Apuntes sobre la Construcción de lo Nacional en Bolivia. Antecedentes e implicancias de la Revolución de 1952 (página 2)
Enviado por Santiago H. Gonz�lez
El punto de partida del relato es la conformación del Estado Oligárquico hacía el último tercio del siglo XIX, el cual se extenderá como tal hasta la Guerra del Chaco, a comienzos de los "30, ubicándose en dicho intervalo temporal dos notables acontecimientos, desde el punto de vista de nuestro estudio: la Guerra del Pacífico y la Revolución Federal. No obstante, el relato estará obligado a moverse hacia hechos previos para echar una luz adicional sobre procesos de larga data.
Esta configuración del Estado es fruto de la reorganización de la casta dominante tras la victoria de Mariano Melgarejo sobre Manuel Isidoro Belzú, nombres que encaramaban dos proyectos de país. El primero expresaba el bloque señorial de tipo caudillista que, en lo económico, se define por el librecambio, la búsqueda de los puertos y adeptos a la vinculación con Chile e Inglaterra, reunían en su seno a los sectores más dinámicos, ligados al capital comercial. Por su parte, Belzú, el carismático líder de masas, era la cabeza del proteccionismo de Santa Cruz, principalmente, que logra granjearse el apoyo del artesanado protocapitalista y las masas indias que defendían sus comunidades.
Es sumamente interesante detenerse un poco aquí, porque el sustrato "plebeyo" que apoyaba a Belzú, era una masa tumultuosa y avasallante, una característica que no perderán las masas bolivianas hasta hoy día. A su vez, los artesanos –que, en algunos casos, provenían de Europa- poseían organizaciones gremiales y eran un sector que revestía de tinte progresista a la coalición belcista. Al igual que los mitayos, el "forastero" y los ccajchas en el campo, estaban despegados de la ligazón ancestral a la tierra y también de las ideas que los sujetasen a ella. Juntos conformarán el proletariado boliviano y sus experiencias serán parte de la memoria histórica de mineros y obreros, que mostrarán una temprana organización y conciencia con relación al desarrollo capitalista del país.
Los restos del antiguo mercado interno organizado en torno a Potosí sucumbe paulatinamente y el resultado será un nuevo y encogido mercado que se circunscribe a los distritos mineros y algunos valles, sobre todo el de Cochabamba. Esta reorganización implica el fin de los mercados protegidos del azúcar y el trigo, lo que trajo graves implicancias en la región de Santa Cruz, que producía azúcar y alcohol, productos que pasaron a importarse desde Perú. Asimismo, desaparecieron los telares y la industria del vestido.
En 1866, Melgarejo comienza con las expropiaciones en el campo, en desmedro de las comunidades y a favor de los blancos y mestizos. Durante lo que queda del siglo (y aún entrado el siglo XX) esta política continuará constituyendo no sólo la expropiación de una clase por otra, sino de una raza por otra y derivando en la feudalización del campo. Con la constitución de las haciendas, el campesino comunario pasó a convertirse en pongo o siervo de la tierra.
Los números que arroja la avanzada jurídico militar sobre el campo son elocuentes: lo que antes ocupaban y trabajaban 75 mil familias de comunarios, es apropiado por 700 propietarios. El argumento esgrimido es la reconversión de las tierras a la producción capitalista, tarea para la cual la raza blanca, superior a la aymará, estaba mejor dotada. Pero antes que realizar una revolución burguesa en el campo, con su correspondiente reforma intelectual, se produjo una reafirmación en la cuestión simbólica de la tenencia de la tierra y el avance y sometimiento sobre el indio, cada vez más lejos del hombre libre. Los siervos hacían del propietario un señor, quien completaba el aspecto simbólico apropiando el producto excedente del trabajo para consumo personal suntuario, sin vincularse productivamente con la tierra.
Si bien imperaba el librecambio, no había exportación, lo que no permitió una acumulación originaria que posibilitara sustentar un desarrollo posterior. Esta situación evidencia la inexistencia de un sentido de interdependencia entre los productores y, mucho menos, de la conciencia sobre la necesidad de un Estado escindido que garantice el interés común de los mismos. En la hacienda, el Estado no estaba separado aún de la figura del terrateniente (el cual ejercía la violencia directa sobre sus siervos), lo que imposibilita el surgimiento de una consideración ideológica del territorio como algo nacional, a favor del mantenimiento de una concepción localista.
La otra columna sobre la que se asienta el Estado Oligárquico es la minería, la cual marcaría el regreso de Bolivia luego de mucho tiempo al mercado mundial, con la segunda economía de la plata y, posteriormente, con el nuevo mineral excedentario para las necesidades reproductivas del país: el estaño.
La relación de estas empresas con el Estado puede verse claramente con un caso paradigmático. Huanchaca puede marcarnos el decurso de la minería en el país hasta el estallido de la revolución del "52 y la nacionalización. En 1885, Huanchaca poseía más dividendos que ingresos el Estado, lo cual, no obstante y pese a beneficiar a sus accionistas en el exterior con regalías del 40 % anual, pagaba inexistentes 0.08 bolivianos por marco de plata. Cabe destacar que producía 850 mil marcos de plata anuales. Esta actitud de las mineras para con el Estado será constante hasta la nacionalización de 1952. Tal como en el caso de los terratenientes, puede apreciarse en los dueños de las mineras la misma avidez por la apropiación del excedente y su total desapego por la circulación del plusvalor en el país por vía de la captación de recursos fiscales. Si bien la minería presentará un carácter capitalista más desarrollado que el campo, con altos niveles de inversión en tecnología, actualización de métodos productivos y el surgimiento de un auténtico gigante transnacional autóctono como fue Patiño, el sector prefería repartir las ganancias entre los accionistas extranjeros. Se consideraban burgueses del mundo y el territorio nacional como un ámbito de explotación, para el cual no tenían mayores obligaciones, salvo que la coyuntura social lo requiriese.
Sangre y Tierra
Ya en esta instancia, se hace necesaria una recapitulación, porque nuestras primeras exposiciones ponen de manifiesto toda una sedimentación y estratificaciones de relaciones sociales de varios siglos. Evidentemente, debemos bucear en los orígenes de la casta señorial boliviana, porque sigue siendo, hasta nuestros días, un sector dominante con una gran capacidad de reacomodamiento permanente, aun ante masivos movimientos de la tectónica social.
Quizá, lo más llamativo sea que han construido un Estado de una minoría extremadamente racista -contra la mayoría abrumadora de la población de origen indio y mestizo- por medio de la más burda violencia, prescindiendo de los consensos y mediaciones que caracterizan y dan seguridad a los Estados modernos.
El origen de la casta está evidentemente ligado a la llegada de los conquistadores y las relaciones de las que eran portadores. El ennoblecimiento era una auténtica obsesión ibérica, particularmente en Castilla, donde el reconocimiento simbólico de caballero o noble -aun teniendo nada más que un caballo y armas- estaba por delante de todo lo demás. En el siguiente pasaje puede observarse cómo la "experiencia del feudalismo" que poseían los recién llegados, encontró un terreno fértil donde mantenerse verde: "la segunda oleada de conquistadores presenta un número extraordinario de "segundones", de hijos menores de familias de la grande, media y pequeña aristocracia (…) que conocieron el modo feudal de vida, con sus mitos, sus ideales y sus técnicas"1. Este "excedente nobiliario", por llamarlo de alguna manera, encontraba en América no sólo la posibilidad que no tenía en España, sino también una población sometida que le es racial y culturalmente diferente. Tierra y rango será la premisa de status simbólico más importante del mundo señorial en la colonia.
Desde el punto de vista productivo, se trata de una clase/casta que apropia el excedente que producen los siervos. En consecuencia, su función está ligada a la circulación de mercancías y, por ende, la preeminencia al capital mercantil por sobre el productivo, cuestión no menor a futuro a la hora del desarrollo capitalista. El siervo, en tanto productor real, se representa para el señor como aquello que media la transformación y apropiación. Por lo tanto, se les hace imprescindible el control de la circulación de la fuerza de trabajo, los mercados y el circulante. La tierra es el dominio del señor, buena en la medida en que provee poder simbólico y un excedente. Esta situación no predispone ideológicamente a asumir al espacio como territorio nacional, sino como pecunio propio, dificultando a su vez la noción de soberanía y la necesidad de separación relativa del Estado de la sociedad civil.
La reproducción de este sistema de relaciones jerárquicas no hace más que naturalizar la desigualdad entre los hombres, deseable por el sistema de gratificaciones materiales y simbólicas del "estar por encima de alguien", del rango, que termina extendiéndose a todos los ámbitos de la sociedad. Hay algo sumamente perverso en ésto, ya que cualquier grado de sangre blanca que alguien posea, lo hace relativamente más digno y menos oprimido -y lo pone en situación de opresor- sobre quien se encuentre racialmente más cerca de lo indio. El resultado es que el indio o mestizo se reconozca como más o menos blanco o español, en lugar de asumir su situación de oprimido, configurando así uno de los rasgos más llamativos de la sociedad boliviana en algunos momentos clave: su conservadurismo en todos los niveles, aun aquellos cuya situación hace más acuciante su emancipación. Como veremos posteriormente, esto obrará de distintas maneras en los procesos socio-históricos, conservando pero, a su vez, poniendo "en barbecho" ciertas potencialidades.
La fusión entre las dos estirpes no es deseable desde el punto de vista señorial (aunque sí lo es desde el punto de vista del mestizo), ya que sin indio, no hay señor, situación agravada por lo que podríamos llamar "la introyección del amo": el recuerdo de la violencia genera un miedo al amo, situación que provoca que el siervo se vea a sí mismo y a sus actos con los ojos del amo para evitar la situación de violencia inmediata. La dependencia es mutua, ninguno es realmente libre.
El otro aspecto que cabe resaltar y cierra la "tenaza" ideológica oligárquica -y que constituye una sorprendente paradoja- es el odio al indio y la predisposición a su supresión.
La casta tiene un origen incierto ya que, si bien proviene de España, no es española en lo absoluto y vive su realidad como un destierro en las altas montañas.
Sin duda, la revuelta y el proyecto político de Tupaj Amaru fue un hecho de una intensidad tal en la sociedad del Alto y Bajo Perú que permaneció presente, junto a Katari, en el imaginario de ambas estirpes. El programa de Amaru representaba un auténtico y terrorífico -porque distaba de ser una utopía- reemplazo hegemónico. Proclamado descendiente directo del Inca, tenía un plan superador que incluía a toda la sociedad colonial, interpelando a los criollos españoles e indios, a degollar -literalmente- al gobierno europeo del Perú, pero reconociendo la situación productiva del momento, aunque pasara por ciertos patrones de legitimación nuevos. Algunos de los puntos del programa eran la abolición de la mita, de la esclavitud de los negros y la posibilidad de los indios de ocupar cargos de poder. Había un reconocimiento de la situación actual; no se trataba pues un pretendido retorno a lo milenario anterior a la conquista, sino una nueva propuesta hegemónica.
