- Marco Teórico
- Desde el origen de la civilización occidental hasta la víspera de la revolución industrial
- Teoría autogestionaria: de la ideología a la ciencia
- Conclusiones
- Bibliografía
Quiero partir aclarando que este estudio no pretende situarse en una postura "objetiva" o neutra; sólo intenta ser honesto. Este trabajo se basa en una crítica radical a los sistemas de dominación, y su autor se cuenta entre aquellos que aman el cooperativismo, la mutualidad, la autogestión y otras expresiones de la economía solidaria y democrática. De todos modos, se intentó una investigación coherente, fundada en fuentes verificables y que evitara cualquier tipo de tergiversación.
No debe asustarse el lector con el barroquismo de este documento; es un reflejo de la personalidad de su autor y del momento histórico en que vivimos. Los analistas del desarrollo de las artes dicen que los estilos fluctúan u oscilan entre lo clásico y lo barroco, siendo estos últimos períodos los que presagian importantes transformaciones. Es lo que sucedió en la primera mitad del siglo XVIII con el Rococó, época en que se estaban fraguando trascendentales cambios que se concretarían en la segunda mitad de esa centuria.
Los temas vinculados a la autogestión en Chile han ocupado a unas cuantas personas desde fines de la década del sesenta. Nuestro país no fue una excepción a la moda que se originó en torno a este concepto, a nivel mundial, a comienzos de los años setenta. Por aquel tiempo, muchos actores sociales vieron en la autogestión casi una panacea para terminar con los males e injusticias de la sociedad capitalista, y, prácticamente, se "enamoraron" de una idea colmada de valores y principios humanistas y libertarios. Es así como hoy, después de alrededor de tres décadas, podemos encontrar a una buena cantidad de hombres y mujeres que participaron de ese sueño de construir, a través de los intentos autogestionarios, un sistema social donde cada persona pudiera desarrollar sus capacidades, colaborando, al mismo tiempo, a la realización de los demás. Sus emociones, al evocar ese período, están mezcladas con frustración, desesperanza, decepción y tristeza, porque la experiencia demostró que la tarea era mucho más difícil de lo que se pensaba, y que el camino estaba lleno de obstáculos, problemas y reveses, tanto en la dinámica interna de los ensayos, como en el entorno (basta con recordar que la dictadura militar comenzó en 1973, en pleno auge del movimiento autogestionario mundial). No obstante, no es antojadizo afirmar que casi toda esa generación de chilenos (as) que fueron protagonistas de esos experimentos sociales, quedaron marcados por lo que ha constituido uno de los episodios más significativos de sus vidas. No quedan indiferentes cuando se les trae a colación el tema, y muchos (as) de ellos (as) han aplicado algún aspecto de la autogestión en sus actividades habituales. Tal es el caso, por ejemplo, del ingeniero Andrés Navarro, que implementó un innovador modelo de administración en la exitosa empresa computacional Sonda, o del sociólogo Darío Rodríguez, que ha desarrollado un vasto trabajo de asesoría empresarial en el tema de la gestión organizacional.
A diferencia de una Tesis, que intenta demostrar la validez -o el error- de una hipótesis, la Monografía es una descripción de un fenómeno que sólo deja planteadas algunos asuntos que pueden servir de hipótesis para futuras investigaciones.
El objetivo de la presente monografía es describir el proceso de desarrollo histórico del concepto que hoy se conoce como autogestión. La génesis del concepto, la aparición y universalización del término, el devenir de su conceptualización y amplitud. También, este estudio pretende mostrar el contexto o ambiente de ese devenir, el estado de ánimo o clima social que se vivía.
Cuando tenía 13 años, en 1980, en momentos en que Chile llevaba siete años sin democracia, comenzó mi cuestionamiento acerca del tema social. No me parecía que hubiese justificaciones válidas para que un sector de la población viviera con todas las comodidades -grupo en el cual se encontraba mi familia (clase media "acomodada", pequeña y mediana burguesía)- mientras otra porción, mayoritaria, tuviera que sobrevivir a duras penas. ¿Por qué no podíamos todos tener las mismas posibilidades para desarrollarnos íntegramente?
"El adolescente moderno –comenta el biólogo Humberto Maturana– aprende valores, virtudes que debe respetar, pero vive en un mundo adulto que se las niega. […] Se les enseña a desear la justicia pero los adultos vivimos en el engaño. La tragedia de los adolescentes es que comienzan a vivir un mundo que niega los valores que se les enseñó".
El tema organizacional comenzó a interesarme desde que estaba en el Colegio San Pedro Nolasco, en Las Condes. Ya en esa época intuía que la pobreza, las injusticias sociales y muchos conflictos humanos tenían relación con la forma en que se organizaba la sociedad. Recuerdo haber sido todavía un niño cuando rechacé una invitación para ingresar a los Boys Scouts, pues no me parecía correcto que los jefes fueran designados por los superiores y no elegidos por los miembros. Cuando, en enseñanza media, fui elegido durante dos años como presidente de curso, tomé conciencia de las "tentaciones" del poder. En primero medio (1981) me entretuve durante largas horas estudiando textos nazis y fascistas, con la idea que quizás el problema estaba en que los sujetos que dominaban a la mayoría no eran los adecuados. Al año siguiente me convencí de que la cuestión de fondo se encontraba en el fenómeno mismo de la dominación; ¿por qué ésta debía tomarse como un asunto "natural" si era la causa de tantos problemas y conflictos? En consecuencia, decidí que las doctrinas nacionalistas no eran mi camino.
En 1983, primer año de las protestas nacionales contra la dictadura militar, el consejo de presidentes de curso me escogió para ocupar el cargo de presidente del Centro de Alumnos del colegio. La Dirección del establecimiento se mostró muy reacia a nuestras demandas de mayor participación en los asuntos que tenían que ver con los alumnos. Logramos difundir el tema de los derechos humanos, y organizamos las primeras votaciones universales para elegir a la directiva del año siguiente, luego de diez años en que habían estado suspendidas. Las clases de religión y filosofía eran el único espacio académico para debatir acerca de la democracia, los derechos humanos, etc. Recuerdo cuando, con el apoyo del profesor Fernando Longás -licenciado en filosofía de la UC- expusimos con un grupo de mi curso acerca de la ilegitimidad de la Constitución del 80, nada menos que frente al consejo de profesores en pleno. A esas alturas me identificaba en mayor medida con las doctrinas del humanismo cristiano.
El primer año y medio en la Universidad Católica participé en la formación de la Asamblea de Estudiantes Democráticos de Ingeniería Civil-que integrábamos sólo 60 de los 360 estudiantes de primer año-, en las movilizaciones estudiantiles convocadas por la recién redemocratizada federación de estudiantes (Feuc), y en trabajos voluntarios en la zona mapuche y en poblaciones populares de Santiago. Para alguien que había pasado toda su vida en el "barrio alto" de la capital, el contacto directo con el mundo de la gente "sencilla" me hizo confirmar mi intuición de la insanidad que significa la división clasista de la sociedad, y verificar el abismo entre la opulencia de la minoría y la vida precaria y esforzada de un gran porcentaje de la población. Todavía me "patea" el recuerdo de la opinión de algunos estudiantes de ingeniería que consideraban que el poseer una inteligencia privilegiada implicaba que su voto no podía valer lo mismo que el de los seres "normales".
Mi "flechazo" con la idea autogestionaria se produjo en 1986, cuando, ya decepcionado y "traumado" con mi carrera de Ingeniería, entré a participar en una agrupación estudiantil de tendencia autónoma y libertaria llamada RIA. Una de las ideas fuerza de ese conglomerado era la crítica al manejo cupular que las juventudes políticas hacían de la Feuc. A partir de esa instancia tuve la oportunidad de conocer a alumnos de distintas carreras que se identificaban con lo que, en esos momentos, comenzaba a llamarse "movimiento alternativo". Esa fue la primera vez que escuché hablar acerca de las investigaciones de personajes como Luis Razeto, Manfred Max Neef y Humberto Maturana. Desde esos días, empecé a vincularme con ecologistas, promotores de tecnologías apropiadas, activistas de derechos humanos, feministas, humanistas, marxistas, socialistas autogestionarios, anarquistas, cristianos próximos a la Teología de la Liberación, indigenistas y estudiosos de las filosofías orientales y de las distintas escuelas sicoterapéuticas. Todos estos, componentes del citado movimiento. Un contacto que me marcaría profundamente fue el que establecí con los miembros de la Coordinadora de Estudios Hombre y Sociedad, un grupo de "jubilados" de gremios del cuero y calzado, estucadores, tipógrafos, etc., anarcosindicalistas y anarquistas "específicos", y con Clotario Blest.
Por esa misma época, a través de un cursillo de socialismo, me di cuenta que el principio del "centralismo democrático" que propugnaba el leninismo era una burla y una estafa. Aunque nunca milité en un partido político, aproveché todas las invitaciones que me hacían las juventudes de izquierda para participar en charlas y exposiciones.
Totalmente empapado por estas ideas, cada vez que podía, aprovechaba algún ramo de mi nueva carrera (Periodismo) para compenetrarme más con el tema. En el transcurso de los cinco años que estuve en esa Escuela, pude realizar los siguientes trabajos:
-Biografía y perfil humano de Clotario Blest.
-Entrevista a Mario Radrigán, cientista social de la Confederación de Cooperativas de Chile (Confecoop), acerca de la comparación entre el Capitalismo Popular y el Cooperativismo.
– "Autogestionar los medios de comunicación". Este trabajo fue inspirado por las clases de José María Desantes sobre las Sociedades de Redactores en Europa.
-Exposición: "Sector de Economía Social y Desarrollo a Escala Humana", en el ramo de Pensamiento Económico Contemporáneo.
-Invitación a Ignacio Larraechea, investigador del Programa de Economía del Trabajo (PET), para exponer los conceptos de Organizaciones Económicas Populares (OEP) y Economía Popular de Solidaridad.
-"Desarrollo de la autogestión en Yugoslavia". Ramo: Sistemas Políticos Comparados. (También de esta época fue una discusión con el profesor Gustavo Martínez, ya que cuestioné el principio jerárquico en ciencias políticas. Puse como ejemplo el funcionamiento de una tribu africana que no tenía jefes y que ni siquiera poseía el concepto de autoridad. Lamentablemente la fuente era un documental que ví en la TV, por lo que no puede retener el nombre ni la ubicación geográfica de dicho pueblo).
-Proyecto de revista y video para la Federación de Empresas, Cooperativas y Talleres Asociados (Fecot). Ramo: Periodismo Institucional.
-Análisis del libro Caminos de la libertad, de Bertrand Russell, con el profesor Matías Tagle.
-"Esbozo para una historia de la autogestión en Chile" (1967-1982). Ramo: Procesamiento de la Información.
En 1988 participé en la Campaña del NO, y fui apoderado de mesa por el PPD. Celebré la victoria, pero con un dejo amargo; de alguna forma presentía que los cambios serían muy lentos y difíciles. Además, se vivía la caída de los "socialismos reales", el "fin de las ideologías y de la historia", etc.
También durante mi época de estudiante de Periodismo, participé en un comité de la Federación Nacional de Cooperativas de Vivienda (Fenacovi), con el objeto de crear un boletín informativo, proyecto que no llegó a concretarse. Como miembro del Movimiento de Integración Latinoamericana, asistí a una charla del profesor Gastón Soublette respecto a la necesidad de un cambio de Paradigma, en donde comentaba las experiencias de las redes de granjas agro-ecológicas que existen en algunas zonas del mundo. Por esos años, llegaban a mis manos, de vez en cuando, ejemplares de la revista Comunidad, elaborada por la Comunidad del Sur (Montevideo-Uruguay), en donde aparecieron interesantes artículos sobre la autogestión.
Consciente del derroche de recursos que implicaba que todos los años las nuevas promociones de estudiantes pagaran las mismas fotocopias que los de la generación anterior ya habían sacado, elaboré una propuesta para la creación de una Central de Apuntes administrada por los mismos alumnos. La idea era formar una cooperativa o mutual de estudiantes de Periodismo que otorgara ese servicio. Para asesorarme en la materia fui al PET, ocasión en que conversé por primera vez con Luis Razeto. Ante la crisis de participación y la apatía que afectaba al Centro de Alumnos de Periodismo (Caper) me ofrecí a elaborar un proyecto de nuevos Estatutos, que contenía principios autogestionarios. Paradojalmente, ambas iniciativas, aunque no llegaron a concretarse en mi Escuela, sí fueron puestas en práctica en otras.
Desde 1989 hasta 1992 integré un Colectivo Libertario de Comunicación, al cual llegaron dos "retornados" de Francia. Con ellos elaboramos algunos programas para la radio Libertaria de París, confeccionamos material de difusión y editamos un par de números de un periódico llamado Acción Directa. Durante esos cuatro años, el tema de la autogestión siempre estuvo presente, y tuve oportunidad de leer clásicos de Proudhon, Bakunin, Kropotkin y Malatesta.
En 1991, cuando tuve que escoger un tema para mi Memoria, tenía interés en investigar los motivos por los cuales, hasta ese momento, no se había podido constituir un sector de economía social, solidaria y de trabajadores, con identidad propia, en Chile. El profesor guía, Oscar Saavedra, me hizo ver que era una cuestión demasiado amplia para ser tratada en esa instancia. Por lo tanto, decidí que iba a estudiar los procesos de comunicación organizacional en una empresa de trabajadores. Para tal efecto, seleccioné a Metalgas S.A., una fábrica de cocinas y calefactores a gas ubicada en la comuna de Quinta Normal. Junto con averiguar su historia y modo de funcionamiento, entrevisté a 15 trabajadores (as), para conocer las formas y problemas de comunicación que tenían en la empresa.
La práctica profesional la realicé a comienzos de 1992 en El Diario, periódico dedicado a temas financieros, económicos y comerciales. Allí escogí dedicarme a cubrir el sector de la micro y pequeña empresa, artesanos, cooperativas y campesinos.
Mi primer trabajo como periodista fue en la revista El Canelo, publicación destinada a fomentar el desarrollo de una sociedad ecológica (su editor era Marcelo Mendoza, también ex alumno de periodismo de la UC). En ese espacio, pude hacer reportajes relacionados con el cooperativismo y la autogestión, y conocer más sobre el tema, como, por ejemplo, a través de la charla que Antonio Colomer, director de la Revista Iberoamericana de Autogestión y Acción Comunal, dio en la Universidad Bolivariana. También supe de Félix Guattari, Julius Nyerere y Fernando Savater. Al integrar un grupo que tenía por objetivo crear una Fundación Clotario Blest, tuve la oportunidad de conocer a varias personas que vivieron de cerca el proceso de los Cordones Industriales, en Santiago, entre 1972 y 1973.
Al fundar con otras personas el Comité por el fin del Servicio Militar Obligatorio (Cosmo), establecí contactos con el movimiento ecologista, feminista y lésbico-homosexual, y me enteré de los fundamentos de la filosofía gandhiana de la no-violencia activa.
