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8-3. ROCAS METAMORFICAS | |||
En este trabajo hablaremos sobre el campo de la mineralogía, ya que se habla de los sistemas cristalográficos, reconocimiento y tipos de rocas en las que se encuentran los diversos tipos de minerales existentes, en la corteza terrestre, y también de todos las características que presentan cada una de ellas, dependiendo de que tipo sea. También se habla de que está constituido en su totalidad la corteza terrestre, y también donde se formaron los minerales y rocas, dependiendo también en que habita se forma y da como resultado hermosos cristales, consideradas rocas ornamentales, y que cuando más variedad de cristales contiene es más valiosos para los coleccionistas. Un cristal de forma complicada depende a que tipo de sustancia y medios de formación lo afectaron, también depende a los tipos de yacimientos donde se hallan estos cristales la cual le dará una especificada forma.
Este planeta Tierra en que vivimos, y del que nos consideramos dueños, y señores, en realidad no lo conocemos más que por fuera. Sabemos que un esferoide cuyo diámetro medio se ha calculado en unos 12740 kilómetros y cuya superficie está cubierta de agua casi en sus tres cuartas partes; como resultado de otros cálculos prolijos conocemos también con relativa exactitud su volumen y su densidad; el hombre, en busca de gemas y metales preciosos o de minerales útiles, ha perforado la parte sólida de la superficie, y llevado de la curiosidad científica ha explorado los grandes fondos oceánicos; pero, hasta la fecha, la mayor profundidad que se ha podido medir, en las llamadas "fosas" del Pacífico, no llega a los 11000 metros, la perforación más profunda que se ha hecho, para buscar petróleo, no alcanza a los 7000, y sólo muy contados seres humanos, como el profesor Piccard en el batiscafo "Trieste" han logrado descender a estas profundidades. Para darnos cuenta de lo que esto significa, podemos imaginar una esfera de tres metros de diámetro en la que quisiéramos clavar un alfiler y no lográsemos entrarlo mas de un par de milímetros. Recurriendo al viejo símil de la naranja, cabría decir que apenas hemos raspado un poquito en la superficie pigmentada de la cáscara. De lo que haya más adentro no sabemos nada con certeza; todo cuanto se ha dicho y se sigue diciendo acerca del interior del Globo son teorías, más o menos aceptables según que estén más o menos de acuerdo con los hechos comparables, pero teorías al fin.
Hoy se admite que el centro de nuestro planeta se halla ocupado por un enorme núcleo esférico, tal vez de unos 7000 kilómetros de diámetro, compuesto de hierro y níquel, por lo que se ha convenido designarlo con el nombre de nife, de Ni y Fe, que son respectivamente los símbolos del níquel y del hierro en la terminología química y mineralógica. Dicho núcleo está envuelto por una capa de unos 1700 kilómetros de espesor constituida por silicatos ferromagnesianos. Rodeando esta capa se encuentra otra de 1200 Km. de espesor formada por silicatos magnésicos que recibe el nombre de "sima".
Flotando sobre el sima se encuentra la corteza terrestre constituida por silicatos alumínicos en su mayor parte. Recibe el nombre de "sial" y su espesor, siendo pequeño, no es regular, extendiendo zonas en el fondo del mar en que prácticamente no existe, mientras que en otros lugares su espesor es de 80-90 km.
En la perforaciones efectuadas en la corteza terrestre se ha encontrado un aumento gradual de la temperatura a medida que nos aceramos al centro de la tierra. Este aumento es de 1º por cada 33m de profundidad por lo que teóricamente en el centro de la tierra deberían de existir temperaturas cercanas a los 200000º. Hoy no se cree que esto ocurra sino que la temperatura se estabiliza a unos 3000º ó 4000º y que el calor que la produce más bien se debe al producido por la desintegración de sustancias radioactivas que al calor residual de cuando la tierra se encontraba en estado ígneo.
Estas elevadas temperaturas, unido a las enormes presiones a que se encuentran sometidos los minerales que constituyen el sima, proporciona a esta capa ciertas características de plasticidad. Por ello, la corteza terrestre, esta sobre el sima y en él se desplaza del mismo modo que lo hacen un iceberg en el mar.
Así concebida, la estructura de la Tierra aparece como el resultado natural de un lento enfriamiento. Todas las teorías modernas sobre el origen de nuestro Globo están deacuerdo en que inicialmente estuvo formado por materiales en estado gaseoso; basta, pues, recordar que no todas las substancias cambiar de estado físico a las mismas temperaturas, para comprender que, por efecto de su licuefacción y su solidificación, dichos materiales tuvieron necesariamente que distribuirse de diferente modo. Los más pesados debieron de hundirse en el interior del esferoide en formación, mientras que aquellos que a la circunstancia de solidificarse muy pronto unían la de ser más livianos, hubieron de quedar flotando, al modo de escorias, sobre los que todavía se hallaban en estado líquido. Estos últimos serían los que formaron la capa de roca basáltica, que, al hacerse sólida a su vez, retuvo firmemente empotradas aquellas masas flotantes en tanto que el vapor de agua resultante de la combinación de hidrógeno y oxígeno pasaba al estado líquido y llenaba los espacios entre ellas.
Esas masas intercaladas con los océanos y que, como hemos dicho, constituyen la tierra firme, son también lo que comúnmente llamamos corteza terrestre, por más que esta denominación se suele hacer extensiva, en forma un tanto vaga, al fondo de los mares, el cual, en efecto, cuando no se trata de grandes profundidades, puede ser una continuación de las masas de la tierra. Los materiales de que estas últimas se hallan formadas son los minerales. Por supuesto, el agua del mar es también mineral, pero este nombre se aplica más generalmente a los materiales sólidos de la corteza terrestre, los cuales en la mayoría de los casos, se presentan formando rocas.
En el lenguaje vulgar una roca es una peña, una piedra cualquiera, siempre que sea de gran tamaño y sobre todo, dura. La dureza de la roca, dando al vocablo esta acepción familiar, se ha hecho proverbial. Pero en la terminología científica se llama roca a toda masa mineral de gran tamaño, y especialmente a aquellas que consisten en un agregado de diversos minerales. Un mineral es un cuerpo inorgánico de composición química homogénea, es decir, compuesto de los mismos elementos químicos, en proporción constante, en cualquiera de sus partes; una roca tiene una composición heterogénea porque es el resultado de la mezcla o agrupación de diversos minerales, y cuando está formada por un solo mineral que puede presentar distintos aspectos, pero que siempre se halla compuesto, en todas sus partes, de silicio y oxígeno en proporciones invariables; el granito en cambio, es una roca formada por la agrupación del cuarzo con otros minerales (mica, feldespatos), que no siempre están mezclados en igual proporción, ni lo están de un modo uniforme en todos los puntos de una misma piedra de granito.
No hay que creer que los minerales que hoy forman la corteza terrestre son exactamente los mismos que resultaron de la solidificación de sus primitivos materiales, ni que se hallan dispuestos de la misma manera que entonces quedaron; muchos se han formado después, y se siguen formando aún, por los más variados procedimientos. Por ejemplo, la descomposición de restos vegetales fuera del contacto con los agentes atmosféricos, en una época en que ya había en el Globo insectos y anfibios, originó los yacimientos de hulla o carbón de piedra, cuya explotación tanto ha contribuido al progreso de la humanidad, y aun en nuestros días las salinas se forman por la evaporación de las aguas que llevan sales en disolución. La mayoría de las rocas, sin embargo, así como los minerales que contienen metales valiosos, son el resultado de la invasión de la corteza terrestre por los materiales en fusión todavía existen bajo ella, y que se conocen con el nombre general de magmas. Estos materiales, abriéndose paso de abajo arriba en el espesor de la tierra firme y enfriándose a medida que ascienden, acaban por formar dentro de aquélla grandes núcleos que se conocen como lacolitos, y tienden también a rellenar todas las grietas y rendijas constituyendo los filones. Por otra parte, de esos magmas se desprenden gases y vapores que, al ponerse en contacto con los minerales ya existentes que encuentran a su paso, reaccionan con ellos y dan lugar a que se produzcan nuevas combinaciones químicas, esto es, nuevos minerales. Conocido es el fenómeno de las solfataras, grietas frecuentes en algunos terrenos volcánicos, por las que escapan al exterior vapor de agua y diversos gases, entre ellos ácido sulfhídrico que se descomponen al contacto de la atmósfera, combinándose su hidrógeno con el oxígeno del aire y formándose depósitos más o menos considerables de azufre, que pueden explotarse y se explotan, con fines industriales. Este ejemplo es suficiente para demostrarnos que, aun cuando nuestro mundo es muy viejo, todavía conserva en actividad las fuerzas para agregar constantemente a su corteza nuevos materiales.
3- LA CRISTALIZACION Y LOS CRISTALES
Un de las cosas que más saltan a la vista en los minerales, diferenciándoles netamente de los seres orgánicos, es la propiedad que tienen de cristalizar, es decir, de adoptar formas poliédricas de una perfección geométrica admirable, en cuyo estado se designan con el nombre de cristales. Como en el caso de las rocas, el término "cristal" tiene en mineralogía un sentido bastante distinto de su significado corriente; cuando se menciona el cristal en la conversación usual, lo primero que viene a la imaginación es su transparencia, mientras que desde el punto de vista mineralógico no tiene importancia este atributo. Muchos minerales cristalizados apenas pueden calificarse de traslúcidos, y hay también muchos que son perfectamente opacos. Lo esencial en ellos es su figura poliédrica. La delicada comparación empleada por Campoamor en una de sus poesías más populares sería una atrocidad si el poeta hubiera escrito teniendo presente la acepción científica del vocablo en cuestión.
Las formas poliédricas propias de los cristales son, según parece, una consecuencia de la disposición simétrica de los átomos de las substancias que componen el mineral, disposición que se ha comparado con la de los nudos de una red; pero para que los átomos adopten esta disposición es indispensable que el mineral se solidifique en determinadas condiciones. Así, hay ciertos minerales, entre ellos el alumbre y la sal común, que si están disueltos en agua cristalizan al solidificarse por evaporación de ésta, y hay otros, como el azufre o el bismuto, que forman cristales cuando, estando fundidos, pasan al estado sólido por enfriamiento. También se forman cristales por sublimación, esto es, por el paso del estado gaseoso al sólido sin mediar el estado líquido, como se observa en ciertos minerales de origen volcánico.
Naturalmente, puede ocurrir qu7e en el cambio de estado físico no se realice exactamente en las condiciones indispensables para que haya cristalización, y entonces, o bien ésta es incompleta, o bien resulta un mineral amorfo, es decir, sin forma poliédrica. De lo primero tenemos un ejemplo en los casos en que, por ser la solidificación efecto de un enfriamiento excesivamente rápido o de una evaporación demasiada intensa, se forman los llamados cristales esqueléticos, que son unos como cristales huecos, cual si estuvieran profundamente excavados. La sal presenta a veces cristales incompletos de esta clase. En cuanto a los minerales amorfos, con frecuencia parece como si los átomos no tuvieran tiempo de adoptar la disposición recticular durante los cambios de estado, y como resultado se forma una masa irregular, rígida y frágil, que recibe el nombre de substancia vítrea. Hay minerales, en fin, que se presentan como coloidales, es decir, como la mezcla de dos substancias, una de ellas dividida en pequeñísimas partículas dispersas en la otra, que es unida y homogénea, y que se denomina medio de dispersión. La arcilla y el mineral de hierro llamado limonita son ejemplos de coloides.
