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La Patria en septiembre

Enviado por rostciro


    1. Un hombre y su tierra: la fe en el Señor de la Historia
    2. Paradoja de obediencia y desobediencia
    3. Belgrano: fe viva y encarnada
    4. En la víspera, la entrega
    5. La batalla: salvación de la Patria

    La Virgen, Madre y Redentora de los cautivos; y el General Belgrano, Patriarca del pueblo y la Nación Argentina, en un mes de septiembre se mostraron reunidos, a los ojos de los hombres y para siempre, tal como estamos ordenados en el plan de Dios: Ella, Generala; él, subordinado fiel.

    Belgrano y Septiembre, como marco cronológico de acontecimientos trascendentes, mes de la presencia de la eternidad entre nosotros por las apariciones de la Virgen; son dos realidades constantes a lo largo de nuestra historia. En el pasado y en el presente. Tan constantes como aquellos que antes y ahora mismo, intentan confundir y divertir la marcha de la Nación.

    El empleo de la libertad observa estas conductas a lo largo del tiempo: aquellos que vinculan irreduciblemente presente y pasado, entre la Patria y la tierra común, con la felicidad de todos sus hijos, en obediencia y consecuencia con el orden de la Creación, para desentrañar "lo futuro", desde una misma misión, siempre renovada pero igual; y aquellos, enemigos de esa misma creación, que quieren borrar la historia, y plantean como única posibilidad un presente desastroso e incierto.

    Los primeros han luchado sin parar para conservar la historia común sin separarla del presente y el futuro. Se han animado a adentrarse en éste, teniendo por límite el misterio.

    Tomamos desde nuestro presente, en este septiembre, el ejemplo de aquellos que cumplieron con la misión que el Señor les encomendó; aquellos que lucharon contra el maligno y sus aliados de siempre. Su entrega fue total, tanto que el camino quedó marcado para siempre: el camino de la patria, su misión, su libertad. Su salvación.

    La marcha de la Argentina nos muestra, y ésta es la principal de nuestras constantes históricas, en los hombres y en los hechos colectivos, la presencia de Dios en esta tierra. Él es quien marca este camino, ayudado por sus hombres obedientes. Ayer, hoy y siempre.

    Manuel Belgrano es uno de estos hombres. Y sus hechos, algunos de otros muchísimos hechos que alumbran esta lectura.

    Mucho se ha escrito sobre el Gral. Belgrano, y seguramente mucho más se escribirá, por cuanto, en tanto más se conoce y aprecia su persona, mayor es la necesidad de ahondar en su obra, su personalidad y en su carácter.

    Probablemente también, el futuro nos permita conocer algunos nuevos documentos, como ha ocurrido hace poco tiempo con el Libertador, que iluminen y muestren, ya bien facetas hasta ahora poco conocidas, o bien amplíen y profundicen aquellas vistas a lo largo de las décadas.

    En todo caso no variará el juicio histórico que las generaciones de patriotas sobre él se han formado. Muy por el contrario, no serán sino mayores inmersiones en el reconocimiento, agradecimiento y veneración hacia uno de los hombres que más han contribuido a la preparación y formación de nuestro pueblo y a la libertad de la Patria.

    Tanto cuando atendía las realidades materiales que imponía la situación; cuanto, por sobre todo y ante todo, habiéndose ofrecido él entero a la causa de la Patria, tuvo siempre casi como en su norte, el otro, el hijo de la tierra. Y así viviendo y así sufriendo pobrezas, ataques, rechazos, pero siempre sabiendo que tenía un mérito: la salvación de todo un pueblo.

    En el convencimiento de que "…Belgrano es uno de aquellos caracteres históricos que ganan en la intimidad…", el que sigue no es un ensayo historicista, como tampoco una novela histórica.

    Se trata de una reconstrucción, en parte fáctica, en parte interpretativa, y en parte ficcionada, de la fe y espiritualidad de Manuel Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano, ubicada en torno del 24 de septiembre de 1812.

    Para no sólo acercarnos más a su alma humana, sino comprender y aprehender otra dimensión de su persona, y, a través de su actuación, la presencia del Señor de la Historia entre nosotros, los argentinos.

    Más, como el hombre y la historia colectiva son un proceso, antes de llegar y para mejor comprender y aprehender tal dicho momento exacto, es necesario veamos fugazmente los antecedentes y precedentes en la vida del Patriarca. Pero, insistimos, el centro del relato estará en su fe y espiritualidad, aunque sujetándonos en todo concepto, a los hechos y los dichos de nuestro General.

    I. Un hombre y su tierra: la fe en el Señor de la Historia

    Así como la verdad supera toda verosimilitud, la realidad supera también toda apariencia y se impone a cualquier manipulación. Verdad y realidad exigen ser buscadas tal cual son, más allá de los hechos sensibles. No basta, entonces, la simple reconstrucción de acontecimientos, si éstos no son captados en su completa integralidad, para lo cual está de más la mera imaginación, y alcanza la razón si es alumbrada por los ojos del corazón; aquellos que provienen de la fe y la aceptación de que en la historia de un hombre y de un pueblo, podemos encontrar constante y permanentemente destellos de eternidad. E informan las conductas, personales y colectivas.

    Así fue, así vivió y experimentó Belgrano, como lo veremos en cada uno de los siguientes pasos. De ello derivamos su eternidad, es decir, su constante presente y actualidad, porque "…el estudio de lo pasado enseña cómo debe manejarse el hombre en lo presente y porvenir; porque, desengañémonos, la base de nuestras operaciones, siempre es la misma, aunque las circunstancias alguna vez la desfiguren".

    El relato sobre lo pasado sólo sirve para, en cada presente, acercarse a develar el misterio del destino común.

    ¿Cómo se haría entonces, si siguiéramos dejando afuera a Quién todo lo hace?

    Y si así no lo hiciéramos, ¿de qué hombre hablaríamos exactamente cuando nos referimos al General Belgrano?

    No es caprichoso ver a Belgrano, en analogía con aquellos que nos enseña el Antiguo Testamento, como un auténtico Patriarca de la Nación argentina. Y ello sin caer en la falsa apología de crear "un modelo ideal, sin sombras ni contrastes", tal como si se tratara de una abstracción. Él mismo, con su Autobiografía nos desmentiría, si intentáramos un tal despropósito.

    De entre todos los patriarcas de nuestro pueblo, encontramos en el Belgrano públicamente conocido, al más cercano y parecido a cualquier hombre común, de ayer y de hoy, pero distinto por la grandeza de su total e incondicional entrega a Dios en la causa de la Patria.

    Sin miedos, fue capaz de poner y apoyarse en sus propios defectos, errores y limitaciones, al servicio de esa causa, aceptando encargos para los cuales en nada estaba preparado. Pues hasta su preparación y diríamos, incluso sus sueños de juventud, fue capaz de dejar de lado, con tal de responder a dicho llamado: la libertad de la Patria; tal vez, de haberse desenvuelto en otro tiempo, tal preparación y sueños podría haberlos realizado, si la Patria de él hubiera necesitado al estadista y hombre de gobierno y de pensamiento.

    Más, sin embargo, la realidad, a la que supo ver y aceptar en su totalidad, exigió de él otros desempeños, y a ellos se entregó con absoluta dedicación, pues si en algo ciertamente se apoyaba, era en la fe, el amor y la obediencia a la Providencia.

    De ser un niño y un joven de buen vivir, allá, "…cuando contaba con una libertad indefinida, …entregado a mí mismo… y tenía cuanto necesitaba para satisfacer mis caprichos" supo Belgrano vivir después en la más extrema pobreza material, derivada de la riqueza de su fe. Sabía y experimentaba que nada puede hacerse fuera de Dios. Que nada podía decidir, hacer, construir sin la presencia del Altísimo.

    Resulta sorprendente encontrar que, desde su primer contacto con el gobierno real, y en funciones coloniales, extrae Belgrano el aprendizaje sobre la libertad y la independencia. Tenía ya la vocación y "…el deseo de propender cuanto pudiese al provecho general", aunque aún, secundariamente, le motivara el "…adquirir renombre con mis trabajos hacia tan importante objeto". Pero en este punto aparece, aún en la lejanía kilométrica, el de dirigirlos "…particularmente a favor de la patria".

    De las ideas primeras de bien común, libertad, igualdad, seguridad, propiedad, deriva seguidamente ver como tiranos a todos aquellos "…que se oponían a que el hombre, fuese donde fuese, no disfrutase de unos derechos que Dios y la naturaleza le habían concedido, y aún las mismas sociedades habían acordado en su establecimiento directa ó indirectamente".

    Conocer y experimentar rápidamente la desilusión sobre los verdaderos manejos y objetivos de la España y de los españoles poderosos sobre las colonias, tanto allá como en estas mismas tierras, aunque abatido su ánimo sobre la fructificación de éste, su trabajo consular, no por ello se derrumbó su espíritu, dedicándose entonces a utilizar ese empleo como semillero de nobles y altos propósitos. Se esmeró así, en sembrar, "…echar las semillas que algún día fuesen capaces de dar frutos, ya porque algunos estimulados del mismo espíritu se dedicasen a su cultivo, ya porque el orden mismo de las cosas las hiciese germinar".

    Sobre la base de sus primeras ideas, comienza a madurar en Belgrano la patria. Entre líneas podemos seguir el hilo dorado de su pensamiento: del presente de sometimiento a un futuro de libertad, en una tierra que es su tierra, aún en contraste con el mundo hasta entonces por él aceptado (el reino español), y todo referido al Creador, sea como creación sensible y natural, como el orden mismo de dicha creación encierra; hasta la elaboración de los derechos que de ello se deriva como subordinadamente.

    En ocasión de la segunda invasión inglesa de 1806, iniciará Belgrano su conversión hacia la aceptación de una misión trascendente. Aunque aún sigue siendo funcionario colonial, aparece un nuevo desempeño: el militar. La realidad empuja más allá de toda previsión humana, y generalmente se viste de dolor. No ya y solamente dolor personal, sino como aceptación del dolor por la colectividad, la patria misma.

    Discernimiento que realiza en el mismo andar: la realidad de la vida lo interroga y responde. Contemplativo en acción, que no titubea en sumergirse en esa realidad total, tal cual es: grandezas y miserias, virtudes y defectos; rumbo y desvío que toda circunstancia muestra. Defecciones y mezquindades de quienes se suponía tenían el mayor deber, junto a la heroicidad de un pueblo dispuesto pero aún sin dirección precisa.