A continuación, fui nombrado editor del boletín La Hoja de las Organizaciones Económicas Populares. El comité editorial estaba compuesto por representantes de varias ONGs dedicadas al tema (PET, Trabajo para un Hermano, Contigo, Red Integrando). Junto con efectuar reportajes, artículos y entrevistas relacionados con la autogestión, intentamos crear un consejo editorial amplio, para lo cual llevamos a cabo algunos encuentros con delegados de organizaciones de artesanos, microempresarios, campesinos, cooperativas, mutuales, sindicatos, etc. Tanto El Canelo como La Hoja, finalmente, dejaron de producirse, afectadas por la reducción del aporte financiero que hacían las agencias internacionales de cooperación.
En función de retomar mi Memoria, le llevé mis informes de avance al profesor Gustavo Martínez, a quien le interesa bastante el tema de la autogestión. El me hizo algunas indicaciones, siendo una de ellas que me preocupara de realizar un más completo marco teórico. De ahí, tomé la decisión de replantear la investigación y hacerla específicamente acerca del vínculo entre comunicación y autogestión. Para ello contaba con una primera aproximación gracias a un documento que en 1979 elaboró la periodista Myriam Sáa, y con la experiencia de haber sido colaborador de Integrando. Esta fue una Red de Información de la Economía de Solidaridad, creada por el PET y Luis Razeto, y formada por un núcleo impulsor de jóvenes profesionales del área informática y de ciencias sociales. Mi aporte fue en la diagramación del boletín de la Red. El supuesto que orientaba esa iniciativa era que para constituir un sector solidario de economía era fundamental la comunicación entre los potenciales sujetos o actores de dicho sector.
En 1993 participé en las primeras acciones de la campaña presidencial de Max-Neef, cuando era el anti-candidato; me retiré cuando oficializó su candidatura.
A través de estas iniciativas he conocido a algunos (as) retornados (as), a los cuales les tocó pasar su exilio en Europa, en donde, desde 1968, la autogestión es un concepto que está presente en los debates económicos, políticos y sociales.
A partir de 1994, y por cuatro años, participé en un proyecto que pretendía crear una imprenta autogestionada que apoyara el accionar de otras organizaciones sociales. Las maquinarias las trajo un retornado de Holanda, y el taller funcionó los tres primeros años en Santiago y el último en el puerto de San Antonio. El fracaso de la iniciativa se debió, en parte, al crónico déficit del recurso financiero y en la escasa "visión comercial" de sus integrantes (yo incluido). En forma paralela, con otros dos periodistas, nos propusimos organizarnos de tal manera de apuntar hacia la creación de una cooperativa de trabajo, intención que también quedó en el camino.
Depresión desde 1995. Crisis de proyecto… Período de desencanto, frustración, desesperanza, desasosiego, impotencia; vuelco hacia el interior. Sincronía con el estado de ánimo de la llamada "crisis de utopías", descrito claramente por Martín Hopenhayn en su libro Ni apocalipticos ni integrados (1993).
Por último, desde 1998 integro un proyecto de pesca artesanal en calidad de asistente administrativo. El propietario de la embarcación tiene el deseo de llegar a formar una empresa en donde los trabajadores tengan participación. Como era de esperar, también esta iniciativa se ha topado con una cantidad enorme de problemas. A comienzos de este año, entrevisté a Hopenhayn acerca del concepto del trabajo hoy en Chile.
Haber trabajado durante un año y medio dentro de una clínica siquiátrica de escasos recursos en La Pintana, por un año en un taller de jóvenes con discapacidad mental en San Antonio, y durante seis meses con la gente vinculada a la pesca artesanal, ha reforzado mis convicciones. ¿Por qué uno de los trabajos más útiles para la sociedad, como es la extracción de recursos naturales, tiene que significar la degradación física, la restricción intelectual de aquellos que lo realizan? Cada sujeto (individual o colectico) necesita de contingencias de refuerzo, de sentirse capaz, con fuerza, elevar su autoestima, generar confianza en sí mismos, de amor propio; todos y cada una de las personas merece condiciones de trabajo dignas e igualdad de oportunidades para autorrealizarse, y compartir proyectos con sentido comunitario, que los haga trascender y enfrentar la angustia de la separatidad. Lo contrario produce el embotamiento de las facultades, el embrutecimiento, la muerte en vida. Un sistema basado en el abuso, en el aprovechamiento, en el dominio y la explotación de unos por otros, no puede llevar al pleno desarrollo de las capacidades humanas. Solamente las relaciones cooperativas, solidarias, de ayuda mutua y democráticas son capaces de generar una verdadera evolución de la humanidad.
Con la aparición, a fines de 1997, del libro Los cordones industriales y el socialismo desde abajo, de Miguel Silva, opté nuevamente por reformular el tema de mi Memoria. Ahora quería hacer la historia de los intentos de índole autogestionario que se habían hecho en Chile entre 1967 y 1989. A poco andar, me percaté de que era un trabajo demasiado extenso para los efectos de una Memoria, por lo que reduje el período a la etapa comprendida entre 1967 y 1973, pues en aquel momento se vivió un proceso general de democratización en la sociedad chilena. Cuando ya tenía escrito la "obra gruesa" de ese desarrollo, llegué a la conclusión de que si a ese escrito le sumaba el marco teórico -que también ya tenía avanzado- el resultado sería un texto tremendamente largo. Por lo tanto, finalmente, decidí convertir dicho marco teórico en el cuerpo principal de la monografía, y transformar el desarrollo del período 1967-1973 en un pequeño resumen para incluirlo dentro del devenir de la autogestión.
El proceso de esta memoria ha sido como un embarazo de casi nueve años. Al decidirme a retomar definitivamente su elaboración a comienzos de este año, coincidió con una crisis de angustia, de ansiedad y pánico, pues la sumatoria de fracasos me hizo dudar de mi capacidad para terminarla (parece que el síndrome de fin de siglo no es un invento de los sicólogos).
Esta investigación está inserta en la corriente del denominado Movimiento Alternativo, que, como ya se dijo, integra variadas tendencias del desarrollo histórico de la humanidad. Aunque la autogestión se considera como un método de transformación radical de la sociedad, no se desecha ni se impugnan las tentativas pequeñas, parciales o aisladas que se dan en el marco del capitalismo, ni las experiencias impulsadas desde los Estados (ya sea democráticos o de partido único). De todas estas experimentaciones es posible obtener conocimientos que aumenten el caudal teórico de la autogestión. De cada fracaso se puede generar aprendizaje. Otra característica de esta línea de análisis, es que, sin ignorar los aportes doctrinarios de los pioneros en el tema -desde fines del siglo XVIII hasta mediados de este siglo- se pretende despojar a la teoría autogestionaria de todo dogmatismo, y confrontarla y nutrirla con la práctica y con los avances del conocimiento científico mundial.
A toda monografía se le pide una justificación, en términos del interés social que pudiera tener. Cuando en estos ocho años que he demorado en hacer este trabajo las personas me preguntan acerca del tema de mi Memoria, la mayoría no sabe lo que significa "autogestión" o, si conocen el concepto, sus comentarios son como si se tratara de una investigación arqueológica. Lo cierto es que prácticamente los únicos que entienden el alcance que pudiera tener un estudio sobre el fenómeno en cuestión, es la gente que está vinculada a la labor social, en ONGs u organismos públicos dedicados al desarrollo comunitario. Creo que esta situación se podría explicar por varios motivos:
a) Antes del golpe de Estado de 1973, el término autogestión fue usado como bandera de lucha por el partido Demócrata Cristiano, lo que dado el ambiente de sectarismo de esos momentos, derivó en que fuera un concepto mirado con recelo por los otros actores políticos. Junto con el hecho de que el modelo autogestionario propugnado por la DC era muy rígido, por su parte la izquierda chilena todavía no vivía la ola renovadora que impulsó el Mayo 68 francés. Por esto, su estatismo y la gran influencia de la doctrina marxista-leninista, les hacía tomar distancia con respecto a la idea de autogestión. Esto se verá claramente en el desarrollo de esta monografía.
b) Después de la intervención militar de 1973, un sector de la DC con el apoyo del cardenal Raúl Silva Henríquez ayudó a configurar un sector de empresas de trabajadores, con el cual se pretendía, entre otras cosas, dar trabajo a muchos dirigentes sindicales que quedaron cesantes después del Golpe. Estas empresas sobrevivieron con el apoyo de un Instituto de la Autogestión que canalizó recursos provenientes del extranjero. Pero, con las crisis económicas de 1975-77 y 1982, más las adversas condiciones del contexto político, social y económico, esa experiencia terminó con la desaparición de la mayoría de las empresas. Paralelamente, la izquierda en el exilio conoció las nuevas tendencias que comenzaron a desarrollarse luego del Mayo Francés del 68. Un importante número de sus militantes empezó a trabajar en ONGs y organismos internacionales, en donde las ideas autogestionarias tuvieron amplia difusión. Como veremos más adelante, el apogeo de la "moda" autogestionaria se dio en Europa aproximadamente en 1977.
c) En Chile y en otros países del mundo, a partir de 1978 se impusieron políticas económicas de tipo neoliberal y adquirió mucha fuerza el movimiento neoconservador, cuyas figuras emblemáticas fueron Ronald Reagan y Margaret Tatcher. Dado el gran costo social que implicaron dichas medidas, se produjo un proceso en que confluyeron las iniciativas espontáneamente solidarias de los sectores populares, con el apoyo de organizaciones de técnicos y profesionales inspirados con ideas autogestionarias. En nuestro país ese fenómeno fue definido como Economía Popular de Solidaridad, cuyos protagonistas eran las Organizaciones Económicas Populares (OEP). En Europa, la retirada del Estado benefactor, abrió la puerta a la aparición de muchas experiencias autónomas de solidaridad democrática, que levantaron el discurso de la emergencia de la sociedad civil.
d) A nivel mundial, con la moda autogestionaria, muchos gobiernos habían impulsado reformas inspiradas en ideas de autogestión, las cuales, después de algunos años, se vio que se topaban con grandes obstáculos, por lo que no satisfacían las altas expectativas que se habían creado. Simultáneamente, la ola neoliberal, respaldada por organismos como el FMI y el Banco Mundial, hizo que los Estados abandonaran las experimentaciones en busca de democratizar la economía y se concentraran en procesos privatizadores y de reducción de los gastos públicos. Con esta tendencia hegemónica, las experiencias autogestionarias quedaron relegadas a iniciativas particulares y autónomas de la sociedad civil. En Chile, a raíz de la reactivación económica de 1984, que significó 15 años de crecimiento sostenido, una baja ostensible de la inflación y la sanidad en las cuentas macroeconómicas, el discurso neoliberal alcanzó legitimidad. El triunfo del NO en el plebiscito de 1988 y el comienzo de la transición a la democracia en 1989 coincidió con el desmoronamiento de los "socialismos reales" de Europa oriental. Se habló del fin de las ideologías y de la historia; parecía que la gente ya no quería saber más de experimentos sociales.
e) La Concertación de partidos por la Democracia, en el gobierno desde 1989, legitimó aún más el modelo neoliberal, al desligarlo de su pasado dictatorial y envolverlo en un Estado de Derecho y de instituciones democrático-liberales. No obstante, se mantuvieron varios "enclaves autoritarios" que hicieron muy difícil intentar reformas estructurales. Estos diez años de democracia "protegida" sirvieron para consolidar un modelo y una "manera de ver las cosas" que, indudablemente, ha generado numerosas contradicciones. No por nada prácticamente todos los (as) candidatos (as) para las elecciones de 1999 se publicitan representando un ansia de cambios. Ahora bien, esto no significa necesariamente una posibilidad importante para el movimiento alternativo o autogestionario. Veamos por qué…
f) Si bien el socialismo autogestionario encuentra adhesiones entre las filas de tendencias como la ecologista, humanista, personalista comunitaria, demócrata-cristiana, socialista libertaria, etc., son corrientes claramente minoritarias. Las líneas políticas más fuertes en este momento en Chile podría decirse que son:
– La izquierda se halla dividida mayoritariamente entre quienes se mantienen anclados en la doctrina marxista-leninista, y los que optaron por lo que se ha llamado "tercera vía", es decir, una social-democracia con tintes más liberales.
– El centro podría diferenciarse entre aquellos que mezclan el social-cristianismo con lo que anotamos como "tercera-vía", y los que se identifican más con postulados neoliberales-neoconservadores.
– La derecha está mutando hacia una compleja combinación de tendencias: mantiene su eje neoliberal-neoconservador, pero adosándole cada vez más ingredientes populistas y, en menor medida, componentes de liberalismo clásico.
En el plano social, aunque existe una central sindical que propugna la autogestión de vertiente humanista cristiana (Central Autónoma de Trabajadores – CAT) es una organización pequeña. Por su parte, el movimiento mutualista sobrevive en la misma situación de estancamiento que le provocaran las leyes de 1924-25, y el cooperativismo se encuentra lentamente recuperándose de sus problemas derivados de su larga dependencia respecto a las políticas del Estado (falta de autonomía). En tanto, las ONGs tuvieron que reconvertirse, pues pasaron de depender del financiamiento internacional al del Estado chileno, con lo cual debieron reducir al mínimo su ideología "alternativa".
Por lo visto, no son muy alentadoras las cosas para la difusión de las ideas autogestionarias. A esto se suma que, a nivel mundial, el desconcierto es mayúsculo y pareciera que la humanidad se halla impotente ante el rumbo que toman los acontecimientos. Ahora es oportuno volver a la interrogante de por qué puede ser "útil" gastar tanto tiempo en investigar sobre el devenir de la autogestión; qué es lo que inspira a una persona joven a pasar más de ocho años dándole vueltas a un asunto que pareciera ya superado. Basta con dar una ojeada a los informes de los organismos vinculados a las Naciones Unidas para darse cuenta de que el panorama es desolador. Aquí van algunos datos como botón de muestra:
– El Dr. Otto Dorr, en mayo de 1991 daba el siguiente resumen:
"Cada minuto, los países del mundo gastan dos mil millones de dólares en armamentos. Cada hora, en el mundo mueren 1.500 niños de hambre. Cada día, desaparece del planeta una especie animal o vegetal. Cada mes, aumenta la deuda externa de los países subdesarrollados en siete mil millones de dólares. Cada mes, aumenta el desierto en el equivalente a tres cuartos de la superficie de Corea".
– En 1999, el médico Phillip M. Harter, de la Universidad de Stanford, dio a conocer estas estadísticas mundiales:
El 80% de los habitantes de la Tierra vivirían en niveles por debajo del estándar de una vivienda normal. El 70% serían incapaces de leer. 50% sufrirían desnutrición. Sólo 1% tendría educación universitaria, y también 1% poseería un computador.
Esta misma investigación nos indica, en cambio, que el 6% de las personas poseerían el 59% de la riqueza mundial y todas ellas serían de EUA.
– De acuerdo con el economista Ravi Batra,
"el 1% de la población mundial posee el 34% de la riqueza mundial. Cada año los norteamericanos consumen el equivalente a más de seis Brasil. Hacia 1979, en el grupo de los países pobres había unos tres mil millones de personas, con 400 dólares de promedio de ingreso por habitante; y, por el otro, unos mil millones de personas ricas con más de seis mil dólares por persona. Y, hacia 1999, cada una de las 100 mayores empresas transnacionales vende más que cualquiera de los 120 países más pobres; 23 empresas controlan el 70% del comercio mundial".