Volviendo a los minerales cristalizados, lo mismo pueden presentarse como cristales aislados que formando curiosas agrupaciones, ya en forma desordenada, o ya yuxtapuestos, en asociación paralela. A veces un conjunto de cristales descansa sobre una base amorfa del mismo mineral, denominándose este tipo de agrupación una drusa; y también son frecuentes los casos en que una masa amorfa profundamente cóncava, a modo de tosca olla o de gruta en miniatura, está interiormente tapizada de numerosos cristales, dando un poco la ilusión de una diminuta caverna de elfos o de hadas. En mineralogía se da a esto el nombre de geoda.
En ciertos minerales se encuentran con frecuencia dos cristales, o un corto número de ellos, íntimamente asociados entre sí, como si se hallasen entrelazados o adheridos, constituyendo lo que se denomina una macla. Hay maclas de los más variados aspectos: unas veces los dos cristales forman una cruz, ya latina o ya de San Andrés; otras, parece como si uno de ellos se hubiera metido dentro del otro, aunque en distinta posición, diciéndose entonces que es una macla de penetración; otras, se adosan dos cristales en posición simétricamente inversa, formando una punta de flecha, etc. También se puede dar el caso de que se asocien cristales de dos minerales diferentes, encontrándose los de uno de ellos dentro de un cristal del otro, que es lo que se conoce como inclusiones, y a veces un cristal de un mineral encierra fragmentos amorfos, fibras o delgadas láminas de un mineral distinto. Un aspecto muy curioso de esta asociación es el fenómeno del encapuchamiento, que se da algunas veces en el cuarzo, y que consiste en la existencia de grandes láminas de mica dentro de un cristal de dicho mineral, paralelamente a sus caras, lo que permite separar del poliedro varias pirámides embutidas unas dentro de otras, como esas cajas chinescas que se van sacando desde la más grande a la más chica.
El tamaño de los cristales varía enormemente; un mismo mineral puede formar cristales microscópicos, o poco menos, y otros de dimensiones gigantescas. La forma varía igualmente mucho. En cambio, lo que dentro de cada especie mineralógica permanece invariable es el valor de los ángulos diedros formados, cualquiera que sea la forma, por las caras homólogas. Por ejemplo, la galena, que tan de moda se puso en los días de los primitivos aparatos radiotelefónicos, es un mineral que suele cristalizar en cubos, pero muchas veces el cubo no es perfecto, sino que presenta sus cuatro vértices truncados, formando unas facetas triangulares, de manera que el poliedro es entonces un cuboctaedro, o sea una combinación del hexaedro regular, o cubo, con el octaedro. Ahora bien, las caras que en este caso corresponden al cubo forman ángulos diedros de 90 grados, exactamente como en el cubo verdadero. Si teóricamente ampliásemos las facetas formadas en los vértices hasta su límite máximo, las caras del cubo desaparecerían y tendríamos un octaedro regular, y las caras de este nuevo poliedro formarían ángulos diedros exactamente del mismo valor que el de los ángulos formados por la prolongación ideal de los planos determinados por la facetas del cuboctaedro.
Esta constancia del valor de los ángulos diedros en cada especie mineral, reconocida ya por los mineralogistas del siglo XVII, se considera como una de las leyes fundamentales de la cristalización y proporciona, como es fácil comprender, un dato de verdadera importancia para la identificación de los minerales, así como para determinar con exactitud cuál es el tipo poliédrico de un cristal cualquiera, aunque por estar roto o por cualquier otra circunstancia no sea fácil apreciar su forma a primera vista. De ahí la utilidad que en mineralogía prestan los goniómetros, o aparatos para medir ángulos. Hay goniómetros de diversas clases, algunos de ellos muy complicados. Estos son, naturalmente, los que dan el valor de los ángulos con mayor precisión y los que se usan en los grandes laboratorios; pero al simple aficionado le basta el más antiguo de estos instrumentos, que se conoce como goniómetro de aplicación, y que es, al y al cabo, el que usaron para sus investigaciones los grandes maestros de la cristalografía. Consiste en dos reglitas metálicas articuladas por medio de un tornillo, a manera de tijeras, de modo que pueden formar ángulos variables, y una de las cuales forma el diámetro de un semicírculo graduado. Aplicando estas reglitas directamente contra las caras del cristal cuyo ángulo se desea medir, se obtiene su valor en el semicírculo graduado, que mide el ángulo opuesto por su vértice.
El ejemplo que acabamos de ver, de los cristales de galena, permite considerar muchas de las formas cristalinas como derivadas, en teoría, de otras formas, mediante el truncamiento o achatamiento, ya sea de las aristas formadas por la intersección de dos caras antiguas, o ya de los vértices formados por la concurrencia de varias aristas. Otras modificaciones resultan de la aparición en cada arista, no de una sola faceta, sino de dos facetas paralelas, en ángulo diedro más obtuso que el que forman las caras primitivas correspondientes, que es lo que se llama modificación por biselamiento; o también de la formación, en cada vértice, de un grupo de facetas dando un nuevo vértice menos saliente, en cuyo caso la modificación es por apuntamiento. De acuerdo con otra ley de la cristalización, en todo cristal normal los elementos homólogos, las aristas y los vértices definidos por caras iguales; pero también se ven cristales en que aparecen modificaciones solamente la mitad o la cuarta parte de dichos elementos. Dícese de ellos que son meroédricos, por oposición a aquellos en que todos los elementos homólogos, modificados o no, son simétricos, a los cuales se califica de holoédricos. Hay asimismo cristales, llamados hemimórficos, que presentan una mitad diferente de la otra; por ejemplo, un prisma con una de las bases en forma de pirámide y la base opuesta completamente plana, como si estuviera cortado al través.
Aparte de los elementos geométricos propios de todo poliedro (caras, aristas y vértices), reales y visibles, hay que considerar en los cristales otros elementos, llamados de simetría, que son puramente ideales o teóricos, no obstante lo cual tienen gran importancia para el reconocimiento de las diversas formas cristalográficas. Son estos elementos el centro de simetría, los planos de simetría y los ejes de simetría. El centro de simetría es un punto ideal que tiene la propiedad de dividir en dos partes exactamente iguales cualquier recta que pueda imaginarse a través del cristal y entre dos puntos opuestos del mismo. Plano de simetría es aquel que divide cristal en dos mitades simétricas entre sí, de manera que, si la división fuera real, arrimando a un espejo una de estas mitades su imagen completaría la forma del cristal entero. Finalmente, es un eje de simetría cualquier recta que pase por el centro de simetría y que permita hacer girar el cristal alrededor de ella ocupando varias posiciones son dos, se dice que el eje es binario; si son tres, ternario; si cuatro, cuaternario, y si seis, senario. Tomando nuevamente como ejemplo un cristal cúbico de galena veremos que en él hay tres ejes cuaternarios, que une los centros de la seis caras; cuatro ejes ternarios, que van de vértices a vértices, y seis ejes binarios, que unen los puntos medios de las aristas. En el mismo cristal hay nueve planos de simetría, tres que lo cortan paralelamente a las caras y seis que lo hacen oblicuamente, dividiendo cada uno de los segundos al cubo en dos prismas de base triangular. Un cristal en forma de prisma hexagonal tendrá, en cambio, siete planos de simetría, uno de ellos paralelo a las bases y los otros seis perpendiculares a ellas, y siete ejes de simetría, seis binarios (tres que unen entre sí las caras opuestas y tres que une las aristas perpendiculares a las bases) y uno senario, que pasa por los centros de ambas bases.
Fundándose principalmente en los elementos de simetría, los mineralogistas distribuyen todas las formas cristalinas en siete grupos llamados sistemas, cada uno de los cuales comprende las formas holoédricas con igual número de planos y de ejes de simetría y la meroédricas que se consideran como derivadas de aquéllas, aun cuando en éstas, por ser su simetría incompleta, el número de algunos elementos sufre una reducción. Dichos sistemas se denominan regular o cúbico, hexagonal, trigonal, tetragonal, rómbico, monoclínico o monosimétricos, y triclinicos o simétricos.
El Sistema Regular: Comprende cristales con nueve planos de simetría y trece ejes, tres de ellos cuaternarios, cuatro ternarios y seis binarios. Hay muchos minerales que presentan cristales de este sistema, entre ellos la galena, ya mencionada, o la sal común y la fluorita, de las que se encuentran con frecuencia bellos grupos de cristales cúbicos, transparentes o traslúcidos, ora incoloros, ora teñidos de bellos matices. La pirita, mineral de hierro sumamente común, que a veces contiene algunas partículas de oro, cristaliza también en este sistema, formando cubos, dodecaedros pentagonales o combinaciones de ambas formas. El granate, ya sea transparente o ya opaco, tan pronto del color rojo característico como negro o amarillo, ofrece igualmente cristales del sistema regular, por lo general trapezoédricos o rombododecaédricos. El hermoso rubí, que también entra en este grupo, cristaliza, en cambio generalmente en octaedros.
Sistema Regular
3 ejes cuaternarios
4 ejes ternarios
El Sistema Hexagonal: Se caracteriza por tener sus cristales siete planos de simetría, un eje senario y seis ejes binarios; sus formas holoédricas típicas son el prisma hexagonal, la pirámide hexagonal (que en realidad se compone de dos pirámides unidas por la base), y el prisma y la pirámide dihexagonales, estos últimos distintos de los primeros por presentar doble número de caras. El berilo, con sus estimadas variedades verde y azul pálida, respectivamente conocidas como esmeralda y aguamarina, forma cristales de este sistema, frecuentemente combinaciones de las diversas formas en él comprendidas. El agua cuando se solidifica constituyendo la nieve, cristaliza igualmente en este sistema, bajo el aspecto de cristalinos microscópicos hexagonales que se reúnen en diminutas maclas de las más variadas figuras, pero siempre hexagonales también.
Sistema Hexagonal
1 eje senario
El Sistema Trigonal: Fue durante mucho tiempo incluido en el hexagonal, y sus formas pueden ciertamente ser consideradas como derivaciones meroédricas de aquél, pero todas ellas ofrecen un rasgo distintivo, cual es el presentar un eje de simetría ternario. Son cristales con las caras frecuentemente en forma de rombos, de trapecios o de triángulos escalenos. El cuarzo, tan común en la corteza terrestre, forma prismas pertenecientes a este sistema. La calcita o carbonato de calcio, uno de los minerales más conocidos por constituir los mármoles y las calizas, y que , cristalizada, se suele conocer como espato de Islandia, en este caso entra también en el sistema trigonal, adoptando la forma de romboedro o de escalenoedro. También cristalizan en este sistema las bellas turmalinas, cuyo nombre, derivado de "turamali", que es como les llaman en Ceilán, nos recuerda que de esta isla se llevaron por primera vez a Europa por los joyeros holandeses en el siglo XVIII. Si se corta al través un prisma de turmalina se ve que tiene sección triangular, lo que revela su condición hemiédrica.