    El dolor de la Patria: "…Todavía fue mayor mi incomodidad cuando vi entrar las tropas enemigas, y su despreciable número para una población como la de Buenos Aires: esta idea no se apartó de mi imaginación, y poco faltó para que me hubiese hecho perder la cabeza: me era muy doloroso ver a mi patria bajo otra dominación, y sobre todo en tal estado de degradación que hubiese sido subyugada por una empresa aventurera…"

    Esa conversión lo instala a Belgrano en la contemplación de la Patria y su destino como siendo un don, un camino, un llamado: necesidad y trabajo. Como todo lo Creado, primordial y finalmente le pertenecen al Creador, y como todas las criaturas, tiene signada su salvación.

    Patria y tierra son dos conceptos irreduciblemente ligados justamente en la intimidad creadora, siendo de allí donde se deriva la noción de amor, servicio y belleza que luego los hombres y las generaciones aceptan o dejan de aceptar.

    A una hermosa patria no siempre le corresponde una hermosa tierra en el sentido físico, aunque Él puede siempre poner caminos en el desierto y ríos en la estepa. Pero en nuestro caso, a una indubitable hermosa tierra física, pródiga, benigna y diversa, como destino le corresponde la hermosura de la Patria, donde lo físico troca como no-físico en libre, digna y justa.

    Belgrano cifró, inicialmente en lo físico, la hermosura de la patria por la riqueza de la tierra. Sin embargo, la esperanza derivada de su fe, ligada al drama de los acontecimientos mismos, lo fueron llevando a descubrir y madurar la otra hermosura, la inmaterial, sabiendo y aceptando que todo lo que existe en este mundo es obra del Señor. Que esta patria es de Él porque Él la creó. Y ese fue, definitivamente, su verdadero norte, verdadera meta: luchar para hacerla y conservarla libre y llena de paz.

    Más adelante veremos, en ocasión del 25 de mayo de 1812, que éste era su pensamiento director: "…Ea, pues, soldados de la Patria, no olvidéis jamás que nuestra obra es de Dios…"

    Todo lo creado tiene una misión que cumplir. La tierra no sólo es la geografía, la posición relativa, los climas, ríos y riquezas que guarda.

    Amor a la patria es amar la obra del Señor. Cuidar la patria es cuidar la obra del Señor y estar en contacto con el Corazón Inmaculado. Amor y cuidado del Señor y de la Patria son una misión, alta y hermosa aunque duela. Para el servidor, la misión, el destino de la Patria, es siempre superior a sí mismo.

    Tierra amada es también el corazón del ser nacional, que es allí, en los corazones de sus hombres. La vida, la acción de sus hombres.

    La libertad es la Patria libre. Y esa es una gloria, "…pero esta gloria debemos sostenerla de un modo digno, con la unión, la constancia y el exacto cumplimiento de nuestras obligaciones hacia Dios, hacia nuestros hermanos, y hacia nosotros mismos; á fin de que la Patria se goce de abrigar en su seno hijos tan beneméritos, y pueda presentarla á la posteridad como modelos que haya de tener a la vista para conservarla libre de enemigos y en el lleno de su felicidad…".

    La dignidad y libertad de la Patria y de sus hijos, la cifra en la triple condición de unión, base del bien y destino común y la hermandad activa; constancia en la lucha, trabajo y cuidado protector; y exacto cumplimiento de las obligaciones, fundamento de todo derecho y sociedad, también en una triple dimensión: Dios, los hermanos y nosotros mismos.

    Amar a Dios es amar a la patria y a los hermanos como a nosotros mismos. Este es el vínculo de amor que contextúa y precisa "las obligaciones". Irreduciblemente y en ese exacto y preciso orden.

    De donde podemos inferir los dos planos de la libertad: libertad personal y libertad en Dios.

    Con sus propias palabras y acciones podemos ilustrar ambos planos, referidos a acontecimientos ocurridos en distintos momentos. El primero, cuando en ocasión de la momentánea conquista de Buenos Aires por los ingleses en 1806, la casi totalidad del Consulado había prestado juramento de fidelidad a las nuevas autoridades usurpadoras, Belgrano camina otro camino: "Me liberté de cometer, según mi modo de pensar, este atentado, y procuré salir de Buenos Aires, casi como fugado; porque el general se había propuesto que yo prestase el juramento… y pasé a la banda septentrional del Río de la Plata, a vivir en la capilla de Mercedes…"

    Del segundo, la libertad en Dios, tenemos un primer atisbo en el siguiente párrafo, referido a los acontecimientos de mayo de 1810, cuando tras dolerse nuevamente del estado actual, sólo encuentra consuelo en "… el convencimiento en que estoy, de que siendo nuestra revolución obra de Dios, Él es quien la ha de llevar hasta su fin, manifestándonos que toda nuestra gratitud la debemos convertir a Su Divina Majestad y de ningún modo a hombre alguno"

    Vemos aquí, también, su concepto de obediencia, éste que permitirá luego comprender sus "desobediencias" a los poderes, cuando sus exigencias no coincidieran con los primordiales.

    Aunque nunca dejó de apreciar los defectos y errores de los compatriotas de su tiempo, que les atribuía principalmente al deplorable estado de su educación, nueva mostración de su realismo misericordioso, aquella contemplación sobre Dios y la Patria, igualmente se fue extendiendo a los hombres, volcándose paulatinamente hacia los "hijos de la tierra" como portadores de la voluntad, tanto de libertad, cuanto de disciplina y acatamiento a los crecientes requerimientos del camino.

    Esta experimentación, lo llevó a la decisión definitiva de que era "…preciso corresponder a la confianza del pueblo, y todo me contraje al desempeño de esta obligación, asegurando como aseguro a la faz del universo, que todas mis ideas cambiaron, y ni una sola concedía a un objeto particular, por más que me interesase: el bien público estaba a todos instantes a mi vista"

    Ahora sí, vemos la conversión completa: hacia Dios, en los hermanos, por la causa superior de la libertad y salvación de la Patria. Y marca así, también él como destello de eternidad, el camino común: como presente y futuro amalgamados, pues el presente de Belgrano es nuestro pasado, pero su futuro es nuestro presente y también nuestro futuro. Más adelante volveremos sobre este mismo tópico.

    Todas sus ideas cambiaron, confiesa. En especial las referidas a las formas políticas que debían contener las aspiraciones de libertad e independencia, por cuanto éstas no resisten prefiguraciones, sino que exigen la aceptación del genio propio de los pueblos. De republicano acérrimo a monárquico en diversas acepciones, irá tratando de develar en cada situación cuál es la forma que más se adapte a la idiosincrasia y al mandato de la tierra. Sin hacer en ninguno de los momentos cuestión de partido ni posición con ninguna de ellas.

    Porque sabía y aceptaba que por sobre las formas y los acontecimientos mismos, estaba la presencia e intervención del Señor de la Historia en la misma historia de los hombres "… el convencimiento en que estoy, de que siendo nuestra revolución obra de Dios, Él es quien la ha de llevar hasta su fin..." Y a ellos se subordinaba, y desde ello contemplaba la realidad y la evolución de los procesos.

    Luego de la tercera invasión inglesa de 1807, tras largas conversaciones con su prisionero, el General Crawford, concluye el episodio con que no menos de un siglo haría falta para estar en situación de independencia.

    Sigue la inmediata reflexión volcada en su Autobiografía: "¡Tales son en todo los cálculos de los hombres! Pasa un año, y he aquí que sin que nosotros hubiésemos trabajado para ser independientes, Dios mismo nos presenta la ocasión con los sucesos de 1808 en España y en Bayona. En efecto, avívanse entonces las ideas de libertad e independencia en América, y los americanos empiezan por primera vez a hablar con franqueza de sus derechos…"

    En los días previos a las jornadas de mayo de 1810, Belgrano era de los que más pugnaba por la directa e inmediata insubordinación, primero, y consecuentemente la libertad e independencia. Realízase una reunión secreta (sin embargo, él sabía por quienes inmediatamente Cisneros habríase de enterar de todo cuanto se conversaba) y el prócer, como era su costumbre y conducta, no tuvo reparo alguno ni guardó tampoco siquiera en parte, su pensamiento independentista. Los resultados de la reunión fueron más que desgraciados, pues ninguno de los presentes quiso siquiera considerar sus argumentos, por temor a las represalias del Virrey usurpador.

    Sigue la reflexión de Belgrano sobre dicha jornada: "Pero la Providencia que mira las buenas intenciones y las protege por medios que no están al alcance de los hombres, por triviales y ridículos que parezcan, parece que borró de todos hasta la idea de que yo hubiese sido uno de los concurrentes a la tal Junta, y ningún perjuicio se me siguió: al contrario a D. Juan Martín Pueyrredón lo buscaron, lo prendieron y fue preciso valerse de todo artificio para salvarlo…"

    Para concluir esta breve semblanza, no podemos dejar de hacer mención de la Bandera nacional creada por nuestro General, por cuanto la prodigalidad, el florecimiento de esta tierra, la aspiración del destino-misterio, es lo significado en sus símbolos: blanco y celeste. Esos colores florecen, fructifican en los corazones de los hijos de la tierra a lo largo de las generaciones.

    El 25 de mayo de 1812, en ocasión del juramento al símbolo, pocas horas antes bendecido, en su Proclama a las tropas y el pueblo jujeño, exigirá que no olviden jamás "… que Él nos ha concedido esta Bandera, que nos manda que la sostengamos, y que no hay una sola cosa que no nos empeñe a mantenerla con el honor y decoro que le corresponde…"

    Para los argentinos, desde entonces, el celeste del cielo es el manto de María y el blanco, la túnica de Jesús.

    Hemos tratado hasta aquí de mostrar las convicciones más profundas del General Belgrano y de donde derivarán sus principios, valores y conductas. Entrañable unión entre fe y vida, vida y misión, misión y Patria, patria y tierra, criatura y Creador.

    En próximos capítulos se retomará esta visión, pero ahora sí tanto desde su fe viva y encarnada, cuanto en el momento exacto de las jornadas de septiembre de 1812.

    II. Paradoja de obediencia y desobediencia

    El contexto histórico previo a septiembre de 1812

    Cualquier adjetivo que se utilizara para describir la situación general de la Patria en aquel tiempo, resultaría poco menos que desesperante. A las amenazas de los ejércitos españoles y la situación internacional, crecientemente desfavorable, se le sumaba la descomposición política del campo nacional, que, en ritmo sostenido conllevarían a los desgarros interiores por décadas.