Dada esta apabullante realidad, no deja de tener sentido cuando alguien como Alejandro Rojas, ex presidente de la Fech durante la Unidad Popular y ahora investigador medioambiental en Canadá afirma:
"El mundo industrializado se ha convertido en una inmensa aspiradora que succiona los recursos energéticos y arrasa con la vida, en un proceso acelerado de cementificación y plastificación del mundo, que incidentalmente provoca la explosión demográfica del Tercer Mundo. Este proceso está en el origen del hambre y la pobreza de la gente, y cuenta con la activa colaboración de las élites transnacionales del Tercer Mundo".
Pero el problema es tan grave, que incluso en los países "desarrollados", la calidad de vida deja mucho que desear. En palabras del prestigioso sicólogo Viktor Frankl,
"en la sociedad de la abundancia, el estado de bienestar social prácticamente satisface todas las necesidades del hombre; hasta algunas necesidades en realidad son creadas por la misma sociedad de consumo. Sólo hay una necesidad que no encuentra satisfacción y ésa es la necesidad de sentido en el hombre, ésta es su ‘voluntad de sentido’, como yo la llamo".
Este autor desenmascara también la cultura hedonista, cuyo mapa de referencias son el placer, el dinero, el éxito y el tener, engañoso camino que no hace más que reforzar finalmente el "vacío existencial". Para Frankl, el ser humano, en último término, puede realizarse sólo en la medida en que logra la plenitud de un sentido fuera, en el mundo y no dentro de sí mismo.
"El hombre apunta por encima de sí mismo, hacia algo que no es él mismo, hacia algo o alguien, hacia un sentido cuya plenitud hay que lograr o hacia un semejante con quien uno se encuentre".
Por lo tanto, no es una solución aspirar a que todos los países del planeta lleguen a ser "desarrollados" a la manera de las naciones industrializadas. Es más, tal como lo ha explicado en varios artículos el actual rector de la Universidad de Valdivia, Manfred Max-Neef, si todas las regiones de la Tierra pudieran alcanzar el nivel de consumo y producción de las zonas del "Primer Mundo", simplemente el planeta colapsaría, porque se arrasaría con los recursos naturales y porque el aumento de la energía artificial generada por el hombre provocaría imprevisibles catástrofes.
Este mundo es tan paradojal, absurdo. Theodor Adorno, uno de los intelectuales más destacados de la Escuela de Frankfurt, lo planteó de la siguiente forma:
"Podemos percibir la demencia consistente en que una humanidad, cuyos medios técnicos bastarían para transformar hoy día este mundo en un paraíso (me conformaría con que fuera un mundo digno) en el cual ningún niño y ningún anciano debieran padecer y morir de hambre, que una tal humanidad invierta la mayor parte de su producto social en la fabricación de instrumentos de destrucción. Para percibir esta demencia no se necesita ni de una idea abstracta ni de una imagen política de lo que debiera ser la sociedad. De ninguna manera me intimida el reproche de negativista. Lo positivo consiste hoy en día en intentar, en la medida de nuestras fuerzas, poner fin a este estado de deshumanización espiritual que ya hemos alcanzado y que amenaza transformarse en una deshumanización total del hombre".
Pese al desencanto, a la crisis de las utopías, al desasosiego, a la apatía, a la desazón, a la sensación de impotencia, a las crisis de pánico y angustia, pienso que, a fines de este siglo XX podemos tener, como cree el historiador Eric Hobsbawn, un modesto optimismo. Esto, por los siguientes motivos:
– Merced a la revolución de las comunicaciones electrónicas, la Tierra se está convirtiendo progresivamente en lo que Mc Luhan denominó la "aldea global". En virtud de una "lógica cognitiva", como dice Carlos Cousiño, la unificación mundial se estaría logrando a través de las instancias de la ciencia, la tecnología y el mercado. La posibilidad de un desastre nuclear primero, y el peligro de una catástrofe ecológica, después, han provocado que se tome conciencia de la unificación del planeta, de la interdependencia de todos sus integrantes y que se cuestionara la idolatría del progreso ilimitado. Tanto la globalización como la unificación del mundo ponen en entredicho las dicotomías civilización-barbarie, amigo-enemigo, así como las divisiones nacionales, las fronteras artificiales, los antagonismos religiosos. Al mismo tiempo, revitaliza las identidades locales, la diversidad cultural y pone en evidencia los contrastes. En la medida que la humanidad, el planeta, puede mirarse a sí misma como una unidad, se abren insospechadas posibilidades de reflexión y cambio.
– La búsqueda de nuevos paradigmas a través del acercamiento entre la ciencia occidental y la mística de oriente. El cuestionamiento y revisión de la racionalidad cartesiana, de la Ilustración, del positivismo, etc. en busca de un "reencantamiento del mundo". La investigación acerca del cristianismo primitivo (pre-Constantino), del budismo, del islamismo sufi, del taoismo y el replanteamiento de las ciencias (Paracelso, Maturana, etc.), están en la base de lo que se ha llamado Nueva Era. Un destacado exponente de esta tendencia es el científico chileno Francisco Varela.
-Desde la última postguerra mundial se venían conociendo los horrores del terror bolchevique-stalinista, con crímenes que sumaban millones de seres, y que tendría su figura más terrorífera-caricaturesca en la persona de Pol Pot, el dictador camboyano responsable de la muerte de millones de sus compatriotas en 1975. Este proceso de desenmascaramiento del "jacobinismo rojo" tuvo su momento culminante con la caída de la cortina de hierro y con la matanza de la plaza Tiananmen en 1989. Esta verdad ha provocado una grave crisis en el seno de las corrientes políticas de emancipación, en especial en el socialismo, un movimiento que, como dijo Von Misses (economista neoliberal) en 1947, ha sido el mayor agrupamiento humano en torno a ideas y principios, que ha unido a personas por encima de religiones, razas o nacionalidad. Cornelius Castoriadis señaló en 1996, que la actual situación
"es como alguien que ha recibido un gran golpe en la cabeza, y esto se agrava por el hecho de toda una propaganda neoliberal que dice que no podemos hacer nada más que aquello que se hace, y que si usted quiere hacer otra cosa usted culminará en el ‘gulag’, lo que es un sofisma infame".
Es cierto que, al parecer, la gente no desea más experimentos sociales, pero no es menos verídico el panorama "escalofriante" que, como vimos, presenta el mundo hoy.
Las crisis o quiebres -tal como dice el ingeniero Fernando Flores– son buenas oportunidades para innovar. En este sentido, comparto la idea de que este período sirve para re-examinar todo el horizonte del pensamiento en el que se ha situado, desde hace dos siglos, el movimiento socialista. Allí encontraremos, como podrá verse en el desarrollo de esta monografía, una vertiente profundamente humanista, antiautoritaria, no patriarcal, libertaria y "holística", que fue permanentemente reprimida y "ocultada" por la vertiente jacobino-bolchevique. Tal como señaló Castoriadis al visitar nuestro país en 1996, poco tiempo antes de morir, para que la humanidad pueda habitar una casa digna, "humana", el único sistema político que es capaz de hacerlo es
"un régimen de autonomía, es decir, de autogobierno colectivo, que trata de educar a los individuos también para que sean individuos autónomos".
Y de esto se trata la autogestión, que se convierte en un concepto fundamental para un nuevo y reformulado movimiento político, social, cultural y económico de emancipación, basado en la libertad, los derechos humanos, la responsabilidad ecológica y la igualdad en la diversidad.
Vivimos en un mundo, en una sociedad sustentada en organizaciones. El problema, siguiendo a Humberto Maturana, es que en el sistema capitalista-estatal, las organizaciones están constituidas de tal manera que "ser persona es una impertinencia", y las relaciones de trabajo no son sociales sino productivas, donde hay explotación de unos sobre otros para satisfacer los fines de los primeros. La gran apuesta de la autogestión apunta a que es posible crear organizaciones y sistemas organizaciones realmente sociales, en donde las personas puedan relacionarse "humanamente".
Esta Memoria retoma lo que Antonio Colomer declarara en 1983:
"Un clamor universal se escucha en el mundo. La exigencia de una sociedad diferente que reemplace la avidez, la agresión, la competitividad, la obsesión consumista; un mundo en el que podamos autoorganizarnos y decidir por nosotros mismos; en donde la visión del otro como competidor y objeto de lucro, se sustituya por la del compañero con el que establecemos relaciones solidarias en un esfuerzo común. […] Queremos, al mismo tiempo, rastrear en nosotros y en nuestra memoria colectiva los gérmenes ya enraizados de ese futuro liberador, coincidimos en una búsqueda universal en donde tantos hombres y pueblos del planeta, por diversos campos, convergen. De ahí el incluir -pese a su peligro mítico- la palabra AUTOGESTION en nuestro título ya que se ha convertido en lugar de encuentro e identidad, de experiencias y teorías muy variadas".
Otro elemento que suele pedírsele a una tesina como esta es el de la originalidad. Después de haber estudiado varios textos sobre autogestión, me da la impresión que lo "nuevo" de esta investigación podría ser, por un lado, el intento de contextualizar, de entregar la atmósfera en que se ha desarrollado el desenvolvimiento teórico y práctico de la autogestión. De esta manera, se ha buscado un análisis no aislado de los procesos sociales, lo que en términos modernos se conoce como "historiografía social". El conocimiento del ambiente cultural, económico, científico, político, y artístico, da mayores elementos para entender el devenir de fenómenos sociales. En segundo lugar, me parece que otra característica peculiar de este trabajo es su visión ecléctica, barroca o sincrética, en cuanto a destacar la confluencia de varias corrientes que han alimentado o adherido a las ideas autogestionarias. Existen muchos libros que hacen aparecer a la autogestión como patrimonio exclusivo de tal o cual doctrina o ideología. Por el contrario, esta Memoria se inscribe en el ejemplo situacionista de fines de los sesentas y del movimiento alternativo de los ochentas. Por lo tanto, este proyecto se ubica en la línea seguida por pensadores que han hecho grandes esfuerzos por "liberar" a la autogestión de sus ataduras ideológicas, para vincularla más a los descubrimientos y avances de las ciencias. Por nombrar a los más recientes, estarían: Pierre Rosanvallon, Rene Lourau, Georges Lapassade, Fernando Savater, Murray Bookchin, Iván Ilich, Pierre Clastres, Félix Guattari, Cornelius Castoriadis, Amadeo Bertolo, Roberto Guiducci, Tomás Ibañez, Antonio Colomer, Cristian Ferrer, Franz Mintz, Luis Razeto, Manfred Max-Neef, Juan Espinosa, Martín Hopenhayn, Luis Weinstein, entre otros.
Por último, lo que corresponde ahora es presentar la estructura de esta monografía. A continuación tenemos el marco teórico, que es muy simple, ya que gran parte del desarrollo se refiere a la dimensión teórica de la autogestión. Sólo tomé un texto de Luis Razeto en que explica muy claramente la importancia de la relación teoría-práctica en el devenir de la autogestión. Después, en el desarrollo, nos encontraremos con una cronología de sucesos, casi un "pegoteo" de hechos y discursos que van configurando un proceso social. Los últimos 200 años fueron dividos en siete períodos de aproximadamente 30 años cada uno, separados por hitos de inspiración autogestionaria. Evidentemente, aparecen como datos muy en bruto, faltándoles procesamiento de la información y trabajo de edición; el resultado es una narración bastante caótica y, a veces, aparentemente inconexa. Más parece un video clip que un relato lineal, pero siempre hay ideas-eje que hacen las veces de columna vertebral del conjunto. La idea era realizar una crónica periodística, pero esa labor quedará para otra oportunidad, pues mi objetivo es que este sea el primero de una serie de estudios sobre este tema. Finalmente, en la conclusión se entregan algunas hipótesis que servirían, eventualmente, para futuras investigaciones.
En cuanto a la metodología utilizada, sólo puedo decir que este trabajo es fruto de mucha lectura, de algunos apuntes y de una "pasión".
La muerte –como dijo von Bertalanffy– es el acontecimiento que nos hace tomar conciencia de que cada uno de nosotros es parte de un "organismo" llamado humanidad. Este organismo social es -metafóricamente hablando- como una esfera cuyo centro se halla en todas partes. En el desarrollo histórico de la humanidad, ésta adquiere paulatinamente conciencia de sí misma, a través de la invención y difusión de los medios de comunicación social. El lenguaje, la escritura, el alfabeto fonético, la imprenta, posibilitaron la formación del Periodismo a fines del siglo XVI. El Periodismo se convirtió en el espejo en que la humanidad se ve reflejada. Esta "crónica" de la humanidad influyó en la aparición del Enciclopedismo, compendio de los conocimientos acumulados por la humanidad. Con este fenómeno -ubicado en la segunda mitad del siglo XVIII- se propició la reflexión en torno a las relaciones sociales y al sentido del sistema social. A fines de ese siglo y principios del s. XIX apareció el Socialismo, conjunto doctrinal que consagra la concepción "organiscista" de la humanidad (paralelamente apareció la Sociología). La aparición de los medios electrónicos de comunicación social, las imágenes visuales de la Tierra captadas desde las naves espaciales, hicieron que la humanidad tomara conciencia de que no sólo es un organismo, sino que es parte de otro mayor que se llama Naturaleza. Esta nueva reflexión se expresa en la teoría general de sistemas y en el ecologismo, que confirman lo que Carl Gustav Jung llamaba sincronía.
"Lo que ocurre y explica este fenómeno de sincronía, es lo siguiente: todos los seres vivos somos parte de un proceso integrado de transformaciones de la corteza terrestre, de modo que todos los seres vivos están históricamente interconectados en una red de relaciones que se va transformando en un presente cambiante. Si miramos ese presente cambiante en cada instante, los distintos elementos de ese presente aparecen desconectados, pero si los miramos en su historia, vemos que se encuentran conectados en su origen". (Maturana, 1991).
En este proceso de reflexión, la autogestión cumple un papel importante en el desarrollo histórico de la humanidad, pues, como dijo Martin Buber, une destino e imagen, condiciones objetivas y voluntad subjetiva de superación.
A continuación dejo a Luis Razeto, con una excelente exposición al respecto:
«Se dice a menudo que la cooperación (y la autogestión) tiene orígenes prácticos, en el sentido de que es una respuesta de los trabajadores y marginados frente a la necesidad económica y social; pero ha sido también subrayado el rol esencial que han cumplido desde los inicios mismos del fenómeno las elaboraciones intelectuales de teóricos políticos y pensadores como Owen, Fourier, Campbell, King y otros, los cuales han postulado el cooperativismo como un proyecto de reforma y transición social. Pues bien, no se trata de ver en estas afirmaciones dos explicaciones alternativas del surgimiento del fenómeno, ni es tampoco suficiente sostener una doble simultánea fundación -teórica y práctica- del cooperativismo. (…) Una primera observación que debe hacerse se refiere al hecho que la cooperación como proceso organizativo específico estuvo acompañada desde sus comienzos por un fuerte componente ideal y doctrinario, esto es, por teorizaciones globales realizadas por intelectuales y pensadores políticos que se planteaban frente al problema social y proyectaron el cooperativismo (o formas de empresa económica alternativas respecto a las capitalistas) como una respuesta organizativa y como una vía de reforma social, económica y política. Pero se ha de subrayar, al mismo tiempo, que las tentativas de aplicación sistemática de tales elaboraciones teóricas en la práctica organizativa, no lograron nunca un resultado satisfactorio y estable, y a poco andar se disolvieron o mutaron de significado, incorporándose a veces a movimientos que tenían características diferentes.
