Pequeño tratado de filosofía
- Con la razón buscad la verdad
- Análisis de los milagros
- El placer carnal y el espiritual
- El obrero, dios y la política
- La relación de estos dos libros
- La humanidad sin rumbo
- ¿Quién es y qué es Dios?
- La inmortalidad del hombre y su felicidad eterna
- Cerca ya de la cúspide del monte
- Ya vislumbramos a Dios
- Ante la luz de la verdad, que es Dios
- La oración
- Paisaje divino
- Sueño de amor
- Hosannas y aleluyas: "Cantemos al Señor de los Amores"
- Meta final de este monte maravilloso
"Que nadie tenga en poco tu juventud", reza uno de los pasajes bíblicos del Nuevo Testamento en la llamada Biblia cristiana, haciendo referencia a la edad de uno de los jovenes seguidores dentro del grupo de nazarenos que siguieron los pasos del profeta y rabí, Jesús de Nazareth. Estas palabras de estímulo, que corrían por boca de grupo de nazarenos encabezados por el carpintero, marcaron profundamente la trayectoria espiritual de los más jóvenes, entre ellos Juan, el benjamín de los apóstoles, palabras que les dieron la fuerza necesaria para aguantar el curso de los venideros años, plagados estos de profundas experiencias interiores, pero también y como no, de acontecimientos amargamente humanos, acontecidos en una época tremendamente falta de sentido y sensibilidad espiritual.
Con el recuerdo de estas palabras, y con el paso de los años y la juventud inocente, algunos de los sentimientos más espontáneos y naturales que se desprendieron de nuestra casi olvidada alma joven, han llegado a confundirse entre la maleza de los intereses humanos, hasta el punto de perder la frescura de una risa, o la sensibilidad de unas lágrimas surgidas al escuchar la voz de un profundo consejo, o simplemente el recuerdo de una vida que aparecía delante de nosotros, llena de posibilidades infinitas y de descubrimientos maravillosos.
Pero esto es lo que nos estaba pasando por causa de la pérdida de nuestra inocencia, a pesar de escuchar día a día, los consejos de un anciano, cargado ya en años, y en historia. Año tras año, descubriendo a través de él, formas de enfrentarnos al mundo, evitando la manipulación, el engaño, la mentira, el abuso, la injusticia; escuchando palabras de aliento en momentos difíciles de la vida, pero con la precisa sabiduría de quien ama y sabe que su amor ha de sobrepasar las barreras del proteccionismo, y ha de obligarse a dejar libre el alma de sus hijos, aquellos a los que ha dado vida y guarda en su corazón.
Cuando al desempolvar los viejos cajones, plagados de recuerdos y escritos de nuestro querido amigo, y en el sentimiento abuelo Cayetano, poco se iba a imaginar el anciano, que se estaba destapando la caja de Pandora de la juventud más profunda de su alma. Atrás habían quedado aquellos años en los que, sentado en la oscura habitación de una humilde casa en la calle San Miguel de Palma, frente a una vieja lámpara de petróleo, y en muchas ocasiones iluminando su cara tan solo una desgastada y fina vela, se enfrentaba al mundo con una simple pluma y una mente ansiosa de dar rienda suelta a las pasiones de un corazón y de un espíritu a punto de estallarle en el pecho.
Entre multitud de escritos, pensamientos y experiencias, –que de quedar reflejados aqui serían imposibles de descifrar, como imposible es descifrar los balbuceos de un bebé–, alguien dejó al descubierto, tal vez su hija Lucía, en un afán de reordenar la historia de sus padres escondida entre objetos y papeles, un viejo cuaderno escrito a mano, y en cuyo interior se encontraban plasmadas algunas de sus antiguas experiencias místicas, y pensamientos filosóficos, de aquellos que uno necesita recordar de vez en cuando para sopesar las cosas de la vida.
Pero aquel cuaderno iba a ser algo más que un recuerdo desempolvado de entre los cajones, cuando al redescubrir su contenido en una primera lectura, apareció de repente algo nuevo e inesperado, una perla del corazón perdida o tal vez, esperando ser hallada en su justo momento, pero que dió un vuelco a todo lo escuchado y leído del anciano hasta el momento.
Bajo el título de "El Monte Maravilloso", el anciano recordó que un día, siendo muy joven, subió a lo alto de un monte, solo accesible a los viejos espíritus, a aquellos que en su esencia nunca envejecen, a pesar del trascurso del tiempo, y se emocionó. Y a pesar de que sus ojos ya no estaban capacitados para ver las engañosas imágenes cambiantes de la vida física, si que lo estuvieron para desatar de nuevo unas lágrimas de emoción.
Recordándole con la lectura de aquellas palabras escritas, la imagen interior de El Monte Maravilloso de su Espíritu, empezamos poco a poco nosotros a subir también aquella montaña interior, y a emocionarnos con el anciano. Debíamos descubrir el porqué de algunas preguntas sin respuestas, que en estos años, junto al anciano, se habían formado en nuestro interior, sobre todo unas, que pesaban como una losa en espera de ser destapada; ¿por qué aquel anciano resultaba ser más joven que nosotros, teniendo él, aparentemente más edad?, ¿de qué fuente bebía?, ¿qué aire respiraba para mantener tan potente su grito profético?.
Al caer aquella tarde y otras tantas que le precedieron, leyendo una y otra vez lo que el abuelo Cayetano calificó como su mejor legado, empezamos a descubrir algunos de esos porqués, sobre todo el más importante, que la juventud no desaparece, tan solo se pierde, se extravía, y que es necesario encontrarla si queremos subir el Monte Maravilloso del Espíritu.
Porque, no es la juventud del físico la que nos hace fuertes, sino la del Espíritu, algo que siempre hemos visto en este joven anciano, pero que, como todas las cosas importantes de la vida, se aprenden cuando llega el momento justo de ser aprendidas, como justa aparece una mano para desempolvar los recuerdos del espíritu, cuando son más necesitados. Quizás no sea tan importante la edad como creemos, para descubrir o destapar las maravillosas experiencias del espíritu, para decir al mundo lo profundamente pleno que es el interior humano, para subir ese Monte que todo hombre, mujer y niño tiene en su interior, y para ver desde lo alto, cosas que solo el espíritu es capaz de ver y percibir.
Cuando acabamos la lectura de este, El Monte Maravilloso, comprobamos que aquellas ilusiones de juventud, aquella sensibilidad y frescura que durante muchos años disfrutamos, al descubrir junto al anciano Cayetano y su mujer Magdalena, –paciente, generosa en esencia y puntal de equilibrio entre lo humano y lo divino de un matrimonio–, un mundo de posibilidades para el espíritu, posibilidades que creíamos perdidas y que en realidad no lo estaban, sino que se nos habían traspapelado entre pensamiento y pensamiento, como ocurre humanamente a millones de almas en este planeta, absorbidas por la materia de las cosas de la vida física.
Ya fuera en un arranque de emoción, o en una tímida llamada del Espíritu a nuestra alma, lo cierto es que El Monte Maravilloso cautivó nuestro sentido, tal y como cautivó de nuevo a su autor, al recordar que, fué en aquel año, 1945, acabada una guerra entre bautizados, y sin más esperanza que la que ofrece un país sumido en la miseria y en el hambre de los indefensos, que el joven anciano empezó a construir un nuevo mundo desde su interior, aunque a escondidas de los hombres ciegos en estas cosas, que no le hubieran entendido y tal vez, no le hubieran dado ocasión de darlo a conocer en la actualidad.
Estas cosas del alma, que empequeñecen la soberbia humana y engrandecen los sentimientos y pensamientos de la razón, son lo único que el hombre y la mujer del futuro podemos usar para transformar este mundo hostil en que vivimos, en un paraíso. Y es seguro que ese paraíso existe –como existen los seres que lo hacen posible a través de su vida–, pero no encima de un monte cuyo fin no podemos imaginar por ser infinito como Dios mismo, sino en el propio esfuerzo que supone subir ese Monte Maravillo del Espíritu, un esfuerzo que al mismo tiempo es la recompensa para el espíritu ansioso de sentir el rocío de un nuevo pensamiento, conocimiento o sentimiento espiritual.
Y con este fin, el del sentimiento, queremos valorar desde nuestra posición sencilla y humana de hombre y mujer, el trabajo interior de este anciano joven, Cayetano Martí, escribiendo el único prólogo que se puede escribir en estos casos, unas palabras de agradecimiento expresadas desde la razón del corazón, porque ha sido a través de esa razón con la que hemos aprendido a sentir y valorar las cosas importantes de la vida.
Y acabado este pequeño prólogo, reiteramos que la lectura de un legado espiritual como el que nos ofrece este anciano joven, Cayetano Martí, solo es comprensible si se realiza el esfuerzo de aprender a razonar con el fin de descubrir el porqué de las cosas, de esta manera será posible comprobar personalmente, que lo expresado por el espíritu de este hombre libre, es la realidad con la que se rige el propio universo, y por la que tarde o temprano, tendremos que regirnos todos los seres humanos cuando iniciemos el camino para subir al Monte Maravilloso del Espíritu.
Juana Alemany / José J. Méndez
12 de Mayo de 1945
SEGUNDO Libro
del
Tratado de Filosofía
Capítulo I
Todos los esfuerzos del hombre civilizado deben encaminarse hacia la superación de sí mismo, por lo tanto es muy necesario buscar la verdad de todas las cosas, por medio de la razón y de la recta comprensión de nuestras experiencias o vivencias. La prueba clara de esto es, que si el hombre hubiera permanecido inactivo (moralmente hablando) desde su creación hasta ahora, seria tan salvaje como en los tiempos prehistóricos.
Como podemos suponer, aún no hemos llegado a la cúspide de nuestra civilización. Tenemos el derecho y el deber de seguir construyendo y destruyendo las teorías del pensamiento humano.
Es hora ya, por lo tanto, de dejar la vieja y nociva teoría de: "esto me han enseñado y esto quiero seguir". Es un error bien claro, pues si nosotros, nuestros padres, nuestros abuelos, bisabuelos, etc, hubiéramos seguido así, hoy seríamos unos perfectos primitivos yendo de caza, con un taparrabos y un palo en la mano, sin conocer los inventos, las ciencias, la filosofía, las religiones, el arte y la cultura de nuestros tiempos presentes que son el sello y el Regalo de Dios. Regalo que ofrece a los hombres que no se conforman con ponerse el sombrero tal como sus padres se lo dieron, sino que lo examinan, lo estudian, lo limpian, o lo rompen para hacer luego otro nuevo, sin duda mejor, más completo y más verdadero.
La mayoría de los hombres que tienen alguna cultura, si se les pregunta que ideas tienen, contestan enseguida: "yo soy católico", "yo republicano", "yo comunista", "yo protestante", o eso de "yo no creo en nada". Si se les pide en qué se fundan, casi todos contestan: "estas ideas mías las llevo en mi mente desde mi infancia y no encuentro otras más buenas y verdaderas". Enseguida podemos ver que estos hombres no se han preocupado de analizar sus propias ideas, de lo contrario nos contestarían diciendo, por ejemplo: "yo soy esto o aquello por convicción y he aquí lo que me ha convencido", y nos explicarían el motivo de forma convincente, pero, aún así, no tenemos que estar con las suyas, ni con las que escribe este libro, pues esto seria hacer un paro en la marcha de la civilización. Por el contrario, mientras tenemos las ideas de los otros, tenemos que crear otras nosotros y entre unas y otras puede salir la luz de la verdad, una verdad que avanza, sin trabas ni retrocesos.