Sistema Trigonal
1 eje ternario
El Sistema Tetragonal: Los cristales presentan cinco planos de simetría, un eje cuaternario y cuatro binarios, éstos perpendiculares a aquél. Se ha llamado también sistema cuadrático porque en sus formas más típicas, que son el prisma tetragonal y la pirámide tetragonal, cualquier sección paralela a los radios binarios es perfectamente cuadrada. El circón y su hermosa variedad roja llamamos jacinto, cristalizan en este sistema, así como la casiterita, de la que se extrae el estaño.
Sistema Tetragonal
1 eje cuaternario
El Sistema Rómbico: tiene tres planos de simetría solamente y también tres ejes, los tres binarios, desiguales y perpendiculares entre sí. Entre los minerales que cristalizan en este sistema figuran algunas tan conocidos como es azufre, que forma a veces cristales gigantes, la baritina, que se utiliza para preparar sales de bario, y el topacio del Brasil o falso topacio, simple variedad del cuarzo o cristal de roca, o con el topacio oriental, que es un corindón amarillo. Los aficionados a las joyas saben, sin embargo, que este último tiene generalmente más valor, simplemente por el hecho de ser menos abundante en la naturaleza que el topacio propiamente dicho. Para un entendido en cristalografía la diferencia entre estas diversas gemas homónimas es fácil, pues tanto el topacio oriental como el del Brasil cristalizan en el sistema trigonal y no en el Rómbico.
Sistema Rómbico
1 eje binario
El Sistema Monoclínico o Monosimétrico: Solamente posee un plano de simetría, así como un eje único, que es binario. A él pertenece el vulgarismo de yeso, que suele formar curiosas maclas, con frecuencia en punta de flecha. Cristaliza igualmente en este sistema el feldespato ortosa, mineral que, agregado al caolín o caolinita (también monoclínico), se utiliza en la fabricación de las porcelanas.
Sistema Monoclínico
1 eje binario
El Sistema Triclínico: Entran cristales sumamente asimétricos, como que carecen de planos y de ejes de simetría, y a él pertenecen unos cuantos minerales no muy conocidos de quien no es mineralogista, como la redonita y la labradorita.
Sistema Triclínico
No tiene ejes
4- LA ESTRUCTURA DE LOS MINERALES
Aparte de la disposición, que podríamos llamar arquitectónica, de los átomos, a la que parece deberse la forma cristalina, los minerales ofrecen la más notable variación en su estructura general. Muchos de ellos se presentan a primera vista como masas de un material unido y homogéneo, como ocurre con un trozo cualquiera de cuarzo, diciéndose de ellos que tienen una estructura compacta, pero hay otros que parecen estar constituidos por una acumulación de granitos, a veces sumamente pequeños, aunque bien visibles, y entonces se califica su estructura de granuda. Este tipo de estructura es el del mármol estatuario, llamado también mármol sacaroideo porque su fino grano le da el aspecto de azúcar de pilón. Cuando la substancia mineral se ha depositado en zonas concéntricas, la estructura se denomina concrecionada, pudiendo citarse como ejemplo las calcedonias, la ágatas y los ónices, variedades de cuarzo que por sus zonas alternadas de diversas tonalidades se utilizan en la talla de objetos ornamentales.
Hay minerales, entre ellos el cobre, que muchas veces ofrecen el aspecto de ramas, secas o con su follaje, estructura arborescente que se denomina dendroidea. No es raro que un mineral con esta estructura se incluya en otro, formando delicadas ramificaciones que se conocen como dendritas, y en este caso la apariencia de una sección del conjunto, sobre todo si ha sido bien pulimentada, es enteramente la del dibujo de una planta hecho por algún hábil artista. La pirolusita, mineral de manganeso que comúnmente se denomina "jabón de vidriero" y que, por su modo de actuar en presencia del ácido clorhídrico, sirve para la preparación de los vulgares polvos de gas, invade a veces en esta forma la pizarras, siendo sus dendritas como plantas fósiles por los aficionados a coleccionar objetos raros.
Otra estructura muy notable es la fibrosa, de la que se distinguen diversas variedades, y así se dice que es acicular cuando el mineral forma fibras rectas y rígidas como agujas, fibrorradiada cuando las agujas irradian desde un punto común, bacilar si se trata de fibras rectas y mediante gruesas, a modo de palitos, capilar si son finas y flexibles como cabellos, etc. La estibiana o antimonita, de la que se extrae el antimonio, que por su propiedad de endurecer el plomo se considera desde la última guerra como uno de los principales "metales estratégicos", presenta con mucha frecuencia la estructura fibrosa acicular o la bacilar. Más famosas como minerales fibrosos, sin embargo, son la tremolita o anfibol blanco, la actinotita o anfibol verde y la variedad de serpentina conocida como crisotilo, todas ellas denominadas corrientemente amiantos o asbestos. Las tres forman fibras muy finas, comparables a la seda o algodón, lo que hace que se presten a numerosas aplicaciones útiles, pudiendo confeccionarse con ellas tejidos que sirven para ropas incombustibles, telones de teatro, mechas, etc. Sabido es que en la antigüedad clásica ya se conocía la condición textil del amianto, con el que los nobles romanos hacían tejer manteles para darse el gusto de arrojarlos al fuego y asombrar a sus comensales después de los banquetes. No es raro encontrar masas fibrosas de estos minerales apretadamente apelmazadas, a las que se designa, de acuerdo con su aspecto, con los nombres de cartón de montaña, fieltro de montaña, corcho de montaña, etc.
Algunos minerales, como la mica y la variedad de yeso llamada espejuelo de asno, tienen estructura laminar u hojosa, es decir, parecen estar constituidos por innumerables hojas o láminas adheridas entre sí, que sin mucha dificultad pueden separarse con la punta de un cortaplumas u otro utensilio similar. Relaciónase esta estructura con la propiedad que muchos minerales de ser exfoliables, esto es, de romperse siempre siguiendo planos determinados. En el espejuelo de asno, en la mica, en el talco llamado por antonomasia laminar y en otros, la exfoliación o crucero, como también se dice, es en un solo sentido, pero otros minerales presentan dos o más planos de exfoliación, y entonces se rompen dando figuras geométricas, que reciben el nombre de sólidos de exfoliación, y que tienen cierta relación con el modo de cristalizar. La galena, por ejemplo, se parte invariablemente formando cubos. La fluorita o espato flúor, sin embargo, al romperse tiende siempre a formar octaedros, aunque sus cristales son muchas veces cubos perfectos.
Muchos minerales no tienen exfoliación; los de estructura compacta o los de estructura granuda muy fina suelen presentar lo que se llama fractura concoidea o concoidal, lo que quiere decir que, si se rompen, en la superficie de fractura se observan abultamientos y depresiones suavemente redondeados, que recuerdan un tanto la figura de una concha bivalva. Otros hay cuya fractura lisa, o astillosa, o terrosa, términos que no necesitan explicación para que se entienda su significado.
5- LA DUREZA Y EL PESO DE LOS MIENRALES
En la mente del profano en mineralogía se confunde siempre un poco las nociones del mineral y de piedra, aun cuando no son exactamente sinónimas, ni mucho menos. De ahí que, para el vulgo, sean atributos obligados de los minerales el ser duros y pesados. Sin embargo, en esto, como en todas las cosas de este mundo, hay sus más y sus menos. Un diamante, por ejemplo, es durísimo; tan duro, que solamente se puede tallar con ayuda del polvo de otro diamante; y en cambio, el talco laminar es tan blando que se puede rayar con la uña sin la menor dificultad. Esto, claro está, tratándose de los minerales en general, que se hallan en estado sólido a la temperatura del aire, pues no hay que olvidar que ciertas substancias líquidas (el agua y el petróleo, sin ir más lejos) son también minerales y en ellas no cabe hablar de dureza, en el sentido mineralógico al menos.
Para el mineralogista, la dureza de un mineral consiste en la resistencia que ofrece a dejarse rayar por otro, y es, por consiguiente, una propiedad relativa; un mineral es más blando que otro porque se puede rayar con este otro, y más duro que un tercero. Un sabio alemán del siglo XVIII, Werner, que fue quien primeramente dio carácter científico al estudio de los minerales, clasificaba éstos, de acuerdo con su dureza, en muy blandos, que se pueden rayar, y aun cortar, con una navaja; semiduros, cuando difícilmente se rayan con la navaja, pero no se pueden cortar con ella, y duros, en los que la navaja no tiene efecto ninguno. Como primer intento de un método para medir la dureza estaba bien, pero el procedimiento era muy poco exacto; en los minerales blandos y semiduros, por ejemplo, la cosa dependía mucho de la calidad de la navaja y de que estuviera ésta más o menos afilada. De ahí que más tarde otro mineralogista germano, Mohs, idease una escala de dureza mucho más precisa, que es la que generalmente se utiliza todavía hoy, y que está formada por diez minerales típicos, designándolos con números, desde el más blando al más duro, en esta forma:
- Talco
- Yeso
- Calcita
- Fluorita
- Apatito
- Ortosa
- Cuarzo
- Topacio
- Corindón
- Diamante
Mediante el uso de esta escala, para expresar la dureza de un mineral basta asignarle el número correspondiente, si es rayado por el cuarzo y raya el apatito, por ejemplo, su dureza será 6, como la de la ortosa. Los dos primeros números corresponden a los minerales que Werner llamaba muy blandos, los números 3 y 4 a los blandos, el 5 y el 6 a los semiduros, y los cuatro restantes a los duros. Una de las ventajas de la escala me Mohs consiste en que, en realidad, en ella se establecen diecinueve grados de dureza, por haber un grado intermedio entre cada dos números consecutivos; por ejemplo, de la casiterita o mena de estaño, que raya la ortosa y es rayada por el cuarzo, se dice que su dureza es 6,5. Y todavía cabe admitir un grado inferior de 1, ó sea 0,5, pues hoy se conocen algunos minerales, como la molibdenita, más blandos que el talco. Yendo al extremo opuesto, si bien es cierto que el diamante es el mineral más duro conocido, no es exacto que sea el más duro de todos los cuerpos, como todavía se dice en algunos libros. El produce hoy, artificialmente, materiales más duros que el diamante, como el carborundo o carburo de silicio.
Es curioso que la naturaleza de un mineral no sea siempre uniforme; los hay que son más duros por unos lados que por otros, o cuya dureza varía según el sentido en que se trate de rayarlos, por lo general, si están cristalizados, de acuerdo con la dirección de sus ejes. Es muy posible que ello relacione con la exfoliación, y tal vez esa falta de uniformidad exista en todos lo minerales exofoliables, aunque en muchos casos no podamos apreciarla con los medios de que disponemos. En la cianita, mineral de alúmina de color azul, muy abundante se sierra nevada y otros lugares de España, la diferencia es tan notable, que al b rayarla en una determinada dirección sólo ofrece la dureza del apatito, mientras que en otra dirección sólo ofrece la dureza del apatito, mientras que en otra dirección es tan dura como cuarzo.