Pero el levantamiento más significativo para nuestro relato es el de Tupac Katari (Julián Apasa), milenarista (prohibió el pan por no ser andino) y etnocéntrico (hacia cortar las lenguas de quienes hablaran español), a la vez que feroz y violento. Fue Apasa el que llevó adelante el cerco de La Paz, en el que murieron más de seis mil personas, con un programa tan intransigente como impracticable. Los efectos del levantamiento dejaron una marca indeleble en ambas castas; la forma tumultuosa de la revuelta será la práctica común a todos los grandes levantamientos indios, donde la multitud se organiza en el movimiento con la táctica del ahogo y el asedio. El terror que impuso el cerco indio alimentará el odio y la inclinación a no economizar sangre aymará por parte de la elite hispánica; los ecos de aquel temor antiguo resonaran entre las piedras con Willka Zárate y aún en la Guerra del Gas, en 2003.
La independencia no hizo más que traer nuevas incertidumbres a la minoría blanca. La debacle de Potosí y una independencia no buscada, dada la indiferencia racista de Buenos Aires y la voluntad de Bolívar de no anexar el Alto Perú a la realista Lima, dejaron a la casta ante un desafío histórico que no había buscado.
Estos son los elementos más significativos para nuestra indagación, los que permiten dar una aproximación a las características particulares de la élite que se siente extranjera en su propia tierra y que será parte del proceso que constituirá –como señala Fernando Mires- "Una nación sin Estado. Un Estado sin nación"2.
Guerra, Rebelión y Estaño
La acuciante crisis económica que presentaba Chile hacia 1878, fue lo suficientemente preocupante para que este país arriesgara una guerra contra Bolivia y Perú por los yacimientos naturales de salitre. Este acontecimiento permite observar la reacción de la oligarquía boliviana ante una agresión, sus posturas ante el territorio y el manejo del Estado. A su vez, significará la primera crisis de legitimidad importante que va a redundar en la Revolución Federal y la rebelión del cacique Willka, hechos que preceden al recambio hegemónico del bloque dominante.
En 1873, se construye la primera línea férrea en territorio boliviano, cuyo fin era el transporte de salitre desde Salar del Carmen al Puerto de Antofagasta. Lleva adelante el empréstito la Compañía de Salitres de Antofagasta, de capitales británicos y chilenos.
En 1879, el Gobierno boliviano impone a la explotación salitrera un gravamen de diez centavos por quintal, cifra en primera instancia insignificante, pero suficiente para detonar la Guerra del Pacífico. En los meses subsiguientes, las fuerzas chilenas ocupan el Litoral boliviano. El 22 de mayo de 1882, el Gobierno chileno ordena un estudio secreto sobre las condiciones mineras del interior de Bolivia.
En 1884, se aprueba el Pacto de tregua con Chile, que establecía, entre otras cuestiones, el libre comercio entre ambos países, medida que favorecía notablemente a Chile ya que las exportaciones bolivianas evidentemente sólo podían referirse a minerales, originando la conquista chilena de los mercados bolivianos. El carácter pro-chileno de un sector de la oligarquía boliviana quedará reforzado por un gravamen del 30 por ciento a las importaciones de productos del Perú, destruyendo no sólo la alianza de la Guerra del "70, sino también el comercio de los distritos del norte del país.
La guerra no fue vivida por la sociedad, sino hasta el momento posterior en que se produce la pérdida de Atacama (cedida por una indemnización que incluía un tendido de ferrocarril), lo que significó el cercenamiento del espacio tradicional andino con consecuencias que luego se harían notar. La guerra, entonces, fue responsabilidad del Estado, el cual como afirmáramos, era ocupado circunstancial y fugazmente por elementos de la oligarquía.
El sector minero platero agrupado en el partido Conservador mantiene el nexo con el vencedor, refrenando constantemente a los sectores revanchistas surgidos tras la guerra. Básicamente, las buenas relaciones con Chile significaban para ellos el acceso a las líneas de créditos inglesas y, para nuestro análisis, la confirmación de la poca autonomía relativa del Estado frente a las clases dirigentes, la difusa idea de soberanía, a la vez que la noción patrimonial del territorio. Sin embargo, hacia fines de siglo se perfila un nuevo y desafiante grupo, concentrado en el partido Liberal (que pese al nombre es más conservador que el homónimo) y que llevaba en su seno –además de un profundo antichilenismo- a los "barones del estaño", llamados a reemplazar a la alicaída minería de la plata. Se perfila un recambio de poder en el seno de la oligarquía, que se va a dirimir de manera violenta y con una nueva avanzada represiva sobre el indio.
Afincados en La Paz, los liberales discuten el eje territorial de poder del país reclamando la hegemonía de su ciudad en desmedro de los bastiones de los conservadores en Oruro y Potosí y valiéndose de recursos populistas que buscaban atraer a las masas indias y clases medias lanzando proclamas antilatifundistas y antieclesiásticas.
El 6 de mayo de 1896, las siluetas de los aymaras se asoman a la Paz desde El Alto y otras cimas para saludar al liberal Pando, derrotado por el conservador Fernández Alonso, asistido por el fraude electoral, práctica sumamente arraigada. La población tiembla y el Ejército dispersa a la indiada, tomando prisioneros. Rápidamente, se instala el tema de la capitalía del país, que debería coincidir con el nuevo eje hegemónico trazado por el estaño que, tras la falta de legitimidad del gobierno, echa más leña al fuego.
La situación se agrava cuando Alonso se levanta en armas en favor de Chuquisaca y Sucre. Pando aprovechará el malestar de las masas indias desde Melgarejo para adjuntarse la alianza del Willka3 Pablo Zárate y cargar contra la hegemonía del sur.
El insoportable asedio que imponen los aymaras sobre las fuerzas conservadoras inclinan decisivamente la balanza hacia La Paz. No obstante, para ésta última nunca quedó muy en claro si el cerco indio (que rodeaba a ambos Ejércitos, cabe aclarar) cuidaba o era una amenaza real (en este momento pesa la memoria de Katari), por lo que la victoria acarreó nuevos miedos. Dado que los indios tenían sus propias reivindicaciones y el impulso propio que había tomado su revuelta, Pando comienza a hablar de guerra de razas, lo que remata en la entrega de la capital a los vencidos, con los que se alía y comienza la represión de la revuelta indígena, que incluye la traición, captura y muerte de Willka.
Belzú y luego Willka muestran una característica de la forma en que se reorganiza la clase señorial en Bolivia, que consiste en la exclusión antes que en la asimilación subordinada bajo la égida del vencedor, es decir, construcción de hegemonía. El terror del cerco indio fue correspondido con la magnificación de la victoria y la emisión de un discurso ideológico cargado de darwinismo social. Si bien el discurso buscaba construir una unanimidad tras el conflicto, ésta no era más que la del bando triunfante y, por lo tanto, hacía general el discurso identitario de los sectores blancos, excluyendo al diferente y convirtiendo al indio en chivo expiatorio. Para la oligarquía, el otro era el indio antes que el extranjero. Por lo tanto, su proyecto era cultural-racial antes que nacional.
Huelga decir que los puntos que planteaba Willka fueron desestimados totalmente, cerrando una oportunidad para disminuir el conflicto. Surgirán algunas opiniones lúcidas, aunque no exentas de contradicciones, como las de Tamayo: " Así, entre nosotros, nuestro blanco se imagina, tácita o expresamente, estar en una distancia inmensa de nuestro indio; y no solamente se imagina esto, sino que, en este falso criterio, va hasta no abrigar para el indio otro sentimiento que el desprecio, o mejor caso, la indiferencia. Ignora que entre él y el indio hay mucha menos distancia que entre él y el blanco de Europa… En América no existe el blanco, al menos en un sentido estrictamente europeo."4, a lo que hay que agregar otro pasaje, como el siguiente: "Los dos rasgos de nuestro carácter nacional son la persistencia y la resistencia… Por la fuerza de las cosas el fondo principal de nuestra nacionalidad está formado en todo concepto por la sangre autóctona, la cual, como hemos visto, es la verdadera posesora de la energía nacional."5 Sin duda, se trata de interesantes líneas, en una época con poca predisposición a las posturas superadoras, a la vez que trazan un horizonte común y un reconocimiento del otro, fundamentales para el desarrollo de una ideología con pretensiones hegemónicas desde el punto de vista estatal. Por otra parte, las referencias a la fuerza de la sangre autóctona son de una clarividencia pasmosa. Más allá de este antecedente, la opinión distará de ser la preponderante en la época, y aún deberemos esperar un largo tiempo para que se formulen expresiones de mayor alcance que éstas.
El "Super Estado" Minero
Cabe la presentación aquí de un actor importante: "la Rosca", que tendrá una profunda importancia fáctica y simbólica en este período y aun con posterioridad a 1952. Se trata del grupo que ocupa las funciones estatales y que se compone por la oligarquía minera y terrateniente y su zona de reclutamiento entre las clases medias y los pobres blancos y blancoides. Es un grupo que se reproduce entre sí; por lo tanto, es común detectar vinculaciones personales y familiares entre los actores estatales más importantes. Nos encontramos en la época de mayor supeditación del Estado a la oligarquía que se reorganizó tras las grandes empresas mineras y sus "empleados" de la Rosca.
Tal como observa contundentemente Zavaleta Mercado,
"en el acto mismo de la excomulgación política de los indios y de la plebe rotunda, el estado oligárquico renuncia ab ovo a la producción de voluntad general, pero la generalidad de la voluntad es la fuerza específica del Estado y por eso era un poder que construyó su propia imposibilidad"6.
Esta reorganización implica el fin de los mercados protegidos del azúcar y el trigo, lo que trajo graves implicancias en la región de Santa Cruz, que producía azúcar y alcohol que pasaron a importarse desde Perú. Asimismo, desaparecieron los telares y la industria del tejido.
Las inversiones en ferrocarriles tuvieron como contraprestación la cesión de territorios a Chile (la costa del Pacífico con sus reservas de cobre y salitre) y Brasil. Se creó la red ferroviaria Speyer-Montes, cuya única razón de ser era la minería y que quedaría en manos anglo-chilenas. La precondición del ingreso de capitales era, entonces, el saqueo.
