"Estudio teórico-práctico desde la perspectiva de la sociología de la desviación"
- Algunas consideraciones sobre la delincuencia juvenil
- Análisis situacional
- Análisis teórico: etiología de la delincuencia juvenil
- Una tipología de los delincuentes juveniles
- Estadísticas oficiales sobre la delincuencia juvenil
- Limitaciones
- Conclusiones
- Recomendaciones y propuestas
- Bibliografía
- Anexo. Vía crucis estadístico
El presente es un estudio teórico-práctico de la delincuencia juvenil en Venezuela desde la perspectiva de la sociología de la desviación.
Las fuentes para el estudio están constituidas por una variedad de libros, diccionarios, investigaciones, datos estadísticos y leyes seleccionados por ser considerados pertinentes en la exposición de ideas que se refieren a la delincuencia juvenil en el país.
La información resultante de está investigación será presentada en cinco grandes apartados. Primero se presenta el apartado Algunas consideraciones sobre la delincuencia juvenil, donde se aclaran ideas dispersas sobre la temática, se plantea, delimita y justifica el objeto de la investigación. El segundo apartado es el Análisis situacional, allí se establece un contexto demográfico del país, la particular situación del menor dentro de dicho contexto y el Sistema de Responsabilidad Penal del Adolescente. En el tercer y cuarto apartado se expone un marco teórico derivado de la sociología de la desviación que cuenta con un análisis de diversas teorías que responden a la etiología de la delincuencia juvenil – Análisis teórico– y con Una tipología de los delincuentes juveniles. Por último, en el quinto apartado se muestran las estadísticas se sustentan el fenómeno social de la delincuencia juvenil, se le dio el nombre de Estadísticas oficiales y en éste se analizan las cifras disponibles del Instituto Nacional del Menor. También se agregará un apartado especial de anexos, el cual tratará de proporcionarle al lector la mayor información posible en cuanto al proceso de solicitud de estadísticas a los organismos gubernamentales correspondientes.
La importancia de este estudio radica en que se trata de un fenómeno social desviado considerado como universal, que se nutre de una particular situación nacional, y que ha sido poco estudiado hasta el momento.
Finalmente, cabe destacar que un trabajo de esta magnitud difícilmente puede ser abordado exhaustivamente, sin embargo los diferentes puntos del mismo serán tratados de la forma más completa posible para así proporcionar al lector una clara visión del fenómeno de la delincuencia juvenil en Venezuela.
Es muy importante destacar que esta investigación es el paso inicial para estudios posteriores a efectuarse cuando sean posibles, además de ser un requisito para orientar las posibilidades de presentar algún tipo de afirmación sobre la delincuencia juvenil en Venezuela.
Algunas consideraciones sobre la delincuencia juvenil
Sin lugar a dudas, la delincuencia juvenil es uno de los hechos sociales más importantes presente en las sociedades. Además, es considerado como uno de los temas criminológicos internacionalmente preferidos porque la manifestación del hecho puede observarse con mayor facilidad entre la población joven que entre la adulta, y por ver la delincuencia juvenil de hoy como posible delincuencia adulta del futuro.
La delincuencia juvenil es un fenómeno problemático social mundial que se presenta en todas las sociedades sin importar su carácter. (Morant, 2003)
Lograr una definición de delincuencia juvenil resulta complejo, por lo que llegar a construirla obliga a esclarecer los conceptos de los que se deriva: delito, delincuente y delincuencia.
Son varias las definiciones que se le han atribuido al delito. Para objeto de la presente investigación se tomará el presentado por Ossorio que entiende el delito como un acto típicamente antijurídico, culpable, a veces sometido a condiciones objetivas de penalidad, imputable a una persona a la que se convierte en sujeto de sanción penal. (1981)
Por su parte, Sutherland sostiene que es importante la definición de delito como medio para determinar si una conducta debe ser incluida en los límites de la conducta delictiva. Así, los criterios abstractos considerados como elementos necesarios para definir el delito son: "la descripción legal de un acto como socialmente dañino y la provisión legal de una pena". (1969, p.30)
Por lo establecido anteriormente, el delincuente sería aquel sujeto que ha cometido un acto sancionado como delito por la ley penal.
Visto el concepto de delito y delincuente es necesario establecer la tercera definición propuesta. La delincuencia es toda conducta reprimida por la ley penal. Se trata de un fenómeno social manifestado por la comisión de actos sancionados por la ley que, además, implican transgresiones a los valores reinantes en la sociedad. Son conductas antijurídicas a la vez que antisociales. (Ossorio, 1981)
A pesar de que la Escuela Clásica del Derecho Penal y del Positivismo Criminológico consideraron el fenómeno de la delincuencia como una realidad estrictamente individual, actualmente los criminólogos sostienen que es un hecho vinculado estrechamente a cada tipo de sociedad y es reflejo de las principales características de la misma. Entonces, si se pretende comprender la delincuencia es imprescindible conocer los fundamentos básicos de dicha sociedad.
En este sentido, Herrero Herrero define la delincuencia como el fenómeno social constituido por el conjunto de infracciones contra las normas fundamentales de convivencia, producidas en un tiempo y lugar determinados. (1997)
De esta forma, el término delincuencia juvenil se convierte en un concepto socio-histórico. Siguiendo estas ideas, Garrido define la delincuencia juvenil como una figura cultural debido a que su definición y tratamiento legal responde a distintos factores en diferentes naciones, reflejando una mezcla de concepciones. El delincuente juvenil es aquella persona que no cuenta con la mayoría de edad penal y que comete un hecho castigado por las leyes. (1986)
Los delitos cometidos por los jóvenes generalmente difieren en género y motivo de los crímenes de los adultos. La gran importancia de la edad para la culpabilidad y los métodos de represión es reconocida por cualquier sistema legal moderno. (West, 1970)
En Venezuela, el Sistema de Responsabilidad Penal del Adolescente fija que sus disposiciones –expuestas detalladamente en otro apartado de la investigación- sólo pueden ser aplicadas a los sujetos definidos como adolescentes, es decir, a toda persona entre los doce y los dieciocho años de edad.
En definitiva, y tomando en cuenta todo lo expuesto, se puede definir la delincuencia juvenil en Venezuela como el fenómeno social constituido por el conjunto de las infracciones penales cometidas por los sujetos mayores de catorce años y menores de dieciocho. Esta definición, junto a la premisa que los delitos cometidos se relacionan íntimamente con la situación social en la que se desarrollan, son los elementos que establecen las bases del fenómeno a estudiar.
Distribución y crecimiento poblacional
Según el Censo 2001 la población de Venezuela es de 25.054.210 habitantes, que se encuentran asentados sobre unos 916.445 km2, esto significa que posee una densidad de 25,7 habitantes por kilómetro cuadrado. El aumento del número de habitantes representa un crecimiento relativo de 27,3%.
La población del país se concentra en los Estados: Zulia, Miranda, Carabobo, Distrito Capital, Lara, Aragua y Bolívar. De las 25 entidades federales, las siete mencionadas concentran el 50,3% de la población total.
El ritmo de incremento anual de la población, durante el período intercensal 1990-2001, se ubica en 2,3 por cada cien habitantes.
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Fuente: Cuadro 1.
También es necesario considerar que en Venezuela, para el año 2001, la población urbana es bastante superior a la población rural. Esto quiere decir que el 87,7% de la población del país vive en centro poblados de 2.500 o más habitantes, mientras que tan sólo el 12,3% vive en áreas rurales.
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La distribución de la población venezolana por grupos de edad evidencia una estructura poblacional relativamente joven con una gran proporción de personas de pocos años resultado de haber experimentado moderadas de la tasas de natalidad.
De hecho, el 52,3% de la población total se concentra entre los 0 y 24 años, siendo de mayor peso porcentual los grupos de edad comprendidos entre los 5 y 9 años (11,5) y los 10 y 14 años (10,9).
En cuanto a la composición por sexo es importante destacar que el índice de masculinidad revela que en los cuatro primeros grupos de edad existe una ligera mayoría de la población masculina sobre la femenina. Sin embargo, esta tendencia se revierte en los grupos de edad siguientes, a partir de los 20 años se evidencia un predominio de las mujeres sobre los hombres que se acentúa a medida que avanza la edad por una mayor esperanza de vida de las mujeres.
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Venezuela posee una población expansiva, en la que cada cohorte es más numerosa que la cohorte nacida anteriormente. Las bases de la pirámide son amplias, lo que indica un predominio de la población infanto-juvenil sobre los demás grupos de edad. A medida que se avanza en la edad, la pirámide muestra un estrechamiento, que se pronuncia luego de los 45 años, e indica una pérdida de miembros que puede ser causada tanto por la mortalidad como por la migración.
Considerada a lo largo del tiempo, la base de la pirámide tiende a estrecharse progresivamente lo que indica que las cohortes nacidas recientemente han sido relativamente menos numerosas. El peso de esta población en el total se ha calculado en 11% para el 2001.
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En Venezuela, según el Censo 2001, la población económicamente activa alcanza las 8.450.556 personas, lo que equivale al 54,8% de la población total. El nivel de participación de la población de 15 años y más en la actividad económica del país asciende al 55,1%.
La mayor proporción de la población que se encuentra fuera de la fuerza de trabajo se registra en los grupos de edad de 15 a 19 y de 65 y más años.
Al discriminar por sexo se verifica, como es de esperar, tasas de actividad masculina superiores a las femeninas. Al igual que un mayor porcentaje de ocupados (64,1%) y una baja proporción de hombres fuera de la fuerza laboral (28,7%).
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Fuente: Cuadro 4.
La participación en la actividad económica varía en función de la edad. Las tasas siguen una tendencia creciente hasta alcanzar los valores más altos en las edades adultas centrales para luego descender hasta niveles relativamente bajos en las edades adultas avanzadas. Así, los valores más altos se concentran entre los 20 y 54 años y, los más bajos, de los 55 años en adelante.
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Vivienda y disponibilidad de servicios
Otros aspectos de gran interés en el panorama nacional son la vivienda y la medición de la disponibilidad de los servicios tales como electricidad, agua, servicio sanitario, recolección de basura y telefonía fija.
Según el Censo 2001, en Venezuela se empadronaron un total de 5.175.130 viviendas familiares, en las cuales el tipo de vivienda ampliamente predominante es la casa (69,5%), en segundo lugar, el apartamento en edificio (13%), y, en tercer lugar, el rancho (9,1).
Al constituirse el rancho como el tercer tipo de vivienda predominante en Venezuela, se hace necesaria una revisión de la disponibilidad de servicios que estos poseen pues allí habita una proporción importante de individuos.
En Venezuela el 84,5% de las viviendas familiares tipo rancho ocupadas disponen de electricidad. El abastecimiento de agua en estas viviendas se da mayoritariamente por medio de acueducto o tubería (59,9%), sin embargo los otros medios de abastecimiento son significativos.
El 18,5% y 18,3% de las viviendas cuenta, respectivamente, con servicio de eliminación de excretas mediante poceta conectada a cloaca y a pozo séptico, mientras que 45% no tiene servicio sanitario.
En cuanto al aseo urbano los resultados censales han revelado que aproximadamente un 56% de las viviendas no cuenta con ese tipo de servicio para la recolección de desechos.
En el Censo 2001 se ha investigado si en las viviendas se cuenta con servicios de telefonía fija, encontrándose que el mismo no está presente en el 97,8% de las viviendas de este tipo.
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Para el año 2003 el informe del Programa Naciones Unidas para el Desarrollo da cuenta de 54 naciones que experimentaron un crecimiento económico negativo, que son más pobres que hace diez años, que cuentan con una mayor tasa de mortalidad infantil, que han visto reducida la matriculación escolar y que poseen expectativas de vida menores.
El informe destaca 59 países de prioridad en relación a sus retrasos para alcanzar los Objetivos del Milenio (ODM) para el 2015. De estos países 31 son de máxima prioridad por presentar, en combinación, una pobreza humana profunda y un estancamiento de las metas por lo que necesitan acciones urgentes. Otros 28 países son considerados de alta prioridad por haberse detenido el progreso hacia dichas metas.
De las naciones de prioridad cuatro se encuentran en la región latinoamericana: Haití-de máxima prioridad-, Venezuela, Bahamas y República Dominicana –de alta prioridad.
Venezuela registró una evolución negativa del PIB per cápita entre 1990 y 2001. Esta situación, aunada a un aumento del 11 al 21% de la población subnutrida y a un estancamiento de la matriculación en la educación primaria, colocó a Venezuela dentro de los 28 países identificados en el informe como de alta prioridad en función del logro de los ODM. A pesar de contar con un índice de desarrollo humano medio, el país ha registrado estancamiento y retrocesos en varias metas claves: no se ha avanzado en la lucha contra la pobreza. (PNUD, 2003)
Según el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), entre finales de 1999 y principios del 2003 956.260 familias cruzaron la línea de la pobreza, llegando a un total de 2.985332 familias que no poseen recursos para comprar la canasta básica de alimentos. De estas familias en pobreza, 1.386.957 se encuentran en pobreza extrema.
Para el 2003 el 54% de los hogares venezolanos viven en pobreza, de ellos el 25,1% se encuentra en pobreza crítica. Para finales de 1999, el porcentaje de familias en situación de pobreza extrema era de 9,9%. (Foro Nacional: Pobreza, 2003)
La situación particular de los menores
Para el año 2001 la población total de Venezuela fue de 23.054.210 habitantes, distribuidos a lo largo de los diferentes grupos de edad. La población menor de 18 años registrada fue de 9.505.1898, lo que representa el 41,2% del total de habitantes del país.
Estas cifras revelan que poco menos de la mitad de la población total de Venezuela está compuesta por niños y adolescentes. Es un indicador elocuente que refleja la importancia de este sector poblacional –los menores de edad- en la dinámica del país en su conjunto, en especial en el desarrollo socio-económico.
