Descargar

Maquiavelo, consejos. Vía citas textuales de su libro El principe


    Capítulo 1

    – Todas las dominaciones que han ejercido soberanía sobre los hombres son principados. Pueden ser hereditarios o nuevos y dentro de estos como miembros agregados del Estado hereditario del príncipe que los adquiere.

    Capítulo 2

    En los Estados hereditarios que están acostumbrados a ver reinar la familia de su príncipe, hay menos dificultad para conservarlos, que cuando ellos son nuevos. El príncipe entonces no tiene necesidad más que de no traspasar el orden seguido por sus predecesores, y de contemporizar con los acaecimientos, después de lo cual le basta una ordinaria industria para conservarse siempre.

    Capítulo 3

    – Tienes por enemigos a todos los que has ofendido al ocupar el principado, y no puedes conservar como amigos a todos los que te han ayudado a conquistarlo, porque no puedes satisfacerlos como ellos esperaban, y puesto que les estas obligado, tampoco puedes emplear medicinas fuertes contra ellos; porque siempre, aunque se descanse en ejércitos poderosísimos, se tiene la necesidad de la colaboración de los provincianos para entrar en una provincia.

    – Pero cuando se adquieren Estados en una provincia con idioma, costumbres y organización diferente, surgen entonces las dificultades y se hace preciso mucha suerte o mucha habilidad para conservarlos; y, uno de los mejores y más eficaces remedios será que la persona que los adquiera vaya a vivir con ellos. Esto haría más segura y más duradera la posesión.

    – Otro buen remedio es mandar colonias a uno o dos lugares que sean como llaves de aquel Estado; es preciso hacer eso o mantener numerosas tropas.

    – Ha de notarse, pues, que a los hombres hay que conquistarlos o eliminarlos, porque si se vengan de las ofensas leves, de las graves no pueden; así que, la ofensa que se haga al hombre debe ser tal que le resulte imposible vengarse.

    – El príncipe que anexe una provincia de costumbres, lengua y organización distintas a las de la suya, debe también convertirse en paladín y defensor de los vecinos menos poderosos, ingeniarse para debilitar a los de mayor poderío y cuidarse de que, bajo ningún pretexto, entre en su Estado un extranjero tan poderoso como él.

    – Y si alguien dijese que el rey Luis cedió la Romaña a Alejandro y el Reino a España para evitar la guerra, contestaría con las razones arriba enunciadas: que para evitar una guerra nunca se debe dejar que un desorden siga su curso, porque no se la evita, si no se la posterga en perjuicio propio.

    – De lo cual se infiere una regla general que rara vez o nunca falla: que el que ayuda a otro a hacerse poderoso causa su propia ruina.

    Capítulo 4

    – Pueden existir dos formas de gobierno, mediante un príncipe que elije de entre sus siervos los ministros que lo ayudarán a gobernar o príncipes asistidos por la nobleza. Estos nobles tienen Estados y súbditos propios mientras que el príncipe con siervos posee mayor autoridad.

    – El primero resulta más difícil de conquistar ya que no se contará con el apoyo de los ministros que son siervos y hay dificultad para poder sobornarlos, nadie los querrá obedecer por respeto al príncipe original. Pero una vez conseguida la victoria, eliminando al príncipe y su linaje, no se pueden rehacer los ejércitos ya que nadie goza de poder en el pueblo.༯font>

    – Por el contrario, los nobles pueden facilitar la conquista pero será muy difícil mantenerla, se deberá luchar contra los que te han ayudado y contra los que has oprimido. No basta con eliminar al príncipe y su linaje, sino también habría que hacerlo con la nobleza, lo que resulta imposible. La única forma es lograr la extinción de los miembros originales de la nobleza a través del tiempo.༯font>

    Capítulo 5

    – Hay tres modos de conservar un Estado que, antes de ser adquirido, estaba acostumbrado a regirse por sus propias leyes y a vivir en libertad: destruirlo; o, radicarse en él; o, dejarlo regir por sus leyes, pero obligarlo a pagar un tributo y establecer un gobierno compuesto por un corto número de personas, para que se encargue de velar por la conquista. Como ese gobierno sabe que nada puede sin la amistad y poder del príncipe, no ha de reparar en medios para conservarle el Estado. Porque nada hay mejor para conservar -si se la quiere conservar- una ciudad acostumbrada a vivir libre que hacerla gobernar por sus mismos ciudadanos.