    Y si bien aún no tenían el grado de violencia que adquirirían después, no por ello ya se manifestaban como nefastas para la existencia de la Patria, cuando ésta aún estaba emergiendo a la faz de la tierra. Y en especial para nuestro General, que aún existiendo por encima de toda facciosidad, fue, sin embargo, víctima de la misma en reiteradas ocasiones. Al decir de varios autores, la revolución comenzaba a fagocitarse a sus mismos actores. En rigor, comenzaba a pasar el tiempo de los precursores. Al menos, el de algunos de ellos, y pagaban su precio. Eran los compañeros de Belgrano, aún con sus diferencias.

    La situación de nuestro pueblo, mientras tanto, contextuado en esos mismos problemas, comenzaba a distinguirse. Para quien pudiera y quisiera verlo. Belgrano lo hizo.

    Sobre el tópico de los problemas intestinos, germen de la guerra civil, haremos exclusivamente las menciones imprescindibles que directamente afecten el alma y la acción de Manuel Belgrano, pues otra óptica excedería por completo el marco de esta reconstrucción.

    El año anterior, 1811, significó el preludio de cuanto le acaecería a Belgrano en forma directa. La secesión del Paraguay es el primer eslabón de una más larga cadena.

    Desde el punto de vista militar, la actuación de Belgrano no puede contarse entre las mejores páginas de su historia personal, aunque en verdad sí representó una especie de "escuela", a la que no había asistido sistemática y académicamente, imprescindible para el desarrollo de toda actividad. Él mismo no se cansó de argumentar, ante el gobierno porteño, sobre lo impropio de su misma designación al frente del Ejército cuya misión era proteger y auxiliar al Paraguay. No se trataba de un ejército conquistador.

    Ejército que, bien sea dicho ahora, para después volver a repetirlo en las circunstancias del Alto Perú, sólo existía en la nominalidad del gobierno de Buenos Aires.

    Más bien haríamos justicia en hablar de un regimiento, tanto por el número de soldados entrenados, cuanto por jefes y oficiales que lo fueron reforzando, ampliado, eso sí, por el entusiasmo y la voluntad de cientos de hijos de la tierra. Voluntarios sin ninguna preparación ni disciplina, pero enrolados tanto por el ansia de libertad patria, cuanto por seguir a ese hombre venido del puerto, que por primera vez en tantos años, no sólo se preocupa por ellos y los trata bien, sino que conmueve su corazón y refuerza su disposición a la lucha por la libertad y la independencia.

    A las carencias de conocimientos militares, Belgrano las suplió desde el primer instante con sus dones para la conducción política. Y si bien siempre fue sumamente exigente en el orden y la disciplina, sin escatimar los medios que debiera aplicar entre la tropa y el pueblo mismo, dada la índole de la fuerza que tenía que emplear, la fuerza militar organizada en ejército, lo hizo como quien ya está imbuido de una misión superior, más allá de conquistar la victoria por el combate o "hacer carrera".

    Tempranamente advierte la indisposición de "los pueblos" ante el gobierno revolucionario. En especial, porque la dirección política que tomaba éste, poco tenía que ver con la idiosincrasia de la población.

    El Reglamento dictado en diciembre de 1810 para el régimen político, administrativo y reforma de los pueblos de Misiones, por un lado; y la fundación de los pueblos de Mandisoví y Curuzú Cuatiá, por el otro, granjearon sin dudas la adhesión de las gentes a este hombre, que en todo se mostraba distinto.

    Pero por sobre todo, observaron que su conducta personal no tenía diferencia con todo cuanto decía y exigía. Para el rigor y el trabajo, siempre el primero. Y, además, y esto es lo más importante de señalar, que la piedad y misericordia derivada de su fe eran una cosa viva y desde ellas pedía y exigía, siempre con amor. Formaban parte no ya solamente de sus convicciones íntimas, sino que toda su misma acción era informada por ellas. Por eso lo amaron.

    Entonces, aunque no sin arduo empeño de su parte, Belgrano escribió en el litoral y con el Ejército Auxiliar, una segunda página en el libro de su futura gloria. No en el orden militar, sino en el político.

    Página ésta que será cerrada más tarde con otra victoria en medio de la derrota de las armas. Pues si bien no pudo impedir la escisión de la provincia del Paraguay (estaba esto más allá de sus posibilidades), sí en cambio la trocó a favor de mantener la hermandad de los pueblos y la unicidad del combate por la libertad y la independencia.

    Pero la derrota militar había existido, y también los errores por parte del General en Jefe del Ejército. Y esto fue aprovechado por sus enemigos políticos en Buenos Aires, para hacerlo objeto de su persecución, promoviéndole juicio por sus procedimientos en la expedición al Paraguay. No había cargos que hacerle, sólo "aquellos a que hubiera lugar", y por lo tanto, mediante carteles de convocatoria a civiles y militares, se llamaba a declarar contra el General Belgrano. Nadie se presentó a deponer en su contra, pero sí muchos lo hicieron a su favor.

    Tanto desde los cuerpos políticos –los Alcaldes de Barrio con Tomás Grigera a la cabeza, cuanto desde los mismos militares que habían servido bajo sus órdenes en el referido ejército. Oficiales y tropa ya "…que no había un oficial ni un soldado que tuviera la menor queja que producir contra él…"; Y, además, por "…el amor a la justicia, y salvar el buen nombre de un patriota a quien vimos sacrificarse en todas las ocasiones en obsequio de la patria y de la gran causa que defendemos…"

    Prosigue más adelante la declaración: "…encontramos motivos para admirar no tan sólo su hábil política y madura prudencia, conque todo lo componía uniendo los ánimos y llenándonos de fuego verdaderamente militar…"

    Y finaliza la declaración: "…que no todos los que marchaban al lado del enunciado jefe, tendrían toda la grandeza de ánimo que era necesario arrostrar para acompañar el Sr. D. Manuel Belgrano, que penetrado íntimamente de la importancia de nuestro sistema, y entusiasmado con heroísmo del amor de su patria, no había sacrificio que no estimase corto para la libertad"

    Aunque la ignominia armada y manipulada en su contra concluyera con otro triunfo político; aunque viera reafirmado el amor de aquellos que beneficiaba –sin que dejara por ello de exigirles altas dosis de disciplina y disponibilidad-, y que iban constituyendo la base de un nuevo pueblo, el dolor de las heridas de la patria emergente seguían calando profundamente en el General, tanto en su cuerpo como en su ánimo. Pero su espíritu, y de esto dará pruebas hasta el final, en rigor, seguiría elevándose cada vez más.

    Mientras tanto, en el otro frente de la guerra, el otro norte, el del Alto y Bajo Perú, la situación no era menos crítica. Aquí también se presentaban, mezcladas, tanto las cuestiones propias de los avatares militares como las políticas, derivadas por el rumbo incierto y las disputas intestinas del gobierno porteño, a las que, en este caso, sumaban las personalidades de los dirigentes, civiles y militares que operaban en este frente.

    Y finalmente, si bien el triunfo en la batalla de las Piedras –preparada por los trabajos de Belgrano, aunque ya hubiera entregado el mando de este Ejército-, y el consecuente sitio sobre Montevideo, no alcanzaban para disipar los peligros. Ya desde el mar –donde enseñoreaba la escuadra española-; ya por la guarnición montevideana; ya desde la frontera del Brasil, donde estaban acantonadas las tropas portuguesas en continua amenaza de invasión a la Banda Oriental, convertían a este tercer frente de guerra en los que se debatían las armas de la Patria, en frágil e inestable.

    Pero detengámonos momentáneamente sobre el segundo, el del Alto Perú, pues es el que directamente atañe al General Belgrano.

    De inicio, este frente que apuntaba al corazón del poder realista en Suramérica, Lima, no fue evaluado correctamente, ni resuelto en consecuencia. Tanto desde el punto de vista estrictamente militar, como del político. Y, a más, la alta dirección política que debía controlar y corregir la propia organización militar, desnudó sus defectos. Entregó su conducción a sucesivos ineptos comandantes, prohijó la insubordinación de jefes y oficiales, incluso los más altos mandos, y permitió el desarrollo de operaciones más allá de toda viabilidad.

    Desde el punto de vista político, el Gobierno no supo ver en la designación de sus representantes la inadecuación de éstos al teatro de operaciones, su cultura e idiosincrasia. Con este conjunto de problemas deberá lidiar Belgrano cuando se haga cargo del mando.

    Tanto la conducción militar, como la política habían estirado las operaciones hasta el límite norte del anterior Virreinato, en Desaguadero. La retaguardia no estaba en absoluto asegurada. Mucho menos, en la participación activa de las poblaciones.

    Muy por el contrario, encontramos aquí el principal escollo que ahora, y después, se le presentará al gobierno de Buenos Aires con estas provincias y que sólo una década más tarde tendrá resolución definitiva.

    Es que no comprendían las leyes de la guerra como tampoco las de la política. Aún era fuerte el sentimiento pro-español en estas tierras, particularmente entre las clases acomodadas, pero más fuerte aún lo era su cultura acendrada, y que tenía en la religión un sostén indudable, que sólo Belgrano, a posteriori, fue capaz de reconocer e incorporar activamente.

    Pero en este tiempo, Castelli y los suyos, con su cabeza más en los libros que en la realidad, y su corazón más en las propias ideas que en la tierra y las gentes de la época, dejáronse llevar por el jacobinismo antes que por la misión que habían tomado. A este respecto, es preciso referir un hecho que habla por sí mismo, sin necesidad de mayores argumentos.

    El mismo está referido por José M. Paz en su obra, en forma de nota, relatando precisamente la retirada luego de la derrota del Desaguadero: "…Cuando se retiraba el ejército derrotado en el Desaguadero, se detuvo Castelli unos días en Chuquisaca, y sus ayudantes, de los que uno era Escobar, acompañados de otros oficiales locos, pasando una noche por una iglesia, vieron una cruz en el pórtico, a la que los devotos ponían luces; alguno de ellos declamó contra la ignorancia y fanatismo de aquellos pueblos, y otro propuso, para ilustrarlos, arrancar la cruz y destruirla; así lo hicieron, arrastrándola un trecho por la calle. Este era un caso de inquisición".

    El ejército español, por la hábil conducción de Goyeneche, había aprovechado a su favor el concepto de incredulidad que se atribuía entre toda la población a los jefes y oficiales de nuestro ejército. Como apunta Paz en sus "Memorias…", los soldados realistas que morían, "… eran reputados por mártires de la religión, y como tales volaban directamente al cielo a recibir los premios eternos. Además de política, era religiosa la guerra que se nos hacía, y no es necesario mucho esfuerzo de imaginación para comprender cuánto peso añadía esta última circunstancia a los ya muy graves obstáculos que teníamos que vencer…".

    Sirvan los párrafos precedentes como marco contextual para comprender a cabalidad todo lo que posteriormente diremos sobre la conducción del General Belgrano, ya en el ejército del Paraguay, como en éste del Perú, momento en que nos explayaremos con detenimiento sobre la formación en la fe y las prácticas religiosas en que se apoyó.