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En cuanto a la distribución porcentual de la población menor de 18 años se evidencia una proporcionalidad similar a lo largo de todas las edades sin variaciones significativas, oscilando entre 4,9 y 5,8%. Sin embargo, los porcentajes más elevados corresponden a las edades comprendidas entre los 6 y 12 años.
Fuente: Cuadro 6.
Al discriminar por sexo, en la proporción de niños y adolescentes del sexo femenino y masculino no se observan diferencias significativas. Aunque, entre los 0 y 9 años existe un ligero predominio del sexo masculino sobre el femenino, mientras que de los 10 a los 18 años dicha situación se revierte.
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Asistencia a planteles educativos
La tendencia de la asistencia escolar varía según la edad. En el 2001 las tasas más altas de escolaridad se registran en la población de 5 a 14 años, y en este caso la asistencia regular a planteles educativos se estima en una proporción superior a 82%. Con respecto a la población en edad preescolar (4, 5 y 6 años), el nivel de asistencia oscila entre 59 y 91%. Las tasas más bajas se muestran en los niños de 3 años y en los jóvenes de 16 a 29 años, en los dos casos no se sobrepasa los 68 asistentes a planteles por cada 100 de esa misma edad.
Se observa un descenso importante en la tasa de escolaridad a partir de los 15 años, a pesar que los jóvenes de esta edad todavía estarían cursando la etapa media- diversificada. Este fenómeno podría estar asociado a niveles mayores de deserción escolar para este grupo de edad.
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De acuerdo con estimaciones de UNICEF, la pobreza afecta de forma más intensa a los menores de 18 años. Mientras la población total de Venezuela sufre un nivel de pobreza de 56,6%, la pobreza entre menores de 18 años alcanza la alarmante cifra de 71,8%.
En el país existen alrededor de 6 millones de menores de 18 años en situación de pobreza, de los cuales cerca de 3 millones se encuentran en situación de pobreza crítica.
De los niños entre 6 y 12 años aproximadamente el 6% no asiste a la escuela primaria, y de este porcentaje el 35,2% no asiste a estos planteles educativos por razones económicas.
De los adolescentes entre 13 y 17 años el 22,4% no asisten a planteles educativos. De esta proporción, el 39,7% no asiste porque no quiere estudiar, el 17,3% no lo hace por falta de recursos económicos y, el 15% no estudia porque tiene que trabajar.
Según la encuesta de hogares realiza en el primer semestre del 2002 por el Instituto Nacional de Estadísticas, el promedio de menores de 20 años es significativamente mayor en los hogares en situación de miseria alcanzando 2,8 menores, mientras que en hogares no pobres la cifra se reduce a 1,2 menores de 20 años. (Foro nacional: Pobreza, 2003)
En función a los resultados de la encuesta de hogares se estimaron los grupos etáreos, por debajo de 20 años, que se encuentran en condiciones de pobreza crítica. La distribución porcentual de estos grupos muestra la proporción de pobres extremos: la mayor proporción se encuentra en el grupo de 6 a 13 años con 33,5%, le sigue el grupo de adolescentes de 12 a 20 años con 26,5%.
Estas cifras presentan, para el 2002, un total de 2.965.223 pobres extremos distribuidos entre los 0 y 20 años.
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Sistema penal de responsabilidad del adolescente
El construir un Sistema Penal de Responsabilidad de Adolescentes busca revertir el antiguo paradigma y sustituir el binomio compasión-represión por severidad-justicia. El antigua paradigma de la Situación Irregular se caracteriza por:
- La indefinición del hecho antisocial
- La aplicación de cualquier medida de seguridad sin tomar en cuenta la infracción cometida.
- La competencia ilimitada del juez para decidir acerca del hecho antisocial y las medidas a aplicar, lo que conduce al exceso de rigor o a la impunidad.
Para construir un nuevo sistema penal de responsabilidad deben tenerse en cuenta ciertos requisitos mínimos:
- Considerar al adolescente infractor como una precisa categoría jurídica. Siendo infractor quien ha cometido actos definidos como delito.
- La responsabilidad, que implica que a los adolescentes se les atribuya las consecuencias de sus actos (de forma diferenciada a los adultos) puesto que ya en ellos existe un proceso de maduración que hace posible reprocharles el daño social que causen imponiéndoles una sanción cuya finalidad es educativa.
Es necesario asumir que los adolescentes infractores tienen responsabilidad penal, de la misma naturaleza que la del adulto, si bien atenuada.
- Garantía al debido proceso, el adolescente debe tener los mismos derechos y garantías de los adultos, más aquellos inherentes a su especial condición.
- Reducción de los márgenes de discrecionalidad del juez gracias a la consagración de los principios de la legalidad del acto, del procedimiento, de la sanción y de su ejecución.
- La medida de privación de la libertad como estrictamente judicial y excepcional, impuesta sólo en caso de infracciones graves. La ejecución de esta medida privativa es competencia exclusiva e indelegable del Estado.
- Previsión de una amplia gama de medidas educativas que permitan dar respuestas diferenciadas según el tipo de infracción y la edad del infractor.
- Control judicial de las medidas impuestas al adolescente para garantizar sus derechos y los objetivos que se le atribuyen a la sanción. La responsabilidad sólo puede ser declarada en juicio y la sanción sólo puede ser la prevista en la Ley según el caso, cuya ejecución debe cumplirse en la forma que ésta regula.
El sistema penal de responsabilidad del adolescente se encuentra en el título V de la Ley Orgánica para la Protección del Niño y del Adolescente (LOPNA), como toda ley, se divide en títulos que se subdividen en capítulos, y estos, a su vez, se dividen en secciones en las que se encuentran los artículos.
En el título V, el capítulo I en su sección 1º se comienza por definir el sistema, señalar sus integrantes y consagrar los principios básicos de derecho penal sustantivo: responsabilidad en la medida de la culpabilidad, por conducta típica y antijurídica.
El Sistema Penal de Responsabilidad del Adolescente está conformado por un conjunto de órganos y entidades que se encargan de establecer la responsabilidad del adolescente por los hechos punibles en los que incurra, así como aplicar y controlar las sanciones correspondientes. Este sistema está integrado por:
- La sección de adolescentes del tribunal penal
- La sala de casación penal de la Corte Suprema de Justicia
- El Ministerio Público
- Los defensores públicos
- La Policía de Investigación
- Programas y entidades de atención
El adolescente que incurra en hechos punibles responde en la medida de su culpabilidad, de forma diferenciada del adulto. La diferencia está en la sanción y la jurisdicción especializada.
En la Sección 2º se presenta el ámbito de aplicación personal, espacial y temporal de la ley y se dan pautas de interpretación. El que un niño incurra en un hecho punible no puede ser objeto de sanción penal sino de una medida de protección. Así se cuenta con un régimen progresivo de existencia de responsabilidad que se va acentuando a medida que el adolescente tenga mayor edad.
Se entiende por niño toda persona con menos de doce años de edad, y, por adolescente toda persona entre doce y dieciocho años de edad. Las disposiciones del sistema penal de responsabilidad serán aplicadas únicamente a los sujetos definidos como adolescentes, porque a los niños sólo se le aplicarán medidas de protección.
A efectos de aplicación y ejecución de sanciones se divide a los adolescentes en dos grupos erarios: los que tengan de doce a menos de catorce y los que tengan de catorce a dieciocho años.
En el caso de que en el hecho punible concurrieran adolescentes y adultos, las causas se separarán conociendo en cada caso la autoridad competente.
La sección 3º consagra las garantías fundamentales de orden sustantivo y procesal. Además de los principios de igualdad, dignidad, proporcionalidad, inocencia, derecho de ser oído, defensa, debido proceso y única persecución, se incluyen los principios de información clara y precisa de los motivos de la investigación, sobre el significado de las actuaciones procesales y las decisiones que se produzcan. Esto con la finalidad que el proceso sea totalmente conocido y entendido por el adolescente, lo que contiene un sentido altamente pedagógico dirigido a la concientización de la responsabilidad. También se consagra la confidencialidad de los datos del proceso y la excepcionalidad de la privación de libertad.
El Capítulo II regula el procedimiento penal para determinar la responsabilidad del adolescente. Entonces, además de mantener la uniformidad de la legislación, se le reconoce al adolescente todo un sistema de garantías que constituye el marco de referencia de los derechos del ciudadano enjuiciado penalmente.
La Sección 1º trata de la investigación que tiene por objeto confirmar o descartar la sospecha fundada de la existencia de un hecho punible y determinar si un adolescente realmente concurrió en su perpetración. En esta sección se le da especial importancia al régimen de libertad al restringirse a situaciones límite como:
- La sorpresa en flagrancia en la comisión del hecho punible
- Cuando surgen evidencias contra un adolescente que no se encuentra civilmente identificado o de cuya identidad se tengan dudas
- Que el adolescente no haya podido ser ubicado o cuando no existe una forma posible de asegurar su comparecencia a la audiencia preliminar.
La medida de detención preventiva no debe ser confundida con la prisión preventiva, pues esta última implica la declaración de haber mérito para el enjuiciamiento del adolescente imputado al ser admitida la acusación contra él presentada. La investigación culmina con la presentación de una acusación formal o con un pedido de sobreseimiento.
La Sección 2º establece fórmulas de solución anticipada ya que, por la aplicación del principio de oportunidad, puede dársele al asunto soluciones distintas a la acusación, dichas soluciones son:
- La conciliación: el fiscal del ministerio público promueve un acuerdo que conlleva a la suspensión del proceso a prueba, si se cumplen las funciones del acuerdo procede el sobreseimiento. Esto permite la reparación individual o social del daño y pretende la concientización del adolescente. Esta fórmula excluye los hechos punibles que por su gravedad y repercusión social se estima que deben ser enjuiciados.
- La remisión: permite prescindir total o parcialmente del juicio en atención a lo insignificante del hecho o a la mínima participación del adolescente. La remisión procede cuando: se hace una contribución decisiva a la investigación, el adolescente sufrió daños físicos o morales graves, la sanción que se espera carece de importancia en relación a la sanción ya impuesta.
Estas fórmula, fundamentadas en principios de humanidad y proporcionalidad, permiten no sancionar la culpabilidad exigua y decantar el proceso de modo de llevar a juicio sólo lo más significativo del resultado de una investigación.
La Sección 3º regula la acusación y la audiencia preliminar estableciendo el enlace entre la investigación y el juicio oral. De este modo al fiscal estimar que la investigación arroja mérito, presenta la acusación al juez de control que decidirá si ordena o no el enjuiciamiento del imputado previa audiencia. Así se garantiza el derecho a la defensa y se crean mecanismos de control todo lo que permite una mejor preparación para el debate. El juez de control deberá decidir la medida cautelar más conveniente para asegurar la comparecencia a juicio del imputado , a cuyo efecto se le suministra una variada gama de posibilidades que encuentran su forma más grave en la prisión preventiva. Así se asegura el enjuiciamiento de modo que se conciben gradualmente las medidas de coerción personal una vez dispuesto el enjuiciamiento y mientras concluye el juicio.
La Sección 4º regula el juicio oral que se ha concedido con reducción de algunos plazos para hacerlo lo más breve posible sin que esto signifique menoscabar el derecho a la defensa. Se incorpora al tribunal de juicio la figura del escabino cuando se trate de delitos graves, lo que promueve la participación ciudadana en el juzgar de los adolescentes bajo la dirección del juez profesional especializado.
El núcleo del proceso es la audiencia de juicio oral, continua y reservada. Se garantiza el debate entre fiscal-querellante y imputado defensor en el que cada parte tiene oportunidad de presentar sus pruebas y controlar las del contrario, esto bajo la dirección de un juez. Se dispone que la sentencia se pronuncie verbalmente al concluir el debate.
La Sección 5º regula el régimen impugnatorio, se incorporó el recurso de casación al proceso para determinar la responsabilidad penal de adolescentes, con lo que se les garantiza un derecho tradicionalmente concedido sólo a los adultos. El régimen de recursos es entendido dentro de los parámetros del principio de inmediación porque, al establecerse un juicio oral, el control que se pude ejercer en la vida impugnatoria es mucho más restringido. El control superior del fallo del tribunal de juicio se basa en que éste cuente con una infracción legal que incluya aspectos sustanciales y el quebrantamiento de las formas procesales más importantes.
El Capítulo dos del sistema concluye con la Sección 6º que prevé otras disposiciones complementarias relativas a la competencia territorial, a la regulación de los efectos de la evasión, al cálculo de la prescripción, a la acción civil y a la perturbación mental. En cuanto a este último punto se prevé que si el imputado al momento del hecho punible sufre perturbación mental debe ser decretado el sobreseimiento, pero si la perturbación es posterior se suspende el proceso. Si la perturbación mental se advierte después de la sentencia condenatoria se suspende el cumplimiento de la sanción, el adolescente debe ser objeto de la medida de protección que corresponda a sus circunstancias.
El Capítulo III se refiere a las sanciones, el catálogo es amplio y va desde la amonestación hasta la privación de libertad, pasando por formas graduales. El denominador común a todas las sanciones es una finalidad primordialmente educativa que se complementa con la participación de la familia y el apoyo de especialistas; los principios orientadores de las medidas son el respeto a los derechos humanos, la formación integral del adolescente y la búsqueda de su adecuada convivencia familiar y social, estas sanciones se presentan en detalle a continuación:
- Amonestación: consiste en una severa recriminación verbal al adolescente. Ésta debe ser clara y directa de forma que el adolescente comprenda la ilicitud de los hechos cometidos.
- Imposición de reglas de conducta: consiste en la determinación de obligaciones o prohibiciones impuestas por el juez para regular el modo de vida del adolescente, así como para promover su formación. Esta sanción tiene una duración máxima de dos años y su cumplimiento debe iniciarse, a más tardar, un mes luego de haber sido impuestas.