    – Quien se haga dueño de una ciudad así y no la aplaste, espere a ser aplastado por ella. Sus rebeliones siempre tendrán por baluarte el nombre de libertad y sus antiguos estatutos, cuyo hábito nunca podrá hacerle perder el tiempo ni los beneficios. Por mucho que se haga y se prevea, si los habitantes no se separan ni se dispersan, nadie se olvida de aquel nombre ni de aquellos estatutos, y a ellos inmediatamente recurren en cualquier contingencia.

    – Pero cuando las ciudades o provincias están acostumbradas a vivir bajo un príncipe, y por la extinción de éste y su linaje queda vacante el gobierno, como por un lado los habitantes están habituados a obedecer y por otro no tienen a quién, y no se ponen de acuerdo para elegir a uno de entre ellos, ni saben vivir en libertad, por último tampoco se deciden a tomar las armas contra el invasor, un príncipe puede fácilmente conquistarlas y retenerlas. En las repúblicas, en cambio, hay más vida, más odio, más ansias de venganza. El recuerdo de su antigua libertad no les concede, no puede concederles un solo momento de reposo. Hasta tal punto que el mejor camino es destruirlas o radicarse en ellas.

    Capítulo 6

    – Los hombres que quieren el éxito, casi siempre siguen el camino abierto por otros y se empeñan en imitar las acciones de los exitosos, aunque no sea posible seguir con estricta fidelidad los pasos de los demás ni sea tampoco posible alcanzar la virtud de aquellos que han sobresalido de forma extraordinaria por encima de los demás, de modo que, si no los iguala en virtud por lo menos que se les acerque.

    – El que menos ha confiado en el azar es siempre el que más tiempo se ha conservado en su conquista.

    Capítulo 7

    – Los que con ayuda de la fortuna se convierten de particulares en príncipes poco esfuerzo necesitan para llegar a serlo, pero deben realizar muchos esfuerzos para mantenerse.

    – Quienes no posean tanta virtud, que sepan prepararse rápidamente para conservan lo que la fortuna ha depositado en sus manos, prepararse para que sean capaces de asentar después los cimientos que los otros echaron antes de llegar al principado; porque esta parte es digna de mención y debe ser imitada por otros, conviene no pasarla por alto.

    – No sabría, pues, censurar ninguno de los actos del duque César Borgia; por el contrario, me parece que deben imitarlos todos aquellos que llegan al poder mediante la fortuna y las armas ajenas.

    – En consecuencia, quien juzgue necesario para su principado: asegurarse frente a los enemigos, ganarse amigos, vencer por la fuerza o por el fraude, hacerse amar y temer de los habitantes, respetar y obedecer por los soldados, matar a los que puedan perjudicarlo, remplazar con nuevas las leyes antiguas, ser severo y amble, magnánimo y liberal, disolver las milicias infieles, crear nuevas, conservar la amistad de reyes y príncipes de modo que te recompensen con cortesía solícita o se lo piensen antes de hacer daño; el que juzgue indispensable hacer todo eso, digo, no puede hallar ejemplos más recientes que los actos del duque César Borgia.

    – Se engaña quien cree que nuevas recompensas hacen olvidar a los grandes hombres las viejas injusticias de que han sido víctimas.

