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Sucesos del descubrimiento de América (página 2)


Partes: 1, 2

Capítulo I Cuando el mundo era más pequeño

1.1 Las condiciones históricas del descubrimiento en Europa.

1.1.1-El mundo europeo hacia 1492.

La característica principal del mundo europeo de finales del siglo XV es su heterogeneidad, desde todo punto de vista, originada por una sociedad que está en transición. Si bien la producción es regida por el modo feudal, tanto en la ciudad como en el campo, éste está en una decadencia que en algunos casos es flagrante, sobre todo en las regiones donde han surgido de dentro de él, relaciones capitalistas en su primera fase, la mercantilista.

Ahora bien, las relaciones de servidumbre se han relajado o desaparecido en muchas partes de Europa. La institución de la servidumbre, con sus cargas de tributo en especie y trabajo, ha dado paso a relaciones monetarias, donde el antiguo siervo ad glebam se convierte poco a poco en arrendatario de su señor.

Este proceso se explica por sí mismo si tenemos en cuenta la situación de los principales poseedores de riqueza de aquel tiempo. La diversidad de productos con que el desarrollo del comercio de los mercaderes de las ciudades libres ha inundado a amplias zonas europeas, convierte a los señores feudales en buscadores desesperados de dinero en efectivo, única manera de conservar el nivel de lujo que subía cada vez en más en relación directa con el aumento de las mercancías circulantes.

Los señores, poseedores de la única fuente de riqueza conocida en aquellos tiempos, la tierra, tienden por tanto a convertir las gabelas feudales en sumas cada vez mayores de dinero en efectivo, por lo que surge el fenómeno de acumulación de grandes extensiones de tierra, incluidas las comunales, para su uso, por ejemplo, como terrenos de pasto, siendo éste el caso de los cercados, y aquí, en esta aglutinación, vemos nuevamente la transformación que esta ocurriendo en el campo feudal.

Un fenómeno asociado a esto es la situación de formación de los estados nacionales en el occidente europeo, que culmina en el siglo XV, con la terminación de la conquista de Gales y el fin de la guerra de las Dos Rosas en Inglaterra, la incorporación de el ducado de Bretaña a la corona francesa y la rendición del último reducto de los musulmanes en España, el reino de Granada.

Este fenómeno tiene su basamento en la necesidad de los habitantes de los burgos de una estabilidad a largo plazo en el momento en que las relaciones monetarias están comenzando la creación de un mercado interno nacional. Para cubrir esta necesidad, la burguesía de las ciudades establece una alianza con la monarquía que le permite a ésta tener los recursos necesarios para domeñar la resistencia de los señores y lograr, con la unificación nacional, la estabilidad necesaria. La ciudad libre transfiere las condiciones de su vida al estado libre, al estado-país-reino.

Esto está además condicionado por la acción de la más poderosa institución del Sacro Imperio Romano-Germánico, del Reino de Francia, del Reino de Inglaterra, de las repúblicas y señoríos italianos y por supuesto de los reinos ibéricos, Castilla, Aragón y Portugal. Esta institución, conductora de buena parte de la política europea de la época, que será atacada y debilitada en el siglo subsiguiente, es la Iglesia Católica, con el Papa de Roma a la cabeza.

El papel de la Iglesia durante toda la Edad Media es gigantesco. Querella de las investiduras, predicación de las Cruzadas, creación de las órdenes mendicantes y luego de los tribunales del Santo Oficio, son acciones que dan forma a toda una época.

Este poder está a punto de resquebrajarse en parte el siglo que vendrá, pero el siglo XV ve a la Iglesia Católica llegar a la cima de su gloria terrenal y también de su corrupción. Gracias a la habilidad de sus miles de espías secretos y no secretos como los frailes y curas, la información fluye hacia esta poderosa institución de manera continua, lo que le permite durante mucho tiempo adaptarse fácilmente a las situaciones cambiantes. Así, tenemos como ejemplo la fundación de las llamadas órdenes mendicantes y el ajuste mediante el cual logra adaptarse a la necesidad de una religión más sensible, ya en el siglo XV.

1.1.2-El comercio europeo en los finales del siglo XV.

La Europa del finales del siglo XV es uno de los lugares históricos mejor estudiados. En el final de lo que se llamó Baja Edad Media, existían muchas diferencias entre las diversas zonas o áreas geográficas. Así, el norte y el sur de la Europa continental se distinguían por un activo comercio, en manos en el sur de las poderosas repúblicas de Génova y Venecia, principalmente, y en el norte de la omnipresente Liga Hanseática o Hansa Teutónica, liga de mercaderes con oficinas en prácticamente todas las ciudades septentrionales de Europa, desde Londres en Inglaterra hasta Arcángel en Rusia. Este comercio difería por su carácter y por el contenido de lo traficado.

La Hansa era una institución surgida de la estratificación comercial del norte de Europa, con los núcleos de Flandes-Países Bajos y el norte de Alemania, la fragmentación política del Sacro Imperio Romano-Germánico y la importancia de las ciudades gremiales y comerciales de esta región, así como la necesidad de establecer un frente de lucha contra el bandidaje y la piratería, en muchos casos amparada por los soberanos y señores feudales de los territorios colindantes con las ciudades. Con un rápido crecimiento, la Hansa creó su propia Dieta o Parlamento, el Hansetag, donde a mediados del siglo XIV estaban representadas ochenta y cinco ciudades, e incluso llegó a declarar la guerra a un reino como Dinamarca, guerra de la cual salió victoriosa.

El comercio que realizaban sus mercaderes era de carácter circulatorio en tanto el volumen de mercancías permanecía más o menos estático a lo largo de todo el flujo, aunque se distinguía una tendencia centralista con la importación de materias primas desde los extremos geográficos hacia las ciudades manufactureras de la costa del mar del Norte y, como excepción, la City londinense. Así, de la costa sur de Inglaterra provenían lanas, de la taigá rusa pieles preciosas, madera y pescado de Noruega, paños y vinos de Flandes, manufacturas metálicas y perfumería desde Alemania y granos desde casi todas partes, en una lista por demás extensa.

El comercio meridional, del cual los italianos llevaban la parte mejor, era compartido en definitiva por un abanico de ciudades y estaba en este sentido dividido en el comercio costero o marítimo y el que se realizaba al interior, en un área geográfica por lo menos comparable con la norteña. En el mar dominaban los italianos, con venecianos y genoveses a la cabeza, los aragoneses que habían logrado extender sus dominios hasta el llamado reino de las Dos Sicilias y algún puerto en el sur de Francia como Marsella. En el hinterland la hegemonía se ramificaba a las ciudades del sur de Alemania, con Augsburgo a la cabeza, el norte de Italia, con Florencia, Parma, Turín, Pisa y Milán, el centro francés que radicaba en Lyón y algunos lugares puntuales en el territorio español, con relativo poco desarrollo.

Los venecianos y genoveses se repartían el filón del comercio europeo que rendía las mayores ganancias, esto es, el comercio con el Oriente. Venecia poseía la isla de Creta y la de Chipre en el mar Egeo, así como establecimientos en Crimea y otros puntos del mar Negro, tres barrios de la ciudad de Constantinopla y factorías en todas las principales ciudades del Cercano Oriente, desde Damasco hasta Alejandría. Génova por su parte tenía establecimientos mercantiles de importancia en Gaza en Palestina y en Azov en el mar Negro, el arrabal de Perea en Constantinopla, la isla de Quíos en el mar Egeo y la importante cala de Túnez, en el norte de África.

Gracias a semejante posicionamiento, ellos controlaban la mayor parte del flujo de mercancías que venían desde el Oriente, la India y China principalmente, al tener puntos de contacto con las grandes rutas de transporte de mercancías asiáticas. La seda y porcelana chinas, las alfombras y tejidos persas, el betún del Golfo y sobre todo, las especias, constituían los platos fuertes del banquete mercantil que las reinas del Adriático y el Tirreno le servían al resto de Europa.

Los productos que los italianos intercambiaban en los mercados orientales eran manufacturas en su mayor parte, que provenían de los centros manufactureros que antes mencionamos, las ciudades del interior italiano y el sur de Alemania, región esta última además principal productora de plata en Europa durante toda la Edad Media.

Estas grandes divisiones o demarcaciones comerciales europeas tenían por supuesto contactos a todo lo largo del continente. Así, los productos meridionales y septentrionales se encontraban en las grandes ferias, de las cuales las de Champaña en Francia eran las más famosas, así como los emporios comerciales, Amberes, donde encontramos, ya en el siglo XVI, el primer mercado o bolsa de valores moderno, por ejemplo.

Por otra parte, la situación de muchas áreas europeas, situación creada por el régimen económico feudal que no estaba ni mucho menos en decadencia en todas las regiones por igual, convertía a estas en verdaderos islotes dentro del flujo comercial europeo, lo que estaba también señalado por la situación geográfica e histórico-política. Así, la manufactura de excelentes aceros, heredada por los castellanos de los musulmanes del reino taifa de Toledo, no logra hacerse justicia en el mundo europeo hasta el tiempo de Carlos I de España (V de Alemania), cuando el tratamiento al comercio se comienza a hacer de forma nacional, sobrepasando los aceros toledanos la barrera impuesta por los Pirineos y los mercaderes catalanes y aragoneses.

Hay otros pequeños focos de comercio, como el que se realiza en el mar Cantábrico o golfo de Vizcaya, entre las ciudades de la antigua Aquitania francesa y las del norte de España, o sea, entre Burdeos y Santander, entre La Rochela y San Sebastián. Este comercio, del que también forman parte los portugueses desde Lisboa y Oporto, está más bien ligado a productos alimenticios y de primera necesidad, como los granos, carne salada, metales en bruto, vinos y sal, por supuesto.