La razón nos dice que la Verdad es el Sol, el frío, el calor, el arriba y el abajo, pues estas cosas son lo mismo para todos los hombres. Pueden tener diferentes nombres pero el significado es el mismo y hablaremos con razón. Pero no podremos decir lo mismo de los nombres, pues si fuera Verdad (es decir, de Dios), el nombre sería uno y único, pero no es así, porque éste lo ha puesto el hombre y es simplemente una costumbre.
Lo mismo ocurre con todas las religiones de la tierra: el significado es el mismo, es uno y es único, es "Dios", pero ninguna puede decir "yo soy la Verdadera", aunque sus componentes se esfuercen en demostrarlo, pues siempre caerán en el error, porque el hombre que posee la cualidad llamada "comprensión", tendrá la Razón en sus manos y podrá llamarse libre entre los hombres, en cuanto al pensamiento, porque estará protegido contra las sugestiones de los otros, por Dios.
Ahora que podemos ser cristianos, porque es lógico teniendo esta Religión en nuestra misma casa, no ir a buscar otras en casa ajena, pero sin criticar ni una ni otra, estamos en el deber de examinarlas quitando los obstáculos del camino que ha de recorrer la Razón y veremos que ésta se encontrará enseguida con la Verdad que tengan las religiones y tendrá que saludarla muy amistosamente, mientras que las falsedades, mentiras y equívocos serán arrollados por la Razón, la cual (quieran o no algunos hombres), es la mismísima voz de Dios, como ya han dicho muchas veces algunos filósofos, pues, analizando el pensamiento humano, nos acercamos mucho a la Verdad Total, y cuando hayamos encontrado esta Verdad, puede ser que salga la Verdadera Religión que sería Universal, y terminarían para siempre las guerras entre los hombres y aunque quedaran algunos ambiciosos, serían apartados por la mayoría de los seres humanos completamente civilizados.
Muchos creerán que esto es una herejía, pero están equivocados, porque precisamente lo que tenemos que buscar es el camino más corto y Verdadero para llegar a la Madurez de nuestra civilización y después podremos servir a Dios, siendo verdaderos Cristianos. Sería ridículo creer que, porque intentamos descifrar estos misterios, que a muchos les parecen inexpugnables, estamos poseídos de malos espíritus o somos víctimas del diablo. Pero si se tiene un poco de sentido común, se verá enseguida que si estamos poseídos, es de la Razón que viene de Dios, por lo tanto sigamos adelante sin ningún miedo, porque nosotros somos como el que va al mercado a comprar: le hacen diferentes propagandas, pero el comprador escoge el producto.
Así pues, escojamos el camino, no el que convenga a los demás o a nosotros, sino el que se acerque más a la Verdad, pues aunque el mundo esté todavía cargado de hombres equivocados o quizás maliciosos, empieza a distinguirse claramente que la humanidad se divide en dos bandos: el bando de los Verdaderos Hombres, que han comprendido que no solo de pan vive el hombre y que es más necesario llegar hasta la meta de la civilización que no rellenar la caja de caudales a rebosar. Y el bando de los ignorantes y pillos. Los primeros defienden hasta lo último, ideas sugestionadas por otros, y los segundos (que se consideran a sí mismos los más listos y espabilados), defienden el dinero y el poder.
La catástrofe sería segura si dominara por completo el segundo bando, pero afortunadamente hay en el mundo miles de escuelas de donde salen jóvenes cargados de sabiduría y con sed del más allá, que pueden triunfar en esta lucha moral e implantar para siempre el Reino de Dios, tan mal comprendido por los hombres que ni ven ni oyen, teniendo sanos estos sentidos. Pero no desmayemos, pues la civilización avanza y ya empezamos a ser libres de muchas supersticiones que tenían presa a la Humanidad, y además Dios está en el bando de los Verdaderos Hombres.
Capítulo II
Hemos podido observar que, por ejemplo, si a un niño de diez o quince años, se le sugestiona antes de irse a acostar, que piense en su abuela que hace varios meses que ha muerto y en su padre que murió cuando él era un bebé, el resultado será, por ejemplo, que su abuela le cuenta un cuento, pero a su padre no lo podrá soñar porque era muy pequeñito cuando murió y no guarda en su mente ninguna imagen de él que sea exacta. A todos los seres humanos nos pasa lo mismo, podemos ver en visiones imágenes de seres queridos que hayan muerto o que estén ausentes, si anteriormente los hemos visto siendo nosotros mayores, pero si se murieron o marcharon siendo nosotros muy pequeños, no tenemos sugestión de imágenes. Por lo tanto, tratemos de comprender que las apariciones de los místicos son vírgenes, crucifijos o rostros de otros santos, demostrando claramente, que son sugestiones anteriores, porque les es imposible ver a Dios, tal como debe ser, ya que de El solo tenemos ideas humanas de cómo será o no será.
En cuanto a las curaciones milagrosas, tienen su principal papel, por una parte, el magnetismo, bastante conocido ya, y por la otra, la voluntad de creer, o sea, la fe. Pero no tenemos que echar por tierra los trabajos de los místicos, porque sin duda son ellos los que están más cerca de la verdad, aunque no debemos creernos todo lo que nos digan, sin más, hay que observarlo y analizarlo todo, la cuestión es quitar obstáculos y seguir adelante. Muchos dirán que esto es incredulidad, pero no, son ansias de llegar a la meta: "Dios". Muchas enfermedades que eran incurables tiempo atrás, hoy no ofrecen peligro, y muchas cosas que eran imposibles, hoy son posibles. Por lo tanto, muchas ideas, teorías, etc. que ahora nos parecen ciertas, pueden ser en su día simples sugestiones o equívocos. El tiempo lo dirá, sigamos trabajando.
Entre todas estas ideas que acabo de exponer, hay una verdad que no puede ser refutada y ésta es que una persona que cree firmemente en las curas maravillosas, tiene en sus manos el milagro, es decir, si tiene fe, se cura. Y ¿porqué se cura?. He aquí un motivo para creer que hay algo más superior que nosotros.
Pero tenemos otro conflicto que resolver: la Razón, cosa que yo he podido observar, es mala de comprender, porque cuando nos dice esto es así y esto no, nos encontramos en un laberinto, porque muchas cosas que eran imposibles para la razón de nuestros abuelos, son ahora posibles para nuestra razón y muchas cosas que nuestra razón no comprende, son bien claras y comprensibles para la razón de un místico, y muchas cosas que son claras para la razón de Dios, no lo son para un místico. La prueba la tenemos en que muchas veces en lugar de ver vírgenes o santos, el místico ve algo que no puede explicarse a sí mismo, ni lo puede explicar a nadie. Por lo tanto, la Razón es la misma voz de Dios, pero desde la Razón de Dios hasta la razón del más ignorante de los hombres, hay una desconcertante diferencia.
Hay una línea que marca muchas estaciones, que son los progresos que hace el hombre a medida que se va superando a sí mismo, hasta que llega a la mismísima Razón, cerca de Dios, no la Razón de Dios, porque para comprenderla tendría que ser Dios. Pero Victoria y no pequeña, puede exclamar el hombre que llega hasta las puertas de la Razón de Dios, porque ésta es la idea imperialista que tendrían que acariciar todos los hombres de la tierra, pues desde allí se domina todo el mundo y se tiene un gran privilegio, pues son favoritos del gran y único Rey que es Dios.
Pero esto no se consigue con estos métodos modernos de destrucción, de avaricia, de maldad, de corrupción, de engaño, de hipocresía, etc. Si no, con las palabras santas del evangelio en que Dios dice a todo hombre: "Ven, coge tu cruz y sígueme".
Capítulo III
EL PLACER CARNAL Y EL ESPIRITUAL
El niño se contenta con los juguetes, el hombre con la mujer y el dinero y el anciano con Dios. El niño no sabe si hay otros placeres y se cree tener los únicos que existen. Lo mismo le pasa al hombre. Pero cuando ya es impotente para sus placeres, ve con mucha pena y desengaño, que no son los verdaderos, porque se han acabado o extinguido para él. Pero lo que no se ha extinguido, al contrario, revive con más fuerza, son sus ansias de querer más, no ya juguetes, dinero y mujeres, sino algo que sacie su sed de más y más, por esto después piensa en Dios. Pero como no tiene ningún conocimiento de Dios, pasa los momentos más amargos de su vida, pues ha perdido los placeres carnales y no puede tener los espirituales, porque le falta la fe, que es según podemos ver, el camino que conduce a Dios.
¿Que diremos de semejante hombre?, que se ha equivocado y que al poner sus esperanzas en el placer carnal se ha derrumbado a sí mismo. Pero quien negará que los placeres de la carne son buenos, y que es casi imposible dejarlos, pero esto sí, sabiendo que son falsos, porque todo lo que es variable, es decir, hoy es una cosa y mañana otra no puede ser verdadero. Para que una cosa sea verdadera no puede admitir cambios, o sea, un católico si solo lo es ha ratos, no es un católico. Por lo tanto los placeres carnales, no son placeres, ya que solo lo son en cierta época del hombre. En cuanto a los placeres espirituales son eternos, porque el amor de Dios nunca se acaba, como tampoco se acaba el amor a Dios, al contrario, se fortifica, se engrandece, y se convierte en el Verdadero Placer que tiene el hombre, cuando intenta escalar los difíciles caminos y montes del misticismo, que conducen irremediablemente al Ser Supremo, creador de todas las cosas y que llamamos Dios.
Pero aquí viene otro obstáculo que debemos intentar derribar y es que si todos los hombres quisiéramos llegar a Dios y rechazáramos los placeres carnales, pronto se extinguiría el linaje humano. Pero también hay que tener en cuenta que si no hubiera hombres que se dedicaran al Espíritu, pronto la humanidad se vería acosada por una ola carnal, muy salvaje, que sería su perdición, porque no existiría el arte, las letras, la sabiduría, las leyes, la religión, la familia y por lo tanto la civilización, que es el puntal o freno de nuestros instintos semisalvajes.
Y todo esto no ha sido obra de ningún hombre de estos que se llaman "modernos", no, estas cosas las ha creado el Espíritu de aquellos hombres sabios que se dedican a la Filosofía, o sea, buscar y experimentar hasta que lleguemos a la meta de la carrera que lleva la humanidad. Y todos sabemos que estos buscadores no se pasan la vida en los cabarets, o siendo simplemente hombres humildes y sencillos, sino que luchan, primero con ellos mismos, y después contra todos los peligros o tentaciones del mundo tan material en que vivimos y cuando se han superado, y descubierto el Manantial de Dios, es cuando dan a luz al mundo fórmulas y más fórmulas para superar estos instintos, que tienen estos hombrecitos tan mal criados, que viven para comer y hartarse del placer de la carne y que pertenecen a este bando de ignorantes y desgraciados.