    Capítulo 8

    – Creo que el éxito dimana del buen o del mal uso que se hace de la crueldad. Podemos llamar buen uso de los actos de crueldad -sí, sin embargo, es lícito hablar bien del mal- sí se ejercen de una vez, únicamente por la necesidad de proveer a su propia seguridad, sin continuarlos después, y que al mismo tiempo trate uno de dirigirlos, cuanto es posible, hacia la mayor utilidad de los gobernados.

    – Los actos de severidad mal usados son aquellos que, no siendo más que un corto número al principio, van siempre aumentándose, y se multiplican de día en día, en vez de disminuirse y de mirar a su fin.

    – Los que abrazan el primer método pueden, con los auxilios divinos y humanos, remediar los males.

    En cuanto al segundo método, no es posible que los actos malos se mantengan –por su crueldad.

    – Por la misma razón que los actos de severidad deben hacerse todos juntos, y que dejando menos tiempo para reflexionar en ellos ofenden menos; los beneficios deben hacerse poco a poco, a fin de que se tenga lugar para saborearlos mejor.

    – El que obra de otro modo por timidez, o siguiendo malos consejos, está precisado siempre a tener la cuchilla en la mano; y no puede contar nunca con sus gobernados, porque ellos mismos, con el motivo de que está obligado a continuar y renovar incesantemente semejantes actos de crueldad, no pueden estar seguros con él.

    – Un príncipe debe, ante todo, conducirse con sus gobernados de modo que ninguna casualidad, buena o mala, le haga variar, porque si acaecen tiempos penosos, no le queda ya lugar para remediar el mal; y el bien que hace entonces, no se convierte en provecho suyo. Le miran como forzoso, y no te lo agradecen.

    -La traición de sus amigos, la matanza de sus conciudadanos, su absoluta falta de religión, son, en verdad, recursos con los que se llega a adquirir el dominio, mas nunca gloria.

    Capítulo 9

    – Un príncipe no debe tener otro objeto como el más importante, ni otro pensamiento como el más importante, ni cultivar otra arte como la más importante, más que la৵erra; el orden y la disciplina de los ejércitos.

    – Si por ti mismo no ejerces el oficio de lasࡲmas, debes contar con el menosprecio que habrás concebido para con tu persona.

    – El príncipe noथbe cesar jamás de pensar en el ejercicio de las armas, y en los tiempos de paz debe darse a ellas todavía más que en los de guerra. Puede hacerlo de dos modos: el uno con acciones, y el otro con pensamientos.

    ୠEn cuanto a sus acciones,थbe no solamente tener bien ordenadas y ejercitadas susലopas, sino también ir con frecuencia de cacería.༯font>

    -El príncipe, para ejercitar su espíritu, debe leer libros de historia; y, al contemplar lasࡣciones de los varones insignes, debe notar particularmente cómo se condujeron ellos en las৵erras, examinar las causas de sus victorias, a fin de conseguirlas él mismo; y las de susదeacute;rdidas, a fin de no experimentarlas. Debe escogerse, entreଯs antiguos héroes cuya gloria se celebró más, un modelo cuyas acciones y proezas esténలesentes siempre en su ánimo༯font>

    Capítulo 10

    – Que los príncipes fortifiquen bien la ciudad y concentren sus esfuerzos en defenderla.

    Capítulo 11

    – En los principados eclesiásticos todas las dificultades existen antes de poseerlos, pues se adquieren o por valor o por suerte, y se conservan sin el uno ni la otra dado que se apoyan en antiguas instituciones religiosas que son tan potentes y de tal calidad, que mantienen a sus príncipes en el poder sea cual fuere el modo en que éstos procedan y vivan.

    – Estos son los únicos que tienen Estados y no los defienden; súbditos, y no los gobiernan. Y los Estados, a pesar de hallarse indefensos, no les son arrebatados, y los súbditos, a pasar de carecer de gobierno, no se preocupan, ni piensan, ni podrían sustraerse a su soberanía. Son, por consiguiente, los únicos principados seguros y felices.