1.1.3 La ciencia y la tecnología del descubrimiento.

El mundo europeo en 1492 es un mundo en muchos aspectos dividido, como ya vimos con el comercio, en otros puntos aislado y en general abigarrado y multiforme. A esto no escapan las condiciones de la ciencia y la técnica contemporáneas al descubrimiento. Por un lado, tenemos que la navegación, sujeta principalmente a los avatares del comercio, pudo realizar verdaderas hazañas técnicas y geográficas para la época, tanto en el mundo mediterráneo como fuera de él. En cambio, la filosofía, de la cual no se había separado la mayor parte de las ciencias, seguía siendo esencialmente escolástica en sus preceptos, lo que quiere decir, al menos en este aspecto, que era rígida, dogmática y con mucha resistencia al cambio y a la práctica.

De aquí que a pesar de la excepcional valentía y el impulso que da el interés económico, las grandes empresas de navegación y descubrimiento fueran extremadamente raras en la época, dominada por un pensamiento que, religioso en esencia, era evidentemente controlado por la Iglesia.

El ciego respeto a los autores clásicos era la barrera que se oponía al progreso de la ciencia. La zona perusta de Aristóteles, el pulmón marino de Estrabón, al norte de Europa, y el mar tenebroso, al sur del cabo Bojador, cohibían con su terrorífica imagen el natural impulso a sobrepasar los confines del mundo; pero arrojados viajeros y valerosos misioneros habían logrado llegar hasta el Extremo Oriente, y los audaces mallorquines del siglo XIV y los nautas lusitanos de Enrique el Navegante, un siglo después, habían desacreditado con sus gestas la infalibilidad de los antiguos.

Después del éxito del primer ataque a la fortaleza de la ciencia antigua, y deshecho así el dogma de su infalibilidad, que hoy apenas podemos comprender, fue ya tarea fácil a la multitud de estudiosos, que surgió en todos los países cultos, lanzarse por la brecha abierta, para destruir cuanto tenía de deleznable la imponente construcción; pero el coraje de los mallorquines del siglo XIV y el de los primeros lusitanos que acompañaron a Gil Eanes en 1434 por el «mar tenebroso» (heroísmo comparable al de quienes se alistasen hoy en una expedición cósmica hacia Marte), el de Colón y Magallanes y el de todos los navegantes portugueses que atravesaron una y otra vez la zona tórrida, hasta descubrir la ruta a la India, demostrando a la par la inconsistencia de los dogmas aristotélicos y la inexistencia del continente austral de Tolomeo, no solamente hicieron posible la epopeya hispánica, sino también el advenimiento de la ciencia moderna, libre de prejuicios de autoridad, que ellos lograron derrocar.

La experiencia, la visión directa de los hechos, es desde entonces el criterio supremo de verdad, que destrona al criterio de autoridad. Contra la sabia opinión de los filósofos, que declaran impenetrable e inhabitable la zona tórrida, los portugueses la cruzan repetidamente; y seis veces la atraviesa la expedición de Magallanes «sin quemarse», como dice López de Gómara. Este grandioso viaje contribuye como ninguno a arraigar definitivamente en las conciencias la idea de la esfericidad del globo y de su relativa uniformidad.

Suele afirmarse sin razón que las expediciones de Colón y Magallanes derrocaron la concepción del mundo como disco plano, demostrando la esfericidad del planeta. No; la idea de la tierra esférica era en aquel entonces patrimonio de todos los hombres cultos. Ya los griegos habían abandonado esa ingenua idea de los geógrafos jónicos, y la observación de la sombra arrojada sobre nuestro satélite en los eclipses lunares confirmaba visiblemente esta verdad. Ahora bien, una cosa es el globo y otra el ecumene o mundo habitable que en los primeros siglos medioevales de ínfima cultura se suponía disco flotante sobre las aguas; pero a fines de la Edad Media se impuso definitivamente la tesis aristotélica, que consideraba la tierra como esfera sólida, cubierta de aguas, excepto en la porción que constituye los continentes.

Mas todo ello, y las conjeturas de algunos atrevidos cartógrafos, no pasaba de ser hipótesis más o menos plausible y aceptable; y aun los más eruditos discutían sobre la posibilidad de existencia de otros mundos o siquiera islotes habitados. Aunque nos hayamos acostumbrado a la idea de la existencia de antípodas, por haber nacido bajo el signo de la teoría física de una gravitación central y en una época de dominio absoluto de los mares, se comprende bien que, con la idea de una gravitación paralela y con un reducido horizonte terrestre y  marítimo, fuera tan enorme como razonable la resistencia que encontró durante muchos siglos la concepción de esos desgraciados antípodas «suspendidos cabeza abajo», y se explican las burlas con que fueron escarnecidos los defensores de idea tan monstruosa; y no podemos contener nuestra admiración hacia el poderoso esfuerzo imaginativo de los pitagóricos, de Aristóteles, y sobre todo de Aristarco, el Copérnico de la edad antigua, que concibió el sistema heliocéntrico. Y más admirables todavía que aquellos espíritus libres y razonadores son los hombres medievales, que vencieron en lucha individual al doble enemigo: la ignorancia y el prejuicio supersticioso. Alberto el Magno, Roger Bacon, Vicente de Beauvais, el Dante, Pedro d’Ailly, aristócratas de la inteligencia y padres de nuestra civilización moderna, admitieron la esfericidad de la tierra, pero pocos de ellos llegaban a creer en los antípodas; y esta inercia de las mentes más excelsas de dos centurias magnifica la figura del obispo Virgilio de Salzburgo, que en pleno siglo VIII, quinientos años antes que ellos, admitió entrambas ideas, siendo perseguido por tal doctrina «perversa y peligrosa».

Como máximo propulsor de la geografía de la época debe ponerse el nombre del infante portugués Don Enrique quien durante medio siglo planeó, y en parte realizó, el más vasto plan de exploraciones que registra la Historia, pues no solamente exploró gran parte del África y proyectó la ruta marítima a la India, sino que también parece haber ensayado expediciones a América, mucho antes de que Colón realizara su magna hazaña.

Son los descubrimientos lusitanos los que incorporaron el África entera a la Geografía, pero mucho antes los habían precedido otros exploradores valerosos. Es preciso retrotraerse a los comienzos del siglo XIV, conocer las supersticiones que atemorizaban a los navegantes y saber el rudimentario estado de la náutica de entonces, y aun de un siglo después, para admirar debidamente el coraje de los mallorquines que en el primer tercio de aquella centuria se arriesgaron a llegar al mar tenebroso; fruto de sus descubrimientos, los primeros portulanos mallorquines. Tal, por ejemplo, el de Dulceti o Dulcert, fechado en Mallorca en 1339, que traza la costa africana en mayor trecho que los portulanos italianos, los cuales llegan sólo hasta el cabo Bojador, considerado como límite meridional del mundo.

Se daba por cierto, como hecho incontrovertible, que las comarcas ecuatoriales eran inhabitables por su sequedad y altísima temperatura, y se suponía la existencia de una zona perusta, de acuerdo con el dogma aristotélico.

Se tenía por verdad sólida que al sur del cabo Bojador (caput fines Africae), situado en la costa africana no lejos de las Canarias, se extendía el temible Mar tenebroso, en el cual la mezcla de las aguas hirvientes del trópico, con las frías procedentes del polo, producía espesa niebla de vapores que mezclada con las arenas del desierto acarreadas por los vientos formaba una masa impenetrable. El finis mundi se había desplazado algo desde la antigüedad, pero no pasó hacia S-O de esa barrera que se suponía infranqueable. Ya no era el precipicio que bordeaba el Ecumene de los griegos, pero significaba algo equivalente al terrorífico pulmón marino, que describe Estrabón en los confines boreales del mundo entonces accesible.

El pavor que inspiraba el cabo Bojador, tenía un fundamento real. Parece ser, en efecto, que más allá del Cabo se extiende una restinga de seis leguas de largo donde las aguas se quiebran, arremolinándose y formando «un hervidero de olas furiosas». Aquella extensión inmensa de espumas blancas hacía imaginar que el Océano, de allí adelante, se prolongaba siempre en un bullir continuo por el calor de la zona tórrida, tan ardiente y tan difícil que hacía imposible la vida en aquel lugar. Los marinos contemplaban pensativos el mar amenazador  de espumas blancas, que llenaba la inmensidad con su rumor; después viraban de bordo y retrocedían.

De algunas expediciones, muy anteriores al 1400, hay pruebas positivas en lo que se refiere a fechas posteriores al 1300; pues ciertos relatos sobre expediciones más remotas no ofrecen garantía de autenticidad. Tal sería, por ejemplo, cierto documento de fines del siglo XII en que se afirma que los genoveses Vivaldi y Usodimonte llegaron hasta Guinea; pero según el escrupuloso Rey Pastor «no parece que ofrezca completa autoridad». Son, por el contrario, de indudable valor probatorio los documentos siguientes:

1º El portulano de Dulceti, Dulcert o Dolcet, trazado en Mallorca en 1339, en el cual figura ya un gran trecho de la costa africana.

2º La carta de Viladestes (1413), en la que se atestigua haber partido el 10 de agosto de 1346 una expedición de Jaime Ferrer para ir al Río de Oro (¿en Senegal?), declaración que revela el conocimiento de la costa situada al sur del cabo Bojador, y que está confirmada por un manuscrito conservado.