Por lo tanto muchos me dirán: si vamos por el lado de la carne, malo, porque la civilización se derrumba; y si vamos al Espíritu, malo, porque la humanidad se terminaría, entonces tendremos un término medio, ni santo ni diablo. Independientemente de esto, yo les contestaría lo siguiente: servir al Espíritu es servir a Dios, y servir a la carne es servir al diablo; pues bien, en la política, serán los dos bandos que estén al mismo tiempo en lucha. Patriotas, héroes, mártires, y santos, unos hay que no merecen ni son dignos de alabanzas, compasión ni de vivir siquiera, estos son los independientes, los que dicen: "yo no se nada", "yo no me meto en nada".
Lector amado, guarda bien este refrán: "Vale más morir con honor, que vivir sirviendo al traidor".
Seamos Espirituales, aunque termine la humanidad. Que importa, si servimos a Dios. Más vale así, que si tiene que existir siempre esta humanidad tuberculosa y pecadora, sirviendo al diablo.
Ahora muchos dirán que ya no hago los análisis de las cosas, sino que me convierto en un férreo defensor del Espíritu. No, eso no, porque yo también soy hombre y mantengo una lucha de leones conmigo mismo, porque el imán del mundo carnal, me atrae con su fuerza negativa y engañosa, pero también siento fuertes martillazos en mi cabeza, con sus golpes razonables del Gran Martillo y Forjador que está en las manos de Dios.
Capítulo IV
Podemos decir, sin equivocarnos, que en el mundo hay tres extremos: el obrero, Dios y la política. Por desgracia nuestra, hoy por hoy, no hay entre ellos una comunicación favorable.
Para la buena marcha de un pueblo, de un país y del mundo entero es bien necesario que estos tres extremos formen uno solo, o sea, que llegue el feliz día en que se encuentre la verdadera fórmula de medicina, para esta grandiosa enfermedad que padece todo el linaje humano. Ahora trataré de analizar un poco esta situación, porque si no nos movemos, no caminamos, y por lo tanto, no llegamos a ninguna parte.
Dios es un extraño para la mayoría de los obreros, es decir, la mayoría de los obreros no creen en Dios, y si hay algunos que creen, es una creencia muy floja, tan floja, que al menor contratiempo, blasfeman de El. Pues bien, quien tiene la culpa de esto es la política. El motivo es que en el mundo existen tres tesoros: el dinero, el poder (gobernar), y el trabajo. El capital es defendido hasta la muerte por el capitalista (un tesoro); el poder es defendido hasta la muerte por los gobernantes (otro tesoro); y el trabajo, ¿por quien es defendido?. No hay nadie sobre la tierra que quiera trabajar voluntariamente defendiendo este tesoro, solo trabaja el necesitado, el obrero. Están tan lejos los capitalistas y los gobernantes del obrero, que éste al verse solo, abandonado y esclavizado por el trabajo, busca enseguida una salida a su pésima situación y después es cuando crea, no un Dios, sino muchos dioses, y a estos dioses que ellos les llaman ideas los convierten en doctrinas: comunistas, socialistas, en fin, unión de trabajadores.
Se puede estar bien seguro que estos obreros se convierten en verdaderos religiosos de su dios, en quien ponen toda su fe, su esperanza y a veces dan gozosos sus vidas por él; por esto, han perdido la fe en el Dios que les predican los sacerdotes de todas las religiones, porque han perdido la confianza en los gobernantes y capitalistas y creen que es una farsa más de ellos para tenerlos doblegados y atemorizados y que se conformen con su situación.
¿Qué obrero habría en el mundo, con un poco de sentido común, que teniendo su humilde casita, su pequeño ahorro para caso de necesidad, comida para sus hijos y una mano de hierro que gobernara repleta de justicia y de sabiduría, quisiera escuchar a alguien que le predicara ideas contrarias a su estado de cosas?, nadie, seguramente, porque a las fieras se les puede domesticar, y un perro es amigo de cualquiera que le mime, le acaricie o le dé algo de comer. Y, lector amado, los obreros no son fieras, ni perros, sino hombres, con una alma que si está sucia, enferma o en peligro, se la puede limpiar, curar y salvar para entregarla al Maestro y cumplir el Mensaje que dio un día a sus discípulos.
Todo esto está en manos de los que gobiernan las naciones, y principalmente de sus religiones, pero no con promesas, sermones o castigos, sino con buenos ejemplos, justicia y muchos hechos, que es lo que convence más. Después si hay alguien que no se conforme, se le puede mandar al Polo Norte y que allí forme su partidito sin molestar a los que tienen derecho a la vida, y a esta cosa tan mal comprendida que llamamos "Libertad".
Podemos estar bien seguros, que si no reaccionan los hombres espirituales, pronto ganará la carne, y los gobernantes, capitalistas y las religiones de todo el mundo, serán arrollados por la justicia que está de parte de estos esclavos modernos llamados obreros, y un extremo chocaría con el otro, pero, uno quedaría, Dios. Pero como ya no sería defendido por los vencidos, ni reconocido por los vencedores, sería la catástrofe final, porque se extinguirían por completo estos valores espirituales que son la vida de la humanidad.
Estaremos en lo cierto, si decimos que los verdaderos fundadores del comunismo, en Rusia, fueron los obreros del pueblo ruso, en tiempo de los zares, cosa que no ha pasado en América. Esto demuestra que los de arriba eran diferentes, y todos sabemos que si a un niño de pecho le damos algo que sea malo o amargo, llorará y pataleará. En cambio, si se le da el pecho o un poquito de miel, se pondrá quieto y no llorará y después demostrará su agradecimiento y alegría con una angelical sonrisa, de sus labios de filósofo, porque nos enseña, que si él lo agradece, ¿cómo no lo va a agradecer el hombre?.
Muchos dirán que con esta ola de "modernismo" y "materialismo" ya es imposible salvarnos. Esto es un error, porque hay varios pueblos de la tierra, que parece que ya han empezado a trabajar de veras, para buscar la unión definitiva de estos tres extremos, que como ya sabemos son Dios, el obrero y la política.
Lector amado, perdona si me he metido esta vez en política, pero hay un extremo de estos tres, que siempre me llama mucho la atención y mi pensamiento y éste es Dios.
Capítulo V
LA RELACIÓN DE ESTOS DOS LIBROS
La relación que tienen estos dos libros la expondré claramente y sin perjuicio de la verdad. Todos sabemos lo que cambian las ideas del hombre, desde su infancia hasta su ancianidad. Pues bien, esto es lo que hay en estos dos libros míos. Una casa no podría sostenerse sin sus fundamentos y éstos, sin la tierra, o sea, el mundo. Por lo tanto mi primer libro viene a ser el fundamento de este otro, pues del primero yo he sacado las conclusiones del segundo y analizándolo, veo que muchas cosas que hay en el primero son simplemente sugestiones bellas y arranques sentimentales, pero que gracias a ellos, puedo decir cosas en este otro libro que están más con la razón y por lo tanto más cerca de Dios.
El primer libro esta escrito de una forma en que solo buscaba las frases bellas, no analizaba nada. Veamos lo que pueda haber de verdad o mentira en él.
En el primer libro hablo de Dios como una cosa real, segura, pero ahora veo claramente que sin esa seguridad que llamamos fe, no es posible comprender la realidad o ilusión que pueda ser Dios. Pero la soledad, el abismo, el horror que a veces he sentido dentro de mí, al querer creer que no hay Dios, son suficientes para demostrar, no que exista realmente, sino que es necesario que exista y, además, no hay efecto sin causa. Y este efecto que es toda la creación, debe tener su causa, y todos podemos ver claro que no ha sido obra del efecto, como es el hombre, sino obra de la causa. ¿Y qué es la causa? Aquí no cabe otra contestación más lógica que esta: Dios.
En el primer libro hay también consejos, casi infantiles, pero que no dañan en nada. No es que quiera enorgullecerme, no, eso no, porque seguramente, tengo que avanzar más. Tal vez este segundo libro no es más que un intermedio, pero eso sí, ya mucho más avanzado, toda vez que ya puedo analizar un poco.
Veamos ahora esto del diablo: en mi primer libro, parece que ya es conocido, pero es mucho más enigmático de lo que parece. El diablo, según nos dicen, se encarga de tentar al hombre, pero he podido experimentar que el hombre, cuando no tiene alimento suficiente se debilita, y las ganas o apetitos sexuales se acaban de repente, por lo tanto la tentación no existe, y cuando el hombre vuelve a estar completamente sano y fuerte enseguida le asaltan con gran fuerza, toda clase de sugestiones hacia la mujer. Pero tenemos este laberinto de ideas que llamamos buenas y malas. Las ideas malas son el robo, asesinato, injurias, etc.; las buenas hacer el bien, la caridad, honradez, en fin, la bondad. Pues bien, nosotros no sabemos si son buenas o malas, pero sí conocemos perfectamente sus resultados y todos sabemos que no son iguales, por lo tanto, si los efectos de estas ideas no son iguales, no lo son sus causas.
Por eso decimos que hay dos causas: el Dios de la bondad y el Diablo de la maldad, por lo tanto los efectos de la causa Diablo son malos, es decir, son feos aparentemente. A veces son bellos, pero después se corrompen y son más feos que antes de hacerlos bellos. Mientras que los efectos de la causa Dios, siempre son bellos desde que nace el hombre hasta que muere, no cambian, al contrario, a medida que el hombre se acerca más a Dios se visten con más belleza y se hacen más verdaderos. Lector amado, ten en cuenta que ha este Diablo que parece tan fuerte, se le puede destruir y podrás huir de él siempre que quieras si tienes voluntad. Pero si intentas ganar la batalla a Dios, al principio parecerá que ganas tú, pero a medida que te alejarás de El, correrás muchos peligros que tal vez no veas, pero sin saber como, te encontrarás otra vez en sus paternales brazos, porque Dios es el Señor de la creación, por lo tanto puede estar dentro y fuera de ti, mientras que el Diablo puede ser algo dentro de ti y yo creo que con una voluntad como la de Napoleón, el diablo hace el papel de un cómico desgraciado.
Capítulo VI
¿Adónde va la humanidad?. Esta es una pregunta difícil de contestar, aún por nosotros mismos que formamos parte de ella. Pero observando su camino y analizando sus descansos, sus marchas corrientes y sus marchas extraordinarias, sus caídas y sus levantamientos, que forman el meollo de su historia, tal vez nos sea fácil comprender a donde vamos.
Tratemos de convertirnos en un semidiós, que elevándonos sobre los hombres, tratemos de analizarlos observando sus movimientos. Todos sabemos lo que eran ayer, y lo que son hoy, pero no sabemos lo que serán mañana. Inútil es decir, la diferencia que hay en sus costumbres de ayer y hoy, todos lo sabemos: ayer eran antiguos, sin radio, sin aviones, sin cine, etc; hoy son modernos, con gigantescos aviones, radio, teléfono, cine y una desconcertante variedad de armas de guerra, un completo avance en lo material, dejando lo espiritual a un lado, una inmoralidad difícil de frenar y por último, por si fuera poco, la "bomba atómica", que amenaza en un próximo futuro, con su espantoso poder de destrucción a nuestra orgullosa humanidad. Todo es material, los comerciantes, industriales, médicos, sacerdotes, educadores, inventores y gobernantes, todos, y después capitalistas, clase media y obreros, tienen una sugestión en su cerebro que les atormenta. Esta sugestión es el dinero, si, el dinero porque con él se tiene poder, con él se compra el mundo entero, con él se colman de comodidades y felicidades sin fin, con él se es un dios en la tierra y los hombres ignorantes y humildes se amansan y bajan su cabeza ante "su señor", única cosa que ha persistido desde la antigüedad en este enigmático mundo.