    – Alejandro VI, aunque su propósito no fue engrandecer a la Iglesia sino al duque, su hijo, fue un papa que, lo que realizó redundó en beneficio de la Iglesia, la cual, después de su muerte y de la del duque, fue heredera de sus fatigas. Por lo cual cabe decir que las disensiones y disputas entre los nobles son originadas por la ambición de los prelados.

    Capítulo 12

    – Es necesario para el príncipe tener buenas leyes, pero sólo puede tenerlas si tiene buenas armas; y si tiene éstas entonces tiene aquéllas.ȡbrá que ocuparse entonces del ejército. El ejército puede ser propio o ajeno, auxiliar o mixto. El mixto, al igual que el ejército auxiliar, son inútiles y peligrosos. Como sólo luchan por dinero, no tienen interés en morir por otro y se escapan de la lucha o la retrasan. Además de ser desleales, son indisciplinados y tienen ambiciones propias. Incluso si son buenos y logran ganar, luego quitarán el poder al príncipe.Яr todo ello, un príncipe debe disponer de ejército propio, yendo él al frente de la batalla y asegurándose de la valentía de los ciudadanos que conduce.

    Capítulo 13

    – Las tropas auxiliares, otras de las tropas inútiles de que he hablado, son aquellas que se piden a un príncipe poderoso para que nos socorra y defienda. Estas tropas pueden ser útiles y buenas para sus amos, pero para quien las llama son casi siempre funestas; pues si pierden, queda derrotado, y si gana, se convierte en su prisionero.

    – Se concluye de esto que todo el que no quiera vencer no tiene más que servirse de esas tropas, muchísimo más peligrosas que las mercenarias, porque están perfectamente unidas y obedecen a sus jefes, con lo cual la ruina es inmediata; mientras que las mercenarias, para someter al príncipe, una vez que han triunfado, necesitan esperar tiempo y ocasión, pues no constituyen un cuerpo unido y, por añadidura, están a sueldo del príncipe. En ellas, un tercero a quien el príncipe haya hecho jefe no puede cobrar en seguida tanta autoridad como para perjudicarlo. En suma, en las tropas mercenarias hay que temer sobre todo las derrotas; en las auxiliares, los triunfos. Por ello, todo príncipe prudente ha desechado estas tropas y se ha refugiado en las propias, y ha preferido perder con las suyas a vencer con las otras, considerando que no es victoria verdadera la que se obtiene con armas ajenas.- Sucede siempre que, las armas ajenas o se caen de los hombros del príncipe, o le pesan, o le oprimen.- Por lo tanto, aquel que en un principado no descubre los males sino una vez nacidos, no es verdaderamente sabio; pero es una virtud que tienen pocos.

    – Concluyo que, sin milicias propias no hay principado seguro; más aún: se está por completo en manos del azar al carecer de medios de defensa contra la adversidad. Las milicias propias son las compuestas, o por súbditos, o por ciudadanos, o por servidores del príncipe. Y no será difícil rodearse de ellas si se siguen los ejemplos de Filipo, padre de Alejandro Magno, y los de muchas repúblicas cuyos príncipes organizaron sus propias tropas. Conducta a la cual me remito por entero.

    Capítulo 14

    – Un príncipe no debe tener otro objeto, otro pensamiento, ni cultivar otro arte más que la guerra, el orden y disciplina de los ejércitos.

    – Entre las raíces del mal que te acaecerá, si por ti mismo no ejerces el oficio de las armas, debes contar el menosprecio que habrán concebido para con tu persona.

    – Además de las otras calamidades que se atrae un príncipe que no entiende nada de guerra, hay la de no poder ser estimado por sus soldados, ni fiarse de ellos.

    – El príncipe no debe cesar jamás de pensar en el ejercicio de las armas, y en los tiempos de paz debe darse a ellas todavía más que en los de guerra.

    – El príncipe que carece de esta ciencia práctica no posee el primero de los talentos necesarios a un capitán, porque ella enseña a hallar al enemigo, a tomar alojamiento, a conducir los ejércitos, a dirigir las batallas, a talar un territorio con acierto.

