el acusado, ante él languidecen en luces y sombras las demás figuras. El Cristo emerge y cautiva, se manifiesta su valor de forma evidente en su pose sencilla y segura y ".el contraste de de su energía sublime con las bajas pasiones que lo cercan"[6]
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