Alexis Carowel, en su famoso libro "La incógnita del hombre", hace ya un cuadro más o menos real de cómo es la humanidad, pero a este cuadro le faltan muchos detalles que nosotros trataremos de exponer si observamos a sus componentes, los hombres. El principal punto que hay que estudiar, es este fenómeno que se manifiesta a intervalos, entre la humanidad y que se caracteriza por su modo de sugestión o más claramente de imitación. Verdaderamente existe en el fondo del hombre, lo que dijo una vez un gran español: "los valores eternos", pero estos valores pueden quedarse dormidos o pueden despertarse con mucha energía, según como sean guiadas las grandes masas por los superhombres.
Tenemos un ejemplo clarísimo en la moda femenina y también en la masculina. ¿Qué hombre o mujer se atreverían a salir vestidos con ropas del tiempo de los romanos o del siglo pasado, si no fuera carnaval? Nadie, y a la moda la siguen todos, y sin embargo, la moda sale de la casa de algunos modistos de París o de donde sea y estos modistos hacen y deshacen a su conveniencia, por el afán de ganar dinero, pero la humanidad entera se deja conducir dócilmente, sin protestar, y se siente feliz con la nueva moda. ¿No se podría hacer otro tanto con el hombre?, ¿No se podrían despertar estos "valores eternos?" El hombre es un Dios cuando ama el arte, el hombre es un héroe en un arranque de valentía, el hombre es un sabio cuando estudia su misma estructura y el hombre con su mística es un santo.
Pero con el ruido de las máquinas infernales de destrucción y su libertad salvaje de sexualidad y esta confusión de ideas políticas y religiosas, el hombre, la humanidad entera, avanza a grandes velocidades a estrellarse sin remedio, contra este inmenso baluarte "moderno" que nosotros mismos nos hemos creado y que le podemos llamar vanidad de vanidades, mientras que habrá alguien en este mundo que intente huir de él y en sus horas solitarias y con el Espíritu tranquilo, lo dejará todo para tenerlo todo. Esto es sin duda una vida de paz, de gloria, de verdad, en fin una vida en el paraíso, el paraíso prometido a esta envenenada humanidad.
Capítulo VII
Resulta difícil dar una contestación exacta a estas dos preguntas, que parece van unidas. Usando la más sana comprensión y analizando imparcialmente, he llegado a unos razonamientos, que si no son los verdaderos, no pueden estar muy lejos, porque no empañan la razón, sino que la ayudan grandemente a investigar, hasta que llegamos al final o a la meta del hombre, si es que la tiene.
La bomba atómica puede desintegrar el mundo y matar a la humanidad entera. Según la Biblia, Dios hizo el mundo y a todos los hombres, animales y plantas que habitan en él. ¿Quién ha creado la bomba atómica? El hombre, y este hombre que parece insignificante puede destruir en una hora, lo que Dios creó en una semana. Muchos dirán que la bomba la creo el hombre, pero con la voluntad de Dios. Esta teoría hunde más en el caos al pequeño ser, que es el hombre, ante su Dios. Le hunde porque la razón humana no puede comprender porque este Dios tan poderoso, tan bueno, tan santo, tan grande y único Señor de todo lo que existe, consienta que sus pequeñísimos hijos se maten unos a otros desde el principio de la creación, y además, consienta que los pequeños hombres, rasquen en el libro de la sabiduría de Dios, para crear ellos esta cosa que le han puesto el nombre de ciencia y que va superando y engrandeciendo a este pequeño ser animal que se llama "el hombre".
Si la bomba atómica y todo lo inventado o descubierto por el hombre, no ha tenido la voluntad de Dios, nos encontramos ante una perspectiva que trastornaría al propio hombre, pues si él es dueño de hacer y deshacer, sin la ayuda de este poder que llamamos Dios, justo también será llamar Dios al hombre. Y claro, llegados a este punto, nos encontramos que la Biblia sería un mito, como lo sería también la religión, sea cual sea su nombre o significado.
Pero vemos que el artista, el filósofo, el poeta, el sabio, el inventor, el místico o simplemente el que ama, tiene un ansia, una esperanza, una seguridad, en llegar a la meta por ellos emprendida y a este fenómeno nosotros le hemos puesto el nombre de fe. Sin esta fe, voluntad, deseo, lo que sea, el magnetismo no existiría para el hombre. Tampoco existirían todas estas maravillas inventadas por el hombre, ni la moral, que sin ella, se vendría abajo el amor, la bondad y también Dios, que viene a ser todas estas cosas reunidas. Aquí viene bien esta frase religiosa, que dice que Dios está en todas partes, en un cuadro pintado, en una poesía, en el magnetismo, en la oración del místico, en el verdadero amor de un hombre hacia una mujer, en la bondad, en la sabiduría, en el universo, en fin, en todas las cosas que nos rodean, hay un algo, hay tal vez amor, amor intacto, puro y grande, tan grande que domina, embellece, a veces cura las enfermedades, y toma el nombre que le ha puesto el hombre: "Dios".
Pero los hombres han cometido un error, al poner a estos fenómenos el nombre de Dios, porque este significado nos parece nombre de un Rey, un Señor que nos domina, nos premia, nos castiga, nos mata, nos salva o nos abandona en manos de otro Dios malo que nosotros llamamos Diablo.
Dios solo puede parecernos, como un Río de agua clara, pura, limpia, dulce y fresca en una hermosa mañana, que es la vida, en que nos acercamos al Río a beber un poco y lavarnos la cara, pero ¡cuidado! con ensuciarlo con el barro del camino, porque cuando beberemos nos amargará y nos ensuciará la cara, si nos lavamos en ella. Y después blasfemaremos del agua, y torpes de nosotros, no comprendemos que es culpa nuestra. Esto es lo mismo que pasa con el hombre y Dios, pues el hombre, cuando se ensucia, se agarra fuertemente a la idea, que es el Diablo el que le pierde y decimos que es tentación.. Por eso, grandes filósofos y místicos han dicho, y tienen razón, que no hay nada malo, porque el mal no existe, todo es bueno, belleza, amor, somos nosotros que lo ensuciamos todo y para no tener la culpa, hemos inventado el infierno y los demonios.
Pero podemos estar bien seguros, que no existe tal cosa, ni tampoco este cielo lleno de privilegiados, guardando estas cosas para los niños o los humildes de Espíritu. Pero los hombres deciden que sean verdaderos superhombres y que se laven en el agua pura y limpia que es Dios y que en lugar de tener una voluntad de papel, la tengan de acero y que no busquen inútilmente a este Señor Dios, porque Dios, está en nosotros mismos, en las cosas mismas, en fin, el Dios verdadero está en la lágrima de redención, o de agradecimiento y en el corazón del hombre verdadero.
Cobardes, bestias, hombrecitos de juguete, tontos, aunque no lo crean, son todos aquellos que pierden la moral, el valor leal, la nobleza, la bondad y la percepción de la belleza, por una triste peseta, o un placer tuberculoso, semisalvaje. Guerra contra ellos. Hagamos con nuestra juventud, una nueva civilización de hombres leales, de este tan malísimamente comprendido Dios, y estemos bien seguros, que si hay vida eterna, un paraíso será para los hombres, no para las bestias humanas.
Capítulo VIII
LA INMORTALIDAD DEL HOMBRE Y SU FELICIDAD ETERNA
Mucho se ha escrito sobre la inmortalidad del hombre y ha habido muchas teorías en pro y en contra. Eso quiere decir que en nuestro libro, solo intentaremos dar nuestra opinión observada, gracias a Dios, por nosotros mismos.
La religión nos dice que el hombre está formado de cuerpo y alma, y que, salvando esta alma de la maldad, los vicios, etc, ganará para sí el cielo o paraíso eterno, que Dios guarda a los que cumplen su mandato, mientras que los que no saben nada de esto, o no quieren saberlo, van derechos al tormento eterno, o sea, al infierno. Esto lo creen millones de seres humanos, y pasan los años, pasan los siglos y los que creen en esto, practican más o menos fielmente los mandatos de la iglesia, sin preocuparse de nada más y otros se burlan de éstos llamándolos ignorantes y atrasados y siguen una vida que ni es mejor ni peor, porque en todas partes hay de todo.
Pues bien, analicemos lo más claramente posible, a un hombre que toda su vida la ha dedicado al negocio lícito, ha sido honrado y católico, cumpliendo con los ritos de la iglesia. Los años pasan, llega su "hora", y rodeado de su mujer y sus hijos, muere cristianamente. Este ya tiene el paraíso ganado, por lo tanto su alma está salvada, y siendo así, a ganado la inmortalidad, según creemos todos.
Un hombre, que toda su vida a sido un hombre de "ideas", según el mismo, pero ideas contrarias a la iglesia, por lo tanto contrarias a Dios, éste muere también rodeado de su familia, pero sin ningún rito religioso. Este va al infierno o al purgatorio, por lo tanto no puede tener el mismo privilegio que el primero, de ser su alma inmortal, y si lo es, sufrirá eternamente, porque si es perdonado, ¿para que servirían las ceremonias religiosas, si a la hora de la muerte fuéramos todos perdonados?.
Después, están los malos de verdad, criminales, ladrones, avaros, viciosos, en fin, una serie de maleantes, que están condenados al fuego eterno, salvo, que se arrepientan de verdad, es decir, que después de haber hecho mucho daño a su prójimo, dirigen su mirada hacia Dios, y ganan la inmortalidad para su alma, completamente destrozada, pero arrepentida.
Esto es un disparate a los ojos del hombre que tenga un poco de sentido común, o sea, amante de la razón, porque, ¿como se comprende, que la inmortalidad del alma se pueda alcanzar, cumpliendo los mandatos de la iglesia, es decir, comulgar, confesar, ir a misa, siendo comunista, republicano, siendo honrado o criminal, ladrón o vicioso, en fin, haciendo el bien o el mal al prójimo?. Esto no cabe en ninguna mente que esté un poco clara, aunque digan que esto es un misterio. Esto no se ajusta a la divina Bondad y Justicia de Dios, y si todo esto es para frenar los impulsos de la humanidad que tiene hacia el mal, es decir, la teología sirve para salvar al hombre y rescatarle de sus instintos semisalvajes.
Creo que hay otros procedimientos más claros, más humanos y más decentes, para conducirle por el buen camino y hacerle ganar la inmortalidad de su alma. Conste, que yo hablo por propia experiencia, pues basta decir que soy un humilde obrero, sin ningún estudio, pero no me avergüenzo de ello, porque a medida que voy avanzando, voy viendo más claro, el viejísimo misterio que, como un buitre hambriento, se sirve sobre la débil humanidad y que es esta la incógnita que lleva el hombre sobre sí mismo, es decir, su inmortalidad.
Pero sigamos el experimento y veremos como la bondad y sabiduría de Dios, nos alumbrará nuestro análisis.
Cojamos un hombre joven, uno cualquiera, un obrero por ejemplo que tenga unos veinte años de edad. Alejémosle de las malas compañías, instruyámosle, y si es necesario encerrémosle en un colegio, que estudie, no medicina, derecho, etc, no, nada de carreras para ganar dinero, solamente que se estudie a sí mismo, con la abundante ayuda de la filosofía, de la teología, que pueda saber el pensamiento, las teorías de todos los grandes hombres de la tierra.