    – El príncipe, para ejercitar su espíritu, debe leer historia; y, al contemplar las acciones de los varones insignes, debe notar particularmente cómo se condujeron ellos en las guerras, examinar las causas de sus victorias, a fin de conseguirlas él mismo; y las de sus pérdidas, a fin de no experimentarlas.

    – Tan lejos de permanecer ocioso en tiempo de paz, fórmese entonces un copioso caudal de recursos que puedan serle de provecho en la adversidad, a fin de que si la fortuna se le vuelve contraria, le halle dispuesto a resistirse a ella.

    Capítulo 15

    – Yo sé que sería muy loable que un príncipe reuniera en sí mismo todas aquellas cualidades que se consideran como buenas, pero no es posible tenerlas todas y muchos menos realizarlas plenamente, ya que este mundo no consiente tanta virtud, así que el príncipe debe tener la prudencia de evitar aquellos vicios que pudieran representar un peligro para la estabilidad de su estado y ser recatado en el ejercicio de aquellos que no tengan ese efecto; pero si esto no le es posible, que incurra en ellos con generosidad y sin miramientos; sobre todo, debe evitar el preocuparse de aquellos vicios que le son útiles para salvar el Estado, porque si observamos con cuidado, el ejercicio de lo que aparece como virtud puede llevar a la ruina a un príncipe y a la pérdida de su Estado; mientras que otras actitudes parecerán vicios pero, al llevarlos a cabo, proporcionarán seguridad y prosperidad.

    Capítulo 16

    – Un príncipe no debe derrochar. Porque si quiere tener la gloria de ello consumirá todas sus riquezas en prodigalidades; y al cabo, si quiere continuar pasando por liberal, estará obligado a gravar extraordinariamente a sus gobernados, a ser extremadamente fiscal y hacer cuanto es imaginable para tener dinero. Entonces, un príncipe, solamente si de ello no le resulta perjuicio, puede ejercer la virtud de la liberalidad de un modo notorio si es prudente; pero en caso de no ser prudente no debe inquietarse de ser tachado de avaricia.

    Capítulo 17

    – Todos los príncipes deben desear ser tenidos como clementes y no por crueles, aunque no debe preocuparse porque le digan que es cruel, siempre y cuando tenga por objeto mantener la unión y la fidelidad de sus súbditos. Con pocos castigos ejemplares que sean contra pocos será más clemente que aquel que por no ser cruel permite que se sucedan desordenes, matanzas y saqueos que perjudican a toda la población. Sin embargo, debe ser moderado, prudente y humano.

    – Se debe desear ser amado y temido, pero como no se puede ambas es más seguro ser temido que amado, ya que los hombres son ingratos, volubles, simuladores, cobardes ante el peligro y ávidos de lucro. El amor es un vínculo de gratitud que todas las mujeres y todos los hombres, todas y todos perversos por naturaleza, rompen cada vez que pueden beneficiarse mientras que el temor es miedo al castigo, que no se pierde nunca.

    – No es imposible ser temido y no odiado, bastará con no apoderarse de los bienes ajenos ni de las mujeres de los súbditos, así como no se debe matar a alguien sin justificación y motivo. Las mujeres y los hombres olvidan primero el asesinato de su padre que la pérdida del patrimonio.༯font>

    Capítulo 18

    – Hay dos modos de defenderse: el uno con las leyes y el otro con la fuerza. El primero es el que conviene a los hombres; el segundo pertenece esencialmente a los animales; pero, como a menudo el primero no basta, es preciso recurrir al segundo. Le es indispensable a un príncipe el saber hacer buen uso de uno y otro modo eternamente juntos.

    – Un príncipe tiene necesidad de saber usar a un mismo tiempo de una y otra naturaleza, humana y animal, ya que la una no podría durar sino la acompañara la otra.