    Pero permítasenos adelantar el juicio: puso en práctica no una política entendida con sus contenidos usuales, sino que sentó las bases de una verdadera Fideipolítica, en la que armónicamente se integraban los elementos de la conducción, basados y fundados en la fe. Tanto en su aplicación militar como civil.

    Pero volvamos al relato. Este ejército en retirada, de aquí en más, como cuerpo, no volverá a pisar tierras altoperuanas mucho más al norte de Suipacha. En rigor, restringido a las provincias del Bajo, nuestras actuales del noroeste, con incursiones en aquellas, en general convertidas en derrota.

    En este marco es nombrado Belgrano al mando de este ejército. Pero esto, igual que antes con el del Paraguay y Banda Oriental, es demasiado ampuloso. El mismo General lo describe al hacerse cargo: "Yo no quería hablar a V.E. de dinero jamás, pero V.E. Me ha puesto en esta decisión encargándome del mando de éste que se llama ejército, cuando puede ser que con toda su fuerza acaso no se formaría un regimiento…".

    Goyeneche no lo ignoraba y cometió, una vez más, la imprudencia de hacerlo conocer: "…el expirante Gobierno de Buenos Aires, combatido por todas partes sin recursos ya para subsistir…"

    Belgrano pone manos a la obra para reunir y organizar los medios necesarios, humanos y materiales, para el cumplimiento de su misión. Su rectitud, tenacidad y patriotismo serán la mejor garantía para afrontar con éxito toda situación negativa. Para ello confiará, ante todo y por sobre todo, en que "…la Divina Providencia nos abra un camino para mejorar la suerte, y que la Patria se vea libre de tantos apuros como la rodean"

    Y ese camino, más aún que en el Paraguay –no dicho esto como comparación entre ambas poblaciones, sino sobre sí mismo, por cuanto el General ya ha aprendido bastante más que en aquella oportunidad- en orden a participación efectiva, amplia, generosa, lo encontrará Belgrano en el propio pueblo. Pero tuvo que "verlo", y para verlo no le alcanzaban los ojos del cuerpo, hacían falta los del corazón.

    Pues la Providencia, siempre, elige y prepara un pueblo; aunque también de ese pueblo, como en este caso, elija y prepare a un hombre sobre quien recaiga la responsabilidad mayor. Y aquí es donde Belgrano termina de madurar la belleza, la hermosura de la Patria. Esa otra hermosura, si se quiere inmaterial, como es el corazón de los hombres: la tierra en la que trabaja Dios.

    Pero como todo camino, no está libre de obstáculos, impedimentos, asechanzas, desviaciones, acechantes. Son los corazones de los hombres que, sabiéndolo o no, responden a otro mandato, a otro poder. Y de éstos, Belgrano tuvo que padecer en abundancia, especialmente entre los mandos superiores del ejército.

    Pues las divisiones que luego llevarían al desgarro entre los argentinos, tenían su comienzo no sólo entre los políticos de Buenos Aires, sino también entre los militares en operaciones. Belgrano, que no era hombre de partido, tuvo que sobreponerse a todos ellos.

    Entre los acechantes, podemos nombrar a Juan Ramón Balcarce, "hombre mediocre", como lo califica el Gral. Paz en un meduloso análisis de su conducta.

    "…Díscolo, intrigante (acechante), y diré también, cobarde…" como lo califica el propio General Belgrano.

    Pero no es el único. En rigor, pocos son los que cumplen con su deber de obediencia militar o en ellos prevalece la alta misión de la libertad de la Patria. La mayoría, aunque buenos patriotas y hasta valerosos combatientes, aún desde el inicio mismo se dejarán llevar por sus intereses y pasiones personales o de grupo o facción, en detrimento de la autoridad y acción de su Comandante en Jefe.

    A mediados del mes de julio tuvo el General noticias acerca de que los realistas reconcentraban sus fuerzas en Suipacha y que sus avanzadas operaban ya sobre La Quiaca. Todo anunciaba una nueva invasión.

    La noticia del desastre en Desaguadero, lejos de amilanar el brío popular de la provincias Bajas, muy por el contrario lo alzó, pues comenzó a presentirse el peligro que corría la causa de la libertad. El entusiasmo suele inocularse por el dolor mismo.

    Gregorio Araoz de Lamadrid, en sus "Memorias", nos noticia de que "…el señor gobernador aceptó mi ofrecimiento como el de otros muchos;…Marchamos a los pocos días con un escuadrón, …y habiendo costeado el uniforme de dicho escuadrón por las señoras del pueblo."

    Los pueblos generalmente no reaccionan de modo homogéneo frente a los peligros. Los párrafos anteriores son una muestra de cómo algunos, inmediatamente sacan coraje ante una simple y distante noticia. Otros, incluso más cercanos físicamente a los peligros que los asechan, necesitan de otro tipo de medidas.

    Pero, finalmente, también reaccionan.

    El General, hasta principios de julio dudaba tanto de seguir retirándose hacia el sur, cuanto de la respuesta que brindaría el pueblo. En tal sentido son elocuentes las diversas cartas que escribe a B. Rivadavia en dicho período. Pero también reaccionó: supo guardar para mejor oportunidad su íntima resolución sobre el comportamiento militar; y supo mirar con otros ojos a su pueblo. Y confió. Aunque sin dejar de tomar los recaudos necesarios, incluso los más duros… pero confió.

    En Tucumán habría de tener otra respuesta similar a la comentada anteriormente, cuando ya tanto su resolución íntima y lo esperable de su pueblo, coincidieron.

    Belgrano decide, entonces, operar él mismo con sus fuerzas reconcentradas, ya no sólo las militares bajo su mando, sino el pueblo todo. Toma las decisiones e imparte las órdenes correspondientes a su ejército, pero también las referentes a la civilidad.

    Se produce así, el 23 de agosto de 1812 el Exodo Jujeño, una de las páginas más gloriosas de nuestra historia nacional. Todo un pueblo en marcha, dejando tras sí la desolación, para que ni un simple ternero, ni un kilo de trigo pudiera ser aprovechado por el enemigo. Había declarado traidores a la patria a los que no cumpliesen, y lo perderían todo; y por último, imponía la pena de la vida a quienes no cumplieran con las guardias e incluso a quienes inspiraran desaliento, sin distinción de clase o condición.

    "…Todos comprendieron que era cuestión de vida o muerte…", apunta Mitre.

    Y en la respuesta a las protestas del Cabildo jujeño, el General Belgrano nos deja señalada, entre líneas, su auténtica inspiración, aquella que brota de su misma intimidad, la que está en contacto con el Creador: "…No busco plata con mis providencias, sino el bien de la patria, el de ustedes mismos, el del pueblo que represento, su seguridad que me está confiada. Ayúdenme, tomen conmigo un empeño tan digno por la libertad de la causa sagrada de la patria, eleven sus espíritus, que sin que sea una fanfarronada, el tirano morderá el polvo con todos sus satélites".

    Ante tal voluntad, el pueblo se galvaniza y se predispone "…a desplegar esa fuerza gigantesca que ellas mismas ignoraban, y que después ha hecho de las provincias del Norte un baluarte inconmovible".

    Así vamos llegando a Tucumán, pero por el camino de las carretas, por Burruyacú, lejos de San Miguel, su capital. El General había dispuesto tal derrotero, hacia Santiago, pues debía cumplir las órdenes de Buenos Aires, seguir retrocediendo hasta Córdoba. Permanecía en él intacta su resolución íntima de no hacerlo, de afirmarse en las provincias del Bajo y presentar batalla.

    Y aquí, nuevamente el pueblo: "…Esta determinación alarmó tanto a los tucumanos que, se presentó su gobernador Bernabé Araoz acompañado de mi tío el Dr. Pedro Miguel Araoz que era el cura y vicario, así como muchas familias conocidas, a pedir al señor General que no los abandonasen y ofrecerle que alarmarían toda la provincia y correrían la suerte que les deparase una batalla… El señor General accedió a esta petición tan determinada y dictó las órdenes más necesarias para esperar al enemigo".

    ¡He aquí el camino que había rogado a la Providencia!

    ¡He aquí la tierra que trabaja Dios, aún "por medios que no están al alcance de los hombres, por triviales y ridículos que parezcan", según su propio decir!

    ¡Ésta es la oportunidad!

    Y Belgrano desobedece a su gobierno terrenal que le exigía a cualquier costo seguir retrocediendo. Debemos resaltar un párrafo de la explicación que el General da de su conducta a sus mandantes políticos, afirmándose en la voluntad popular: "Es de necesidad aprovechar tan nobles sentimientos que son obras del Cielo que tal vez empieza a protegernos".

    Comienza aquí a reunir, Belgrano, el verdadero ejército, aquél que con uniforme o sin uniforme es el que cuenta para la "causa sagrada de la patria", cualesquiera sean las circunstancias. La base humana de la hermosura de la Patria.

    Ejército en el que se ve la acción del Señor de la Historia. Un pueblo nuevo con un largo pasado. Del que Belgrano es parte, pero eminente diferencia.

    Ejército de corazones nuevos, llenos de amor y esperanza. La verdadera arma con la que contará Belgrano, y tras él, los otros Patriarcas de la Nación Argentina, que se animen, como él, a buscarlo y encontrarlo.

    III. Belgrano: fe viva y encarnada

    a) Su fe y su religiosidad: devoto de María

    "La fe no es propia de los soberbios sino de los humildes", recuerda San Agustín.

    La fe es un don divino; sólo Dios la puede infundir más y más en el alma. Es él quien abre el corazón del creyente para que reciba la luz sobrenatural, y por eso debemos implorarla; pero a la vez son necesarias unas disposiciones internas de humildad, de limpieza, de apertura…, de amor que se abre paso cada vez con más seguridad. Todo nuestro trabajo y nuestras obras deben ser plegaria llena de frutos.

    Hasta lo más valioso de nuestras obras quedaría sin fruto si prescindiéramos del deseo de cumplir la voluntad de Dios: Dios no necesita de nuestro trabajo, sino de nuestra obediencia.

    La llamada de Dios –y a todos nos llama- es en primer lugar, iniciativa divina, pero exige correspondencia humana: "No me habéis elegido vosotros a Mí; si no que Yo os elegí a vosotros".

    Hemos visto en los capítulos precedentes aspectos de la fe viva que encarnaba Manuel Belgrano. En éste ahondaremos en la misma, pero mostrando, además, su aplicación a la vida pública, a la conducción, y la incidencia en la organización política y militar que tal dimensión tenía. Como hemos dicho, Belgrano anticipa la formulación de una política de los fieles aplicada a la libertad de la Patria y la salvación de todo un pueblo, Fideipolítica.