- Servicios a la comunidad: consiste en tareas de interés general que el adolescente debe realizar en forma gratuita por un período no mayor a seis meses. La jornada máxima es de ocho horas semanales trabajadas cualquier día con tal que no obstruya la asistencia a la escuela o la jornada normal de trabajo.
- Libertad asistida: consiste en otorgarle la libertad al adolescente obligándolo a someterse a la supervisión, asistencia y orientación de una persona capacitada designada para el caso. La sanción tiene una duración máxima de dos años.
- Semi-libertad: consiste en la incorporación obligatoria del adolescente a un centro especializado durante el tiempo libre del que disponga en el transcurso de la semana. Considerado tiempo libre aquel durante el que el adolescente no deba asistir a un centro educativo o cumplir un horario de trabajo. Esta medida no podrá durar más de un año.
- Privación de libertad: consiste en internar al adolescente en establecimientos públicos especiales de los cuales sólo podrá salir por medio de una orden judicial. La privación de libertad es una medida sujeta a los principios de excepcionalidad y de respeto a la condición particular de persona en desarrollo. En el caso de adolescentes que tengan más de catorce años su duración no podrá exceder los cinco años ni ser menor a un año; en caso de ser menor de catorce años la duración no será menor de seis meses ni mayor de dos años.
La medida de privación de libertad sólo puede ser impuesta cuando el adolescente:
- Comete los siguientes delitos: homicidio, lesiones graves, violación, robo agravado, secuestro, tráfico de drogas, robo o hurto sobre vehículos automotores.
- Es reincidente y el hecho punible cometido objeto de la nueva sanción prevé una pena privativa de libertad que sea igual o mayor a cinco años en su límite máximo.
- Incumple, sin justificación, otras sanciones que le hayan sido impuestas.
Son de importancia fundamental las pautas para la determinación de la sanción aplicable, sobre la base del reconocimiento que la legislación penal versa sobre conductas y la posible aplicación de sanciones proporcionales a quien culpablemente las ejecutó y no cuestiones relativas a la forma de vida del autor. La antigua legislación tutelar no fue eficaz en la prevención, además hacía referencia a la personalidad del autor. En la ley actual se busca la aplicación de una auténtica sanción entendida como medio para lograr la concientización y reinserción en la sociedad del adolescente infractor de la ley penal y, por otra parte, busca dar respuesta a la sociedad que exige seguridad y contención del fenómeno criminal.
La Sección 2º da cabida a programas socio-educativos incluso de iniciativa no gubernamental, con lo que se integra a la sociedad civil a la tarea de rescate del joven infractor.
La Sección 3º regula lo concerniente a la ejecución de las sanciones, aspecto que explica cuestiones como la exigencia de entidades y programas (públicos o privados) registrados para garantizar su adecuado cumplimiento y el logro de su finalidad educativa.
Se dispone también la obligatoriedad de la escolarización, formación para el trabajo y recreación en los institutos de internamiento. Se resalta la necesidad de seleccionar cuidadosamente el personal según su capacitación, lo que pretende hacer efectiva una auténtica especialidad.
En el plan individual de ejecución de la sanción de privación de libertad participa el adolescente, este plan atiende al estudio de los factores y carencias que incidieron en su conducta y al establecimiento de metas concretas para fortalecer sus potencialidades y suplir o manejar sus deficiencias. Aquí la personalidad del autor cobra un papel importante.
El Capítulo culmina con la Sección 4º que prevé el control judicial de la ejecución de las sanciones impuestas al adolescente para garantizar el cumplimiento de sus objetivos. Se ha dispuesto la intervención judicial especializada que debe revisar las sanciones impuesta para verificar si se están cumpliendo los objetivos que la fundamentaron, lo cual garantiza un régimen progresivo en los programas socio-educativos.
El Capítulo IV es el último del Título, diseña y estructura la justicia penal del adolescente. La Sección 1º regula la actividad del Ministerio Público y la Policía de investigación en este campo. Al primero le corresponde la investigación y el ejercicio de la acción penal pública, para la investigación rige el principio de la oficialidad mientras que, para el segundo, rigen los criterios de oportunidad.
Al segundo organismo le corresponde servir de auxiliar en la investigación de los hechos punibles y sus responsables para lo que debe contar con personal especialmente capacitado para trabajar con adolescentes. Además son los encargados de practicar las aprehensiones.
La Sección 2º regula al sujeto imputado, disponiendo sus derechos y la participación de su defensor desde el inicio de la investigación y durante todo el proceso, se prevé también la defensa pública especializada igual como está concebida para los adultos. Se dispone que los padres, representantes o responsables puedan intervenir en el proceso como coadyuvantes en la defensa sin perjuicio de su participación como testigo del hecho investigado.
La Sección 3º se refiere a la víctima que amplia la participación en el proceso pudiendo incluso recurrir a la apelación contra el sobreseimiento o la absolución. La definición de víctima sobrepasa al ofendido por el hecho punible extendiéndose a otros afectados y otros entes legalmente constituidos, en caso de delitos que afectan intereses difusos o colectivos siempre que el objeto de la agrupación se vincule directamente con esos intereses. Para el enjuiciamiento de hechos punibles que requieren instancia privada, la víctima debe ejercer la acción por medio de la querella.
El Capítulo culmina con la Sección 4º dedicada a los órganos jurisdiccionales. En busca de la mayor eficiencia se concibe la Sección de adolescentes del Tribunal Penal, lo que permite el uso de la administración de justicia y caracteriza el proceso de adolescentes dentro del marco que le es propio: un tribunal penal especializado tanto a nivel de investigación como a nivel del proceso en si mismo y, posteriormente, a nivel de la ejecución de la sanción.
Este tribunal debe ser asistido por un servicio auxiliar de equipos multidisciplinario y de una sala de citaciones y notificaciones, además, debe estar dotado de instalaciones, equipos y personal necesarios para el cabal cumplimiento de sus funciones.
Por último, se encuentran las disposiciones que engloban tres tipos de normas: las disposiciones que tienen carácter preparatorio, las de carácter transitorio y las finales.
Análisis teórico: etiología de la delincuencia juvenil
Algunas teorías de corte bio-anatómico
Parte de la idea que ni en los vecindarios en los que son muy altos los riesgos de delincuencia se da el caso que todos cometan delitos. En base a ello es razonable emprender la búsqueda de las cualidades que hacen vulnerables a ciertos individuos.
Los teóricos del S XIX sostenían que el significado de los hábitos delictivos se encontraba en una deficiencia moral innata. Algunos de estos autores sugirieron que los delincuentes representaban un atraso evolutivo del hombre, otros consideraban al delincuente como una persona incapaz de alcanzar los niveles sociales normales debido a deficiencias cerebrales innatas. Estos puntos de vista nacen en el seno de la antropología criminal que estudiaba medidas del cuerpo, cráneo y características faciales de los delincuentes.
La expresión más importante de esta escuela del pensamiento se halla en la obra de Cesare Lombroso. Para el autor muchos delincuentes presentaban anomalías físicas que se asemejaban a los rasgos de los salvajes primitivos o los primates. De forma tal que en los delincuentes se observaba una nariz chata, la parte inferior de la cara mal desarrollada, pocas rayas en las palmas de las manos, frente estrecha, cara asimétrica, cejas pobladas y baja bóveda craneal, entre otras. Además de estos rasgos, las facultades sensoriales de los delincuentes estaban embotadas.
Lombroso consideraba ciertas actitudes de algunos delincuentes como su carencia de sentido moral, impulsividad, violencia, inmunidad al remordimiento y crueldad, como atributos propios de una constitución primitiva.
Siguiendo la misma línea, Hooton comparó a los presos norteamericanos con una muestra extraída de la población "normal" y encontró que la causa principal del delito es la inferioridad biológica. Las diferencias entre civiles y presos se hacían evidentes, aún dividiendo a los delincuentes según la naturaleza de sus delitos.
Por otra parte, Goring es uno de los máximos críticos de la antropología criminal y sus supuestos hallazgos. Este autor estudió cerca de 3.000 presos y los comparó con un grupo de control, encontró que no existía un tipo específico para los delincuentes aunque estos, como grupo, se hallaban física e intelectualmente por debajo de la media estandarizada. (West, 1970)
Estructura física del criminal
Existen corrientes somatotípicas que clasifican a los individuos según su físico característico al medir la musculatura, los huesos y la grasa corporal. El precursor en este campo de pensamiento fue Kretchmer quién enfocó su interés en la asociación existente entre estructura del cuerpo y susceptibilidad a las enfermedades mentales. Llegó a construir una clasificación de las personas según sus tipos corporales: asténico (delgado, esbelto), atlético (musculoso), pícnico (regordete) y displástico (mixto). Los resultados de sus estudios lo llevaron a concluir que los asténicos eran propensos a la esquizofrenia y los pícnicos a la psicosis maniaco-depresiva.
Sheldon, valiéndose de fotografías de desnudos, desarrolló un método para marcar de forma numérica los elementos corporales somáticos. En este sistema cada persona se clasifica según el predominio de tres componentes físicos primarios: endomorfia, mesomorfia y ectomorfia. Los endomórficos poseen grandes cavidades corporales, grandes vísceras, y contornos suaves y redondeados; los mesofórficos poseen una estructura corporal sólida, pesada y con músculo abundante; y, los ectomórficos son los de cuerpos delgados, esbeltos y ligeros.
El autor comparó las fotografías de jóvenes residentes en una institución para delincuentes con estudiantes universitarios. Sus hallazgos revelaron que en los universitarios la proporción de ectomórficos y mesomórficos era equitativa, mientras que entre los jóvenes de la institución el predominio era de mesomórficos acompañados de muy pocos individuos ectomórficos. Los individuos mesomórficos fueron identificados con un temperamento fanfarrón, agresivo e indisciplinado cuya actitud para con la vida es predatoria. Sin embargo, Sheldom también le atribuyó cierta importancia a la crianza selectiva como causa de la delincuencia por lo que las medidas eugenésicas constituían un remedio en el largo plazo.
Las diferencias temperamentales y físicas que Sheldon establece pueden descubrirse a edades tempranas por lo que se complementa con la idea que se consideran cualidades innatas.
La investigación de Parnell confirma los resultados de Sheldom. El primero encontró entre un grupo de escolares una correlación positiva alta entre el físico ectomórfico y los rasgos de pasividad, susceptibilidad, sentimientos de culpa. Por el contrario, los musculosos mantenían el mismo tipo de correlación con rasgos de comportamientos agresivos, explosivos e inquietos. (West, 1970)
La teoría de la asociación diferencial
La vida delictiva parece ser algo que se aprende de la experiencia, el que un joven se encuentre por el "buen" o el "mal" camino depende del ambiente en el que se haya criado.
Esta teoría fue expuesta por Edwin Sutherland, la cual plantea que los jóvenes se vuelven delincuentes al aprender maneras incorrectas de sus compañeros y al ver como adultos poderosos infringen la ley. De esta forma la gente joven entra en contacto con personas de las cuales aprenden a rechazar los principios legales y adquieren habilidades para infringir las reglas. Todo el mundo se expone a posibilidades de este tipo, pero cuando se experimenta más a favor del delito que en contra del mismo el resultado será un delincuente. Las actitudes con las que ha estado en contacto han llegado a poseer una fuerza tal que le han enseñado los medios ilegales y no los legales para obtener sus fines. (West, 1970)
Toda conducta delictiva tiene su origen en la asociación diferencial. Esta conducta se aprende en asociación con los que definen lo delictivo favorablemente y en aislamiento de los que lo definen desfavorablemente. Según Sutherland: "…una persona en una situación apropiada participa de esa conducta delictiva cuando, y sólo cuando, el peso de las definiciones favorables es superior al de las definiciones desfavorables." (1969, p. 179)
El autor enfatizó su atención en dos fenómenos: los delincuentes de cuello blanco y las pandillas de adolescentes. Sus estudios le permitieron descubrir una progresión en la conducta delictiva, desde pequeños delitos cometidos en el estímulo del momento hasta operaciones profesionales organizadas bajo la premisa del mínimo riesgo y el máximo beneficio. Así los delincuentes aprenden sus técnicas y, gradualmente, adquieren un lugar propio en el seno de la sociedad de criminales profesionales.
Es evidente que no se trata de una teoría que suministre una explicación completa, realmente, explica la forma en que se transmite el carácter delictivo pero poco aporta al origen de las actitudes antisociales.
Muchos fueron los autores que continuaron el desarrollo de la teoría de la asociación diferencial. Thrasher realizó un estudio de las pandillas juveniles de Chicago, considerándolas como una especie de campo de entrenamiento para el delito. Lo primero que anima al joven es unirse a sus compañeros por medio de la pandilla, luego es arrastrado a ciertas aventuras y a la experiencia de tener éxito al desobedecer las reglas; así el muchacho es llevado gradualmente a cometer delitos. Al crecer, los jóvenes se han adiestrado en técnicas delictivas dentro de sus pandillas juveniles que gravitan en la jerarquía de profesionales.
Otros autores de la escena de Chicago fueron Tanenbaum y Whyte quienes consideraron a las pandillas de delincuentes como el resultado del fracaso de la comunidad para ofrecer salidas razonables a la frustración.
Por otra parte, Block y Niederhoffer estudiaron las pandillas de Nueva York y encontraron que los adolescentes trataban de unirse por imitación a los delincuentes de mayor edad cuyos golpes delictivos eran mejor planeados y lograban mayor éxito. A su vez, los grupos delictivos de más edad fungían de campo de entrenamiento y fuente de reclutamiento. De esta manera, el joven frustrado de barrios bajos tiene la alternativa de unirse a una estructura profesional del delito que puede comenzar en la esquina de su casa y terminar en actos delictivos completamente profesionales.