    – Y puesto que debe actuar como animal, debe imitar a la zorra y al león eternamente juntos. El ejemplo del león no basta, porque este animal no se preserva de los lazos; y la zorra sola no es más suficiente, porque ella no puede liberarse de los lobos. Es necesario, pues, ser zorra para conocer los lazos, y ser león para espantar a los lobos; los que toman como modelo solamente al león no entienden sus intereses. Pero hay que saber disfrazarse bien y ser hábil en fingir y en disimular.

    – No es preciso que un príncipe posea todas las virtudes, pero es indispensable que aparente poseerlas. Y hasta me atreveré a decir esto: que el tenerlas y practicarlas siempre es perjudicial, y el aparentar tenerlas útil. Está bien mostrarse piadoso, fiel, humano, recto y religioso, y asimismo serlo efectivamente; pero se debe estar dispuesto a irse al otro extremo si ello fuera necesario. Por todo esto un príncipe debe tener muchísimo cuidado de que no le brote nunca de los labios algo que no esté empapado de esas cinco virtudes, pues los hombres en general juzgan más con los ojos que con las manos. (De las virtudes mencionadas hablo de la religión: se debe parecer que se es religioso, y si se es se debe estar dispuesto a ir del lado contrario cuando la necesidad así lo señale婼/font>

    – Un príncipe, y especialmente uno nuevo, que quiera mantenerse en su trono, ha de comprender que no le es posible observar con perfecta integridad lo que hace mirar a los hombres como virtuosos, puesto que con frecuencia, para mantener el orden en su Estado, se ve forzado a obrar contra su palabra, contra las virtudes humanitarias o caritativas y hasta contra su religión. Su espíritu ha de estar dispuesto a tomar el giro que los vientos y las variaciones de la fortuna exijan de él, y, como expuse más arriba, a no apartarse del bien, mientras pueda, pero también a saber obrar en el mal, cuando no queda otro recurso. Debe cuidar mucho de ser circunspecto, para que cuantas palabras salgan de su boca, lleven impreso el sello de las virtudes mencionadas, y para que, tanto viéndole, como oyéndole, le crean enteramente lleno de buena fe, entereza, humanidad, caridad y religión. Entre estas prendas, ninguna hay más necesaria que la última. En general, los hombres juzgan más por los ojos que por las manos, y, si es propio a todos ver, tocar sólo está al alcance de un corto número de privilegiados. Cada cual ve lo que el príncipe parece ser, pero pocos comprenden lo que es realmente y estos pocos no se atreven a contradecir la opinión del vulgo, que tiene por apoyo de sus ilusiones la majestad del Estado que le protege. En las acciones de todos los hombres, pero particularmente en las de los príncipes, contra los que no cabe recurso de apelación, se considera simplemente el fin que llevan. Dedíquese, pues, el príncipe a superar siempre las dificultades y a conservar su Estado. Si logra con acierto su fin se tendrán por honrosos los medios conducentes a mismo, pues el vulgo se paga únicamente de exterioridades y se deja seducir por el éxito. Y como el vulgo es lo que más abunda en las sociedades, los escasos espíritus clarividentes que existen no exteriorizan lo que vislumbran hasta que la inmensa legión de los torpes no sabe ya a qué atenerse.

    Capítulo 19

    – El príncipe debe tratar de no ser odiado; se hace despreciable al ser voluble, frívolo, afeminado, pusilánime e irresoluto y por eso debe tratar que sus actos sean de grandeza, valentía, seriedad y fuerza. Debe buscar que sus decisiones sean inapelables y gozar de autoridad, así hará que sea respetado y no se conspire en su contra. El que conspira piensa que el pueblo estará contento tras la muerte del príncipe, pero no puede obrar solo sino con la complicidad de quienes cree están descontentos. Si el príncipe tenía simpatía popular, el conspirador no encontrara amparo en ninguna parte aunque la firme decisión de un hombre de carácter al cual no le importa morir, no le asustará quitar la vida de otro pero son rarísimos los casos y se tiene que cuidar de no crear grandes ofensas.༯font>

    – Debe satisfacer a los nobles, al pueblo y también a los soldados. Cuando no puede evitar ser odiado por alguna de las partes, debe inclinarse a la más numerosa y de no ser posible hacia el más fuerte.༯font>

    Capítulo 20

    – Nunca sucedió que un príncipe nuevo desarmase a sus súbditos; por el contrario, los armó cada vez que los encontró desarmados.