Cabe destacar, a su vez, la pérdida de soberanía estatal sobre los territorios administrados enteramente por las mineras, que adquirieron todas las características del enclave. Dentro de estos espacios cerrados, los mineros administraban poblaciones enteras y dejaban fuera de toda injerencia al Estado. En 1900 un informe parlamentario advertía acerca de estas prácticas. Nuevamente, la implicada era Huanchaca, la cual tenía su propio dinero y restringía el tránsito de mercancías y personas. Los gerentes de la empresa designaban las autoridades que gobernaban las poblaciones; es decir, tenían subordinadas a las autoridades, por lo que las peticiones de regularización por parte de los diputados fueron impracticables, situación que se prolongaría hasta mediados de los años "40.
Sin duda, el estaño es el más significativo de los minerales exportados y los números hablan por sí solos: de un producido de 1.023.329.090 de bolivianos entre los años 1900-1920, sólo el 5 % ingresó al Estado. Durante la administración de los liberales ingresaron en conceptos fiscales 31 millones de bolivianos, mientras que en 1920 la principal mina de Patiño, "La Salvadora", acumulaba un capital estimado en 2.000 millones.
Hubo distintos intentos estatales por gravar la exportación, entre los que podemos citar el impuesto de 3 % sobre las utilidades líquidas promulgado por Pando en 1902, al que sólo se ajustaron dos mineras y que pronto sería letra muerta a partir de 1905. Hacia 1914, el presupuesto anual del Estado era de 16 millones de bolivianos, cifra levemente inferior a las exportaciones de antimonio (por valor de 17 millones) que no tributaban absolutamente nada, al igual que el plomo y el zinc. Tal vez, el más "castigado" de los minerales era el wolframio, en cuya producción Bolivia llevaba la delantera, excepción que confirma la regla del saqueo generalizado del excedente, cuyos beneficiarios se encontraban en el exterior del país. Es significativo que la era liberal se cierre con un nuevo intento estatal por gravar la explotación minera, cuyo responsable fuera el presidente José Gutiérrez Guerra. Durante los primeros 20 años del siglo XX, el arancel aduanero promedio rondó el 3.3 % con minerales eximidos totalmente como el oro, la plata y el cobre, por expresas disposiciones ministeriales.
La debilidad de este Estado entreguista se refleja en la atomización que empieza a avizorarse hacia los años "20, con la división de los liberales (Partido Republicano en 1916) y la aparición de los partidos socialistas, los cuales, al no existir una clase obrera industrial desarrollada (apenas el 4 % de la población activa), se desarrollaron desde las élites. Las primeras huelgas comienzan a gestarse y en 1919 se produce la primera matanza de mineros de Catavi. El gremio minero va a presentar una gran solidaridad, cuestión atribuida por Mires a la identidad racial común, lo que significa también una memoria histórica común.
Luego de que el republicano Saavedra hiciera concesiones en la explotación de petróleo a la Standart-Oil, la prensa opositora crea una campaña nacionalista y antigubernamental que deriva en la renuncia a favor de Hernando Siles. Este último va a fundar el Partido Nacionalista, que buscará conseguir el apoyo de los estudiantes universitarios que a la postre fundan la FUB (1928), federación que se vinculará a la lucha social y de la que surgirán muchos de los líderes del "52. Los sectores medios presionaban por salarios y el acceso al Estado, que empleaba más gente que la industria (8 %), eran una clase disconforme y crítica del gobierno.
La crisis del "30 es el tobogán por el cual el país se precipita a la tragedia. Acuciado por la caída del precio del estaño y ante movilizaciones populares de envergadura, Siles declara el estado de sitio, pero renuncia a favor de Salamanca, quien recibe el gobierno con el precio del estaño en picada. Ante las protestas de los mineros sobre-explotados de Patiño -que se encuentran en la calle con los estudiantes universitarios-, elige entre dos opciones para deflectar el embate del conflicto: o los comunistas o los paraguayos. Como los rojos eran prácticamente inexistentes, la opción fue marchar al Chaco.
El Chaco y los Ensayos Nacionalistas en la Alborada
La jugada de Saavedra parece funcionar, ya que las élites se unen en una auténtica ola de nacionalismo movilizante; el 18 de Julio de 1932 se declara la guerra. La algarabía, sin embargo, dura poco, Boquerón marca el primer gran revés boliviano. Los hechos se precipitan y rápidamente la ofensiva boliviana, por cuenta gotas, se transformó en estrepitosa retirada, aún en el propio territorio. El 25 de noviembre de 1934, los oficiales Toro y Peñaranda deponen a Salamanca y entregan el gobierno al vice Tejada Sorzano, el cual se intenta organizar en la debacle y recuperar los territorios ocupados por Paraguay. En junio de 1935, se firma la paz.
La guerra fue un total error de cálculo y planificación (la cual, paradigmáticamente, estuvo en manos de un general alemán), además de una masacre donde no se escatimó sangre india en genocidas ataques frontales a fortines con ametralladoras y en horribles agonías impuestas por la falta de agua y logística de todo tipo.
No sólo la oposición política pasa de la excitación a la rabia, sino que las 50 mil muertes que acontecen sólo en el territorio mismo del Chaco generan un acontecimiento traumático pero a su vez constituyente: entre todos los excombatientes surge un verdadero descrédito hegemónico, que marca el final del Estado Oligárquico, tal como lo describimos, y la recta final a los sucesos revolucionarios.
No sólo se generó una corriente de nacionalismo frustrado entre los intelectuales, sino que se crearon nuevas corrientes políticas que canalizarán de diversas maneras dicho sentimiento.
Una de estas ramas fue el Nacionalismo Popular, que contenía algunos rasgos fascistoides y era portador de los sectores medios radicalizados. Planteaba la nacionalización de las empresas extranjeras, el petróleo y el corporativismo como modelo estatal. Si bien proclamaba el reconocimiento y la consideración por el indio, al referirse a la cuestión agraria, sus proclamas discursivas perdían toda consistencia. Su centro de irradiación era el Partido Socialista, con un grado de inserción notable, sobre todo en los cuarteles y excombatientes.
La izquierda, que estaba ahora liberada de las persecuciones del viejo régimen, enarbolarán la cuestión indígena y su injusticia. Uno de sus exponentes era Tristán Maroff (uno de los fundadores del Partido Obrero Revolucionario – POR), un nacionalista de izquierda que resaltaba la imposibilidad de la burguesía feudal para llevar adelante una democracia liberal, así como también ponía el ideal en la sociedad incaica.
La Falange Socialista Boliviana ve la luz en 1937. Inspirada, como es manifiesto, en la experiencia española, y fogoneada por un fervor nacionalista violento, propone una alianza de clases contra la izquierda.
El desmoronamiento irrefrenable de los partidos tradicionales induce a éstos a recurrir a las fuerzas armadas en 1936. Los militares, como ya observáramos, eran permeables a las nociones fascistas, pero la situación hacía que incorporaran a la sopa un nacionalismo antiimperialista, al que David Toro llamó Socialismo Militar. Las palabras y las cosas tienen una particular e inédita combinación en la realidad boliviana, que desconoce la historia europea y las anteojeras teóricas que heredamos de ella.
Toro no pierde la iniciativa y muestra ya mayores grados de autodeterminación soberana que lo acostumbrado en el desarrollo de este relato. Se produce una de las primeras confiscaciones en América Latina de una transnacional estadounidense, la Standart Oil, cuyos yacimientos pasan al control de Yacimientos Petrolíferos Fiscales de Bolivia (YPFB) y el Estado pasa a controlar buena parte de las transacciones de estaño.
Los sectores oligárquicos se encontraban fraccionados, situación que reproducían los sectores medios y ante los cuales, las situaciones más orgánicas las presentaban el Ejército y el pequeño pero determinado movimiento obrero. Toro apura una alianza con estos sectores, apoyando la formación de la Confederación Nacional Sindical, sobre la que piensa formar un Partido Socialista de Estado, un nombre que no sólo muestra las particulares formas que adoptan las combinaciones ideológicas de Bolivia, sino una elección por evitar el choque con los obreros y la crisis política ad eternum. Este giro particular será debidamente anotado por la derecha económica que, por primera vez, observa la necesidad de coaligar sus intereses en un partido, y por los sectores del Ejército que no ven con buenos ojos la alianza con los "rojos" obreros.
En 1937, tras un pronunciamiento, le toca el turno de la conducción al héroe máximo del Chaco, el coronel Busch. El tono de su discurso amenazaba a la oligarquía minera pero, con la condecoración a Patiño, empieza a evidenciar su afán de manipulación populista. Las retenciones a las exportaciones de estaño y las pretendidas reformas de la Constitución en favor de los trabajadores provocan la unión de liberales y republicanos, a lo que Busch responde declarando la dictadura en 1939. Con una hipocresía a miles de metros sobre el nivel de la vergüenza, los coaligados llaman a la defensa de la democracia y terminan por acorralar a Busch quien, aislado dentro del Ejército, se suicida. El general Quintanilla asume y desplaza a los leales a Busch, lo que pone fin al experimento del socialismo militar. Se llama a elecciones y, sorprendentemente, el profesor cochabambino y declarado marxista José Antonio Arze obtiene 10 mil votos, de un padrón de 58 mil. ¿A qué se debió este resultado?
Sin duda, la respuesta viene dada por la perenne habilidad de la oligarquía para reorganizarse en el control de la sociedad. Acomodándose a la situación, la derecha se inserta en el Ejército y pone a Peñaranda como candidato. La gran masa de disconformes atisba un regreso del antiguo orden -aquel que causó la debacle del Chaco- y no sólo vota contra Peñaranda, sino que recibe de la mano de brillantes plumas de la izquierda nacionalista, el combustible necesario para avivar las llamas.
Un grupo de intelectuales funda el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), que lleva consigo el siempre presente nacionalismo fascistoide de las clases medias bolivianas, profundamente antiimperialista y antinorteamericano y con algunos nexos con las clases populares. Intelectuales liberales tributarios de Haya de la Torre no reniegan de las bondades teóricas del marxismo, pero ven inviable su aplicación a la emancipación nacional. El camino a la independencia implicaba el rompimiento con el imperialismo y la burguesía abyecta del país, nacionalizando las minas, redistribuyendo las tierras y diversificando la economía: indudablemente, se trataba de un proyecto con afanes modernizantes.
En 1940, el cochabambino Arze y Anaya forman el Partido de Izquierda Revolucionaria (PIR). Enarbolando las banderas del movimiento obrero y reivindicaciones indígenas, estaba llamado por su grado de inserción entre trabajadores y campesinado a ser el máximo protagonista de la izquierda, no obstante lo cual fue rápidamente hegemonizado por su ala pro-soviética. Con la URSS en el bando aliado y la orden de apoyar los regímenes "democráticos" y "antifascistas" que se pronunciaran contra Alemania, el PIR toma la patética decisión de pedir un aumento de productividad a los obreros de las minas.