No hay que confundir la dureza con la tenacidad, que es la resistencia a toda clase de golpes. Mucha gente cree que cuando más duro es el mineral tanto más difícil es romperlo, cuando en realidad ocurre casi siempre lo contrario. En algunos autores antiguos se lee que, si se pone un diamante sobre un yunque y se golpea con un martillo, antes que romperse se incrusta en el acero. Si el autor posee alguna de esas valiosas piedras, conviene que no haga la prueba. El diamante es sumamente frágil, como lo son la mayoría de los minerales muy duros, algunos que no tienen esta última cualidad son también frágiles, y a veces se manifiesta en ellos la fragilidad de un modo muy curioso, como ocurre en la blenda, que salta en partículas si se hace presión sobre ella con un cortaplumas o un punzón. Cuando ofrecen esta particularidad se dice de los minerales que son agrios. También hay muchos minerales que, aun cuando son poco tenaces, no son frágiles; unos, al golpearlos, se extienden en láminas, denominándose maleables; otros se estiran fácilmente en forma de hilos, en cuyo caso se designan como dúctiles. Como ejemplo de un mineral bien conocido dúctil y maleable basta recordar el oro.
Por lo que se refiere al peso, en general se puede afirmar que los metales,, o los minerales que contienen metales, son más pesados que los minerales pétreos, o no metálicos. Pero ante todo hay que tener presente que los minerales no se pesan como si fuera patatas o fardos de lana. Cuando un mineralogista nos dice que el platino pesa 21, no quiere decir que su peso de 21 kilos, o de 21 gramos, pues para ello habrían tenido que empezar por indicar el volumen del trozo de platino puesto en la balanza. Lo que en realidad se expresa es el peso específico, es decir, la proporción entre el peso del mineral y el peso del agua destilada, en igualdad de volumen, de manera que aquella cifra significa que el platino pesa veintiuna veces lo que el agua destilada, comparando volúmenes iguales. Los mineralogistas miden dicha proporción por medio de balanzas especiales o de otros ingeniosos aparatos, basados generalmente en el bien conocido principio de Arquímedes. La inmensa mayoría de los minerales, si se pasan primero fuera del agua y después dentro de ella, en el segundo caso pesaran bastante menos. La diferencia entre ambas pesadas, en virtud de dicho principio, nos dice exactamente cuál es el peso de un volumen de agua igual al suyo, y bastará dividir su peso en el aire por dicha diferencia para conocer su peso específico, que es el cociente de esta división. Así, si un trozo de niquelita, o mineral de níquel, de 2 kilos y cuarto, se pesa dentro del agua destilada, no arrojará más que 1.950 gramos, lo que significa que desplaza un volumen de agua que pesa 300 gramos, y dividiendo 2250 por 300 obtendremos la cifra de 7.5, que es el peso específico de la niquelita; o lo que es lo mismo, en igualdad de volumen, este mineral pesa siete veces y media lo que el agua destilada.
Digo que esa diferencia de peso dentro del agua y fuera de ella se observa en la mayoría de los casos porque hay unos pocos minerales, extraordinariamente livianos, en los que dicha diferencia es apenas sensible, o no existe. El ámbar, por ejemplo, tiene un proceso específico casi igual al del agua destilada, por lo que, si bien se hunde en el agua dulce, flota en el mar. También es muy ligera la sepiolita, en otro tiempo tan usada para hacer pipas, bajo el nombre de espuma de mar; su peso específico es 2, pero puede descender a 1,2 en algunos pozos ligeramente porosos y flotar en ciertas aguas, lo que justifica el nombre de "piedra loca" que se le da en algunas partes.
Los metales nativos son, por lo general, como ya he dicho, muy pesados. Todo aquel que haya leído algo sobre los buscadores de oro sabe que en eso se funda el procedimiento empleado por éstos para separar el valioso metal de las arenas auríferas, echando éstas en agua para que el oro se vaya al fondo. El único metal líquido, el mercurio, es uno de los más pesados, aunque no lo es tanto como el oro, que a su vez pesa menos que el platino, cuando éste es puro y ha sido forjado. En la naturaleza el platino está casi siempre purificado por el hierro o algunos metales raros, como el iridio y el osmio. Este último también se encuentra muy raras veces puro, en forma de minúsculos granitos blancos, y es entonces el más pesado de los metales; su peso específico pasa nada menos que de veintidós veces y media el del agua destilada.
6- EL COLOR, EL BRILLO Y LA TRANSPARENCIA
Lo que más llama la atención de la gente en los minerales, como es lógico, son aquellos caracteres que "entran por los ojos". Un metal o una piedra preciosa alcanzará tanto mayor precio cuanto menos abundante sea, pero la estimación en que lo tenga el vulgo dependerá sobre todo de color, de su brillo o de su transparencia, o mejor aun, de estas tres cualidades reunidas. Quítesele a una esmeralda su bello color verde y no será mas que un berilio, o a la amatista su coloración violeta y se convierte en un vulgar pedazo de cristal de roca. Las piedras que, como las gemas mencionadas, son simples variedades de minerales normalmente menos vistosos, deben sus lindos colores a substancias extrañas; lo tienen, por así decirlos, prestados. Con razón se las conoce como minerales alocromáticos, esto es, con colores ajenos. La esmeralda, por ejemplo, es un berilo teñido de verde por una pequeña adición de cromo; el corindón, que es un óxido alumínico incoloro, mediante una ligera impureza de cromo, o de hierro o titanio, pasa a ser respectivamente rubí o zafiro, las dos piedras preciosas más estimadas después del diamante y la esmeralda. La ciencia, utilizando medios analíticos cada vez más sensibles, va descubriendo las substancias que colorean los minerales alocromáticos. Así la amatista tiene color violeta debido a trazas de manganeso y la fluorina es verde a causa de pequeñísimas cantidades de hierro y manganeso que contiene.
Por regla general los colore prestados, o accidentales, como también se dice, se encuentran en los minerales transparentes, o cuando menos traslúcidos. Los metales, los minerales metálicos y aquellos que, sin ser metálicos, son opacos, en la mayoría de los casos tienen color propio, y de ellos se dice que son idiocromáticos. El amarillo del oro, el gris de la galena, el rojo de la cuprita son colores propios, como lo son también el rojo del cinabrio, el verde de la malaquita, el amarillo pálido del azufre o el pardo obscuro de la limonita. Una diferencia bastante general entre los minerales alocromáticos, y que en muchos casos puede recibir para reconocer s son lo uno o lo otro, consiste en que, reducidos a polvo muy fino, los primeros son blancos o blancuzcos, mientras que los segundos conserva su color o presentan otro color diferente. Generalmente esta diferencia se aprecia mediante lo que se llama "la raya" , es decir, frotando un borde de mineral sobre un trozo de esponja de porcelana, o sea la porcelana blanca y áspera. Los minerales con colores accidentales no dejan huella coloreada ninguna, o a lo sumo producen una ligera marca blanquecina, mientras que los idiocromáticos dejan una raya, muchas veces de un color totalmente distinto del que ellos presentan. La limonita por ejemplo, no deja una raya parda, sino amarilla; la piritas, así de hierro como de cobre, son amarillas y dejan una raya verde; el oligisto, que es negro, tiene la raya roja, y del mismo color son la raya y el polvo de la variedad parda, la hematites, que cuando se encuentra en forma terrosa constituye el ocre rojo, muy empleados en pintura antes de conocerse los colorantes sintéticos. El oro la plata, la antimonita, el grafitos y otros muchos minerales dejan raya de su color, o muy parecida a él.
No deben confundirse los colores ajenos de los minerales alocromáticos con los que, al contacto con la atmósfera, toman algunos de los que poseen color propio. Todo el mundo conoce el blanco característico de la plata, pero en el mineral nativo sólo se le observa si se corta, pues al exterior toma aquél una pátina negruzca o amarillenta debida a la formación de sulfuro argéntico. Del mismo modo, el cobre, expuesto a la acción atmosférica, cambia su hermoso rojo en verde o en pardo rojizo, por carbonatación u oxidación.
Algunas veces los colores de los minerales no son uniformes; ya hemos hablado de las capas concéntricas de variadas tonalidades propias de las ágatas y los ónices. También hay minerales que tiene un aspecto irisado o tornasolado, como con frecuencia se observa en la limonita y en la calcopirita o pirita de cobre. Otro mineral cuprífero, la bornita, por la acción atmosférica adquiere igualmente bellas irisaciones que le han valido los nombres vulgares de cobre abigarrado, cuello de pichón o pechuga de paloma, los dos últimos alusivos a sus matices cambiantes, azules y purpúreos. Este hermoso efecto no sólo se debe a la diversidad de tonos, sino también a que dichos minerales presentan un brillo igual al que es característico del oro, la plata, y otros metales nobles, y que por eso mismo se conoce como brillo metálico. Existen otros tipos de brillo o lustre, que por comparación se denominan diamantino, vítreo, céreo, sedoso, etcétera, calificándose de mate el mineral que carece de brillo en absoluto, lo que en realidad ocurre pocas veces.
Una de las mil curiosidades relativas al color de los minerales es que nos ofrece el crisoberilio, piedra que, sin ser exactamente lo que llamamos preciosa, tiene bastante valor en joyería; a la luz solar es verde, mientras que bajo la iluminación artificial aparece rojo. Otros minerales presentan distinto color cuando se los mira por transparencia, como ocurre con algunas fluoritas, que vistas al trasluz son francamente verdes, y miradas directamente aparecen tirando más bien a violadas. Y esto no sólo ocurre con aquellos que son transparentes, sino también con algunos traslúcidos u opacos, siempre que se los reduzca a láminas muy delgadas. El oro preparado en "panes" que usan los doradores, por ejemplo, mirado a trasluz resulta verde.
En mineralogía, para decir que un cuerpo es transparente es preciso que, aun en capas gruesas, permita ver a su través las cosas o leer un escrito. Si un mineral deja pasar la luz, pero no permite distinguir los objetos o las letras a su través, se considera como traslúcido, y se llama opaco si impide el paso de la luz. Naturalmente, estos últimos, reducidos a láminas sumamente finas, pasan a ser traslúcidos y hasta transparentes. La variedad de calcedonia que comúnmente conocemos como sílex o pedernal es opaca, pero tiene los bordes traslúcidos, por ser generalmente muy delgados.
La transparencia va muchas veces acompañada de otras propiedades interesantes; un gran número de minerales transparentes presentan lo que se llama doble refracción, propiedad que consiste en poder ver a través de sus cristales los objetos o las letras duplicados. Hay minerales en este fenómeno óptico está muy marcado, siendo notable en este sentido el aparato de Islandia, o calcita transparente; pero en otros solamente se puede observar por medio de aparatos especiales. En uno u otro caso, los que gozan de esta doble refracción se conocen como birrefringentes; los minerales amorfos y los que cristalizan en el sistema regular no la tienen nunca, es decir, carecen de esa especie de doble transparencia, por lo que se denominan monorrefringentes.