    – Las armas del pueblo se convirtieron en las del príncipe, los que recelaban se hicieron fieles, los fieles continuaron siéndolo y los súbditos se hicieron partidarios.

    – El príncipe no puede quedar desarmado.

    – Un príncipe nuevo en un principiado nuevo no ha dejado nunca de organizar su ejército.

    – Cuando un príncipe adquiera un Estado nuevo que añade al que ya poseía, entonces si conviene que desarme a sus nuevos súbditos.

    – Nuestros antepasados, particularmente los que tenían fama de sabios, solían decir que: para conservar Pistoya bastaban las disensiones, y para conservar a Disa las fortalezas; por tal motivo, para gobernar, sabías qué hacer con ambas, fomentaban la discordia en las tierras sometidas.

    – Un príncipe fuerte jamás tolerara tales divisiones, que podrán serle útiles en tiempo de paz.

    – Y hay quienes afirman que un príncipe hábil debe fomentar con astucia ciertas resistencias para que, al aplastarlas, se acreciente su gloria.

    – Solo diré esto: que los hombres que en un principio de un reinado han sido enemigos, si su carácter es tal que para continuar la lucha necesitan apoyo ajeno, el príncipe podrá siempre y muy fácilmente conquistarlos a su causa.

    – El príncipe saca de ellos más provecho que de los que, por serle demasiado fieles, descuidan sus obligaciones.

    – El príncipe que adquiera un Estado nuevo mediante la ayuda de los ciudadanos que examinen bien el motivo que impulsó a éstos a favorecerlo.

    – Es más fácil conquistar la amistad de los enemigos, que lo son porque estaban satisfechos con el gobierno anterior, que la de los que, por estar descontentos, se hicieron amigos del nuevo príncipe y le ayudaron a conquistar el Estado.

    – Las fortalezas pueden ser útiles o no según los casos, pues si en unas ocasiones favorecen, en otras perjudican.

    – El príncipe que teme más al pueblo que a los extranjeros debe construir fortalezas; pero el que teme más a los extranjeros que al pueblo debe pasarse con menos de ellas.

    – No hay mejor fortaleza que el no ser odiado por el pueblo, porque si el pueblo aborrece al príncipe no lo salvaran todas las fortalezas que posea, pues nunca faltan al pueblo, una vez que ha empuñado las armas, extranjeros que lo socorran.

    – Elogiare tanto a quien construye fortalezas como a quien no las construya, pero según cada caso; pero censurare a todo el que, confiado en las fortalezas, tenga en poco el ser odiado por el pueblo.

    Capítulo 21

    – Los príncipes se hacen estimables por sus grandes empresas y raras virtudes. Cuando cualquier súbdito hace algo bueno o malo deberá recompensarlo o castigarlo de forma tal que sea tema de conversación en la gente. Ésta no se debería sentir privada de embellecer sus posesiones por miedo a que se las quiten o abrir comercios por miedo a los impuestos. Se tienen que instituir premios para aquellos que engrandezcan al Estado y se honrará a los que desarrollen el arte. Por encima de todas las cosas el príncipe debe ingeniarse por parecer grande e ilustre.༯font>

    – Otra cosa que los príncipes no deben hacer es permanecer neutrales en la guerra, siempre es conveniente aliarse (en el caso que se pida ayuda), sino será presa del vencedor y no podrá buscar nada del vencido. El que no es amigo pedirá la neutralidad y el que es amigo el apoyo, que deberá ser demostrado con las armas.