De los autores planteados puede concluirse que la imagen de los delincuentes juveniles es la de muchachos sanos de una sociedad enferma, su desgracia fue criarse en una clase en la que el estilo de vida delictivo es más accesible y se aprende más fácil y rápido que la conformidad a los valores de la clase media. (West, 1970)
Los adolescentes están particularmente abiertos al aprendizaje de normas, actitudes y valores de cualquier grupo al que se expongan. El mejor elemento de predicción en solitario del comportamiento adolescente, tanto de conformidad como de desviación, es el comportamiento de los amigos más cercanos. El comportamiento delictivo de los adolescentes es, fundamentalmente, un comportamiento grupal. (Akers, 1985)
A la final, así como las personas aprenden a través del proceso de socialización como ser conformistas con las normas de su sociedad, también aprenden cómo apartarse de esas normas. Tanto la desviación como el comportamiento conformista, son productos de la socialización. (Zappen, s/f)
Se interpreta el comportamiento delictivo como un síntoma de frustración que puede acentuarse entre grupos que sufren una presión social especial.
Emile Durkheim utiliza la palabra anomia para designar una dolencia social en la que las presiones reguladoras y controladoras de una costumbre social son reducidas de forma que los individuos se encuentran sin guía ni freno.
El autor plantea que cuando aumenta la movilidad social el individuo pierde sus esperanzas límites que podrían frenar sus apetencias y ambiciones. Al aumentar las posibilidades, mayor es el peligro de insatisfacción y desencanto. Así, las libertades modernas exponen a las generaciones más jóvenes a mayores oportunidades tanto para el bien como para el mal. Un aumento de oportunidad para la expresión de la personalidad se convierte en la causa que facilita el aumento de las tentaciones y ocasiones para realizar actos ilícitos.
La noción de anomia también ha sido desarrollada por Merton que la define como una forma de caos cultural producida por una discrepancia entre las metas culturalmente aceptadas y los medios institucionalizados para alcanzar dichas metas, ambos simbolizan la categoría y el éxito en la sociedad contemporánea.
Según la posición de un individuo en la sociedad, el sistema social actúa como una puerta abierta o como una barrera. Así, los jóvenes pobres se encuentran en desventaja en la carrera hacia los símbolos del éxito aunque están bajo la misma presión de obtenerlos. Cuando la sociedad se organiza lo hace de forma tal que suscita en la clase baja aspiraciones que luego son frustradas, entonces la sociedad obtiene los delincuentes que se merece.
Merton propone cinco modos de adaptación social:
Modos de adaptación | Metas culturalmente aceptados | Medios culturalmente aceptados |
Conformista | + | + |
Innovador | + | – |
Ritualista | – | + |
Retraído | – | – |
Rebelde | Crea nuevas | Crea nuevos |
La más grave de estos tipos de respuesta es el retraído por ser un individuo que rechaza todo el marco de referencia de la sociedad convencional, repudiando tanto los fines como los medios. Por su parte, los innovadores tuercen las reglas para conseguir una mayor probabilidad de obtener beneficios, son inadaptados de forma menos personal que los retraídos pero son delincuentes en potencia. Generalmente, estos individuos pertenecen a clases bajas en las que las oportunidades de mejorar no se comparan con las recompensas obtenidas por incurrir en una carrera delictiva. (Merton, 1970)
La teoría de las subculturas criminales
La teoría mertoniana sirvió como fundamento a otros autores para examinar las reacciones de los grupos que dentro de la sociedad se apartan de las normas y valores de la mayoría, a estos grupos se les ha denominado subculturas.
Albert Cohen es el principal exponente de esta teoría, él estudió el aspecto social y los orígenes de los miembros de pandillas de delincuentes juveniles. Las actitudes de la clase obrera hacen a los jóvenes menos capaces de beneficiarse de las oportunidades de progreso convencionales, ellos están en desventaja porque el éxito parece estar reservado para las personas de clase media. Al darse cuenta de su situación, los muchachos de clase baja reaccionan rechazando los valores, la respetabilidad y la moralidad de la clase media. Así, al manifestar desprecio por las autoridades que los habían rechazado, el joven libera sus sentimientos y obtiene la admiración de otros. Entonces, los individuos afectados se juntan para conformar una especie de solución colectiva para su descontento, y cada miembro del grupo recibe apoyo de otros cuya situación es parecida.
El resentimiento contra lo que los rodea y contra lo que defienden las autoridades explica dos rasgos importantes de la ética de las pandillas: la hostilidad para con cualquier forma de control externo y el hedonismo frustrado. Es importante tener en cuenta que la lealtad característica de los miembros pertenecientes a una pandilla contribuye a la ruina familiar de la misma forma que los conflictos familiares contribuyen a reclutar pandilleros. (Cohen, 1965)
Cohen atribuyó a las subculturas criminales las características de no utilitarias, por no constituir medios racionales para obtener un fin determinado, maliciosas, porque causa diversión hacer daño a otros personas, y negativistas, porque el comportamiento dentro de ellas es aceptado por representar un polaridad negativa alas normas de la clase media.
La subcultura criminal es una solución para los jóvenes de clase baja porque les permite obtener los modelos sociales de éxito por medio de comportamientos de agresión y vandalismo, logrando escapar de una intolerable frustración y ansiedad. (Bergalli, 1983)
Otros autores han expuesto variaciones sobre la temática de la subcultura de la delincuencia. Miller sugirió que la subcultura de clase obrera pude producir la delincuencia por si misma sin que sea necesaria la reacción de la pandilla en contra de los valores de la clase media. Esto porque los valores de la clase baja animan actitudes consideradas semidelincuentes. En estas pandillas el resentimiento ante la coerción representa una compensación al sentimiento de dependencia representado por la búsqueda de situaciones aptas para delinquir, de forma de ser encerrado en una institución.
Por su parte, Wilkins trata de explicar la dinámica social de la formación de una subcultura de la delincuencia. Estudió el grado de tolerancia del comportamiento desviado según la organización de una comunidad. Así, en una comunidad urbana muy organizada, las desviaciones parecerán extremas y las reacciones también lo serán. El autor observó que mientras mayor es la presión hacia el conformismo, es más probable que los individuos reaccionen negativamente y busquen refugio en las subculturas criminales. Se da un círculo vicioso en el que la información inadecuada hace que más actos sean vistos como intolerables, esto significa que más individuos son rechazados por su comportamiento y, estos comienzan a desarrollar sus valores desviados, lo que comienza de nuevo el ciclo.
En su estudio sobre pandillas de Nueva York, Yablonsky sugiere que las pandillas están poco organizadas y mal orientadas socialmente. Estas pandillas con simplemente conjuntos de individuos inadaptados a los que no se les puede considerar como coherentes formas de protesta contra la injusticia social.
Cloward y Ohlin expusieron una teoría que explica los contrastes entre las subculturas de delincuentes frustrados y las que ascienden hacia una exitosa carrera delictiva. La conquista de una protesta contra los valores de la clase media depende de la medida en que se aprovechen los valores de oposición y los cursos alternativos de acción. Entonces, sólo los vecindarios donde crece una comunidad delincuente ofrecen a los jóvenes una gran oportunidad para aprender el papel delictivo.
En contraposición, Matza llama la atención acerca de la falta de base para la existencia de actitudes que se atribuyen a los delincuentes. El estereotipo sociológico de un delincuente juvenil como un individuo dedicado a una cultura de oposición no parece ser real. Por lo general el delincuente aprendido no se considera a si mismo como un mártir de la cusa, por el contrario, siente remordimiento por su comportamiento y lo plantea como una excusa. El valor de la crítica de Matza está en llamar la atención en cuanto a valoraciones exageradas del poder y la importancia de las actitudes antisociales.
Fyvel describe los rasgos de los jóvenes y se interesa por los géneros de conflicto de clases que pueden originar una juventud desilusionada e inclinada a la delincuencia. Una de las peores fuentes de trastorno es el sistema educativo, los muchachos son entregados al mercado laboral sin la capacidad ni la preparación suficiente. De esta forma son apartados de la estructura de la clase media que conduce al éxito, y pasa a considerarse como un fracaso social.
Los conflictos de clase responsables de las subculturas delincuentes asumen formas diferentes según la naturaleza de la cultura dominante de la que se derivan. Existen fenómenos que simbolizan la repulsa a una meritocracia de la educación por parte de los jóvenes frustrados que sufren restricciones sin lograr las recompensas que, supuestamente, están abiertas para todos.
La teoría de la elección racional
Ve a la delincuencia juvenil como una perspectiva individual. Existen teóricos que argumentan que aquellas personas que se desvían no saben lo que están haciendo, sin embargo, los teóricos de la elección racional sostienen que en algunos de casos la desviación es el resultado de un cálculo altamente racional de riesgos y recompensas. Los individuos ponen en uno de los lados de la balanza las posibilidades de obtener un beneficio, y del otro, los riesgos de ser atrapado. Es así como deciden su curso de acción.
Pero, es importante tener en cuenta que, no todos los jóvenes escogen las acciones más racionales. Sus valores difieren de los valores de las personas adultas, y, en la mayoría de los casos, estos valores todavía no se han formado completamente. Por tal razón, sus motivos para delinquir pueden ser diferentes de los motivos de un adulto criminal. A los adolescentes se les conoce frecuentemente por no pensar antes de actuar, de forma que las acciones delincuenciales son resultado de actuar en contra de la autoridad o de rebelarse contra los valores y normas dominantes en la sociedad. (Zappen, s/f)
Los principales exponentes de esta teoría son Vold, Chambliss, Quinney y Turk, quienes defienden la idea que la sociedad está dividida en distintos grupos que poseen valores, metas y normas diferentes lo que genera conflictos entre ellos. Cada uno de estos grupos busca imponer sus intereses por encima de los demás, así la definición de lo que es correcto o no es una prerrogativa de aquellos que tienen el poder político para definirlo de acuerdo a sus propios intereses y concepciones. La naturaleza del delito es determinada por la clase social dominante para procurar ventajas a sus intereses materiales y su concepción de la moralidad.
De lo expuesto se deduce que no todos los actos considerados como delitos son la expresión de los intereses del grupo social dominante, por lo que ninguna norma es apoyada por todos los distintos grupos que conforman la vida societal. (Bergalli, 1983)
Los teóricos del conflicto argumentan que la delincuencia juvenil es el resultado de un conflicto societal entre dos o más grupos, conflicto con base en la clase social y la economía (lucha de poder). El conflicto puede surgir entre el sistema legal y grupos minoritarios que se sienten oprimidos por este sistema. El carácter del conflicto puede ser étnico, racial o ideológico.
Desde esta perspectiva la delincuencia juvenil es vista como una situación en la que se recurre a la acción delictiva para escapar de una situación abusiva, el individuo se revela en contra de la sociedad represiva dominante. Esta forma juvenil de exteriorizar el conflicto puede ser mal vista desde el punto de vista legal, pero puede ser moralmente correcta y estar justificada. Aunque, si un joven mata con un cuchillo a un compañero, el acto es difícilmente justificable de manera racional.
Un joven comprometido en actos delictivos hacia un grupo conflictivo también puede llegar a ser sub-culturalmente aceptado. (Zappen, s/f)
Una de las principales referencias del labelling se encuentra en la construcción de la figura del outsider por Howard Becker. Quien actúa violando las reglas establecidas de los distintos grupos sociales, le es adjudicada una etiqueta de desviado por parte de las personas que cuentan con el poder de fijar las reglas. Es importante tomar en cuenta que la comprensión de este fenómeno debe enmarcarse en un contexto normativo dado y una época determinada.
La aplicación de una etiqueta es el resultado de un proceso político porque es sólo el comportamiento discriminado el que viola las reglas dominantes que han sido impuestas por medio de criterios de poder. Entonces, la conducta desviada es consecuencia de un proceso de interacción entre la acción que es cuestionada y la reacción que viene de otros individuos.
Así se conforma una carrera criminal que, al ser complementado con el mecanismo de la profecía autorrealizable, hace que el individuo termine modelando su identidad según la imagen que los demás tienen de él. (Bergalli, 1983)
Los grupos sociales producen la desviación al hacer las reglas cuya violación constituye una desviación, al aplicar estas reglas a los individuos y al etiquetarlos como extraños. Desde este punto de vista la desviación no es una cualidad del acto que se comete, sino que es consecuencia de la aplicación por otros de reglas y sanciones al culpable. El desviado es aquella persona a la que la etiqueta le ha sido aplicada exitosamente. Cuando un individuo es atrapado por haber cometido un crimen pude comenzar a verse en un contexto negativo. (Becker, 1963)
La teoría del etiquetamiento es crucial para entender la delincuencia juvenil porque es durante la adolescencia cuando termina de formar la identidad de si mismo. Esta teoría también ayuda a explicar las consecuencias a largo plazo de la etiqueta de desviado en la identidad social del individuo. Si un joven es etiquetado como delincuente, su propia identidad puede desarrollarse de forma que se vuelva más propenso a verse envuelto en actividades criminales. Por el concepto negativo de su identidad, escogerá involucrarse con el crimen y asociarse con otros delincuentes con los que comparte la etiqueta. (Zappen, s/f)
Por medio del control social se describen los mecanismos mediante los que la sociedad ejerce su dominio sobre la totalidad de los individuos que la integran. Es gracias a este control que se superan tanto las tensiones como los conflictos, mientras más rígido sea el control, mayor afianzamiento y permanencia del sistema social.
El ejercicio del control social se da a través de la reacción social, la respuesta reprobatoria que la audiencia social atribuye al comportamiento humano que llega a apartarse de las expectativas sociales. (Bergalli, 1983)
Los teóricos del control social comienzan su planteamiento con la premisa que el comportamiento es antisocial y delincuente por naturaleza. Travis Hirschi establece que los seres humanos son animales, capaces cometer actos criminales porque está en su naturaleza hacerlo. Así, los delincuentes son las personas que externalizan sus inclinaciones más primitivas.