Si no es un tonto, y tiene capacidad para estudiar y también una gran voluntad, veremos como este hombre pasará por varias fases en sus estudios. Primero, poco a poco, después, deprisa, se irá superando, elevando, no con lo que estudiará, sino con las ideas que nacerán de aquellos estudios, se irá sugestionando a sí mismo, aborrecerá los engaños del mundo, ansiará huir de él, pero al mismo tiempo se compadecerá de sus semejantes. Vislumbrará algo difícil de explicar, Algo bello, bueno, sublime, Divino. Dios se entregará a él, por completo y en él obrará. Tendrá un poder inmenso sobre sí mismo y sobre los demás. Sus hechos parecerán milagros y sus ideas serán de místico, de sabio, de santo. A este hombre no habrá ningún vicio que le sugestione, al contrario, él dominará los vicios. Con su gran fe, dominará las enfermedades de él y de sus semejantes. Sea magnetismo, sea milagro, existirá el poder en sus manos y lo más colosal de todo, es que antes preferiría morir, que ofender a su Dios, no con el latrocinio, ni el crimen, sino ni aún con el más pequeño vicio mundano.
Sublime sugestión que ha podido, mediante una inmensa y espinosa carrera, alejar para siempre a aquel hombre, del estado semisalvaje, dispuesto a todo, conduciéndole, hasta las cumbres más altas de su existencia y mostrarle, claramente, bellamente, la grandiosa imagen de Dios, que todo risueño le deberá preparar, la bien ganada inmortalidad de su alma, completamente desarrollada.
De otra forma no se puede ver la inmortalidad, no es posible creer que, sin este esfuerzo sobrehumano, pueda uno hacerse inmortal. Un buen médico, tiene bien ganada su posición, pues a tenido que trabajar mucho para conseguirlo, a tenido que estudiar, mientras que el que le envidia o critica, se estaba divirtiendo con cualquier tontería mundanal. Cristo ya lo dijo bien claro, al que llame, se le abrirá.
Claro que ya estoy viendo lo que dirán muchos: con estas teorías, la humanidad se entregará a los mayores excesos, pues dirá que no hay inmortalidad para todos, sino para unos pocos. Vivamos, pues, nuestra vida sin temor a Dios, ni al infierno, porque es un mito y si hay inmortalidad que sea para estos locos místicos. Nosotros disfrutemos con todos los placeres posibles, pues al morir todo se acabó.
No, no señores, los criminales, los ladrones, los viciosos, la chusma mala no está en el desierto de África, ni en ninguno de los polos de nuestro mundo, sino en paises civilizados, cargados de historia, embellecidos por el arte y cargados de religión..
Cojamos, no un solo obrero, para hacer el experimento, sino que cada país instruya a sus hijos. Cada nación haga patriotas, no para agredir a los demás, sino para trabajar en cuerpo y alma para los demás, para su patria. Que los de arriba instruyan a los de abajo, para que los que nazcan, sean hombres, no monstruos, y veremos como las ideas de los hombres se irán transformando y todos se dirigirán, no a robarse y matarse unos a otros, sino a buscar la interna felicidad, que también está aquí en la tierra.
Después la humanidad, toda en pie, se alegrará de su obra, y ya no habrá miedos infantiles de infierno, ni diablos, sino que unida como un solo hombre, se enfrentará alegremente con la muerte, porque estará sugestionada por el bien, por la belleza divina y no-arrastrada como un gusano sobre la tierra, sino cantando aleluya, caminará dichosa. La humanidad, completamente convencida de que ha alcanzado la inmortalidad de su alma, porque después la sentirá dentro de sí misma y comprenderá lo que quiere decir Dios.
15 de Agosto de 1946
Tercer Libro
del
Tratado de Filosofía
Capítulo I
CERCA YA DE LA CÚSPIDE DEL MONTE
Muchas gracias, lector amado, por haberme acompañado hasta aquí, pero ahora creo que nos hemos ganado un pequeño descanso, en vista ya de que nos acercamos a lo más alto de este monte maravilloso. Sentémonos un poco y hablemos, si Dios quiere, de esta cúspide que ya casi palpamos con el alma, que sin habernos dado cuenta, está muy lejos de allá abajo donde llaman mundo. Por lo tanto, mi conversación ya no será acerca de él, ni de los hombres que lo habitan. Nuestra conversación, aunque te extrañe, lector amado, será como de otro mundo, como de otra vida. Y siendo así, será necesario despojarnos por completo del ropaje humano, o sea, de lo material, para vestirnos completamente de este bálsamo que baja del cielo e inunda nuestras almas. Este bálsamo de paz, de amor y de fe, será el Espíritu, y como que viene del cielo, será divino, por lo tanto, probemos de comprendernos mutuamente, que tendremos por árbitro a Dios, que sonriente nos escucha y nos protege.
Libres ya, como las palomas que vuelan por debajo del cielo, libres, digo, porque ya dominamos por completo nuestros actos, nuestros pensamientos, y ya no admitimos, sugestiones de ninguna clase, si no son del mismo Dios. Ya somos dueños absolutos de nuestro cuerpo, elijamos pues, como Dios nos concede, el echarnos abajo del monte, que es muerte segura., o tocar a las mismas puertas de la cúspide, que es vida eterna..
Lector amado, echemos abajo esta última sugestión mala que nos ha venido ahora, como última descarga del enemigo y con una inmensa alegría, llamemos a las puertas de la cúspide, que cuando se abrirá de par en par, una inmensa luz, entrará de lleno en nuestra alma y veremos maravillados y mudos de gozo, al mismo Dios, y no será con sentimentalismos o ilusiones, porque ahora, por fin, poseemos la verdad, y volamos ya por la inmensidad del cielo, con lo único digno de ambición que es Dios.
Lector amado, Dios es amor, inmenso amor, que derrite nuestra alma, con dulzura y la atrae hacia sí y la estrecha en sus paternales brazos y la acaricia y la ama con todo su amor y nuestra alma, que aún no ha visto a Dios, ya siente como potentes rayos de amor, que la abrazan y traspasan dulcemente con solo hablar de él.
Lloramos de alegría, de una alegría santa, rebosamos de misticismo y volamos a gran velocidad, no haciendo caso de las débiles voces de la carne. Nuestro llanto es sobrenatural y nos sentimos victoriosos de la batalla que hemos tenido, con esta asquerosa carne y nuestra alma, que somos nosotros mismos, porque ahora ya vemos claro que somos Espíritu. Nuestra alma mira con horror, con mucho horror, allá abajo. No quiere entretenerse más con los argumentos de los hombres, que con diferentes ideas la atormentaban y la llenaban de confusión, y ya no escucha a nadie porque ha encontrado lo que buscaba, el único argumento, que no podrá ningún ser humano, refutar jamás y este argumento no tiene palabras, es Dios mismo, que lo da al alma que se acerca a él.
El alma se sumerge dulcemente en la paz verdadera, en el amor verdadero y en la felicidad verdadera, que jamás pudo encontrar allá abajo en la tierra, con tantos vicios, tanto oro, tanta majestad y tanta sabiduría humana, porque todo se evaporó como por encanto.
Por eso, lector amado, déjame ahora rezar un poco, al alma que vislumbra a su creador. ¡OH, Dios!, eternamente bueno, sabio y Señor de todo, no me abandones ya, protégeme por última vez, ahora ante las puertas de tu Paraíso, acógeme en él, embriágame de amor, que yo no dejaré jamás de alabarte y de darte las gracias, por haberme dado a comprender, por donde era el camino, para hallar lo que todos los hombres buscan y que es la felicidad eterna. Y yo ignorante y torpe no acertaba a dar con el verdadero camino. Pero ahora, Padre nuestro, ya no me abandones, y acoge mis lágrimas como oraciones fervorosas, que son para que alumbres el camino del monte maravilloso, para que puedan llegar a ti, esos desgraciados hombres, que, llenos de vanidad, no aciertan a comprender que lo que buscan no está abajo, sino arriba, no en la tierra, sino en el cielo.
Y a ti, lector amado, puedo decir en voz alta y firme, a todos los hombres de la tierra, que jamás podrán con toda su filosofía equivocada y con todas sus riquezas, darme la infinita felicidad, que siento yo, ser mortal, como los demás, cuando mi alma cansada y agotada, se sumerge dichosa en el inmenso amor de Dios.
Capítulo II
Lector Amado, ya vislumbramos a Dios en toda su grandeza. Empecemos a cantar victoria, y cantémosla filosofando inspirados por él.
Según nos dicen, de allá abajo en la tierra, los hombres se disponen a subir más arriba que nosotros, lector amado, pues nada menos que a la luna, y desde allí invadir todos los mundos, que dicen que hay en el universo, y si dominan el universo serán dioses, por lo tanto, nuestro trabajo de subir al monte maravilloso, será al parecer, inútil, o sino insignificante. Un día Dios castigó a los hombres, porque con una torre querían llegar al cielo, y ahora los hombres "modernos", con la bomba atómica debajo el brazo, ponen un serio aprieto al mismo Dios, que ya debe temer que le destruyan su infinita creación de un solo golpe.
Tenemos que reírnos, lector amado, no, no tenemos que reírnos, sino casi llorar, por una parte de pena, al ver cuan orgullosos se sienten estos insignificantes seres, que llamamos hombres, y por otra, llorar de alegría, porque así los que hayan subido al Monte Maravilloso, como nosotros, vislumbrarán la infinita grandeza, Dios, que también es infinitamente bueno, al querer enseñarnos sus impenetrables misterios a nosotros, que no somos sino barro, amasado por sus propias manos.
Si, lector amado, somos barro, somos ignorantes, no sabemos ni lo que pasa en nosotros mismos. Un ejemplo de ello, es que pensamos en una cosa, nos viene una idea, una inspiración, descubrimos algún invento, componemos música, decimos algo muy razonable, hacemos una poesía, etc. pero antes de nacer la idea, nosotros no la sabíamos, ¿quién nos la dio? No lo sabemos. Es que las ideas las tenemos en la mente y después las descubrimos. Bien, pero, ¿y antes?, ¿Cómo es que no nos dábamos cuenta de que las teníamos?, y ¿cómo es que somos dueños de lo que ha pasado y no lo somos del futuro?, y ¿qué sabemos nosotros, si todo lo que hacemos es ya un plan preconcebido, por la infinita sabiduría de Dios?. Por lo tanto, que no se vanaglorien los hombres, que tanto en la luna, como en la tierra, van a encontrar lo mismo: que somos un asqueroso microbio ante la grandeza y majestad de Dios.
Lector amado, entremos profundamente en nosotros mismos, que es lo que sabemos, porque si vemos un árbol, diremos: "esto es un árbol", pero lo diremos comparándolo con otro, que ya habremos visto. Pero si jamás hubiéramos visto un árbol, no sabríamos expresar que es, y nos imaginaríamos un nombre, para distinguirlo de otras cosas. Cuando vemos pasar un tren cerca de nosotros, diremos: "ahora, pasa un tren" y contando los vagones, no sabremos cuantos lleva, hasta que veamos el último, y si jamás llegara el último, quedaríamos sin saber de cuantos vagones estaba formado el tren.