    Capítulo 22

    – A los príncipes se los suele juzgar por los ministros que los rodean. Si son fieles y capaces, se pensara que el príncipe es sabio y los supo hallar. Cuando un ministro piensa más en él que en el príncipe y busca solo su propio provecho, no será bueno y el príncipe nunca podrá confiar en él. Para que sea fiel, el príncipe debe honrarlo, enriquecerlo y colmarlo de cargos para que entienda que no puede estar sin él, a la vez el ministro querrá obtener más de las tres cosas y así podrán confiar unos de otros.༯font>

    Capítulo 23

    – Los aduladores que dan alabanzas interesadas para conseguir el favor de una persona son muchos en las cortes, para evitarlos el príncipe debe hacer entender que los hombres no ofenden al decir la verdad; pero, cuando todos pueden decir la verdad le faltan al respeto al príncipe. Por esa razón, deberá rodearse de hombres de buen juicio que serán los únicos que le darán opiniones, pero solamente cuando el príncipe les interrogue. Deberá hacer preguntas de todos los tópicos, escuchar con paciencia para resolver después con su libre albedrio y ofenderse si alguien no le dice algo por temor.༯font>

    Capítulo 24

    – Las reglas que se acaban de exponer llevadas a la práctica pueden hacer parecer antiguo a un príncipe nuevo, pero lo consolidan y afianzan en el poder como si fuese heredero. A los hombres se los gana mucho mejor con las cosas presentes que con las pasadas, mientras no se desmerezcan con otras cosas los hombres siempre estarán dispuestos a defenderlo.༯font>

    – Doble será la honra de haber creado un principado nuevo, mejorarlo y fortificarlo con buenas leyes, armas, amigos y buenos ejemplos.༯font>

    – Es defecto común no preocuparse por la tempestad durante la bonanza, y es necesario saber que las buenas defensas son las que dependen de uno mismo y de sus virtudes.༯font>

    Capítulo 25

    – Debe unirse a otros para combatir a los barbaros que tantos males le han causado.

    – La fortuna varía, podemos tener buena o mala, es inevitable; pero podemos tomar precauciones, los consejos, para que menos veces sea mala. Así que, si los príncipes continúan obstinados en su natural modo de obrar, serán felices, ciertamente, mientras semejante conducta vaya acorde con la buena fortuna. Pero serán desgraciados, en cambio, no bien su habitual y obstinado proceder se ponga en discordancia con ella. Sin embargo, pensándolo bien todo, me parece que juzgaré serenamente si declaro que vale más ser violento que ponderado, porque conviene, para conservarla sumisa, zaherirla y zurrarla; es decir, en calidad de voluble se deja vencer más de los que la tratan con aspereza que de los que la tratan con blandura. Por otra parte, es siempre más amiga de los jóvenes porque son menos circunspectos, más irascibles y se le imponen con más audacia.

    Capítulo 26

    – Hay una gran justicia con nosotros, porque una guerra es legítima por el solo hecho de ser necesaria, y las guerras son actos de humanidad cuando se cifra en ellas la esperanza.

    – Si se conocen las deficiencias de estas dos infanterías se podría organizar otra nueva, que resista tanto a la infantería enemiga como a su caballería, lo que se podría llevar a cabo mejorando la calidad de los soldados y una estrategia adecuada en el manejo de las fuerzas. Esta es la clase de invenciones que, tanto por su novedad como por sus beneficios, fundamentan la grandeza de un nuevo príncipe.

    – Abrace pues vuestra ilustre familia esta causa con el ardor y la esperanza con la que se abrazan las causas legítimas, a fin de que bajo vuestras banderas, la patria se ennoblezca y que bajo sus auspicios, se haga realidad la inspiración de Petrarca:

    La virtud tomará las armas contra el furor; así el combate será breve, mientras el calor en los corazones no esté muerto.

     

     

    Autor:

    Eduardo Arturo Santoyo Urdapilleta