Como se comprenderá, sabiendo esto, la propiedad en cuestión está relacionada con la estructura cristalina de los minerales, lo mismo que ocurre con otro fenómeno de transparencia relacionado con el color de los mismos y que se designa con el nombre de policroísmo. Casi todos los minerales birrefringentes coloreados, al mirarlos a trasluz ofrecen un color diferente según como se hallen orientados sus ejes; la turmalina, que cristaliza en el sistema trigonal, si se mira al trasluz en una lámina tallada paralelamente a su eje ternario, aparece de un color pardo obscuro, que puede tirar a verde o a azul, mientras que si la lámina ha sido cortada perpendicularmente a dicho eje, el color será verde claro o amarillo verdoso. Algunas micas ofrecen la misma propiedad, y también hay esmeraldas. Que según como se las ponga al trasluz, se ven de un matiz verde pálido o de verde azulado obscuro. Llámase a estos minerales dicroicos, denominándose tricoicos a los que ofrecen hasta tres colores distintos, como ocurre con un silicato llamado cordierita, que mirado por transparencia resulta azul obscuro en una dirección, azul claro en otra y amarillo en otra.
7- MAS PROPIEDADES NOTABLES DE LOS MINERALES
Aparte de los diversos caracteres perceptibles a simple vista, poseen los minerales otros muchos, no menos interesantes, que sólo se ponen de manifiesto mediante la acción de fuerzas extrañas. Uno de ellos es la fosforescencia, o propiedad de emitir luz en la obscuridad la variedad de fluorita llamado fósforo de Bolonia y la del apatito conocida como fosforita, deben sus nombres justamente a la circunstancia de que, sometidas al calor, producen un resplandor bastante visible, azul el de la primera y verdoso el de la segunda. La luminosidad de la fosforita, si se la calienta a 51 grados o más, puede persistir más de una hora. En la obscuridad, los rubíes y zafiros fosforecen bajo la acción de una corriente eléctrica; el cuarzo produce destellos de luz si se frotan con cierta fuerza un trozo contra otro; la mica, si está bien seca, los da por simple exfoliación, y en algunas blendas se puede obtener el mismo resultado con sólo rozarlas con las barbas de una pluma de ave. El diamante, si ha sido expuesto directamente a los rayos del sol durante algún rato, llevado a in lugar obscuro emite una claridad ligeramente azulada.
También por calentamiento, por frotación o por mera presión se puede hacer que muchos minerales se carguen de electricidad. Los antiguos conocían ya este fenómeno y sabían que si se frotaba un trozo de ámbar con un paño o una piel adquiría la virtud de atraer las cosas livianas, tales como plumitas o pedacitos de papel o de medula de saúco. Precisamente por eso, del nombre griego del ámbar, elektron, se sacó la palabra electricidad. Otros minerales, como el azufre y el cuarzo, se electrifican igualmente de este modo; el yeso, fluorita y otros, se cargan de electricidad calentándolos, y hay algunos, como el espato calizo y el aragonito, en que se manifiesta la misma propiedad sin más que apretarlos con los dedos. Le electricidad obtenida por elevación artificial de la temperatura se conoce como piroelectricidad, y la que se consigue por presión, ya sea con los dedos o mediante dispositivos especiales, se denomina piezoelectricidad.
El cristal de roca es sumamente piezoeléctrico si se le somete a cierto grado de presión; cortando de este mineral láminas muy delgadas en ciertas direcciones, relacionadas con su simetría, éstas se cargan por una cara de electricidad negativa, y si se somete dichas láminas a una corriente eléctrica alterna, se observa que vibran, dilatándose y contrayéndose sucesivamente. La frecuencia de la vibración depende de la dirección en que ha sido tallada la lámina y sus proporciones, de manera que es constante para una lámina determinada. A esta propiedad se debe el uso que la láminas de cristal de roca se hace en radiotécnica, tanto para que sea constante la longitud de onda emitida, como para recibir radiaciones de una determinada longitud de onda. En la última guerra mundial, donde las unidades mecanizadas, así terrestres como aéreas, se comunicaban por radio con las bases de operaciones y entre ellas mismas, se utilizaron con este fin millones y millones de esas laminillas de cuarzo, tan delicadamente talladas que el simple roce con los dedos podía alterar su radio frecuencia. Basta tener en cuenta que para cada aeroplano y para cada tanque se necesitaban algunos centenares de ellas, para formarse una idea de la cantidad de mineral que esto representaba.
El antimonio y el bismuto poseen la propiedad de que, puestos en mutuo contacto y calentado el punto de unión, se establece entre ellos una corriente eléctrica, que durante el enfriamiento cambia de sentido. Este fenómeno, en el que se basan las pilas termoeléctricas, se observa igualmente en la pirita, con la particularidad de que en el mismo mineral hay cristales positivos y negativos, y aun existen algunos que, en relación con la dirección de las aristas, tienen una parte con una clase de electricidad y otra parte con la clase contraria.
El descubrimiento más trascendental del último decenio del siglo pasado, descubrimiento que inmortalizó los nombres de Becquerel y de madame Curie, fue sin duda alguna el de la radiactividad, propiedad de que gozan la uraninita o pechblenda y unos pocos minerales más, de emitir radiaciones capaces de producir fenómenos tan curiosos como la conversación del aire en buen conductor de la electricidad y la impresión de placas fotográficas a través de cuerpos opacos. Dicha propiedad se debe a la presencia en esos minerales, conocidos por tal razón como "radioactivos", de algunos de los elementos llamados radio, actinio y polonio, en cantidades muy reducidas. Si todavía hoy, después de medio siglo de conocerlos, nos asombran la radiactividad y los fenómenos que con ella se relacionan, no es sino porque durante muchos siglos permanecieron ignorados; en época ya remota, sin embargo, no debió parecerles a los hombres menos extraordinaria la propiedad, hoy para todos familiar, que algunos minerales tienen de poner en movimiento la aguja imantada cuando se les acerca a ella. El magnetismo, que así se denomina esta virtud, puede ser simple, que es cuando la atracción se realiza por igual sobre ambos polos del imán, o polar, si hay atracción de uno y repulsión del otro. Son magnéticos del tipo simple los minerales que contienen hierro, así como el platino cuando está impurificado por este metal, como generalmente ocurre, y también algunos de los minerales de níquel y de cobalto, pero el magnetismo polar se halla solamente en algunos ejemplares de magnetita, óxido de hierro conocido también, por este motivo, como hierro magnético o piedra imán.
Los minerales y las rocas que contienen hierro se hacen notablemente magnéticos si se los somete a un electroimán, procedimiento que se utiliza justamente para reconocer la presencia de dicho metal. Del mismo modo, hay sencillos procedimientos para reconocer otros minerales poniendo en evidencia alguno de sus caracteres. Tal ocurre con aquellos en que se puede descubrir un olor peculiar. El ámbar, por ejemplo, despide un aroma característico, bastante agradable, cuando se quema; las arcillas huelen a tierra húmeda si se les echa aliento, y otros cuerpos exhalan sus olores propios si se los frota o se los pulveriza, según vemos en las calizas fétidas, que huelen a huevos podridos, o en la pirita y en la caliza bituminosa, que también dan mal olor, o en los minerales que llevan arsénico, que lo dan a ajos, o en los que contienen azufre, en fin, cuyo olor a pajuela es bien conocido.
Cuando se trata de minerales fácilmente solubles en el agua, es a veces posible reconocerlos por el sabor, que se pone de manifiesto al tocarlos con la lengua húmeda. Nadie ignora el sabor de sal común, que por ser tan característico calificados de "salado", y también son bastante conocidos el sabor amargo de la epsomita o sal de La Higuera, el salado fresco del salitre y el metálico astringente, parecido al de la tinta, de la alunita o piedra de alumbre.
También tacto puede servir para identificar algunos minerales. Los hay que son ásperos y los hay suaves, y entre los segundos existen algunos, como la serpentina, el grafito y el talco, que son más o menos untuosos, produciendo en los dedos una impresión similar a la del jabón. Si la prueba táctil se hace con la punta de la lengua, en ciertos minerales muy ávidos por la humedad, tales como la espuma de mar y la arcilla, se observa en seguida un tendencia a la adherencia o apegamiento.
Hemos aludido a los minerales que se disuelven en el agua, y hay que agregar que los que en este caso se hallan son relativamente pocos. La mayor parte de ellos, y sobre todo los metálico, solamente se pueden disolver tratándolos con diversos ácidos. El oro y el platino son únicamente solubles en agua regia, que es una mezcla de los ácidos nítrico y clorhídrico. En ellos se basa al conocido procedimiento usado por los joyeros para juzgar el valor de las alhajas y monedas de oro por medio de la "piedra de toque". Esta consiste simplemente en un trozo de cierta variedad de cuarzo, llamada lidita o jaspe de Egipto, sobre el cual se deja, por frotación con el objeto de oro, una ligera huella, que es inmediatamente tratada por el reactivo. Con esto basta para que la experiencia del joyero le permita reconocer con bastante aproximación la mayor o menor pureza del metal.
Aparte de las curiosas propiedades que muchas veces se manifiestan en ellos mediante la elevación de la temperatura, el comportamiento de los minerales ante está varía muchísimo, sobre todo en cuanto a su fusibilidad. Por regla general, los que no son metálicos se funden muy difícilmente, y algunos solamente lo hacen si se agrega otro mineral, que recibe por esto el nombre de fúndente. La fluorita, por ejemplo, se funde fácilmente si es acompañada por el yeso. Los minerales metálicos y los metales nativos son casi siempre más fusibles, si bien hay excepciones, como el oro, que sólo se funde a los 1063°C, o el platino, que lo hace a los 1765°C. Así como han establecido una escala de fusibilidad, que va desde la antimonita, fusible a la llama de una bujía, hasta el cuarzo, que no se funde ni aun con el soplete. Claro está que no se incluyen en dicha escala aquellos minerales que se hallan en estado líquido a la temperatura ordinaria, como el mercurio o el petróleo, y también hay que advertir que el punto de fusión más elevado que en ella se establece no responde enteramente a la realidad. El cuarzo, en efecto, puede fundirse a los 1775°C, lo que está bastante por debajo de la temperatura a que se funde el iridio.
