Crónica de la serie: Viento de pueblo. La revolución en los pueblos de Nicolás Romero (página 2)
Enviado por maro's
Tiempo, tiempo. El abuelo es ave, despliega dócil sus ojos de años; cuando sentado en la ventana del campanario vociferante del templo de San Pedro Apóstol, arrima su memoria al cielo que sabe de vuelo, ir allá, hasta donde el recuerdo le lleve. Beber memoria del cántaro ritual, agua de añejos días; tan fuerte como noche de temor y tormenta, tan dulce como alba compañera y rocío precipitado. Barro del cántaro, qué rojo es. No dejar sequedad en labios, porque a olvido sabrá, porque sueños hurtará al hombre memorioso. Tomar el jarro y levantarlo, agua sublimada en cuerpo y sangre del recuerdo, uno más. El abuelo convida y todos beben, y ya en la tarde noche, cuando la luna asome curiosa, todos sentir sus efectos y versar sobre días de años en que fueron ellos testigos. La emoción se deshilvanará como noche en traviesa borrachera.
Las efemérides de la luna de 1911 cuentan el acontecimiento como día de génesis. Al sembrado de estrellas de Villa Nicolás Romero se agrega religiosamente un surco de bombillas luminosas; es septiembre patrio, la noche se torna clara el día 15, pues tiene lugar a las 19 horas el acto solemne que inaugura el servicio de luz eléctrica para la población, debido a gestiones del síndico municipal Juan Paredes. Vecinos patriotas, secundados por Darío Peña y Martiniano Quiroga, han donado bonitos fuegos artificiales para elevar su fiesta, acompañada de música, desde las ocho hasta las diez horas de una noche sin renuncia, cortejada por serenata que ejecuta la Banda de Tultepec. El Palacio Municipal es presencia simbólica; de frente, un templete rústico es foro donde se reúnen: Junta Patriótica, empleados públicos, particulares y niños de las escuelas. El secretario del H. Ayuntamiento da principio con la lectura del Acta de Independencia, a continuación el discurso oficial a cargo del profesor Pedro J. Guzmán. La Banda de Tultepec deja escuchar una selecta pieza musical.
Elena Correa, Esperanza Zavala, Amparo Reza, Braulio Hernández, Rafael Rosas, Luis Domínguez, Norberto Reyes y Gabino Acevedo, son todos ellos niños que se alternan en un diálogo poético por la Patria; la banda cubre el silencio con música, luego el alumno Agustín Reza atiende soberbio discurso. Una pieza más por la banda, Tultepec tus hijos hacen sonora a la Villa esta noche. La tribuna se abre, es libre para todos hasta las once; tantas palabras en fuga, hasta pronunciar el grito victorioso de ¡Viva nuestra Independencia! Voz del presidente municipal, con eco de todos. En este momento, como demostración de regocijo, las campanas del templo de San Pedro Apóstol atiende su vuelo, como sirenas en mar sin quietud y que entre el cielo oscuro irrumpen; van muchos cohetes de luces multicolores, y de la Banda salen acordes del Himno Nacional. Las luces son faros de nuevo puerto. Serpentean cohetes, los músicos recorren las principales calles del pueblo, ejecutan lo más selecto de sus piezas. Una sucesión de imágenes platicadas, como creadas otra vez, como ayer. Cohetes arriba, sorprenden la arquitectura del silencio. El cielo que viene, arriba, ya no es el mismo. Trueno en lo alto, el privilegio lo gana la pólvora; rojo que se ve, murmura arriba. La lluvia que no tarda. Septiembre está en las alturas, la noche fenece el día 15. El cohete multiplicado anuncia el 16, el otro día. Qué nueva estrella ilumina el camino, cuando hay eco insurrecto de cohetes.
Extravío de sueños, el pueblo está en vigilia. Hay tantos sitios celebrando a la Patria sin el general Díaz, sin embargo existen otros en festejo con sus propios dictadores, donde el poder se hereda sin recato entre miembros de una familia terrateniente y comerciante, inmutable ante bravatas de caudillos emergentes. Nicolás Romero está prendido a las vísperas del remolino, gobierna uno de sus grandes electores, Gregorio Velázquez, hombre que igual reside en La Encarnación que en Palacio, mientras Cahuacán, su contrario ancestral, augura otra emoción de su ansia persistente por recuperar tierras de nacimiento. Despunta la aurora del 16 patrio, y los hombres permanecen animados en conciliación con viento que no tarda. El cielo escritura instantes en que es izado el pabellón nacional, saludado con 21 cañonazos, repiques de campanas, cohetes y música de una banda recorriendo caminos de la Villa.
Mañana de cielo en caída, son las nueve horas. Hombres y mujeres en procesión cívica; al Palacio llegan miembros de la Junta Patriótica y del H. Ayuntamiento, funcionarios públicos, alumnos de escuelas, comerciantes, particulares y obreros. Ganas de encontrarse a sí mismos, como no volverán en pocos años, cuando sea renovada la generación gobernante. Ganas de caminar sin tropezar, tomar rumbo hacia la fábrica de San Ildefonso, donde se encuentran con la Junta Patriótica y obreros de dicha factoría, y después de un abrazo fraternal como señal de unión, regresan las comitivas al lugar de residencia, dirigiéndose al templete de ayer y sede del acto oficial. El programa anuncia con tinta roja los números: I. Obertura por la banda de música, II. Discurso oficial por el C. Profesor Leopoldo Camarena, III. Himno a Hidalgo, IV. Discurso por el joven Baciliso Vargas, V. Discurso por el niño Luis Vélez, alumno del Colegio Miguel Hidalgo, VI. Invocación A mi Bandera, por el niño Cándido Calzada, VII. Tribuna libre por media hora y VIII. Termina el acto con el Himno Nacional cantado por alumnos de las escuelas.
Pervive eco de cohetes, tarde de fiesta que no fenece. Desde las 15 horas, audición musical en la colonia Hidalgo, donde se elevan como suerte inesperada varios globos aerostáticos. Y la noche que no tarda, deviene con luces; a partir de las 19 horas y hasta las 22, iluminación y serenata, terminando la alegoría de la patria con fuegos artificiales.
Pronto, las cabañuelas de 1912 destierran sueños, despojan de vestiduras a espíritus rebeldes; el presagio de lucha es irremediable, todos están invitados. Tierra madre, no volverá a ser la misma; hay vidas que se reacomodan con aquellos que pasan y con aquellos que se van. Y la loma musita una oración, con lloro salpicando el pecho. Los ríos son más grandes, cuando la madre tiene al hijo ausente, y la noche parece más eterna y temeraria.
Autor:
Maro
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