3º Una carta del Atlas catalán de 1375, en que figura la misma inscripción.

4º Hubo además una expedición de los navegantes franceses de Dieppe, subvencionada por las comerciantes de Rouen, que se supone pasó del cabo Bojador en 1364, llegando hasta Guinea.

Rota ya la superstición, los descubrimientos geográficos se suceden vertiginosamente, y las expediciones enviadas por Don Enrique y después por el Rey Alfonso V avanzan más y más por el contorno de África, penetrando tierra adentro en el Sahara, el Senegal y el Gambia.

Cabo Blanco en 1441, Bahía de Argüin en 1443, Senegambia y Cabo Verde en 1445, Sierra Leona en 1447, y, después de la muerte del príncipe, Golfo de Guinea en 1469-71, el Congo en 1481; culminando la epopeya con la hazaña  de Bartolomé Díaz, que en 1486 dobló el cabo de las Tormentas, bautizado por él como cabo de Buena Esperanza.

He aquí un nuevo descubrimiento geográfico de la más alta trascendencia. El África no se extendía, pues, hasta el Asia formando un todo conexo por el extremo Sur, sino que tenía un contorno meridional a modo de proa entre el Oriente y el Occidente. La Terra incognita secundum Ptolomeum, que figuraba en los mapas ocupando casi todo el hemisferio austral en forma de inmenso continente, quedó tachada de un plumazo por los navegantes portugueses.

En cuanto a la cartografía, los primeros mapas medievales son circulares, de acuerdo con la forma supuesta para el mundo habitado. Que algunos mapas, como el de Cosmas (S. VI), tengan forma rectangular, no quiere decir, a nuestro entender, sino que así limitaban convencionalmente lo representado, como hacemos hoy en nuestros mapas. Que en el mapa de Cosmas aparezca otro rectángulo a la derecha que representa el Paraíso, unido a aquél por ríos misteriosos, tiene un valor simbólico.

Redondos, ovalados o en forma de corazón, poco progresan en los primeros siglos los mapas medievales; además de colocar el Paraíso en uno u otro lugar del Oriente, solían estar ilustrados con numerosas figuras de geografía física o política, especialmente con representaciones de hombres y animales monstruosos. Pero en el siglo XIV evolucionan rápidamente, al compás de las exploraciones de mallorquines, catalanes e italianos, y famosos son éstos: el de Visconti, o de Sanudo (1320), el Atlas de los Médicis (1351), la carta catalana de 1375.

Ya en el siglo XIII habíase iniciado, sin embargo, un nuevo tipo de mapa más científico, con menos fantasías y figuras abigarradas, para representar las costas; son los llamados portulanos, cartas de compás o loxodrómicas, caracterizados por la encrucijada de líneas que los cruzan, radios de dieciséis rosas náuticas con sus centros dispuestos en circunferencia, mediante los cuales orientaban su rumbo los navegantes; son, en suma, las primeras cartas náuticas no sujetas a método ninguno de proyección, antes de que se inventara el sistema de proyección que, gracias a Mercator, resolvió el problema de trazar el rumbo exactamente entre puntos cualesquiera.

En el siglo XVI aumenta todavía el número de los portulanos realizados, y entre ellos figuran los de los hermanos mallorquines Oliva, que trabajaron en Italia, pero en esa hora avanzada de la cultura geográfica y astronómica un nuevo tipo de cartas menos vistosas, pero más eficaces, venía a sustituir a los hermosos portulanos medievales.

Positivo progreso significaron, sin embargo, estos beneméritos portulanos respecto de los mapas geográficos, maravillas de abigarramiento e inexactitud, mientras que en las cartas portulanas figuran solamente las costas conocidas y los mares surcados. La fantasía, que aderezaba las vagas noticias o las simples sospechas, se modera sensiblemente en estas primeras cartas náuticas, y pronto trasciende el ejemplo a los mapas terrestres.

Un punto en controversia es la existencia de un supuesto modelo, no se sabe si italiano o mallorquín, del que derivarían los portulanos conocidos, muy semejantes entre sí.  

Tampoco se sabe bien cuándo ni dónde nace ese otro tipo de mapa marino, intermedio entre el portulano y la moderna carta de Mercator, que suele llamarse carta plana, y cuya existencia efímera es consecuencia de su grave imperfección.

Durante la Edad Media la Astronomía era cultivada casi exclusivamente como ciencia auxiliar de la Astrología. El trazado de horóscopos así lo exigía, mientras que la navegación costera podía realizarse con muy escasos conocimientos cosmográficos. Digamos breves palabras sobre los problemas que fue planteando la navegación de altura, los cuales produjeron  considerable avance en la técnica náutica.

El instrumento astronómico fundamental de los navegantes era el astrolabio plano, disco circular graduado, con alidada giratoria, que permitía tomar alturas y medir azimutes en tierra firme, pero de difícil manejo en el mar. Tan inseguras eran sus determinaciones que el piloto Bartolomé Díaz, que dobló por primera vez el Cabo de Buena Esperanza, se vio obligado a desembarcar en la bahía de Santa Elena, principalmente para asegurarse de la latitud con observaciones más fidedignas.  

Mientras el astrolabio puede considerarse como el teodolito primitivo, el precursor del sextante es el rudimentario bastón de Jacob, de más fácil manejo y de gran utilidad en manos expertas. Con uno u otro, el error cometido en la medición de alturas y azimutes era del orden del medio grado.

El astrolabio mide directamente el ángulo; en cambio la ballestilla o bastón de Jacob lo determina por la tangente de su mitad; en el eje o flecha del aparato va grabada una escala que da la graduación sexagesimal. A juzgar por los dibujos que representan su manejo hacia adelante y hacia atrás, es probable que llevara un pequeño espejo en el extremo de la flecha para ver al sol por reflexión, pues no parece que por la simple sombra lograran determinar la altura. Tendríamos, pues, el primer sextante rudimentario.

Los astrolabios planos terrestres usados por los árabes eran discos metálicos de unos 15 cm. de diámetro, pero al aplicarlos a la navegación fue muy aumentado su tamaño y su peso, a fin de darles mayor exactitud y estabilidad. Tan rudimentario aparato armado sobre un gran trípode es el astrolabio de palo a que se refieren las crónicas de la época.

El astrolabio terrestre llevaba en el reverso una proyección estereográfica de la esfera celeste correspondiente al lugar, de tal suerte que las estrellas principales visibles sobre el horizonte estaban representadas, y la simple lectura en el anverso de la altura de una estrella, enfilada con la alidada móvil, permitía determinar gráficamente la hora en este nomograma grabado en el reverso. Pero este método era inservible en la navegación, y en lugar de la proyección de la esfera celeste figuraba una tabla de declinaciones del sol correspondientes a varias épocas del año. El problema de la latitud quedaba así resuelto en tiempo despejado; de día por la altura del sol a mediodía, y de noche por la altura del polo; pero la grave dificultad se presentaba en la determinación de la longitud, magno problema que preocupó a los cosmógrafos de todos los países y que ni siquiera Galileo llegó a resolver de modo práctico.

Entretanto la construcción naval también había realizado sus progresos a lo largo de la Baja Edad Media. Los árabes se habían caracterizado por el comercio en zaruqs y sambuqs, naves pequeñas y rápidas que utilizaban la vela latina o triangular, las cuales evolucionaron a las grandes baghlas, de pesado navegar. Pero ya vimos como el comercio y la navegación en general están en manos de los occidentales, de ahí que los cambios más profundos vengan desde el oeste europeo.Así, vemos como las galeras, tiradas por remos y con uso de velamen en dos palos, que dominaron el comercio mediterráneo durante casi toda esta etapa, son sustituidas por las carracas y las carabelas, que, haciendo uso exclusivo de la fuerza de los vientos gracias a sus tres palos, son mucho más ligeras y tienen más autonomía de navegación, por lo que pueden recorrer grandes distancias sin recalar en puerto alguno.

1.2-El Viejo Nuevo Mundo

1.2.1-Sobre los indígenas americanos hacia el siglo XV

Las distintas teorías que tratan de la población de nuestra América que datan del siglo anterior, principalmente de la mano de Paul Rivet y Alex Hrdlicka, francés y checo, respectivamente, proponen el poblamiento de América con poblaciones flotantes que vinieron de Asia y Oceanía. Hasta ahí concuerdan las teorías.

Paul Rivet, en sus estudios sobre el origen del hombre americano, propone el origen malayo-polinesio de los indígenas americanos, basado en comparaciones etnográficas y lingüísticas producto de sus extensos estudios in situ.

El checo Ales Hrdlicka, por su parte, proponía una población americana proveniente de Asia, de origen etnológico mongoloide, llegadas a América a través del estrecho de Behring, en lo que se conoce como Teoría del Poblamiento Mongoloide-Central.

En la mitad de los años 80 del siglo XX, la hipótesis avanzada por un lingüista de la Universidad de Stanford, Joseph Greenberg, desencadenó una verdadera batalla intelectual. Según la ambiciosa síntesis de datos lingüísticos, genéticos y dentales que propuso, los primeros americanos habrían llegado de Asia en (al menos) tres oleadas distintas, cada una de las cuales originó un grupo de lenguas diferente. Varios lingüistas discutieron esta categorización de la mayor parte de los idiomas indígenas en un solo grupo "amerindio"; pero la teoría concordaba con los análisis dentales y genéticos procedentes de varios laboratorios.