Esta perspectiva plantea que los miembros de una sociedad forman vínculos con otros miembros o instituciones. Los vínculos sociales identificados por Hirschi incluyen: los lazos afectivos que se desarrollan entre los niños y las personas más cercanas a ellos, el compromiso con las normas sociales de comportamiento y con el éxito en lo que se refiere a las recompensas de tales valores, la participación en diferentes actividades ya que, mientras más actividades realice una persona, menos tiempo le queda para meterse en problemas, y, por último, el hecho que la mayoría de las personas son criadas para respetar y creer en las leyes. Por la creación de estos vínculos el individuo internaliza las normas de la sociedad.
Entonces, la teoría del control social atribuye la delincuencia juvenil a la falla de la juventud de crear los mismos vínculos y niveles de capital social que los ciudadanos de ley. Esta falla en su proceso de socialización hace que los jóvenes que la padezcan sean más propensos a involucrarse en actividades criminales. (Zappen, s/f)
Teoría de la presión (Strain Theory)
Esta teoría se preocupa de cómo la estructura de la sociedad contribuye a que algunos de sus miembros no puedan alcanzar sus metas. Esto crea una presión que abre el camino para que el individuo rechace las metas aprobadas culturalmente y se acerque a la delincuencia y al comportamiento criminal.
La teoría sostiene que las personas que cometen crímenes poseen, básicamente, los mismos valores que todos los demás, en estos valores se encuentra un predominio de logros y éxito. Los caminos para conseguir el éxito están restringidos para las personas de clase social baja, entonces, los individuos de esta clase enfrentan un gran dilema: o renuncian a los valores de éxito y prosperidad o abandonan la obediencia a la ley.
Las condiciones de la sociedad que le impiden al joven lograr el éxito pueden causar un desafío hacia las normas y valores socialmente aceptados, lo que lo conduce a involucrarse en actos delictivos. Este patrón de delincuencia puede llevar al joven a una vida en prisión o a una vida sin éxito.
El planteamiento central es que los jóvenes de clase baja comparten los valores de éxito de la cultura dominante pero, por una inadecuada socialización, son incapaces de competir efectivamente. Esto produce una tensión que deben procurar resolver para no caer en una vida de delito. (Zappen, s/f)
Teoría de la cultura de la desviación
Ve a la delincuencia en función del ambiente en el cual el joven vive. El ritmo de la delincuencia es mayor en el interior de las ciudades, en vecindarios empobrecidos. Los teóricos de esta perspectiva afirman que el ritmo de la delincuencia se mantiene constante incluso cuando las personas que allí viven cambian completamente.
De esto se deduce que es el ambiente el que produce a los delincuentes, en general, y a los delincuentes juveniles, en particular. Las condiciones que conduce a la creación de un ambiente delincuencial son las condiciones sociales propias de estas áreas: segregación económica, racial y étnica y una alta incidencia de enfermedades sociales (mortalidad infantil, desempleo, deserción, etc.). El criarse en áreas culturalmente desviadas generará estilos de vida criminales, en las que los individuos pueden aprender patrones de comportamiento desviado.
Todas las teorías hasta ahora expuestas explican las causas sociales de la delincuencia juvenil en cierta forma. Es necesario tomar en cuenta que estas teorías dejan de explicar fenómenos importantes dentro de la temática –esta afirmación no pretende quitarles mérito- porque, como todo problema social, la delincuencia juvenil es producida por un gran número de factores causales. Por esta razón, la clave para tratar de explicar la delincuencia juvenil es tratar de "rellenar" los vacíos con las respuestas de otras teorías, es decir, complementar una teoría con otra. (Zappen, s/f)
La criminología crítica contempla la delincuencia juvenil desde puntos de vista metodológicos que cuestionan tanto la competencia objetiva como la subjetiva de los tribunales de menores en cuanto a las competencias y soluciones de las infracciones juveniles.
Las teorías tradicionales no toman en cuenta la dimensión, social, económica y política del hacer y el ser del hombre, por lo que entendían el delito como acción individual que resulta de la voluntad del delincuente.
En contraposición, para la teoría crítica, la acción delictiva proviene de dos sujetos activos: la sociedad y el individuo. La acción individual no es libre ni está enteramente predeterminada. Junto a la acción del delincuente se encuentra también la reacción de la sociedad, entonces el delito se atribuye más a la sociedad que al delincuente por ser ésta la que etiqueta como delito ciertas acciones y la que atribuye la categoría de delincuentes a las personas que llevan a cabo esas acciones.
La delincuencia juvenil es una realidad social conflictiva que surge de la acción y reacción dialécticas entre la estructura y los individuos. Esta realidad es positiva porque manifiesta la postura de la juventud ante los problemas de la sociedad, y negativa, porque viola algunos de los derechos del hombre.
La noción de delito juvenil es el resultado de la relación dialéctica que se produce entre el joven que es influido por la estructura y el etiquetamiento de los controles sociales, sin olvidar que estos controles también actúan presionados por esa estructura.
En cuanto a la acción delictiva juvenil, los autores críticos plantean que al ser menor la edad del sujeto, menor va a ser su actividad delictiva y mayor su pasividad de etiquetación. Si es menor su actividad delictiva es menor el perjuicio producido y, por consiguiente, es menor su culpabilidad y responsabilidad porque a su edad la libertad es muy reducida. En cuanto a la pasividad, lo que aumenta es la victimación o la estigmatización en la personalidad del joven que todavía se encuentra en proceso de formación.
Dicho esto, los autores de la delincuencia juvenil se constituyen en estructura social e individuo, ambos son los protagonistas de la criminalidad.
Los jóvenes intensifican su cultura juvenil y retrasan la entrada al mundo de los adultos, es de esta forma que crean su propio grupo (la sociedad juvenil) cada vez más grande y contestatorio. Como control social, la sociedad también es un sujeto activo de la delincuencia por su acción inmediata de controlar, criminalizar y estigmatizar. Los delitos juveniles no existirían si la autoridad no formula leyes que tipifiquen y criminalicen un comportamiento determinado. Los controles sociales sancionan a los individuos, beneficiando menos y perjudicando más en proporción inversa a la edad de los jóvenes. Además, el ambiente comunitario disminuye la libertad de los sujetos también en proporción inversa a su edad.
La criminología crítica propone una única respuesta a la delincuencia juvenil que es la comprensión de esta realidad social como un conflicto normal que nace por la injusticia estructural y que, como consecuencia, pide la reforma de la estructura como la solución. (Beristain en Beristain y Ottenhof, 1977)
Una tipología de los delincuentes juveniles
En este apartado se expondrá una división clasificatoria de los jóvenes delincuentes propuesta por Don Gibbons en su obra Delincuentes juveniles y criminales editada por primera vez en 1969. Esta clasificación se presenta conforme al papel social que representan los delincuentes juveniles, el patrón de comportamiento delictivo se analiza como trayectorias de actuación delictiva que se nutren de cuatro factores:
- La configuración del delito
- Un escenario ambiental de interacción
- La imagen que de si mismo tiene el delincuente
- Sus actitudes concomitantes
El autor llama la atención acerca de las limitaciones de su tipología, admite que gran parte de los estudios empíricos realizados no encajan perfectamente en el cuadro clasificatorio. Sin embargo, se cuenta con una base empírica suficiente para atribuir características a ciertos tipos de transgresores.
El proceso que utilizó Gibbons para clasificar en tipos fue el resultado de una exhaustiva revisión de anales criminológicos y notas diferenciadoras ya existentes y, por medio de deducciones lógicas, estableció los rasgos fundamentales que distinguían un tipo de otro. Así llegó a una clasificación de jóvenes delincuentes según nueve modalidades de su actuación en la sociedad:
- El pandillero ladrón
- El pandillero pendenciero
- El pandillero casual
- El delincuente casual no pandillero
- El ladrón de automóviles
- El drogadicto
- El agresivo de peligrosidad extrema
- La joven delincuente
- El delincuente psicópata
Los tipos I, II, III y VI representan diversas modalidades de delincuencia pandilleril de la clase baja, en referencia a ello es que pueden ser agrupados.
Los adictos a las drogas se han diferenciado de los pandilleros porque tales jóvenes no pueden ser clasificados como los que no son adictos. Esta categoría sólo incluye a los consumidores habituales, esto debido a que existen razones sólidas para creer que ellos forman un grupo separado con problemas de personalidad más serios que lo de criminales no consumidores.
En las categorías IV y V están tipificadas dos formas delictivas que predominan en los jóvenes de clase media. Lo que no quiere significar que los muchachos de clase baja no roben autos o no cometan delitos leves estando solos, pero la tendencia es a concentrarse en las categorías I, II, III y VI.
Los tres tipos restantes (el comportamiento brutalmente agresivo, el psicopático y la delincuencia femenina) parecen no vincularse con alguna clase social en particular.
El delincuente pandillero ladrón
Incurre en delitos contra la propiedad ajena y suele hallarse comprometido en actos de vandalismo. Este tipo de delincuente es muy versátil en sus delitos pero le atraen más los delitos que le dejan beneficios monetarios.
Estos jóvenes poseen vínculos frecuentes de asociación con otros compañeros también delincuentes. El grado de afiliación pandilleril es muy diverso, pero el patrón común es que el sujeto comete sus violaciones respaldado por un grupo de compañeros con los que comparte actitudes antisociales.
La imagen de si mismos que tienen estos jóvenes es la de delincuentes, se enorgullecen de su fama de rebeldes y de su sangre fría. Además manifiestas marcadas actitudes antisociales como: hostilidad hacia los agentes de policía, los tribunales, las instituciones y los ciudadanos de ley. Normalmente, estos delincuentes se consideran como víctimas de una sociedad que les niegan cualquier clase de oportunidades, por eso las normas de cooperación social les parezca un sin sentido.
Lo más común es que estos jóvenes tengan una iniciación a temprana edad en las actividades delictivas, el patrón a lo largo del tiempo es evolutivo hacia transgresiones cada vez más graves y frecuentes. Sus experiencias de vida en su carrera delictiva lo llevan a encarar los conceptos negativos que la sociedad le atribuye y por ello autojustifica su comportamiento.
Los jóvenes de esta categoría provienen de clases bajas de los sectores urbanos. Su historial familiar se caracteriza por una falta de orientación y cuidado parental en lo referente a los malos ejemplos de la delincuencia.
En el ambiente de la pandilla es donde el joven siente respaldadas sus actitudes agresivas y donde encuentra el estímulo y la gratificación para cometer los delitos.
En cuento a su experiencia con organismos consignatarios, los trasgresores clasificados en este tipo tienen asuntos pendientes con la policía desde edades tempranas. Usualmente, los tribunales de menores ya están acostumbrados a tratar con ellos y los consideran como incorregibles después de muchas entradas a entidades correccionales.
El delincuente pandillero pendenciero
Este tipo está conformado por adolescentes que son miembros de pandillas de vagos que se dedican a merodear las calles y a buscar peleas con otras pandillas donde ventilan sus rivalidades y diferencias. Estos pandilleros pertenecen a organizaciones delictivas bien definidas que poseen emblemas y distintivos incluso en su vestimenta. El sentimiento de pertenencia es muy fuerte por lo que los amigos se consiguen dentro del mismo clan.
Estos individuos se ven a si mismos como miembros de una pandilla de rebeldes, no como delincuentes propiamente dichos., de hecho, la mayoría no se consideran como aprendices de la carrera del crimen.
Sus actitudes se condensan en la idea que el mundo les niega las oportunidades, por ejemplo, dudan que por medio del trabajo puedan salir adelante. Una de sus actitudes más marcadas en contra de los organismos policiales a los que acusa de no comprender sus sentimientos como miembros de una pandilla.
La trayectoria de actuación se inicia en la adolescencia temprana y de la afiliación resultan actos repetitivos de índole delictuosa. Parece ser que gran parte de estos jóvenes vagos tienden a reajustarse a la vida social después de cierto tiempo en las pandillas.
Los trasgresores de este tipo también provienen de clases bajas, lo que caracteriza su medio ambiente es una gran cantidad de población flotante sin importantes niveles de articulación social. Su ambiente familiar se construye con unos padres que a duras penas logran mantenerse, portadores de actitudes sociales positivas y que reprueban las actividades delictuosas de sus hijos pero no son capaces de meterlos en cintura.
Los pendencieros crean una matriz de opinión que comparten con todos sus compañeros de vagabundeo. La afiliación al grupo implica que los miembros se rijan por principios de audacia y que repugnen la cobardía al enfrentarse a riñas callejeras.
Las instituciones sociales van fichando a estos sujetos como no convenientes ya que siempre que se requiere su participación resulta expulsado por su disposición a la agresividad constante. A lo largo de sus experiencias en pandillas, los trasgresores de esta categoría se encuentran muy a menudo con la policía pero, en la mayoría de los casos, no se procede al arresto oficial. Los policías tratan de dispersarlos para que no se den nuevas peleas sin arrestar a nadie, a menos que se sobrepasen límites de destrucción y se cometan severos daños a la propiedad e integridad de los individuos.
El delincuente pandillero ocasional
Los pandilleros ocasionales participan en riñas y cometen robos y vejaciones. Los actos delictivos se llevan a cabo en compañía de compañeros y es muy común que cometan sus fechorías tan sólo por buscar diversión. Si se afilia a un grupo de delincuentes sólo lo hace de manera ocasional no asidua y, el resto de los miembros del grupo lo ven como una especie de agregado con el que no guardan una relación personal.
Estos trasgresores ocasionales no se consideran a si mismos como delincuentes. Aunque están conscientes de la índole delictuosa de sus actividades, se diferencian del resto de los pandilleros que realmente son delincuentes.