Con los minerales metálicos, pulverizados y mezclados con un poco de carbonato de sódico, se pueden hacer muy interesantes experimentos aplicándoles el calor de una llama activa con un soplete. El polvo mineral debe colocarse sobre un trozo de carbón, en el que se haya hecho con el cortaplumas una pequeña cavidad a propósito para el caso. Por lo general, al fundirse, el mineral de un gránulo o botoncillo, que en el caso de la galena será plomo, gris brillante y maleable, y en el de los minerales de cobre será rojo o negro. Cuando se opera con un mineral rico en hierro quedan partículas irregulares, magnéticas. A veces se forma alrededor de la foseta del carbón una aureola, que en los minerales de plomo es amarillenta y en los de bismuto anaranjada, aunque al enfriarse se convierte en amarilla de limón. Los minerales de arsénico y antimonio producen una aureola, blanca, pero no dejan gránulo metálico. Muchos de dichos minerales, si su polvo, humedecido y mezclado de bórax, se toma con el extremo de un hilo de platino doblado en forma de pequeño aro, al ser sometidos al calor de la llama forman una linda perla de color, variando éste según la parte de la llama con que se opere. En la llama se pueden distinguir claramente dos zonas, una interna, muy luminosa, que es la zona reductora y otra periférica, menos brillante y más transparente, la zona oxidante. Al avivar la llama con el soplete, en forma de dardo, es fácil llevar la gota de polvo metálico a la zona que se desee. Si el mineral es ferrífero, se obtendrá con la zona reductora una perla verde, y con la zona oxidante una perla amarilla que al enfriarse se convierte en blanca. Los minerales de cobalto dan en todos los casos una perla azul; los de cobre la dan incolora o roja si se emplea la parte reductora, y verde si se emplea la oxidante, y los de níquel la producen gris en el primer caso y parda en el segundo.
El arte de la pirotecnia, de obligada intervención en todos los festejos populares, se basa en gran parte en la propiedad de muchos minerales tienen de colorear vivamente la llama, sea por sí solos o después de haber sido tratados por el ácido clorhídrico. La sal, y en general los minerales de sodio, dan al fuego un color amarillo; los de potasio lo tiñen de violeta, de naranja los de calcio, de rojo los de estroncio, etc.
Y no paran aquí los efectos curiosos que en los minerales produce la acción del fuego. Todo el mundo sabe que si se echa sal en las ascuas, decrépita, es decir, salta en pedazos ruidosamente. El mismo fenómeno ocurre con la galena y con la cerusita. Otros minerales dan vapores densos, y el cinabrio, si se calienta en un tubo de vidrio, los desprende de mercurio, que se condensa formando gotitas metálicas.
8- LAS DIVERSAS CLASES DE ROCAS
En la corteza terrestre, según ya vimos, los minerales se hallan por lo general formando grandes masas, en la mayoría de los casos de naturaleza heterogénea, que se designan con el nombre de rocas. Cuando una roca está formada por un solo mineral, como ocurre a veces con el yeso, dícese que es una roca simple, calificándosela, en cambio, de compuesta si consiste en una agrupación de varios minerales distintos, como en el caso del granito. Todos los litólogos, o petrógrafos, que de ambos modos se llama a quienes se consagran al estudio de las rocas, parecen estar acordes en hacer de ellas, ante todo, sean simples o compuestas, una clasificación basada en su origen o manera de formarse, y así las distribuyen en tres grupos: rocas eruptivas, rocas sedimentarias y rocas metamórficas.
Que también se denominan ígneas, deben su origen a la solidificación del magma, o sea de los materiales que se hallaban en fusión bajo la corteza terrestre, o que, sometidos a la vez a una enorme presión y a una temperatura elevadísima, tuvieron la plasticidad suficiente para construir minerales cristalinos. Su estructura varía según la mayor o menor rapidez del proceso solidificador. Si el magma se solidificó muy lentamente, los elementos de que se componía tuvieron tiempo de agruparse cristalizando, pues ya vimos que la cristalización exige cierta calma en el cambio de estado físico; y, en efecto, examinada la roca al microscopio se ve que está formada por cristales. Dícese entonces que su estructura es granitoide, por ser el granito la más conocida de las rocas así originadas. Si la solidificación del magma fue algo más rápida, de manera que sólo se formaron algunos cristales, que al microscopio aparecen maclados con una masa amorfa, la estructura se llama porfiroide, y si la solidificación fue tan rápida que no se llegaron a formar cristales y toda la roca es una masa amorfa solamente, resulta la estructura vítrea o vitrosa.
Hay dos clases de rocas eruptivas: las rocas magmáticas o profundas, también llamadas intrusivas, y las volcánicas, piroclásticas o efusivas. Las primeras se formaron se formaron a gran profundidad, esto es, se solidificaron bajo la superficie del Globo, y de ahí que en muchos tratados de geología se les de el nombre de las rocas plutónicas, como homenaje a Plutón, el Dios de los infiernos que las antiguas tradiciones suponían situados bajo tierra. No olvidemos que "infierno" significa justamente eso, lo más inferior, lo que esta más abajo. Todo esto, sin embargo, no quiere decir que se encuentren rocas plutónicas sobre la superficie del suelo, antes bien son en ella muy frecuentes, y a veces forman grandes montañas de muchos kilómetros de extensión; pero cuando esto ocurre es porque dichas rocas, a consecuencia de fenómenos geológicos posteriores a su solidificación, han surgido sobre el terreno que antes la cubría, o porque este terreno ha sido destruido por la acción de la aguas o los vientos, dejando la roca magmatica al descubierto. Suelen estas rocas constituir extensas masas que los geólogos llaman batolitos, pero hay otras que se presentan como "rocas en vena", rellenando las fisuras y oquedades de la corteza terrestre, ya sea en forma de filones o lentejones o lacolitos, o va a manera de tabiques verticales, conocidos como diques.
La roca magmática más común es el granito, que forma buena parte de las montañas del hemisferio norte, entre ellas muchas de las de España. Es una asociación de feldespatos ortosa y ojuelas de mica con pequeñísimos granos cristalinos de cuarzo, a la que con frecuencia se añaden otros elementos tales como magnetita, oligisto, granate, turmalina y algunas veces hasta minerales radioactivos de uranio o de torio. Según la proporción o la forma en que se hallan los tres componentes básicos, y de acuerdo también con la presencia de tales o cuales minerales accesorios, distinguense numerosas variedades de granito pudiendo incluirse entre ella la pegamatita, que se suele encontrar formando diques, y que se distingue por sus grandes cristales de cuarzo que las secciones de las roca aparecen como signos cuneiformes, a modo de los caracteres del antiguo alfabeto asirio. Los granitos conumes son de color grisáceo o ligeramente rosado, no pocas veces mosqueado por ojuelas de mica negra. El paisaje de montaña en que predomina esta roca se reconoce fácilmente por sus contornos suavemente redondeados, sin ásperos riscos ni abruptas barrancas, y en el frecuentes los amontonamientos de enormes canchos o berruecos, también más o menos redondeados a los que se debe el nombre de piedra verroqueña con que vulgarmente es conocido el granito. Acumulación de la manera más caprichosa presentanse a veces estos enormes peñascos montados unos sobre otros en absurdas posiciones de equilibrio, que les valen entre el vulgo el nombre de "piedras caballeras" y otros no menos gráficos, contra lo que generalmente se cree, tales agrupaciones no siempre son el resultado de derrumbamientos, sino que más bien han sido talladas por la naturaleza en el lugar mismo en que se encuentran. Los agentes de erosión las lluvias, los vientos y los bruscos cambios de temperatura, han sido en el transcurso de los siglos atacando y descomponiendo lentamente la roca produciendo en ella grietas redondeando y puliendo luego los bordes de esta, y transformando al fin en peñascos distintos, superpuestos o adyacentes, lo que primitivamente fue una enorme mole única. La descomposición afecta primero al feldespato, que va contribuir a la formación de arcillas, y después al cuarzo y a la mica que al disgregarse se convierten en arena, siendo estos materiales arrastrados por las lluvias lejos de su lugar de origen.
No se crea por eso que el granito es una roca blanda; por el contrario en proverbial su dureza, que debe al cuarzo y al feldespato, y tiene también extraordinaria resistencia a la presión. Cada centímetro cuadrado de superficie del granito puede soportar el peso de una tonelada y tonelada y media, aun de tres toneladas en ciertas variedades. Estas cualidades lo hacen muy adecuado para utilizarlo como material de construcción y de pavimentación. Con el se hace sillares, losas y adoquines, y en las regiones donde abundan los cantos sin labrar proporcionan excelente material para edificar los muros de las casas aldeas y construir sólidos cercos. Su solidez y su gran duración unidas a la circunstancia de formar con frecuencia moles gigantes, hace que también se muy empleado para monumentos de gran tamaño: algunos obelisco egipcios, como el de heliopolis, cerca de El Cairo, que tiene 20 metros de altura o el de Luksor, actualmente en París que mide casi 24 metros, son monolitos graníticos.
En arquitectura se emplea también mucho sobre todo como piedra decorativa, la sienita o granito de siena, roca magnética que se diferencia del granito por no tener cuarzo, lo que la hace más blanda. Aunque su nombre se refiere a siena, el Egipto y no a la ciudad italiana de igual denominación, no solamente se encuentra en valle del Nilo, sino también en otras muchas partes del Globo. Una de las variedades más estimadas viene de Noruega, sobre todo de la zona Laurwik, por lo que se conoce con el nombre de laurviquita. También son rocas plutónicas o intrusivas las dioritas y los gabros, que tienen parecidos usos y que se diferencian de los granitos y las sienitas por que en su composición, en vez de la ortosa, que es un feldespato aluminico-potasico, entre feldespatos de sodio y de calcio.
Las rocas volcánicas , como ya lo expresa su mismo nombre, son aquellos que han salido a la superficie de la tierra en estado de fusión, por aberturas naturales, como son los cráteres de los volcanes, formando mantos y corrientes de lava, y enfriándose y solidificándose al exterior. Así como las rocas magmáticas, que se han hecho sólidas dentro de la corteza terrestre, aparecen hoy con mucha frecuencia en la superficie, las volcánicas, que se formaron superficialmente en contacto con la atmósfera, han quedado algunas veces cubiertas por terrenos formados posteriormente. En términos generales, las que se encuentran en este caso se denominan rocas efusivas antiguas, en tanto las que se presentan superficialmente y pueden atribuirse a erupciones más o menos comprobadas reciben el nombre de efusivas modernas. Entre las primeras figuras los pórfidos, que presentan la estructura llamada porfiroide, con cristales destacándose en una masa amorfa, debiéndose distinguir los pórfidos cuarziferos de composición parecida al del granito, de los no cuarziferos y porfiritas, como el pórfido rojo antiguo, o de Egipto, y el pórfido verde antiguo, uno y otro llamado así por la coloración de su parte amorfa, que desde lejanos tiempos han hecho que sean muy buscados como materiales de ornamentación arquitectónica y para tallar vasos y otros objetos de cerámica.