La evolución de las técnicas genéticas y su refinamiento, han permitido llevar a cabo nuevos estudios entre las poblaciones indígenas supervivientes en América, utilizando el ADN mitocondrial y la división en haplo-grupos, que demostrarían el origen común, esto es, de un mismo grupo poblacional, de todos los habitantes primarios del continente. De cualquier modo, la controversia continúa.

De manera general, la tradición oficial recoge como teoría en vigor la llegada de pobladores a América a través de tres oleadas migratorias sucesivas, la primera de las cuales llegaría hace alrededor de 30 000 años, por la estrecha franja que separa a Alaska de Siberia, aprovechándose de los hielos de la cuarta glaciación. Estos primitivos inmigrantes poseían ya herramientas y utensilios de piedra y se encontraban en las etapas del paleolítico medio y superior. En esta y las subsiguientes oleadas los hombres se fueron esparciendo más y más hacia el sur.

Estas oleadas estaban probablemente compuestas por grupos humanos reducidos, cazadores nómadas que se fueron desplazando desde sus primitivos asientos en Alaska hasta posiciones más meridionales a medida que la glaciación iba avanzando hasta que desapareció en los alrededores del 8000 a.n.e. Así los yacimientos de utensilios de hueso del Yukón, en Alaska, son del año 22 000 a.n.e., en la meseta de Anáhuac se tienen rastros de hogueras del 20 000 a.n.e y en una cueva cerca de Ayacucho, en Perú, se encontraron utensilios líticos y restos de animales que datan del año 18 000 a.n.e.

A la llegada de los españoles a América en 1492, el continente estaba poblado por tribus indígenas en diverso grado de desarrollo. Así, en Norteamérica descollaban por el sur las agrupaciones de los llamados indios pueblo, mientras el norte las naciones iroquesas y algonquinas dominaban el panorama, en tanto que en Mesoamérica eran relevantes la organización de los pueblos náhuatl dominados por los mexicanos o aztecas y la civilización antiquísima de los mayas que se extendía por amplias zonas hasta Centroamérica. En el sur, las poblaciones chibchas y mochicas de la actual Colombia, el movimiento y desarrollo de pueblos del Altiplano que tuvo como colofón la formación del Tahuantinsuyu, el imperio de los incas, las tribus meridionales de araucanos, patagones, onas de la Tierra del Fuego, los charrúas, guaraníes y arawaks o arahuacos, formaban el abigarrado panorama de desarrollo desigual de los indígenas americanos.

1.2.2-Las mayor de las Antillas hacia 1492

En cuanto a la población de las Antillas y de Cuba en específico, se remonta a fecha tan lejana como el décimo milenio antes de nuestra era, donde las condiciones de la última glaciación, que como decíamos concluyó alrededor del año 8 000 a.n.e., permitían el acceso entre la península de La Florida y Cuba. La ruta seguida por estos primeros inmigrantes, de raza mongoloide y probablemente cazadores paleolíticos, es la que atraviesa Norteamérica y llega al litoral del Golfo y de ahí a la isla. Estos primitivos habitantes dominaban el fuego, tallaban la piedra y practicaban como actividades fundamentales la caza y la pesca.

Un segundo grupo migratorio, con características etnológicas y económicas muy similares arribó desde Centroamérica alrededor del año 4 500 a.n.e., estableciéndose en la costa sur de Cuba, en la Ciénaga de Zapata, en la península de Guanahacabibes y en la actual Isla de la Juventud. El cambio principal con respecto a los anteriores es la sustitución de los utensilios en piedra por la confección de instrumentos y herramientas en base a conchas marinas como técnica fundamental. Además poseían relaciones gentilicias y matriarcales y existía una división del trabajo muy bien delimitada por sexo y por edades.

La tercera ola migratoria se registra a partir del 500 d.n.e. y llega hasta los albores del siglo XVI, siendo la que contiene la llegada de tres tipos de pobladores diferentes. El más importante, el que, procedente de las Antillas menores, empieza a asentarse en las regiones orientales del país. Este grupo, dueño de la agricultura, introdujo los cultivos del maíz y de la yuca, y es además el recipiente para la recepción posterior de las técnicas alfareras. Este es el grupo indígena que los españoles llamaron taínos.

En resumen, a finales del siglo XV, en el archipiélago predominaban los grupos neolíticos arawaks o arahuacos, habiéndose extendido por todo el territorio desde el oriente del país, donde se aprecian las mayores concentraciones. También se encontraban poblaciones mesolíticas de los siboneyes, en algunas ocasiones mezcladas con las taínas, en franco proceso de transculturación. Existían grupos relegados del mesolítico inferior que permanecían en el extremo occidental del país, de ahí el nombre que recibían, guanahatabeyes, es decir, salvajes. Además, en los finales del siglo XV, una nueva cultura, la caribe, cuyas prácticas antropofágicas hicieron derivar la palabra caníbal de su nombre, había desalojado a los arahuacos de Venezuela y algunas de las Antillas menores y comenzaba a incursionar en las poblaciones taínas de nuestra isla.

Capítulo II Alumbramiento y deslumbramiento

2.1 España: de la Reconquista al Descubrimiento

2.1.1 Los Reyes Católicos

El 19 de octubre de 1469 contraen matrimonio Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. Este matrimonio sienta las bases de una unión que daría forma tanto al mapa político como al geográfico de la España de los años subsiguientes y, por qué no, también a los del resto de Europa. Los esposos, que luego de varias dificultades, léase la guerra de Sucesión de Castilla de 1474-1479 y la primera guerra de los Remensas en Cataluña del año 1462 al 72 del lado de Aragón, asumen los tronos respectivos de sus heredades, crean con la unidad dinástica una unión territorial precaria basada en dos principios:

– Los reinos de Castilla y Aragón son separados, con sus propios fueros y leyes.

– La máxima unión a nivel de las Coronas está representada en el matrimonio de Isabel y Fernando y en la unidad religiosa del país.

Esto se expresó de muchas maneras. A lo interno el matrimonio se dividió: Isabel dirigía la política interna de Castilla, Fernando la internacional de los dos reinos y cada uno la judicial del suyo. En 1478 se obtiene autorización papal para instaurar la Inquisición, bajo el control de Sus Majestades, para asegurar la firmeza y pureza de la religión en los territorios españoles y en 1492, el año del descubrimiento, son expulsados los judíos, en una medida que, complementaria de la anterior, obligaba a los éstos a convertirse o emigrar.

Un poderoso actor de la economía española de esta época es la Mesta, la organización de la ganadería trashumante. Esta era la hermandad de los ganaderos que trasladaban sus rebaños desde el Sur al Norte de Castilla y viceversa. En manos de los nobles castellanos, los grandes latifundistas, se encontraba esta fuerte organización que fungió como rectora de la economía castellana durante siglos.

Los nobles castellanos son de hecho la clase más explosiva, rebelde y poderosa de ambos reinos, por encima incluso de la burguesía catalana. Dueños del 97% de la tierra castellana, le deben a esto y a otros factores su poder, que se enfrenta constantemente con la Corona.

A pesar de los enfrentamientos y persecuciones a los que se ven sometidos, los judíos y los conversos juegan un importante papel en las finanzas de la España del siglo XV, así como también lo harán en el siglo siguiente, cuando formen parte de la aristocracia del mundo de negocios como grandes prestamistas y de la burocracia como excelentes y eficaces funcionarios.

En cuanto a la política exterior, aunque en general se cree que quedó en manos de Fernando, como ya dijimos, no es menos cierto que en la parte ibérica y atlántica, Isabel bogó por mantener cálidas relaciones con Portugal, lo cual se logró mediante enlaces matrimoniales, tratados y bulas papales. En cambio, con respecto al resto de Europa, la política de Fernando significó un cambio, al menos en cuanto a Castilla, al alejarse de Francia, aliado tradicional, para acercarse al Sacro Imperio Romano Germánico, mediante apoyo militar y enlaces dinásticos que terminarían con el dominio de la Casa de Trastámara sobre el trono de España, siendo sustituidos por los Habsburgos o Austrias, como los llamaron en España.

Digamos, en resumen, que al subir al trono Fernando e Isabel el caos estaba enseñoreado de la economía y la política castellanas. La moneda rebajada, la agricultura moribunda, la industria decadente, el comercio parado y la rebeldía de los nobles abrieron de par en par las puertas al absolutismo, la centralización y el paternalismo de los Reyes Católicos. La formación de la moderna España mediante la unión de las Coronas de Castilla y Aragón, la conquista de Granada y el posterior descubrimiento de América figuran entre las realizaciones más celebradas aunque no las únicas notables, de estos soberanos. Construyeron puentes y carreteras, pavimentaron calles, abastecieron de agua las ciudades, promovieron la limpieza y la sanidad urbanas, construyeron faros, mejoraron los puertos, favorecieron la construcción naval y la navegación, estimularon el comercio y la industria, suprimieron las luchas internas, reforzaron la administración de justicia y mejoraron la situación económica de sus reinos.

2.1.2 La lucha por el Atlántico

Desde la primera mitad del siglo XV, una serie de condiciones motivaron que fueran los súbditos de los reinos ibéricos los destinados a establecer el amplio movimiento de exploración y descubrimiento del siglo siguiente.

Desde 1415 comienza la expansión europea en el Atlántico con las ocupaciones de las islas Madera, Azores, Canarias y de Cabo Verde. La motivación primaria era la de conseguir una vía mediante la cual se pudiera alcanzar el litoral atlántico de África, rico en oro y esclavos baratos y posteriormente, la vía para alcanzar las Indias, tierra de especias y seda. Estas empresas fueron realizadas por los portugueses y andaluces de Castilla.

