Qué puedo decirte: desilusión, amargura,
quizás indiferencia ya por tantas traiciones,
aunque comprenda que no del todo era tu voluntad,
aunque comprenda que tu mente se había contaminado
con tantas tristezas,
aunque sienta que ellas en parte fueron mi culpa,
y las haya sufrido no sabes cuánto
por sentirme inhábil para evitarlas.
Igual me faltó ese cariño incondicional
que el niño siente hacia su madre
que da calorcito al corazón e infunde confianza,
cuando ella no ha hecho nada imperdonable,
y aún así he sabido de varias afortunadas
contar igual con la adhesión de sus hijos.
No fue tu caso; esa adhesión
se la otorgaste siempre a tu padre y a su familia,
que hiciste la única propia.
Y sin embargo, los dos sabemos que no hicieron
nada de valor verdadero para ganársela.
Ellos te quemaron la manito con apenas un año,
te aterrorizó tu abuelo con sus actos de violencia atroz
contra seres indefensos
como aquel pobre gato, la perra o el pajarito.
Tu padre te supo susurrar los peores consejos
con sus mañas seductoras haciéndote gustar del dinero
para que siguieras su ejemplo sucio de delincuente.
A veces me siento un vientre alquilado,
nada más.
Siento como si lo que gesté
lo hubieran formado ellos, nada más,
un producto extraño que no tenía nada de mi.
Nunca pude mirarme en tus ojos y ver en ellos
la devolución de mi mirada de amor,
percibir en el tacto de tus manitos algo entrañable y familiar;
siempre esa distancia, ese abismo infranqueable,
esa alienación:
y eso provocaba una sensación desesperada,
de extrañeza, de vacío.
No me viste, no me has querido
aunque por ti di mi sangre, mis genes,
mis expectativas, mis anhelos hechos poema.
Todo mi afán, mis esfuerzos por apuntalarte
fueron semillas en el mar, huellas en la arena,
como si oyeras mi voz pero lejana, apenas comprensible,
separada de tu oído por una densa cortina
que la sofocaba y hacía que
apenas rozara tu interés, tu corazón.
Muchas veces pensé que tu abuelo era un mago siniestro
disfrazado de abuelo
que ejecutaba mi cruel destino de soledad.
Y el tuyo, porque sé que no eres feliz.
Inicialmente había en tu mirada una pureza y una inocencia
que me quedaba contemplándote: tan delicadito y sensible.
Creo que eso fue lo que te di
y ellos en su mundo bestial aborrecieron.
Este mal destino dictaminado quién sabe dónde y por quién
pero que en círculos oscuros se ha repetido
una y otra vez.
Siniestro abuelo tuyo, artífice de nuestra desgracia,
de nuestra tragedia, tal, que ni Eurípides habría concebido.
Estoy ya resignada a esta situación apocalíptica
porque la resignación es el único reducto
que me queda para sobrevivir.
¿Quién eres ahora? , ¿En qué te has convertido?
No quiero saber cómo se ha transformado tu rostro,
ni qué ha sido de tu vida con esa malvada mediocre a tu lado.
Ojala no hayáis concebido alguna pobre criatura
porque habría venido contaminada ya con todos vuestros vicios.
Sólo espero que en el postrer momento te acuerdes
que tu madre siempre te ha querido bien,
aunque no quisiera que le hablaras nunca más.
Que ha sido la que te quiso de verdad,
con un amor incalculable e insustituible.
En el fondo debes saberlo por tu brillantez, aunque no lo admitas.
Lo guardas en ese oscuro baúl escondido
de tu fuero interno que disimulas
haciéndote el que no eres para que no te saquen
lo único auténtico que tienes de ti.
Creo que el terror te hizo ser así,
con esa dualidad esquizofrénica que también tuvo tu padre.
Se defendieron interpretando el personaje que agradaba al monstruo.
Pero si es verdad que a veces nos comunicamos en sueños,
en el próximo te abrazaré contra mi pecho
pese a quien pese y caiga quien caiga
y te gritaré al oído "¡TE QUIERO MUCHO!" ,
tan fuerte que despertarás con mi voz por fin resonando en tu cabeza!
SANACIÓN
¿Llegará desde el cyberespacio,
la inesperada luz que entibie
el páramo recio en el que vivo?
Llegaría en el otoño y sin embargo,
pondría en lugar de la hojarasca,
pétalos de rosa en mi camino,
flores fragantes en mi almohada,
colores y cantos en la bruma helada
que asustada huiría ante tanta vida.
Sería la sabia nueva
que recorre el tallo aún en el invierno,
ahuyentaría las sombras
que envuelven las penas;
traería consigo a Perséfone;
cielo azul y sol brillante,
la primavera es reina en mi jardín
antes desolado y ahora bello.
Autor:
Esperanza Cibils Balbis
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