Las rocas volcánicas modernas pueden clasificarse en traquitas y basaltos, las primeras relacionadas por su composición son sienita, mientras los segundos recuerdan mas bien los gabros. Las traquitas son rocas de estructura garnitiode, porfiriode o vítrea, pero siempre están caracterizadas por su superficie áspera y porosa; los terrenos en que predomina esta clase de rocas suelen ser muy áridos lo que hacen que se les conozca "malpaises", pero eso no obsta para que algunas tarquinas como las de Jumilla, en la provincia de morcilla, se utilizan para obtener abonos por contener apatito que, tratado por el ácido sulfúrico da superfosfatos. Los basaltos se diferencian a simple viste de las traquitas, no solamente por ser más compactos y por su coloración más obscura, a veces casi negra, sino también por formar paredones y cúpulas de un aspecto peculiar como de interminables columnatas o gigantescos tubos de órgano lo que se debe a la contracción por enfriamiento en forma de perimas paralelos de la lava que constituyo la roca. La gruta de Fingal en Escocia, la "calzada de los gigantes", en Irlanda, o el enorme peñasco en que sé hacienta Castellfullit, en la provincia de Gerona son ejemplos bien conocidos de formaciones basálticas. Parecidas a las traquitas, aunque por su composición corresponden a las rocas plutónicas del tipo diorita, son andecitas, resultantes de erupciones ocurridas a partir de los tiempos terciarios y que se forman todavía hoy. Aunque de distribución universal las andecitas de acuerdo a su nombre, son especialmente frecuentes en América. Parece que las emisiones de lava que las producen se caracterizan por su volumen y violencia la famosa erupción del Krakatoa y la más reciente y no menos terrible del pele, en la Martinica, fueron de lava andicifica.
Entre las rocas volcánicas modernas se incluyen las riolitas o vidrios volcánicos, mereciendo mencionarse por su importancia y frecuencia la obsidiana y la piedra pómez. La obsidiana es de estructura francamente vítrea de color negro o verde obscuro, muy dura, con fractura concoidea y astillable en trozos de bordes muy cortantes, por lo que algunos pueblos salvajes la usan para hacer cuchillos y destrabes. El "macahuitl" de los guerreros aztecas era una espada de madera con los bordes guarnecidos de pedazos de obsidiana que ocasionaban terribles heridas, muy difíciles de curar. En cuanto a la piedra pómez, es bien conocida por ser artículo comercial de variados usos domésticos, obteniéndose la mayor parte de ella en las islas volcánicas del sur de Italia. Su estructura porosa, que permita al aire llenar sus innumerables y pequeñas cavidades, la hace muy liviana; tan es así, que en algunas partes de América Central la usan los naturales como flotador para sus artes de pesca. Pulverizada, se emplea para pulimentar la madera, el marfil y el cuero.
Al contrario de las eruptivas, se han formado en frío, estando por lo general compuestas de materiales que, llevados por el agua o por el viento se han sedimentado o depositado, como ocurre con el ciento tras una crecida o con la tierra después de un huracán, constituyendo capas o estratos, a lo que se debe que también se las denomine rocas estratificadas. Ya hemos visto las rocas de origen ígneo, aun las más duras bajo la acción de las lluvias, los vientos y los bruscos cambios de temperatura pueden disgregarse lentamente y sin dificultar se comprende que sus fragmentos pueden a la vez disgregarse y hasta pulverizarse, siendo luego arrastrados por las aguas o transportados a larga distancias por el viento. En primer caso, que es el más común, acaban esos materiales pétreos, fragmentados o pulverizados por ser depositados por los torrentes y los ríos, ya en sus orillas, durante las crecidas ya en el fondo de los lagos y los mares a que van aquellos a parar. Creyose durante mucho que este era el origen de todas las rocas sedimentarias y de aquí que se las diera el nombre de neptunitas, por alusión a Neptuno Dios de las aguas; por que parece que a los antiguos geólogos le gustaba hacer gala de sus conocimientos mitológicos cuando se comprobó que también había estratos por la acción del viento, hubo que hablar igualmente como era lógico, de rocas eólicas. También puede ocurrir que el agua a su paso sobre cualquier clase de rocas resuelta ciertos elementos solubles de las mismas y los deposite más lejos, mediante la evaporación del líquido tal es por ejemplo el origen de los yacimientos de yeso.
De todo esto resulta la posibilidad de distinguir 2 tipos de rocas sedimentarias: las de origen mecánico denominadas clásticas o detriticas y de vidas a la disgregación de otras rocas y las de origen químico o de precipitación. Cave todavía agregar un tercer grupo, formado por las de origen organismo, o sea aquellas el que los materiales sedimentarios son restos de caparazones, esqueletos u otras partes de animales o de plantas, que han quedado en el fondo del agua y, al desaparecer esta, constituyen estratos todavía hoy cae constantemente al fondo del océano los esqueletos y caparazones calizos de innumerables animalillos microscópicos cuando estos de existir, formando capas de fango que, si el mar de desecase, serian verdaderas rocas.
Pueden las rocas sedimentarias de origen mecánico a verse derivado de diversas eruptiva, si bien las más comunes aparecen de la desintegración o desmenuzamiento del granito. De acuerdo con el grado de fragmentación se las clasifica en rocas psefiticas, si consisten en fragmentos relativamente gruesos; rocas psamíticas, cuando se trata de granos menudos, y rocas pelíticas, si el materialmente pulverizado. Hay que distinguir además entre aquellas cuyos elementos están sueltos, y las que no presentan sementados o clavados entre si por una masa procedente de la disolución de otros materiales en el agua. Así la roca psamítica de granos sueltos más conocido es la arena (psamítico quiere decir justamente arenoso, de psammos, el nombre griego de la arena); pero si la arena se presenta sementada constituye la arenisca. Del mismo modo , deben considerar es como roca psefitica suelta las grabas y los cantos mucho más gruesos que la arena, y conocidos como cantos rodados si han sido redondeados por la acción del agua y del viento; mas estos materiales, si se encuentran cementados, forman un conglomerado, recibiendo éste nombre particular de brecha cuando se compone de grabas angulosas y el de pudinga si está formado por cantos rodados.
Las rocas pelíticas más típicas son las arcillas, que en cierto modo podríamos considerar como cieno endurecido. Hay muchas variedades de arcillas, encontrándose rara vez puro el mineral así denominado, que es un silicato alumínico hidratado resultante de la alteración del feldespato y de la mica. En general, se reconocen por ser muy finas, ligeramente pastosas o untuosas al tacto, y caracterizadas por su apegamiento a la lengua, con olor a tierra mojada. Las hay que, mezcladas con agua, son muy fáciles de moldear, lo que las hace falta de gran aplicación en alfarería, y éstas son las madas arcillas plásticas, mientras que otras carecen de tal propiedad, pero en cambio tienen la de absorber las grasas, como la "tierra de bataneros", utilizada para limpiar lanas, y a éstas se las conoce como arcillas esmécticas. La roca formada por la mezcla de ambos tipos de arcilla y cierta proporción de sílice de denomina greda, mientras que las arcillas cargadas de caliza constituyen las margas utilizadas en la fabricación del cemento.
Las rocas sedimentarias de precipitación son siempre simples, esto es, formadas por un solo mineral, y se derivan en general de la disolución del sodio, el calcio y otros elementos contenidos en otras rocas. El yeso que es sulfato de calcio, y la sal común, que es el cloruro de sodio, se presentan con mucha frecuencia como rocas sedimentarias de esta clase.
En cuanto a las que son de origen orgánico, se las puede clasificar en calcáreas, siliceas y carbonosas. Las primeras comprenden la mayoría de las calizas, formadas por la acumulación de innumerables caparazones de protozoos marinos del grupo de los foraminíferos, o por los restos antiguos liperos o de valva de mosculos. Un ejemplo de ellas tenemos en la creta o tiza natural, en la que, con auxilio del microscopio, se pueden distinguir perfectamente estos restos orgánicos, y asimismo cabe recordar las grandes pirámides de Egipto, construidas con caliza numulítica, roca así llamada por estar constituida por caparazones de protozoos marinos del grupo de los foraminíferos, o por restos de antiguos poliperos o de valvas de moluscos. Un ejemplo de ellas tenemos en la creta o tiza natural, en la que, con auxilio del microscopio, se pueden distinguir perfectamente estos restos orgánicos, y asimismo cabe recordar las grandes pirámides de Egipto, construidas con caliza numulítica, roca así llamada por estar constituida por caparazones de foraminíferos de la familia de los numulítidos. Las rocas silíceas sedimentarias se han formado con las envolturas o caparazones de ciertas plantas microscópicas denominadas diatomeas, pero también hay de origen animal, compuesta de espículas de esponjas silíceas o de esqueletos de protozoos de los llamados radiolarios. El trípoli o harina de fósil que se emplea para pulimentar metales no es sino una especie de tierra compuesta de esqueletos. El trípoli de diatomeas, también llamado "kieselgur", tiene además una aplicación menos inocente; se le usa en la fabricación de la dinamita. Para que se tenga una idea de la importancia que los mencionados organismos microscópicos han tenido en la elaboración de rocas sedimentarias, basta decir que Berlín está constituido sobre una extensa capa de trípoli de más de 20 metros de espesor.
Las rocas sedimentarias carbonosas, en fin, son los carbones minerales, a los que ya se aludió anteriormente, y que resultan de la descomposición de vegetales bajo el agua, y por lo tanto, fuera del contacto con la atmósfera. En estas condiciones, los tejidos del vegetal van perdiendo muy lentamente todos sus elementos a excepción del carbono, que queda constituyendo una masa negra, compacta unas veces y otras fibrosas, a la que se da el nombre de hulla o carbón de piedra. En virtud de la misma lentitud de su descomposición los carbones minerales son tanto más pobres en carbono, en proporción a su masa, cuanto más reciente es el comienzo de su formación. La hulla propiamente dicha, también llamada hornaguera, que se formó a expensas de la vegetación que había en el mundo hace más de doscientos millones de años, contiene de un 80 a un 90 por ciento de carbono puro, pero hay un carbón mineral más antiguo, la antracita, en que la proporción es aproximadamente del 95 por ciento. También hay uno más moderno, el lignito, en que el carbono sólo representa alrededor del 70 por ciento de la masa total. Una variedad muy conocida del lignito es el azabache, que tanto se empleaba en otro tiempo para ornamentos y joyas de luto, y digo que se empleaba, por que el azabache que hoy usa la industria es generalmente artificial. Así como todavía hoy se están formando en el fondo de los mares rocas calizas y silíceas, también en muchas charcas, lagunas y llanuras pantanosas se inician en la actualidad estratos carbonosos mediante la continua descomposición de plantas en el fondo del agua. Naturalmente, estos depósitos son todavía muy pobres en carbono, pero eso no obsta para que proporcionen ya un combustible muy apreciado en algunos países, en Holanda, por ejemplo. La substancia así producida, cuya proporción de carbono apenas llega al 60 por ciento, es la turba, y dichos depósitos se conocen con el nombre de turberas.
Hay ciertas rocas sedimentarias que no pueden ser referidas con exactitud a ninguno de los tres grupos mencionados, presentando en cierto modo caracteres intermedios. Las margas antes citadas, por ejemplo, aunque fundamentalmente son arcillas, contienen una gran proporción de caliza derivada de restos de seres orgánicos. Otro tanto se puede decir del loes, tierra arcillosa de origen eólico relativamente moderno, que encierra concreciones granulares calizas, a las que en la Argentina, donde esta roca cubre extensas zonas, se da el nombre de "toscas". Entre estas rocas de dudosa clasificación podrían tal vez incluirse también las tobas, formadas por pequeños fragmentos de rocas eruptivas o por cenizas volcánicas, trabadas con arcilla o con otros materiales, así como las tobas calizas que se extienden a manera de costras a poca profundidad bajo el suelo, y que se deben a la evaporación de agua rica en sales de calcio que ha ascendido, por capilaridad, a través del terreno, desde capas más profundas.