Estos pandilleros muestran cierta hostilidad hacia la policía y los representantes de la ley. Sien embargo, sus actividades rutinarias no resaltan significativamente del resto de los individuos que lo rodean. Alientan actitudes positivan hacia al trabajo lícito y cuentan con tener este tipo de trabajo al llegar a la edad adulta.
Estos delincuentes se inician a edades tempranas pero cuentan con grandes posibilidades de poner fin a sus actividades delictivas en cortos períodos de tiempo. De hecho, tienen mayor probabilidad de reajustarse en su vida adulta y convertirse en ciudadanos honrados.
Al igual que las categorías anteriores, los delincuentes ocasionales provienen de barrios de clase baja de las metrópolis. También comparten rasgos en cuanto al historial familiar, aunque estos trasgresores cuentan con familias en las que es más cuidadosa el control y supervisión sobre los hijos, de forma que sus padres les han enseñado defensas contra los principios ilegales.
El pandillero ocasional se asocia con otros jóvenes pero no su relación no llega a ser tan profunda como para que el trasgresor llegue a separarse de sus amigos no delincuentes. Así, divide su tiempo entre ambas compañías y, por querer mantenerse en buenos términos con ambos sectores, no resiente fuertemente el influjo de los ejemplos delictuosos.
Al ser sus trasgresiones menos graves y frecuentes, tiene menos encuentros con los organismos policiales. Normalmente los encuentros son informales en los que el funcionario le advierte al individuo acerca de sus actuaciones pero no emprende contra él acciones mayores. La consecuencia más probable de estos acercamientos es que los adolescentes, por miedo a represalias más formales, terminen alejándose del medio delictivo.
El delincuente casual no pandillero
Son los adolescentes que perpetran delitos sin pertenecer a ninguna pandilla identificable. Este género comprende delitos de varias especies, estos generalmente reproducen un patrón individualista de conducta. La interacción dominante en el círculo de amistades es de orden no delictivo. A pesar de ello, puede darse una interacción conjunta de copartícipes en los delitos.
Cometen pequeñas trasgresiones desde hurtos de menor cuantía hasta ciertos actos de vandalismo. En algunos casos las ofensas llegan a causar graves daños, pero parece suceder como excepción.
Estos trasgresores pueden operar en compañía de otros jóvenes que no asan por delincuentes ante la sociedad y tampoco se consideran como tales. El grupo se dedica a actividades lícitas, aunque no falta quien cometa un delito de vez en cuando. Dentro del grupo no se pierde el prestigio por participar en un delito, pero tampoco se consigue una mayor reputación.
Estos jóvenes se ven a si mismos como no delincuentes, al ser aprehendidos suelen reconocer sus faltas y se avergüenzan de ellas. Ellos ven a los delitos cometidos como diversión no como manifestaciones de verdadera delincuencia. Para con los demás, muestran actitudes prosociales no agresivas. Los delitos cometidos son ocasionales y poco numerosos.
El delincuente casual no pandillero suele provenir de la clase media. Sus padres suelen haber tenido un éxito relativo en sus esfuerzos por educar al joven, infundirle actitudes de cooperación y aspiraciones de triunfar en la vida. Es el afán de buscar diversión sin reflexionar es lo que los conduce a ciertas exageraciones delictuosas.
Las experiencias con organismos consignatarios son muy escasas tanto por el carácter intrascendente de sus infracciones como por el hecho de pertenecer a un medio social medianamente estable y desahogado.
Los llamados paseadores escandalosos roban automóviles sin el propósito de desmantelarlos o de lucrarse. Dentro de sus comunidades tienen fama de libertinos a los que les gusta emborracharse y andar con muchachas también consideradas libertinas. Generalmente, sus actividades ilícitas se limitan a robar autos y rara vez se ven envueltos en otro tipo de delitos.
Estos roba-vehículos se mueven en un grupo bastante desarticulado de jóvenes, por lo que no muestran mayores impedimentos al asociarse con cómplices nuevos.
Estos jóvenes se consideran a si mismos como no delincuentes y no dejan de subrayar las diferencias existentes entre ellos y los verdaderos delincuentes. Ellos miran sus actividades delictivas como una prueba de su temple, masculinidad y sangre fría. Sus actitudes mantienen una disposición receptiva frente a la sociedad ya que aceptan y se adaptan a los estándares convencionales.
La iniciación se da en la adolescencia con el primer robo y puede prolongarse varios años con paseos ocasionales. Parece existir una tendencia a poner fin a la carrera de roba autos hacia el final de la adolescencia, comportándose de allí en adelante como ciudadanos de ley.
Estos trasgresores suelen ser jóvenes de clase media cuya posición económica es desahogada. En su cuadro familiar puede constatarse un cuidado suficiente y constante por parte de los padres, pero suele observarse una falta de interrelación íntima con el padre.
Estos trasgresores se muestran bien adaptados al medio. Aunque se relacionan con compañeros no delincuentes, parecen preferir asociarse con otros con los que comparta la fama de rebeldes y descarriados.
Gracias al grado relativo de educación social que poseen, terminan por plegarse a las normas convencionalmente aceptadas y llegan a comportarse como cualquier ciudadano honrado.
En su mayoría, los jóvenes drogadictos hacen de los enervantes su línea única y específica de trasgresión. Aunque hay entre ellos quienes cometen otros delitos su propósito es conseguir dinero para mantener una provisión constante de droga.
El medio de los drogadictos se configura como una subcultura de vividores inmorales, al asociarse con otros adictos siguen finalidades muy complejas. El tráfico de drogas requiere una red de ayuda mutua en la que los adictos comparten información sobre las fuentes de abastecimiento y medios de contacto. Es importante destacar que al drogadicto "perdido" se le ve en otros ambientes delictivos como un sujeto anormal del que no conviene fiarse.
El drogadicto ve en si mismo una persona cuyos azares de la visa le justifican el ser drogodependiente. Algunos poseen una imagen de individuos recios y de sangre fría que saben ganarse la vida empleando las técnicas para la extorsión. Sus actitudes se caracterizan por dar vida a protestas en contra de la sociedad que no cesa de perseguirlo y que tiene muy poco que ofrecerle. Con respecto al trabajo, las actitudes son negativas, aunque su animadversión es contra cualquier tipo de autoridad establecida.
En su trayectoria de actuación, se trata de jóvenes que empiezan siendo pandilleros pero luego se alejan del medio para entregarse a la drogadicción. También el joven pude hacerse drogadicto en ambientes de tipo convencional. El joven drogodependiente continúa en el vicio hasta convertirse en adulto y luego se le hace muy difícil dejar las drogas.
Normalmente, los drogadictos provienen de barrios urbanos de clase baja. Este tipo de delincuente está conformado por personas pertenecientes a las clases más desposeídas que sufren grandes dosis de frustración social, de falta de oportunidades y de impotencia para mejorar su vida por medios lícitos.
El medio familiar del que proceden los delincuentes drogadictos se caracteriza por una falta de lazos parentales íntimos, por lo que la vida familiar suele parecerle intrascendente y sin sentido. Los viciosos tienden a relacionarse entre ellos, lo más común es que se inicien en la droga por medio de compañeros adictos y optan por separarse por completo de los no adictos delimitando sus relaciones de interacción a su círculo adictivo. Este círculo ejerce una influencia importante para que el individuo persista en el vicio porque la atmósfera del grupo legitima el uso de las drogas.
En el curso de su carrera delictiva el drogadicto mantiene numerosos contactos con organismos policiales y judiciales.
El agresivo de peligrosidad extrema
Esta categoría se refiere a los agresores más asociales que perpetran atentados graves y tortuosos contra víctimas humanas. Los jóvenes de agresividad más peligrosa son los que cometen ofensas aparentemente inexplicables en contra de sus iguales. Las acciones vejatorias que cometen se caracterizan por su extrema crueldad, la mayoría de estos trasgresores se contentan con ensañarse contra sus víctimas de forma física.
Por la índole difusa e impredictible de su agresividad, los trasgresores no mantienen vínculos cercanos con sus compañeros. Generalmente, no se ven a si mismos como delincuentes, por el contrario, piensan que son las víctimas de un medio hostil que se ha empeñado en acosarlos. El joven peligrosamente agresivo se muestra retador y se convence que nadie es de fiar. Por esta creencia sobre los demás, siempre se lanza primero al ataque antes de verse herido o castigado por otros.
Estos jóvenes agresivos comienzan su carrera delictiva incluso antes de llegar a la adolescencia, las posibilidades de reajuste en la edad adulta son muy escasas.
No proceden de ninguna clase social particular. Además, en su núcleo familiar se ven rechazados por los padres.
Es poco probable que estos jóvenes tengan capacidad de relacionarse con sus iguales. Se abstienen de hacer amigos por sus actitudes hostiles, sin contar con que los que los conocen procuran no acercarse por temor a reacciones violentas.
Generalmente, cuentan con un largo historial policial. La actitud que guardan con los organismos de autoridad es hostil, tan sólo como un sentimiento disperso.
Las jóvenes delincuentes cometen delitos muy variados, aunque lo más común es que se envuelvan en delitos de índole sexual. Normalmente no se involucran en actividades de pandillaje con cómplices de su mismo sexo, si forman grupos lo hacen porque sus compañeras adolescentes las etiquetan de locas o descarriadas.
Estas jóvenes no se ven como delincuentes, se justifican con la idea de ser luchadoras, fuertes, rudas, etc. Sus actitudes son hostiles hacia los representantes de la ley e, incluso, hacia sus padres.
Las muchachas que delinquen comienzan a hacerlo luego de haber pasado la pubertad, es frecuente que su carrera delictiva se interrumpa en la edad adulta por casarse o tener hijos.
El cuadro familiar de estas adolescentes es atípico en comparación con las que no son delincuentes. En el es posible descubrir algún grado de tensión familiar que la pone en conflicto con sus padres o familiares cercanos que le reclaman actitudes.
En cuanto a la influencia del grupo de compañeras, estas jóvenes prefieren relacionarse con otras muchachas y muchachos delincuentes. Sin embargo, estas relaciones de camaradería no representan sino un papel secundario a la hora de cometer un delito, no llegan a conformar una subcultura criminal.
Son trasgresores que perpetran delitos extravagantes de carácter individualista y de orden grave. En esta categoría entran los ataques aislados y esporádicos, y la perversión sexual. Los jóvenes de esta categoría suelen ser diagnosticados como neuróticos o prepsicópatas.
Los jóvenes que cometen estos delitos tienden a mostrarse esquivos, reservados y ajenos al medio de interacción de sus iguales. Los trasgresores de este tipo no se consideran delincuentes, la imagen de si mismos difiere tanto de los delincuentes como de los no delincuentes. Son personas bastante introvertidas y dan muestras de sufrir grandes preocupaciones acerca de su persona.
Normalmente exhiben actitudes similares a las del resto de la gente, cuando muestran algunas actitudes no usuales es muy probable que se encuentren bajo el influjo de alguna fijación obsesiva.
En la trayectoria de su actuación cometen pocos delitos pero de orden grave, es por esto que mantienen contactos frecuentes con los organismos policiales y tribunales de menores. Al llegar a la edad adulta suelen comprometerse en problemas incluso más serios. Algunos de estos individuos terminan encerrados en sanatorios para enfermos mentales.
No encuentra ningún tipo de concentración especial en una clase social, por lo que parece ser que los factores causales de este tipo de delitos están desligados del estilo de vida típico de la clase socioeconómica.
El cuadro familiar de procedencia de estos individuos muestra una variedad de rasgos atípicos. Suelen criarse en un ambiente bastante represivo con la marcada existencia de una interacción parental-filial anormal.
Estos jóvenes son solitarios y retraídos, no sólo en la perpetración de delitos sino sino en todos sus actividades en general. Los problemas personales que sufren son lo que los llevan a cometer actos delictivos, por esta razón sus problemas pesan más sobre ellos que cualquier resentimiento por verse en manos de la ley.
Estadísticas oficiales sobre la delincuencia juvenil
Los datos básicos para la estimación del nivel y tipo de la delincuencia son, inevitablemente, los que se encuentran en los organismos oficiales, producidas por la sus propias oficinas de estadística. Estos datos sirven como la puerta de entrada a una problemática que no puede definirse sin recurrir a los datos básicos de la estadística oficial.
Una revisión sistemática de las estadísticas oficiales se convierte en una necesidad imprescindible para cualquier investigación que se inicia en la temática de la delincuencia juvenil.
Lamentablemente no se logró romper con el hermetismo y la burocracia de los organismos oficiales que en el país se encargan de colectar, procesar y seleccionar la distribución de las estadísticas referidas a la delincuencia en general y a la delincuencia juvenil en particular. Por esta razón, no se tuvo acceso a los datos vitales que sustentan la investigación y debemos limitarnos a analizar los datos del Instituto Nacional del Menor que, debe comentarse, son poco concluyentes por tratarse únicamente de menores infractores asistidos en centros especiales, datos empíricos que serían ideales para un estudio de asistencia social mas no de delincuencia juvenil. Para más detalles acerca del infructuoso proceso para tener acceso a dicho tipo de información el lector puede remitirse al apartado de anexos.
Desde el año 1997 hasta el 2001, se asistieron un total de 75.522 menores transgresores.
En la distribución de los menores transgresores asistidos, la tendencia en estos cinco años es hacia una disminución progresiva del número de menores. Cabe destacar que entre los años 1998-1999 la disminución registrada fue menor a la esperada. Para el año 2001 se atendieron 5.944 menores transgresores, cifra 3,5 veces más baja que la registrada para 1997. Sin embargo, es importante destacar que la disminución del número de menores transgresores asistidos no necesariamente se debe a una baja en las tasas de delincuencia de menores. Las razones podrían estar asociadas más a una debilidad institucional que afectara la capacidad de atender a los menores que a una disminución real de la delincuencia en este grupo de edad.