    Comencemos por su propia profesión de fe: "Soy verdadero cristiano, católico, apostólico, romano".

    El rezo del santo rosario de María era de obligación cotidiana, según lo mandaba el mismo Reglamento del ejército. Tanto para los oficiales como para la tropa, y solía dirigirlo Belgrano mismo. Según un testigo presencial, lo común era ver "la devoción y la ternura con que todos pronunciaban las frases. Y en ninguna circunstancia, por inconveniente que fuera, se abandonaba esta práctica.

    Así nos lo atestigua también el General Paz: "…Recuerdo que al día siguiente de la derrota de Ayohuma, hizo formar en círculo, después de la lista, los menguados restos de nuestro ejército, y colocándose en el centro, rezó el rosario, según se hacía ordinariamente. Fuera (además) de los sentimientos religiosos que envolvía esta acción, quería hacer entender, que nuestra derrota en nada había alterado el orden y la disciplina".

    Así prueba que la oración y el rosario, verdadera cadena de unión, son las armas verdaderas para derrotar al enemigo.

    No se restringió solamente sobre esta práctica piadosa, a las propias fuerzas que le tocara comandar. Incluía el uso de otros símbolos religiosos de devoción mariana, pero, además, la impartición de la Enseñanza.

    De la misma manera, tampoco se agotó sobre las fuerzas propias. Muy por el contrario, no se cansó de hacerla extensiva al mismo Gobierno para que la incorporara de modo obligatorio, como a cuantos de sus compañeros alcanzara a llegar.

    En tal sentido alcanza hasta la más alta apreciación de la situación. Era su parecer que "…los españoles en ningún caso se animarían a hostilizar a Buenos Aires formalmente, …mucho menos si el Gobierno imbuía a la tropa en máximas religiosas, obligándolas a rezar el rosario, y a cargar cada soldado un escapulario de la Virgen de las Mercedes…"

    Organizó también la Capellanía del ejército. En una serie de ordenanzas enviadas al Vicario, canónigo Juan Ignacio Gorriti podemos apreciar en la 3ra. De ellas: "Prevendrá a todos (los Capellanes) cumplan con su obligación de hallarse presentes a la hora del rosario, y cumplir con las órdenes que estén comunicadas sobre su prédica, dándome cuenta de los motivos por qué no lo ejecutaren".

    Anteriormente, en otro oficio, le reclamaba también al Gobierno: "…vista VE. A las tropas el escapulario de esta Señora; mande que recen con devoción el rosario, y que los capellanes le expliquen, después de él, la doctrina cristiana, siquiera un cuarto de hora…".

    Mientras la fuerza que hemos visto, comandada por Belgrano, marchaba ordenadamente en Éxodo hacia el sur, pocos kilómetros antes de llegar a la actual Metán, provincia de Salta, en Las Piedras, tanto por error del comandante enemigo, cuanto por la adecuada previsión del General en Jefe patriota, obtiene nuestro ejército una inesperada pero saludable victoria. Es el 3 de septiembre.

    Cabe en este punto citar un pasaje relatado por un testigo presencial: "…Al entrarse el sol, Belgrano mandó formar el ejército y pasó una ligera revista. Llamó por sus nombres a los que murieron en esa mañana: `no existen –dijo- pero viven en nuestra memoria, están en el Cielo dando cuenta a Dios de haber derramado su sangre por la libertad`. Felicitó a todos dando las gracias; llenó de aplausos a los soldados…"

    El día 12, hemos visto, decía en un oficio al Gobierno explicando las razones de su desobediencia, entre otras: "Es de necesidad aprovechar tan nobles sentimientos que son obras del Cielo que tal vez empieza a protegernos". En rigor, muestra Belgrano adonde y como tenía cifrada su obediencia.

    El 14, dos días después, le escribía a B. Rivadavia sobre lo mismo, concluyendo de un modo que denota una suerte de alianza y auxilio recíprocos: "…Sé que los enemigos se me acercan, pero me dan tiempo para reponerme algún tanto, y mediante Dios, lograr alguna ventaja sobre ellos".

    El 19, en reclamo otra vez infructuoso al Gobierno, y para dejar nueva constancia de lo absurdo que éste le imponía, así como que no lo asistía, antes ni ahora, termina de una manera que es más una petición al cielo, que argumento circunstancial: "Dios quiera mirarnos con ojos de piedad, y proteger el noble esfuerzo de mis compañeros de armas"

    Se va acercando el momento de la Batalla, y el General lo presiente. No nos adelantaremos en el relato, pero es bueno consignar ahora que, en tal momento "irrumpirá" nuestra Señora en la espiritualidad de Belgrano. Así es como está consignado cronológicamente, no por nosotros, sino por todos cuantos han investigado su vida.

    Sin embargo, estamos convencidos que se trata solamente de los métodos empleados. Belgrano tenía devoción mariana desde antes, diríamos, desde siempre. Por educación y por formación. Desde siempre estaba involucrado con María, y fue Ella quien eligió el día: la invicta Virgen Redentora de los cautivos.

    b) Puente de amor y abnegación entre el cielo y la tierra

    Nuestra Madre Santísima guía a todos para llenarse de fe, de amor y de audacia ante el que hacer que Dios les ha señalado en medio del mundo, pues Ella es "el buen instrumento que se identifica por completo con la misión recibida". Una vez conocidos los planes de Dios, Santa María los hace cosa propia; no son algo ajenos para Ella. En el cabal cumplimiento de tales proyectos compromete por entero su entendimiento, su voluntad y sus energías.

    La fe nos lleva a imitar a Jesucristo, que fue "perfecto Dios y perfecto hombre", a ser personas de temple, sin temores, sin indebidos respetos humanos; veraces, honrados, justos en los juicios, en todas las actividades, hasta en la simple conversación.

    Bartolomé Mitre, hombre sagaz y que sin duda alguna, sabía entender a los hombres, tiene, sin embargo, un juicio sobre Belgrano, que demuestra cortedad. Lo crítico en ciertos aspectos del mismo, más bien suena a reproche que a descripción: pues admirándolo sincera y profundamente, es como si a la misma vez estuviera diciendo: "Lástima que no fue como yo, pues de lo contrario…". Lo que critica Mitre de Belgrano, en medio de alabanzas, es que éste no fuera un hombre del poder, ni del Estado, ni de la ideología.

    He aquí el juicio en cuestión: "Belgrano no era un hombre de gobierno para épocas revolucionarias. Exento de ambición, manso por naturaleza y modesto por carácter, carecía de las cualidades férreas que se requieren para dominar en los consejos ó para imprimir en la política el sello de sus ideas. Hombre de abnegación más bien que hombre de estado, tenía la fortaleza pasiva del sacrificio y del deber, que impulsa al hombre a trabajar con tesón por el bien de sus semejantes, aspirando tan sólo a la satisfacción estoica de merecer la aprobación de su conciencia. Así vemos eclipsarse su figura en la Junta Gubernativa, y brillar en primer término la gran figura política de don Mariano Moreno, el omnipotente secretario del nuevo gobierno y el verdadero numen de la revolución democrática.

    Moreno subordinó la revolución a su genio, y Belgrano, infatigable obrero de la libertad y del progreso, se puso a su servicio. El uno era el hombre de las grandes vistas políticas, de las reformas atrevidas, de la iniciativa y de la propaganda revolucionaria en todo sentido; el otro era el hombre de los detalles administrativos, de la labor paciente, dispuesto igualmente a ser el héroe o el mártir de la revolución, según se lo ordenase la ley inflexible del deber…"

    Es cierto. Belgrano era otro hombre, de obediencia a otro Poder, que llama e invita a la renuncia de sí mismo; más, nunca impone.

    En la Proclama dirigida a los pueblos del Perú, luego de la Batalla de Tucumán, está inserta una afirmación del General Belgrano que nos exime de mayores interpretaciones: "Las provincias de Lima me llaman como vosotros y con igual empeño… yo vuelo con todos mis hermanos de armas en su socorro, y con la seguridad de que Dios Todopoderoso protege nuestras justas intenciones; pues no doy un paso en que no vea sus distinguidos favores…".

    Como hemos visto, ante la gravedad de la situación, Belgrano confía, ante todo y por sobre todo, en que "…la Divina Providencia nos abra un camino para mejorar la suerte, y que la Patria se vea libre de tantos apuros como la rodean"

    Camino marcado bordeado por un torrente de agua muy celeste y espuma de blanco brillante.

    Dios pide a veces "aparentes imposibles", que se hacen realidad –y dejan de serlo- cuando se actúa con fe, con los ojos puestos en el Señor, y "vemos" cómo Él obra concretamente en el tiempo.

    Todas las tempestades juntas, las del alma y las del ambiente, nada pueden mientras se esté bien afincados en la oración.

    Cuando la fe del creyente es profunda, participa de la Omnipotencia de Dios, de su poder, hasta el punto de que Jesús dice: "El que cree en Mí, también hará las obras que Yo hago". También dice a los Apóstoles en el Evangelio de la Misa que podrían "trasladar montañas" de un lugar a otro: se lleva a cabo el hecho de "trasladar una montaña" siempre que alguien, con la ayuda de la gracia, llega donde las fuerzas humanas no alcanzan.

    La palabra imposible no existe en el alma que vive de fe verdadera: si surgen dificultades, más abundante llega también la gracia de Dios; si aparecen más dificultades, del Cielo baja más gracia de Dios; si hay muchas dificultades, hay mucha gracia de Dios.

    La que sigue es una semblanza realizada por el General Paz, que ilustra algunos aspectos de cuanto venimos diciendo: "…El puesto del general Belgrano durante toda la retirada (se refiere a la larga y compleja marcha desde Humahuaca hasta Tucumán), es eminente. Por más críticas que fuesen nuestras circunstancias (recordar que tanto Paz como La Madrid, a quienes venimos referenciando, sirvieron bajo sus órdenes en este ejército y fueron testigos presenciales de todos estos acontecimientos), jamás se dejó sobrecoger del terror que suele dominar las almas vulgares, y por grande que fuese su responsabilidad, la arrostró con una constancia heroica. En las situaciones más peligrosas, se manifestó digno del puesto que ocupaba, alentando a los débiles e imponiendo a los que suponía pusilánimes, aunque usando a veces causticidad ofensiva. Jamás desesperó de la salud de la patria, mirando con la más marcada aversión a los que opinaban tristemente. Dije antes, que estaba dotado de un gran valor moral, porque efectivamente no poseía el valor brioso de un granadero, que lo hace muchas veces a un jefe ponerse al frente de una columna y precipitarse sobre el enemigo. En lo crítico del combate, su actitud era concentrada, silenciosa, y parecían suspensas sus facultades: escuchaba lo que le decían, y seguía con facilidad las insinuaciones racionales que se le hacían; pero cuando hablaba, era siempre en el sentido de avanzar sobre el enemigo, de perseguirlo, o si era él el que avanzaba, de hacer alto y rechazarlo. Su valor era más bien (permítaseme la expresión) cívico que guerrero. Era como el de aquellos senadores romanos, que perecían impávidos, sentados en sus sillas curiales.