Al lado –y por así decir- por debajo de estos intentos "teorizados", surgieron y se desarrollaron inicialmente asociaciones cooperativas ‘espontáneas’ como respuesta de los interesados directos –aquellos que sufrían los problemas sociales y la marginación- a las necesidades económicas y prácticas.
Tales procesos emergentes desde la base, a menudo encontraron un punto de referencia intelectual y moral en las elaboraciones intelectuales de los teóricos reformadores, llegando a adoptar sus contenidos como ideología propia del movimiento. De este modo las teorizaciones cumplieron la función específica de toda ideología, a saber, cohesionar internamente la organización y hacerla coherente mediante la definición de una perspectiva ética y política.
Así, el movimiento práctico emergente desde la base, resultó potenciado intelectualmente, al mismo tiempo que el movimiento teórico ‘descendente’ se agotaba. La relación entre la teoría y la práctica se estabilizó cuando el movimiento cooperativo definió una propia fisonomía específica y unitaria en torno a los conocidos ‘principios rochdalianos’.
Así constituido, el movimiento cooperativo resulta compuesto de lo que podríamos denominar ‘dos almas’, la de ser un movimiento mutualista y solidario que se forma en el terreno específicamente económico para enfrentar necesidades y problemas sociales inmediatos, y la de ser un movimiento reformador y ético-social orientado a enfrentar las injusticias generales del sistema económico-político y a fundar un nuevo tipo de sociedad.
Este ‘dualismo’ estructurante –y persistente hasta nuestros días- no significa que el movimiento cooperativo esté escindido internamente, sino que denota la complejidad y riqueza de un fenómeno complejo, en el cual, sin embargo, la unidad entre teoría y práctica no ha sido jamás perfeccionada.
Podemos representarnos esta conformación particular del fenómeno cooperativo como la de un movimiento colectivo que se constituye sustancialmente en la dirección de la relación práctica – teoría, mientras un movimiento convergente del tipo teoría – práctica que en lo inmediato fracasa, se incorpora a él constituyéndose como su momento ideológico particular.
Este singular modo de ser de la cooperación ha marcado no sólo el desarrollo concreto del fenómeno, con sus potencialidades y limitaciones, sino que ha condicionado también el despliegue de las mismas teorizaciones que se le refieren. Éstas, en efecto, han tenido un carácter prevalentemente ideológico: tanto las conceptualizaciones tendientes a demostrar las fuerzas de transformación económico-social contenidas por ella, como las que se han orientado en el sentido opuesto de criticar su validez revolucionaria. Desde Marx, que ha considerado el cooperativismo como una demostración práctica de la posibilidad de una economía sin patrones, a Lenin, que en un momento vio en él un modo conveniente de distribución de las mercancías, a los marxistas leninistas ‘ortodoxos’ que han, por el contrario, criticado el cooperativismo en cuanto sería una forma económica que no elimina la explotación de los trabajadores y no supera la dominación política burguesa. Desde los católicos, que desde las primeras preocupaciones por la ‘cuestión social’ vieron en la cooperación un método adecuado y concreto para enfrentar los más agudos problemas sociales, y de vivir los principios y valores del cristianismo en el terreno económico, hasta los conservadores y liberales que han subrayado de ella el ser una forma de socialismo y que por tanto la rechazan.
(…)
El revelamiento del carácter predominantemente ideológico de las teorizaciones sobre la cooperación, no implica negar que exista un cuerpo de conocimientos válidos sobre el fenómeno. Por un lado, porque las mismas elaboraciones ideológicas no están desprovistas de todo valor cognoscitivo, contribuyendo de hecho con la proposición de conceptos y de modelos que pueden asumir el carácter de iluminantes hipótesis de investigación. Por otro lado, porque junto a las teorizaciones existentes, se han venido acumulando masas inmensas de información empírica que proporcionan una imagen y un perfil concreto de la experiencia cooperativa. En fin, porque existen trabajos sistemáticos de investigación de los problemas del movimiento cooperativo tanto en la perspectiva de la ciencia del derecho como de la ciencia económica. La primera ha contribuido especialmente a la producción de un ordenamiento normativo de la constitución y actividad de las cooperativas, consorcios y asociaciones de integración, mientras el aporte principal de los estudios económicos ha consistido en definir conceptualmente los modelos de organización y el funcionamiento de las unidades cooperativas en el mercado.
Todo ello constituye un vasto conjunto de materiales empíricos y conceptuales sobre los cuales toda nueva elaboración científica debe apoyarse, si bien distinguiendo críticamente los contenidos cognoscitivos de lo que es sólo ideología desviante, recogiendo selectivamente los materiales de información acumulados, y elaborando creativamente una estructura cognoscitiva superior.
La elaboración de una teoría científica del fenómeno cooperativo (y autogestionario), a la cual este trabajo pretende contribuir, puede tener importantes consecuencias para el desarrollo futuro del cooperativismo. Si a través de ella el fenómeno cooperativo instaura nuevas y más unitarias relaciones entre la teoría y la práctica, podría esperarse un nuevo impulso dinamizador y renovador del proceso organizativo y una más eficaz capacidad transformadora del movimiento.
Ahora bien, la elaboración científica persigue sus propios objetivos a través de procedimientos que le son específicos, y no pretende proponerse a priori como guía de los procesos prácticos; en ello precisamente reside su autonomía y su distinción respecto de las ideologías. La teoría científica no es una elaboración ideológica que inaugura desde sí misma una relación conforme a la dirección teoría – práctica, porque la ciencia no puede sino partir de la experiencia histórica concreta para acceder por abstracción al nivel teórico, y sólo después de este recorrido puede iniciar un ‘movimiento descendente’ hacia la práctica, la que resultará ser una práctica y una experiencia nueva porque nueva será la teoría que la guíe y estructure. La ciencia manifiesta así su esencia propia como modo específico, diferente y superior de recomposición de las relaciones entre la conciencia y la experiencia."
(Empresa de Trabajadores y Economía de Mercado. 1991. pp. 320 a 328)
3. Desarrollo
3.1. Desde el origen de la civilización occidental hasta la víspera de la revolución industrial.
La explicación tradicional acerca del desarrollo histórico de la humanidad, nos dice que luego de una etapa muy extensa de vida en sociedades tribales –que eran igualitarias-, se pasó a estadios "superiores" de sociedades jerárquicas, primero, que luego se transformaron en sociedades-Estados, para, finalmente, llegar al modelo europeo de las naciones-Estado. Este proceso se presenta a menudo como algo "natural", y podríamos agregar "fatal" o incluso "teleológico". La transformación de sociedades igualitarias en jerárquicas se asocia, comúnmente, con la llamada revolución neolítica, es decir, con la aparición de la agricultura (entre el 9.000 y 8.000 a.C.), con el aumento de la complejidad social y con la generación de excedentes alimentarios. Al final de esta monografía veremos una crítica a esta explicación, y un replanteamiento de estos procesos, haciéndolos más acordes con la teoría "autogestionaria".
La actividad del hombre de pintar sonidos y representar ideas en forma gráfica comenzó hace seis o cuatro mil años atrás. Con la invención de la escritura (jeroglíficos-ideogramas) partió lo que conocemos como Historia. Ésta nos ha mostrado civilizaciones que comparten ciertas características:
Los textos de las civilizaciones antiguas se centran en las actividades de reyes y emperadores, sacerdotes y filósofos, artesanos y habitantes de las ciudades. Sin embargo, la mayor parte del pueblo eran campesinos, cuyas vidas sólo ligeramente podrían ser afectadas por los desarrollos políticos a largo plazo, pero cuyos excedentes de producción constituían la base del trabajo de los especialistas no agrícolas. A cambio de beneficios tales como el regadío organizado por el Estado y sistemas de control de las inundaciones, defensa militar y, quizás, ayuda del gobierno en épocas de penuria, el campesino entregaba gran parte de su tierra y de su trabajo para el sostenimiento de los demás. Además, tanto él como sus hijos podían ser reclutados por el ejército . En las sociedades antiguas el poder era una fuente de riqueza. Poder y clase social estaban determinados por la afiliación política. La sociedad estaba dividida en clase gobernante (soberano, familia real, oficiales del Estado, aristócratas terratenientes, sacerdotes, comerciantes y militares) y sus subordinados, que eran en su mayor parte campesinos. Tampoco deben olvidarse los esclavos, generalmente obtenidos de la población sometida en la guerra y, por lo tanto, también en su mayoría de origen campesino. En suma, tanto de la actividad como de la condición de campesinos y esclavos es de donde surge, en parte, el concepto del trabajo , como labor económica de aquel sometido por la fuerza.
La introducción del alfabeto fonético en el mundo clásico del Mediterráneo (600 a.C.) es considerada, por algunos autores, como un elemento directamente responsable del surgimiento de la ciencia occidental. Los fenicios habrían sido sus inventores, por requerimientos para facilitar las transacciones, graficarlas y comunicarse en forma expedita. Según Mc Luhan, hubo un principio de economía, en el sentido de que se pudo expresar cualquier cosa con sólo 22 signos. Con este invento, fue posible transmitir ideas en forma lineal, como una sucesión secuencial. Se habría producido la primera gran división entre occidente y oriente; en esta última, continuaría el ideograma, con su expresividad elíptica, circular y metafórica. En contraste, el alfabeto fonético es despersonalizado, descomprometido, permitiendo la generación de un pensamiento lógico y abstracto. Esta característica es utilizada por los griegos para originar la filosofía, las matemáticas y la física (cumbre del pensamiento lineal). Es entre este pueblo que surgió la Democracia (Atenas, s. V a.C.); un espacio de respeto mutuo y debate racional entre los hombres que, aunque significaba una isla rodeada de monarquías despóticas y guerreras, excluía a la mayor parte de la población: mujeres y esclavos (mundo del trabajo). Pero no se crea que la esclavitud era siempre aceptada pasivamente; basta recordar la rebelión de Espartaco contra el poder romano, para darse cuenta de la resistencia a ese sistema, así como de la violencia con que éste reprimía tales sublevaciones.
Fuera de las ciudades, el campesinado proseguía su existencia "marginal", muchas veces subyugado por grandes imperios. El modo de vida del campesino, en cuanto a niveles materiales y rutina diaria, no se diferenciaba mucho del de los agricultores tribales que le precedieron. No obstante, el campesino sería una creación del Estado antiguo. Con campos permanentes, regadío y arados tirados por animales, laboraba en un sistema agrícola más avanzado que requería un trabajo más disciplinado. A diferencia del miembro de una tribu, producía alimento y géneros para vender en mercados locales y a su vez adquiría productos exóticos y servicios especializados. A través de los funcionarios estatales y de los sacerdotes, y mediante sus contribuciones de trabajo y de una parte de sus cosechas al erario del Estado, estaba ligado a un sistema económico mayor que la comunidad de su poblado. En cierto grado, compartía la "alta" cultura que surgía de los centros urbanos, debida a los sacerdotes, filósofos y escritores.
Con la caída del imperio romano de occidente, Europa conoció un largo período que es denominado por algunos autores como La Cristiandad. Durante alrededor de mil años, la Iglesia Católica fue el referente aglutinador de los restos del romanismo y la cultura de los pueblos "bárbaros". En este contexto se originó el Feudalismo, sistema de dominación que sucedió al anterior, que había estado basado en gran parte en la esclavitud. Este cambio de estructura significó la aparición del vasallaje: vínculo que obligaba a una persona a guardar fidelidad a otra y a estar bajo su dependencia. No obstante, el campesinado continuó su posición de servidumbre, debiendo traspasar una parte de sus productos así como un segmento de su tiempo de labor a su señor feudal. No se crea que esto era privativo de occidente; en las civilizaciones asiáticas también hubo períodos feudales y burocracias despóticas. En ambos casos, el poder estatal, ya estuviese encarnado en rey o emperador, tuvo que ceder atribuciones a los Señores locales. Al amparo de éstos, se desarrollaron las ciudades conocidas como burgos, desde las cuales se generó una nueva clase social: la burguesía, íntimamente relacionada con el comercio interurbano, la manufactura artesanal y, posteriormente, la banca. Progresivamente independizados de la autoridad feudal, este segmento fue protegido por los reyes, quienes vieron en ese apoyo una manera de subyugar a la aristocracia feudal terrateniente. Este fenómeno se vio impulsado, según varios autores, con la invención de la imprenta de tipos móviles (J. Gutenberg 1440-1450). Esta máquina permitió una producción rápida, homogénea y masiva de textos impresos, mediante una tecnología de bajo costo. La difusión de estos escritos transformó la cultura: de oral, verbal, que involucra los cinco sentidos, integral, a una escrita en la cual se utiliza un solo sentido, y que fragmenta al ser humano (el sujeto completa el mensaje con imágenes mentales, con lo que se produce una mezcla de realidad y fantasía). Con la masificación de textos en lenguas vernáculas -y ya no sólo en latín- se favoreció el renacer de los nacionalismos. Innis y McLuhan son sólo dos de los numerosos autores que han señalado que la imprenta contribuyó también a la estabilización de los hábitos lingüísticos y ayudó de ese modo a sentar las bases del estado-nación. A partir de esa época, el mundo se estratificó en alfabetos y analfabetos. La educación y la transmisión cultural ya no necesitaron de la relación cara a cara del diálogo, con lo cual se propició el individualismo. El medio escrito representó una vivencia personal-individualista, requisito esencial para el surgimiento del capitalismo (el hombre solo frente a su destino) y de la revolución industrial. Según Elizabeth Eisenstein, la imprenta es responsable de la difusión de la investigación científica organizada. Se ha explorado la relación entre la imprenta y la Reforma Protestante, que, como nos dio a conocer Max Weber, tuvo gran importancia en la consolidación del capitalismo en occidente. De igual manera, aquel cisma de la cristiandad estuvo vinculado a una etapa de grandes revueltas campesinas, en las que Lutero, finalmente, optó por apoyar a los príncipes estatales.
El espíritu de conquista de esta cultura cristiano-occidental se manifestó a, partir de esta época, en los viajes que buscaban nuevos mundos: África, América, Asia; "descubrimientos" que fueron posibles gracias a los avances efectuados en las técnicas de navegación, y que fomentaron el progreso de los medios de transporte en general.
Paralelo a estos inventos y ampliación de los conocimientos, se vivió un reencuentro con la cultura clásica de Grecia y Roma. El Humanismo renacentista (s. XV y XVI) recuperó la inspiración democrática e impulsó, con su enfoque antropocéntrico, las corrientes que exaltarían el ansia humana por la libertad (anticipo del liberalismo).