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En cuanto al tipo de infracción cometida, la distribución porcentual de los menores transgresores muestra el predominio del atraco sobre el resto de las categorías representando un 25,2% de la totalidad de infracciones.
La mayor disminución en los cinco años estudiados, en valores absolutos, se evidencia en la categoría de hurtos, seguida por las lesiones personales, el uso de drogas y el atraco.
En el año 1998, se registró un aumento considerable de los menores asistidos por uso de drogas, destrucción de la propiedad, atraco y arrebatón. Algunos de estos aumentos se mantuvieron en 1999, tal es el caso de las dos últimas infracciones señaladas.
Cabe destacar el peso significativo que mantiene la categoría otros por encima del resto, 22,6%. No se especifica que tipo de infracción entra en esta categoría que, debido a su importancia, debía ser desagregada para especificar las infracciones y su peso relativo con respecto a las demás.
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Desde el año 1997 hasta el 2001, se asistieron un total de 97.405 menores infractores, cifra significativamente mayor al total de menores transgresores asistidos.
En la distribución, la tendencia en esos cinco años es hacia una disminución progresiva del número de los menores infractores asistidos. Para el año 2001 se atendieron 9.438 menores transgresores, cifra 2,9 veces más baja que la registrada para 1997. Cabe destacar que la disminución del número de menores infractores registrada para el año 1999 fue menor a lo que podrías esperarse por la continuidad de la tendencia. Al igual que la distribución analizada anteriormente, no puede concluirse que esta tendencia a la baja se deba a una progresiva disminución, durante los años indicados, de la tasa de delincuencia juvenil.
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En cuanto a la causa de ingreso que se refiere al delito cometido, la distribución porcentual de los menores infractores muestra el predominio de otros sobre el resto de las categorías representando poco menos de la mitad (42,6%) de la totalidad de infracciones. Igual que en el análisis anterior, no se especifica el delito de causó el ingreso y, en este caso, sería algo incluso más importante por el gran peso que posee la categoría con respecto al resto de ellas.
A esta categoría, de la que es poco lo que se puede concluir, le siguen de lejos en cuanto a su peso en función del total de delitos: el atraco, con 15,9%, el homicidio, con 6,6% y la tenencia de drogas, con 5,9%.
En el año 1998, se registró un aumento considerable de los menores asistidos por destrucción de la propiedad, atraco, vagancia, mendicidad, desvalijamiento de vehículos y arrebatón. Algunos de estos aumentos se mantuvieron en 1999, tal es el caso del desvalijamiento, el arrebatón, la mendicidad, la destrucción de la propiedad y el atraco.
Durante 1999, también se registraron incrementos considerables en las categorías: ingestión de bebidas alcohólicas, porte de armas, prostitución, delito contra las personas y deambulismo.
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Las principales limitaciones de la realización de esta investigación se basan en dos focos principales. El primero de ellos se trata de la carencia de investigaciones similares en el país, que enfoquen el fenómeno de la delincuencia juvenil desde la perspectiva de la sociología de la desviación y que se encuentren actualizadas. Esto obligó a los autores a explotar su creatividad académica de modo de exponer de forma clara, precisa y sistemática el fenómeno social estudiado. Por supuesto, se espera haber logrado el objetivo.
La segunda limitación a la que se enfrentó la investigación tiene que ver con las estadísticas oficiales de la delincuencia juvenil. Por un lado se encuentra el difícil acceso que parece ser característico de las estadísticas desagregadas de la delincuencia en general en el país, en las palabras de un funcionario del CIPCC de El Llanito al preguntarle por estas estadísticas: "veré que puedo hacer, pero uds. saben que esa es una información muy delicada". Por otro lado, en lo que se refiere a las estadísticas que se obtuvieron, se encuentran los problemas típicos de la estimación de la delincuencia relacionados con la extensa gama de definiciones posibles. Toda medición adolece de fallas que son considerables en cuanto que se trata de datos recolectados a través de varias organizaciones o diferentes niveles administrativos. Esto tiene como consecuencia la no concordancia entre las distintas fuentes de datos por las distintas definiciones empleadas. Si a esto se le añade la notoria importancia de la delincuencia oculta –que podría incluso ser mayor a la conocida-, entonces parece existir evidencia para apoyar la relatividad de la veracidad de estos datos estadísticos.
La delincuencia juvenil en Venezuela es un fenómeno social constituido por el conjunto de las infracciones penales cometidas por los sujetos mayores de catorce años y menores de dieciocho. Junto a esta definición se encuentra el hecho que los delitos cometidos se relacionan íntimamente con la situación social en la que se desarrollan, ambos elementos establecen las bases del estudio de la delincuencia juvenil.
Para el año 2001 la población total de Venezuela fue de 23.054.210 habitantes, distribuidos a lo largo de los diferentes grupos de edad. La población menor de 18 años registrada fue de 9.505.1898, lo que representa el 41,2% del total de habitantes del país.
Así, poco menos de la mitad de la población total de Venezuela está compuesta por niños y adolescentes. Este un indicador elocuente que refleja la importancia de este sector poblacional en la dinámica del país en su conjunto, en especial en el desarrollo socio-económico. De allí lo esencial de tomar en cuenta los problemas que afectan a los menores de edad, entre ellos la delincuencia juvenil tal como fue definida.
Otro aspecto importante de este grupo de edad es la pobreza, de acuerdo con estimaciones de UNICEF, ésta afecta de forma más intensa a los menores de 18 años. Mientras la población total de Venezuela sufre un nivel de pobreza de 56,6%, la pobreza entre menores de 18 años alcanza la alarmante cifra de 71,8%.
El Sistema Penal de Responsabilidad del Adolescente está conformado por un conjunto de órganos y entidades que se encargan de establecer la responsabilidad del adolescente por los hechos punibles en los que incurra, así como aplicar y controlar las sanciones correspondientes. El adolescente que incurra en hechos punibles responde en la medida de su culpabilidad, de forma diferenciada del adulto. La diferencia está en la sanción y la jurisdicción especializada. En cuanto a las sanciones su finalidad es primordialmente educativa, se complementa con la participación de la familia y el apoyo de especialistas; los principios orientadores de las medidas son el respeto a los derechos humanos, la formación integral del adolescente y la búsqueda de su adecuada convivencia familiar y social, estas sanciones son: amonestación, imposición de reglas de conducta, servicio a la comunidad, libertad asistida, semi-libertad y privación de libertad.
Diversas teorías direccionan sus planteamientos hacia la exposición de respuestas diversas para el fenómeno de la delincuencia juvenil, unas bajo la perspectiva bio-anatómica y otras con una visión más sociológica. Las primeras, relacionan ciertos rasgos corporales innatos con características propias de los delincuentes. Las segundas, foco de especial interés para este estudio, intentan explicar el fenómeno de la delincuencia juvenil valiéndose de elementos sociales.
Para la teoría de la asociación diferencial, la vida delictiva se aprende de la experiencia, la causa de que el joven sea delincuente se le atribuye al ambiente en el que se haya criado. En la teoría de la anomia, el comportamiento delictivo se muestra como un síntoma de frustración que puede acentuarse entre grupos que sufren una presión social especial, la discrepancia entre medios y metas empuja al joven a conseguir sus metas por el medio delictivo. Esta teoría se relaciona con la llamada strain theory que afirma que la estructura de la sociedad contribuye a que algunos de sus miembros no puedan alcanzar sus metas. Esta situación crea una presión que conduce al individuo a rechacer las metas aprobadas culturalmente y acercarse al comportamiento criminal.
La teoría de las subculturas criminales afirma que existen grupos que dentro de la sociedad se apartan de las normas y valores de la mayoría, en estas subculturas los jóvenes afectados se juntan para conformar una solución colectiva para su descontento y cada miembro del grupo recibe apoyo de otros cuya situación es parecida.
Por su parte, los teóricos de la elección racional sostienen que la desviación resulta de un cálculo altamente racional de riesgos y recompensas. Los jóvenes, si bien se les atribuye el hecho de no pensar antes de actuar, sopesan las posibilidades de obtener un beneficio y los riesgos de ser atrapado, de esta forma deciden su curso de acción delictiva.
Los teóricos del conflicto argumentan que la delincuencia juvenil es el resultado de un conflicto societal entre dos o más grupos, conflicto con base en la constante lucha de poder.
La teoría del etiquetamiento es de gran importancia para entender la delincuencia juvenil, ayuda a explicar las consecuencias a largo plazo de la etiqueta de desviado en la identidad social del joven individuo. Si un joven es etiquetado como delincuente, su propia identidad puede desarrollarse de forma que se vuelva más propenso a las actividades delictivas. Por el concepto negativo de su identidad, puede involucrarse con el crimen y asociarse con otros delincuentes con los que comparte la etiqueta atribuida.
La teoría del control social atribuye la delincuencia juvenil a la falla de la juventud para crear exitosamente vínculos y niveles de capital social. Esta falla en su proceso de socialización hace que los jóvenes aumenten su probabilidad de involucrarse en actividades criminales.
La teoría de la cultura de la desviación sostiene que es el ambiente el que produce a los delincuentes. Las condiciones conducen a la creación de un ambiente delincuencial, al joven criarse en áreas culturalmente desviadas generará estilos de vida criminales.
Por último, la teoría crítica mantiene que la acción delictiva proviene de dos sujetos activos: la sociedad y el individuo. Junto a la acción del delincuente se encuentra también la reacción de la sociedad, entonces el delito se atribuye más a la sociedad que al delincuente por ser ésta la que etiqueta como delito ciertas acciones y la que atribuye la categoría de delincuentes a las personas que llevan a cabo esas acciones. Así, la delincuencia juvenil es una realidad social conflictiva que surge de la acción y reacción dialécticas entre la estructura y los individuos.
Para terminar el análisis teórico se recurrió a una tipología de los delincuentes juveniles desarrollada por Gibbons, clasificación que se presenta conforme al papel social que representan dichos delincuentes. El autor analiza el patrón de comportamiento delictivo según la configuración del delito, el escenario ambiental de interacción, la imagen que de si mismo tiene el delincuente y sus actitudes concomitantes. Así logra establecer nueve tipos: el pandillero ladrón, el pandillero pendenciero, el pandillero casual, el delincuente casual no pandillero, el ladrón de automóviles, el drogadicto, el agresivo de peligrosidad extrema, la joven delincuente y el delincuente psicópata.
Por un proceso infructuoso en la recopilación de datos estadísticos oficiales sobre la delincuencia juvenil, el análisis de datos que sustentan el estudio se limitó a las cifras provenientes del Instituto Nacional del Menor. En las distribuciones de los menores transgresores e infractores, la tendencia entre 1997 y 2001 es hacia una disminución progresiva del número de menores asistidos. Estas disminuciones no necesariamente se deben a una baja real de la delincuencia en este grupo de edad, podrían estar asociadas a una debilidad institucional que afecta la capacidad de atender a los menores.
A pesar de ser estadísticas poco concluyentes, puede afirmarse que el delito más frecuente cometido por los menores es el atraco, seguido del homicidio, el uso de drogas y el hurto. Lamentablemente, por la falta de otros datos estadísticos que permitan determinar el "estado del arte" de la delincuencia juvenil en el país, no puede existir el atrevimiento de llegar a establecer afirmaciones más allá de las expuestas.
Si con este estudio se logra llamar la atención y estimular la generación de nuevos conocimientos acerca de la problemática de la delincuencia juvenil en Venezuela, se puede afirmar que su propósito implícito ha sido alcanzado.
Las diversas teorías ya expuestas sugieren cualquier cantidad de medios distintos para prevenir o tratar la delincuencia juvenil. Por ejemplo, si se habla de la teoría de anomia, la respuesta a la delincuencia juvenil vendría de la mano con reformas que permitan una distribución más igualitaria de oportunidades y un incremento de los medios legítimos para alcanzar las metas de éxito, de forma tal que el modo de vida delictivo pierda por completo su atractivo. Es más, si se concibe la delincuencia como propia de individuos que actúan sin racionalidad y que no controlan emociones primitivas, la solución se encontraría en la salud mental de la comunidad. Y así, se podría continuar con soluciones totalmente distintas provenientes de estas distintas teorías. No es el caso exponerlas pues no tendría sentido alguno, se trata entonces de entender que, generalmente, se buscan líneas de acción que se anticipan al conocimiento científico pues los problemas no aguardan a la resolución de discusiones académicas por tal o cual solución de ésta o aquella teoría.
En la realidad, las situaciones que llevan a los jóvenes a delinquir son tan complejas que lo ideal es sugerir diversas líneas de ataque más específicas, pero se debe tener en cuenta que éstas no deben trabajar independientemente de las demás. Un cierto grado de integración en las propuestas para la acción podría arrojar mejores resultados y sería menos complicado evaluarlos. Por ejemplo, se debe atribuir absoluta prioridad a la inversión en proyectos socio-económicos y culturales consistentes, los cuales, con el apoyo de las familias e instituciones, permitan garantizar educación, profesionalización y valorización afectiva de los jóvenes de las periferias de forma tal que se logre bloquear el proceso de su reclutamiento para la criminalidad.
Sin embargo, para que las propuestas de ataque den importantes resultados, es necesario que previamente se solucionen una serie de problemas que traban las acciones de dichas propuestas. En Venezuela, las mayores dificultades para la prevención y el tratamiento de la delincuencia juvenil vienen dadas por un grado importante de ineficiencia institucional que, aunada a los recursos financieros limitados característicos de todo gobierno local, regional y central, engrandecen una especie de agujero negro que traga las intenciones de actuar para resolver o mejorar este problema social. Son muchos los organismos y las necesidades que entran a la gran competencia por la asignación de recursos, en el país, durante los últimos cinco años, se ha priorizado la asignación de recursos al proyecto político lo que ha restado importancia a la asignación a otros proyectos importantes, entre ellos el del tratamiento y prevención de la delincuencia juvenil.