    En los contrastes que sufrieron nuestras armas bajo las órdenes del general Belgrano, fue siempre de los últimos que se retiró del campo de batalla, dando el ejemplo, y haciendo menos graves nuestras pérdidas. En las retiradas que fueron la consecuencia de esos contrastes, desplegó siempre una energía y un espíritu de orden admirables; de modo, que a pesar de nuestros reveses, no se relajó la disciplina, ni se cometieron desórdenes…"

    Y concluye un poco más adelante: "¡Honor al general Belgrano! Él supo conservar el orden tanto en las victorias como en los reveses. Cuando él mandó en esos días de luto y de desgracia, los paisanos y los indios venían pasiblemente a traer las provisiones al pequeño cuerpo que se retiraba; tan lejos de manifestarnos aversión, solo se dejaba percibir, en lo general, un sentimiento de simpática tristeza. No hubo entonces riñas fratricidas, no pueblos sublevados para acabar con los restos del ejército de la Independencia; nada de escándalos que deshonran el carácter americano, y manchan la más justa de las revoluciones".

    El 19 de septiembre, resuelto ya completamente Belgrano en su decisión y las operaciones consecuentes, escribe al Gobierno de Buenos Aires: "Belgrano no puede hacer milagros…; pero tiene la desgracia de que siempre se le abandone, o que sean tales las circunstancias que no se le pueda atender; Dios quiera mirarnos con ojos de piedad, y proteger el noble esfuerzo de mis compañeros de armas".

    Cabe adelantar que los recursos que no le enviaba el Gobierno de Buenos Aires, los obtendrá de la misma Batalla, como en su momento veremos.

    El General Mitre ha evaluado, con justicia, que "Si Belgrano, obedeciendo las órdenes del Gobierno se retira (hasta Córdoba) las provincias del Norte se pierden para siempre, como se perdió el Alto Perú para la República Argentina".

    La salvación de la tierra igualmente es la salvación de la patria.

    Patria bendita, elegida, suelo bendito. Tierra elegida y santa. Elegida para que reine Jesús en este pueblo. Pueblo elegido, corazón y tierra de la Patria. Nación entre las naciones.

    Belgrano, ejercitando nuevamente su legítima piedad, no dudará en comprometer a la Reina del Cielo en la por demás arriesgada empresa que iba a acometer. Y Ella, se involucrará de modo tal, que hasta los incrédulos no podrán dejar de apreciar. Por Belgrano, por la causa sagrada de esta Patria. Por su Hijo.

    c) Mediador entre Dios y los hombres

    A lo largo del tiempo, ha sido éste –y sigue siéndolo, en verdad- artículo de divergencias y discusión. No penetraremos en ninguna de estas cuestiones. Simplemente verificaremos aquello de lo que estamos convencidos y creemos.

    El único y definitivo Mediador es Jesucristo, y nada de ello podría hacerse fuera de Él. Pero esta unicidad no es exclusiva, sino inclusiva, es decir, posibilita formas de participación en la acción mediadora. Dicho de otro modo: la unicidad de Cristo no borra el "ser para los demás" y "con los demás de los hombres ante Dios"; en la comunión con Jesucristo, todos ellos pueden ser, de múltiples maneras, mediadores de Dios unos para otros. El mismo Espíritu Santo promueve esta función entre los hombres.

    Estos son hechos simples de nuestra experiencia cotidiana, pues nadie cree solo, todos vivimos, también en nuestra fe, de mediaciones humanas. Ninguna de ellas bastaría por sí misma para tender el puente hasta Dios, porque ningún ser humano puede asumir por su cuenta una garantía absoluta de la existencia de Dios y de su cercanía.

    Pero, la comunión con aquel que es en persona dicha cercanía, los hombres pueden ser mediadores los unos para los otros, y de hecho lo son.

    Desprendemos de los párrafos anteriores, que la posibilidad y frontera de la mediación queda delimitada en la coordinación con Cristo, por el Espíritu Santo.

    Dice Santo Tomás que nada impide que existan entre Dios y los hombres, por debajo de Cristo, mediadores secundarios que cooperen con Él de una manera dispositiva o ministerial; es decir, disponiendo a los hombres a recibir la influencia del mediador principal o transmitiéndosela, pero siempre en virtud de los méritos de Jesucristo.

    Sobre la participación en la función mediadora de Cristo, se fundan las mediaciones humanas, que son, entonces, un servicio en subordinación, y de aquella principal, toman toda su eficacia.

    En todo ello, la mediación de la Virgen María no se diferencia de la de otros seres humanos, por cuanto su mediación está en la línea de la colaboración creatural con la obra del Redentor.

    Pero la Virgen, llena de Gracia, es portadora, a diferencia del resto de los seres humanos, del carácter de lo "extraordinario", y por ello, llega de manera singular más allá de las formas posibles para los demás, en la comunión con los santos.

    El carácter único de la mediación de María estriba en que es una mediación materna, ordenada al nacimiento continuo de Cristo en el mundo.

    Nadie, como Ella, puede ejercer, "siempre", la co-mediación "para todos", voluntad omnipresente de Dios-Hijo, su hijo.

    La alegría de la Redención y el dolor de la Cruz son inseparables en la vida de Jesús y de María. Desde el comienzo, la vida del Señor y la de su Madre están marcadas con el signo de la Cruz. El Señor ha querido asociarnos a todos los cristianos a su obra redentora en el mundo para que cooperemos con Él en la salvación de todos.

    Instrumento de la Voluntad. Elegido en un pueblo elegido: "…y con la seguridad de que Dios Todopoderoso protege nuestras justas intenciones; pues no doy un paso en que no vea sus distinguidos favores…"

    El ejercicio de la virtud de la fe en la vida cotidiana se traduce en lo que comúnmente se conoce como "visión sobrenatural". Ésta consiste en ver las cosas, incluso las más corrientes, aquello que parece intrascendente, en relación con el plan de Dios sobre cada criatura en orden a su salvación; y a la de otros muchos, todo un pueblo:

    "…Sólo exijo de vosotros (dirigiéndose a los pueblos del Alto Perú) unión, constancia, valor y el ejercicio de las virtudes: alejad de vosotros toda ociosidad, todo espíritu de venganza, y todo cuanto sea contra la ley santa de nuestro Dios y de la Santa Iglesia, y no penséis en intereses particulares, sino en salvar la amada Patria para restituirla al goce de la tranquilidad que necesita para constituirse, y que todos disfruten de los bienes que el Cielo mismo nos ha querido conceder".

    Tanto en el Paraguay como en el Alto Perú, le costó a Belgrano comprender que la escisión de ambas Provincias, más allá de las voluntades e intereses humanos –internos y exteriores- del momento, estaba en los planes de Dios.

    Que ambas debían ser, como lo son, naciones, esas casi personas colectivas, cada cual con su misión a cumplir en Su orden Omnisciente.

    La fe de Manuel Belgrano era la fe de un hijo: llena de piedad, simple y sencilla; ingenua y tierna al grado de salirse de su época; partícipe y participante, por poderosa, laboriosa y obediente.

    IV. En la víspera, la entrega

    Veamos un antecedente inmediato digno de destacar. Como bien rescata el P. Cayetano Bruno: "…Los primeros que colocaron la campaña en forma pública, si bien indirectamente, bajo el augusto patrocinio de la Madre de Dios, fueron los catamarqueños…

    …En la sesión del 5 de septiembre de 1812, el Alcalde de primer voto propuso… para aplacar la justa indignación de un Dios airado, debemos valernos del poderoso patrocinio de Nuestra Madre y Señora del Valle, quien en todas nuestras tribulaciones ha sido el único refugio que tenemos… para lo cual (juntamente con la contribución humana y material aprobada), se le mandase cantar un novenario de Misas de rogación".

    También los catamarqueños se movilizaban a caminar el camino de la Patria; y refugiados en su Madre, buscaban a Belgrano para "…reforzar las fuerzas de la Capital de Buenos Aires y de Salta…"

    El camino, lleno de amor, verdad, dolor y sacrificio, fue la peregrinación y el trabajo de participación, de colaboración con el Señor de la Historia, que transitaban Belgrano y los argentinos con fe, esperanza, entrega y obediencia, que a él buscaron y siguieron.

    En ese camino de salvación, ya estaba derramado un torrente de amor, verdad y justicia. Pero había que caminarlo, con todas las vicisitudes materiales y espirituales que tan arriesgada empresa importaba.

    Pues consciente era Belgrano de sus desventajas. A todas las apuntadas precedentemente, cabe agregar solamente la numérica: el ejército realista contaba con no menos de 3.500 hombres y el patriota con 1.800. La artillería española era completamente superior. En lo único que se distinguían las fuerzas nacionales era en la caballería, pero el mayor número de sus miembros, estaban armados con poco más que cuchillos.

    Instalado el General en la ciudad de Tucumán desde hacía varios días, y decidido a presentar allí la batalla, en las afueras y apoyado en ella; es necesario que veamos paso a paso la jornada del 23 de septiembre, tanto en los arreglos militares, cuanto en los espirituales. La previsión humana decía que la batalla podía darse ese día o el siguiente. La Redentora de los cautivos había elegido Su día.

    El 23, el ejército de Tristán se encuentra a veinte kilómetros de la ciudad, en Los Nogales, pues viene marchando desde Trancas por el Camino Real, actual Ruta Nacional 9.

    Ésta había sido fortificada en arreglo a las mayores posibilidades que daban los recursos disponibles, pero se juzga suficiente para haber resistido un ataque directo.

    "El ejército patriota salió de la ciudad y formó dando frente al norte, a caballo, sobre el camino que debía traer el enemigo. Después de pasar todo el día, se supo al ser de noche que el enemigo había acampado y que no proseguía entonces su marcha. Nuestro ejército volvió a la ciudad y pasó la noche en la plaza…"

    La Madrid tiene una variación en esta precisión, pues apunta que el enemigo se hizo presente en Los Nogales "…en la tarde del 23, y allí fijó su campo, saliendo el nuestro a situarse al norte y dejando el pueblo a su espalda…".