Con su accionar en la búsqueda de nuevas rutas comerciales, los portugueses y los españoles no buscaban suplantar a los árabes, como se ha afirmado en algunos estudios, aun cuando esto ocurrió en el océano Índico con posterioridad. En todo caso, el enemigo comercial a suplantar eran los comerciantes italianos, muchos de los cuales, como los genoveses, tenían un estatuto especial en varias ciudades como Sevilla y controlaban todos los puertos de expedición de la lana. Para el comerciante andaluz o el armador portugués, los principales competidores en caso de un hipotético establecimiento de relaciones comerciales interoceánicas entre la península Ibérica y Asia, eran las grandes casas italianas, monopolizadoras de este tipo de comercio y cuyos representantes y capitales podían ser encontrados hasta en su propio patio, como ya vimos en el epígrafe correspondiente. No es para nada una coincidencia que el primer cargamento consignado de especias orientales, primero de una larga serie, llegara procedente de Lisboa a la factoría portuguesa de Amberes, en Flandes, convirtiéndose rápidamente esta ciudad en centro para la distribución de estas mercancías en el norte de Europa y soslayando de un plumazo la ruta Cercano Oriente-Italia-Alpes-Alemania-Norte, que tenía como intermediarios mayoritarios a los italianos.

La navegación ibérica, con marineros habituados al océano y entrenados en la escuela de la conquista y colonización de los sistemas de islas del Atlántico noroeste-africano, era la más adecuada para realizar las grandes expediciones de descubrimiento. Además, en el caso de España, dominaban un amplio conjunto de concepciones heredadas de la Reconquista que apenas terminaba, como bien enuncia el Profesor Torres-Cuevas:

– El objetivo y definición de las empresas como militares.

– La fidelidad a la figura del rey, que se paga mediante repartos de tierras.

– El carácter de empresa religiosa que tenía toda conquista.

– El proceso de migración o ‘repoblamiento’ que seguía a toda conquista.

– La organización y sustento de la conquista por la burguesía usurero-mercantil, que aporta los maravedíes necesarios.

Estas concepciones rigen la conducta de los hijosdalgo, segundones de la nobleza castellana, y de los miles de hombres de armas de toda clase, que una vez terminada la Reconquista, tienen como ocupación la guerra en un país donde ésta acaba de concluir.

Las condiciones estaban dadas, sólo era necesario establecer las orientaciones y direcciones principales, como en toda buena empresa de exploración y éstas vinieron dadas curiosamente por el mismo tratado mediante el cual Isabel se había sentado por vez primera de manera sólida sobre el trono de Castilla: el Tratado de Alcáçovas-Toledo, firmado por los reyes de Portugal por un lado y de Castilla y Aragón por el otro, el 4 de septiembre del año 1479, que sentó las pautas de los colores que llevarían las futuras expediciones, según su derrota.

Y es que el tratado fue trascendente sobre todo por esa cualidad que tuvo de dividir al Atlántico por un paralelo de manera tal que daba a los portugueses la navegación exclusiva al sur del cabo Bojador, lo cual dejaba a Castilla las islas Canarias y toda la navegación por lo que ahora se conoce como el Atlántico Norte. Así se sellaba el destino de las expediciones: los portugueses buscarían la ruta al Asia siguiendo la costa y doblarían el cabo de Buena Esperanza, como ya vimos, en su búsqueda hacia la India, mientras que Castilla, que no había quedado muy satisfecha con las condiciones del tratado, máxime cuando parecían desventajosas para un acuerdo resultado de una guerra que ella había ganado, esperaba la oportunidad de realizar sus propios viajes de exploración al finalizar la Reconquista, mientras introducía en sus islas Canarias la caña de azúcar y los esclavos negros, en siniestra premonición de lo que vendría después.

Resumamos en pocas lo que se viene perfilando como las causas que condicionaron y propiciaron el descubrimiento:

– La llamada sed de oro. El desarrollo del comercio europeo de la época, que propició la falta de metales preciados, significó también que la balanza comercial europea con respecto al Oriente siempre fuera pasiva. – La completa islamización del Oriente, consumada por la caída de Constantinopla en 1453 y, aún mas importante, la conquista de Egipto, influyó en la llamada crisis del comercio del Levante, que hizo el monopolio comercial de los italianos, intolerable.

– Las contradicciones del régimen feudal, que provocaron la búsqueda de un escape en la expansión territorial y la consolidación del régimen monárquico en Europa Occidental, que da a luz a las condiciones políticas que permiten organizar grandes expediciones marítimas costeadas por los Estados.

– Las condiciones específicas de la península Ibérica que ya conocemos.

– Los adelantos imprescindibles de la ciencia y la técnica, sobre todo relacionado con la náutica y la geografía.

2.2 El Alumbramiento

2.2.1 Del Almirante

Cristóbal Colón nació probablemente en 1451 en Génova o en una de las aldeas circundantes. Algunos autores, sin embargo, defienden que era catalán, mallorquín, judío, gallego, castellano, extremeño, corso, francés, inglés, griego y hasta suizo. Siguiendo la tesis genovesa, sus padres fueron Doménico Colombo, maestro tejedor, lanero o tabernero, y Susana Fontanarrosa. De los cinco hijos del matrimonio, dos, Cristóbal y Bartolomé, tuvieron pronto vocación marinera; el tercero fue Giacomo (Diego Colón), que aprendió el oficio de tejedor; y de los dos restantes, Giovanni murió pronto, y la única mujer no dejó rastro.

De la mar aprendió en galeras genovesas primero, como grumete; como marinero, desde los 15 años, y con mando en barco desde los 20 o 22 años. Entre 1470 y 1476 recorrió todas las rutas comerciales importantes del Mediterráneo, desde Quíos, en el Egeo, hasta la península Ibérica; al servicio de las más importantes firmas genovesas. También participó en empresas bélicas, como el enfrentamiento entre Renato de Anjou y el rey de Aragón, Juan II, por la sucesión al trono de Nápoles. Se afirma que, al amparo de tantas guerras y conflictos como entonces había, ejerció de corsario, actividad muy lucrativa y reconocida hasta en los tratados internacionales de la época.

Según cronistas de la época, Colón llegó a la ciudad de Lagos, situada en la costa meridional portuguesa, cerca de Sagres, tras un durísimo combate naval acaecido cerca del cabo de San Vicente, el 13 de agosto de 1476. Incendiado su barco, Colón salvó su vida agarrándose a un remo y nadando hasta la costa. Empezaba la estancia colombina en Portugal, que duró casi diez años, tan importantes y decisivos como misteriosos. Fue en el pequeño reino ibérico, y de la mano de portugueses, donde aprendió a conocer el Océano (es decir, el Atlántico, en la época el océano por antonomasia), a frecuentar las rutas comerciales que iban desde Islandia hasta el archipiélago de Madeira, a tomar contacto con la navegación de altura, con los vientos y corrientes atlánticos y a navegar hasta el golfo de Guinea.

Dicen los cronistas que Colón, una vez repuesto, marchó desde Lagos hasta Lisboa, donde se dedicó al comercio. En 1477 viajó hasta Inglaterra e Islandia, y en 1478 se movía entre Lisboa y el archipiélago de Madeira con cargamentos de azúcar. Hacia 1480 parece que se casó con Felipa Moñiz, quien le ayudó a acreditarse como vecino y cuasi natural de Portugal, siendo como era pariente lejana de los Braganza, la casa real de Portugal. De este matrimonio nació hacia 1482 en la isla de Porto Santo, del archipiélago de Madeira, su sucesor Diego Colón.

Hay grandes indicios y alguna prueba razonable, como el preámbulo de las Capitulaciones de Santa Fe, de que Colón, cuando elaboró su plan descubridor, sabía más de lo que decía. Tal convencimiento, que se extendió ya desde el principio entre los primeros pobladores y cronistas, se corresponde con el llamado "predescubrimiento de América". Parece que, entre los años 1477 y 1482, en que Colón no dejó de realizar frecuentes viajes a las islas Madeira, Azores y Canarias, le sucedió algo trascendental, que él califica de "milagro evidentísimo", si hacemos caso a sus palabras.

Los defensores del predescubrimiento de América sostienen que ese algo trascendental, repentino y milagroso que le sucedió a Colón en cualquier momento de estos años fue que alguien, con conocimiento de lo que decía, le informó de la existencia de unas tierras al otro lado del océano Atlántico. Tal información aportaba detalles bastante ajustados sobre algunas islas y sus naturales, sobre ciertos parajes y, especialmente, acerca de las distancias. Ese alguien fue, según unos, un piloto portugués o castellano (si se sigue la conocida como "leyenda del piloto anónimo") que al regresar de Guinea se vio impulsado por alguna tormenta hasta las Antillas. Tras un tiempo allí, regresó, se encontró con Colón, le informó y murió.

En aquellos años transcurridos entre 1480 y 1482, Cristóbal Colón era ya un buen navegante, un hombre práctico y autodidacta, pero carecía de ciencias y saberes teóricos. Para elaborar su plan descubridor, Colón, de quien se puede decir que era más un hombre de la edad media que de la edad moderna, y se sentía instrumento de la Providencia, utilizó varias fuentes informativas: la Historia rerum ubique gestarum del papa Pío II; la Imago mundi del cardenal y teólogo francés Pierre d'Ailly, a quien mencionábamos antes como uno de los grandes hombres del pensamiento de la época; y la Correspondencia y Mapa que, en 1474, el sabio y geógrafo florentino Paolo dal Pozzo Toscanelli había hecho llegar al rey de Portugal Alfonso V.