El golpe de 1943 llevado a cabo por un grupo buschista del Ejército pone en el gobierno al mayor Villaroel, junto a diversas figuras del MNR. La extrema visibilidad de estos últimos y la presión de Estados Unidos provocan la morigeración del discurso fascista partidario. También le da la oportunidad al surgimiento del ala obrerista del mismo y a su más notable figura, Víctor Paz Estenssoro, quizá el más pragmático político boliviano del siglo XX.
La influencia de Estenssoro puede verse en la creación de la Federación de Trabajadores Mineros de Bolivia (junio de 1944) y en la realización del primer Congreso Nacional Indígena en 1945, que aportaría las bases legales para las movilizaciones y reformas por venir. El gobierno de Villaroel será el primero en conducir una crítica abierta al régimen agrario latifundista.
El PIR, excluido de la coalición gobernante y enfrentado al ascendente MNR, va a mostrar toda su contradicción nefasta al aliarse con republicanos y provocar una revuelta urbana el 14 de julio de 1946, cuyo resultado ofrece el lamentable espectáculo del cadáver de Villaroel colgando de un farol, en una plaza de La Paz.
La infame alianza del PIR con liberales y republicanos toma el gobierno. Los obreros que apoyaban al PIR comienzan una migración hacia el MNR y, en menor medida, el POR (de filiación trotskista). El gobierno comienza una ofensiva anti-obrerista con la mira en la FSTMB, a partir del despido de mineros y, en 1947, masacres de mineros y campesinos.
A partir de las parlamentarias de 1949, los sucesos se aceleran: el MNR es la segunda fuerza política del país y provoca una crisis en la coalición gobernantes, que se traduce en la renuncia del presidente Herzog. Desde el exilio, los dirigentes Juan Lechín y Mario Torres ordenan un levantamiento de mineros en Catavi, dando lugar a la tercera masacre. Ante esta situación el MNR lanza una campaña de insurrección donde hace aparición otro de sus grandes referentes, Hernán Siles Zuazo. La insurrección, si bien se alza con varias ciudades, posee dirigentes inmaduros para la situación y es aplastada por el Ejército.
De esta manera sangrienta, la derecha apronta la atmósfera pre-revolucionaria, al dividir al país en dos: de un lado los obreros, campesinos pobres y buena parte de la clase media; del otro, la oligarquía toda defendida por lo único que tiene a manos, el Ejército.
¡Revolución Nacional!
Por los motivos explicitados en la introducción y la sobre extensión que implicaría, no desarrollaremos detalladamente los sucesos de la revolución, sino que nos abocaremos a nuestro tema de pertenencia inmediata: la construcción de lo nacional. Lo principal para este capítulo será la construcción de mediaciones entre el Estado y la Sociedad Civil, con miras a una consolidación hegemónica del mismo
Llama la atención el hecho que el Ejército no restringiera la participación electoral del MNR en las elecciones del 51. El éxito apabullante del partido y la poca repercusión del golpe desesperado por impugnarlo, ilustran las dinámicas telúricas que se estaban desatando de manera irremediable.
En 1952, Siles Zuazo fogonea la insurrección, la cual es apoyada por el jefe de carabineros, que abre al pueblo los arsenales. Campesinos y mineros enardecidos, con tiros y estallidos de dinamita reducen al Ejército a una desbandada. La fuerza de Los Andes arrasa las ciudades de la oligarquía, del fascismo y el racismo. Las balas parten contra la Rosca toda, los hacendados, las empresas mineras y los opresores de casi cinco siglos. Una vez más, la turbulenta multitud boliviana irrumpe como fuerza incontrastable.
Esta onda sísmica que quiebra la cáscara superficial de la dominación está compuesta por cuatro actores principales que irán rotando en su protagonismo, a medida que se desarrolle el proceso abierto por la insurrección:
-Los pobres urbanos, hijos de una urbanización que pasó del 14 % en 1900 al 23 % de la población para 1952, pero que careció el acompañamiento de la industrialización, incluía a cholos, indios y blancos, unidos radicalmente por su odio hacia la Rosca, pero sin organicidad ni programa alguno.
-Los campesinos, empujados por el fuerte rumor que tras la revuelta viene la reforma agraria, empuñan las armas.
-Los trabajadores asalariados tendrán un papel preponderante en la primera etapa, ya que presentan un alto nivel de organicidad y un programa determinado, lo que le dio una particular coherencia al planteo y consecución de sus intereses, a la vez que le imponía su ritmo a las demás clases subalternas.
-El cuarto actor es, evidentemente, el MNR, que se convertirá en la instancia política con mayor capacidad de articulación durante la revolución. Al no ser un movimiento clasista, pudo vincularse con pobres, sectores medios y la clase obrera. Su virtud principal, tal vez, haya sido su capacidad para amoldarse a las más cambiantes circunstancias, lo que le permitió construir paulatinamente las mediaciones estatales que estratificaron -lo que significa también "limitaron"- los cambios revolucionarios.
Podemos ordenar el proceso revolucionario con trazos gruesos, entre el período inicial del Co-gobierno del MNR con los Sindicatos entre 1952-56 y posteriormente la Restauración en la Revolución*, donde el MNR se vuelca por el campesinado y la presión norteamericana, planchando y estatizando la dinámica popular.
El Co-gobierno
Inmediatamente, se revela que los pobres y radicales urbanos son una muy buena masa de maniobra, pero que sus propuestas son demasiado para lo que el MNR se atreve siquiera a imaginar. Demolido el Ejército, dada la aversión al ímpetu propio campesino, hizo que el MNR construyera una relación de privilegio con los bien organizados sindicatos obreros, ante los cuales el movimiento se planteaba como único puente con el Estado.
De la misma revolución de 1952 surge la Confederación Obrera Boliviana (COB) poderoso órgano obrero que contará con tres ministros en el gobierno. El poderoso ex secretario de la FSTMB, Lechín, fue nombrado jefe de la COB y ministro de minas y petróleo. Los tres puntos de la COB se amoldaban muy bien al programa modernista del MNR: nacionalización de las minas y ferrocarriles, revolución agraria y diversificación de la industria.
La hegemonía obrera de esta etapa queda expresada en la nacionalización de los tres grandes consorcios mineros Patiño, Aramayo y Hochshild, por lo cual la flamante Comisión Minera de Bolivia (COMIBOL), pasaba a controlar 2/3 de la producción de estaño. Importantísimo es también que, por el empuje de la COB, se puede lanzar el plan de reforma agraria, cuestión que el MNR no había podido llevar a cabo en su anterior alianza con el Ejército.
Pero pronto aparecen nubarrones en el horizonte. El tinte obrerista de la revolución no se acomoda a lo que el MNR pretende para sí; su posición indefinida –prácticamente, "autonomía relativa"- lo asemejan demasiado a las funciones estatales. El movimiento es un árbitro entre clases y, como tal, no está cómodo con el co-gobierno, sentimiento cada vez más manifiesto en cuanto comienza a granjearse la antipatía de los sectores medios (que no recibieron ningún beneficio de la revolución) y de Estados Unidos al recrudecer la Guerra Fría.
Pese a que el MNR revirtió su imagen negativa ante el gigante del norte al limar sus aristas fascistas, Estados Unidos estaba más que molesto por la cantidad de elementos comunistas y trotskistas que pululaban en el gobierno y las organizaciones sindicales. La estrategia norteamericana va a consistir en profundizar las diferencias entre las facciones bolivianas a la vez que respalda al gobierno del MNR para que no sea desplazado por elementos radicales.
Entre el 52 y el 56 se dispara la inflación y se producen devaluaciones y aumentos de impuestos, que producen una disposición masiva de la clase media a la aún vigente Falange Socialista y la Iglesia. La estrategia da sus frutos porque, como última medida, Estados Unidos ofrece asistencia financiera y envuelve a Bolivia en el mecanismo de la deuda externa y las medidas estabilizadoras del FMI. La entrega del petróleo a empresas norteamericanas es el fin del Co-gobierno y de la Revolución nacionalista, disuelta desde fuera por la potencia hemisférica y por la voluntad hegemónica de la dirigencia del MNR (Estenssoro-Siles Zuazo) que, sin embargo, en cuanto a la entrega patrimonial y pese a sus afanes ideológicos progresistas, todavía recuerda las decisiones entreguistas de la oligarquía.
Restauración en la Revolución
La incidencia de EEUU en la política interna se hace más insidiosa y presiona por el alejamiento de Lechín. Ante ello, Siles Zuazo avizora una fractura partidaria y dimite a favor de Estenssoro. Este último apura la reorganización del disuelto Ejército (la principal fuerza armada, hasta ese momento, eran los obreros de la COB) y echa mano al clientelismo y la corrupción para sujetar las riendas del partido. Finalmente, rompe con Lechín.
Cuando el MNR da cuenta de que no quiere ser un mero gestor del movimiento obrero es cuando empieza a mirar a los campesinos como su único contrapeso para salir de la situación. Con un manifiesto odio hacia el latifundio feudal y en su afán modernizante, el movimiento promulga la Ley de Reforma Agraria en 1953. Previo a esto, se produjo una movilización de 100 mil indios, hecho que demostró a la dirigencia del movimiento la nada despreciable fuerza del campo y encendieron las luces de alerta. La situación en el campo distaba de ser tranquila, ya que la activación política tenía larga data, siendo la organización por sindicatos el rasgo fundamental, ya que permitirá el nexo con el MNR y el nexo estatal que éste provee. Es a través de los sindicatos a campesinos y sus líderes que se gesta una de las mediaciones más importantes de la revolución.
Así las cosas, el MNR se vio compelido a contactar a los dos grandes jefes campesinos Sinforoso Rivas y José Rojas. Si bien el primero fue fácil de captar mediante los fondos y la ayuda estatal, Rojas -al mando de su poderosa organización del Valle Alto- se reveló sumamente autónomo y complicado, dado su compromiso inclaudicable con la reforma agraria, la defensa de la toma de tierras y su idea de mantener autónomos a los sindicatos campesinos. La disputa entre ambos fue inevitable y, a partir del año "53, fue necesario para Rojas un acercamiento con el MNR para consolidar sus conquistas legales y evitar el cisma de la Federación Departamental de Campesinos entre gubernistas y los antigubernistas, situación a la cual quería empujarlo Rivas. La disputa se dirime en repartos de áreas de influencia entre ambos y, posteriormente, con ascensos por diversos cargos ejecutivos y legislativos.