    Señala el general Mitre, apuntando otra hora precisa, que "…a las dos de la mañana volvió a salir (el ejército) y ocupó la misma posición (del día 23), calculando que al amanecer tendría encima todo el ejército español…".

    Las siguientes horas son algo más difusas, pero permiten no obstante reconstruirlas: Paz señala que "…a las ocho de la mañana (ya del 24) se supo que el enemigo… se dirigía a los Manantiales…".

    Mitre señala que "…Tristán…a la madrugada del 24 levantó su campo…A las ocho de la mañana la cabeza de la columna asomó (a lo que sería el campo de batalla a su frente), En la mañana Belgrano personalmente había observado los movimientos del enemigo, y cerciorado la dirección que llevaba. Abandonó la posición que ocupaba hasta entonces, rodeó la ciudad, efectuó una contramarcha formando una nueva línea con frente al sur ".

    La Madrid dice que "…al amanecer del 24 salió el General en Jefe acompañado del señor Gobernador, del cura y otros varios ciudadanos, con sus ayudantes y una escolta de dragones a practicar un reconocimiento. Avisado… que el enemigo se había puesto en marcha por el camino de los Pocitos…".

    El movimiento de ocupar las posiciones anteriores, frente norte, se pudo haber realizado entre las dos y las cuatro de la mañana. Belgrano, entre la salida del sol (por la época del año alrededor de las 6,30) y las ocho de la mañana, efectuó tanto el reconocimiento como el movimiento de sus tropas invirtiendo el frente (contramarcha norte/sur).

    Es posible, entonces, inferir que Belgrano haya estado ocupado prácticamente toda la noche del 23 al 24.

    Esta reconstrucción descriptiva de los trabajos, movimientos, organización de la víspera y hasta el comienzo mismo de la Batalla a media mañana del 24, aunque tedioso, persiguen responder algunas preguntas: ¿Cuándo y cómo dialogaba Belgrano con el Cielo? ¿Cuándo y cómo comprometió a Nuestra Señora y se juramentó a ella?

    En primerísimo lugar, afirmamos con el P. Bruno "…que Belgrano puso todo su ejército, precedentemente a la batalla, bajo el maternal patrocinio de Nuestra Señora de las Mercedes, y que luego de alcanzada la victoria tanto él como sus compañeros de armas la atribuyeron constantemente y sin titubeos a la intercesión de la Virgen".

    El General estimaba, previamente, que el combate podía darse ese mismo día, pues las tropas realistas se ubicaron a corta distancia del pueblo. Sea que desde la mañana o recién por la tarde, lo cierto es que los aprestos y la tensión general que podemos imaginar, deberían haber tomado la totalidad del tiempo.

    Sin embargo, Belgrano tuvo tiempo también para su Madre. Anterior al despliegue y ocupaciones militares. No olvidemos que todo lo supervisaba personalmente, y que no confiaba en buena parte de sus oficiales.

    Por ello, tanto del análisis de la situación general, cuanto de la cronología de esa jornada, nos arroja que fue entre la media mañana y las primeras horas de la tarde del día 23 cuando Belgrano se presenta a nuestra Señora.

    Además de la imagen de la Merced existente en el templo homónimo, existe otra de la devoción popular, y cuya depositaria es una familia Carranza.

    Vemos a Belgrano, la víspera de la batalla, caminar cerca del mediodía hacia esa casa, no lejos de donde él mismo se aloja, frente a la plaza principal, pues quiere rendir homenaje a la Santísima Virgen, a quien había confiado el triunfo. Solicita entonces a los dueños de casa, la imagen que ellos custodian para llevarla al cuartel esa noche.

    No es fácil la conversación, pues los Carranza son españoles, enemigos de Belgrano, simplemente porque éste era enemigo de los españoles. Por más que argumenta, la imagen le es negada terminantemente.

    En vista de esa negativa, el General encamina sus pasos hacia la otra esquina de la Plaza, hacia la Merced, "…y allí hizo el juramento a la Santísima Virgen…"

    Ha dialogado con Ella, doble anticipación, "a quien había confiado el triunfo". Pero su íntimo imperativo le pide más: enterado de la existencia de esa otra imagen, de "devoción popular", no duda en encaminarse a pedirla, incluso sabiendo que no iba a ser bien recibido Ella y la causa necesitan que así lo haga. Por eso la busca igual, para presentarla a sus soldados, "esa noche".

    Seguramente, en la conversación con la familia Carranza así lo hizo conocer, que es cómo nos llega a nosotros.

    Ha dialogado con Ella. Ha puesto a sus pies la justicia de su causa; toda la situación, todos sus desvelos. Le ha presentado todos los peligros de la Patria, de ese pueblo confiado y de sus propios soldados. Y le ruega, y le suplica protección y amparo. Intercesión para que Él mismo se haga Presente y conduzca Su ejército. Y, ahora sí, Le confía el triunfo.

    Pero le parece que debe hacer algo más. Que su ejército y su pueblo deben también comprometerse en el pedido y la rogatoria. Por eso no duda en seguir pidiendo, esta vez a los hombres, pues la causa es grande y pocos son todos los sinsabores y desvelos.

    Y le dice a su pueblo que "Pidan al Cielo milagros, que de milagros vamos a necesitar para triunfar". En constante romería va su pueblo hacia la Merced y por Su medio, ruegan por milagros al Cielo.

    Y el Cielo, que siempre escucha al pueblo justo, que protege y ampara a sus justos hombres, va a devolver, también con un milagro, la salvación de la Patria.

    Porque la oración a la Virgen, es decir, el diálogo con el Cielo, en Belgrano, era continuo. Cualesquiera fuesen las circunstancias, por delicada que fuera la situación, por pesadas que fueran las cargas del trabajo, Belgrano estaba en oración constante. Tal vez esto es lo que no alcanza a describir Paz cuando dice: "…su actitud era concentrada, silenciosa, y parecían suspensas sus facultades…".

    No resulta extraño, entonces, en este hombre, un juramento. Él ya estaba entregado, a Ella le pertenecía toda su persona.

    Ahora pone a sus pies el Ejército Auxiliar del Perú, ¡Generala!

    Y le entrega, también, la patria entera, ¡Comandante de la Nación Argentina!

    V. La batalla: salvación de la Patria

    El General Tristán era un avezado militar, que gozaba del respeto de sus camaradas y subordinados. Inclusive, del mismo Belgrano, con quien se conocía, parece ser de Europa, y había entablado relaciones casi amistosas. A grado tal que, a decir de Paz, "casi puedo decir que se tuteaban"

    Hacemos notar estas cosas, pues es bueno tenerlas presentes para aceptar que todo cuanto sucedió luego, tienen el carácter y conforman un verdadero milagro.

    El General Tristán levanta su campamento de Los Nogales, en el norte, con las primeras luces del 24 de septiembre y marcha hacia el sur, con el objeto de cortar la retirada posible del ejército patriota por la única vía y dirección posibles, hacia Santiago del Estero.

    Tal vez tenga un mente un buen plan de batalla –como imagina sus intenciones el general Mitre, coincidentemente con Paz-. Pero este tan avezado General no deja improvisación por ejecutar.

    Desde la formación de marcha –su artillería sigue prácticamente inutilizada pues es acarreada a lomo de mulas-, los soldados con las armas sin cargar, hasta el derrotero que sigue al desviarse del camino principal, dando tiempo y oportunidad a las fuerzas patriotas.

    Súmesele a esto que, habiendo un solo puente para cruzar el lodazal denominado Manantial, o bien sólo podía seguir por el viejo camino del Perú, con lo cual se alejaba completamente del pueblo; o bien cruzar el puente o antes, evitar tal ciénaga. Por cualquiera de ambos rumbos, se acercaba a la Plaza, que era lo que él buscaba.

    Sea que evitó el curso de los Manantiales, sea que cruzó el puente –no hay uniformidad en este sentido entre los autores- lo cierto es que las fuerzas españolas volvieron a tomar rumbo noroeste hasta encontrarse con una planicie que era enteramente favorable a las fuerzas patriotas. Éstas contaban con caballería superior, aunque pobre y deficientemente armadas, como queda dicho.

    Belgrano, a su vez, se sorprende también alrededor de las ocho de la mañana del movimiento enemigo, y rápida y eficazmente moviliza su propia fuerza rumbo al sur. La distancia que tuvo que cubrir el ejército patriota fue considerablemente menor, razón por la cual, aunque con casi dos horas menos de marcha, pudo plantarse en el campo y sorprender completamente al enemigo. Especialmente la caballería, que no fue avistada por los mandos realistas sino hasta prácticamente iniciado el combate.

    Belgrano fue también completamente sorprendido, a grado tal que "El campo de batalla no había sido reconocido por mí, porque no me había pasado por la imaginación que el enemigo intentase venir por aquel camino a tomar la retaguardia del pueblo…"

    Pero, sobreponiéndose, supo aprovechar el campo más conveniente y desplegar sus fuerzas del mejor modo posible; tropas apenas instruidas en el rudimento del manejo de las armas, pero ignorantes de todo movimiento y despliegue en batalla.

    Patriotas llenos de fervor y dispuestos al combate. Siendo de los dos Generales enfrentados, el más bisoño, hizo Belgrano todo cuanto estaba a su alcance. ¡Dios ayuda a quién lo ayuda!

    Dos generales, todos sus mandos inferiores y la tropa de ambos, sorprendidos.

    Belgrano, que había tomado la iniciativa con la contramarcha y el despliegue, da las primeras y únicas órdenes adecuadas. Hasta aquí lo que se puede decir de lo "humanamente racional" que contó ese día. A partir de allí, en ambos bandos, a más de la sorpresa inicial, todo es confusión.

    Tal conjunción de dislates militares en la preparación y desarrollo de una batalla –incluso ésta nunca terminó formalmente-, no podía sino dar un resultado, desde el punto de vista militar, al menos calificable como "atípico". Aunque claramente la victoria estuvo de nuestra parte, por cuanto las acciones principales sin duda alguna favorecieron a las fuerzas patriotas.

    Tomamos la pregunta que se hace Paz: "¿Se creerá que estas operaciones nuestras, cuyo acierto es incuestionable, no fueron fruto de una combinación, ni emanadas de las órdenes de ningún jefe del ejército?"

    Como puede verse las capacidades, la experiencia, la previsión del elemento humano contó muy poco en la batalla librada. Señalamos estos acontecimientos como la primera intervención de nuestra Señora en este día. Ella quiere a todos sus hijos por igual, evita los sufrimientos innecesarios y quiere la vida de todos, más allá que favorezca las causas justas.