De las dos primeras obras, que eran una especie de enciclopedias del saber del momento y que estudió muy detenidamente, como demuestran las casi 1.800 apostillas o anotaciones al margen que hizo en sus ejemplares, extrajo referencias muy concretas sobre parajes bíblicos, situados en el fin del Oriente, como el Paraíso Terrenal, el Jardín del Edén, Tarsis y Ofir, el reino de Saba, los montes de Sophora, o el país de las amazonas, que pronto situaría en distintas zonas de las Indias, porque para él allí estaba el extremo de Asia. De Toscanelli, que seguía lo que había dejado escrito el viajero italiano Marco Polo, recogió Colón todo lo relativo al territorio sobre el que habían gobernado los miembros de la dinastía Yuan, a la tierra firme asiática (Catay, Mangi y Ciamba) y sobre todo al Cipango, isla distante 1.500 millas de China (la Catay colombina), referida al actual Japón, y famosa por su riqueza. Sin embargo, hay un punto en el que Colón discrepaba del sabio florentino: las distancias entre ambos extremos del Océano. Toscanelli asignaba al mismo 120 grados de la esfera terrestre (casi el doble de la que en realidad tiene), y, aunque situaba algunas islas en el camino, la empresa resultaba muy arriesgada. Por esta razón, los portugueses, tras estudiar el plan, lo rechazaron y archivaron. Colón, sin embargo, sabía que, en el capítulo de las distancias, Toscanelli estaba equivocado: al empezar el viaje descubridor, anunció que las primeras tierras se encontrarían a 800 leguas de las islas Canarias.

Para defender su proyecto ante los expertos, hubo de calcular mediciones sobre el grado y la esfera terrestres. Coincidió con las estimaciones hechas por algunos sabios musulmanes, según las cuales 1 grado equivalía a 56 millas y 2/3 (milla árabe de casi 2.000 metros), y, por tanto, la circunferencia del ecuador era igual a 20.400 millas. Esto daría 40.000 kilómetros para la circunferencia del ecuador (prácticamente la medida real). Sin embargo, Colón achica la esfera terrestre y da al ecuador una medida de unos 30.000 kilómetros, es decir una cuarta parte menos, porque está manejando la milla itálica, de unos 1.500 metros. Hacia 1483 o 1484 defendió este proyecto ante los expertos portugueses, que lo rechazaron. De mediciones, cálculos y Toscanelli, ellos sabían más que Colón, el cual no les aportaba nada nuevo y además les exigía mucho a cambio de llevar a cabo el plan de exploración.

A finales de 1484 o principios de 1485 dejó Portugal lo más secretamente que pudo y entró en Castilla. Tras arribar con su hijo Diego a algún puerto del golfo de Cádiz, quizá al de Palos de la Frontera, visitó el monasterio franciscano de Santa María de La Rábida, en donde siempre halló Colón ayuda material y amistad.

El 20 de enero de 1486, los Reyes Católicos recibieron por primera vez a Colón en la ciudad castellana de Alcalá de Henares, y a continuación nombraron una junta de expertos para valorar el proyecto colombino. La junta de ‘científicos’, al igual que en Portugal, le fue contraria.

A pesar de que muchos no daban crédito a lo que prometía, nunca le faltaron a Colón protectores. Algunos de los más constantes fueron frailes con influencia ante los Reyes, como el incondicional, buen astrólogo y entendido en navegación, Fray Antonio de Marchena. Otro religioso influyente, maestro del príncipe don Juan, y siempre favorable a Colón fue Fray Diego de Deza. Es posible que el futuro descubridor revelase a ambos sus conocimientos en secreto de confesión. Un tercer religioso, decisivo en 1491 y 1492, fue el fraile de La Rábida, Juan Pérez. En la última fase de la negociación, además de eclesiásticos, el genovés contó con el apoyo de algunos cortesanos distinguidos, como fue el caso de Luis de Santángel, escribano de ración de Sus Majestades.

Entre los años de 1487 y 1488, mientras esperaba en Córdoba la decisión de los monarcas Isabel I y Fernando II, conoció a Beatriz Enríquez de Arana, una joven de humilde procedencia, que el 15 de agosto de 1488 le dio un hijo: Hernando Colón. En 1488, invitado sorprendentemente por el rey portugués Juan II, parece que hizo un viaje rápido a Portugal. Poco después viajó por Andalucía, donde visitó a los duques de Medinasidonia y de Medinaceli al parecer por sugerencia de Fray Juan Pérez, con el objetivo de recabar la ayuda de estos poderosos señores, mientras llegaba a su fin la guerra de Granada, que tenía ocupados a los Reyes Católicos.

Después de muchas tentativas y la intervención favorable de nuevo del monasterio de La Rábida, especialmente de Fray Juan Pérez, los Reyes Católicos, en un acto completamente personal, decidieron finalmente respaldar el proyecto del futuro Almirante. El 17 de abril de 1492 se firmaron las Capitulaciones de Santa Fe o documento-contrato que estipulaba las condiciones en que Cristóbal Colón haría el viaje descubridor. El documento, dividido en dos, tiene un preámbulo que dice así: "Vuestras Altezas dan e otorgan a don Cristóbal Colón en alguna satisfacción de la que ha descubierto en las Mares Océanas y del viaje que agora, con el ayuda de Dios ha de fazer por ellas en servicio de Vuestras Altezas, son las que se siguen". Ese "ha descubierto" es, para los partidarios de la teoría del predescubrimiento, la prueba documental decisiva, ya que Colón se atribuye, antes de 1492, descubrimientos en el océano que ahora transfiere a los Reyes Católicos, en virtud de lo cual éstos le corresponden dándole una serie de privilegios, que forman la segunda parte del documento:

1º) El oficio de almirante de la Mar Océana, vitalicio y hereditario, en todo lo que descubra o gane, y según el modelo del almirante mayor de Castilla.

2º) Los oficios de virrey y gobernador en todo lo que él descubra o gane. No se habla de hereditariedad. Para cubrir los cargos en las Indias, pueden proponer tres personas a los Reyes con el objeto de que estos escojan.

3º) La décima parte de todas las ganancias que se obtengan en su almirantazgo.

4º) Que todos los pleitos relacionados con las nuevas tierras los pueda resolver él o sus justicias. Este punto nunca se cumplió porque estaba condicionado a los precedentes castellanos.

5º) El derecho a participar con la octava parte de los gastos de cualquier armada, recibiendo a cambio la octava parte de los beneficios.

2.2.2 De los que fueron y cómo fueron

El puerto de Palos de la Frontera, en la confluencia de los ríos Tinto y Odiel, andaluz y marinero, era uno de los lugares ideales para la acción que se proponía el Almirante. Aquí conocería a los hermanos Martín Alonso, Vicente y Francisco Yañez Pinzón y al cantabro Juan de la Cosa. Los primeros a través del guardián del monasterio de la Rábida, nuestro conocido Juan Pérez, amigo de la familia Pinzón.

El apoyo de esta familia es esencial para la consecución de la empresa. Los Pinzón son tal vez los marinos más conocidos del puerto y de buena parte de la costa al sur de Sevilla. Practicantes del comercio tanto atlántico como mediterráneo y en ocasiones la piratería, eran sin duda de los más experimentados de la zona. Tanto así, que es precisamente el hecho de que se sumen los Pinzón a la aventura lo que permite se incorporen la mayoría de los marinos enrolados.

Por otra parte, la ayuda del marino y cartógrafo Juan de la Cosa es también esencial. Cantabro, es quien enrola a sus vizcaínos, que tantos dolores de cabeza habrán de darle al Almirante. Es él, dueño de la Gallega, quien aporta con su participación esta nao, destinada a ser la capitana bajo el nuevo nombre de Santa María.

La Santa María era una nao de 128,25 pies de eslora por 25,71 pies de manga que desplazaba unas 200 toneladas, con una tripulación de alrededor de 45 hombres. El camarote del Almirante estaba situado sobre el alcázar en la popa, en el castillo correspondiente.

Las otras dos embarcaciones eran dos carabelas, la Pinta y la Niña, que desplazaban 48 y 39 toneladas respectivamente. Sus tripulaciones están estimadas en 30 hombres para la Pinta y 25 para la Niña.

Una consulta a la lista de tripulantes, nos permitirá observar las siguientes relaciones:

Hombres de mar

Otros

68

19

Un examen más minucioso arrojará las siguientes divisiones:

Oficiales y Pilotos

Grumetes y Marineros

Altos cargos u oficios no marinos

Oficios comunes no marinos

12

56

7

12

Lo que porcentualmente nos lleva a:

Unidos a los otros posibles tripulantes, unos 19 en total, tenemos ya ampliada la lista de tripulantes hasta un número de 106, que en su mayoría son marinos y hombres de mar, lo que sirve de constatación de la empresa como descubridora/exploradora, en contraposición con lo que se verá más tarde en futuros viajes colombinos.

No es de despreciar la participación de criminales en esta empresa, con la exoneración como motivo principal de su incorporación al viaje.

2.2.3 El Almirante, el Océano y el Mundo Nuevo

Al fin, sale la expedición del puerto el día 3 de agosto de 1492, un poco antes de la salida del sol, y pusieron rumbo a las islas Canarias, donde pensaron recalar y aprovisionarse antes de partir definitivamente hacia lo desconocido.