También el siglo XVI fue el período del surgimiento, relativamente simultáneo, de la ciencia moderna y de la filosofía idealista. Sus figuras fueron Galileo Galilei y Renato Descartes (1596-1650). Ambos fueron bastante decisivos para el replanteo de los conceptos de verdad, certaza, razón. El primero tuvo su impacto en el espacio de las ciencias, y fue el primero en articular dos esferas del hacer que se encontraban desvinculadas y que son integradas para dar origen a la ciencia moderna: el área de la ingeniería (técnica) y el área de la reflexión (relegada a los espacios universitarios). Se deja ver esta integración en el libro de Galileo La caída de los cuerpos, cuyo objetivo fue resolver la eficiencia de la artillería. En la segunda parte del texto, escrita en latín, se expone el problema teórico de la caída de los cuerpos. La ciencia moderna es teórica y experimental, es ciencia empírica, de la experiencia. En ese análisis, la ciencia se deja llevar por un método determinado; la búsqueda de la verdad se hace de acuerdo con un método. Descartes abre su propuesta con un discurso sobre el método. Lo que estaba enunciado por Galileo se asume en la filosofía idealista cartesiana. Basado en la búsqueda de ideas claras y definidas, Descartes busca aquella certeza original y única, a partir de la cual se pueda iniciar el recorrido. Esa certeza la encuentra en el sujeto que conoce: "pienso, luego, existo". La razón ontológica objetiva se fracciona con el concepto de la razón subjetiva. El sujeto sólo tiene certeza de sí mismo, no tiene certeza absoluta ni del mundo ni de los otros.
Sin duda, todos estos cambios hicieron del siglo XVI uno de los más conflictivos. En sus postrimerías nació el Periodismo, que, de ser un medio circunscrito a las ferias comerciales, pasó a dar cuenta de la gran discusión de ideas que se vivía en ese tiempo.
Consecuencia de estos procesos, y fomentado por las exploraciones de los nuevos territorios, Europa experimentó el auge de los movimientos científicos y racionalistas del s. XVII.
La centralización del poder político en las monarquías absolutas, y la penetración de enormes cantidades de metales preciosos procedentes de América, benefició sobre todo a la burguesía, cuyo enriquecimiento entre los siglos XVI y XVIII constituyó de hecho el nacimiento del capitalismo moderno.
La primera participación revolucionaria de la burguesía (primera revolución moderna) se vio en la Revolución inglesa de 1640-1660, y de 1688, en las cuales se reafirmaron los principios del sistema parlamentario y se estableció la ideología liberal: el triunfo de las libertades políticas frente al absolutismo real. El broche de este período lo puso en 1701 la invensión de la sembradora Jethro Tull. Con ella se inició la mecanización de la agricultura, primera manifestación de lo que más tarde sería conocido con el nombre de maquinismo.
Entre la segunda revolución inglesa (1688) y la francesa de 1789, se desarrolló en Europa un movimiento intelectual, caracterizado por su racionalismo y enfoque utilitarista. Las raíces de la Ilustración podemos encontrarlas en los esfuerzos cada vez más amplios de las capas burguesas por acceder al poder y por imponer la hegemonía estructural del modo de producción capitalista dentro del sistema económico general. Surgida en principio en Inglaterra, la Ilustración encontró un gran eco en Francia, donde las circunstancias socioeconómicas eran muy similares, originando el Enciclopedismo (1751-1772). Tras extenderse por toda Europa, se convirtió en base de nuevas corrientes de pensamiento que afectaron a numerosos campos (filosofía, psicología, religión, política, economía, etc.), conformando de hecho una nueva ideología dominante. Entre los exponentes de este movimiento, encontramos a John Locke (1632-1704), Montesquieu (1689-1755), Voltaire (1694-1778), y Jean-Jacques Rousseau (1712-78).
En forma paralela, en Europa se asistió al fenómeno conocido como Revolución industrial, que implicó un conjunto de transformaciones económicas y sociales, que caracterizaron los inicios del proceso de industrialización mundial, y que tuvieron lugar entre 1760 y 1820 en Gran Bretaña. A pesar de que tanto Francia como Alemania se encontraban en situación privilegiada en cuanto a conocimientos técnicos y científicos, la revolución industrial surgió en Gran Bretaña debido a que allí se conjugaban una serie de factores posibilitantes del cambio: la burguesía comenzaba a dominar el aparato estatal; su producción por habitante era la más elevada de Europa, el imperio británico monopolizaba el mercado mundial, poseía un industria con la capacidad de producir gran cantidad de bienes con mejoras sencillas, y existía abundante mano de obra y una agricultura excedentaria. La industria textil algodonera fue el punto de partida del despegue industrial. Recibió su impulso del comercio colonial a la vez que lo favorecía; el mercado exterior británico se afirmó en África, América y Asia a raíz de una política imperialista implacable. La materia prima era cultivada en el exterior a través de mano de obra esclava, en tanto que el campesino británico se transformaba en obrero industrial bajo un régimen de miseria y hambre. La gran acumulación de capital, fue lo que permitió el paso a la segunda fase de la revolución industrial: el ferrocarril y con él la creación de una industria de base.
Como ya hemos visto, cada cierto tiempo, los sectores sociales oprimidos se sublevaban; es así como en 1773-74, aconteció una gran revuelta de campesinos rusos. Ellos, como era lógico, protestaban contra los impuestos que iban destinados a la burocracia estatal, al clero y a los terratenientes.
Por su parte, en América se conjugarían los intereses de la burguesía criolla con las ideas liberales de democracia y con el ímpetu nacionalista. La Independencia de EUA (1776-1783) fue sin duda un símbolo de esta conjunción; este país llegaría a ser el centro del capitalismo mundial. Coincidentemente, en 1776 se publicó el libro La Riqueza de las naciones, de Adam Smith, en el cual ya se expresaba el carácter enajenante del trabajo fabril:
"Un hombre que gasta la mayor parte de su vida en la ejecución de unas pocas operaciones muy sencillas […] no tiene ocasión de ejercitar su entendimiento o adiestrar su capacidad inventiva en la búsqueda de varios expedientes que sirvan para remover dificultades […] y se hace todo lo estúpido e ignorante que puede ser una criatura humana (y cuando el trabajo fabril se generaliza) […] A pesar de las grandes aptitudes de un reducido número de personas, pueden extinguirse y embotarse los aspectos más nobles del carácter humano en la gran masa del pueblo" .
En 1781 apareció el libro Crítica de la razón pura, de Emanuel Kant. Este filósofo separa el ser de la cosa ("ser en cuanto tal"), y el ser conoce la cosa sin dominación de ésta sobre aquel. El ser humano le da sentido y significado a la realidad de acuerdo a parámetros o categorías subjetivas: tiempo y espacio. No existiría la posibilidad de la objetividad del conocimiento; el seleccionar las variables implica una acción subjetiva. Las obras valen tanto como el valor que le otorgan las personas. Al año siguiente hizo su aparición la máquina a vapor, que dio nuevos bríos a la revolución industrial.
A estas alturas, nos encontramos con que el grueso del trabajo era realizado por esclavos, campesinos, artesanos y obreros, siendo estos últimos los que aumentaban con mayor rapidez, en detrimento de los otros tres. Esta supremacía del trabajo asalariado se fue consolidando en la medida que se expandió la industrialización a nivel mundial. Este proceso hizo que a las antiguas formas de defensa y resistencia de los trabajadores (rebeliones, sublevaciones, revueltas), se agregara la huelga y la organización en el lugar de trabajo. Junto con esto, derivado del ancestral modo de vida campesino y artesano (comunidades aldeanas, gildas, arteles y gremios), los sectores sencillos de la sociedad, en vistas a satisfacer sus necesidades económico-sociales, formaron agrupaciones en que practicaron el apoyo mutuo y la solidaridad, enmarcados en principios igualitarios y democráticos. Esta situación de facto, unida a la proliferación de las ideas emancipatorias y de cambio social, desembocó en lo que se conocería como movimiento obrero-campesino, y su dimensión ideológica: el movimiento socialista o comunista. En este componente, este movimiento tendría diversos enfoques: anarquista, cristiano, marxista, radical (social demócrata); y, en su componente práctico-organizativo, se manifestaría en el sindicalismo, mutualismo, cooperativismo, consejismo, autogestión, etc. Entre ambos, encontramos a las agrupaciones o partidos político-doctrinarios. El presente estudio trata acerca de las formas organizativas que se ha dado este pluralista movimiento emancipador, como método de cambio de la sociedad mediante la transformación de su "tejido celular". En otras palabras, frente a la tendencia mayoritaria de afirmar la "primacía de la política", entendida como lucha por la conquista del Estado, este trabajo pretende mostrar el camino de la transformación y reorganización social, de la democratización de la economía y de la política, en vistas a la recuperación, por parte de todos y cada uno de los seres humanos, del control sobre las condiciones de su propia existencia.
3.2 Teoría autogestionaria: de la ideología a la ciencia
A continuación, los últimos 200 años de la historia de la humanidad se han dividido en siete partes, cada una de las cuales de aproximadamente 30 años. Esta separación está referida a hitos importantes dentro del movimiento que ya anunciamos.
3.2.1. La revolución francesa (1789-1799)
Hasta el siglo XVIII la burguesía se había presentado como portavoz del pueblo llano (tercer estado), aunque había respetado los privilegios de los otros dos (nobles y clero). Pero las exigencias mercantiles (libre cambio) y económicas (maquinismo, industrialización) apoyadas por las ideas reformistas e igualitarias del Enciclopedismo y la Ilustración, llevaron forzosamente a la burguesía a enfrentarse con la sociedad estamental del Antiguo Régimen. Así surgieron las llamadas revoluciones burguesas, que provocaron en toda Europa la caída de las monarquías absolutas y dieron origen a Estados de régimen constitucional parlamentario, inspirados en los principios de "igualdad, libertad y fraternidad".
Como ya se explicó, las ideas emancipatorias también se asociaron al resto del pueblo llano, que pasaría a identificarse como "cuarto estado", lo que provocaría las primeras disputas con la burguesía emergente. Ya, en 1792, los republicanos burgueses denunciaban a los «anarquistas» de París que querían que los diputados y obreros tuviesen el mismo sueldo; que decían que había dos clases «la de los que tienen y la de los que no tienen, los sansculottes y los propietarios».
Comenzaba así una crítica permanente a los sistemas de dominación. Ese mismo año, en Inglaterra, Mary Wollstonecraft (1759-1797), publicaba su libro Reivindicación de los derechos de la mujer, en donde exigía igualdad de oportunidades para que la mujer pudiera desarrollar su talento . Esa obra fue una de las precursoras del movimiento feminista internacional. Su marido, William Godwin (1756-1836), sostuvo en su Estudio sobre la justicia política (1793), obra próxima al anarquismo, que el poder del gobierno sobre los ciudadanos genera inevitablemente la corrupción.
En ese año, Jacques Roux afirmaba:
«la libertad sólo es un fantasma baladí cuando una clase de hombres puede impunemente dejar hambrienta a otra».
Y en el Manifiesto de los Iguales, de la conjura de Graco Babeuf se leía:
«Desaparezcan, por fin, odiosas distinciones entre ricos y pobres, grandes y pequeños, amos y criados, gobernantes y gobernados».
Éste y su compañero Darthe fueron acusados de "conspiración" y guillotinados por la naciente burguesía. Ambos, al ser condenados a muerte por el tribunal, se apuñalaron recíprocamente ante sus jueces-verdugos.
Al percatarse que el Estado jacobino había establecido una nueva estructura de dominación encabezada por la burguesía, y que, mediante el Terror, sojuzgaba a la mayoría del pueblo, en 1794, Varlet escribió:
«para cualquiera con capacidad de razonamiento, Gobierno y revolución son incompatibles».
Con el golpe de Estado de Napoleón en 1799, se puso fin al proceso revolucionario, y comenzó la consolidación del capitalismo en Francia. Sin embargo, la situación de las clases trabajadoras seguía siendo penosa, por lo que algunos intelectuales idearon formas para cambiar la organización social.
3.2.2. Los primeros socialistas (1814)
La revolución industrial que se desarrolló en Europa occidental en la primera mitad del siglo XIX llevó a la burguesía a la cúspide del poder económico y político. Los burgueses se convirtieron en banqueros o capitalistas. En cambio, se preocuparon muy poco de que los derechos políticos, tan liberalmente proclamados en sus retóricas Constituciones, se aplicaran de hecho a todos los ciudadanos, prescindiendo de la cuantía de su fortuna.
A principios del siglo XIX, apareció la primera obra de Henri de Saint-Simon (1760-1825), donde se anunció ya la crisis inminente de la humanidad. Se publicó, también, un artículo de Charles Fourier (1772-1837) sobre la armonía universal, que puede considerarse como primer esbozo de su doctrina.
Al propio tiempo, encontramos a Robert Owen (1771-1858) en actividades de carácter puramente práctico, como director de la hilandería de New Lanark, en la que creó instituciones sociales ejemplares. Su doctrina, a diferencia de las de Saint-Simon y Fourier, es resultado de esos ensayos y experiencias prácticas.
Hacia 1808 apareció la obra La théorie des quatre mouvements et des destinées générales, de Charles Fourier, la cual contenía ya su sistema en embrión. Un par de año más tarde, al otro lado del océano, las Independencias Latinoamericanas (desde 1810) darían nuevos bríos al ideal democrático-reformista.
Entre 1813 y 1814 se publicó la fundamentación teórica de los planes de Owen, en A New View of Society; y, en este último año, entró en circulación el libro De la réorganisation de la société européenne de Saint-Simon.
Es preciso tener presente que desde esta época tendría gran influencia en el mundo de las ideas el hegelianismo. Este sistema filosófico fue fundado por el alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831), y es considerado como el último gran sistema del saber de la filosofía occidental. En su obra Enciclopedia de las ciencias filosóficas (1817) está contenido todo su sistema. Completa el idealismo poskantiano, así que, para Hegel, lo absoluto no es trascendente a la realidad, sino inmanente. Su filosofía es la ciencia de lo absoluto que se desarrolla por el simple proceso de tesis, antítesis y síntesis. Está basado en una concepción dialéctica del mundo, opuesta a la causalidad, y llega a la conclusión que lo Absoluto (Idea) se manifiesta y desarrolla bajo el impulso de dos formas contrarias de la existencia: la naturaleza y el espíritu. Revela el carácter ilusorio de los juicios trascendentales que van más allá de la experiencia y pone de manifiesto sus contradicciones internas mediante la categorización de los opuestos (afirmación-negación). Así, toda afirmación contiene en su seno la propia negación. Por el camino de este reconocimiento, la conciencia llega al saber absoluto. Trasladado el supuesto metafísico al campo de la historia, sirvió a Hegel para deducir el carácter absoluto (ideal) del Estado prusiano.
En el terreno político, la obra de Hegel ha dado lugar a todo tipo de interpretaciones, desde aquellas que señalan que propugna un Estado totalitario hasta las más liberales. También existe un comunitarismo hegeliano, que se apoya básicamente en dos argumentos del filósofo. El primero se relaciona con la afirmación de que la sociedad es natural al hombre, que Hegel utilizó para refutar la idea del pacto social y el estado de naturaleza planteado por Hobbes y Locke. Además, toman el planteamiento hegeliano de que la sociedad es un repositorio de instituciones que han sido inventadas por los hombres para humanizar el mundo. Así fundamentan la idea de que toda sociedad ya tiene un concepto previo de lo que es bueno o malo.