Lo mismo, en cuanto a la humanidad. Los hombres somos los vagones del tren de la vida, y pasamos sin saber para qué, ni porqué. Nos hacemos imaginaciones más o menos lógicas, y andamos y andamos mucho y en el camino encontramos muchas estaciones, que son estas ideas de inventos, descubrimientos, etc. y las añadimos a nuestra orgullosa sabiduría, que incluso, no sabemos si es sabiduría, porque como hemos visto con el árbol, así hacemos con todas las cosas, ponemos nombres, hacemos comentarios, hacemos números y nos creemos que todo es exacto con nuestras matemáticas y con nuestras razones.
Pero nacemos y morimos, padecemos, vivimos, y parece que queremos pasearnos en cuerpo y alma por el universo, pero después de nosotros, vendrán otros, y otros que harán otras cosas, al parecer más grandes, pero siempre sin saber para qué, ni porqué.
Porque nosotros somos como las ovejas, que caminan por los llanos y montes, y también se creerán que son ellas las que descubren los terrenos por donde pasan. Claro que hay un esfuerzo material, pero nada harían sin el pastor que las guía.
Dios es el pastor de toda la humanidad, que camina ciega por el mundo y se alegra y vanagloria cuando pisa terrenos montañosos, desde los cuáles, divisa bellos horizontes y hermosos panoramas, diciéndose a sí misma, yo los descubro, yo soy sabio.
Pero, lector amado, los verdaderos sabios, son los que, como nosotros, suben al Monte Maravilloso, y desde allí divisan , por fin, la luz de la verdad, porque no hay más verdad que esta que ya tenía en su poder Sócrates, en que sabía que no sabía nada.
Nosotros también ya somos sabios, al comprender que no sabemos nada, por lo tanto, en la tierra, como en cualquier parte del universo, lo más lógico, lo más natural es postrarnos ante la asombrosa grandeza de Dios, y con lágrimas que salgan del alma, purificada, rezar la oración sin palabras, la oración de llanto, la oración de amor que elevaban aquellos grandes místicos, únicos, poseedores de la sabiduría, con la cual volaban por todo el infinito universo, con la ayuda del único aparato que es Dios.
Capítulo III
ANTE LA LUZ DE LA VERDAD, QUE ES DIOS
Lector amado, ahora que estamos ya en lo más alto del monte y ante las mismas puertas del paraíso, conviene que yo solo escuche la voz del mismo Dios. No te enfades, lector amado, no es avaricia, pero yo no puedo exigirte seguir conmigo, porque ante todo tienes que comprender, que tu solamente me has seguido con la imaginación, pero yo, para escribir todo esto, he tenido que experimentarlo en mí mismo, es decir, sacrificar mi cuerpo de barro. Esto no quiere decir que te abandone, no lector amado, eso jamás, pero no bastan las palabras, tiene que haber hechos, por lo tanto, yo suplicaría a Dios que me hable a mí, y así tu también sabrás lo que me dice. Mientras tanto, tu, lector amado, seas de la condición que seas, se bueno, pero tienes que ser bueno de verdad y así podrás escuchar la dulce voz del mismísimo Dios.
Porque ya lo dijo un día el maestro: "Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios", y nosotros, lector amado, ya somos dichosos si podemos oírle.
Señor, hasta aquí hemos llegado cansados de arrastrarnos por la tierra, dentro de este cuerpo que nos distes un día. Hoy, Señor, ahora que has abierto las puertas de la vida, postrados ante ti, te suplicamos que nos digas que cosa nos falta para venir a ti, para siempre. Conservamos los mandamientos y oigo tu voz Señor que dice: "no basta". Refrenamos los apetitos de la carne: "no basta". Somos dueños de nuestros impulsos y los conducimos hacia el bien: "no basta". Oramos cada día: "no basta". Procuramos ser buenos: "no basta". Somos perfectos cristianos: "no basta".
Pero Señor, que debo hacer más, si ya he tomado ejemplo de los profetas, filósofos y santos: "no basta", dices tú. Yo Señor, me entristezco, pero, ¡milagro!, cuando me creía abandonado y vencido, tu Luz abre mis ojos y tu Voz dulce y suave la siento dentro de mí y me dices que ya sabes que soy perfecto, que quiero salvarme. Pero hijo mío, escucha con atención: "Tu eres Espíritu y ahora que ya eres perfecto de costumbres y ya te has superado, tienes que morir por completo a los sentidos corporales y poner toda tu atención en mí, y este poco que tú tienes, se unirá con el Todo, que soy Yo, y te derretirás suavemente, convirtiéndote en amor, en intenso amor y serás amado por mí y entrarás en mi paraíso para toda la eternidad".
¡OH, Señor!, me haces llorar, eso parece demasiado para mí, pero te doy gracias infinitas, porque has hecho que yo, ser insignificante, te pueda por fin comprender. Porque ahora ya no dudo que quien pone estas divinas palabras en mi mente, eres Tú, ¡OH! Señor, de Señores. Por eso, ahora, arrollado por tu infinita bondad y amado por tu intenso amor, me entrego por completo a ti. Que diga lo que quiera el mundo, si todo es tuyo, si tu das la Vida Eterna. Ahora ya comprendo porque muchos dieron sus vidas por defender tu nombre y es que todos tenemos oídos y no oímos, ojos y no vemos, hasta que Tú, Luz bienhechora, nos abras estos sentidos, sin filosofías ni argumentos, sin luchas, sin temores, y es porque hablas directamente a nuestras almas, única cosa que no es de barro y te pertenecen a ti, porque el alma es un poco de Espíritu, de Amor tuyo, limpio como tu mismo. Somos nosotros que lo ensuciamos, porque dormimos con el error.
Pero Señor, gracias te doy, porque has abierto mis sentidos y así lector amado, tu que me has acompañado hasta el Monte Maravilloso, también estarás a punto de comprender lo que me ha dicho Dios.
Ahora, sin miedo, con la frente alta y mirando al cielo, podremos decir que somos cristianos y que confiamos sin dudar ni un momento, en la buena nueva que nos trajo un día, a esta tierra, aquel Maestro de Maestros, porque también era algo de este Todo que es Dios.
Capítulo IV
Lector amado, creo que ahora ya podemos orar a Dios, pues ya percibimos su presencia muy cerca de nosotros. Por lo tanto, preparémonos para la gran oración, pero aquí mismo, en la cumbre de este Monte Maravilloso. Veo que ya empiezas a pensar en el ejemplo que el Maestro dijo un día: "Padre nuestro, que estás en los cielos…".Pero, lector amado, antes tenemos que analizar la oración, es decir, la oración que elevan los humanos, al creador de todas las cosas. La oración de la mayor parte de las personas, es como una canción, una poesía, una conversación, etc. y solamente es pronunciada por los labios del que se cree orar, pero le falta la fuerza, la energía para que se mueva, para que vuele por el espacio infinito y encuentre a Dios.
Los grandes místicos encontraron la forma única para orar verdaderamente y oraron a Dios. Que dicha más grande es elevar una súplica, al que todo lo puede, y ser escuchado. Lector amado, tu me dirás entonces, que nadie sabe orar y estos millones de cristianos que cada día están con la oración en los labios, pierden el tiempo, porque la mayoría ponen el pensamiento en las cosas del mundo mientras oran y no en Dios, Lector amado, Dios te ha inspirado esta verdad, pero entre estos millones de cristianos se encuentran muchos verdaderos cristianos y como podemos ver con lo nuestro, hay que subir al monte maravilloso y verlo todo, para ser de verdad cristianos y no criticar desde allá abajo, sin saber nada. Por lo tanto, estos que suben con nosotros, también aprenderán a orar a Dios, pero con el alma.
Si lector amado, el alma es la única que puede orar, porque conoce a Dios, no los labios de un cuerpo, tal vez corrompido por el error, que es el mal, que a veces se viste de orgullo, vanidad e hipocresía. Por lo tanto, lector amado, profundicemos un poco en la infinita Sabiduría de Dios y sin temor de pecar, porque es Dios que nos ayuda.
Yo, lector amado, a veces contemplo en los escaparates de las librerías, a mis amigos los libros. Yo no sé que me diría este libro que tiene por título "La oración mental", pero está un poquito lejos de lo que tendría que dar por él. Pero, lector amado, una vez aprendí a orar, o por lo menos, así lo creo. Verás, en el mes de abril de 1946 yo me fui a pie a visitar la ermita de Valldemosa, y unos hombres que parecían del otro mundo, mejor que de éste, me atendieron como a un hijo, y como a tal el bueno del padre superior, me aconsejó que no siguiera el camino hacia Sóller, por el cual quería yo llegar a Lluc. Me despedí de ellos, pero la curiosidad o tal vez, Dios, me condujo hasta Sóller, Biniaraix, y claro hacia las altas y desiertas montañas. Una gran tempestad se presentó victoriosa y gracias a Dios pude refugiarme en una cueva, en la cual estuve dos días con sus dos noches, oré mucho, pero mucho. Oraba al Señor, con las lágrimas en los ojos, pidiéndole que dejara de llover, para poder marcharme de aquel desierto lugar.
Pero, lector amado, ya fuera el alma que orase, unida al miedo que yo tenía, pero al tercer día dejó de llover, salió un poco de sol, y dando gracias a Dios, empecé a andar, pero sin saber adonde me dirigía, ni en donde estaba. Subía más la montaña con toda la prisa que podía, porque creía que en la cumbre de ella, me podría orientar si encontraba una carretera, un camino, o una casa. Pero no, lo que veía ante mis ojos era otra inmensa montaña. Pedí ayuda a mi alma, para que ella hablara a Dios. De pronto, andando, me encontré en un gran valle, no sabía por donde partir, pero mi alma me decía, hacia allá, por donde se empezaba a ver un poco el azul del cielo. Sin contradecir a mi alma, partí casi corriendo y media hora después me encontraba en lo alto de una montaña, y ante mí, a lo lejos una carretera y algunas casas.
El cielo estaba casi completamente despejado, el sol me acariciaba paternalmente, yo miré hacia el cielo, y un temblor, algo frío, se apoderó de mí. Parecía que me empujaba y caí con las rodillas al suelo, unas gruesas lágrimas salieron de mis ojos, parecía que en mi cuerpo estallaba algo, debía ser mi alma que daba gracias a Dios, pues solo recuerdo que dije: "gracias, Dios mío, gracias" y todo un tropel de oraciones, salían de mi boca y después ya me fue fácil encontrar el camino hacia la ciudad.
Pero, lector amado, ahora estoy dando gracias a Dios, que compuso maravillosamente esta triste aventura para enseñarme a orar como cristiano, porque con todo esto comprendí, que es el alma que tiene que orar. En la cueva, tal vez era el miedo, que me hacía orar, la falta de fe, tal vez, pero cuando encontré el camino que me salvaba, oré a Dios con todas mis fuerzas, ya no era el miedo, la alegría, tal vez, pero la mayoría de los hombres, en este caso mío, hubieran exclamado: "¡Por fin, una carretera!, y hubieran seguido su camino, o tal vez ofrecer una oración de labios, en la comodidad de la ciudad, pues no era el miedo o la alegría, lo que me obligo a orar, sino la luz de Dios que me hizo ver el milagro: "Tienen ojos y no ven y oídos y no oyen", pero Dios abrió mis ojos y vi el milagro de salvarme y de aprender a orar a Dios.