La ley de Reforma Agraria, que finalmente se sanciona el 2 de Agosto de 1953, implica la destrucción de la hacienda para siempre, así como sus efectos sociales y políticos. Si se mira más de cerca, la reforma benefició a los propietarios de pequeñas parcelas (los cuales eran el óptimo en la visión modernizante del MNR) y no tanto a los pobres rurales. Por otra parte, el latifundio capitalista fue respetado y los criterios de expropiación fueron sospechosos: siempre el peso de la presión política estaba relacionado a los reconocimientos de tierras, lo que refuerza la sospecha de un uso político de la expropiación.
En muchos casos -si bien hubo respeto por las comunidades- la llegada de éstas a las relaciones sociales del capitalismo las descongeló de su stasis histórica, obrando su destrucción. A su vez, la oligarquía terrateniente pudo reacomodarse al convertirse en el acceso a vías de crédito para la nueva pequeño-burguesía campesina, transformando sus viejas rentas en usura financiera.
Se clausura así el proceso nacionalizante más importante de la historia boliviana, que comenzó como una revolución obrera, pero cuyos máximos logros acontecieron en el campo, al aprovechar los campesinos las circunstancia de acuerdo a sus intereses. Podríamos decir también que la construcción de mediaciones entre la sociedad civil y el Estado, iniciadas a partir del Socialismo Militar, alcanzó un grado de profundidad inédito en el país durante la revolución, y luego de ésta, se produce una relativa estatización del movimiento telúrico social, lo que no significa ausencia de conflicto.
Sin duda, el rol del MNR se asemejó a una auténtica "voluntad estatal", al pivotar de forma pragmática y constante entre las clases y la presión externa, guiándose en ello por sus afanes hegemónicos. Se abre, a partir de esta nueva configuración estatal, una serie de crisis cíclicas que, no obstante, permitirán un desarrollo nacional en más de un aspecto.
Los Herederos: Crisis en Espiral 1960-1985
Tal como comentáramos, y en un marco de crisis económica, pronto Lechín y Paz Estenssoro comienzan a separarse, lo que hace que el segundo se incline por políticas que antes había reprochado a su viejo socio partidario Siles Zuazo, como ser una reforma constitucional para garantizar su reelección. Esto llevará a que se fracture el MNR, con ambos correligionarios por bandos separados.
Ante esta situación, Paz busca inclinar a su favor la relación de fuerzas, contactando al Ejército, cuya reconstrucción lo tenía particularmente interesado desde que asumió. En 1964, lanza su candidatura para presidente, acompañado por el General Barrientos como su vice, con el cual no gozará de una prolongada convivencia. En noviembre del mismo año, Barrientos decide tomar el toro por las astas y da un golpe de Estado, al que se adhiere el jefe del Ejército, el General Obando.
El gobierno de Barrientos se declaró en el plano discursivo como continuador de la revolución del "52, pero en la práctica no hizo más que acrecentar su contención, desandándola. El régimen surgido de la revolución va a empezar a tener verdaderos desgranes en torno al manejo del estaño que había sido expropiado. Las organizaciones sindicales mineras de Oruro –que, además de una organización política, eran una armada- se resistieron a cambios en los métodos de producción, por la introducción de tecnología y cuestiones organizativas que, si bien hubieran aumentado la productividad, atentaban contra las conquistas obreras del "52. Su principal sostén pasa ahora por una alianza con los campesinos. Como ya repasáramos, fueron masas urbanas quienes primero retiraron su apoyo y luego lo hacen los mineros, pero no obstante, Barrientos obtiene en 1966 el 60 % del voto popular.
En 1969, muere el Gral. Barrientos y con él muere también el giro pro norteamericano y conservador que le quiso imprimir a la política boliviana, basado en la alianza militar-campesina. Su sucesor, el Gral. Obando, intenta retomar la alianza del "52, intentando ampliar su frente de gobierno a los mineros y sectores radicales urbanos. No tendrá éxito en su intento, pero designa a un sucesor, el General Juan José Torres, quien convoca a una asamblea del pueblo que congregó a sindicalistas y partidos de izquierda y en donde se discutirían propuestas de cambio radicales.
En 1971 se produce un golpe de Estado, cuyo líder (el Coronel Banzer) se proclama presidente, cargo que ocupará hasta 1978, conformando la más larga dictadura boliviana del siglo XX. La bonanza petrolera, sumada a la facilidad del crédito internacional característico de la época pero, a su vez, combinado con una expeditiva y brutal represión cuando la situación lo demandase, fueron las bases de este prolongado gobierno.
Mientras, en el ámbito de la economía, la minería del estaño mantenía su debacle improductiva. Sin embargo, el respiro que significó la ampliación de la producción petrolera y la oxigenación financiera, permitió la reactivación de la economía urbana -y con ella- la posibilidad para la agricultura de ubicar mejor su producción. Esta situación sería favorable para menguar las rispideces que podría producir el desmantelamiento de la minería.
Pero la calma que parecía instalar con alguna solidez esta bonanza económica, iba a ser claramente desmentida en 1978, cuando Banzer nombra a su delfín y quiere imponerlo mediante el fraude. La ocasión precede el rompimiento de la sedimentación de los ocho años de dictadura, mostrando nuevamente la siempre convulsiva tectónica política y social del país, cuya energía apenas contenida agrieta la aparente calma de la superficie, para luego fracturarla. Las elecciones previstas para 1980 se adelantan unos meses, hasta julio de 1979.
Las fuerzas que irrumpen nuevamente la estática dictatorial muestran a un MNR fracturado, con sus referentes Siles Zuaso y Paz Estenssoro a izquierda y derecha de las opciones, respectivamente. No obstante, las fuerzas están repartidas y el empate en el Congreso (el cual era el único capacitado por la Constitución para nombrar un presidente) es aprovechado por el Ejército que intenta un golpe que fue fuertemente resistido por gran parte de los sectores populares. Finalmente, tras el nombramiento de Lidia Gueiler, jefa insurreccional del "52, se convoca a elecciones para junio de 1980, que devienen en un ajustado triunfo de Siles Zuaso.
Ante esta perspectiva, se produce un nuevo golpe militar encabezado por el General García Meza. La situación continental, en obvio sentido contrario al afloramiento izquierdista que presentaba Bolivia, habría de manifestarse en el envío de asesores militares argentinos, para reprimir la oposición al gobierno ilegítimo, con una brutalidad digna de los aconsejantes. Afortunadamente, ni siquiera de esta manera puede contenerse las fuerzas liberadas tras el fracaso de la era Banzer y en agosto de 1981, Siles Zuaso finalmente puede ocupar la presidencia.
La situación heredada por el nuevo gobierno constitucional distaba de ser auspiciosa. La bonanza de los años de la dictadura de Banzer, dieron paso a una marcada recesión. La inflación comenzó su escalada, ante lo cual, el Presidente dispone una serie de medidas que, notablemente, serán resistidas por la coalición que lo llevara al poder. Los resultados son sumamente funestos para su gestión: a dos años de asumir el poder el país abandona el pago de su deuda externa a la vez que la inflación trepa al 1000 %. La agitación social y política de los años que precedieron a la administración de Siles Suazo y que la permitieron, lejos de desactivarse, se mantuvo en oposición a las determinaciones presidenciales, ante lo cual el presidente habría de resignar su gobierno y llamar a elecciones anticipadas.
El tablero que plantea esta crisis político-económica, no favorece más que al militar y ex presidente de facto Hugo Banzer, por las añoranzas de la bonanza perdida en los años en que presidía el Estado. No obstante, el triunfo de Paz Estenssoro -en un marco de baja participación electoral- muestra una interesante articulación entre diversos grupos de la izquierda y las facciones del MNR, ante el resurgimiento de lo más reaccionario de la época militar.
La nueva década vio surgir a su vez, a un nuevo y vigoroso sector exportador: el narcotráfico. A la vez que se infiltra en todos los aparatos estatales, este pujante sector va a generar para Paz Estenssoro un frente de conflicto con los Estados Unidos, a la vez que el decidido apoyo de los campesinos cocaleros, que tienen en el cultivo su fuente de subsistencia. Ante las presiones del gigante del norte, Paz Estenssoro autoriza la entrada de fuerzas norteamericanas, que realizan un publicitado y muy poco exitoso raid contra los laboratorios clandestinos. La izquierda va a pronunciarse en contra de esta acción, argumentando que se trata de una flagrante afrenta a la soberanía nacional, situación más polémica aún, dado que el ingreso de fuerzas extranjeras se realizó sin autorización del legislativo. Significativamente, el cuestionamiento de la izquierda es amortiguado por la crisis económica acuciante y se pierde sin mayor efecto en el maremagno de zozobra económica que se impone por sobre cuestiones ideológicas no tan inmediatas.
El relato nos trae otra vez sobre la crisis económica, ante la que Paz Estenssoro -al no estar dispuesto a cambios radicales- sólo puede enfrentar con un programa cercano al de la derecha: reducción del gasto público y estabilización de la moneda. El ingreso de dólares del narcotráfico va a darle cierta estabilización a las cuentas y morigera la volatilidad del valor del circulante, pero el recorte del gasto va a tener más serias consecuencias. La primera es que recae sobre el salario de los empleados estatales; la segunda es que, al intentar un recorte de los subsidios a la minería del estaño, los combativos mineros reaccionan y la situación termina –en septiembre del "86- con la mediación de la Iglesia y el gobierno obligado a ceder.
Nacionalización del Mercado y Dependencia Externa
Los regímenes radicales de Guatemala y Guayana fueron suficientes para que la administración Eisenhower se decidiera a brindar ayuda a los "fascistas" del MNR, que representaban la única salvaguarda ante el avance rojo en Sudamérica. Fue una suerte para el régimen revolucionario el que Estados Unidos poseyera en el país un bajo número de empresas e inversiones, lo que no minó mayormente su existencia.
Tal como afirma Herbert Klein:
"La ayuda masiva que manó sobre Bolivia resultó de decisiva para la seguridad y el crecimiento de Bolivia. Los envíos de alimentos en virtud de la Ley Pública 480 proporcionaron a Bolivia los víveres decisivos para atravesar el período de grave desbarajuste agrícola de los primeros años que siguieron a la Reforma Agraria"7.
Según el autor, fue esta circunstancia de ayuda externa la que permitió evitar la carestía en las ciudades (y sus consecuentes revueltas) para dejar al Gobierno en posición de ocuparse de los campesinos. Como se puede deducir en base a lo ya desarrollado, la ayuda externa posibilitó la base material para el futuro campesinado capitalista y la creación de nuevos mercados.