A fines del siglo XVIII había surgido en Alemania un movimiento cultural que propugnaba la libre subjetividad del espíritu, con la fantasía como motor fundamental, la sencillez y la simplicidad formales: el Romanticismo. Desde entonces, se convertiría en una implacable crítica del orden capitalista y burgués. Una de sus obras más trascendentales fue escrita por la hija de Mary Wollstonecraft y William Godwin, llamada igual que su madre, y que, además de ser amiga de Lord Byron fue el gran amor de Percy Bysshe Shelley, dos destacados exponentes de esa corriente artística . En Frankenstein, que se publicó por primera vez en 1818 -cuando su autora tenía sólo 21 años-, se cuestiona la obsesión de la cultura hegemónica occidental por dominar a la Naturaleza; actitud que, al no basarse en el respeto y la convivencia armónica, llevaría al ser humano a originar su propio desastre. Otro elemento del romanticismo fue su nostalgia por la vida en la Edad Media y su exaltación de las aldeas rurales.
Es en esta atmósfera de crítica al sistema imperante en Europa, que fue publicado en 1821 el Informe al condado de Lanark, en donde Robert Owen realizó la exposición definitiva de su «Plan». Entre 1821 y 1822, Saint-Simon entregó su libro Le systeme industriel; y Fourier presentó su principal obra: Tratado de la asociación agrícola doméstica.
El aporte histórico de estos pensadores, queda muy bien resumido por Martin Buber, cuando afirma que:
"La trayectoria evolutiva que va de Saint-Simon a Fourier y hasta Owen no es un proceso cronológico; esos tres personajes, a quienes Engels denominó los fundadores del socialismo, actuaron más o menos al mismo tiempo; podría decirse que constituyen en ese desarrollo fases de superación simultáneas. Saint-Simon empezó: la sociedad debe pasar de un orden dual a otro unitario, la dirección del conjunto debe hacerse a base de las funciones sociales mismas, sin que se le sobreponga el orden político (Estado) como estrato aparte y diferente en esencia. A esto contestaron tanto Fourier como Owen diciendo que eso sólo es posible y permisible partiendo de una sociedad que coordine la producción y el consumo, es decir, que esté compuesta de unidades en las que ambos se relacionen directamente y de comunidades menores que en vastas proporciones trabajen para el propio consumo. La respuesta de Fourier dice que cada una de esas unidades debe ser constituída como la sociedad actual en lo que toca a bienes y necesidades de los individuos, pero pasando del antagonismo a la armonía por el acordamiento de los instintos y de las actividades. La respuesta de Owen dice, por el contrario, que la transformación de la sociedad tiene que operarse tanto en su estructura total como en cada una de sus células: sólo un orden justo en cada unidad puede servir de fundamento a un orden justo total. En esto consiste la fundación del socialismo" .
A partir de 1825 y hasta 1830, Owen y sus partidarios emprendieron experimentos de colonización (New Harmony) en el estado de Indiana, en los EUA. Aunque no resultaron como estaban planeadas, por lo menos no fueron un fiasco tan grande como las "Icarias" instauradas por Cabet, en que el despotismo de su fundador terminó por generar una serie de rebeliones y escisiones.
Simultáneamente al trabajo práctico de Owen -para el cual la lucha contra la religión era una de las misiones principales de su vida- los socialistas cristianos también intentaban dar forma a sus ideales liberadores. Hacia 1827 se fundó la primera cooperativa de consumo inglesa en el sentido moderno, bajo la influencia de las ideas del Dr. William King. Éste era un socialista cristiano-protestante, considerado uno de los fundadores del cooperativismo. Entre 1828 y 1830 King editó 24 pequeños cuadernos de su revista The Cooperator, desde donde difundía sus propuestas. Cuando suspendió su publicación, habían nacido bajo la influencia de sus doctrinas 300 sociedades, pero en su mayoría no tuvieron larga vida. De ahí que se diga que fue en 1830 que se inició la primera gran ola del movimiento cooperativista.
"El cooperativismo -comenta Luis Razeto– fue una primera respuesta organizativa de quienes iban siendo desplazados por el avance de la avasalladora racionalidad del capital. Muchos trabajadores, artesanos, desocupados, pequeños propietarios de tierras (campesinos) y de negocios, y pequeñas empresas familiares, se asociaron entre sí y encontraron en el mutualismo y en la ayuda recíproca un modo concreto de acceder al mercado y de alcanzar en éste una fuerza de contratación y de participación mayor. Pero esta respuesta era muy débil, y carecía del dinamismo y coherencia de la racionalidad capitalista, que continuó su obra asimiladora y simultáneamente marginadora, con respecto a esta misma respuesta organizativa".
Otro socialista cristiano -católico esta vez- fue un hombre de apellido Buchez, el cual también es indicado como fundador del cooperativismo. Poco después de King planeó y estimuló en Francia la fundación de cooperativas de producción. «La reforma comunista que se impone -escribió en 1831 en su revista L’Européen– ha de efectuarse mediante la asociación de los obreros».
De acuerdo con los planes de Buchez, entre 1832 y 1834 cuatro obreros fundaron en París la primera cooperativa de producción, con el nombre de Association chrétienne des Bijoutiers en doré. Mientras tanto, en Inglaterra se llevaba a cabo un Congreso de cooperativas de ese país. Allí se concluyó que éstas no tuvieron larga vida «por falta de unidad y cooperación activa entre los miembros», y por el «espíritu de egoísmo» imperante en ellas.
A todo esto, en 1831 se había producido una verdadera "comuna" en Lyon, en donde, durante más de dos semanas, los jefes de secciones de las fábricas rigieron la ciudad.
De regreso en Inglaterra, Owen se integró de lleno al trabajo con el movimiento obrero, inspirando a los sindicatos, mutuales y cooperativas. La grande y única "sociedad Cooperativa", que Owen y sus discípulos habían creído factible en 1833, cuando la National Regeneration Society proponía las ocho horas laborales y la huelga general para obtenerlo, fracasó, por el contrario -como otros muchos sueños de Owen-, en el curso de los acontecimientos sucesivos a la crisis de la Grand National Consolidated Trades Union. Inspirado también por Owen se creó en 1835 la Asociación de todas las clases de todas las naciones, que más tarde sería conocida como "Los socialistas".
Por el lado del liberalismo, encontramos un aporte a estas ideas de parte de Alexis de Tocqueville (1805-59), quien en su obra La democracia en América, aparecida en 1835 instó a prestar la máxima atención a la autonomía personal y a los peligros que le acechan en forma de dictadura de las mayorías, así como a la contradicción entre la igualdad política y la desigualdad económica. Al visitar los Estados Unidos en 1831, Alexis de Tocqueville escribió lo siguiente:
"Cuando un artesano se entrega de un modo exclusivo y constante a la fabricación de un solo objeto […] pierde al mismo tiempo la facultad general de aplicar su espíritu a la dirección del trabajo […] el hombre se degrada en él a medida que el obrero se perfecciona […] al mismo tiempo que la ciencia industrial rebaja incesantemente a la clase obrera, eleva la de los maestros y directores […] La aristocracia industrial que vemos surgir ante nuestros ojos es una de las más duras que haya podido aparecer sobre la Tierra" .
En una carta a John Stuart Mill, en junio de 1835, le confiesa que juzga mejor a los demócratas ingleses al haber comprendido que su objetivo final es, en realidad, poner a la mayoría de los ciudadanos en estado de gobernar y de capacitarla para gobernar.
"Fieles a sus principios, no pretenden forzar al pueblo a ser dichoso de la forma que juzgan más conveniente, sino que quieren hacer que él mismo sea capaz de discernirla: y discerniéndola, de identificarse con ella. Yo mismo soy demócrata en ese sentido. Conducir gradualmente las sociedades modernas a este punto me parece el único medio de salvarlas de la barbarie o la esclavitud".
Tocqueville contrasta esta actitud con la negativa de los demócratas franceses, hombres que quieren colocar la dirección exclusiva de la sociedad no en todo el pueblo, sino en una cierta porción del pueblo, y que, para alcanzar este resultado, no comprenden claramente más que el empleo de la fuerza material.
El sistema de autogestión cooperativa que está descrito en el evangelio del owenismo (The book of the New Moral Word), publicado en Londres entre 1836 y 1844, corresponde a un ideal de sociedad directa de los trabajadores, respecto a la cual el "plan" debe constituir solamente la fase "preparatoria". En el sistema oweniano -que asume ahora el mundo de la máxima racionalidad- ya no existe la diferencia de clases, y la colaboración económica, fundada sobre el respecto recíproco de las diversas autonomías, será extendida al conjunto de la organización productiva. En lugar del Estado, deberá existir la asociación de la comunidad compuesta por los delegados del sector externo de las unidades comunitarias.
La importancia de Robert Owen en relación al tema de este estudio, queda bien expresada en las palabras de Roberto Massari:
"No tener presente el alcance y la influencia ejercida por Owen en el desarrollo de las concepciones libertarias y autogestionarias en el interior del movimiento socialista europeo significa no comprender la historia vivida en la primera mitad del siglo XIX por la clase obrera inglesa y francesa; significa también no comprender plenamente el proceso a través del cual el proletariado de Inglaterra pasaba de la autoconmiseración y de la utopía preindustrial a la formación de una conciencia de clase, inspirada en los principios de la autoemancipación conflictiva y de la gestión alternativa, en primera persona, del proceso de producción".
En opinión de Henri Arvon,
"La innovación aportada por la cooperación reside sobre todo en la experimentación de diferentes medios capaces de sacar a los trabajadores del salariado y reunirlos en una asociación de productores ‘libres e iguales’. En este sentido, la cooperación representa la primera tentativa de traducir la autogestión a los hechos. La participación obrera en la gestión, el interés colectivo en la productividad, la elección directa de los órganos de gestión sobre la base cooperacional, la perfecta igualdad entre todos los votantes en virtud del principio según el cual ‘un hombre, un voto’, la definición de objetivos colectivos para el conjunto de la empresa común, la rotación de las responsabilidades, son algunos de los instrumentos inventados por la cooperación y continuados por los autogestionarios de nuestro tiempo".
Durante la década del 1840 se produjo un debate que reviste especial trascendencia para el tema. Se trata de la polémica entre los socialistas Louis Blanc (1811-1882) y Pierre-Joseph Proudhon; el primero sería reconocido como uno de los pioneros de la tendencia radical-socialdemócrata, y el segundo como uno de los fundadores del anarquismo. El primero, en su libro Organización del trabajo (1839), propuso la creación de "talleres sociales" que tanto en la industria como en la agricultura serían fundados, financiados y fiscalizados por el Estado. Además, pretendía que toda gran industria se constituyera en asociación única agrupada en torno a un taller central, es decir, la creación de un organismo centralizado con miras monopolizadoras, pues quería atacar en sus raíces la competencia ilimitada, "ese principio cobarde y brutal" como lo calificó en una ocasión en la Asamblea Nacional.
Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865), que es señalado por algunos como el «padre» de la autogestión, escribió en su libro ¿Qué es la propiedad? (1840):
«La propiedad y la autoridad están amenazadas de ruina desde el principio del mundo, y así como el hombre busca la justicia en la igualdad, la sociedad aspira al orden en la anarquía».
A pesar de que Proudhon afirma que "la propiedad es un robo", su verdadera intención no es negar el derecho de uso que implica la propiedad, sino que restaurarlo sobre nuevas bases. Condena a la propiedad privada, que "recibe diferentes nombres según las cosas que la producen: arriendo, alquiler, renta, interés, beneficio, ganancia, provecho", en la medida en que ésta es contraria a la justicia. La propiedad es la medida en que ésta es, como lo precisa en su Carta a Blanqui (1841), "la suma de los abusos" de la propiedad. Pero Proudhon no pretende reemplazar la propiedad privada por una colectiva, ya que, desde su punto de vista, esta última contradice otro tanto la justicia. "La comunidad -afirma- es opresión y servidumbre". Por lo tanto, en su opinión, el régimen social que deberá suceder a la propiedad será el de la posesión, término medio entre estos dos absolutos igualmente opresores que son la propiedad y la comunidad. Contra el derecho de usar y abusar que caracteriza a la propiedad, Proudhon subraya las ventajas que resultan de una propiedad relativa que, sumisa al control juicioso de la sociedad, quedaría al amparo de todo abuso. Si la propiedad es un robo, la posesión, por el contrario, es indispensable para el mantenimiento y el desarrollo de un trabajo libre y creador.
"Es necesario -precisa Proudhon-, que quede en el corazón del hombre como el estimulante perpetuo del trabajo, como el antagonista cuya ausencia haría caer al trabajo en la inercia y la muerte".
Por estas mismas razones, Proudhon cree conveniente mantener una economía de mercado competitivo; el dinamismo de su sociedad pluralista tiene ese precio. La competencia desempeña aquí un papel incitativo; es "la expresión de la espontaneidad social", el precio de la "libertad" de las asociaciones. Contra Louis Blanc, quien declaraba como socialista de Estado convencido que "injertar la asociación sobre la competencia es una pobre idea: es reemplazar los eunucos por los hermafroditas", Proudhon exaltó la función de elemento motor que la competencia detenta en el mecanismo social:
"Suprimid la competencia […], y la sociedad, privada de fuerza motriz, se detendrá como un péndulo en el que el resorte está flojo".
Paralelo a esta discusión, aparecían pensadores socialistas de diversas posiciones que reflexionaron sobre la capacidad del emergente movimiento obrero.
El principal inspirador de la Liga de los Justos fue Wilhelm Weitling, artesano y teórico autodidacta que publicó en 1842 su obra Garanzie dell’armonia e della liberta. Si bien había expresado explícitamente la necesidad de superar los límites angustiosos de la reivindicación política, para encaminarse a un proceso de "revolución social", no había comprendido todavía la posibilidad de un desarrollo autónomo del movimiento de clase. Aún dejaba la dirección de éste a los intelectuales "iluminados" o directamente a la capacidad de una personalidad superior.
Es poco después, en el mismo período (mayo de 1843), cuando aparece en Francia L’Union Ouvriére de Flora Tristán, donde, bajo la influencia del cartismo y del movimiento owenista inglés, se formula la necesidad se superar el viejo asociacionismo artesanal, muy amenazado por peligros corporativos, con el propósito de abocar a la creación de una gran Unión obrera, en la cual la "clase" de los trabajadores pueda elevarse por encima de los propios contrastes internos y unificarse ("constituirse") como auténtica fuerza social organizada. Fue la primera vez que se expresó de manera orgánica el tema de la unificación del proletariado, y, en forma implícita, su asunto central:
"el de la autoorganización obrera entendida como momento positivo de la iniciativa de los trabajadores en el interior de un proceso histórico que parecía, por el contrario, limitado al momento del rechazo y de la pura negatividad en las oposiciones al sistema burgués"
En 1842 terminó la publicación de Cours de philosophie positive, la obra más destacada de Auguste Comte (1798-1857). Este filósofo y sociólogo francés fue el fundador de la Escuela positivista moderna. Con el avance del liberalismo más conservador ("orden y progreso"), apareció el positivismo, exaltador de la ciencia verificable y utilitaria, que "positiva" esta ideología y le da su expresión filosófica. Comte, en su sistema de las ciencias, influye en la difusión de la ideología positivista con la doctrina de la historia llamada "ley de los tres estadios". Se positivizan así la astronomía, la mecánica, la física y, finalmente, la sociología como estudio positivo de los hechos sociales. En Francia la sociología fue desarrollada por E. Durkheim y Levy-Bruhl, en Italia encabezó la corriente R. Ardigó, en Gran Bretaña J. Stuart Mill y H. Spencer y en Alemania R. Avenarius.