Lector amado, esta es la oración que a veces gusta de pacentar por verdes prados, cantar con los trinos suaves de los pájaros y volar por regiones insospechadas, jugueteando con las criaturas celestiales o vestirse de gala con las lágrimas del hombre que por fin despertó.
Capítulo V
Lector amado, todo lo que ya llevo dicho, hasta aquí, espero que lo entiendas con el alma, porque es la mía que habla a la tuya. Las almas se hablan y admiran el divino paisaje que se puede contemplar desde este Monte Maravilloso. No juzgues mal diciendo que nos podríamos equivocar, y en lugar de hablar cosas serias, nos ilusionamos a nosotros mismos. Pero lector amado, ten bien presente que todo, absolutamente todo lo del mundo de allá abajo, es ilusión, poderes, riquezas, placeres, etc., son cosas que gustan y parecen reales, pero solamente son ilusiones de humo negro, que al disiparse, no queda nada, más que una realidad: la muerte.
Por lo tanto, lector amado, contemplaremos el divino paisaje, desde las alturas donde nos encontramos y verás que puede ser humo, pero de lindos colores y que al disiparse quedará una realidad, el infinito amor de Dios, que nos esperará para darnos el premio merecido, que el poder desearlo de verdad. Con el alma limpia y pura, es ya un gran premio, por lo tanto, no filosofemos más y describamos el paisaje.
El cielo está azul, ¿lo ves?, lector amado, hay algunas nubecillas blancas que parecen esponjas, ¿verdad?. Hay flores lindas y hermosas. Mira allá, a lo lejos: los pajarillos, ¿Oyes sus cantos? Parecen celestiales, pero sí, lo son, ¿no ves que Dios les mima y les da alas, como a nuestras almas? ¿Ves aquello de allá arriba?, parece un coro de ángeles, si lo son. Cantan aleluya por nuestras almas, para todas las que suben al Monte Maravilloso. Sea ilusión, sea sugestión, prefiero más todo esto, que lo que me pueda dar, allá abajo, el mundo miserable. Dirás tu, lector amado, en un arranque de emoción, y yo digo que te superas ya, sobre ti mismo, y comprendes, no lo que pueda decirte un humilde obrero, sino que comprendes la verdad de la vida, y ya empiezas a pensar, en que los hombres, si quisieran, podrían hacer un mundo mejor. Tal como es este Monte Maravilloso, es un monte, una montaña, lo que quieras. Por esto cuesta mucho subir y todo es maravilloso porque todo es nuevo para nosotros, todo brilla con resplandor y desde aquí vemos perfectamente los caminos, los pueblos, las ciudades, las grandes capitales, casi todo el mundo, dirás tu, lector amado, y yo añadiré: todo el mundo con todos sus disparates, a todo lujo y sobre todo su error, porque aquí arriba, lector amado, disfrutamos de la paz, de la verdadera paz, porque la disfruta nuestra alma, mientras que allá abajo, el alma está casi muerta con tanto extravío.
Pero dejemos lo de allá abajo, no es mejor que un valle tenebroso, y miremos hacia arriba, hacia Dios, para que cuando venga la noche de la vida, las estrellas que brillan en el universo, no brillen tanto como nuestras buenas obras, porque brillarán más y con luz divina, si solamente las hacemos por Dios y para Dios, porque El las iluminará con su Luz bienhechora y así el paisaje será siempre el mismo, y si cambia será para hacerse más hermoso, más poético, más real y más santo.
Ves ahora, lector amado, más real el paisaje divino. No sientes dentro de ti a tu alma, que está muy contenta, con su único traje, compuesto de bondad, dulzura y amor. Digo único, porque sin este ropaje, el alma se enferma y a veces muere. Dirás, lector amado que aprovecho el paisaje, para así, entre rosas poner algunas flechas de filosofía o teología, todo lo que quieras, pero pongamos las cosas en su sitio. Más vale poner cosas buenas entre las bellas y hermosas, que no hacer como hacen en este mundo moderno, que entre rosas y flores, esconden la maldad misma. Con ropas de locura humana, frivolidades, orgullos, odios, torpezas, envidias, guerras, y todo ¿para qué?. Yo te lo diré, lector amado, todo esto lo hacen los hombres para convertirse en niños mal educados y sucios y con su suciedad, ensuciar y pisotear el Divino Paisaje, que está `por doquier, porque todo es bello, todo es hermoso, porque lo creó el único que puede hacerlo, que es Dios.
Capítulo VI
Lector amado, ahora que ya estamos lejos del mundo, que algunos dicen real, en lo cual tal vez están equivocados, te diré que es necesario que hablemos del amor, en sus diferentes manifestaciones, y digo que ahora viene bien hablar de ello, porque tu y yo estamos libres del error, porque vislumbramos a Dios, por lo tanto tu entenderás, lector amado, lo que mi alma vaya diciéndote.
Seamos soñadores, yo primero, y así te iré relatando lo que pase por mi imaginación, a veces pienso, y ahora mi pensamiento vuela, amo lo que no veo y, sin embargo, veo un mundo lleno de paz y amor. Yo soy joven y con mi juventud atravieso extensos campos llenos de vida. Allí mismo en pleno campo y a la luz del dorado sol, descubro a alguien que está en medio de varias ovejas. Me acerco más y más, y me parece que es una mujer. Sí, lo es, y yo me paro, extasiado, la contemplo. Va humildemente vestida, pero su rostro sonrosado es radiante como el sol. Sus ojos son seguramente algo del cielo y su boca es pequeña y dibuja una angelical sonrisa, sus cabellos son negros naturales. Mi alma salta de alegría. Me acerco a ella, como si me acercara a una imagen de la virgen y le digo todo lo que siente mi corazón. En aquel momento sublime, le digo que la quiero con toda mi alma, que he venido de otro mundo, solamente por encontrarla, que es hermosa como la virgen, que mi alma es pura y santa, pues que otra cosa puede ser una mujer con estas cualidades, si no es ser santa. Le digo que ya se, que es la bondad personificada, y le digo que yo aborrezco el mundo del cual vengo y ella, humildemente, con palabras celestiales, que suenan música divina en mis oídos, me dice que me quiere, porque su corazón no la engaña y le dice que no miento. Nos damos temblorosamente la mano y la conduzco al altar de Dios, el cual muy sonriente nos da el consentimiento, de unir para siempre, dos cuerpos en una alma. Beso tiernamente su mejilla, y nuestras lágrimas de verdadera alegría y felicidad, se confunden para siempre.
Han pasado muchos años, ya somos viejos mi mujer y yo, pero nos sentimos jóvenes, porque aún impera, entre nosotros, la felicidad, pues estamos rodeados de nuestros queridos hijos, que son el resultado de nuestra caminata, hacia el Monte Maravilloso.
Después mi pensamiento admira la buena y gran obra que es haber creado una familia, honrada de verdad, y libre del error, de aquel viejo y sucio mundo de allá abajo, y aquí, lector amado, despierto del bello sueño, no sin antes, haber tenido que enjuagarme una indiscreta lágrima, al tener que escribirlo en este humilde libro.
Ahora, como un blanco para todos los tiros que puedan venir, yo me presento humildemente, no a ti, lector amado, porque tu ya estás conmigo aquí arriba, sino a todos los de allá abajo, que no puedan o no quieran comprender, que esto es la única realidad de la vida, el amor, pero el amor verdadero, el amor de Dios, no un amor falso, traidor, o fingido, sino este amor que es llama, que prende al alma y la convierte en fuente o manantial de la cual brota, vigorosamente, la honradez y la bondad para crear una familia, que es la base de esta otra gran familia, que llamamos humanidad.
Después brotan, de este encendido e inacabado manantial, la inspiración de la belleza, en sus diferentes formas: poesía, literatura, o bien, el arte de presentarnos esos sueños en pintura o escultura, o soñar de despiertos, hundidos en el manantial de las ideas, que formadas y compuestas en orden, son la filosofía y la teología, las cuáles nos enseñan, mediante nuestra razón, lo que es el bien y lo que es el mal, lo hermoso y lo feo, lo real y lo ideal, y si los de allá abajo quisieran comprender, que lo que sueñan ellos es falso, porque solo sueñan, con el cuerpo, no con el alma libre. Si quisieran comprenderlo, lector amado, dejarían sus sueños de humo y vendrían con nosotros al monte maravilloso, y formaríamos la gran familia, la nueva humanidad, y nosotros, desde lo más alto del monte, contemplaríamos extasiados a nuestros hijos, si, las futuras generaciones que irían pasando una tras otra, entonando himnos de alabanza a lo más grande que conocemos en este mundo, a esta fuente inagotable de amor creadora del infinito universo y que nosotros llamamos Dios.
Capítulo VII
HOSANNAS Y ALELUYAS: "Cantemos al Señor de los amores"
Lector amado, descansemos ya, y dejemos a nuestras ansiosas almas, que escapen unos momentos de su prisión y que volando se confundan y formen una sola alma, que entre en el umbral de la vida, que son estas puertas que hay aquí arriba, en este bendito monte maravilloso. Dejémoslas y oigamos su voz, a ver que cosas maravillosas nos relatan, escuchemos, pues.
Oigo un horroroso grito espantoso, que pasa junto a mí y arrastra tras de sí, un gran remolino de viento. El sol se obscurece, y en medio de las tinieblas, oigo una voz que dice: "todo esto te daré, si postrado ante mí, me adoras". Veo ante mí al mal de la carne, fantasmas que danzan con risas sarcásticas ante mí. Me veo orando en la iglesia, unos me insultan, otros me alaban, unos me dicen hacia delante, otros, hacia atrás, veo riquezas y placer sin fin. Me dicen que solo pienso en tonterías y quieren enseñarme a robar, matar, traicionar, engañar. Veo un mar de sangre, todos se ríen como locos, me revisto de coraje y empiezo a caminar, pero con paso tranquilo y seguro, avanzo, paso sobre los cadáveres de más enemigos y me remonto como el águila, orgullosa y reclamo victoria. He ganado la inmensa batalla, en la cual muchas almas, como la mía, perecen en ella. Al punto, me encuentro lejos de todo lo conocido.
No es mundo, ni es cielo, no sé dónde estoy, ¿qué es esta paz, que yo no había conocido jamás? Dios mío, ya no tengo miedo, empieza a venirme una alegría, que lloro de felicidad, o no es real lo que siento en mi mismo, será un sueño. Decidme, Señor de la creación, decidme que es, porque yo estoy dentro de un cuerpo que se mueve, habla, oye. Veo, ando, pienso y ahora soy muy feliz, pero no se quien soy, ni porque presiento tanta paz, tanta quietud, que me derrito de felicidad. Yo no quiero escuchar palabras de diferente opinión de los hombres. Con vuestra ayuda, señor, quiero encontrar una respuesta clara a mi pregunta: ¿Quién soy?, y ¿Adonde estoy?. Unos dicen que soy espíritu y que ahora estoy ante vos Señor. Otros dicen que soy un cerebro que sueño con lo fantástico, y que ahora estoy sugestionado por la fantasía. La opinión de los primeros, parece más razonable, pero dejémosla. Vos, Señor, me decís a mí, quien soy y dónde estoy, y comprendo que me lo decís a mí, porque lo siento en mí mismo.