Nada ocurre de importancia hasta el lunes 6, en que se rompe el timón de la Pinta. Esto preocupó al Almirante, quien desconfiaba de los dueños de la Pinta, Gomes Rascón y Cristóbal Quintero, de quienes pensaba no querían participar en este viaje, sino que habían sido compelidos por la autoridad de Martín Alonso Pinzón y ahora trataban de averiar la nave, como sospechaba habían tratado antes. Sólo la presencia y liderazgo del propio Martín Alonso, unido a su pericia, permite la solución de este problema con el gobernalle, que vuelve a aflorar al día siguiente y sólo es definitivamente resuelto con la estadía de las naves en Canarias.

Allí permanecen hasta el día jueves 6 de septiembre, en que parten definitivamente desde el puerto de la Gomera, habiéndose pertrechado y reparado sus barcos, aunque los vientos alisios no comienzan a soplar hasta el día ocho. Reciben además noticia de tres carabelas del rey de Portugal que andan en su búsqueda, para evitar el viaje.

El domingo día nueve tenemos la primera referencia a la práctica que Colón llevará a cabo durante todo el viaje, que será el de acortar la distancia recorrida por sus naves.

El día 13 de septiembre el Almirante descubre la declinación magnética de la Tierra, o sea, el ángulo que forma la componente horizontal del campo magnético de la Tierra con el meridiano geográfico y el 16 llegan al mar de los Sargazos, de donde salen sólo el día 22 de septiembre.

El martes 25 se tiene una falsa noticia de tierra hacia el Sureste, causando lógica conmoción pero es definitivamente enmendada al siguiente día.

En los primeros días de octubre comienza a temer el Almirante haber pasado en su derrota por alguna isla y no haberla visto, habiendo recorrido según su cuenta 707 millas. Hay noticias de un motín entre los cántabros y vizcaínos de la Santa María, domeñados tan sólo por la imponente presencia del mayor de los Pinzón, Martín Alonso, quien discute con el Almirante si es más correcto tratar del alcanzar Cipango, a lo que éste sostiene que lo importante es alcanzar la tierra firme.

Nuevos motines el día 10 de octubre, donde los propios Pinzones comienzan a dudar. Sólo se continúa cuando se le arranca el juramento al Almirante de proseguir la marcha durante tres días más y de no resultar, regresar a Europa.

El día once se multiplican las señales de la cercanía de tierra, que ya se venían dando desde una semana antes. El Almirante cree ver unas luces que significarían la presencia de tierra y así lo comparte con el repostero de los estrados del rey y con el veedor, por lo que manda a reforzar la vigilancia. Finalmente, cerca de las dos de la madrugada se escucha el grito de Tierra, que sale de la garganta de Juan Rodríguez Bermejo. Tocan tierra al otro día, de la cual el Almirante se apresura a tomar posesión en nombre de los Reyes Católicos.

2.2.4 El Deslumbramiento

Colón llegó a la isla que los indígenas llamaban Guanahaní y que el puso por nombre San Salvador. Los españoles, siempre ávidos de oro, intercambian fruslerías con los indígenas a cambio de objetos del preciado metal, mientras el Almirante hace sus primeras observaciones: "Yo (dice él), porque nos tuviesen mucha amistad, porque conocí que era gente que mejor se libraría y convertiría a nuestra Santa Fe con amor que no por fuerza, les di a algunos de ellos unos bonetes colorados y unas cuentas de vidrio que se ponían al pescuezo, y otras cosas muchas de poco valor, con que hobieron mucho placer y quedaron tanto nuestros que era maravilla. Los cuales después venían a las barcas de los navíos adonde nos estábamos, nadando, y nos traían papagayos y hilo de algodón en ovillos y azagayas y otras cosas muchas, y nos las trocaban por otras cosas que nos les dábamos, como cuentecillas de vidrio y cascabeles. En fin, todos tomaban y daban de aquello que tenían de buena voluntad. Mas me pareció que era gente muy pobre de todo. Ellos andan todos desnudos como su madre los parió, y también las mujeres, aunque no vide más de una farto moza. Y todos los que yo vi eran todos mancebos, que ninguno vide de edad de más de treinta años: muy bien hechos, de muy fermosos cuerpos y muy buenas caras: los cabellos gruesos cuasi como sedas de cola de caballos, e cortos: los cabellos traen por encima de las cejas, salvo unos pocos de tras que traen largos, que jamás cortan. Dellos se pintan de prieto, y ellos son de la color de los canarios, ni negros ni blancos, y dellos se pintan de blanco, y dellos de colorado, y dellos de lo que fallan, y dellos se pintan las caras, y dellos todo el cuerpo, y dellos solos los ojos, y dellos sólo el nariz. Ellos no traen armas ni las conocen, porque les amostré espadas y las tomaban por el filo y se cortaban con ignorancia. No tienen algún fierro: sus azagayas son unas varas sin fierro, y algunas de ellas tienen al cabo un diente de pece, y otras de otras cosas. Ellos todos a una mano son de buena estatura de grandeza y buenos gestos, bien hechos. Yo vide algunos que tenían señales de feridas en sus cuerpos, y les hice señas qué era aquello, y ellos me amostraron cómo allí venían gente de otras islas que estaban acerca y les querían tomar y se defendían. Y yo creí e creo que aquí vienen de tierra firme a tomarlos por captivos. Ellos deben ser buenos servidores y de buen ingenio, que veo que muy presto dicen todo lo que les decía, y creo que ligeramente se harían cristianos; que me pareció que ninguna secta tenían. Yo, placiendo a Nuestro Señor, llevaré de aquí al tiempo de mi partida seis a V. A. para que deprendan fablar. Ninguna bestia de ninguna manera vide, salvo papagayos en esta isla."

El Almirante prosigue su estancia en San Salvador durante dos días, desde donde parte no sin antes observar: "(…) y también a dónde pudiera hacer fortaleza, y vide un pedazo de tierra que se hace como isla, aunque no lo es, en que había seis casas, el cual se pudiera atajar en dos días por isla; aunque yo no veo ser necesario, porque esta gente es muy símplice en armas, como verán Vuestras Altezas de siete que yo hice tomar para le llevar y desprender nuestra fabla y volvellos, salvo que Vuestras Altezas cuando mandaren puédenlos todos llevar a Castilla o tenellos en la misma isla captivos, porque con cincuenta hombres los terná todos sojuzgados y los hará hacer todo lo que quisiere."

Al día siguiente descubre la isla que pone por nombre Santa María de la Concepción y otra a la que llama Fernandina, en honor del rey, separadas entre sí por un pequeño golfo. En la Fernandina anota sobre los indígenas: "No les conozco secta ninguna, y creo que muy presto se tornarían cristianos, porque ellos son de muy buen entender." Y también, olfateando empresas mercantiles: "Y aun en esta isla vide paños de algodón fechos como mantillos."

El día 19 descubre otra isla a la que pone por nombre Isabela, que los indígenas llamaban Samoet, sobre la cual comenta: "(…) Esta costa toda y la parte de la isla que yo vi es toda cuasi playa, y la isla más fermosa cosa que yo vi; que si las otras son muy hermosas, ésta es más. Es de muchos árboles y muy verdes y muy grandes, y esta tierra es más alta que las otras islas falladas, y en ella algún altillo, no que se le puede llamar montaña, mas cosa que afermosea lo otro, y parece de muchas aguas allá al medio de la isla."

El domingo 21 se menciona por primera vez a Cuba: "(…) y después partir para otra isla grande mucho, que creo que debe ser Cipango, según las señas que me dan estos indios que yo traigo, a lo cual ellos llaman Colba, en la cual dicen que ha naos y mareantes mucho y muy grande(…)". Nuevamente el día 23, ya con el nombre corregido: "Quisiera hoy partir para la isla de Cuba, que creo que debe ser Cipango, según las señas que dan esta gente de la grandeza de ella y riqueza, y no me deterné más aquí (…)"

Llegamos así, junto al Almirante, al descubrimiento de la isla de Cuba, a la que puso por nombre Juana, en honor del príncipe Juan. Esto ocurrió el día 28 de octubre, tal y como aparece en su Diario. Veamos que dice: "Fue de allí en demanda de la isla de Cuba al Sursudueste, a la tierra de ella más cercana, y entró en un río muy hermoso y muy sin peligro de bajas ni otros inconvenientes; y toda la costa que anduvo por allí era muy hondo y muy limpio fasta tierra: tenía la boca del río doce brazas, y es bien ancha para barloventar. Surgió dentro, diz que a tiro de lombarda. Dice el Almirante que nunca tan hermosa cosa vido, lleno de árboles, todo cercado el río, fermosos y verdes y diversos de los nuestros, con flores y con su fruto, cada uno de su manera. Aves muchas y pajaritos que cantaban muy dulcemente; había gran cantidad de palmas de otra manera que las de Guinea y de las nuestras, de una estatura mediana y los pies sin aquella camisa y las hojas muy grandes, con las cuales cobijan las casas; la tierra muy llana. Saltó el Almirante en la barca y fue a tierra, y llegó a dos casas que creyó ser de pescadores y que con temor se huyeron, en una de las cuales halló un perro que nunca ladró; y en ambas casas halló redes de hilo de palma y  cordeles y anzuelo de cuerno y fisgas de hueso y otros aparejos de pescar y muchos huegos dentro, y creyó que en cada una casa se juntan muchas personas. Mandó que no se tocase en cosa de todo ello, y así se hizo. La hierba era grande como en el Andalucía por abril y mayo. Halló verdolagas muchas y bledos. Tornóse a la barca y anduvo por el río arriba un buen rato, y diz que era gran placer ver aquellas verduras y arboledas, y de las aves que no podía dejallas para se volver. Dice que es aquella isla la más hermosa que ojos hayan visto, llena de muy buenos puertos y ríos hondos, y la mar que parecía que nunca se debía de alzar porque la hierba de la playa llegaba hasta cuasi el agua, la cual no suele llegar donde la mar es brava. Hasta entonces no había experimentado en todas aquellas islas que la mar fuese brava. La isla dice que es llena de montañas muy hermosas, aunque no son muy grandes en longura, salvo altas, y toda la otra tierra es alta de la manera de Sicilia; llena es de muchas aguas, según pudo entender de los indios que consigo lleva, que tomó en la isla de Guanahani, los cuales le dicen por señas que hay diez ríos grandes y que con sus canoas no la pueden cercar en veinte días. Cuando iba a tierra con los navíos salieron dos almadías o canoas, y como vieron que los marineros entraban en la barca y remaban para ir a ver el fondo del río para saber dónde habían de surgir, huyeron las canoas. Decían los indios que en aquella isla había minas de oro y perlas, y vido el Almirante lugar apto para ellas y almejas, que es señal de ellas, y entendía el Almirante que allí venían naos del Gran Can, y grandes, y que de allí a tierra firme había jornada de diez días. Llamó el Almirante aquel río y puerto de San Salvador."