También en aquella época floreció la investigación acerca del carácter del trabajo humano. A la anterior denuncia sobre las condiciones inhumanas del trabajo industrial, se sumó ahora una definición más "ontológica" de esa actividad, y un proyecto de rehumanización de la misma. A los ojos de Proudhon, no bastaba con arrancar el trabajo al despotismo de una voluntad extraña, sino que había que dotarlo de significación propia. Ambas condiciones serían las únicas que podrían devolverle su esencial papel creador. Reconstruir la sociedad desde la actividad productiva equivale a hacer del trabajo la fuente misma de la autonomía personal. Para esto, es necesario que el trabajador, reconvertido en soberano de sus actos y de sus decisiones, pueda reconocerse en un trabajo que, a su vez, habrá encontrado su plena significación. También el valor humano del trabajo fue enérgicamente puesto de relieve por Proudhon. La definición que da de él en la Creación del orden en la humanidad (1843) se ha vuelto clásica:
"El trabajo es la acción inteligente del hombre sobre la materia. El trabajo es lo que distingue, a los ojos del economista, al hombre de los animales: aprender a trabajar, tal es nuestro fin sobre la tierra".
Contra la atomización de las tareas, inherente a la sociedad industrial, Proudhon recomienda hacer recorrer al obrero toda la serie de operaciones de la industria a la cual está ligado:
"De este modo -escribe en la Idea general de la revolución en el siglo XIX (1851)-, la división del trabajo ya no podrá ser para el obrero causa de degradación; por el contrario, será el instrumento de su educación y el precio de su seguridad".
Saliendo de su tarea inmediata, el obrero adquiere una vista sintética del proceso laboral, tomando conciencia del carácter creador del trabajo. El enriquecimiento de las tareas pondrá fin al sentimiento de frustración que oprime al trabajador, condenado a lo largo de toda una jornada de trabajo a cumplir un gesto desprovisto de toda significación. Una vez que el trabajo rehabilitado se haya convertido nuevamente en el garante más seguro del valor personal, la desalienación del trabajador se obtendrá en el trabajo mismo.
"El más modesto de los oficios -asegura Proudhon-, siempre y cuando haya en él especialidad y serie, encierra en sustancia toda la metafísica".
El tema de la angustia existencial del ser humano hizo su aparición en esos años: O lo uno, o lo otro (1843), y El concepto de la angustia (1844), de Soren Kierkegaard. Este filósofo danés fue iniciador de la filosofía existencial del siglo XX. Sostuvo que la razón no es el elemento sustancial en el hombre, sino la angustia de su propia existencia; la verdad esencial es la subjetiva, la sentida por el hombre. Según Kierkegaard, la existencia atraviesa tres estadios:
a) el estético, en que se goza del presente,
b) el ético, en que el hombre vive en el tiempo y resuelve su desesperación en la responsabilidad de sus actos y en la angustia religiosa,
c) el religioso, en que se relaciona con lo absoluto y acepta el dolor.
3.2.3. Los Pioneros de Rochdale (1844)
La primera cooperativa de consumo que tuvo éxito salió a la luz en Rochdale, arrabal de Manchester, en 1844, cuando 28 obreros tejedores fundaron la Sociedad de Pioneros Igualitarios de Rochdale. He aquí las cuatro célebres reglas de Rochdale establecidas para defender la autenticidad cooperativa:
1) Puerta abierta, es decir, toda persona que lo desee es libre de unirse a la cooperativa;
2) Poder democrático, es decir, un hombre equivale a un voto;
3) Repartición de los beneficios entre los miembros a prorrata de sus operaciones;
4) Limitación de la tasa de interés.
Por aquel año, la reflexión en torno al trabajo humano subiría un nuevo peldaño. En los Manuscritos económico-filosóficos (1844) de Karl Marx, éste distingue tres formas principales de alienación, derivadas, en su opinión, de la propiedad privada:
a) La alienación o enajenación frente al producto, porque el trabajador no es el dueño del bien producido ni se identifica con él ni decide sobre su uso final;
b) La alienación frente al proceso, porque el trabajador no controla el proceso de producción; y
c) La enajenación frente a la "especie", frente a sí mismo y frente a los compañeros de trabajo, que veía como consecuencia de la propiedad privada y de la aliención frente al producto y al proceso, lo cual impide a la especie la realización de su potencialidad humana.
Marx escribió en los manuscritos de 1844 que estas formas de alienación se volverían más intensas a medida que avanzara la acumulación capitalista:
"La miseria del trabajador se encuentra en proporción inversa al poder y la magnitud de su producción".
Esto ocurre porque
"El trabajo no produce sólo bienes; se produce a sí mismo y al trabajador como un bien; y lo hace en la misma proporción general en que produce bienes".
En sus escritos de juventud, Carlos Marx fue profundamente antiestatal; aplicaba al poder político el esquema feuerbachiano de la alienación religiosa. El Estado, según el joven Marx, es para la sociedad lo que Dios, según Feuerbach, es para el hombre, es decir, una proyección alienante; es necesaria una toma de conciencia para desembarazarse de ella.
Aunque abandonado más tarde, el antiestatismo afloró intermitentemente en Marx en los juicios que expresa sobre ciertos sucesos históricos de que fue testigo.
La primera línea telegráfica puesta en uso (1844) estaba equipada con aparatos Morse, constituídos por un transmisor mecánico manual y un receptor registrador. Con este invento comenzaba la comunicación "instantánea" a través de grandes distancias.
Dos años después de este avance tecnológico, Proudhon publicó su obra Systeme des contradictions économiques ou Philosophie de la misere (1846). En ésta, el autor intenta demostrar que las leyes del "orden social" no son las de la inmanencia o las de la continuidad omnipresente (fieles a la tradición metafísica a la que Proudhon había declarado la guerra desde los primeros años de su propia actividad teórica), sino las del conflicto y de la oposición de los principios, considerados en el interior de un sistema global. La crítica del régimen de la propiedad, por ejemplo, debe asumir la serie de dicotomías sobre las cuales se articula la estructura despótica del capitalismo concurrencial si quiere llegar a comprender cuáles son las contradicciones de fondo que ha permitido la instauración de semejante régimen. Maquinismo y división del trabajo, monopolio y concurrencia, riqueza y pobreza son sólo algunas de las antinomias que están en la base de un sistema de producción caracterizado por la injusticia, el beneficio, el "robo", la alienación y, sobre todo, la separación entre razón y práctica social. Veremos, en fin, cómo la concepción autogestionaria de Proudhon tiende, en efecto, a eliminar en el conjunto la última de tales dicotomías, desde el momento en que ella se individualiza la fuente principal de la alienación.
Ese mismo año, se dio una de las primeras definiciones -y la más famosa- de lo que sería una eventual sociedad comunista. La ideología alemana (1846) de Karl Marx y Federico Engels, aborda nuevamente el tema de la alienación y propone la gestión de la sociedad por parte de sí misma. Aquí, sobre la organización de la sociedad comunista, ésta se configura como mundo de la emancipación real, como superación de la alienación deshumanizante y, después, como abolición de la división social del trabajo:
"En la sociedad comunista, en la que cada uno tiene una esfera de actividad exclusiva, pero puede perfeccionarse en cualquier sector a voluntad, la sociedad regula la producción general y, por consiguiente, me ofrece la posibilidad de hacer hoy esta cosa, mañana la otra, por la mañana ir de caza, a mediodía ir a pescar, por la tarde abrevar a los animales, después ejercer la crítica, como me parezca, sin por ello convertirme en cazador, ni pescador, ni pastor, ni crítico".
En la descripción de la sociedad que "regula", que dirige, controla y ordena la producción ya se contiene la primera afirmación moderna clara (deducida a partir de una reflexión sobre las características principales del sistema moderno) de la concepción autogestionaria de Marx. Éste entiende por "sociedad" (sin atributos) la futura reunificación entre sociedad civil y Estado político, es decir, el momento en que llega la emancipación general de las clases subalternas; rechaza, por otra parte, la idea de que haya de ser la superestructura política quien "regule" lo que aparece a nivel social como el producto de esta reunificación, emancipación; postula, en fin, la destrucción de "la represión del interés general ilusorio bajo forma de Estado", sosteniendo que son los "individuos, reales, concretos", los que, gracias a un pleno desarrollo de las capacidades físicas, intelectuales y psicológicas propias, adquieren de este modo la capacidad de regular múltiples aspectos de la vida social y de "perfeccionarse" en algunos de aquellos, sin que esto llegue aún a ser una especialización o una participación impuesta desde fuera. De hecho se propone, en este bellísimo pasaje de La ideología alemana, la gestión de la sociedad por parte de sí misma.
Como se verá durante toda su actividad teórica, Marx y Engels fueron "tironeados" entre la espontaneidad del proletariado, que tiende a tomar las riendas de su propio destino y la conciencia de clase, que le es aportada del exterior. El Manifiesto comunista (1848) proclama una total confianza en el movimiento revolucionario espontáneo de la clase obrera, precisando que los designios del comunismo "no son sino la expresión general de las condiciones efectivas de una lucha de clases que existe, de un movimiento que opera ante nuestros ojos". Sin embargo, en el mismo texto, la conciencia de clase parece prevalecer sobre la espontaneidad, por el hecho de que los comunistas son los encargados de guiar a todo el proletariado.
"Prácticamente -escribe Marx-, los comunistas son […] la fracción más decidida de los partidos obreros […], la que empuja siempre hacia adelante; teóricamente, tiene sobre el resto de la masa proletaria la ventaja de comprender las condiciones, la marcha y los resultados generales del movimiento proletario".
También en 1848 el Gobierno provisional en Francia, de mayoría antisocialista, sustituyó el plan de "talleres sociales" de Blanc por una caricatura, con lo que esas cooperativas fueron un fracaso. En todo caso, se asistió a una segunda gran oleada del movimiento cooperativista. La revolución de 1848 provocó una explosión de asociaciones obreras de producción. La voluntad de los obreros de organizarse por sus propios medios constituyó para Proudhon el "hecho revolucionario" por excelencia. Pero como estas asociaciones se inspiraron en La organización del trabajo (1839) de Louis Blanc, la gestión fue asegurada por el Estado. Hubo allí, para Proudhon, un vicio que anuló el fenómeno: el autoritarismo estatal le parecía incompatible con una gestión libre; en nombre de la autonomía de las personas, se opuso a cualquier organización social impuesta y venida de lo alto.
"Nosotros, productores asociados o en vías de asociación -escribió en su Manifiesto electoral (noviembre de 1848)-, no necesitamos al Estado […]. La explotación por el Estado sigue siendo la monarquía, el salariado […]. Ya no queremos el gobierno del hombre por el hombre, ni la explotación del hombre por el hombre. El socialismo es lo contrario del gubernamentalismo […]. Queremos que las asociaciones sean […] el primer núcleo de esta vasta federación de compañías y sociedades, reunidas en el espacio común que será la República democrática y social".
La oposición entre un socialismo de Estado y un socialismo que sería llamado más adelante "autogestionario", se encuentra netamente prefigurada en la manera en que Proudhon se esforzó por diferenciarse de su émulo y adversario político Louis Blanc, a quien tildaba de "sombra canija de Robespierre" a causa de su jacobinismo, que Proudhon detestaba:
"Louis Blanc -expresó en las Confesiones de un revolucionario (1849)- representa al socialismo gubernamental, la revolución desde el poder, como yo represento al socialismo democrático, la revolución por el pueblo".
Según Proudhon, el fracaso del asociacionismo de 1848 se debió al mantenimiento de las realciones de dominación y sumisión entre el Estado y la sociedad. Reflexionando sobre este asunto, Proudhon elaboró las líneas maestras de una futura organización federalista, cuya ventaja esencial residiría en equilibrar autoridad y libertad. Proudhon no aceptaba la autoridad de derecho divino ni la ficción del contrato social roussoniano, por lo que recomendaba un sistema contractual y mutualista, simultáneamente aplicable al campo político y a la vida económica. La edificación simultánea de estas dos construcciones, implica sus respectivas autonomías como condición del dinamismo de un conjunto pluralista. La sociedad de producción es distinta de la sociedad de relaciones políticas, pero no es menos complementaria una de la otra. Esta adaptación recíproca se deriva necesariamente del hecho de que ambas estarían organizadas no a partir de la cima, sino de la base, y ya no de arriba hacia abajo, sino de abajo hacia arriba. Para Proudhon, la sociedad de producción descansaría en "compañías obreras". A partir de esta noción general, él previó la organización, a un tiempo separada y conexa, de la agricultura y la industria, elementos constitutivos de una "federación agrícola-industrial". Ampliada, por una parte, gracias a la adjunción al conjunto de los productores de los agrupamientos de unión de consumidores y, por otra, a la extensión del principio federativo a otros países, ella desembocaría, en el plano internacional, en la creación de una "confederación mutualista". La gestión general de la sociedad económica que, por los acuerdos de reciprocidad, podría regular ora las relaciones entre productores, ora las relaciones entre productores y consumidores, no solamente en el marco nacional sino también en el internacional, se realizaría independientemente del Estado.
En el pensamiento de Proudhon, la democracia política federativa es el complemento indispensable de la democracia económica mutualista. Enfrentándose a los gobiernos centralizados, a las exigencias desmesuradas cuyo poder absoluto genera guerras hacia el exterior y opresión hacia los propios ciudadanos, él recomendó llevarlos a dimensiones más restringidas: regiones que se autoadministren, se conjuguen en repúblicas federales, las que, en su momento, constituirían confederaciones.
En sus Principios de economía política (1848), John Stuart Mill (1806-1873), teórico del liberalismo, pensaba que las cooperativas de trabajadores podían llegar a ser un modo económico alternativo del modo capitalista corriente, dirigido éste por y para el beneficio de una minoría codiciosa. Stuar Mill fue uno de los pensadores que dieron vida a una corriente que denominaremos liberalismo humanista, para los cuales el tema de la propiedad privada de los medios de producción es un asunto contingente más que doctrinalmente esencial, y que se aproximan a principios igualitarios.
La decepción de la clase obrera cristalizó en la revolución de 1848 y en la formación de movimientos obreristas de ideología socialista, que fueron duramente reprimidos por las fuerzas burguesas desde sus plataformas firmemente establecidas en el poder político.
Luego del fracaso de su iniciativa de "talleres sociales", Blanc cambió de opinión y pasó del plan de iniciativa estatal al de las cooperativas libres. Para llegar a ellas no ve otro camino que el de la federación, comenzando con las cooperativas ya existentes; éstas tendrían que ponerse de acuerdo y nombrar un comité central que organizara en todo el país "la más importante de todas las suscripciones: la suscripción para abolir el proletariado". Y, a fines de 1849, Blanc aprobó la Union des associations fraternelles, la federación formada por más de 100 cooperativas con el propósito de realizar la "mutualité du travail" de su adversario Proudhon.