Otro aspecto de suma importancia para el futuro del agro boliviano derivó de la ayuda externa: las redes viales. Se construyó un importante y moderno sistema vial que intercomunicó al campo con la ciudad, y posibilitó el desarrollo de la hoy importante zona agrícola de Santa Cruz. La red vial permitirá el acceso a los mercados urbanos, interconectando y posibilitando la existencia de un mercado nacional.
La paz social también se mantuvo con ayuda externa, al desarrollarse un sistema de asistencia social, salud y educación, sectores que sufrían significativos atrasos. Como ya comentáramos, buena parte de los dirigentes del MNR y los campesinos apoyaron a los gobiernos revolucionarios gracias a los repartos, corrupción y prebendas.
Pero esta ayuda es no gratuita. Como contraparte, Bolivia entrega buena parte de su soberanía política y económica: pago de bonos defraudados de los años "20, poner fin al co-gobierno obrero y limitación del poder de la COB, limitación al control obrero de las minas y un nuevo código petrolero y de inversiones, que fueran favorables a las empresas norteamericanas. En octubre de 1953, aparece el nuevo código petrolero, que cuenta con ayuda técnica estadounidense. A fines de la década ya son diez las empresas que explotan yacimientos en Bolivia.
Las elecciones de 1956 –en cuyo segundo puesto aparece la Falange Socialista Boliviana- alertan al MNR sobre la diáspora que se produce en los sectores medios hacia la derecha. Determinado a revertir la situación y dado que el gobierno norteamericano dejó de apoyar las compras del cada vez más depreciado estaño (lo que reducía la capacidad de maniobra del gobierno), Siles acepta implementar las medidas estabilizadoras del FMI, con el afán de conseguir la mayor ayuda posible con el menor costo para los planes sociales del régimen. El plan se aprueba en 1957 y sus requerimientos pueden resultarnos familiares: equilibrio presupuestario, reducción de subsidios y subvenciones, cancelación de aumentos salariales, restricción del gasto público y la adopción de un tipo de cambio fijo. El objetivo era reducir la inflación y obtener una moneda estable.
A comienzos de los años "60 el plan observa cierto éxito relativo, si se considera la creación de ciertas bases de estabilidad que permiten el ahorro interno y la inversión externa y gubernamental. Además, por primera vez en años, el gobierno puede prescindir de los subsidios directos de Estados Unidos. También aumentó la productividad de las minas.
Sin embargo, los resultados de la implementación a toda costa significaron el alejamiento obrero de la revolución y el MNR, así como el resurgimiento del Ejército y la vuelta al golpe militar, que derruiría, en buena parte, el régimen del "52.
Cabe efectuar una observación importante: durante los primeros años de la revolución y aún luego, la carestía y escasez de importaciones -junto con algunas medidas proteccionistas- generaron la aparición de capitalistas industriales en las ciudades, lo que complejiza el esquema clasista de la sociedad. Naturalmente, se beneficiarán de la red vial.
Durante los años de plomos de Banzer en los "70, la minería del estaño mantenía su debacle improductiva. Sin embargo, el respiro que significó la ampliación de la producción petrolera y la oxigenación financiera, permitió la reactivación de la economía urbana -y con ésta- la posibilidad para la agricultura de ubicar mejor su producción. Esta situación sería favorable para menguar las rispideces que podría producir el desmantelamiento de la minería.
En los años "80, la democracia hereda la inflación y la recesión que se producen tras el fin de la bonanza de la década anterior. Es en los "80 que aparece un nuevo y decisivo actor que se infiltra en el aparato burocrático estatal y participa firmemente en la economía: se trata del narcotráfico. El ingreso de divisas del narcotráfico llegan a producir un equilibrio en las cuentas nacionales, además de frenar la volatilidad de la moneda, pero también atraen la mirada de Estados Unidos. El durable Paz Estenssoro habilita el ingreso de tropas norteamericanas que incursionan contra los laboratorios clandestinos, hecho recogido por la izquierda, que denuncia la flagrante violación de la soberanía: pero las interminables y acuciantes crisis, hacen que en el país de la Revolución Nacional, las causas nacionalistas hayan pasado a segundo plano.
Como conclusión, podemos decir que la elección por una Bolivia moderna y capitalista por parte del MNR, fue pagada con crisis política y la disolución de aquella fuerza telúrica imponente del "52, cuyas ansias de constituirse en algo colectivo digno de ser vivido, se perdieron en los profundo de las montañas. Tal vez sólo resuenen sus ecos.
Si bien el país se inserta en el mundo de naciones y mercados capitalistas, lo hace de una manera dependiente definitiva, envuelto en crisis reiteradas y a fuerza de reprimir aquellas fuerzas emanadas desde las entrañas de un pueblo diverso, unido por la opresión y el dolor de siglos. Tal es el precio de ser un estado moderno, el precio por el mercado y una débil hegemonía estatal.
Sin embargo, aún después de todo, algo se agita aún en lo profundo de Los Andes.
Capítulo II: Desde las Naciones
La forma en que se desarrolló nuestro relato implicó, en su mayor medida, un enfoque "desde las alturas", o de cómo el Estado en tanto instancia particular de las relaciones de poder sedimentadas (POTESTAS), ejerce su dominio sobre las fuerzas que emanan de la sociedad (POTENTIA), y de la manera en que el primero reacciona y se reacomoda ante los cambios de la segunda, como elemento constitutivo decisivo de un determinado modo de producción. Aunque ya sabemos que en Bolivia estas distinciones distan de poseer ese grado de purismo conceptual, el objetivo de esta breve parte final es ver cómo se gestaron en el seno del pueblo boliviano algunas relaciones sociales y nociones ideológicas "desde abajo", con las que se aprestó a enfrentar aquellas relaciones de poder ejercidas por los sectores dominantes y cristalizadas de manera histórica en la forma Estado*.
El objetivo de este capítulo es una muy breve puntualización acerca de las formas históricas de resistencia en Bolivia, que contribuyen a la conformación de una noción acerca de sus luchas actuales -sus potencialidades-, de cara al porvenir.
La Noción Andina del Espacio
La unidad del espacio en el mundo andino merece ser indagada, porque es la noción ideológica común imperante al momento y con posterioridad a la conquista española, que impuso una noción en extremo alejada de la autóctona.
La conformación de la unidad territorial es derivación de un tiempo, que dista del capitalista (acumulación del tiempo de trabajo por la expropiación del productor inmediato): nos referimos al tiempo agrícola estacional. La unidad política es un pacto que se basa en las necesidades de subsistencia de las habitantes, donde la concepción del tiempo es colectiva.
¿A que se debió esta particular configuración? La unidad del espacio se establece por la reciprocidad de sus habitantes en el hecho productivo consciente, conformando un pacto político y geográfico de reciprocidad. Dado que en las tierras altas la agricultura no es autosuficiente, necesita de la complementariedad de las tierras bajas. En línea con los característicos rigores climáticos que impone la altura -como ser las grandes heladas-, se genera una articulación entre ambos "pisos ecológicos", lo cual no es espontáneo sino que implica un control vertical del ciclo productivo, una "chispa estatal" generada en las zonas altas más castigadas.
Si bien se produce un hecho violento que impone dicha articulación, con una autoridad que reclamó de manera siempre creciente las energías sociales y los recursos del suelo, la agricultura andina distó mucho del modelo de saqueo de la tierra que imperaría con posterioridad a la conquista, dado el primado de la preocupación ecológica. El espacio como organización primigenia de la existencia es una concepción muy alejada de la señorial, cuya ligazón a la tierra es producto de una vinculación feudal de prestigio y rapiña del excedente, sin vinculación productiva inmediata y cuyo último resultado es la concepción patrimonial de la tierra, situación que provoca regionalismo pero no un sentir nacional.
La pérdida de Atacama no representó mucho para la oligarquía: una defensa desganada y sin honor del Ejército y la posterior venta como si se tratase de un sector de la hacienda lo ponen de manifiesto. Sin embargo, significó cercenar un territorio que se había constituido como parte del ideario identitario aymará, algo que no quedará impune para el régimen oligárquico, aunque los tiempos de la reacción india mostraran su increíble paciencia a nuestros propios ojos.
La conquista no pudo hacer tabula rasa con las nociones productivas de la agricultura andina. En cambio, si bien se producen diversos cambios jurídicos a través de la historia posterior en el ámbito de la circulación, no modificaron en lo profundo el modo de producción local.
"Recluido en el coto cerrado de la agricultura y practicando una economía moral de resistencia, conservación e insistencia, el vasto cuerpo popular, aunque se demoraría en tomar conciencia del problema, lo haría después con una intensidad que solo se explica por la interpelación que tiene el espacio sobre la ideología o interferencia en esta sociedad"1.
Es el siguiente conflicto total de la sociedad boliviana el que corrobora el decir de esta frase: la Revolución Federal, un suceso de puja por el territorio. De un lado, una lucha entre Chuquisaca y La Paz por imponer una relación estatal al territorio. Pero también es el momento de Willka y las masas sublevadas que rodean a los dos primeros contrincantes, con la autonomía de su memoria histórica. En el comienzo del siglo XX, es la Revolución Federal el hecho que plantea la problematización de la cuestión nacional, y lo hace en términos territoriales.
Deberíamos deshacernos de nuestras concepciones del territorio como aquel ámbito continuo y desmarcado de omnipotencia estatal. Antes bien, hay que observar como se dan lazos de autoridad y obediencia entre grupos asentados en territorios discontinuos que comparten territorios comunes con otros, que no observan dichos lazos pero permiten su intercomunicación. Tal como asevera Olivia Harris:
"De acuerdo con esta visión, un mapa adecuado de los grupos étnicos de los Andes sería muy diferente de los mapas políticos del mundo moderno, con sus bloques independientes de colores contrastados. Sería más como un tejido multicolor."2
En base a esto pueden hacerse dos distinciones: había territorios que comprendían una "franja étnica" que abarca varios microclimas, compuesta por ayllus que reconocen cierto nivel de parentesco entre sí y que reconocen uno o más mallkus máximos (práctica que se daba hasta el siglo XVI) y aquellos territorios compuestos por ayllus totalmente entremezclados y con territorios discontinuos. Por supuesto, el segundo caso dificultó a los conquistadores y sus continuadores oligárquicos la creación de una nueva división política del territorio en base a criterios occidentales. Era y es común hoy en día, la defensa de practicar en los ayllus serranos, el "doble domicilio"; es decir, una radicación temporal en las tierras bajas y otra en las alturas. Vemos así como los ayllus reproducen aquel Estado andino, aunque descabezado por los españoles, y reducido ahora a la inmediatez del ámbito productivo.