    Y más aún, por cuanto el combate, las actividades y movimientos exigidos existieron, la respuesta al general Paz, no puede ser otra que las fuerzas patriotas tuvieron un mando, alguien que las dirigía y conducía: nuestro Señor. A su modo, luego, Belgrano así va a reconocerlo, y con él tanto los protagonistas y testigos presenciales, cuanto la posteridad:

    "…Convéncete de que nuestra causa nada tiene que agradecer a los hombres: ella está sostenida por Dios y Él es quien la ha salvado…".

    "…Salimos bien porque Dios es quien protege nuestra causa, y Él se ha encargado de dirigirla, manifestándonos que no debemos agradecer cosa alguna a los hombres…".

    Veamos ahora los otros acontecimientos sobrenaturales ocurridos en ese día.

    Alrededor de entre las nueve y las diez de la mañana, está por comenzar el combate. El cielo límpido y despejado; el sol tucumano de septiembre irradia con toda la intensidad de su fulgor, lo que preanuncia un día caluroso. Sin embargo, allá, en el horizonte del sur, empieza a distinguirse una mancha oscura, como presagiando tempestad o al menos un huracán.

    Se escuchan los últimos gritos de Belgrano arengando su tropa, luego de haber dado las órdenes a sus oficiales. Pero los soldados de la vanguardia española dejan de prestar atención a estas cosas, y quedan confundidos pues por sobre la línea podido cargar sus armas, pero las balas nada les hacen a esos desarrapados. Por esto, entre ellos, fieles y asustados, corre la voz que esta Señora es la Virgen.

    ¿Producto de la sorpresa inicial de los españoles? No, ahora también las líneas patriotas, en ese mismo momento, descubren una pequeña nube de figura piramidal, como sostenida por una efigie de la imagen de Nuestra Señora.

    Comienza la batalla y las primeras disposiciones del general patriota dan inmediatos frutos, la fuerza enemiga es completamente desarticulada y desbandada, tanto por su flanco izquierdo, como hasta el mismo centro. Pero por el flanco derecho español, los resultados eran adversos para los patriotas. Se reagrupan las fuerzas españolas, en martillo, como se denomina, para atacar hacia el flanco en derrota, pero al combatir en sus dos alas, no pudieron evitar crear más confusión.

    No obstante, las fuerzas patriotas no guardaban formación alguna, y si bien tenían ventaja considerable, ésta era aparte de momentánea, frágil. Belgrano, además, había sido empujado por el movimiento español de formación en martillo, más allá de las posibilidades de conducir el combate. Y Tristán seguía empeñado en montar la artillería.

    Era, es bueno decirlo, para ambos ejércitos, un momento más que difícil.

    Sucede entonces el último de los acontecimientos sobrenaturales del día. Recordemos que al iniciarse las acciones, en un cielo límpido y azul, por allá el sur, se veía como una nube oscura que avanzaba. Está ahora sobre el campo de batalla en forma de huracán y trae en su seno una tupida manga de langostas. El ruido del viento entre los árboles de todo alrededor, no permite casi escuchar; la nube de polvo impide ver lo más cercano; y la manga de langostas, tan tupida es que cubre el cielo y oscurece el día.

    Enloquecen los hombres, pero también las langostas, pues éstas, para escapar de esa combinación de cataclismo, se lanzan en picada hacia tierra, haciendo tan fuertes y secos impactos en los pechos y caras de los combatientes, que al sentir esos golpes, dice Paz, se creen heridos de bala.

    Los patriotas convierten estos hechos como lo que eran, la intervención del Cielo. Los españoles se sobrecogen aún más y terminan de desbandarse, siendo perseguidos y arrebatados por los nuestros. Recordemos que, como hemos apuntado más arriba, pudo el ejército patriota aprovisionarse en esta acción, de los recursos que le eran negados por Buenos Aires.

    Faltaba aún, la última intervención de la invicta Redentora de los cautivos, otra vez en la intimidad de los generales en jefe, como al comienzo del día.

    Tristán no era para nada un pusilánime. Soberbio sí, no tanto como Goyeneche, pero valeroso y capaz. Pudo finalmente reorganizar su fuerza hacia el final del día y traerla "hasta las goteras del pueblo", quedando dueño del campo de batalla. A pesar de que le había sido arrebatado su parque, a pesar de los muertos y prisioneros, era aún mucho más fuerte que el ejército patriota. Y sobre todo, no estaba para nada dispuesto a reconocer la derrota.

    Exige la rendición de la plaza y amenaza con incendiarla, que le es heroicamente negada por Díaz Velez proclamándose vencedor; y se mantiene en vigilia, repetimos que a las puertas del pueblo, durante todo el día 25; militar y materialmente con posibilidades, dispuesto a un nuevo combate. El 26 subrepticiamente se retira hacia Salta.

    Belgrano, por su parte, luego de que es arrastrado por el ala izquierda de su fuerza en desbande al armarse el martillo enemigo, queda lejos del combate y pasa desde media tarde en el Rincón de Ugarte, hasta ya anocheciendo, sumido en la incertidumbre y el pesar. Desconoce los resultados del campo de batalla y hasta cree está rendida la plaza.

    Al día siguiente, cerciorado y anticipado de lo benéfico de la situación, se acerca al pueblo, y sin entrar en él, intima rendición a Tristán. Éste a su vez, como en la jornada anterior Díaz Velez, niega la misma. Hace Belgrano, durante la noche, un movimiento preventivo de sus fuerzas, pues está convencido de lo inevitable de una nueva lucha el 26.

    El 26 no hubo combate. Ya lo hubo el 24 de septiembre, día de Nuestra Señora de la Merced, invicta Redentora de los cautivos.

    Así fue la sigilosa e íntima intervención de la amorosa Madre sobre ambos generales: sobre uno, al aceptar buscar una mejor oportunidad, Tristán. Va a sufrir una mayor y humillante derrota en Salta pocos meses después, porque debía abandonar las provincias del Bajo Perú.

    Sobre el otro, Belgrano, guiándolo y enseñándole un nuevo paso hacia la humildad del hijo, una fortaleza más para cargar su cruz: por eso rechaza el grado de Capitán General que le confiere el Gobierno, en mérito de la Batalla de Tucumán. Sabe que no la obtuvo, que no le pertenece.

    Que no han sido las disposiciones, ni las órdenes, y ni siquiera las armas las que prevalecieron en la conquista de esa gloria. Fue el ejército y el pueblo, cada uno, a grado tal que a cada uno se le puede llamar "héroe del Campo de las Carreras de Tucumán".

    Pero sabe, por sobre todo, que la verdadera gloria le pertenece a su Reina, la futura Generala, Nuestra Señora de las Mercedes, "a quien debe reconocerse deudora, la Patria, de su salvación".

    VI. Epílogo

    Belgrano, precursor de la Fideipolítica. La Generala, Comandante de la Nación Argentina.

    "A Ti sola, oh Reina de los Cielos y Madre de mi Señor Jesucristo,

    os debemos el triunfo que ha obtenido el ejército de la Patria,

    y hoy te nombro Generala del ejército"

    La libertad de la patria, la salvación de todo un pueblo, sirviendo a Dios, es la causa por la cual vivir. Belgrano lo experimentó, lo hizo, y así vivió y así murió. Con el dolor de la Patria que ya era, pero recién comenzaba a emerger. Porque debía emerger y cumplir su misión en la eternidad. Su combate no sólo era en el tiempo, lo sabía. Y sabía que era fatal.

    Este es el norte verdadero de Belgrano. Estuvo siempre, como meta, más allá de las cuestiones fácticas de la contingencia humana, y de las cuestiones del poder. Por eso fue un hombre de la Patria, sin partidos. Un hombre entero, que supo no partir su misión, aunque él estuviera completamente partido. Por la Patria, por los otros, pero entero ante el destino común entrevisto por los rayos que la eternidad no cesó de enviarle en cada circunstancia.

    Instrumento. Elegido.

    ¿Lo sabía el General? Creemos firmemente que sí. Pero del modo en que se saben esas cosas: íntima y reservadamente. En su corazón y en el diálogo que sólo se da entre corazones.

    Por eso no hay testimonio taxativo alguno, que lo afirme, pero sí, entre tantos se puede reconstruir. Pues, ¡guay! ¿Alguien puede creer que afirmaciones tales como: "…Él nos ha concedido esta Bandera…" sólo provienen de una convicción mística, meramente humana?

    Es proverbial su entereza y fortaleza en todo momento y circunstancia, como lo hemos visto. ¿Alguien puede creer que sólo provenían de sus afanes y convicciones humanas? En la parte humana que le correspondió, entregarse mansamente como instrumento elegido, sí. Pero sólo eso no agota las preguntas. De lo contrario estaríamos en presencia de un superhombre.

    Y era simplemente un hombre, en su tierra, con sus hermanos, para su Patria y, por sobre todo, ante Dios y para Dios.

    Preguntó, pidió por el camino que debía seguir. Le fue señalado justamente en la vida, en los corazones criollos del paisanaje.

    Aceptó y caminó. Y caminaron juntos.

    Por un camino largo, que al comienzo, está lleno de barro, piedras y espinas, pero después continua rosado, con los bordes celestes; es una cosa hermosa. Donde se termina el camino, en el horizonte, adonde se juntan el cielo y la tierra, asoma el sol. Es como cuando está amaneciendo y allí es donde está el Señor Jesús parado, vestido con un manto blanco.

    Muchas veces nos preguntamos, en nuestro propio presente: ¿Cómo fue posible que aquellos argentinos hicieran semejantes cosas, casi con nada?

    Porque pidieron. Pidieron y caminaron. Caminando, clamaron. Clamaron por su justa causa. Fueron respondidos… porque caminaron juntos.

    Camino, la Patria, en el que se ha derramado un torrente, agua de vida, de amor, verdad y justicia. El agua celeste, la espuma blanca.

    Ayer y hoy el camino es el mismo para los argentinos con fe, esperanza, entrega y obediencia, es el camino de salvación. Con los colores de la Virgen y los colores de la patria.

    El camino lleno de amor, verdad, dolor y sacrificio que aquellos caminaron juntos.

    Entonces, la respuesta en este septiembre, es posible, transitando el camino, caminando juntos, llevados de la mano.

    Caminando juntos, llevados de la mano, clamando por ser libres en una Patria libre, pero libres amando a Dios.

    Caminando juntos, llevados de la mano, y haciendo el juramento de subordinación:

    ¡María, Comandante de la Nación Argentina!

    Oscar Eduardo Sánchez

    Viedma, Septiembre de 2004

     

     

     

    Autor:

    Graciela Rost