Friedrich Nietzsche y el Cristianismo: De la crítica de la Religión a la muerte de Dios
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Epicuro en su Carta a Meneceo se burla de los que sostienen la Sabiduría de Sileno diciendo que o están de broma o bien a qué esperan para suicidarse y abandonar este mundo, mientras que Sófocles ratificaba la doctrina silénica. El autor trágico, abrumado por la vejez y contando ya con alrededor de noventa años, otorga más importancia a los sufrimientos que a las dichas: “No existe ningún otro envejecimiento para la cólera a no ser la muerte. Y ningún dolor alcanza a los muertos” (Edipo en Colono, vv.954-956). A diferencia de Epicuro, que dará prioridad a las dichas sobre los sufrimientos, el tragediógrafo sostendrá la terrible tesis conocida como la sabiduría de Sileno, que valora en muy poco la vida: “El no haber nacido triunfa sobre cualquier razón. Pero ya que se ha venido a la luz lo que en segundo lugar es mejor, con mucho, es volver cuanto antes allí de donde se viene” (vv.1224ss), dada la vinculación de vida y dolor. Como en el cristianismo posterior, la vida es entonces vista por Sófocles como un valle de lágrimas, un lugar para la expiación de las culpas, como continente de la desdicha del pecado original de haber nacido, siendo la dicha, algo perteneciente en el primer caso, a los dioses, inmortales y felices, y en el segundo caso al Dios único y a los muertos resurrectos, nunca al hombre. Sin embargo, como veremos a continuación en Nietzsche, puede que la vinculación de la tragedia griega y el pesimismo negador de la existencia, sea una interpretación de los griegos falseada por el hábito del cristianismo, que sea un anacronismo y que los griegos de la época trágica no pensasen de la manera análoga a las religiones monoteístas, como nos lo parece a primera vista.
De todas formas, a pesar de su diferencia de apreciación del valor de la vida, Sófocles y Epicuro coincidirán en que resulta ridículo temer a la muerte, pues el primero, como hemos visto, dice que: “ningún dolor alcanza a los muertos” (Edipo en Colono, v.956) y el segundo, que: “El sabio ni rehusa la vida ni teme el no vivir. Porque no le abruma el vivir ni considera que sea algún mal el no vivir” (Carta a Meneceo 126). Ante la muerte Sócrates se muestra imperturbable, a través de un razonamiento que hará célebre Epicuro y su escuela hedonista, y que se encuentra también en Lucrecio, y que se convertirá en el baluarte de todo el agnósto-ateísmo occidental: “SOC: Temer a la muerte no es otra cosa que creer ser sabio sin serlo, pues es creer que uno sabe lo que no sabe” (Platón Apología 29a). La expresión tener miedo a lo desconocido es lógicamente absurda, ya que las sensaciones que pueda suscitar la imaginación respecto a la nada, nada habrían de ser, pero la imaginación se las arregla para dotar ilegítimamente a lo ignorado, de determinaciones, ya temibles ya benévolas, a partir precisamente de lo conocido combinado arbitrariamente. La idea de unicornio, ser inexistente forjado por la imaginación de los poetas, consiste en la combinación arbitraria de la idea de caballo con la de rinoceronte. Si bien es el amor a la vida lo que genera el arte y es la imaginación la que ensancha y embellece el mundo con figuras como el unicornio, siendo también la imaginación la que empequeñece la existencia despreciándola mediante la construcción de figuras como la de un celoso y vengativo Dios único, omnipotente y absoluto.
Enviado por Simón Royo Hernández
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