"En Bolivia, es el espacio el que crea pueblo, en cuanto masa en la que debe ocurrir la nación"3. Esta frase de Zavaleta Mercado, a la vez que síntesis, nos permite introducir una observación importante: la escasa lejanía entre lo quechua y lo aymara. Si bien se trata de dos lenguas distintas -y cada lengua es una interpretación particular del mundo-, la convivencia entre las dos etnias siempre fue natural y armónica, lo que señala la evidente existencia de un marco de intersubjetividad subyacente entre ambas. No ocurría así entre los conquistadores y, posteriormente, la oligarquía de estirpe hispánica, cuya concepción siempre parcelada, tanto del territorio como de la realidad, fueron -como esta indagación ha iluminado- la máxima traba al desarrollo de lo nacional en Bolivia. Hay más disgregación y contradicción entre la casta hispánica que entre las dos etnias andinas.
Debe hacerse una aclaración capital. Este trabajo sólo se refiere a las etnias quechua y aymara, por motivos de extensión y de incidencia política, pero cabe resaltar que, de esta manera, limitamos la diversidad cultural y étnica de Bolivia.
Los pueblos quechuas y aymaras (que conforman la mayoría poblacional amerindia del país) se ubican en la zona del altiplano, los valles y el comienzo de los llanos, mientras que el oriente cálido del país esta poblado por diversos grupos, como ser el Guaraní, Tacana, Chaparua, Aruaco y Botocudo, Pano y Chapacura, los cuales contienen en su interior varios subgrupos étnicos.
Breve Geología Andina
Esta concepción andina del territorio fue "sedimentada" por otras relaciones jurídicas con posterioridad a la conquista, como ser: el establecimiento de los servicios personales, la apropiación del excedente y las avanzadas jurídicas y militares sobre las comunidades a partir de Melgarejo, que se suceden ya entrado el siglo XX.
Si bien esta "superestructura" jurídico-represiva se desarrolló en el transcurso de casi cinco siglos, no consiguieron una desarticulación fundamental y definitiva de la organización andina de la agricultura y el territorio. Quizás, fueron las reformas agrarias las que llevaron adelante la reconfiguración más significativa ya que, al realizarse por la ocupación de tierras por la fuerza para el reconocimiento jurídico de las mismas como propiedad privada, no se basó en la organización ancestral. Pero esto nos obliga a introducir algunas cuestiones previas a la reforma en sí y que implica una compleja articulación desde los sectores que se encumbraron en el Estado y la acción surgida desde los pueblos mismos.
Con el ascenso de Villaroel, comienzan a sucederse huelgas en el campo hacia fines de 1945, las que no pueden entenderse si no se toma en cuenta la realización del Congreso Nacional Indígena en 1945. En dicho evento, Siles Zuazo intenta contactar a los sindicatos campesinos y sus líderes y manifiesta que la tierra debe pertenecer a quienes las trabajan, situación para la que, igualmente, faltaba muchos años. Los decretos emanados del Congreso, que abolían el pongaje y la mita, fueron un fermento para la actividad del campesinado indígena que decidió acelerar finalmente los tiempos.
El primer sindicato campesino surge en Ucureña, uno de los valles más favorecidos de Cochabamba, tierra de haciendas. La hacienda implicaba un sistema que tenía como su máxima expresión al colono sometido junto a su familia a prestaciones personales (pongueaje) al cual le sucedían, en rango siempre decreciente, los arrimantes, que cultivaban para usufructo del colono, y los sitiajeros, quienes tenían un lugar donde vivir pero poco acceso a la tierra. Por último, estaban los desahuciados, aquellos que vagaban sin hogar en busca de cualquier trabajo.
Un hecho sumamente importante se gesta en los años "30. Al comenzar a fundarse escuelas para hijos de campesinos -un emprendimiento impulsado por miembros de lo que será el PIR- pronto, los profesores se convertirán en decididos activistas y la escuela, en núcleo de organización de la comunidad. De una de estas escuelas surgirán militantes de la talla de José Rojas, militante, por entonces, del PIR. Un rasgo sumamente interesante de la organización de dichas escuelas y sindicatos era el carácter rotativo de sus dirigentes y la renovación anual del personal, una característica anti-burocrática que mostrará su potencialidad a comienzos del siglo XXI. De más está decir que el centro neurálgico de la Reforma Agraria se ubicará en Cochabamba.
El rol de los líderes campesinos en la revolución y, aun posteriormente, es ambiguo y difícil de sintetizar. Por un lado, fueron cooptados en buena medida por el MNR y sus recursos financiados por Estados Unidos. Posteriormente, provocaron con su alianza al MNR y, luego, con su acercamiento a los militares, hecho que posibilita el frenazo a la revolución obrera inicial pero, del otro lado de la balanza, fueron dirigentes de movimientos sociales amplios que pusieron fin al latifundio, a la vez que -al desactivarse la situación revolucionaria- se preservaron elementos organizativos que serán sumamente importantes a futuro.
Tal como explica Fernando Mires, "el líder genera un sindicato, pero también es frecuente que el sindicato genere un líder. En cualquier caso, el sindicato es la fuente de legitimación de poder del líder, pero este último es la representación del poder sindical."4 Se hacía necesaria la negociación del Estado con los líderes, pero había diferencia en cuanto a ellos, patentizada en Rivas y Rojas. Rivas aparece como un representante del Estado en los sindicatos. En contraposición, Rojas era –por su clara determinación a mantener la autonomía de los sindicatos campesinos- un representante de los sindicatos en el Estado.
La noción de sindicato en sí no es la que puede encontrarse en el ideario occidental. Si bien fue el PIR quien transmite el término aplicado en la clase obrera al campo, el sindicato campesino es una organización que refleja a las unidades agrarias preexistentes, como ser una hacienda, una aldea o una región. A menudo, el término sindicato era una palabra "nueva" para la antigua comunidad agraria india, a partir de la cual su líder era obedecido como un cacique. El secretario general, una vez elegido, tenía injerencia hasta sobre los asuntos familiares, quitaba las tierras a aquellos que no las explotaban y arbitraban los derechos de usufructo. Si bien comenzaron como instrumentos de lucha, los sindicatos fueron trocando en órganos de Policía y legislación para sedimentarse, después del "56, como dependencias de gobierno local.
Agua y Gas: Reflexiones Finales
El nuevo siglo encuentra a Bolivia con nuevos levantamientos y luchas, disparados por el régimen neoliberal que azota a todo el Cono Sur. Los eventos conocidos como Guerra del Agua (2000), en Cochabamba, y la Guerra del Gas (2003), en todo el país, marcarán el fin del neoliberalismo, a la vez que una nueva reformulación de la idea de nación -aún hoy no resuelta- que ilustran el carácter incompleto de la Revolución Nacional de 1952.
Ana Esther Ceceña detalla cuatro horizontes que coinciden en la lucha cochabambina por el agua que, sin embargo, pueden extenderse a los hechos de 2003, mostrando todos los sedimentos de la formación social boliviana, expuestos por la irrefrenable fuerza social-telúrica que los hace romper la superficie y erguirse como abruptos afloramientos que cambian la faz de la realidad social.
Dichos horizontes son:
– La lucha contra el neoliberalismo.
– La lucha por la preservación de los recursos y por el valor de la fuerza de trabajo, derechos elementales y servicios públicos. Se trata de reivindicaciones de carácter fordista, que involucran a los sindicatos y las luchas mineras. Estos reclamos se formularon preponderantemente en el Socialismo Militar y se concretaron, en buena medida, en el "52.
– Un tercer horizonte que abarca las luchas campesinas, que presentan características distintas de las urbanas, al responder a una relación arcaica con la naturaleza no destruida por el capitalismo totalmente, que impacta de manera más directa a partir de las luchas del "52, como observamos ya.
– Un cuarto horizonte realmente "nacional", una historia compartida de 500 años de saqueos, portados en la sangre.
A pesar del enorme saqueo, Bolivia es aún sorprendentemente rica en recursos minerales, una cualidad ilustrada por el traspaso desde la avidez por el estaño para las latas de conserva a la avidez de tungsteno para los teléfonos celulares y circuitos electrónicos. A ello se suman las fuentes de gas en la era de la energía cara.
En septiembre de 1999, el gobierno de Bolivia firma un contrato que concede a la empresa Aguas del Tunari, el monopolio de la distribución del agua en Cochabamba. En noviembre, se forma la Coordinadora Por la Defensa del Agua y por la Vida, que reúne a organizaciones de regantes, campesinos, trabajadores fabriles, organizaciones profesionales, vecinos y comités ligados al agua. Ante los aumentos de las tarifas en más de un 100 %, la Coordinadora convoca a una movilización.
Por tres días, a partir del 11 de enero, se producen bloqueos de caminos para presionar una revisión del contrato y en febrero se planea la toma pacífica de la ciudad, a la que se responde con la militarización de la urbe. Los enfrentamientos se suceden e incluyen la encarcelación de los representantes de la Coordinadora durante una negociación con el gobierno. Ya es el mes de abril.
Finalmente, y tras sostener la movilización durante tres meses, a pesar de los numerosos muertos y detenidos, el 11 de abril se produce la rescisión del contrato.
Tanto la Guerra del Agua como la del Gas, nos hacen remontar necesariamente a las reformas neoliberales. En 1985, se promulga el Decreto 21060, medida que va a cortar los hilos y entramados que -mas allá de sus falencias y aciertos- se tejían desde 1952. Los resultados pueden sonarnos conocidos: desprotección de las economías campesinas, cierre de las fuentes de trabajo (minas y empresas manufactureras), caída de los salarios, privatización de los servicios públicos y los Hidrocarburos.
Por otra parte, los resultados sociológicos de esta reforma bien pueden buscarse en El Alto, la barriada que se apiña contra la ceja de tierra que corona las alturas de La Paz. El Alto fue construido por sus propios habitantes, portadores de un origen diverso: desde migrantes rurales del altiplano a obreros mineros, desde pequeños comerciantes y empleados de La Paz, a ex obreros y mineros de Potosí "relocalizados". De todos ellos, el 80 % se autodeclara "indígena", según el Censo realizado en 2000. A esto se suma la juventud de sus habitantes (el 60 % es menor de 25 años) y la gran presencia del trabajo precarizado, que ronda el 70 %. Para finalizar este bosquejo, nos cabe detallar que el 60 % de sus habitantes vive en la pobreza y el 30 %, bajo la línea de indigencia. Por su parte, es importante considerar el casi inexistente sistema de alcantarillado y los deficientes sistemas de salud y educación. Vemos así cómo el neoliberalismo fue creando la fuerza incontrastable que sentenciaría su derrumbe.