Por otra parte, si bien las respuestas a los problemas no aguardan por el conocimiento, esto no puede convertirse en excusa para dejar de estudiar y analizar sistemáticamente una realidad problemática que afecta a muchos sectores de la sociedad. Es indispensable la obtención de muestras empíricas que den luces acerca de que es lo más importante a tomar en cuenta y que faciliten la evaluación y el cumplimiento de los objetivos de los programas. Las investigaciones en la temática de la delincuencia juvenil parecen haberse detenido desde la década de los 70’ y 80’, situación que no favorece en lo absoluto las directrices para su resolución.
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La calidad de vida de una nación se puede –se debe- medir en términos de la buena educación que reciba su gente, un pueblo bien alimentado no sufrirá las penurias de la indigencia ni del hacinamiento; una nación bien educada asegurará el bienestar psicosocial del colectivo y no sufrirá los horrores del abuso de poder, del desconocimiento de las leyes ni de las falsas promesas de sus gobernantes. Las Instituciones Estatales han de ser los pilares que sostendrán la superestructura que corresponde ser un Estado. Bien lo proclamaban los más insignes venezolanos integrantes de la generación de los notables decimonónicos, quienes aseguraban que en la medida en que se logre institucionalizar al país e inculcar desde sus instituciones los valores de seriedad, equidad, honestidad y responsabilidad, en esa misma medida estará echando raíces la recién nacida República.
La satisfacción del colectivo debe ser la suma de todas las satisfacciones individuales, ésta fue la punta de lanza de aquellos ilustres personajes al estilo D’Holbah o Diderot. Si las satisfacciones individuales son confusas, muy dispersas o poco visibles en la mayoría, el objetivo no se habrá logrado, el mal aun no se habrá remediado. El gran problema del estado venezolano radica, en buena medida, en la debilidad de sus instituciones, en lo poco parsimoniosas de las autoridades que rigen los destinos del país. La juventud ha sufrido todo un atropello –sobretodo en la segunda mitad del Siglo XX- que ha desembocado en una ola de violencia, de alineación y de desviación. No se puede estar bien cuando, en el colectivo, la satisfacción no es precisamente la que reina, sino un cierto sentido de frustración, de desánimo, de desmotivación que conduce irreversiblemente a la infelicidad y al abandono de los más grandes sueños.
Si un conglomerado juvenil, que en es en sí mismo el que lleva sus manos abiertas para recibir el testigo y relevar a quien ya no debe continuar, no le es permitido el buen desenvolvimiento en sus diversos espacios, el camino será cuesta arriba y las instituciones, en mucho de los casos, tendrán que asumir la culpabilidad.
La idea no es anclarse en un marasmo pregomecista ni anquilosarse en el capricho personal del que quiere imponerse sobre el más débil; pero es que aquél que ha salido de quién sabe dónde y se ha puesto en contra de un sistema capital sembrado en el liberalismo acusándolo –de paso- de salvaje, es el mismo que ha sembrado una extraña especie de Laissez Faire caudillista cuyo Laissez Passer serán efectos ruines que no tardan en hacerse sentir. ¿Cómo no observar unos índices de delincuencia in-crescendo cuando no hay una presencia burocrática, un control burocrático que los regule? ¿Acaso se puede pensar que aquella providencia, de la que tanto hablaba Hegel en su concepción teleológica de la historia, va a modificar las ya vergonzantes cifras de descontento social?
Tan decepcionante es el panorama que, al tener las mínimas intenciones de acercarse a los organismos a solicitar cualquier dato, cualquier información, el fracaso está garantizado de antemano; la poca interdependencia de las instituciones, la responsabilidad y competencia de sus integrantes y el compromiso de éstas de asegurar el bienestar común es ya una utopía. Bástese querer hacer una investigación, sea cual fuere su naturaleza, su fin o su campo, para observar la ineptitud de los que conforman los pilares del armazón estatal. Tener acceso a unas simples y predecibles cifras, índices, estadísticas o como se quiera llamar, lleva incrustado el más penoso vía crucis que además, por cierto, es discontinuo e infructuoso.
Primera Estación: Cuerpo de Investigaciones Científicas Penales y Criminalísticas (CICPC), ubicado en la Urb. Colinas de Bello Monte –IUPOL-, Caracas, 16 de diciembre, día festivo tanto para el Instituto Universitario de Estudios Penales y Criminalísticos de la Policía Científica Venezolana como para los familiares de los funcionarios. De fiestas navideñas, música, escenario infantil, venta (que regalías ha de haber) de teléfonos móviles y uno que otro empleado seriamente ubicado en su puesto de trabajo. "Deben hablar con el jefe de la Comisaría" (…) "Pero hoy es un día festivo, la biblioteca no está disponible, estamos de parranda, mañana, aunque lo dificulto, puede ser" (…) "Diríjanse a Santa Fe, a la Academia de Policía, a ver… pero hoy no ya que, al igual que nosotros, están de fiesta".
Es posible visualizar en este núcleo la necedad de proclamar un día festivo sin previo aviso, afectando a terceros; (es ésta la sede de la principal morgue del país, hay personas albergando un profundo dolor por sus familiares justo al lado del derroche y el algarabía, favor respetar, además).
Se adelanta una especie de ¡Cónchale!, pero con esperanzas. Segunda Estación: Ministerio del Interior y Justicia, sede Chacao. El mismo día, aquí se trabaja, a veces, hasta las cuatro. Pero "Aquí no es, esa información se la proporcionan en la Av. Urdaneta, Sede principal del ministerio, esto es sólo un tribunal, aquí están las oficinas de Recursos Humanos y de la Administración y… un tribunal". La cara de la funcionaria refleja inseguridad, más bien un deseo de salir de eso lo más pronto posible ya que no es de su incumbencia atender a nadie que ande haciendo investigaciones.
Es todo por diciembre, porque la festividad es la reina del mes y las actividades han de suspenderse por completo, es el momento de un repulsivo pero tradicional ¡Ay, será ya para enero! La angustia priva e insatisface. No queda otro remedio que languidecer y esperar. Las esperanzas, reza el dicho popular, son las últimas que se pierden, lo más importante es aferrarse a ellas y tratar de no perderlas. Ya es Enero, pero no significa la vuelta a la normalidad, porque la festividad aun prosigue hasta mediados de mes.
Atrevidamente el día cuatro de enero es la Tercera Estación: Av. Urdaneta, Ministerio del Interior y Justicia, que por cierto aún se desconoce cómo dos organismos tan vastos como el de interior y de justicia anden a la buena de Dios por ahí fusionados, como si nada. Esta estación es una de las más risibles, ya usted, amigo lector, se dará cuenta por qué. "Deben dirigirse al piso 13, al Departamento de Capacitación y Adiestramiento, ahí otorgan todo lo que corresponde a cifras de delincuencia". Con una aptitud muy seria, muy circunspecta, ha de llegar al piso trece. Los empleados públicos han de encontrarse en sus puestos de trabajo, en una infraestructura digna de llamarse ministerial; algunas se hacen llamar Secretarias; las más atrevidas se hacen llamar Licenciadas. ¿En qué le puedo ayudar? Es la bienvenida. "Pero lamentablemente eso lo otorgan en el piso 8, en la División de Prevención del Delito. Allí ellos trabajan con todo lo que es delincuencia, es allí donde está la información".
Nunca estarán de más las gracias y el hasta luego. En casa piso, un árbol de navidad, muy llamativo el del piso 8. "Pero tratándose de este tipo de información, el departamento encargado es la División General Policial, en el piso 11. Ellos, que trabajan con la comisaría son los que tienen en sus manos esa información". Al fin y al cabo la hora no ha menguado ni los ánimos se han reclinado –no del todo-. Ya será por las escaleras aunque sobre las rodillas se posa el cansancio y la fatiga ha de reinar. "Ustedes han sido engañados vilmente, pues en este querido piso 11 –que por cierto se asemeja a una oficina policial- aquí no se proporciona esa información, ni en ninguno de los pisos de este bien diseñado edificio. El Organismo encargado de ellos es el CICPC ubicado en Parque Carabobo, allí es la división de Estadística, podrían obtener la información que solicitan".
Debe reinar la calma, el sosiego, mil voces gritan y suplican dejar eso de ese tamaño, pero hay un compromiso académico muy personal que hay que cumplir, en función a ello, hay que ponerse en pie frente a la Cuarta Estación: CICPC en el CC Parque Carabobo. Es un Organismo Policial, es la sede de la Policía Científica, por lo tanto es rigor que las pertenencias sean exhaustivamente revisadas. Bienvenidos, es ahora la palabra, mientras que el piso es el 4. Esta estación se encuentra con el problema de la falta del vital líquido y el no funcionamiento de los elevadores, triste modalidad. A usanza de las escaleras –nuevamente- la cosa es en el piso cuatro, aquí debe ser el punto final (¿o de partida?) de la búsqueda. División General de Estadística lleva por nombre y según los funcionarios, el departamento correcto es éste; pero… falta el requisito más importante: la autorización respectiva. Sólo la puede proporcionar el director general regional, comisario Marcos Chávez; "debe dirigirse a la Av. Urdaneta, sede administrativa del CICPC con un oficio donde indique que se está solicitando el material para podérselo suministrar, de lo contrario, será imposible". La cara de desánimo, de frustración, de inconformidad, de desmotivación, se deja ver.
La dicotomía de unos organismos que, en teoría deben marchar de la mano, es el motivo ahora del no querer seguir indagando ni tocando puertas. Da curiosidad saber si con la autorización fulana aquella, es posible acceder a la información: los ánimos, aunque quebrantados, no perecen; ya está bueno por hoy, mañana o tal vez pasado mañana puede ser. La Quinta Estación será el 6 de enero, a ver si los magos de oriente traen la suerte que no es posible conseguir por medio de los canales regulares. Es la sede Administrativa Nacional del CICPC. Se deja observar una infraestructura fenomenal, pulcra, estilizada, digna de ser observada, es un verdadero deleite a los ojos.
La oficina del Director General Nacional es en la Mezzanina 2, "se debe estar autorizado para retirar las cifras que se buscan". (…) "Buenas tardes, soy estudiante de Sociología, 5to año, en la UCAB, estoy realizando una investigación sobre Delincuencia Juvenil en Venezuela y estoy interesada en obtener algunas cifras, datos, indicadores, que reflejen los índices delictivos en adolescentes venezolanos, cualquiera que fuere el año, aunque sea una hojita". Esta había sido la cantaleta de entrada desde la primera estación por allá por los predios belomontinos.
Esta vez, mujer; licenciada sabrá Dios en qué, pero dispuesta a ayudar. "La información que le suministraron en la cuarta estación es completamente falsa, las estadísticas solicitadas no pueden ser suministradas por el CICPC ni puede usted levantar un oficio ante el director del cuerpo, ya que su agenda es tan apretada que no da lugar a este tipo de asuntos. El procedimiento es el siguiente: usted deberá dirigirse al Ministerio del Interior y Justicia – (risas)- y redactar un oficio al Viceministro de Seguridad Ciudadana Alcides Rondón, donde exprese claramente la solicitud, estos son los teléfonos de su secretaria privada y ésta la dirección donde debe acudir. Esa información sólo es posible obtenerla a través del viceministro, pero deberás tener en cuenta que ese trámite con suerte durará más de un mes".
El juego de "La Candelita" ha quedado atrás con este tan estresante vía crucis, la tarde está por terminar, pero antes de que ésta termine, los ánimos perecerán y cesará la búsqueda, la confianza en una Sexta Estación no está garantizada y, de estarlo, habrá que esperar a que una institución cuyos funcionarios desconocen sus atribuciones, dejen en manos de otra providencia el logro del objetivo, qué importa si hay jóvenes entusiastas interesados en expandir sus conocimientos y abrirse los horizontes del saber, qué importa colaborar con alguien que más adelante pueda integrar la breve lista de funcionarios serios y competentes de la burocracia estatal venezolana; a nadie le duele la ineficacia del personal que labora en los diferentes organismos públicos, a nadie le importa la preparación de un pueblo que cada día sucumbe ante los encantos de las misiones revolucionarias y de los microcréditos bolivarianos; porque a mayor ignorancia, mayor oportunidad para aquellos que esperan como caimanes hambrientos de poder y deseosos de iniquidad; en un país donde no reina la meritocracia ni las iniciativas de impulso de la educación de sus gentes, en una ciudad carcomida por la barbarie y la desidia en la que las ratas hacen su mayor fiesta, seguirán habiendo ‘Torres Estes’ de Parque Central incendiándose a cada rato y por todas partes y quedándose así para la posteridad como símbolo de la ineficiencia y de la ineptitud de quienes deben dirigir los destinos, que, lejos de cumplir su rol, condenan al más doloroso infortunio a un pueblo que no puede vivir en tales condiciones, porque las revoluciones –ya lo decía Pitágoras varios siglos antes del nacimiento de Jesucristo- engendran semejantes monstruos (especies de Pantagrueles anónimos) que han de devorarse hasta sus propios hijos.
Caminar hacia delante en tales condiciones parece ser un salto al vacío, un desafío a una ley de gravedad cuya fuerza conduce hacia otro destino por demás incierto; no se avecina la solución porque se avecina la tempestad, ojalá no sea tan arrolladora para poder resistirla. Y sépalo usted, amigo lector, si la finalidad de este trabajo hubiese sido escribir esto, tenga por seguro que aún no estuviese finalizado. Adelante, pues.
Thaís García
Autor:
Thaís García
Adriana Rodríguez
UNIVERSIDAD CATÓLICA ANDRÉS BELLO
FACULTAD DE CIENCIAS ECONÓMICAS Y SOCIALES
ESCUELA DE CIENCIAS SOCIALES
5to AÑO DE SOCIOLOGÍA
SOCIOLOGÍA DE LA DESVIACIÓN
Caracas, 18 de enero de 2004.