El Almirante permanece durante más de un mes en las cercanías de Cuba. Envió incluso una expedición al interior de la isla, formada por Rodrigo de Jerez y Luis de Torres, éste último "(…) había sido judío, y sabía diz que hebraico y caldeo y aun algo arábigo;", quienes permanecen por varios días en el interior de la isla, regresando para decir que no habían encontrado ciudades ni especies ni civilización alguna, aunque con la noticia:"Hallaron los dos cristianos por el camino mucha gente que atravesaba a sus pueblos, mujeres y hombres, con un tizón en la mano, hierbas para tomar sus sahumerios que acostumbraban.", en la primera aparición del uso del tabaco.

El 21 de noviembre ocurre un hecho sintomático: "Este día se apartó Martín y Alonso Pinzón con la carabela Pinta, sin obediencia y voluntad del Almirante, por cudicia, diz que pensando que un indio que el Almirante había mandado poner en aquella carabela le había de dar mucho oro, y así se fue sin esperar, sin causa de mal tiempo, sino porque quiso. – Y dice aquí el Almirante: «otras muchas me tiene hecho y dicho»".

El día 5 de diciembre, llega a la Punta de Quemados, que llamó cabo Alfa y Omega, señalando así lo que creyó el extremo oriental de Asia, y procede hacia la que el Almirante bautizó como española a la que llega el día 6, el mismo día que descubre la pequeña isla de Tortuga. Tenemos una vez más la expresión del Almirante, ahora para esta isla Española: "(…) por ver la isla Española, que es la más hermosa cosa del mundo (…)".

Prosigue el Almirante su recorrido y descripción de buena parte de la costa norte de la Española hasta el día de Navidad cuando: "Como fuese calma, el marinero que gobernaba la nao acordó irse a dormir, y dejó el gobernario a un mozo grumete, lo que mucho siempre había el Almirante prohibido en todo el viaje, que hobiese viento o que hobiese calma: conviene a saber, que no dejasen gobernar a los grumetes. El Almirante estaba seguro de bancos y de peñas, porque el domingo, cuando envió las barcas a aquel rey, habían pasado al Leste de la dicha Punta Santa bien tres leguas y media, y habían visto los marineros toda la costa y los bajos que hay desde la dicha Punta Santa al Leste bien tres leguas, y vieron por dónde se podía pasar, lo que todo este viaje no hizo. Quiso Nuestro Señor que a las doce horas de la noche, como habían visto acostar y reposar el Almirante y vían que era calma muerta y la mar como en una escudilla, todos se acostaron a dormir, y quedó el gobernalle en la mano de aquel muchacho, y las aguas que corrían llevaron la nao sobre uno de aquellos bancos. Los cuales, puesto que fuese de noche, sonaban que de una grande legua se oyeran y vieran, y fue sobre él tan mansamente que casi no se sentía. El mozo, que sintió el gobernalle y oyó el sonido de la mar, dio voces, a las cuales salió el Almirante y fue tan presto que aún ninguno había sentido que estuviesen encallados."

A pesar de todos los esfuerzos, no se pudo rescatar la Santa María. El Almirante ordenó entonces la construcción del la primera fortaleza española en América, el fuerte conocido como Navidad, en lo que fue ayudado por el cacique local, Guacanagarí.

Luego de reencontrarse con la Pinta a mando de Martín Alonso Pinzón y recorrer la costa hasta la península de Samaná, el Almirante decide poner rumbo a España, con la seguridad de haber encontrado unas islas muy cercanas al Asia, el 16 de enero de 1493. Tras cruzar nuevamente el mar de los Sargazos, Colón decide utilizar los fuertes vientos del Oeste, por lo que manda poner rumbo al Este el 4 de febrero. Entre el 12 y el 15 de febrero lo sorprende una tormenta que provoca una nueva separación de los navíos. La Pinta se separa y va a parar a Bayona, en Galicia. En cuanto a la Niña, es atrapada por otra tormenta cerca ya de España por lo que tiene que refugiarse en el puerto de Lisboa, desde donde fecha carta a los Reyes Católicos el 4 de marzo de 1493. Luego de reparar la nave, se hace a la mar y llega el 15 de marzo de 1493 triunfante a Palos de la Frontera. Unas horas después llega la Pinta, bajo el mando del moribundo Martín Alonso Yañez Pinzón.

2.3 Las consecuencias de un viaje trasatlántico

Las consecuencias del descubrimiento se ramifican en toda la historia posterior, aunque hay que separar las inmediatas y las a largo plazo.

En lo inmediato, provocó una frenética actividad en la corte española, que se tradujo en un plan que básicamente contenía los siguientes puntos:

– Negociación diplomática con el Vaticano y cerca del Papa Alejandro VI, el español Rodrigo de Borja, quien promulga las Bulas Inter Caetera I y II, en las que hace donación de las tierras descubiertas y por descubrir a los Reyes y luego fija una línea que ha de dividir las posesiones españolas y portuguesas.

– Activación de la llamada Armada de Vizcaya, ante el clima tenso con Portugal, con el objetivo de proteger la segunda expedición.

– La creación de la mayor expedición exploradora hasta entonces generada hacia el exterior de Europa, con 17 navíos y cerca de 1300 pasajeros, con el objetivo de regresar y ocupar las Indias descubiertas.

A largo plazo, el descubrimiento generó nuevos viajes exploratorios y luego de conquista, que aceleraron el proceso de descomposición del régimen feudal en Europa.

Se crearon enormes posesiones coloniales para las potencias europeas, además de ampliarse considerablemente la base comercial, provocándose una súbita expansión del mercado mundial. Esto cambia además el carácter del comercio mundial, que adquiere una dimensión especulativa que se apoya en las complicadas dependencias que se establecen entre América y Europa.

Se dio la llamada revolución de los precios, provocada por el torrente de metales preciosos que afluyeron desde el Nuevo Mundo, en muchos casos pagando artículos de mucho menor costo. Este fenómeno está relacionado con el proceso de acumulación originaria del capital, descrito por Marx en su obra cumbre.

Esto provocó además un desplazamiento de los centros económicos de Europa hacia posiciones más noroccidentales. En efecto, aunque el comercio mediterráneo y sobre todo el italiano se mantienen hasta el siglo XVII con bastante fuerza, sostenido por el oro y la plata americanos, la acción principal se traslada al norte.

El descubrimiento es a la vez completitud. Si bien Vasco da Gama llega a la India propiamente dicha pocos años después, es solo los metales aportados por el Mundo Nuevo los que permiten pagar la especiería que los portugueses traen desde Malabar, o sea, balancear la balanza. El viaje de Colón se completa con el de Da Gama en el escenario del mercado mundial que recién nace.

Epílogo

Dice Adam Smith en su Wealth of Nations en la página 125 del segundo volumen: "El Descubrimiento de América y el del paso a las Indias Occidentales por el Cabo de Buena Esperanza son los mayores y más importantes sucesos que recuerda la historia de la humanidad." Aunque evidentemente exagerada, la cita nos da idea de la importancia atribuible a semejante acontecimiento.

Espero que la tarea de describir esta travesía y su circunstancia no haya excedido mis posibilidades. La exposición considero es coherente, aunque a veces no concisa, y he pretendido seguir una línea que es a la vez cronológica y dialéctica, yendo de lo general a lo particular. Globalmente, he tratado de dar una idea de las circunstancias, únicas en su género, que propiciaron la gesta, antes de enrolarme en su descripción.

Considero que el llamado encuentro entre dos mundos tuvo consecuencias imbricadas para el Viejo continente. De ahí se justifica el título de nuestro trabajo, Alumbramiento y Deslumbramiento. El descubrimiento del Nuevo Mundo, generando una concepción más universal del hombre, acelerando las condiciones para el tránsito a un régimen de producción mas avanzado, ampliando las fronteras y horizontes de los europeos, no sólo dio a luz a una nueva Europa, sino también, de forma inmediata, la deslumbró.

No creo que esté agotado el tema alrededor del cual gira el presente trabajo. Siempre algo nuevo surgirá sobre este apasionante suceso, que merezca la pena de incluir en largos y voluminosos libros, los cuales habrán de ser repasados para tratar de entresacar de ellos descripciones que en pocas palabras o páginas cuenten y analicen "(…) La mayor cosa después de la creación del mundo, sacando la encarnación y muerte del que lo crió."

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Autor:

Alejandro Delgado Castro

Partes: 1, 2
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