Luego de los sucesos en Cochabamba, el régimen pretende seguir con impunidad su política de represión. En enero de 2003, luego de una protesta en defensa de los cultivos de coca, trece campesinos de Chapare resultan muertos. La guerra contra el impuesto al salario, un mes después, arroja un resultado de treinta muertos en La Paz. Pero la última resistencia del gobierno -cueste creerlo o no, aún se sostiene en un Estado racista- resulta en la toma de La Paz y la caída del entonces presidente Gonzalo Sánchez de Losada, con la pérdida de ochenta vidas.
A inicios de septiembre, comienzan los bloqueos de caminos y, el 8 de octubre, se produce una huelga general. El gobierno responde enérgico, tratando de romper los bloqueos a sangre y fuego: en Warisata se produce una masacre de indios.
El Alto presentaba un muy alto grado de organización vecinal, que utilizaba el bloqueo como herramienta de lucha y las asambleas vecinales como forma de organización. Al mismo tiempo, el escenario de lucha ofrecía sistemas de altavoces y radios abiertas funcionando las 24 horas, junto con la presencia de guardias populares, cuyo objetivo era la contención de los saqueos. Había una alta densidad en las relaciones interpersonales (parentesco, padrinazgo, amistades barriales), muchas de las cuales venían transplantadas de los ayllus del altiplano. También usaban símbolos y vestimentas propias.
El 12 de octubre, el Ejército ingresa a El Alto, donde no hay líderes que matar o encarcelar. Frente a ello, el Estado se decide por la muerte indiscriminada. Ante el uso de fuerzas mecanizadas y munición de guerra, la furia popular responde arrojando vagones de ferrocarril desde los puentes para bloquearles el paso.
Luego de la matanza y la lucha vecinal, resuenan los ecos de Katari y Willka:
"Entonces, los que empezaron a bajar fueron los vecinos, los deudos y parientes y conocidos de los muertos, los heridos y los perseguidos, la masa enfurecida creada por años de neoliberalismo, los herederos de la organización comunitaria y de las luchas sindicales, los aymaras y los quechuas, los indios y los cholos, los que viven por sus manos, la indiada urbana … tan temida"5.
El 15 de octubre, los vecinos de El Alto bajan por las laderas y son recibidos en las barriadas pobres con algarabía, mientras que por el sur de la ciudad completan el cerco indio los comuneros de Omasuyos. Huelga y cerco total, no pasan ni alimentos, ni combustible, ni medicamentos a La Paz y, sin embargo, sorprendentemente, esta vez el cerco y la revuelta india son correspondidos por las clases medias: intelectuales, artistas, ingenieros y las demás profesiones liberales, realizan huelgas de hambre y piden la renuncia de Sánchez de Losada. Estos sectores tendrán un papel muy importante al mediar entre las masas iracundas y los jefes de la represión, que se retirarán el 16 dejando a Sánchez de Losada la única alternativa de la fuga aérea, con la toma final de La Paz.
La rebelión de El Alto terminó extendiéndose a todo el país: Oruro, Tarija, Potosí, Sucre, Santa Cruz y aún las zonas cálidas. Exigían la renuncia del presidente, la cancelación de las ventas de gas por puertos chilenos, la no erradicación de los cultivos de coca, la refundación de la República por medio de una Asamblea Constituyente y un numeroso listado de peticiones que muestran aún hoy la pertinencia de preguntarse por las fuerzas sociales que se agitan tras la construcción de una identidad nacional en Bolivia.
La irrupción de estas luchas, los actores y los sucesos están recubiertos por un halo trágico, heroico y sumamente inquietante. Como si se tratara de peñascos rocosos que se erigen donde antes estaba la superficie de la normalidad cotidiana, pareciera que uno puede ver en los estratos de esas rocas, todas las luchas que se vienen sucediendo en Bolivia desde hace siglos.
El sofocamiento de los proyectos de Amaru y Katari significaron la imposibilidad de participación de los pueblos indios en las decisiones comunes y en la definición de un espacio común de vida que permitiera, a posteriori, la conformación paulatina de una identidad nacional. Cada nueva revuelta siempre lleva un grito por redefinir el gobierno y el espacio.
A mediados del siglo XX, la gran masa india recupera la posibilidad de expresarse y participar en las decisiones de gobierno (de forma subordinada) así como la independencia de la oligarquía terrateniente, aunque estas conquistas hayan resultado en la quiebra final del régimen de 1952 y la instauración paulatina de un régimen que permitirá un cierto desarrollo del mercado y la infraestructura económica del país pero, por otro lado, lo dejará en una absoluta dependencia externa, para posteriormente hundirlo en el marasmo neoliberal.
Los años que separan 1952 de 2000 son los años en los cuales las masas campesinas son afectadas de lleno por el capitalismo y sus instituciones de mediación, pero si bien fueron parte de alianzas que instauraron gobiernos conservadores y neocoloniales, preservaron su ideario y formas de organización ancestrales a la vez que recibieron la influencia de las ideas políticas y organizativas de los sindicatos, sus experiencias de lucha e hicieron también sus propias aprendizajes.
En su reciente libro, Raúl Zibechi señala algunos elementos que permiten pensar en la elaboración de un proyecto de Estado Aymara, similar en status a los planteados por Amaru y Katari, aunque formulados a la luz de la experiencia histórica. El autor realiza un interesante racconto de las elaboraciones de los intelectuales indios desde 1970, para luego formular puntos que permitan trazar una idea de proyecto nacional alternativo. Hay allí algunos esbozos para la sociedad del futuro, como ser el del Movimiento Katarista de Liberación:
"Las formas de organización del ayllu estarían basadas en cuatro formas de relación social del trabajo: ayni (cooperación entre familias del ayllu), mink"a (reciprocidad entre ayllus), mit"a (reciprocidad entre ayllus y la marka, unidad de las dos parcialidades aymaras) y q"amaña (reciprocidad relacionada con el espacio ecológico) (…) La práctica política del ayllu (designan autoridades por rotación y sucesión por tiempo limitado, de modo que no exista el monopolio del poder) es la base del poder político. Se trata de construir una "sociedad comunitaria" en base al ayllu, de abajo hacia arriba incluyendo la formación de empresas comunitarias de base. Las autoridades gobernarían a través de cabildos y asambleas"6.
Cabe aclarar que la marka, es la unidad de dos parcialidades aymaras, y que cada parcialidad pueden contener de cuatro a veinte comunidades, unidas por lazos históricos, lingüísticos, religiosos o económicos.
A continuación el autor analiza la formulación de Acta de Reconstitución de la Nación Aymara-Quichwa y el Manifiesto de Ayacachi, elaborados junto a las luchas que se produjeron a partir del 2000 en Omasuyos. Los primeros acontecimientos en esta zona se libran al mismo tiempo que la Guerra del Agua y prosiguen, luego de ésta, con la conformación del "Cuartel General Indígena de Qalachaka", que se convierte en el eje articulador del movimiento, a la vez que, con consignas como "Bolivia no es ninguna solución para nuestros problemas", comienzan a suplantarse las instituciones de la democracia representativa, por organizaciones comunales con cargos rotativos. Vemos así la continuidad de ciertas prácticas y la reelaboración a la luz de la experiencia histórica:
"La participación en el estado -aunque sea para construir un estado multinacional, a partir necesariamente del estado colonial- engendra un sector de funcionarios indios separados de sus comunidades que forman una nueva élite funcional al sistema de dominación. La política del estado multinacional y del desarrollo confluyen ya que ambas pueden materializarse sólo a través de la creación de esa élite india que se convierte en la forma de subordinar al movimiento a intereses externos en lo que conforma una estrategia de "envolvimiento y asimilación" que Díaz-Polanco definió como etnofagia."7
El resultado de estas luchas y la producción de ideas de las naciones oprimidas de Bolivia son, hoy en día, una auténtica esperanza. La reformulación de la relación del Estado con la sociedad y la construcción de una idea de nación que permita articular y permitir la vida de las múltiples y ricas culturas que se asientan sobre el suelo boliviano es un anhelo que nos contagia a todos los que soñamos con la emancipación de los pueblos.
Sin embargo, a la par de los saberes ancestrales y seculares de las luchas populares, también se preservan la cooptación, la represión violenta, el racismo y el poder económico propio y foráneo que siempre embarran la pureza de todos los sueños y proyectos.
Así llega a su fin esta humilde, incompleta e introductoria indagación sobre la construcción de lo nacional en Bolivia, donde se hacen manifiestas las dificultades de la creación de una intersubjetividad que contenga e identifique a la sociedad con su Estado así como el proyecto hegemónico planteado por éste, a lo largo de la historia del país hasta hoy.
Bolivia nos muestra una historia de resistencia y dignidad, nos enseña acerca de nosotros mismos en tanto parte de un mismo origen colonial y nos urge a construir proyectos emancipatorios, con los cuales unirnos contra la opresión global del capital. Quiera el destino que alguien cuente alguna vez, la historia de la hermanada emancipación de nuestros pueblos…. la única posible.
Bibliografía
BUSTAMANTE R., VEGA D. Normas Indígenas y Consuetudinarias sobre la Gestión del Agua en Bolivia. CEPAL-Wageningen University, en: http://politica.era-mx.org/docs/Bustamante2000.pdf
CECEÑA, Ana Esther. La Guerra por el Agua y la Vida "Cochabamba: una experiencia de construcción comunitaria frente al neoliberalismo y el Banco Mundial", Coordinadora de Defensa del Agua y la Vida, Cochabamba, 2004.
GILLY, Adolfo. Bolivia: Una Revolución del Siglo XXI, en Cuadernos Del Sur Nº 36, Editorial Tierra del Fuego, Buenos Aires, mayo de 2004.
HALPERIN DONGHI, Tulio. Historia Contemporánea de América Latina, Alianza Editorial, Madrid, 2000.
KLEIN, Herbert. La Revolución Nacional, 1952-1964, en Teoría de las Revoluciones y Revoluciones Latinoamericanas, Colección del Nuevo Siglo, Buenos Aires, 2001.
MIRES, Fernando. La Rebelión Permanente, Siglo XXI editores, México 1989.
ZAVALETA MERCADO, René. Lo Nacional–Popular En Bolivia, Siglo XXI editores, México, 1986.
ZIBECHI, Raúl. Dispersar El Poder: Los movimientos sociales como poderes antiestatales. Editorial Tinta Limón, Buenos Aires, 2006.
Autor:
Santiago H. González
Página anterior | Volver al principio del trabajo | Página siguiente |