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Cómo volver rentables nuestros errores – (Embargar el ansia de reparar el ser)

Enviado por Ricardo Peter


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    "Vivimos en un mundo impuro y eso es digno de celebrarse".

    Carlos Fuentes

    Debido a su inagotable capacidad de cometer errores, el ser humano está indefinidamente abierto a correcciones. De hecho, tan incuestionable es la afirmación de que la existencia es susceptible de corrección, como sostener que la existencia permanece hasta el último instante de vida como algo imposible de arreglar. Pero es aquí, en esta misma indefinida capacidad de corregirse, donde se propone para el ser humano una situación peligrosa que consiste en encaminarse a la perfección con el pretexto de querer corregirse.

    Siempre que comparece el error, comparece a su vez una tendencia instantánea a la acción de corrección o superación del mismo. Pareciera entonces que no podemos desprendernos ni un minuto ni de la posibilidad de fallar ni del deseo de corregirnos. Sin embargo, ser sujeto de corrección no equivale a ser sujeto de perfección.

    Según la Terapia de la Imperfección, esta saludable paradójica es producto de la indigencia.

    La indigencia se revela, usando una expresión de Gabriel Marcel, como "exigencia ontológica". De esta manera, la indigencia define la naturaleza, la existencia y la condición misma del ser humano. Precisamente de ese carácter de "exigencia" de la indigencia se desprende, al mismo tiempo, tanto la inagotable capacidad de fallar como el imperante deseo de corrección.

    Tratando entonces de resolver la indigencia, que fundamentalmente es exigencia de ser, el ser humano se ve envuelto en un proceso de mejoramiento que, si por una parte no conoce respiro ni tregua, por otra, a su vez, nunca alcanza el éxito definitivo.

    La indigencia acomoda la existencia del ser humano dentro de las fronteras de la incorrección y la corrección. De aquí, pues, que tratar de ser correcto, en el sentido etimológico del término, esto es, de rectificar y progresar, es un fenómeno tan exquisitamente humano como el lado negativo de errar y ser defectuoso. Esta es la situación, mortificante y gratificante, producida por la indigencia.

    En el sano intento de corregirnos se anida, sin embargo, el peligro de descalabrarnos de nuestra propia condición limitada. El deseo de corregirnos puede abrir la puerta a un ansia de rectificación radical del ser con respecto a su defectuosidad. El deseo de corregirnos puede dar lugar la búsqueda de la perfección la cual, efectivamente, nutre un tipo de tendencia al crecimiento que afecta el fundamento mismo que sostiene y aguanta nuestra existencia: la indigencia.

    De esta manera, buscando resolver la indigencia, existe el peligro de jugarnos la propia indigencia.

    No hace falta recordar que en la cultura occidental abrir esa puerta no requiere de mucho esfuerzo. Ser heredero del Occidente es hallarse transitando por la vía de la perfección. Es estar referido a la perfección como al ideal elevado al máximo rango moral y espiritual. Además, la razón, por su parte, parece alimentar la intención de transitar por ese camino insano. En efecto, en su apertura a la realidad defectuosa, la razón intenta la quimera de resolver en su raíz esa misma defectuosidad.

     

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