En el cuerpo donde estoy, hay sangre que hace funcionar la máquina humana. Esta máquina tiene de todo lo necesario para vivir, conforme a la carne, pero ¿en qué rincón de esta máquina, se esconde el amor hacia Vos, Señor? La paz que siento, la felicidad, le fe en Vos, la seguridad de que existís de verdad, la inspiración de la belleza, y por último la rendición de los empujes de la carne, que dicen que es la vida misma. Sin embargo, se rinde ante la verdad, que sois vos Señor. ¿Dónde está escondido?, si yo salgo de esta máquina de barro humano, repito, ¿dónde encontrarán todo lo que yo he dicho? y, sin embargo, todo esto, soy yo mismo, soy el alma. Tonto de mí, que no acertaba a comprender donde estaba, pero ahora lo sé, sí lo sé, gracias Señor, estoy dónde no había estado jamás, dónde muchos de los hombres están.
Estoy de lleno, sumergido en la eterna verdad, que sois Vos, Señor. Ahora comprendo porque los cobardes, cuando descubren alguna cosa que delata vuestra presencia, huyen o se esconden debajo de la podredumbre vestida de placeres carnales, y después dicen que lo hacen para olvidar y es que vuestra luz ilumina a los que os aman y ciega a los que no os conocen.. Vos Señor, imponéis el deber del bien, del amor, de la paz, de la belleza y de la verdad. Pero lo imponéis con palabras cariñosas que decís a las almas, como a mí, que os escucho arrobado, hundido en una contemplación estática, que no quisiera abandonar jamás.
Aún más Señor, quiero preguntaros porque si contemplo, un punto fijo, sin apartarme de él, me coge una somnolencia, es decir, parece que me duermo y nada más. A veces me duermo, y si la contemplación es hacia vos, Señor, no me duermo, al contrario, despierto del sueño de la vida, aunque solo sea unos instantes y os veo y os siento, sin veros ni sentiros, eso no lo comprendo, pero oigo que me decís, que cuando contemplo un punto fijo con los ojos del cuerpo, estos órganos se cansan y se duermen con un sueño natural, pero cuando contemplo lo que no veo con los ojos, lo veo yo mismo, es decir, el alma y no me canso porque soy yo que lo veo, no mis órganos. Y como todo lo que ven los ojos, es muerte, lo que yo veo tiene que ser forzosamente vida, por lo tanto, os veo y os oigo. A vos Señor, no me neguéis este argumento, porque seguramente, él solo es, el que me hace estar despierto. A mí mismo me hace cumplir con mi deber, que vos me mandáis, me hace vivir, me hace cantar en arrebatos de amor hacia vos y hace que me acerque más y más a vos Señor, con la completa seguridad, de encontraros definitivamente.
¡Hosannas y aleluyas, Señor!, no dejes que se apague esta llama de amor verdadero que se ha prendido en mí. Haced que vaya ensanchándose hasta prender, a todas las almas del mundo, pues de ahí puede venir su salvación. Basta, basta, lector amado, no dejemos más en libertad, por ahora, a nuestras almas, porque sino, emprenderán el vuelo y se olvidarán de esta sucia mansión que es nuestro cuerpo. No hablemos ya más del mundo. Dejemos a los sordos y ciegos del alma, y nosotros, lector amado, arrodillémonos, sin ningún temor, ante la imagen escarnecida de Jesús, y lloremos, sí, lloremos de dolor por no haberle conocido mucho antes, pero también, lloremos de alegría, y que nuestro llanto sea oración de gracias, al Señor del universo, de la vida, de la paz, del amor y de la felicidad eterna. Cantemos al Señor de los amores, pero cantemos de verdad.
Lector amado, cantemos al Señor, bendito sea eternamente y dejemos a la filosofía y teología y embriaguémonos, con su amor, que si duda es lo que hay en el cielo.
Capítulo VIII
META FINAL DE ESTE MONTE MARAVILLOSO
Alabado sea Dios y que lo sea eternamente, porque ha hecho posible, lector amado, que nosotros pudiéramos llegar a la meta de este Monte Maravilloso, y si nos preguntan que es lo que hemos adelantado, les contestaremos que hemos adelantado mucho, tanto, que ya somos cristianos, y ser cristiano de verdad y por convicción, ya es muchísimo en este miserable mundo.
Hemos subido casi a ciegas, por la áspera cuesta de este Monte Maravilloso, pero al fin hemos llegado a su término, hemos analizado muchas cosas, que eran extrañas para nosotros, pero que ahora ya nos son familiares. Hemos despertado a esta Cosa que llevamos dentro de nuestro cuerpo y que, sin rodeos, podemos llamarla alma. Y la hemos conducido hasta el umbral de la vida. Lector amado, perdóname si ahora voy a referirme solamente a mí, porque yo no tengo ningún derecho a obligar, que sigas en todo momento la senda de este Monte Maravilloso. Tú ahora decides si has de quedar dentro de este luminoso camino, o si por el contrario, has de volver al valle negro y tenebroso.
Pero yo, lector amado, te diré, y sin ningún miedo a equivocarme, que por fin puedo decir que ya soy feliz. Si lector amado, soy muy feliz, y esta felicidad que yo siento ya es completa. Se que tal vez extrañará a algunos, pero tu lo comprenderás, porque has subido conmigo a este Monte Maravilloso, por lo tanto, puedes comprender que soy feliz, porque me siento, filósofo, teólogo, poeta y sabio.
Dirás que puede ser que esté sugestionado, bien, no lo niego, pero, ¡qué bella sugestión!, que logra convertir a un humilde obrero, rodeado de espinas venenosas, en un Sócrates moderno.
Lector amado, si digo esto, no es para vanagloriarme, sino para decirlo, tal como es, pues si me siento un filósofo tendré que meditar mucho y conocerme más a mí mismo y el resultado de estas meditaciones y análisis de las cosas que vemos en la vida, es que se llega a tener, como diría yo, un poder por encima de todo lo que sea riqueza material. No ambiciono riquezas, y no tengo envidia de quien las posee, pero lucho en esta vida, como los demás, pero procurando no hacer daño a nadie, ni tampoco a mí mismo, porque se pueden conseguir riquezas, pero a costa de los demás, o sea, perjudicando al prójimo. Además la felicidad, la paz, la sabiduría de un filósofo no se puede comprar, ni con todo el oro de la tierra. Tu vive con tu filosofía y nosotros viviremos en la abundancia de las riquezas y si eres un pobre de espíritu, confórmate.
Esto es exactamente lo que dirán muchos. Gracias, muchas gracias, les diré, lector amado, porque tenéis la gentileza de dejarme lo mejor a mí, porque yo no tendré miedo de ser despojado de mis riquezas, porque son invisibles y eternas, mientras que las vuestras, ¡hay de vosotros!, si vienen vientos desfavorables, pereceréis vosotros con ellas y no habrán servido más que para amargaros las últimas horas de vuestra vida. Pero si queréis, también podéis salvaros y ser un poco filósofos. Esto lo conseguiréis, haciendo lo que está a vuestro alcance, que es hacer más fácil y llevadera, la vida de los pobres trabajadores, que no han tenido la suerte de poder subir hasta la cúspide del Monte Maravilloso, y ver la verdad de la vida, vislumbrar a Dios, y ser filósofos.
Lector amado, estoy satisfecho, porque tú has venido conmigo hasta la meta de este humilde libro y así habrás podido comprobar que, quitando las faltas materiales que pueda haber en él, se ve claramente un poquitín de destello de luz, de la que me hizo llorar muchas noches, después del trabajo del día, por querer describir con mano de gran teólogo y gran filósofo, la Divina Luz que me hería el corazón, y me inundaba de felicidad. Pero veo que no hay palabras, ni argumentos posibles para hablar, en pro, o en contra de una humilde alma, cuando vuela por estas alturas y siente la proximidad de Dios. Por esto te ruego, lector amado, que comprendas que todo esto que está escrito, en este libro, ha sido, como un sueño para mí, claro que mi vida no ha sido muy viciosa y a veces he leído algún libro bueno que me han prestado, o que lo he comprado, mediante muchos ahorros, pero estoy bien convencido que esta sublime sugestión, de esperarlo todo de Dios, que ya desde mi niñez ha ido formando una fe y una confianza en mi alma, que he ido escribiendo como si escribiera una carta y alguien me la dictara.
Ahora yo espero que los hombres de cultura y que tienen una cierta comprensión en estas cosas, me alentaran dando a comprender al mundo que hay algo de Verdad en todo esto que llevo escrito. Que se puede seguir el camino de este Monte Maravilloso, y si hay alguien que lo sigue, seré doblemente feliz, porque si la mies es mucha y los obreros son pocos, Dios me premiará, porque si todos los hombres de la tierra despertaran en masa y anduvieran con paso firme, hacia este Monte Imaginario, que es vida eterna, sería más fácil, que los hombres, en vez de convertir el mundo en una gran tumba, desierta y fría, convirtieran a nuestra tierra en un monte, pero en un Monte de Santidad. Y esto no es un sueño vano, lector amado, esto es posible, está en manos de un grupo pequeño de hombres. Enseñemos a los hombres del mañana, el modo de gustar del néctar divino, que está en todas partes, en la filosofía, en el arte, en la inspiración en bien de la humanidad, en fin, en Dios.
Veremos renacer, como un rosal gigantesco, una generación, no de tontos vanidosos, adoradores el becerro de oro, orgullosos, o cobardes hipócritas, sino, una generación de hombres, altamente civilizados, y dispuestos para alabar, amar, y servir al creador del infinito universo y que nosotros llamamos Dios.
Día 12 de Febrero de 1947
Poesía
Gloria a Dios en las alturas
Paz en la tierra a los hombres
desechemos las torturas
alejando amarguras,
con sus diferentes nombres.
Que Satanás orgulloso
con su mano que aterra
siempre está dando la guerra,
a nuestro cuerpo barroso.
Luchemos con valentía
en esta nueva cruzada,
porque cerca está en día,
que veamos, con alegría,
a la humanidad salvada.
Gracias te doy, Dios poderoso,
por la Luz que me has dado
sea tu nombre alabado
porque es, el más hermoso.
También gracias a España,
porque yo, humilde obrero,
puedo segar la cizaña,
con libertad en campaña
y libre, pero sincero.
Cayetano Martí valls
Día 4 de Abril de 1947
EL CONTENIDO DE ESTE LIBRO ES FACTIBLE
DE IMPRIMIR O REPRODUCIR A TRAVÉS DE
CUALQUIER MEDIO DE IMPRESIÓN O
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TODA VENTA QUE SE HAGA DEL TEXTO, AL SER
ESTE UN MATERIAL TOTALMENTE GRATUITO.
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ESTARÁ ATENTANDO CONTRA SU VOLUNTAD Y
DESVIRTUANDO EL MENSAJE DE SU CONTENIDO.
ESTE LIBRO SE ACABÓ DE DISEÑAR
EL 19 DE MARZO DE 2002
EN PALMA DE MALLORCA
2002 © EL MONTE MARAVILLOSO
webs.ono.com/jjmgonzalez
Autor:
Cayetano Martí Valls, 1945
Ramón Muntaner, 46-4-2
07010 Palma de Mallorca
Colaboraciones: Juana Alemany / José J. Méndez
Diseño y edición digital:
JOSE MENDEZ
Juan Antonio Mora
ISBN: 84-95943-10-7
Dep. Legal: Ab-236-2002
Portada: Vilafranca de Bonany (Mallorca)