Las impresiones que Marx recibió de la problemática revolución de 1848 acentuaron su actitud crítica frente a los ensayos de reestructuración. Si ya en el Manifiesto se censuraban los "pequeños experimentos, naturalmente destinados al fracaso", luego (en la reseña Las luchas de clases en Francia, de 1850) se decía del "socialismo doctrinario" que "escamotea por medio de pequeños trucos o grandes sentimentalismos la lucha de clases con todas sus necesidades", y luego (en El 18 de Brumario de Luis Bonaparte, de 1852) reprochaba al proletariado francés que se haya lanzado en parte a
"experimentos doctrinarios, bancos de trueque y asociaciones obreras", "o sea, a un movimiento que renuncia a subvertir el antiguo mundo con sus propios y poderosos medios totales, antes bien, que trata de lograr su redención a espaldas de la sociedad, de modo privado, dentro de sus limitadas condiciones de existencia, y que tendrá que fracasar necesariamente".
En 1850 se vivió un apogeo del capitalismo en Europa, y fue enunciada la segunda Ley de termodinámica (pérdida de energía útil o entropía). Ese año, "socialistas cristianos" ingleses se esforzaron para crear una gran red de cooperativas de producción, con el objeto de que
"poco a poco toda la producción de bienes se efectuara en formas cooperativas y para que, eliminando la mutua competencia, se fijaran los precios por acuerdo común".
Al cabo de 20 años, en las cooperativas fundadas bajo la influencia de Buchez, el principio del capital indivisible era tan discutido que sus adeptos tuvieron que sostener una lucha difícil y en lo esencial infructuosa en defensa del principio que debía "transformar la propiedad" y colocar "al capital bajo el dominio del trabajo", y para que se conservara ese principio con el objeto de que la institución de cooperativa beneficiara a toda la clase obrera "y no solamente a algunos miembros afortunados que gracias a ella se convirtieron de asalariados en rentistas". Y precisamente hacia la misma época, en 1852, en un informe de la Society for Promoting Working Men Associations (Sociedad para el fomento de las asociaciones de obreros), leemos que en Inglaterra ocurría más o menos lo mismo.
Para demostrar la irradiación del movimiento mutualista, se puede mencionar la creación de la primera Sociedad de Socorros Mutuos en Chile (1853): Unión de los Tipógrafos, fundada en Santiago por el peruano Victorino Laínez, y que todavía existe.
Algunos movimientos artísticos de esa época nos dejan ver una crítica al sistema y un ansia por un modo de vida distinto:
En Walden, o la vida en los bosques (1854), Henry Thoreau (1817-62) describió su tentativa de llevar a la práctica la filosofía trascendentalista, es decir, una vida simple en contacto con la naturaleza. Su obra está caracterizada por el contenido simbólico, el naturalismo y los temas filosóficos y morales sobre los que trata. Al año siguiente apareció Hojas de hierba (1855), de Walt Whitman (1819-1892). Propugna en él el ideal de una nueva literatura, un canto a la democracia y la exaltación de las fuerzas naturales. No menos conocido es Charles Baudelaire (1821-1867), quien hacia 1855 empezó a publicar sus poemas en prosa, reunidos póstumamente bajo el título Le spleen de Paris (1869). Baudelaire fue el primer poeta moderno de Occidente. Su obra, a caballo entre el romanticismo, al que la atan la violencia e intensidad de los sentimientos, y el parnasianismo, con el que la relaciona su perfección formal, es la fuente de la que emanó el movimiento simbolista. Sus valores fundamentales quizá radiquen en la reivindicación de una completa autonomía para el mundo poético, concebido éste como un acto supremo de embriaguez y arrebato. El pintor francés Gustave Courbet (1819-1877) -amigo de Proudhon y Baudelaire– provocó el escándolo de los medios académicos del siglo XIX con sus obras, crudamente inspiradas en la realidad. Entre sus pinturas más famosas se encuentran El entierro de Ornans (1850) y L’Atelier, que no fue admitida en la Exposición Universal de 1855. Courbet organizó entonces una muestra particular de sus cuadros que tituló Le Réalisme y en cuyo catálogo publicó el Manifiesto Realista (1855). Otras obras suyas de gran valor fueron: La mujer del papagayo (1866), La remise des chevreulis (1866), El Halalí (1867), etc.
Aleksandr Herzen (1812-70), en El pueblo ruso y el socialismo (1855), escribió que la comunidad campesina podía ser la base de una organización económica socialista, con lo cual entusiasmó a muchos jóvenes revolucionarios y provocó un amplio debate.
Mijail Bakunin (1814-1876) también creía en su juventud poder contar con el mir, comunidad agraria eslava; adepto del paneslavismo revolucionario, soñaba con una democracia campesina modelada a imagen del mir. Pero, instruido por la experiencia de la Revolución de 1848, en la cual las masas campesinas eslavas no titubearon en ponerse al servicio de la reacción, sostuvo más tarde que, antes de confiar el destino de la revolución al mir, cuya descomposición moral advirtió, convenía purgarlo del autoritarismo que corroía tanto su interior, donde reinaba un paternalismo absoluto, como el exterior, ya que la ciega sumisión al jefe de familia encontraba su extensión natural en el culto al zar, considerado como el padre del pueblo. Ya debilitado por el paternalismo, el mir acababa siendo irremediablemente corrompido por el Estado; era, según gráfica expresión de Bakunin, "un sepulcro blanqueado".
En las Confesiones de un revolucionario (1849), Proudhon había ya hablado de la "participación de todos los asociados en la dirección de la empresa y en los beneficios". Pero después de haber visitado las sociedades obreras existentes en 1856 que habían tenido suficiente fuerza y decisión para resistir el reflujo revolucionario consecutivo a la derrota de 1848, quiso estudiar a fondo su "orgánica", es decir, su disciplina interior y los principios que las animaban. Ahora bien, se vio obligado a verificar que a pesar de su supervivencia, en numerosas sociedades eran "atormentadas por las habladurías, la discordia, las rivalidades, las deserciones, las traiciones". Sin embargo, creyó discernir allí el germen de la transformación social que podría englobar a toda Francia.
Con la obra Origen de las especies (1859) de Charles Darwin, se desencadenó un gran debate al extrapolar sus conclusiones al ámbito social. Uno de sus discípulos, Herbert Spencer (1820-1903), declaró que la base del proceso de desarrollo de la sociedad era la lucha por la existencia, y estableció el principio de la "supervivencia de los más áptos". Aplicando los principios del evolucionismo escribió, entre otros, Los primeros principios (1862) y Principios de sociología (1876-96). Muchos socialistas intentaron posteriormente discutir las ideas de Spencer, entre ellos Kropotkin.
Inspirado en las ideas de Proudhon, se redactó el Manifiesto de los Sesenta (1861), que constituyó el cuarto manifiesto socialista y el primero que salió de las filas del propio proletariado. En esa declaración, en la que Proudhon saludaba un "despertar del socialismo" en Francia y una "revelación de la conciencia corporativa" en la clase obrera, se pide, entre otras cosas, la institución de una Cámara sindical; pero no compuesta de patronos y obreros (concepción de Saint-Simon), sino que
"lo que pedimos es una cámara compuesta exclusivamente por obreros elegidos mediante el sufragio universal, una Cámara del Trabajo".
Esa exigencia acredita claramente la evolución operada en el pensamiento social desde Saint-Simon a Proudhon. En El principio federativo (1863), la adopción del ideal federativo entra perfectamente en la concepción del pluralismo social que Proudhon había elaborado sobre la base de una crítica del Estado, de las instituciones burguesas y de la subordinación de la sociedad económica a la política. Tal idea representa de hecho la salida lógica de una dilatada investigación acerca de la naturaleza del Estado liberal, en torno a la posibilidad de reunificar a nivel social lo que aparece irremediablemente dividido en el plano político y en torno a la relación instituciones-desarrollo productivo. El federalismo, según Proudhon, garantiza la autonomía de los centros de producción y sobre todo la posibilidad de una gestión directa por parte de los trabajadores, al mismo tiempo que crea el cuadro institucional de una posible recomposición y en la cobertura que ésta ofrece a una descentralización autoritaria -existente de hecho si no de derecho- Proudhon opone la libre expresión de la unidad federativa; ésta, más bien, es la única respuesta eficaz a la "tendencia fatal a la absorción burocrática y a la omnipotencia del centro" que se verifica en todas partes donde "desaparezca el equilibrio de los intereses".
Bakunin -"discípulo" de Proudhon– en su Catecismo revolucionario (1863) valora de manera optimista el alcance del movimiento cooperativo, viendo en éste las formas de la nueva sociedad y no más modestamente una "escuela del comunismo", como se vio después en las filas de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT) o Primera Internacional. En el preámbulo de sus estatutos elaborados en 1864 se lee:
"La emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos; los esfuerzos de los trabajadores por conquistar su emancipación no deben tender a constituir nuevos privilegios, sino establecer para todos los mismos derechos y los mismos deberes".
En 1864 en Heddendorf (Renania), el burgomaestre Raiffeisen creó la primera cooperativa de crédito, para liberar a los campesinos de la usura. Ese año, Proudhon, a quien debe reconocerse su cualidad de visionario, profetizó lo que sería el comunismo centralista:
"Una democracia compacta, en apariencia fundada en la dictadura de las masas, pero en que éstas no tienen más poder que el necesario para asegurar el avasallamiento general, de acuerdo con las siguientes fórmulas y principios tomados del antiguo absolutismo: indivisibilidad del poder público, centralización absorbente, destrucción sistemática de todo pensamiento individual, ya sea corporativo o local, considerándolo agente destructivo, policía inquisitorial".
Al año siguiente, en De la capacidad política de las clases obreras (1865), Proudhon -quien murió poco tiempo después- hizo de la mutualidad y la reciprocidad la base de la nueva "democracia". En cuanto al Estado, él no rechazó su injerencia, pero únicamente para "velar por la educación económica y social de la clase obrera".
El favorable juicio que Proudhon concedió a las cooperativas obreras impregnó parcialmente el texto presentado a propósito de la cooperación al Congreso de la I Internacional en Ginebra, en 1866. Sin embargo, conviene recordar que los autores de este texto consideraban que la cooperación era capaz de provocar una transformación social en profundidad, pero que ésta debía ir acompañada de una toma del poder político.
He aquí el juicio de la Primera Internacional sobre el movimiento cooperativo:
a) Nosotros reconocemos el movimiento cooperativo como una de las fuerzas transformadoras de la sociedad presente, basada en el antagonismo de clases. Su gran mérito está en mostrar prácticamente que el sistema actual de subordinación del trabajo al capital, despótico y depauperante, puede ser sustituido por el sistema republicano de la asociación de productores libres e iguales.
b) Pero el movimiento cooperativo limitado a las formas microscópicas de desarrollo, que pueden producir por sus combinaciones esclavos asalariados individuales, es impotente para transformar él mismo la sociedad capitalista. Para convertir la producción social en un vasto y armonioso sistema de trabajo cooperativo, no serán jamás realizados cambios de las condiciones generales de la sociedad sin el empleo de las fuerzas organizadas de ésta.
Entonces el poder gubernamental, arrancado de manos de los capitalistas y terratenientes, debe ser manejado por las clases obreras mismas.
c) Recomendamos a los obreros alentar la cooperativa de producción antes que la de consumo. Ésta toca solamente la superficie del sistema económico actual; aquélla ataca su base.
d) Recomendamos a todas las sociedades cooperativas consagrar una parte de sus fondos a la propaganda de sus principios, tomar la iniciativa de crear nuevas sociedades cooperativas de producción y hacer esta propaganda tanto por la palabra como por la prensa.
e) Con el fin de impedir que las sociedades cooperativas degeneren en sociedades ordinarias burguesas (sociedades en comandita), todo obrero empleado debe recibir el mismo salario, asociado o no. Como compromiso, puramente temporal, nosotros consentimos en admitir un beneficio mínimo a los socios.
Aquel año fue publicado Crimen y Castigo (1866), de Fedor Dostoievski. Éste, por sus ideas socialistas, estuvo desterrado en Siberia desde 1849, en donde pasó cuatro años en trabajos forzados. Testigo de un momento histórico convulsionado, dejó una radiografía psicosocial de ese tiempo en varias de sus obras, entre las que destaca Los hermanos Karamazov (1880).
En El Capital (1867) de Karl Marx, puede encontrarse otra fuente particularmente buena de las concepciones de este autor sobre el efecto de la división técnica del trabajo en las fábricas capitalistas. En la sección que trata acerca del carácter capitalista de la manufactura, distingue Marx entre la división social del trabajo, existente en cualquier sociedad en que ocurra el intercambio, y la división técnica del trabajo o la división del trabajo en detalle, como la llama Marx, que es peculiar del capitalismo. La división del trabajo en detalle, o la división del trabajo entre empleos dentro de un taller, sólo ocurre después de que:
a) El capitalista ha monopolizado los instrumentos del trabajo, y
b) Existe un mercado de mano de obra.
Mediante este proceso, el trabajador se convierte en un jornalero al detalle, y como tal depende de la función organizadora del capitalista en el proceso de producción.
Un año después (1868), apareció la obra de Gierke, quien resaltó la forma de vida medieval, en contraposición a la capitalista. Lo que Gierke dice del movimiento de unión gremial de la Edad Media, puede decirse de toda sociedad de estructura rica:
"se caracteriza por una inclinación a ampliar y extender las asociaciones, a formar otras que comprendan a los gremios más estrechos, a formar federaciones de asociaciones aisladas, y vastas federaciones de conjunto que comprenden las federaciones particulares". "Sólo la asociación libre -dice Gierke– crea comunidades en las cuales subsiste la libertad económica, puesto que los organismos que surgen de la iniciativa y estructuración de sus propios miembros elevan a la vez que la vida comunal reconstituída la vida individual de los miembros".
Por la misma época en que Hernst Haeckel acuñaba (1869) el término Ecología, se produjo una revuelta de los campesinos rusos. Paralelamente, Mijael Bakunin escribió en L’egalité, de Ginebra, en 1869:
"También nosotros queremos la cooperación; también nosotros estamos convencidos de que la cooperación en todas las ramas del trabajo y de la ciencia será la forma predominante de la organización social en el porvenir. Pero, al mismo tiempo, sabemos que solamente podrá prosperar, desarrollarse plenamente, libremente y abrazar toda la industria humana, cuando esté fundada sobre la equidad, cuando todos los capitales, todos los instrumentos de trabajo, comprendido el suelo, sean restituidos a los trabajadores a título de propiedad colectiva. Nosotros consideramos esta reivindicación como el presupuesto, y la organización de la potencia internacional de los trabajadores de todos los países como la misión principal de nuestra gran asociación. Una vez admitido esto, lejos de ser adversarios de las iniciativas actuales de cooperación, las encontramos más bien necesarias bajo muchos aspectos. Ante todo, y es esto a nuestros ojos por el momento su principal ventaja, habitúan a los obreros a organizar, a hacer, a dirigir por ellos mismos sus asuntos, sin ninguna intervención ni del capital ni de la dirección burguesa".
3.2.4. La Comuna de París (1871) (*)
3.2.5. Los primeros soviets o consejos obreros (1905) (*)
3.2.6. La revolución española (1936-1939) (*)
3.2.7. Mayo Francés y Primavera de Praga (1968) (*)
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Cristian Andrés Sotomayor Demuth
Monografía para optar a la Licenciatura en Información Social
Pontificia Universidad Católica de Chile
Facultad de Comunicación
Escuela de Periodismo
Noviembre de 1999