El estudio de las rocas sedimentarias es de trascendental importancia, sobre todo por el hecho de que, como más adelante hemos de ver, al formarse han encerrado en su seno los restos de los animales y las plantas que murieron en la época de su formación, restos que reciben el nombre de fósiles y cuyo conocimiento nos ha revelado la historia de la vida sobre la Tierra y de la Tierra misma desde que hubo vida en ella. En el transcurso de las edades, las capas de rocas sedimentarias se han venido superponiendo; la que corresponde al fondo de un antiguo lago desecado, por ejemplo puede haber sido luego cubierta por ella que resultó de una creciente, y sobre ésta, a su ves, puede haberse depositado un nuevo estrato por la acción del viento. Así es como muchas veces en un corte natural o artificial del terreno, aparecen claramente visibles, unas sobre otras, las diversas capas que nos cuentan la historia geológica del mismo. El espesor de estas capas pueden variar enormemente, desde unos pocos milímetros hasta muchos metros, y por esta diferencia se pueden calcular la duración relativa de la sedimentación. Es de sentido común, en efecto, que cuanto más tiempo tardó una capa en formarse, tanto más gruesa resultó. El principio, se puede también afirmar que los estratos son tanto más antiguas cuanto más bajo se encuentran, pero es perfectamente posible que, a consecuencia de cualquier cataclismo, se halla invertido el verdadero orden. El efecto, teóricamente, los estratos deberían ser siempre horizontales y paralelos, pero los movimientos de la corteza terrestre trastornan su posición y la hacen más menos oblicua, y a veces hasta vertical; y hasta se dan con frecuencia casos en que una serie de capas sedimentarias se pliega sobre sí misma de tal manera que las antiguas pasan a la parte superior, y una perforación a través de todas ellas se encuentran varias veces una misma capa.
Cuando todas las capas superé puestas son paralelas, dícese que hay entre ellas concordancia, denominándose, en cambio, discordancia al caso en que se pueden distinguir dos series en direcciones distintas, una de ellas inclinada, por ejemplo, y la otra horizontal, lo que indica que la segunda serie de estratos se inició después del fenómeno geológico, fuera cual fuese, que altero la posición de la primera. Cuando los estratos aparecen inclinados uniformemente en una dirección, se consideran como formando un monoclinal; muchas veces, sin embargo; varían de dirección por estar plegados en arco o ángulo, constituyendo tan pronto una depresión o sinclinal, como una elevación o anticlinal. De las rocas sedimentarias que asoman en ella la superficie del suelo, se dice que afloran. Si todos los estratos fuesen horizontales, claro es que un terreno perfectamente llano nunca a floraría mas que el último que se hubiera formado, o sea el de encima de todos, pero a causa de su inclinación y de su plegamiento, y también de las desigualdades del terreno, es frecuente que en una misma localidad afloren varias capas, y cuando, por efecto de la erosión, el nivel del suelo corta horizontalmente un sinclinal o anticlinal, una misma capa puede aparecer en dos puntos más o menos apartados entre sí.
Muchas veces, las rocas sedimentarias han estado sujetas a movimientos que han fracturado violentamente los estratos de arriba abajo, dando origen a fallas, es decir, a bruscas diferencias de nivel en las mismas capas a uno y otro lado del plano de fractura. Este plano rara vez es normal al de los estratos, antes bien suele ser más o menos oblicuo, y entonces, si forma un ángulo obtuso con los estratos en el lado en que están más bajos, se dice que la falla es "normal", en tanto que se denomina falla "inversa" aquella en que dicho ángulo es agudo. Parece evidente que en una falla normal, las rocas sedimentarias se hundieron del lado en que se hallan más bajas, probablemente a causa de un movimiento de aplastamiento, y en cambio, en las fallas inversas tal vez se elevaron las capas en el lado en que aparecen más altas, a consecuencia de una fuerte presión lateral. Hay ocasiones en que se observan dos fallas seguidas y paralelas, o poco menos; si la parte de los estratos comprendida entre los dos planos de fractura está hundida con respecto al resto, se dice que hay una fosa tectónica, mientras que si se presenta levantada, se conoce como un pilar, o también como un horst. Las fallas, que pueden superar diferencias de nivel del muchos metros, no solo son visibles en un corte del terreno; a veces son perfectamente apreciables en la superficie, en forma de barrancas o escalones de gran altura. Las famosas cataratas Victoria, en el sur de Africa, no son otra cosa que un salto que da el río Zambeze sobre una gigantesca falla de las rocas sedimentarias que forman su lecho. Dado el valor que esta clase de rocas tienen como documentos para la historia del Globo, se comprenderá cuán importante es el conocimiento de todos estos detalles sobre la forma en que se hallan dispuestas, para evitar posibles errores de interpretación, y no es, ciertamente, de menos importancia para el estudio de los animales o plantas de otras épocas, ya que dichas rocas vienen a ser como un archivo natural al que hay que acudir en busca de los restos de aquellos seres.
Que también se les conocen como rocas estratocristalinas y cristalofílicas. Se entiende por metamorfismo la alteración que ciertas rocas, sean magmáticas o sedimentarias, experimentan en su estructura, y aun en su composición, por la acción de muy diversos factores, principalmente por la del agua, las altas temperaturas y las grandes presiones. Las nuevas rocas así formadas son las que se llaman metamórficas, y todas ellas presentan en común, como resultado de la presión, un notable carácter, cual es su estructura hojosa, o esquistosa, para emplear el tecnicismo petrográfico, estructura que cualquiera puede observar en un fragmento de pizarra tal como se encuentra en la naturaleza. Los antiguos geólogos creían que estas rocas constituían los materiales más antiguos de la corteza terrestre, pero esta opinión ha sido desechada hace muchos años. Algunas veces, las rocas metamórficas se encuentran inmediatas a las plutónicas de que se derivan, pero con mayor frecuencia aparecen aisladas, ocupando a veces grandes extensiones, y por lo general en el fondo de amplios sinclinales. De aquí ha nacido una división del metamorfismo en local o de contacto, y general. También se ha hecho una división de las rocas metamórficas, atendiendo a su origen, en metamórficas de origen ígneo y metamórficas de origen sedimentario; pero esta distinción no siempre es precisa. Por ejemplo, la más común de las rocas metamórficas, el gneis, suele considerarse como derivada, por metamorfismo, del granito, pero presenta ciertas variedades, comprendidas bajo el nombre de paragneises, que evidentemente provienen de rocas sedimentarias. Sea como fuere, la composición del gneis es análoga a la de los granitos, de los que difiere por su estructura hojosa, y también forma grandes macizos montañosos, que se caracterizan por lo escarpado de sus accidentes, lo afilado de sus cumbres y la forma peculiar de sus peñascos, tallados en lajas. Las sierras españolas de Gredos y Guadarrama están en gran parte constituidas por gneis.
La estructura esquistosa se observa más claramente que en el gneis en las micacitas o micasquistos, rocas metamórficas cuyos componentes básicos son la mica y el cuarzo, pudiendo ser en cierto modo miradas como gneises sin feldespato o con muy reducida proporción de él. Parecidas son las pizarras cristalinas (cloritocitas, talcitas, etc.), en las que el cuarzo se presenta asociado con clorita, con mica cálcica o con talco, y que no deben ser confundidas con las pizarras comunes, o arcillosas, así denominadas por derivarse de las arcillas, siendo por tanto, de origen sedimentario bien definido. También son la cuarcita, roca formada por arenas de cuarzo cementadas por sílice, así como ciertos mármoles que provienen de las calizas. Actualmente, muchos petrógrafos opinan que la antracita es también una roca metamórfica de origen sedimentario, derivada de la hulla.
Al tratar de las rocas, parece imprescindible decir algo acerca de los meteoritos o aerolitos, por más que no sean materiales de la corteza terrestre, sino que llegan a ella desde los espacios interplanetarios. Se tiene por generalmente admitido que los meteoritos son fragmentos de astros destruidos, aunque esta teoría no ha sido comprobada; pero, sea cual fuere su origen, lo cierto es que se trata de cuerpos extraterrestres que surcan el espacio a velocidades increíbles, y al parecer, en estado de incandescencia, siendo a veces visibles en las noches serenas por el resplandor que emiten al cruzar rápidamente el cielo estrellado. Estos cuerpos son conocidos con el nombre de bólidos; si uno de ellos entra en la zona de atracción de la tierra; cae violentamente, estallando con espantoso fragor al penetrar en nuestra atmósfera y rompiéndose en pedazos, unas veces grandes, hasta de varias toneladas de peso, y otras pequeñas y numerosos, como grueso granizo. Estos pedazos son los meteoritos que para su estudio se distribuyen en dos grupos; los férreos y los pétreos, o dicho de otro modo, los sideritos o hierros meteóricos y los lititos o piedras meteóricas. Los primeros se componen principalmente de minerales de hierro y níquel, con predominio del hierro, en tanto que en los segundos apenas se encuentran minerales metálicos, estando formados sobre todo por diversos silicatos. La división no es muy precisa, pues también hay litosideritos, es decir, meteoritos en que los silicatos y los minerales de hierro se hallan poco más o menos en igual proporción. Esta división se refiere a los compuestos predominantes pues tanto en los sideritos como en los lititos se han encontrado en pequeñas cantidades casi todos los elementos que existen en la Tierra.
Incluso, en el año 1961, se determinaron el algunos meteoritos trazas de compuestos orgánicos, hecho que hizo pensar en la posibilidad de que en otros mundos existen o pudieron existir formas de vida semejantes a la nuestra.
De modo general podemos decir que estas rocas extraterrestres presentan tres características en común: no contienen ningún elemento que no exista también en la Tierra; no entra en su composición ningún mineral hidratado y se hallan cubiertas de una delgada capa de mineral fundido, efecto sin duda del estado de incandescencia por el que han atravesado.
El alunizaje de los astronautas Armstrong y Collins en Julio de 1969 ha permitido que los científicos de toda la Tierra dispusieran de muestras de nuestro satélite para su análisis. Los resultados obtenidos han venido a confirmar que los materiales extraterrestres poseen las características antes enumeradas. Todos los museos de historia natural poseen en sus colecciones meteoritos, con la fecha de su hallazgo y, si se conoce, la de su caída; son, en efecto, objetos muy interesantes y de cierto valor científico para el mejor conocimiento de la constitución del universo.
Curso: Mineralogía
Profesor: Ing. Apolonio Canta Villareal Alumnos:Ponce Pérez, Norman Paúl
Tolentino Peña, Cristian
Rojas Trinidad, Willian
Guzmán Catalan, Ana Rosa
Cerro de Pasco – Perú 1999
Universidad Nacional Daniel Alcides Carión
Facultad de Ingeniería
Escuela de formación Profesional; de Metalurgia
Dedicatoria: A todos nuestros Padres,
quienes día a día se esfuerzan
por sacarnos adelante para ser buenos profesionales.
Autor: