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San Martín

Enviado por agosti


    PRÓLOGO Por medio del presente nos acercamos al lector con el fin de transmitirle al mismo todas las sensaciones que recorrieron nuestra mente en el momento de la creación de esta monografía que tiene como eje principal la historia de San Martín. En este relato, titulado "Un gran luchador, un gran hombre, todo un ejemplo", hicimos un esfuerzo especial para no sólo enfocar la vida de uno de los próceres mas importantes de nuestra historia a nivel militar, sino que rescatamos los legados hacia su hija y otros hechos que lo resaltan como un gran hombre, de bondad y comprensión verdaderamente amplia. A medida que fuimos realizando esta monografía y dando forma al texto que la constituye, fuimos descubriendo un lado Sanmartiniano que nunca antes se nos había revelado, tanto en la enseñanza primaria como en la secundaria. Descubrimos también muchos retratos de autores de la época que antes desconocíamos por completo, ya que no fueron difundidos lo suficiente tanto en los medios como en rutas de información alternativa. Mucha información acerca de "El padre de la Patria" es guardada con recelo, y se debe buscar demasiado algunos detalles significativos de su vida, relatados ya en el contenido de la presente monografía. Con esto no tenemos por fin redactar una obra literaria, sino conocer un poco mas nuestro pasado para saber quienes somos y qué seremos. A lo largo de la lectura se verán actitudes del general que el lector sentirá un expreso orgullo de tener un sentimiento similar a Él: El amor por la PATRIA

    LA HISTORIA DE UN APELLIDO

    EL PADRE: DON JUAN DE SAN MARTIN

    En el antiguo reino de León nacieron los padres del Libertador.

    En el pueblo de Cervatos de la Cueza nació don Juan de San Martín y Gómez, un 3 de febrero de 1728, hijo de Andrés de San Martín e Isidora Gómez.

    Cervatos es, probablemente, la cuna del apellido San Martín. Parece ser originario del nombre de un santo hidalgo caballero andante, San Martín de Tours. El mismo que providencialmente, fue patrono de la ciudad de Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos Aires, hoy Buenos Aires, Capital de la República Argentina.

    El hogar donde naciera Juan de San Martín era morada de humildes labradores. Al amparo de sus mayores, fortaleció su noble espíritu de cristiano y cuando cumplió dieciocho años, algo tarde para lo acostumbrado en la época, dijo adiós a sus buenos padres, orgulloso por ingresar en las filas del ejército de su patria, para seguir las banderas que se trasladaban de uno a otro confín del mundo. El joven palentino se incorporó al Regimiento de Lisboa como simple soldado.

    Inició su aprendizaje militar en las cálidas y arenosas tierras de Africa (al igual que lo haría su hijo José Francisco), donde realizó cuatro campañas militares. El 31 de octubre de 1.755 alcanzó las jinetas de sargento y, seis años más tarde, las de sargento primero. Cuando después de guerrear en tierras de las morerías regresó a la metrópoli, siguió a su regimiento a través de las distintas regiones en que estuviera de guarnición. Así le vemos actuar en la zona cantábrica y en la fértil Galicia, en la activa y fértil Guipúzcoa, en la adusta y sobria Extremadura y en la alegre Andalucía. Era Juan de San Martín un soldado fogueado y diestro en los campos de batalla cuando, en 1764, se le destinó para continuar sus servicios en el Río de la Plata. Cuando el 21 de octubre de 1764 se regularon en Málaga los servicios de Juan de San Martín, se le computaron diecisiete años y trece días en campañas. A raíz de su meritoria foja de servicios, se le ascendía a oficial del ejército real con los galones de teniente, cuyo título le fue extendido el 20 de noviembre de 1764. Su embarque con destino al Río de la Plata lo debió efectuar en Cádiz.

    La carrera militar de Juan de San Martín es, pues, aparentemente modesta; pero, en la hondura de su abnegada vida, se puede percibir el anuncio de las virtudes heroicas de su hijo menor, José Francisco.

    El matrimonio con Gregoria Matorras se realizó en el palacio episcopal, estando a cargo del obispo titular, Manuel Antonio de la Torre, el 1º de octubre de 1770. Los nuevos esposos se reunieron en Buenos Aires el día 12 de octubre de ese año, trasladándose poco después a Calera de las Vacas. Allí formaron su hogar y en ese lugar, en octubre nacieron tres de sus hijos: María Elena, el 18 de agosto de 1771; Manuel Tadeo, el 28 de octubre de 1772 y Juan Fermín Rafael, el 5 de octubre de 1774.

    Cuando el teniente Juan de San Martín cesó en las funciones de administrador de la estancia de Calera de las Vacas, el gobernador de Buenos Aires, Juan José de Vértiz y Salcedo, lo designó el 13 de diciembre de 1.774 teniente gobernador del departamento de Yapeyú, haciéndose cargo de sus nuevas funciones "desde principios de abril de 1.775."

    Con el correr de los años, Yapeyú se convirtió en uno de los pueblos más ricos de las misiones. Poseía estancias en ambas bandas del río Uruguay. El pueblo quedó casi abandonado después de la expulsión de los misioneros de la Compañía de Jesús.

    Dos nuevos vástagos aumentaron la familia San Martín-Matorras en Yapeyú: Justo Rufino, nacido en 1776, y nuestro Libertador, José Francisco, que vio la luz el 25 de febrero de 1778.

    Siendo el pueblo de Yapeyú fronterizo a zonas de litigio, sus habitantes vivían bajo continuas amenazas de guerra. El nuevo mandatario, Juan de San Martín, desde que ocupara la tenencia, activó la organización de un cuerpo de naturales guaraníes compuesto por 550 hombres, que al ser revistados por el gobernador de Misiones, Francisco Bruno de Zabala, le hicieron decir que era como la más arreglada tropa de Europa. Esas fuerzas, adiestradas por el teniente San Martín, se destinaron a contener los desmanes de los portugueses y las acometidas de los valerosos y aguerridos charrúas y minuanes.-

    Terminada su actuación en Yapeyú, el capitán San Martín embarcó con rumbo a Buenos Aires el 14 de febrero de 1781, volviendo a reunirse entonces con su esposa e hijos e incorporándose de nuevo a las filas del ejército para ejercer las funciones de ayudante mayor de la Asamblea de Infantería. Desde Buenos Aires, el 18 de agosto, se dirigió por escrito al virrey Vértìz, a la sazón en Montevideo, ofreciéndose para cualquier servicio o bien para instruir a los naturales, en cuyo ejercicio se había distinguido durante su residencia en Yapeyú.

    El padre del Libertador se dirigió a las autoridades superiores de la Corte pidiendo la correspondiente licencia para embarcarse con su familia con destino a la metrópoli. Le fue concedido lo solicitado por Real Orden, expedida el 25 de marzo de 1783. Casi un cuarto de siglo de constante actividad había consagrado a las regiones del Plata el veterano soldado; había actuado en campañas militares que acreditaron su valentía y había administrado con suma pureza bienes confiados a su cuidado.

    En abril de 1784, Juan de San Martín llegaba a Cádiz; retornaba al suelo patrio con su mujer y cinco hijos. Los cuatro varones, al igual que su padre, abrazarían la carrera de las armas, pero de todos ellos, sólo el benjamín daría gloria inmortal al apellido paterno.

    En Málaga pasaría los últimos años de su existencia, mientras sus hijos avanzaban en edad y aspiraciones. En esa ciudad iniciaron o completaron, en parte, los estudios los jóvenes hermanos San Martín. Con los ojos mirando más allá de los mares, Juan de San Martín exhalaba, el 4 de diciembre de 1796, su último suspiro. Se hizo constar que no había testado y que habitaba en un lugar de Málaga conocido por Pozos Dulces, camino de la Alcazabilla.

    LA MADRE: GREGORIA MATORRAS

    La madre del futuro Libertador, doña Gregoria Matorras del Ser, fue el sexto y último vástago del primer matrimonio de Domingo Matorras con María del Ser. Fueron sus hermanos mayores: Paula, Miguel, Francisca, Domingo y Ventura. Vino al mundo el 12 de marzo de 1738, en el pueblo de la Región de Palencia, Reino de León, llamado Paredes de Nava (la villa debió su origen a antiguas construcciones castrenses, de donde viene su nombre "Paredes", en tanto que "Nava" significa llanura en lengua vasca y majada en hebreo).

    Haciendo valer el contenido del viejo proverbio "Una madre vale mas que cien maestros", muchos biógrafos aciertan a observar que en la idiosincrasia de la madre de José radicaron las razones más profundas de la nobleza y el desinterés del Emancipador. A los seis años, quedó huérfana de madre. A los treinta, aún soltera, viajó al Río de la Plata con su primo Jerónimo Matorras, ilustre personaje que aspiraba a colonizar la región chaqueña, obteniendo para el logro de esa empresa el título de gobernador y Capitán General de Tucumán. Antes de emprender el viaje obtuvo Matorras licencia, otorgada el 26 de mayo de 1.767, para traer consigo a su prima Gregoria, a su sobrino Vicente y a otras personas.

    Llegada a Buenos Aires con don Jerónimo en 1767, fue el azar o la añoranza de su Tierra de Campos lo que le motivó a reunirse con paisanos. Así empezó a relacionarse con un bizarro capitán, oriundo de un pueblo próximo al suyo, que luego sería su esposo. En poco tiempo, se conocieron, se amaron y se prometieron. Pero, como el deber de las armas llevó al novio a un destino en las Misiones Jesuíticas del norte, la novia hubo de casarse, por poder, con un representante de su marido el capitán de dragones D. Juan Francisco de Somalo, el 1 de octubre de 1770, con las bendiciones del obispo de Buenos Aires, don Manuel de la Torre, también oriundo de otro pueblo palentino, Autillo de Campos. La escritura, otorgada por don Juan cuatro meses antes de la celebración, "por palabra de presente como ordena Nuestra Santa Madre, la Iglesia Católica Romana", se refiere a la novia con estas palabras: "doña Gregoria Matorras, doncella noble, con quien tengo tratado, para más servir a Dios Nuestro Señor, casarme".

    Desde que don Juan falleciera en Málaga a los sesenta y ocho años, teniendo José Francisco dieciocho, doña Gregoria no estuvo sola. Siempre le acompañaba el matrimonio formado por su hija María Elena y don Rafael González Menchaca, empleado de rentas, que le dio a su nieta Petronila.

    La muerte de dona Gregoria acaeció en Orense ( Galicia) el primero de junio de 1813, donde estaba destinado don Rafael. Tanto él como María Elena cumplieron los deseos de su madre, que había expresado en el mencionado testamento, la voluntad de que su cuerpo "sea amortajado con el habito de Santo Domingo de Guzmán". Ambos habían profesado en la Orden Tercera de Santo Domingo, en cuyo convento orensano fue inhumada.

    SAN MARTÍN AL SERVICIO DE LA CORONA ESPAÑOLA

    POR REAL VOLUNTAD, OFICIAL A LOS 15 AÑOS

    Las campañas del Rosellón ejercieron gran influencia sobre la preparación militar de San Martín para combatir y operar en ambientes montañosos y lo prepararon para su hazaña en el escenario gigantesco de los Andes.

    Los Pirineos constituyen la frontera natural entre España y Francia. Varios caminos principales superan los Pirineos y convergen hacia Perpiñán, la capital del Rosellón. En su itinerario, cruzados por diversas vías transversales, se tocan numerosas localidades pirenaicas, de las que destaca Boulou, que controla los accesos principales del área. Desde Perpiñán y a lo largo del río Tet y desde Boulou y a lo largo del río Tech, discurren sendos caminos hacia otros pasos de los Pirineos. El primero llega a un tercer acceso que une Bourg Madame, en Francia, con Puigcerdá, en España.

    En este escenario el cadete San Martín, del segundo batallón del regimiento Murcia "El Leal", hizo sus primeras armas en la guerra y conquistó los primeros ascensos de su carrera de oficial.

    Expondremos sintéticamente el desarrollo de las operaciones de guerra hasta la paz de Basilea, indicando la presencia que, en cada caso, tuvo la unidad en que revistaba San Martín.

    Los españoles desplegaron, inicialmente, tres ejércitos sobre la línea de los Pirineos. El principal, de 50.000 hombres, llamado Ejército de Cataluña, se escalonaba desde Barcelona hacia el norte, hasta Figueres, al mando del general Antonio Ricardos. Debía operar ofensivamente sobre el Rosellón, a favor de la superioridad numérica con que contaba inicialmente. En el oeste, un ejército de 15.000 hombres debía proteger las fronteras de Navarra y Guipúzcoa y se hallaba a las órdenes del general Ventura Caro, marqués de la Romana. Cubiertas las dos zonas principales de acceso transpirenaico, se destacó un cuerpo de 5.000 combatientes al mando del general príncipe de Castelfranco, para proteger los flancos y actuar como reserva del Ejército de Cataluña.

    San Martín, de guarnición en Málaga, es trasladado, en 1793, con su batallón a Zaragoza, donde entra inicialmente en jurisdicción y autoridad del Ejército de Aragón. Poco después su compañía, la cuarta, es adelantada a La Seu d'Urgell, en dirección norte hacia Andorra. Mientras tanto los franceses se habían desplazado a su vez a Puigcerdá, bajo el mando del general Dagobert. Por su parte, Ricardos debe operar sobre el Rosellón, defendido por el general La Oulière. Para ello eludió lo que Lidell Hart llama la "línea de menor espera" y escogió la "aproximación directa", evitando penetrar en territorio francés por La Junquera-Le Perthus. Para asegurar su flanco oeste, ocupó la margen del río Tech y operó en dirección a Le Boulou con toda la masa de sus fuerzas, logrando su captura en una semana. De esta forma quedó en manos del jefe español el nudo de las comunicaciones terrestres que, rápidamente, se convirtió en un campo atrincherado. Finalmente decide, el general Ricardos, eliminar las amenazas que en el otro flanco, el este, significaban los fuertes de Collioure, Saint Elme y Port Vendrés, ya sobre el Mediterráneo. El 17 de junio de 1793, en el palacio de Aranjuez, el rey Carlos IV de Borbón, firmaba el despacho de ascenso a segundo subteniente de la 4ta. compañía de fusileros, del 2 batallón del Regimiento de Murcia, del hasta entonces cadete José Francisco de San Martín. El 8 de julio, en su cuartel general de Thuir, el general Ricardos dispone el cúmplase de la real voluntad. El futuro Libertador es así, a los quince años, oficial en el famoso ejército de los grandes caudillos militares.

    A fines de octubre el general Ricardos dispone que el 2 batallón del Murcia se desplace a Prats de Molió, sobre el río Tech, para subordinarse al conde de Molina. El nuevo agrupamiento debía atacar en dirección a Torre Batera y La Creu de Ferro, eludiendo por el oeste las posiciones enemigas de Peraldá y Mont Boulou. En estas acciones interviene con todo éxito San Martín.

    Pasado un período de inactividad, por la inclemencia del tiempo, Ricardos se sintió asediado por efectivos franceses cada vez más numerosos. La movilización "en masa" les había proporcionado 300.000 ciudadanos para marzo, y 500.000 para agosto de ese año. Frente a estas fuerzas el general español opera con sus 40.000 hombres con acciones ofensivas, apoyadas en el área atrincherada de Boulou.

    A la sazón, el ministro Godoy propuso al monarca español un plan, que había sido inspirado por Doumouriez al zar Pablo, destinado a desembarcar en Normandía, Francia, un ejército aliado ruso- dinamarqués de 36.000 hombres, con el apoyo naval inglés y español. Siguiendo estos propósitos estratégico-operacionales y con el fin de asegurar el control del litoral marítimo del Mediterráneo, que permitiera aprovechar el poder naval, el general Ricardos resolvió adueñarse de los fuertes de Banyuis-sur-Mer, Port Vendrés y Saint Elme. Con tal fin se constituyó una agrupación de combate bajo las órdenes del general Curten con el resultado de la captura de las alturas de Mont Boulou, Saint Marsall y las baterías de Villalonga. En todas estas acciones San Martín revistó en la 4a columna del general Carbajal.

    El mariscal de campo De la Cuesta, que había de ganar sólida reputación en las luchas contra Napoleón, reemplaza ahora al general Curten y toma a su cargo las acciones a lanzar contra los fuertes de Port Vendrés, Collioure y Saint Elme. En sus fuerzas están los batallones del Regimiento de Soria y también los del Murcia: en ellos revistan, precisamente, los tres hermanos San Martín. Nuevamente el ejército español conquista sus objetivos y obtiene una victoria.

    Simultáneamente se desarrollan otras acciones que empujan a las fuerzas francesas a encerrarse en Perpiñán, cambiando radicalmente la situación: los ejércitos franceses han vuelto a sus fronteras del norte y del este.

    Ante esta realidad, el ministro francés Carnot arroja constantemente nuevos contingentes en la balanza militar, en la que se juega la suerte de Francia y de Europa, y donde ya luchan nueve ejércitos franceses con 750.000 hombres. Tolón había sido recuperada, en otro frente, por el acierto táctico de un joven y desconocido capitán de artillería llamado a ser el "hombre del destino": Napoleón Bonaparte. En Madrid las estructuras reales crujen agitadas por la corrupción, la cortesanía, las nuevas ideas y la acción de la masonería. El comandante victorioso, Ricardos, acaba de fallecer y toma el comando el conde de la Unión, su lugarteniente. Obviamente las perspectivas, al recomenzar las operaciones, ya no eran las mismas.

    Integran ahora el Ejército de Cataluña, junto con las tropas españolas, una legión francesa de voluntarios legitimistas, al mando del duque de San Simón, y un cuerpo de portugueses a órdenes del general Forbes. Los franceses, como queda dicho, habían reforzado considerablemente sus efectivos comandados, en esa zona, por el general Dugoumier. Ello obligará al conde de la Unión a repasar los Pirineos, abandonando la masa de su artillería. No obstante, ocupará al sur de la cadena montañosa, ya en territorio español, la línea general de San Lorenzo a la Moga- Llausa, apoyada en su centro sobre la fortaleza de Figueres. De tal modo el frente quedará sustancialmente estabilizado. Simultáneamente, en los Pirineos occidentales, se desarrollaron diversas acciones a cargo del virrey de Navarra, Martín Alvarez de Sotomayor, por el lado español, y del general Muller, del lado francés, y en las que se distinguió un joven general que sería luego mariscal del Imperio: Moncey.

    Corría el año 1794 y el conde de la Unión ya había decidido replegar sus fuerzas hacia España. Una de estas acciones de retirada es la salida del 2 batallón contra la ermita de Sant Lluc, ataque en el que participa San Martín, según consta en su foja. Más tarde los batallones del Murcia, a órdenes del general Navarro, defienden las plazas de Port Vendrés y Collioure. Se lee en la foja del emancipador que lo hacen "resistiendo el ataque que dan los enemigos al oeste, en mayo de 1794". Luego participa San Martín en el ataque a las baterías francesas del general Dugoumier, en proximidades de San Telmo. Finalmente, los efectivos del Murcia se constituyen en guarnición en Collioure, hasta que el general Navarro capitula, el 26 de mayo de 1794, cesando toda resistencia en la región. San Martín es ahora prisionero de guerra.

    Dicen las Ordenanzas Militares Españolas que "ser prisionero sin menoscabo del honor militar, es un acto de servicio". La capitulación permite a San Martín, según era la práctica en la época, el regreso a España, junto con sus compañeros, bajo el compromiso de no hacer armas hasta la firma de la paz.

    En julio de 1794 San Martín es ascendido a primer subteniente y en mayo del año siguiente, antes de la firma del Tratado de Paz de Basilea, es nuevamente ascendido a 2 teniente. Su "cursus honorum" militar nos lo muestra a los 17 años como un soldado en brillante tránsito profesional.

    La paz, con honor, se hizo. España sólo perdió el actual territorio de Haití, en la isla Santo Domingo, y recuperó todo lo ocupado por los franceses en la península. Al mismo tiempo el Tratado de Basilea constituía al monarca español en árbitro de las cuestiones de Francia con Portugal, Nápoles, Cerdeña y los Estados Papales. La consecuencia decisiva para la marcha de la historia fue, en cambio, que España se convirtió en satélite de Francia.

    En la relación de causas y efectos que determinan los procesos históricos, queda también como consecuencia relevante de esta guerra, la promoción de Godoy, ahora Príncipe de la Paz, a un nivel de autoridad importantísima. Su influencia habrá de ser uno de los factores negativos y de deterioro determinantes en los sucesos que llevaron primero, al motín de Aranjuez y luego, a la abdicación de Carlos IV y, consecuentemente, a los sucesos de Bayona. Estos traerán la guerra llamada de la Independencia de España y, necesaria y naturalmente, los graves problemas políticos y militares en América que provocarán, al final, su emancipación.

    La alianza con Francia significará la lucha contra Inglaterra y, después del 2 de mayo de 1808, y al enfrentarse entonces España contra Napoleón, el poder naval inglés, dueño de los mares desde Trafalgar, tendrá fundamental importancia en el apoyo a la insurrección americana.

    Cuando San Martín arribe al Plata llegará un hombre maduro plenamente, y forjado en muchas, difíciles y muy complejas vicisitudes; con claras y sólidas ideas y con la experiencia vital sensible, recogida como actor de conflictos desarrollados con la violencia de las armas. Traerá también en el espíritu las lecciones que da el conocimiento de muchas de las figuras del drama bélico en Europa, a quienes conoció y admiró el joven oficial San Martín. Surgen así los nombres de Wellington, Antonio Malet, el marqués de Coupigny; los generales Ricardos, Urrutia y Castaños; el brigadier Francisco Solano y Ortiz de Rosas, de quien fuera edecán militar y testigo de su vil asesinato en Cádiz. Aparecen, igualmente, los nombres de los mariscales de Francia: Augereau, duque de Castiglione, de quien dijo Desaix que "era un soldado como pocos"; Moncey, duque de Conegliano, de quien afirmó Napoleón que "era un hombre honesto, respetado, experto montañés, firme y metódico comandante"; Lannes, duque de Montebello y príncipe de Sieves, de quien opinó también el emperador "cuando lo hallé era un espadachín, cuando lo perdí, un paladín; el más bravo entre los bravos, el ideal de un comandante de la vanguardia."

    San Martín combatió largos años contra los ejércitos que cantaban "La Marsellesa": en la guerra de la Independencia española combatió contra Bessieres, aquel que vivió como Bayardo y murió como Turena; contra Soult el de la mano de hierro y contra el famoso Ney.

    San Martín llegará al Río de la Plata siguiendo "el destino que lo llama", cuando a la colosal empresa de Conquistadores y Adelantados la sustituyen simples funcionarios que ya no llegan a América para fundar, civilizar y ganar honras ni conquistar nuevos pueblos para la fe y para el provecho y grandeza de la corona española. El trono de los Reyes Católicos será sólo una simple metrópoli y una frívola corte y, finalmente, será ocupado por un rey usurpador. Entonces, el pueblo español, aquel 2 de Mayo de 1808, se pondrá de pie, tizona en mano, para recoger sus estandartes caídos en el polvo; para asumir sus derechos y recuperar su independencia, su honor y su gloria.

    También eso ocurrió el 25 de Mayo de 1810, a orillas del Plata, cuando el pueblo de Buenos Aires, hermano de los pueblos de Madrid, de Cádiz o de Sevilla, asumió como ellos el poder que revertía al pueblo para que éste ejerciera sus propios derechos políticos.

    LA VUELTA DEL PROCER AL PAÍS

    RETORNO AL PAIS NATIVO

    Marzo de 1812. En su edición correspondiente al viernes 13, un periódico local -"La Gaceta de Buenos Aires"- hace pública la llegada de la fragata inglesa George Canning. Informa que a su bordo arribaron como pasajeros seis americanos y un europeo, todos oficiales de las armas de la Monarquía. Entre ellos, el teniente coronel José Francisco de San Martín, quien así retorna a su país nativo, al país de su nacimiento.

    EL RECIÉN LLEGADO

    ¿Quién es este Teniente Coronel recién llegado? Muy pocos recuerdan a su padre y a su madre, aunque sí quedan todavía unos pocos parientes o amigos de uno y de otra; menos son, seguramente, los que a él lo conocieron niño, durante su breve paso por las bandas rioplatenses.

    Esbocemos en lo físico, en lo moral, en el carácter, a este criollo, según lo verán en los próximos años sus compatriotas y los americanos que compartirán con él luchas y afanes. Su estatura no pasa de 1,70 m y casi seguramente no llega a tal medida, pero impresiona como tanto o más porque el recién llegado está siempre erguido, con presencia castrense. El rostro se muestra moreno, ya por coloración natural de la piel, ya por la huella que en él ha dejado el servicio prestado a campo abierto. La nariz es aguileña y grande. Los prominentes y negros ojos no permanecen nunca quietos y son dueños de una mirada vivísima. Posee una inteligencia poco común y sus conocimientos van más allá de los propios de una estricta formación profesional. De maneras tranquilas y modales que revelan esmerada educación, según los momentos es dicharachero y familiar, severo y parco, optimista y dispensador de ánimo para quienes lo han perdido o vacilan. Ni en este momento de su retorno ni en el futuro, alguien podrá tacharlo de indiscreto, llegando en ocasiones a ser por necesidad, casi críptico o disimulador sin mentira.

    Escribía lacónicamente, con estilo y pensamiento propios, dice Bartolomé Mitre ("Historia de San Martín y la Emancipación Americana"). Poseía el francés, leía con frecuencia y, según se desprende de sus cartas, sus autores predilectos eran Guibert y Epicteto, cuyas máximas observaba, o procuraba observar, como militar y como filósofo práctico. Profundamente reservado y caluroso en sus afecciones, era observador sagaz y penetrante de los hombres, a los que hacía servir a sus designios según sus aptitudes. Altivo por carácter y modesto por temperamento y por sistema más que por virtud, era sensible a las ofensas, a las que oponía por la fuerza de la voluntad un estoicismo que llegó a formar en él una segunda naturaleza.

    POR QUE, PARA QUE RETORNA

    En tres ocasiones, el futuro Libertador explicará por qué y para qué decidió retornar a América. Así, en 1819, dirá:

    "Hallábame al servicio de la España el año de 1811 con el empleo de comandante de escuadrón del Regimiento de Caballería de Borbón cuando tuve las primeras noticias del movimiento general de ambas Américas, y que su objetivo primitivo era su emancipación del gobierno tiránico de la Península. Desde este momento, me decidí a emplear mis cortos servicios a cualquiera de los puntos que se hallaban insurreccionados: preferí venirme a mi país nativo, en el que me he empleado en cuanto ha estado a mis alcances: mi patria ha recompensado mis cortos servicios colmándome de honores que no merezco…"

    Y en 1827, hablando de sí en tercera persona, manifestará:

    "El general San Martín no tuvo otro objeto en su ida a América que el de ofrecer sus servicios al Gobierno de Buenos Aires: un alto personaje inglés residente en aquella época en Cádiz y amigo del general, a quien confió su resolución de pasar a América, le proporcionó por su recomendación pasaje en un bergantín de guerra inglés hasta Lisboa, ofreciéndole con la mayor generosidad sus servicios pecuniarios que, aunque no fueron aceptados, no dejaron siempre de ser reconocidos."

    Y corridos veinte años, volvió sobre el tema al decir a Ramón Castilla:

    "Como usted, yo serví en el ejército español, en la Península, desde la edad de trece a treinta y cuatro años, hasta el grado de teniente coronel de caballería. Una reunión de americanos en Cádiz, sabedores de los primeros movimientos acaecidos en Caracas, Buenos Aires, etc., resolvimos regresar cada uno al país de nuestro nacimiento, a fin de prestarle nuestros servicios en la lucha, pues calculábamos se había de empeñar."

    Retorna, entonces, porque ha tenido noticia de los importantes sucesos que están ocurriendo y para ofrecer sus servicios militares a la tierra de su nacimiento. Algunos no lo creerán así y tras su llegada comienzan a correr las versiones más contradictorias o disparatadas: así, se llega a decir, con intención que no necesita ser explicada, que es un espía, que es agente francés, que lo es, sí, pero británico. Con el correr de los años, y aún después de la muerte de San Martín, se seguirá dando aliento a estas patrañas, a estas especiales maneras que tienen algunos para exhibirse sabedores de lo que todos desconocen. Mas nadie encontrará el menor dato que favorezca sus aserciones hechas a media voz, ninguno de sus impugnadores podrá valerse del menor principio de prueba en favor de tesis tan peregrinas como reiteradas.

    SU ALOJAMIENTO Y DESEMPEÑO EN EL VIRREINATO

    La Gazeta, órgano oficial del Gobierno, en su edición del viernes 13 de marzo de 1812, consignó los nombres de los oficiales recién llegados. Todos ellos, con excepción del teniente coronel San Martín y el primer teniente de Guardias Valonas Eduardo Kalitz, barón de Holmberg, tenían familia en Buenos Aires. El capitán de infantería Francisco de Vera, el capitán de milicias Francisco Chilavert y el alférez de navío José Matías Zapiola habían sido arrestados en Montevideo el 12 de julio de 18l0 por las autoridades españolas, a causa de su adhesión a los patriotas de la Junta de Buenos Aires. Encarcelados y enviados a España, obtuvieron en Cádiz su libertad y se fugaron luego a Londres. El capitán Francisco Chilavert viajó en la "George Canning" con sus hijos José Vicente, que se hizo muy amigo de San Martín, y Martiniano, futuro coronel argentino, quien entonces sólo contaba ocho años de edad. El alférez Zapiola tenía a su hermano Bonifacio, abogado en el Superior Tribunal de Justicia de Buenos Aires, quien había también adherido a la causa de Mayo.

    Las estrechas y profundas relaciones de amistad y camaradería existentes en ese momento entre Alvear y San Martín, hacen aparecer como muy probable que la encumbrada familia Balbastro albergara a nuestro héroe. En esa casa vivía la abuela de Carlos de Alvear, doña Bernarda Dávila, dama porteña viuda desde 1.802 del acaudalado comerciante aragonés don Isidro José Balbastro, dueño que fue – según su testamento- de una tienda "muy bien surtida" en sociedad nada menos que con Gerónimo Matorras, primo hermano de la madre de José de San Martín, con quien Gregoria Matorras llegó a Buenos Aires, cuando ya casado con doña Manuela de Larrazábal volvía con el nombramiento de gobernador de Salta del Tucumán, donde se hizo famoso como explorador del Chaco. Esta vieja e íntima relación familiar refuerza, sin duda, la posibilidad de que San Martín inaugurara su estada porteña en el hogar de los Balbastro.

    Dispuesto el alojamiento y equipaje, urgía sin duda clarificar sus propósitos ante las autoridades de Buenos Aires, que no eran sino las del Triunvirato.

    Estos individuos han venido a ofrecer sus servicios al Gobierno, y han sido recibidos con la consideración que merecen por los sentimientos que protestan en obsequio de los intereses de la patria

    También, las noticias que traían estos oficiales, de las que eran testigos presenciales, no podían menos que suscitar regocijo en los responsables del Gobierno. Presentían que podía haber un cambio favorable en la situación política y estratégica que reforzara su precario poder. Bernardo Monteagudo, director de la Gazeta desde el pasado diciembre de 1811, encabezó sus "Noticias políticas" con la crónica mencionada del viernes 13 de marzo proclamando el descalabro del ejército español en la Península: "El 9 del corriente ha llegado a este puerto la fragata inglesa George Canning procedente de Londres en 60 días de navegación; comunica la disolución del ejército de Galicia y el estado terrible de anarquía en que se halla Cádiz dividida en mil partidos, y en la imposibilidad de conservarse por su misma situación política. La última prueba de su triste estado son las emigraciones frecuentes a Inglaterra, y aún más a la América Septentrional…" Lo que San Martín expuso en esta ineludible reunión surge muy claro de sus propias expresiones a lo largo de su vida. Para lograr el alto ideal del bien común para los americanos, creía indispensable su independencia, por lo que venía a ofrecer sus servicios como militar al gobierno de su país nativo. Así lo dijo a los siete años de su llegada a Buenos Aires, cuando elevó su renuncia como general en jefe del Ejército de los Andes al director supremo, el 31 de julio de 1.819:

    "Hallábame al servicio de España el año de 1.811, con el empleo de comandante de escuadrón del Regimiento de Caballería de Borbón, cuando tuve las primeras noticias del movimiento general de ambas Américas; y que su objeto primitivo era su emancipación del gobierno tiránico de la Península. Desde ese momento me decidí a emplear mis cortos servicios a cualquiera de los puntos que se hallaban insurreccionados: preferí venirme a mi país nativo, en el que me he empleado en cuanto ha estado a mis alcances: mi Patria ha recompensado mis cortos servicios colmándome de honores que no merezco…".

    Ocho años más tarde, en abril o mayo de 1.827, entre otros interrogantes planteados por el general Miller para completar las Memorias que éste escribió, le respondió: "El general San Martín no tuvo otro objeto en su ida a América que el de ofrecer sus servicios al Gobierno de Buenos Aires…".

    Finalmente, a treinta y seis años de su arribo al Río de la Plata y veintiuno de la precedente carta, escribió al general Castilla, el 11 de septiembre de 1.848: "Como usted, yo serví en el ejército español, en la Península, desde la edad de trece a treinta y cuatro años, hasta el grado de teniente coronel de Caballería. Tras una reunión de americanos, en Cádiz, sabedores de los primeros movimientos acaecidos en Caracas, Buenos Aires, etc., resolvimos regresar cada uno al país de nuestro nacimiento, a fin de prestarles nuestros servicios en la lucha, pues calculábamos se había de empeñar…".

    Este claro propósito es la raíz de la heroicidad sanmartiniana: quiere ser, fervorosamente, un auténtico soldado argentino para la independencia americana. Quince años más tarde, entre abril y mayo de 1.827, en contestación a preguntas que le dirigió el General Miller dirá: "Formo un regimiento de Granaderos a Caballo": "Hasta la época de la formación de este cuerpo, se ignoraba en las Provincias Unidas la importancia de esta arma, y el verdadero modo de emplearla, pues generalmente se le hacia formar en línea con la infantería para utilizar sus fuegos. La acción de San Lorenzo demostró la utilidad del uso del arma blanca en la Caballería tanto más ventajosa en América cuanto que lo general de sus hombres pueden reputarse como los primeros jinetes del mundo". La necesidad de una pedagogía para iniciar a los gobernantes sobre el conocimiento de esta arma quedó corroborada en las Memorias Póstumas del general José María Paz, quien dijo: "Hasta que vino el general San Martín, nuestra Caballería no merecía ni el nombre, y dotados nuestros hombres de las mejores disposiciones, no prestaban buenos servicios en dicha arma porque no hubo un jefe capaz de aprovecharlas". Afirmaba lo que luego practicará sistemáticamente, especialmente en Mendoza, que era indispensable, primero, formar un cuerpo de oficiales altamente seleccionados y educado, para preparar después a fondo a los suboficiales y soldados en el campo de instrucción. El joven teniente coronel conocía por propia experiencia, porque lo había visto y vivido, los dos métodos y sus resultados: el de la enseñanza detallada y perseverante en el cuartel y campamento, y el de la improvisación sobre el campo de batalla: aquél logra organizaciones sólidas para la batalla; en cambio, el último es mejor medio para obtener la propia destrucción y desbande ante enemigo capacitado.

    SAN MARTÍN: EL MILITAR

    CREACIÓN DE UN CUERPO PROPIO

    HISTORIA DEL REGIMIENTO

    La mente rememora los años difíciles de las viejas colonias de España en el nuevo mundo, empeñadas en romper definitivamente los artificiosos lazos políticos existentes por la fuerza con la monarquía borbónica para surgir, dentro de la comunidad internacional, como Estados soberanos plenos de derecho e iniciar la honrosa misión de materializarse como naciones en la amplitud del concepto.

    Años terribles de lucha, sin dar ni pedir cuartel al adversario, desarrollada en la más impresionante de las pobrezas, sin recursos, ni erario público, ni organización, ni nada material, con la sola excepción de un espíritu y una voluntad de ser libres e independientes de todo poder extranjero de la tierra.

    El Regimiento de Granaderos a Caballo fue exitoso. En referencia a esto, Mitre expresó:

    "Concurrió a todas las grandes batallas de la Independencia, dio a la América diecinueve generales, más de doscientos jefes y oficiales en el transcurso de la revolución, y después de derramar su sangre y sembrar sus huesos desde el Plata hasta el Pichincha, regresó en esqueleto a sus hogares, trayendo su viejo estandarte bajo el mando de uno de sus últimos soldados ascendido a coronel en el espacio de trece años de campaña.»

    Trece años tremendos de sacrificios en el espacio y en el tiempo signan toda la épica trayectoria del Regimiento Granaderos a Caballo, bautizado con dicho nombre por el propio San Martín; Granaderos de Los Andes, llamados después durante la campaña o, también, Granaderos a Caballo de Buenos Aires, denominados así en algunas oportunidades para distinguirlos por su lugar de origen y cuyas páginas, escritas a fuerza de coraje e indeclinable valor, resumen la epopeya de la gran patria americana.

    CREACIÓN DEL CUERPO

    La historia del Regimiento comienza juntamente con la aparición de San Martín en el escenario americano, apenas dos años después del grito de rebeldía de mayo de 1810. Con fecha 16 de marzo el gobierno superior provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata, con las firmas de Chiclana, Sarratea y Rivadavia, expide el nombramiento efectivo de José de San Martín como Teniente Coronel de caballería y "Comandante del Escuadrón de Granaderos que ha de organizarse", el que sería a lo largo de la tenaz lucha emprendida contra el poder real, el alma y el cuerpo vertebral del éxito del pronunciamiento revolucionario.

    La razón de la formación del Escuadrón de Granaderos a Caballo en aquel año y oportunidad no constituye una cuestión de mera rutina en el planeamiento de la estructuración de la fuerza armada que necesitaba el país.

    Para la concreción del mismo, San Martín había expuesto detalladamente ante el gobierno la necesidad de formar un cuerpo modelo, donde privara la calidad humana de sus integrantes sobre la cantidad, de tal manera que dotándolo de un espíritu, fuera el núcleo de un ejército disciplinado y moderno, capaz de combatir con todas las probabilidades de éxito contra las veteranas fuerzas del rey.

    Conviene acotar, como muy bien lo señala el Teniente Coronel Anschutz, en su "Historia del Regimiento Granaderos a Caballo", la razón por la cual aparecía la creación de una unidad orgánica, sin las formalidades de un decreto o resolución específica.

    "En los albores de nuestra nacionalidad – expresa- era una modalidad de parte de los hombres de gobierno, cuando las necesidades de Estado o de guerra exigían la creación u organización de varias unidades, buscar en principio a los jefes que las iban a comandar, extendiéndoles el despacho de tal en la unidad que a partir de esa fecha se iba a formar. Cada jefe proponía en una lista sus colaboradores inmediatos y aún los oficiales que conocían, o se los habían recomendado."

    Formaron en el núcleo inicial de aquel escuadrón, que sirviera de base para la integración del regimiento, el cual puede darse por constituido como tal en mayo de 1812, los siguientes jefes y oficiales:

    En la plana mayor como Comandante el Teniente Coronel don José de San Martín; el Sargento Mayor don Carlos María de Alvear; el Ayudante Mayor don Francisco Luzuriaga y el Portaguión don Manuel Hidalgo.

    El escuadrón, dividido en dos compañías, estaba integrado así: En la primera el Capitán don José Zapiola, el Teniente don Justo Bermúdez y el Alférez don Hipólito Bouchard. En la segunda el Capitán don Pedro Vergara, el Teniente don Agenor Murillo y el Alférez don Mariano Necochea. Como puede apreciarse, ya figuraban nombres que después, con el correr del tiempo, se harían ilustres en la historia de la patria. En total, el número de efectivos del escuadrón era de dos jefes, ocho oficiales, nueve sargentos, un trompeta, tres cabos y treinta y un granaderos.

    ORGANIZACIÓN DEL REGIMIENTO

    Las enormes dificultades originadas por los problemas derivados de las acciones de guerra empeñadas contra los realistas como la rigurosa selección del personal, impuesta por el propio San Martín, fueron obstáculos que impidieron en un principio la pronta organización del cuerpo.

    Con fecha 11 de setiembre de 1812 se crea, por decreto, el segundo escuadrón, y el 5 de diciembre de ese mismo año, con las firmas de Rodríguez Peña, Alvarez Jonte y de Tomás Guido como secretario interino de Guerra, se dispone la formación del tercer escuadrón.

    Hasta ese momento las comunicaciones dirigidas por el gobierno al Teniente Coronel San Martín son en calidad de «Comandante de Granaderos a Caballo», figurando incluso esa misma denominación en las listas de revistas efectuadas.

    En la misma forma como se había procedido al crear el Cuerpo, es recién con el decreto ascendiendo a Coronel a San Martín, con fecha 7 de diciembre de 1812, que se usa por primera vez el nombre de Regimiento.

    Expresa el mismo, en su parte resolutiva: "Atendiendo a los méritos del Comandante don José de San Martín ha venido a conferirle el empleo de Coronel del Regimiento de Granaderos a Caballo, concediéndole las gracias, exenciones y prerrogativas que por este título le corresponden."

    Como lo señala el Teniente Coronel Anschutz en su estudio sobre la ubicación inicial del regimiento al no encontrarse decretos u órdenes para el alojamiento inmediato del primer escuadrón de Granaderos a Caballo, se supone que al darse la orden de su organización se haya indicado verbalmente al Teniente Coronel San Martín, que momentáneamente ocupara el cuartel de la Ranchería (Perú y Alsina).

    Posteriormente, con fecha 5 de mayo de 1812, con la firma de Miguel de Azcuénaga, se ordena que… "… queda puesto a disposición del Comandante del nuevo escuadrón de Granaderos a Caballo, el cuartel que ocupa en el Retiro el Regimiento de Dragones de la Patria; y lo aviso a V.S. en contestación a su oficio de ayer en que me comunica haberlo ordenado así el Superior Gobierno."

    Esta zona era conocida desde la época de las invasiones inglesas como Cuartel del Retiro, siendo su ubicación aproximadamente la zona que bordea la actual plaza San Martín (Arenales y Maipú).

    Frente al mismo Regimiento, ante la curiosa mirada de los habitantes de la zona del Retiro, se realizaban diariamente las prácticas en el llamado "Campo de la Gloria" denominado luego de la Revolución de Mayo, como "Campo de Marte."

    SAN LORENZO, EL BAUTISMO

    No había transcurrido un año desde su creación cuando el 3 de febrero de 1813 tocaría al regimiento recibir su bautismo de fuego allá en San Lorenzo, a orillas mismas del Paraná.

    Aquella madrugada ciento veinte hombres, divididos en dos divisiones de sesenta granaderos cada una, al mando del propio San Martín y del Capitán Bermúdez se lanzan con furia incontenible sobre doscientos cincuenta realistas que avanzaban, al mando del Capitán Antonio de Zabala desde el puerto de San Lorenzo en dirección al convento de San Carlos, en una de sus habituales recorridas requisando víveres y elementos de los pueblos del litoral argentino.

    El choque fue tremendo, y pese a que los godos alcanzaran a formar en martillo para contener la embestida, los sables y las lanzas de los granaderos pronto los sumieron en el desastre, materializado en 40 muertos, 14 prisioneros, 12 de ellos heridos, dos cañones, 40 fusiles y una bandera arrancada al portaestandarte enemigo con riesgo de su vida por el Alférez Hipólito Bouchard, el mismo que después, al mando de la fragata "La Argentina", dejara en todos los mares del mundo la estela imborrable de hazañas increíbles.

    Allí mueren, junto al granadero de origen francés Domingo Perteau, el oriental Amador, el chileno Alzogaray y los argentinos Luna, Bustos, Sylvas, Saavedra, Bargas, Márquez, Díaz, Gurel, Galves, Gregorio y Cabral, catorce en total, en cuyo recuerdo las calles internas del cuartel de Palermo llevan sus venerados nombres.

    Días más tarde fallece también, a resultas de las heridas recibidas, el Capitán Justo Germán Bermúdez, el primer jefe de escuadrón del regimiento muerto en combate.

    La acción, breve en tiempo, dada la pujanza de la carga de los granaderos, tiene hondo contenido emocional.

    En aquel combate la valentía de dos hombres salvan la vida del jefe del alcance de las bayonetas españolas cuando queda aprisionado en el sueldo por la muerte de su caballo.

    Uno es el granadero Juan Bautista Baigorria, puntano de origen, el "postergado", como lo llaman en su tierra, tal vez con razón, pues poco o nada se sabe de este valiente que salva la vida de su Coronel matando al godo que pretendía ultimarlo aprovechando la difícil situación.

    El otro es el granadero Juan Bautista Cabral, oriundo de Corrientes, que no vacila en echar pie a tierra en medio de aquel entrevero de sables, bayonetas, sangre y polvo, consiguiendo zafar del caballo al Coronel San Martín, recibiendo dos mortales heridas a raíz de las cuales deja de existir poco tiempo después mientras repite en su agonía: "muero contento… hemos batido al enemigo."

    A raíz de este hecho, por un decreto del superior gobierno, se ordena: "Fíjese en el cuartel de granaderos un monumento que perpetúe recomendablemente la existencia del bravo granadero Juan Bautista Cabral en la memoria de sus camaradas."

    Cabe señalar también otro hecho de honda significación espiritual. En el canje de los prisioneros efectuado con los realistas vienen tres lancheros paraguayos, dos de los cuales resuelven incorporarse al regimiento.

    LA BANDA ORIENTAL Y EL ALTO PERU COMO ESCENARIOS DE LUCHA

    Después de San Lorenzo, a los efectos de que se…"…active y haga ejecutar el plan de operaciones que sea necesario para la defensa de la Capital, en cualquier evento de ataque o incursión…"

    …se nombra al Coronel don José de San Martín, con fecha 4 de junio de 1813, Comandante de las fuerzas de la Capital.

    A partir de ese entonces el regimiento, al par de cumplir con su planeamiento de instrucción destina varios destacamentos sobre el Litoral a los efectos de proteger las poblaciones ribereñas de las incursiones realistas.

    Pronto habrían de abrirse otros horizontes de lucha para el Regimiento. La difícil situación en el Norte, agravada por las sucesivas derrotas de Vilcapugio y de Ayohuma, las cuales ponen en peligro toda la frontera de la patria, mueven al gobierno a nombrar, con fecha 3 de diciembre de 1813, al Coronel San Martín como Jefe de la expedición auxiliadora al ejército de Belgrano, que venía retirándose en dirección a Tucumán.

    Integraron esta división, además del primer batallón del 7 de Infantería y de un piquete de 100 artilleros, el 1º y 2º escuadrón del Regimiento de Granaderos a Caballo, los que llegan a Tucumán el 12 de enero de 1814.

    Desde esa fecha hasta el 10 de septiembre de 1816, en que se mueven en dirección a Mendoza, por el camino que atraviesa La Rioja, luchan en las lomas de San Lorenzo con las tropas de la vanguardia; en guerrillas en Humahuaca, Yaví, Casavindo, Toldos, Bermejo, etcétera, en el combate de Barrios; en la sorpresa del Tejar, en Puesto del Marqués, en Mochara y en la derrota de Sipe- Sipe, donde el regimiento, al mando del Teniente Coronel Juan Ramón Rojas, salvó con su arrojo y valor el honor de la triste jornada.

    Mientras el 1 y 2º escuadrón combatían en el Alto Perú, el resto del regimiento, al que ya se le había agregado el 4º escuadrón, a órdenes del Teniente Coronel José Matías Zapiola queda en tareas de reorganización e instrucción en la Capital.

    Prontamente, sin embargo, habrían de embarcarse rumbo a la Banda Oriental a reforzar el ejército de Oriente.

    El 22 de junio de 1814 el 3º y 4º escuadrón de los granaderos entraban en la Plaza Fuerte de Montevideo a la cabeza de la columna vencedora.

    Lo importante de esta campaña, como anota Félix Best, es que…"ningún otro suceso podía valer tanto para la seguridad de la independencia como la rendición de Montevideo, que era como cerrar para siempre a España las aguas del Río de la Plata, única vía por donde podría alcanzar a tocar Buenos Aires, centro y corazón de la causa de la independencia en toda América del Sur.

    "Salvada la capital, sobre cuya energía reposaba la independencia de Chile y Perú, todo podía venir mal, que ya encontrarían los invasores, ejércitos y pueblos que los obligarían a retroceder. La rendición de Montevideo salvó a la capital de las provincias argentinas y a la América del Sur."

    LA GRAN HAZAÑA

    A mediados de agosto llegan a Mendoza el 3º y 4º escuadrón que habían intervenido en la campaña de la Banda Oriental.

    Llegaban a los bordes mismos de la cordillera, donde durante un año se prepararían para vencer, no solamente al adversario realista, sino a aquella mole gigantesca que aparecería imperturbable e imposible ante la audacia increíble de aquellos hombres. Mitre ha definido con palabras precisas todo ese planeamiento realizado por San Martín para preparar la epopeya.

    "La organización del Ejército de los Andes – dice- es uno de los hechos más extraordinarios de la historia militar. Máquina de guerra armada pieza por pieza, todas sus partes componentes respondían a un fin, y su conjunto a un resultado eficiente de antemano calculado. Arma de combate forjada por el uso diario se dobla elásticamente, pero no se quiebra jamás."

    Al terminar el año 1816 el Regimiento de Granaderos se halla en perfectas aptitudes de comenzar la empresa. Tonificados por la dura instrucción, persuadidos de su propio valor, sólo esperan la orden de atravesar aquellas montañas inmensas, sabiendo que luchaban por la libertad de otros pueblos hermanos y sin saber si volverían o quedarían sus huesos jalonando los caminos de marcha.

    El día 5 de enero de 1817, ante el pueblo entero de Mendoza, los soldados del Ejército de los Andes juran a la Virgen Generala y a la Bandera de los Andes, simbolizando con aquel solemne acto el espíritu de la epopeya que iniciaban, conciliando la fe de un pueblo con el pabellón de una empresa que amparaba, bajo los pliegues generosos, el sentimiento fraterno de libertad que inspiraba a los soldados argentinos.

    En aquel solemne acto el General San Martín, después de colocar el bastón de mando de general a la Virgen del Carmen de Cuyo, se dirige a la tropa exclamando:

    "Soldados, ésta es la primera bandera independiente que se bendice en América."

    El 17 de enero daba comienzo la gran hazaña. El Regimiento forma parte de aquel glorioso Ejército de los Andes, bajo las órdenes del Coronel Zapiola, integrado por 4 jefes, 55 oficiales y 742 hombres de tropa.

    Conforme al plan preparado por San Martín el grueso del Ejército de los Andes cruzaría por el paso de los Patos. El 3º y 4 escuadrón del regimiento, juntamente con otros efectivos, formaban parte de la vanguardia a órdenes del Brigadier Miguel Soler, que se pone en movimiento a partir del 19 de enero, mientras que el resto del regimiento, a órdenes del Coronel Zapiola, lo haría con el grueso de la columna a partir del 23 de enero.

    No habían terminado de desembocar al otro lado de la cordillera cuando ya los nombres de Achupallas y Las Coimas ingresaban al historial de glorias del regimiento.

    La vieja preocupación del general San Martín sobre el pasaje de los Andes, elocuentemente manifestada en aquella carta que meses antes le había escrito a Guido: "Lo que no me deja dormir es, no la oposición que puedan hacerme los enemigos, sino el atravesar estos inmensos montes…", quedaba superada al vencer con todo éxito las columnas del ejército patriota los difíciles caminos cordilleranos.

    La primera parte de la hazaña estaba cumplida. Habían vencido a los elementos naturales: piedras, frío, alturas, distancias, rigurosidades, señalando un hito en la historia mundial de los grandes hechos. Adelante quedaba un ejército de bravos, intacto en sus fuerzas, pronto a defender lo que creía sus derechos con la bizarría que caracterizaba al hispano. Les cabría a los sables, lanzas y terceronas de aquellos bravos escribir la página heroica de la libertad de Chile.

    POR LA LIBERTAD EN TIERRAS DE CHILE

    El 12 de febrero de 1817, hace 150 años, Chacabuco marca el primer jalón del largo camino de heroicidades que cumplirían los granaderos en tierra americana.

    La sencillez del parte de la victoria de San Martín resume toda la valentía e importancia de los granaderos en la batalla:" El Coronel Zapiola -expresa- al frente de los escuadrones 1º, 2 y 3 , con sus comandantes Melián y Medina rompe su derecha; todo fue un esfuerzo instantáneo."

    Y más adelante, agrega:

    "Entre tanto los escuadrones mandados por sus intrépidos comandantes y oficiales cargaban del modo más bravo y distinguido, toda la infantería quedó rota y deshecha, la carnicería fue terrible y la victoria completa y decisiva."

    Persiguen al enemigo y al frente de las tropas entran en Santiago de Chile. Pero el realista no estaba vencido del todo y con encomiable espíritu sigue la lucha. Comienza luego la campaña del Sur de Chile, donde interviene primeramente el 3er. escuadrón, al mando de Melián y Medina y, posteriormente con el 4 escuadrón, a órdenes de Freyre, escriben nuevas páginas de honor.

    Así en Curapaligüe, Gavilán, El Manzano, Talcahuano y otros combates de menor monta, los bravos granaderos hacen sentir al realista el filo de sus corvos, sin que por las características de la zona de operaciones y las fuerzas en presencia se pueda librar la batalla decisiva que consolide la libertad de Chile.

    La situación a principios del año 1818 no era, por cierto, nada halagüeña para los efectivos patriotas. El ejército, fraccionado en dos grandes núcleos, uno en el Sur, a las órdenes de O'Higgins y el otro en Las Tablas, bajo el mando directo de San Martín, podía ser derrotado por partes, apenas el ejército español contase con efectivos mayores.

    El desembarco de importantes tropas realistas al mando de Osorio en Talcahuano determinó al fin a San Martín a buscar la reunión de sus fuerzas y derrotar en batalla decisiva a los españoles.

    Los movimientos de ambos ejércitos conducen a los llanos de Maipú, con el antecedente inmediato de la sorpresa de Cancha Rayada, el 19 de marzo, que deja en difícil situación al ejército de San Martín.

    Sin embargo, el genio del organizador y del estratego salva – caso único en la historia militar- la desventaja de la derrota anterior conquistando en Maipú, el 12 de abril de 1818, la definitiva libertad del Estado chileno.

    En aquella batalla nuevamente los granaderos cargan una y otra vez derrotando completamente a la caballería enemiga a la que persiguen destrozándola totalmente.

    Nada queda de aquel ejército de bravos que derrotaron a las tropas napoleónicas, en situación de resistir el embate de los patriotas.

    La batalla está ganada y el bravo Brigadier chileno O'Higgins llega, todavía sangrante de su herida de Cancha Rayada, para abrazar a San Martín, mientras exclama: "Gloria al salvador de Chile".

    Les tocaría a los Granaderos a Caballo consolidar el notable triunfo de Maipú que la valentía hispana se negaba a reconocer como definitivo, esperanzada en la acción de insurgentes en el sur de Chile y los refuerzos que podrían venir por mar desde el Perú.

    A la persecución de los realistas, luego del triunfo del 5 de abril, deben agregar la misión de iniciar una campaña de limpieza de los restos del enemigo que apresuradamente se reorganizan en el sur del territorio. Así cobran nuevamente valor los nombres de Parral, Quirihue, Chillán, Arauco, Bio-Bio, Santa Fe, San Carlos y otros combates menores pero de enorme gloria para los granaderos a caballo. Los nombres de Zapiola, su jefe, O'Brien, Caxaraville, Brandsen, Viel, Escalada, Ramallo, Pacheco y muchos otros, son nombrados con asiduidad en los partes de guerra.

    Los sufrimientos padecidos por el regimiento en ese año de 1818 son indescriptibles. No solamente debieron luchar con un enemigo de carne y hueso, sino contra la naturaleza difícil de ese teatro de operaciones.

    El parte que el 18 de setiembre de 1818 eleva San Martín es elocuente pues el Libertador no era de los jefes que acostumbraban quejarse o dejarse dominar por sentimientos o incomodidades del servicio. "El Regimiento de Granaderos a Caballo que en todo el invierno se ha mantenido sobre el sur del Maule, en observación del enemigo, se encuentra enteramente desnudo…", sin que esa terrible situación pueda afectar el honroso cumplimiento del deber.

    Entre tanto, las noticias provenientes de la Península no eran nada halagüeñas, ante la perspectiva del envío de una colosal expedición destinada a aplastar definitivamente la revolución sudamericana.

    En el orden interno tampoco las cosas marchaban bien para el gobierno nacional que, ante el cúmulo de hechos, resuelve el regreso de los efectivos del Ejército de los Andes al propio territorio para reforzar su posición ante la anarquía reinante en el país.

    Esta resolución llena de intranquilidad y consternación a argentinos y chilenos que veían, con esta nueva variante, alejarse las posibilidades de la expedición al Perú, peligrar todo el sur chileno aún convulsionado y terminar enfrascándose los efectivos del ejército en una estéril lucha de facciones.

    A pesar del retardo e inconvenientes puestos por San Martín debe cumplimentarse el repaso de la cordillera por determinados efectivos y entre los cuales se contaba el Regimiento de Granaderos a Caballo.

    Acantonado en Curimón inicia la marcha de regreso con el 1º, 2º y 3er. escuadrón, el 27 de abril de 1819, mientras el 4 escuadrón quedaba en Chile para escribir nuevas hazañas al brillante historial del regimiento.

    Después de diversas vicisitudes, el regimiento establece su campamento en las chacras de Osorio, situado a dos leguas de la ciudad de San Luis.

    Allí permaneció desde principios de junio de 1819 organizándose e instruyéndose hasta días después de la sublevación de Arequito, el 8 de enero de 1820, en que se resuelve su marcha a Mendoza. La reunión de los efectivos de la división finaliza el 25 de febrero, poniéndose inmediatamente en marcha para repasar, otra vez, la cordillera de los Andes.

    El 12 de marzo llegaba el regimiento a la hacienda de Valenzuela, distante una legua de Rancagua, donde se alojó hasta la primera quincena de marzo. Es trasladado posteriormente a Quillota, donde queda hasta el 13 de agosto, dirigiéndose luego a Valparaíso, donde habría de embarcarse con destino al Perú.

    POR LA LIBERTAD EN TIERRAS DE PERU Y COLOMBIA

    Con la independencia de Chile se había cumplido con singular éxito la primera etapa del plan sanmartiniano. Si difícil había sido el cruce de la mole imponente de los Andes y la derrota del realista, allende la cordillera, no iba a ser menos ardua la ejecutoria de la campaña en tierras del Perú. Era necesario vencer primero la bravura del océano Pacífico y la escuadra realista para recién empezar a moverse en una zona de disímiles características y donde el español contaba con importantes y veteranas tropas de combate. Atrás, la patria empezaba a desangrarse a causa de las disensiones internas, mientras la anarquía devoraba esfuerzos que debían estar sólo al servicio de la libertad de América.

    La indeclinable voluntad e inteligente percepción del Gran Capitán iba a salvar con su decisión el destino del nuevo mundo.

    La expedición libertadora al Perú, fuerte en 4.430 hombres, se hacía a la mar el 20 de agosto de 1820, en 8 buques de guerra, 16 transportes y 11 lanchas cañoneras.

    Formando parte de la división de los Andes iba el Regimiento de Granaderos a Caballo al mando del Coronel don Rudecindo Alvarado con un efectivo de 1 coronel; 2 tenientes coroneles; 1 sargento mayor; 3 ayudantes; 2 abanderados; 6 capitanes; 11 tenientes primeros; 4 subtenientes; 20 sargentos primeros; 12 trompetas; 29 cabos primeros y 330 soldados, siendo en total 391 hombres.

    Desembarcados en la bahía de Paracas, a partir del 8 de setiembre, los efectivos de granaderos toman inmediata posesión de los dos pueblos de Alto y Bajo Chincha. Conforme al plan de operaciones dispuesto por el Libertador, el Coronel Mayor Alvarez de Arenales inicia, con efectivos aproximados a los 1.200 hombres, la Primera Campaña de la Sierra por Huancavélica a Jauja, a partir de los primeros días de octubre de 1820. Participa en ella una compañía de 50 granaderos, al mando del Capitán Juan Lavalle, la cual se bate con increíble denuedo en las acciones de Nazca, Jauja y Paseo, terminando con las fuerzas realistas del Brigadier O'Reilly, después de cubrir 203 leguas por zonas y caminos desérticos.

    Mientras tanto, San Martín se hace nuevamente al mar con su ejército, desembarcando en el puerto de Huacho (unos 150 kilómetros al norte del Callao) para dirigirse al interior del país con la intención de tomar contacto con la división de Arenales, luego de haber cortado las comunicaciones de los españoles en el Norte.

    A fines de noviembre el Regimiento de Granaderos al mando de Alvarado inicia la marcha hacia el Sur. Una partida de 18 granaderos al mando del Teniente don Pascual Pringles es adelantada hacia Chancay a efectos de tomar contacto con el Batallón Numancia, del cual se había recibido informes que se pasaría a las filas patriotas en razón de estar integrado en su mayor parte por americanos. Sorprendido Pringles por tres escuadrones que le cierran los caminos, luego de cargarlos infructuosamente, hecho en que tiene tres muertos y once heridos, antes de caer prisionero resuelve arrojarse al mar seguido por cuatro granaderos.

    El general Mansilla, en emotivas palabras, capta aquel tremendo momento en que el joven Teniente no vacila en dar su vida ante la vergüenza de ser copado. "No les importa a Pringles ni a sus fieles compañeros -dice- la derrota sufrida; tienen la conciencia de que han combatido con una osadía homérica".

    Es la idea de caer prisioneros lo que se les presenta como un baldón eterno. Pero no quieren concederle al enemigo ni la satisfacción de tomarlos, ni el orgullo de matarlos. ¿Qué hacer, pues? Arrojarse con sus cuatro granaderos a las profundidades del mar. Así lo hicieron sin vacilar un punto siquiera cuando el instante solemne llegó. Las olas recibieron a los cinco granaderos montados en sus incansables corceles.

    La providencia los salvó, y los españoles, a fuerza de gentiles, mandaron acuñar cinco medallas que más tarde enviaron a Pringles. Leíase en ellas esta inscripción: «La patria a los vencidos, vencedores de Pescadores». Entre tanto, el ejército colombiano al mando de Sucre en Guayaquil, pide refuerzos a San Martín para poder resistir con éxito la acción de las tropas españolas. El Libertador, cuya única mira es la independencia total de los nuevos Estados americanos, ordena la concurrencia de una división al mando del Coronel Andrés de Santa Cruz en la que forma un escuadrón de granaderos a caballo al mando del Sargento Mayor don Juan Lavalle. El 21 de abril de 1821 noventa y seis granaderos escriben una de las páginas más heroicas en la historia de la caballería.

    La llaneza del parte elevado por Lavalle es demostración elocuente del temple moral y de la fibra humana de aquellos héroes. Dice, en su parte principal, lo siguiente:

    "RÍO BAMBA, Abril 25 de 1822.

    "Excmo. Sr. el día 21 del presente se acercaron a esta villa las divisiones del Perú y Colombia y ofrecieron al enemigo una batalla decisiva. El primer escuadrón del Regimiento de Granaderos a Caballo de mi mando marchaba a la vanguardia descubriendo el campo y observando que los enemigos se retiraban, atravesé la villa y a la espalda de una altura, en una llanura me vi repentinamente al frente de tres escuadrones de caballería fuerte de ciento veinte hombres cada uno, que sostenían la retirada de su infantería; una retirada hubiera ocasionado la pérdida del escuadrón y su deshonra y era el momento de probar en Colombia su coraje, mandé formar en batalla, poner sable en mano, y los cargamos con firmeza.

    "El escuadrón que formaba noventa y seis hombres parecía un pelotón respecto de cuatrocientos hombres que tenían los enemigos; ellos esperaban hasta la distancia de quince pasos poco más o menos cargando también, pero cuando oyeron la voz de degüello y vieron morir a cuchilladas tres o cuatro de sus más valientes, volvieron caras y huyeron en desorden, la superioridad de sus caballos los sacó por entonces del peligro con pérdida solamente de doce muertos, y fueron a reunirse al pie de sus masas de infantería.

    "El escuadrón llegó hasta tiro y medio de fusil de ellos y, temiendo un ataque de las dos armas, lo mandé hacer alto, formarlo y volver caras por pelotones; la retirada se hacía al tranco del caballo cuando el general Tobra puesto a la cabeza de sus tres escuadrones los puso a la carga sobre el mío. El coraje brillaba en los semblantes de los bravos granaderos y era preciso ser insensible a la gloria para no haber dado una segunda carga.

    "En efecto, cuando los cuatrocientos godos habían llegado a cien pasos de nosotros, mandé volver caras por pelotones, y los cargamos por segunda vez: en este nuevo encuentro se sostuvieron con alguna más firmeza que en el primero, y no volvieron caras hasta que vieron morir dos capitanes que los animaban. En fin, los godos huyeron de nuevo arrojando al suelo sus lanzas y carabinas y dejando muertos en el campo cuatro oficiales y cuarenta y cinco individuos de tropa. Nosotros nos paseamos por encima de sus muertos a dos tiros de fusil de sus masas de infantería hasta que fue de noche y la caballería que sostenía antes la retirada de su infantería fue sostenida después por ella."          Consecuencia de ello el gobierno del Perú, en honor de estos valientes decretó que todos los jefes, oficiales y soldados del primer escuadrón del Regimiento Granaderos a Caballo de los Andes, que tuvieron parte en la gloriosa jornada del 21 de abril pasado en Río Bamba llevarán en el brazo izquierdo un escudo celeste entre dos palmas bordadas, con esta inscripción en el centro: "El Perú al Heroico Valor en Río Bamba".

    Este escudo y el nombre de Río Bamba lo lleva actualmente el primer escuadrón del Regimiento. Así mismo, por decreto del Poder Ejecutivo Nacional Nº 1782, del 20 de febrero de 1962, se impuso a los restantes escuadrones del regimiento las siguientes denominaciones que ya venían usando conforme a la tradición, conquistadas en los campos de batalla. Así, se denomina Junín al 2º escuadrón, San Lorenzo al 3º; Maypo al 4º; Chacabuco al 5º y Ayacucho al 6º.

    Estos escuadrones llevan en su brazo izquierdo los siguientes escudos, oportunamente otorgados en el campo de batalla: el escuadrón Junín el "Escudo de Mirabe"; el escuadrón San Lorenzo el "Escudo de Caranpangue"; el escuadrón Maypo el "Escudo de Maypo"; el escuadrón Chacabuco el "Escudo de Chacabuco" y el escuadrón Ayacucho el "Escudo de Junín y Ayacucho."

    Siguen los granaderos peleando con todo fervor por la libertad de tierras hermanas. Se encuentran en la victoria de Pichincha y entran en Quito como un año antes lo habían hecho en Lima. Intervienen en la Primera Expedición a Puertos Intermedios con un escuadrón al mando del Sargento Mayor José Soler, y también en la segunda e infortunada expedición donde a fuerza de valor salvan el honor argentino en los desastres de Torata y Moquegua.

    Producida la abdicación y retiro del General San Martín del escenario americano aquellos valientes que formara a su imagen y semejanza combaten al lado de colombianos y peruanos, bajo las órdenes de Bolívar, en las dos últimas grandes batallas de la emancipación continental.

    Están presentes en las pampas de Junín, en agosto de 1824, bajo el mando de Bruix, acompañando con su galope furibundo la carga gloriosa de Isidoro Suárez, como también lo están, aunque no se los nombre expresamente en el parte de la victoria, cargando en Ayacucho, en diciembre de ese mismo año, en el epílogo del dominio español en América.

    Ya nada más quedaba por hacer. Habían hecho tres naciones y contribuido a la formación de otros tantos Estados, sin alardes ni posturas, con la misma sencillez con que ensayaban los movimientos de combate en el viejo y lejano cuartel del Retiro. Volverían anónimamente, como cuando emprendieron el camino de la epopeya. Muchos quedaron sin saber dónde murieron, teniendo como mortaja el cielo azul y como sepulcro la tierra fragosa de los Andes.

    Los hombres pronto los olvidarían pero nunca esa América que había vitalizado su nacimiento con aquella sangre generosamente derramada, para ofrecerse al mundo como esperanza de fe y de libertad.

    DE REGRESO A LA PATRIA

    Ya había terminado la gesta con la resonante victoria de Ayacucho. El General Cirilo Correa, jefe de la División de los Andes, se dirige desde Lima, con fecha 10 de enero de 1825, al Ministro de Guerra y Marina de las Provincias Unidas del Río de la Plata… "en precaución de las circunstancias que pudieran sobrevenir y anheloso por el bien de mi patria me dirijo a vuestra señoría como jefe que fui encargado últimamente de la división para que consultándolo al supremo gobierno se sirva comunicar sus órdenes sobre el particular por el conducto más conveniente."

    En la misma carta plantea la situación del Regimiento que había quedado a las órdenes del general Bolívar, expresándose en términos laudatorios, con las siguientes palabras: "Este cuerpo, que concurrió a la memorable jornada de Junín, bajo las órdenes del señor Coronel Bruix ha continuado luego a las del Sargento Mayor Bogado unido a la columna de caballería del Ejército Libertador y habiéndose sostenido con honor algunos encuentros en su marcha, se ha encontrado en la célebre batalla de Ayacucho que ha libertado absolutamente al Perú del dominio español."

    Luego de Ayacucho el General Sucre destina al Regimiento a la zona de Huanta, desde donde iniciaría posteriormente el regreso a la patria. En las comunicaciones que hace el vencedor de Ayacucho se habla en tono hiriente del Regimiento a las órdenes del Coronel Bogado. La justicia histórica, más fuerte que la pasión de los hombres, no ha necesitado en este caso salir a la palestra a defender con argumentos o pruebas el honor de un regimiento cuya foja de servicios se confunde con la historia heroica de la libertad de América.

    El Regimiento de Granaderos estacionado en Huanta marcha, por orden de Bolívar, hasta Arequipa a donde arriba el 18 de marzo de 1825. En dicha zona el Prefecto recibe la orden del Libertador del Norte de ajustar los sueldos correspondientes al mes de febrero a los granaderos que se encontraron en la batalla de Ayacucho, y la de contratar un buque para llevar al puerto de Valparaíso sólo a aquel personal militar que sea oriundo de las Provincias Unidas del Río de la Plata.

    A fines del mes de junio el centenar de hombres que forma el regimiento se embarcan en el bergantín "Perla", en el puerto de Ilo, llegando al puerto de Valparaíso el 10 de julio de 1825. Con fecha 22 de julio, el Coronel Bogado eleva desde Santiago de Chile el estado de las fuerzas "… que componen el resto del regimiento a mi mando, quienes por su constancia y fidelidad al pabellón nacional durante la larga campaña del Perú tienen la gloriosa satisfacción de volver a su patria, después de haber sellado la independencia, en la memorable batalla de Ayacucho." La triste situación económica en que se halla el Regimiento induce al Coronel Bogado a solicitar el apoyo correspondiente al antiguo oficial del regimiento don Ramón Freyre, en ese entonces Director Supremo de Chile, quien entrega, ante la carencia de fondos del Estado, cien pesos de su peculio personal, los cuales se le devuelven de inmediato al conocer Bogado que el General Martínez era quien debía proporcionarles los medios que necesitasen. A las angustias económicas para el pago de los sueldos, como para el racionamiento, se agrega la carencia de vestuario que motiva un urgente pedido del General Martínez, con fecha 9 de octubre, para la confección de uniformes…"…dado el estado de desnudez en que se encuentra la tropa."

    Resuelto el pasaje de la cordillera apenas se abrieran los pasos, el movimiento se inicia por destacamentos a partir del 6 de diciembre, llegando a Mendoza unos días después. Con fecha 31 de diciembre el comisario de guerra pasa la revista reglamentaria, cuya histórica copia contiene los nombres de todos aquellos valientes granaderos que regresan a la patria. Al fin, el 13 de enero de 1826 se inicia la marcha a Buenos Aires, la cual se hizo en veintitrés carretas. En silencio, invencibles, cruzados de cicatrices, cargados de glorias llegan a Buenos Aires, el 13 de febrero de 1826, los restos del Regimiento de Granaderos a Caballo de los Andes, después de trece años de intenso batallar por los campos de medio continente para concretar la libertad de las naciones de América.

    Volvían al viejo cuartel de Retiro los efectivos de los escuadrones 1º, 2º y 3º, que en Junín y Ayacucho habían contribuido a consolidar la definitiva derrota de las fuerzas realistas.

    Volvía también el espíritu del 4º escuadrón, que a las órdenes del Comandante Viel había escrito, en el sur de Chile, páginas inimaginables de valor en la afirmación de la independencia del hermano país, allende los Andes. Volvía, a las órdenes del Coronel don José Félix Bogado, aquel paraguayo que, prisionero de los realistas, es canjeado luego de San Lorenzo y se incorpora como recluta el 11 de febrero de 1813, juntamente con otros seis valientes que cumplieron toda la epopeya.

    Volvían, junto con su Jefe, el Sargento Ayudante Paulino Rojas, dado de alta el 2 de marzo de 1814; el Capitán Francisco Olmos, de alta el 12 de setiembre de 1812; el Sargento Segundo Patricio Gómez, de alta el 1º de marzo de 1813; el Sargento 2º Damasio Rosales, de alta el 23 de setiembre de 1812; el Sargento 2º Francisco Bargas, el 23 de setiembre de 1812; y el trompa Miguel Chepoya, en el año 1813, además de 72 valientes más incorporados en las diversas etapas de la dilatada campaña del regimiento.

    HISTORIA DE LA SEGUNDA EPOCA

    El regimiento, disuelto en 1826, justamente al terminar la guerra de la emancipación, no participaría, por dicha circunstancia, en las guerras internacionales ni en las contiendas internas que asolaron al país.

    El espíritu que animó al Santo de la Espada en toda su vida, de no mezclarse jamás en las luchas civiles ni en participar en otra guerra que no fuese destinada a lograr la libertad de la propia patria y de otras naciones del continente, por esos avatares del destino, se había transmitido incólume al Regimiento de Granaderos, que podía ostentar con legítimo orgullo tan preciado antecedente, no dado a ninguna otra unidad militar.

    A principios del siglo el General Ricchieri, uno de los más grandes visionarios y ejecutores de la necesaria modernización del Ejército en todos sus aspectos, conciliaba aquella idea de progreso con la justa medida de respeto a las antiguas tradiciones que habían dado gloria a la institución armada en todo su brillante historial.

    RECREACION DEL REGIMIENTO

    De su propio puño, en un documento que se atesora en la sala histórica de la unidad, escribió el borrador del decreto de recreación del Regimiento que se promulgó, con fecha 23 de mayo de 1903, con la firma del Presidente Roca.

    El referido decreto expresa lo siguiente:

    "Buenos Aires, mayo 25 de 1903.

    "Considerando conveniente conservar en el Ejército de la Nación la representación del glorioso Ejército de la Independencia mediante la reorganización de uno de sus cuerpos más beneméritos. El Presidente de la República DECRETA:

    Artículo 1º Queda reconocido como cuerpo permanente del Ejército, el regimiento de movilización creado por resolución ministerial del 3 de febrero del corriente año, el cual se denominará en homenaje a su antecesor "Regimiento de Granaderos a Caballo".

    Artículo 2º El Regimiento de Granaderos a Caballo usará en las formaciones de parada el uniforme histórico del Regimiento de la Independencia y tomará la derecha sobre los otros regimientos del arma."

    La resolución ministerial a la que se refiere el decreto establecía en su artículo 1º que… "con los contingentes de 15 conscriptos de dos años, elegidos provenientes de cada una de las provincias y de la Capital Federal, y con los contingentes igualmente elegidos suministrados por los territorios federales todos los que se encuentran concentrados ya en esta capital se constituirá una unidad especial de caballería la que será adscripta, como unidad de movilización, al Regimiento 8 del arma, en el Campo de Mayo."

    Actualmente se sigue manteniendo esta antigua disposición, siendo el Regimiento la única unidad del Ejército que incorpora conscriptos provenientes de todas las provincias del país, además de tres ciudadanos oriundos de Yapeyú, como una expresión de la integralidad de que el sentimiento sanmartiniano abarca a toda la nacionalidad, sin excepciones.

    Como dato de interés cabe consignar que la reglamentación de la ley orgánica del Ejército establece que el referido personal, además de ser alfabeto, debe tener… "buena conformación y apariencia física, estatura superior a 1,75 Mts. y que sepan andar a caballo."

    Así mismo, sigue en vigencia aquella disposición que determina la procedencia del cuerpo de formar a la derecha sobre todos los otros regimientos del arma como un homenaje a la más querida y significativa de las unidades de caballería, circunstancia que explica la razón de su ubicación en los desfiles, paradas y ceremonias.

    SUCESIVAS DENOMINACIONES DEL REGIMIENTO

    Tres años más tarde de su recreación, en razón de ser… "conveniente mantener en el Ejército el nombre del Regimiento de Granaderos a Caballo, a fin de perpetuar la tradición gloriosa que nos legara por su bizarra actuación en las campañas que dieron por resultado la independencia americana…" según reza el considerando del decreto promulgado por el Presidente Figueroa Alcorta, siendo Ministro el General Campos, se resuelve en el artículo 1º que:

    "El Regimiento 1º de Caballería de Línea se denominará Regimiento 1º de Línea, Granaderos a Caballo, debiendo este cuerpo en las formaciones de gala a que concurra usar el uniforme tradicional de aquel benemérito cuerpo". Al año siguiente, por otro decreto del Presidente Figueroa Alcorta, siendo Ministro de la Guerra el General Aguirre, con fecha 17 de julio de 1907 se designa…"al Regimiento Nº 1 Granaderos a Caballo escolta presidencial, debiendo conservar el uniforme que actualmente tiene en uso."

    Esta misión de escolta presidencial que viene cumpliendo ininterrumpidamente desde hace sesenta años, se efectúa en todas las ceremonias oficiales a las que concurre el presidente de la Nación.

    También especifica al respecto el reglamento de ceremonial respectivo:

    "Le corresponde el servicio de escolta al personal diplomático acreditado ante el gobierno, cuando concurre a presentar credenciales al Poder Ejecutivo."

    Involucra también el servicio en la Casa de Gobierno, efectuado por una guardia especial al mando de un oficial, que tiene por misión rendir los honores correspondientes al primer magistrado y formar los cordones de honor en toda ceremonia que se realiza en la Casa Rosada.

    Así mismo, le corresponde como obligación apostar diariamente centinelas en el mausoleo del General San Martín en la Catedral Metropolitana, como exclusivamente las guardias de honor en el monumento al prócer, en plaza San Martín, en los aniversarios patrios.

    La seguridad personal del Presidente de la República constituye otra de las misiones básicas que cumple el Regimiento, apostando semanalmente efectivos del orden de un escuadrón en Casa de Gobierno y residencia presidencial de Olivos.

    Con referencia al uniforme, según el referido decreto, corresponde el uso de las siguientes prendas:

    Morrión: azul negro con el escudo nacional de bronce dorado al frente, coronado por la escarapela y llevando al pie la leyenda: "Libertad y Gloria".

    Pompón y cordones de lana roja para la tropa. Cordón de oro para jefes.

    Casaca de paño azul gris: con cuello y vivos rojos, en el cuello y faldones, granadas amarillas la tropa; de oro para los oficiales.

    Charreteras de lana para la tropa. Del modelo general para los oficiales; pero con flecos para todos. Pantalón de paño azul gris con una franja roja. Botas granaderas. Banderola, cinturón y dragona para tropa. Banderola, cinturón, faja y dragonas de plata para los oficiales. Espuela de bronce, con pilhuelo en S.         El 31 de octubre de 1911 se dicta un decreto por el cual el Regimiento 1º de Línea Granaderos a Caballo pasará a denominarse " Regimiento de Granaderos a Caballo ", en razón de que la anterior denominación no estaba de acuerdo con los fines expresados en el decreto de reorganización del segundo Cuerpo, por cuanto vendría a concentrar en una sola unidad la denominación de dos regimientos.

    En el año 1918 el presidente Yrigoyen, siendo Ministro de la Guerra Elpidio González, considerando que era un acto de justicia expresar el nombre del Gran Capitán y fundador del regimiento que tantas glorias conquistara, decreta que a partir del 23 de marzo de ese año el Regimiento de Granaderos a Caballo se denominará además " General San Martín ", nombre que actualmente ostenta.

    Queda siempre en pie la idea de que al Regimiento cabría denominarlo justicieramente Regimiento Granaderos a Caballo de los Andes General San Martín, conciliando así razones espirituales e históricas.

    Durante esta segunda época, el regimiento inicialmente tuvo su cuartel en Liniers juntamente con el Regimiento 8 de Caballería. Posteriormente en 1908 pasó al predio situado entre el Hospital Militar Central y la Escuela Superior de Guerra, limitado por las calles 3 de Febrero y Cabildo al Sudoeste y Av. Luis M. Campos al Nordeste. Ha prestado escolta a numerosos jefes de Estado que han visitado el país y semanalmente, en términos de un escuadrón, escolta a los embajadores de los países amigos que concurren a presentar sus cartas credenciales al Presidente de la República.

    También ha salido fuera de las fronteras, en misión siempre de confraternidad, estando presente en la inauguración de las estatuas ecuestres levantadas al Libertador en Francia, en España, en Perú, en Chile y en Uruguay.

    El viejo cuartel de Palermo ha visto pasar 63 clases, que han vestido el glorioso uniforme de granaderos cumpliendo siempre con equidad, patriotismo y legítimo orgullo la consigna de aprender a defender la patria.

    En ese mismo cuartel, en el Gran Hall de los Símbolos Sanmartinianos, juntamente con la Bandera de Guerra del regimiento y la Bandera del Ejército de los Andes, con la venerada imagen de la Virgen Generala Nuestra Señora del Carmen de Cuyo y los cofres de plata conteniendo tierra de Yapeyú, el solar nativo del Libertador, y de San Lorenzo, el bautismo de gloria de los granaderos, se encuentra a la veneración de todos los argentinos el sable corvo del Gran Capitán.CONDECORACIONES OTORGADAS

    En reconocimiento a sus indiscutidos méritos en la lucha tenida por la propia y ajena libertad, la bandera de guerra del regimiento lleva en su corbata varias condecoraciones otorgadas por países amigos:

    1. Condecoración "Abdón Calderón" de 1º clase, otorgada "al pabellón del Regimiento de Granaderos a Caballo General San Martín" por el gobierno de la República del Ecuador mediante decreto 262, fechado en Quito, el 5 de febrero de 1955, firmado por el Presidente Velazco Ibarra.

    2. Condecoración "CRUZ DE LAS FUERZAS TERRESTRES VENEZOLANAS" en su 1º clase al "Estandarte del Regimiento de Granaderos a Caballo General San Martín", por el gobierno de la República de Venezuela conforme al voto favorable de la orden, fechado en Caracas el 19 de noviembre de 1960, firmado por el Presidente Betancourt.

    3. Condecoración "ORDEN MILITAR DE AYACUCHO", en el grado de Caballero a la "Bandera de Guerra del Regimiento Granaderos a Caballo General San Martín", por el gobierno de la República del Perú, conforme a lo dispuesto en el artículo 3º de la ley 7.563, fechada en Lima el 26 de julio de 1961, firmada por el Presidente Prado.

    4. Condecoración "CRUZ DE PLATA" de la "ORDEN DE BOYACÁ", otorgada a la "Bandera de Guerra del Regimiento de Granaderos a Caballo General San Martín", por el gobierno de la República de Colombia, mediante decreto 1.836, fechado en Bogotá el 15 de julio de 1965, firmada por el Presidente Valencia.

    5. Condecoración de la "ORDEN NACIONAL AL MÉRITO", en el grado de oficial al "Pabellón del Regimiento de Granaderos General San Martín" por el gobierno de la República del Ecuador mediante decreto 514, fechado en Quito en el Palacio Nacional el 19 de mayo de 1967, firmado por el Presidente Arosemena Gómez.

    MONUMENTO A LOS GRANADEROS DE SAN MARTIN

    Resulta interesante señalar que desde hace muchísimos años existe una ley nacional que ordena la construcción de un monumento conmemorativo al Regimiento Granaderos a Caballo.

    La iniciativa surgió a fines del siglo pasado, con motivo de realizar el pueblo de Buenos Aires un sentido homenaje al general don Eustaquio Frías, el último sobreviviente de los guerreros de la Independencia.

    En aquella oportunidad, el 9 de julio de 1890, se le entregó al citado general una plaqueta rodeada de laureles de oro y plata y la suma de 2.537 pesos que restaron de la colecta pública realizada para concretar su homenaje. Dicho dinero fue entregado al club de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires a los efectos de que sirviera de base para la erección de un monumento a los Granaderos a Caballo, el que se encuentra depositado en una cuenta especial en el Banco de la Nación.

    En 1917, con motivo de cumplirse el centenario del Paso de los Andes se promulgó la ley 10.087 disponiendo la construcción del referido monumento en la plaza San Martín, depositándose en el lugar señalado un cofre conteniendo copia de la ley y diversos documentos.

    La euforia patriótica de aquella celebración pronto quedó olvidada hasta que en 1956, con motivo de la remodelación de la plaza San Martín, se encontró dicho cofre, el que actualmente se encuentra depositado en el museo Saavedra.

    El 14 de septiembre de 1959 el Honorable Consejo Deliberante de la ciudad de Buenos Aires dispuso, por resolución 15.577, arbitrar los medios para llevar adelante esa obra. Actualmente el Poder Ejecutivo Nacional tiene en sus manos la resolución al respecto a través de la Secretaría de Cultura y Educación de la Nación.

    No nos corresponde ensayar, por razones obvias, la defensa de aquella iniciativa, tantas veces postergada. Sólo nos cabe recordar aquellas sabias palabras del Presidente Avellaneda, que al ver cómo se iba integrando la República con cada vez mayores caudales de población de distintas nacionalidades expresara:

    "Los pueblos que olvidan sus tradiciones pierden la conciencia de sus destinos y los que se apoyan sobre sus tumbas gloriosas son los que mejor preparan el porvenir."

    También, dentro del predio del regimiento está en proyecto levantar un sencillo monumento recordatorio de los granaderos muertos en el cumplimiento de su deber, desde 1813 hasta nuestros días.

    Este se materializará con la reproducción en tamaño natural del sencillo bronce que representa un altivo granadero en posición de descanso, donde se lee, en el basamento, la inscripción "DE BUENOS AIRES A QUITO". Una sola frase que encierra en los términos de dos ciudades nada menos que la epopeya de América. En ese símbolo el artista ha captado la historia de un regimiento que ha sido y es parte misma de la patria.

    No ha necesitado de grandes masas o de adornos para dar a su escultura toda la grandiosidad que fluye generosamente de su misma esencia de la misión cumplida. Tarea de titanes, jalonada de sacrificios, cumplida en años de terribles pruebas, sin desfallecer jamás para cumplir con el compromiso contraído de libertar América. Libertar otras tierras hermanas, sin pretensión de conquista, o de dominio territorial, sino sencillamente libertarlas de una opresión, sin pedir, ni exigir nada, como caballeros de una cruzada redentora.

    Orgullo argentino en esa hazaña que cumplieron los granaderos criollos salidos un día desde el viejo cuartel del Retiro para escribir con el filo de sus corvos en San Lorenzo, en Chacabuco, en Maipú, en Junín y en Ayacucho, para nombrar las de mayor gloria, las páginas señeras de la americanidad.

    En breves trazos se ha pretendido expresar la historia del Regimiento de Granaderos a Caballo, que es la historia de la patria misma en la epopeya de la emancipación propia y la del continente. Por eso ha podido decirse que es "la más alta personificación de la gloria militar en América" y que " con sus hechos de armas dejó trazada a su paso una estela luminosa de triunfos tan señalados, de victorias de tanta importancia, que no hay, aún hoy, en la historia de todas las fuerzas militares de las diferentes naciones que forman el mundo americano unidad orgánica alguna que ostente un historial de servicios análogos " Con sus hazañas, con su valor, los Granaderos a Caballo de los Andes hicieron honor a aquellas palabras de su jefe:

    "De lo que mis granaderos son capaces, sólo yo sé, quien los iguale habrá pero quien los exceda, no."

    SAN MARTÍN GOBERNADOR DE CUYO.

    SAN MARTIN GOBERNADOR INTENDENTE DE CUYO

    Con motivo de las derrotas que en Vilcapugio y Ayohuma sufrió el Ejército del Norte comandado por Belgrano, el Triunvirato decidió reemplazarlo por el coronel San Martín, jefatura que no era del agrado de éste. El triunviro Nicolás Rodríguez Peña le escribió: "Tenemos el mayor disgusto por el empeño de usted en no tomar el mando de jefe, y crea que nos compromete mucho la conservación de Belgrano." San Martín obedeció y Belgrano recibió con alborozo la noticia. En Tucumán, San Martín encontró unos tristes fragmentos de un ejército derrotado, oficiales desmoralizados que se niegan a todo lo que es aprender. Belgrano le ayudó con su habitual abnegación y patriotismo y San Martín expresó al gobierno que de ninguna manera es conveniente la separación del general Belgrano de este ejército. Lo considera el mas metódico y capaz de los generales de Sudamérica, lleno de integridad y talento natural y no hay – agrega -"ningún jefe que pueda reemplazarlo." En la misma comunicación dice: "me hallo en unos países cuyas gentes, costumbres y relaciones me son absolutamente desconocidas y cuya topografía ignoro; y siendo esos conocimientos de absoluta necesidad, sólo el general Belgrano puede suplir esta falla, instruyéndome y dándome las noticias necesarias de que carezco como lo ha hecho hasta aquí."

    El 22 de abril, San Martín escribió a su amigo Rodríguez Peña una carta publicada por Vicente Fidel López, cuyo original no se conoce: "no se felicite, mi querido amigo, de lo que yo pueda hacer en esta; no haré nada y nada me gusta aquí. No conozco los hombres ni el país, y todo esta tan anarquizado que yo se mejor que nadie lo poco o nada que pueda hacer. Ríase usted de esperanzas alegres. La Patria no hará camino por este lado del norte, mas que no sea una guerra permanente, defensiva y nada más; para eso bastan los valientes gauchos de Salta, con dos escuadrones buenos de veteranos. Pensar en otra cosa es echar al pozo de Airón hombres y dinero. Así que no moveré ni intentaré expedición alguna. Ya le he dicho mi secreto. Un ejército pequeño y bien disciplinado en Mendoza, para pasar a Chile y acabar con los godos, apoyando un gobierno de amigos sólidos, para acabar también con los anarquistas que reinan. Aliando las fuerzas, pasaremos por el mar a tomar Lima; ese es el camino y no este, mi amigo. Convénzase usted que hasta que no estemos sobre Lima, la guerra no se acabará." Más adelante le dice que está bastante enfermo y quebrantado y agrega: "lo que yo quisiera que ustedes me dieran cuando me restablezca, es el gobierno de Cuyo. Allí podría organizar una pequeña fuerza de Caballería para reforzar a Balcarce en Chile, cosa que juzgo de grande necesidad, si hemos de hacer algo de provecho, y confieso que me gustaría pasar mandando ese cuerpo."

    San Martín enfermó en Tucumán y por consejo de su medico, doctor Colisberry, se trasladó a Córdoba donde recibió la muy grata noticia de haber sido nombrado Intendente de Cuyo a solicitud suya – le decía el Director Supremo Gervasio Antonio Posadas- con el doble objeto de continuar los distinguidos servicios que tiene hechos al país, y el de lograr la reparación de su quebrantada salud en aquella deliciosa temperatura.

    GOBIERNO Y ADMINISTRACION DE SAN MARTIN

    Fueron decisivos los trabajos realizados por San Martín en el gobierno y administración de Cuyo, en particular en Mendoza donde residió, desde el 7 de setiembre de 1814, día en que llegó, hasta el 23 de enero de 1817, día en que salió para Chile. Aquí, en realidad, forjó la independencia de tres naciones.

    Muchos de los emigrados chilenos fueron alojados en casas de familia, otros en cuarteles, algunos soldados quedaron en Mendoza y los demás siguieron a Buenos Aires, donde ya estaban los Carrera.

    Ahora necesitaba el gobernador redoblar su atención al gobierno civil y militar. Era indispensable recuperar Chile, la "ciudadela de América" y poco podía esperar entonces del gobierno de Buenos Aires urgido por las necesidades del Ejercito del Norte. Entre bromas y veras, el Director Posadas le aconsejaba arreglarse como pudiera, "ínterin acá me peleo para mandar tercerolas, sables viejos, o demonios coronados para que se ponga la cosa en pie de defensa." Era indispensable obtener los recursos de Cuyo que, a pesar de su pobreza, con el sacrificio y la abnegación de las tres provincias, dio vida al Ejercito de los Andes.

    San Martín desempeñó todas las funciones de gobierno: fue poder ejecutivo, legislador, juez, edil y jefe militar; además, diplomático y político. No obstante la extensión de su poder, no lo desempeñó como déspota. En todas las funciones demostró las características de su personalidad: previsor, disciplinado, virtuoso, infatigable, apasionado por la libertad. Tuvo excelentes colaboradores que supieron interpretarlo, entre otros, los tenientes gobernadores Toribio de Luzuriaga en Mendoza, José Ignacio de la Rosa en San Juan y Vicente Dupuy en San Luis. Más de una vez exigió contribuciones y ayudas extraordinarias. "El pueblo derrama a borbotones toda clase de ayuda", dice Luzuriaga. Prueba de la estimación popular fue la adhesión que le demostró el Cabildo Abierto cuando en 1815 el Director Alvear le aceptó la renuncia y designó en su reemplazo al coronel Perdriel. "¡Queremos a San Martín!", fue el grito unánime de los mendocinos y el voto de los Cabildos de San Juan y San Luis. Y fue el Cabildo mendocino quien le donó doscientas cuadras en Los Barriales, donde él hubiera deseado vivir siempre. Ese mismo Cabildo lo declaró "Ciudadano Honorario y Regidor Perpetuo" en 1821, cuando ya no era gobernador y estaba lejos de Mendoza. Durante su gobernación, entre otras iniciativas y realizaciones, San Martín difundió la vacuna antivariólica; embelleció y extendió la vieja Alameda, paseo habitual de la sociedad mendocina; abrió canales de riego; delineó la Villa Nueva; impulso la industria y el comercio; dispuso el blanqueo de las casas; prohibió la construcción de balcones y ventanas voladas que obstruían el paso de los transeúntes. Era asiduo lector y escribía con elevación y cierta elegancia, pero deplorable ortografía. Por él se fundó la primera biblioteca mendocina y más tarde la del Perú; fomentó la instrucción y educación en Cuyo, dictó instrucciones a los maestros de escuela, prohibió los castigos corporales a los escolares y contribuyó a la creación del colegio de la Santísima Trinidad, primer establecimiento educacional mendocino de enseñanza secundaria. No pudo asistir a su inauguración, que estuvo a cargo de Luzuriaga, pero ha dejado un mensaje inolvidable que está transcripto en el Acta funcional de la Universidad Nacional de Cuyo del 27 de marzo de 1939: "Ningún hombre nacido en esta tierra debe tener a menos o creer que hace un sacrificio viniendo a esta ciudad excelente a fundar estudios hasta que ellos puedan marchar por sí solos…"

    "El gobierno de San Martín en Cuyo se parece un poco al de Sancho Panza en la ínsula Barataria", dice Mitre. Y es verdad, porque el juzgó y sentenció con criterio humano, de acuerdo con la verdad sabida, el buen juicio y la clemencia, sin invocación de leyes ni intervención de abogados y procuradores. Fue juez como un buen padre de familia y hay muchas anécdotas que lo atestiguan y demuestran sensibilidad. Cuando supo que a los presos en la cárcel de Mendoza les daban de comer cada 24 horas, se dirigió al Cabildo para que se incluyera cena en la alimentación diaria.

    LAS BATALLAS DE LAS CAMPAÑAS DE CHILE

    BATALLA DE CHACABUCO

    La noche era de luna. Al mismo tiempo que la vanguardia realista se acordonaba sobre la cumbre de la "Cuesta Vieja", el ejército argentino formaba al pie de ella en el orden de batalla prescripto. Repartiéronse las municiones a razón de 70 cartuchos por hombre; los soldados abandonaron sus mochilas para marchar al combate con más desembarazo, y a las 2 de la mañana del 12 empezó a ascender la montaña en columna sucesiva. Al llegar a la bifurcación de los dos caminos antes indicados, la división de Soler tomó el de la derecha, precedida por el batallón de cazadores, y la de O'Higgins el de la izquierda (rumbo sur ambas) siguiendo el general en jefe a retaguardia de ellas con su estado mayor y la bandera de los Andes custodiada por el resto del batallón de artillería, cuyos cañones de batalla no habían llegado aún. Ya no era San Martín el sableador de Arjonilla o de Baylén y San Lorenzo; ganaba las batallas en su almohada, fijando de antemano el día y el sitio preciso, y justamente en ese mismo día estaba aquejado de un ataque reumático nervioso que apenas le permitía mantenerse a caballo. Era su cabeza y no su cuerpo la que combatía.

    La división de Soler se internó silenciosamente en los tortuosos desfiladeros de la derecha, cubierta por una larga cerrillada. La división de la izquierda trepó la cuesta formada en columna. Una guerrilla del núm. 8, con su correspondiente reserva, cubría su flanco izquierdo por un sendero paralelo separado por una quebrada, con el doble objeto de llamar la atención y reconocer la posición enemiga a la vez que precaverse de un ataque de flanco. Un piquete de caballería exploraba los rodeos del camino a fin de levantar las emboscadas en los recodos y descubrir si se habían construido fortificaciones. La guerrilla flanqueadora se posesionó de unas breñas inmediatas a la cumbre y rompió el fuego, que fue contestado por otra guerrilla que salió a su encuentro; pero apenas habían cambiado algunos tiros cuando inopinadamente apareció la cabeza de la columna de O'Higgins dando vuelta un recodo a tiro de fusil, tocando los tambores a la carga. La vanguardia realista, que no esperaba el ataque, y que había visto la columna de la derecha argentina asomar por su flanco izquierdo al término de la cerrillada que hasta entonces la enmascaraba, y que a la vez se veía acometida por el flanco y la retaguardia, abandonó precipitadamente la posición sin pretender hacer resistencia. La cumbre fue coronada por los atacantes con las primeras luces del alba al son de músicas militares, y desde su altura pudieron divisar la vanguardia que se retiraba en formación cuesta abajo, y al pie de ella al ejército enemigo formado en la planicie de Chacabuco. El primer obstáculo estaba vencido, y la batalla se daría punto por punto, con algunas variantes, según las previsiones de San Martín.

    DISPOSICIONES DE LOS REALISTAS

    El general realista, contando disponer de dos días más y recibir en este intervalo mayores refuerzos, se había movido en la madrugada de ese día de las casas de Chacabuco y establecido su línea a cinco kilómetros hacia el Este al pie de la "Cuesta Vieja". La marcha anticipada del ejército argentino y lo rápido y bien combinado del ataque no le dieron tiempo ni para ocupar la cumbre como lo había proyectado, ni para proteger siquiera su vanguardia que descendía en fuga, perseguida por la caballería argentina. Las disposiciones que tomó en tan crítico momento fueron acertadas, cooperando eficazmente a ellas el valeroso Elorreaga, que según la tradición, fue el verdadero general en jefe. Tendió su línea de batalla plegada a la falda de los cerros opuestos a la serranía de Chacabuco, extendiéndose por su perfil que se elevaba como una plataforma sobre el llano, protegida en parte por tapiales y cercos de espinos, de manera de cubrir la bajada de la "Cuesta Vieja" y dominar con sus fuegos el lecho de un estero como de 400 metros de ancho, por donde corría un arroyuelo que descendía de un profundo barranco del este. Apoyó su derecha en este barranco, que era invulnerable, donde estableció dos piezas de artillería que batían diagonalmente la boca de la "Quebrada de los cuyanos", por donde debía asomar el ala izquierda argentina, y su izquierda en un mamelón escarpado que coronó de infantería. Entre estos dos extremos formó sus batallones en columnas cerradas, intercalando entre ellas sus tres piezas restantes. La caballería fue colocada a retaguardia sobre el flanco izquierdo, y parte de ella en guerrillas para proteger la retirada de la vanguardia. En esta actitud esperó pasivamente pero con firmeza el ataque, no obstante el desaliento visible de su tropa de que él mismo participaba, aun antes de sospechar el movimiento de la columna que debía tomarlo por el flanco izquierdo y la espalda, cerrándole la retirada del valle. Eran las 9 de la mañana cuando la vanguardia realista, en fuga, pero no deshecha, alcanzó la planicie.

    PRELIMINAR DE CHACABUCO

    Al tiempo de coronar la cumbre el ala izquierda argentina, los tres escuadrones de Granaderos mandados por el coronel Zapiola tomaron la vanguardia y picaron la retirada de lo s realistas , sosteniendo un fuerte tiroteo; pero lo escabroso del terreno no permitía a la caballería maniobrar con ventaja, y su avance hubo de ser lento, de manera que sólo pudo llegar a la boca de la quebrada a eso de las 10 de la mañana cuando la división de O'Higgins se hallaba todavía a media cuesta. La boca de esta quebrada, que da acceso a la parte más estrecha del valle de Chacabuco, se desenvuelve en un suave plano inclinado al tocar el llano, y está flanqueada por un elevado cerro al este y por un morro destacado al oeste, que desde entonces se llamó de "Las tórtolas cuyanas". Si los enemigos hubiesen ocupado esta fuerte posición, habrían dificultado la marcha de O'Higgins; pero el avance de los Granaderos no les dio tiempo para ello, aunque lo intentaron. En un principio destacaron una guerrilla sobre el morro del oeste o de las Tórtolas, que puede contornearse por barrancos que son como caminos cubiertos; pero fue contenida por una compañía dispersa en tiradores, mientras un escuadrón impedía el aproche (sic) del cerro del este y los dos escuadrones restantes ocupaban el espacio intermedio. En ese momento las dos piezas situadas sobre la derecha realista, rompieron un vivo fuego a bala, y el coronel Zapiola, considerando inútil exponer su tropa a descubierto, tomó una posición más segura a retaguardia. Eran las 11 de la mañana. En ese momento llega el ala izquierda con O'Higgins a su cabeza, ocupa a paso de trote la boca de la quebrada y despliega en línea de masas sus batallones dejando en reserva los Granaderos plegados en columna. Éste fue el preliminar de la batalla.

    BATALLA DE CHACABUCO

    O'Higgins, al ver retirarse la vanguardia realista perseguida por los Granaderos, pidió autorización para esforzar la persecución a fin de impedir se reorganizase al pie de la cuesta, y el general se la dio, pero recomendóle que no empeñase la acción, pues su papel era meramente concurrente y sólo debía comprometerla cuando la columna de Soler hubiese ejecutado el movimiento decisivo que le estaba asignado. O'Higgins era un héroe en el combate, pero carecía de las cualidades del general y de la sangre fría de un jefe divisionario, estando además animado de pasiones tumultuosas que lo precipitaban, como él mismo lo ha dicho disculpándose; así es que, arrastrado por el movimiento impetuoso que imprimió a sus tropas, olvidó lo acordado en la junta de guerra y las prevenciones del general en jefe, y tomó imprudentemente la ofensiva no obstante la inferioridad numérica de su fuerza.

    Apenas la columna de infantería argentina hubo pisado el último plano de la "Cuesta Vieja", desplegó su línea sobre la boca de la quebrada, según queda explicado. Enseguida se adelantó hasta el llano buscando campo para desplegar, y trabóse inmediatamente un combate de fuegos de posición a posición dentro del tiro de fusil, que se prolongó por más de una hora. A las primeras descargas cayó muerto Elorreaga, que mandaba el ala derecha del ejército realista y que constituía su nervio, experimentando por su parte algunas pérdidas los argentinos. La acción estaba parcialmente empeñada, y el ataque concurrente se convertía en principal, pero sin prometer un resultado inmediato. La situación era crítica, pues si la retirada tenía sus peligros, el avance era temerario, y cuando menos inútil aun triunfando, pues según el plan combinado, los realistas estaban irremisiblemente perdidos desde que habían aceptado la batalla dentro de un recinto sin retirada. Si el general español hubiese tenido iniciativa, habría podido llevar en aquel momento un ataque ventajoso; pero se limitó a amagar débilmente los flancos de su contrario con guerrillas que fueron rechazadas, sosteniendo pasivamente el fuego de fusil y de cañón. Por su parte O'Higgins, con sus instintos heroicos, y deseoso tal vez de decidir por sí solo la victoria sin el concurso de Soler con quien estaba enemistado, ordenó el avance repitiendo las históricas proclamas del Roble y de Rancagua: "¡Soldados! ¡Vivir con honor o morir con gloria! ¡E1 valiente siga! ¡Columnas a la carga!" Los tambores dieron la señal con el toque estremecedor de calacuerda, y lanzóse a paso acelerado en columnas de ataque con 900 bayonetas, de los batallones 7 y 8 mandados por Conde y Crámer contra 1.500 infantes bien posesionados y sostenidos por artillería, ordenando a Zapiola que con los Granaderos procurase penetrar por su derecha sobre la posición enemiga.

    Los batallones argentinos marcharon valerosamente a la carga sin disparar un tiro, inflamados por las palabras y el ejemplo del general; pero antes de llegar a la falda de los cerros que ocupaban los enemigos, encontráronse con el obstáculo del arroyo que baja del barranco en que éstos apoyaban su derecha, a la vez que las piezas situadas en este punto los tomaban por el flanco y la fusilería los quemaba dentro de la zona peligrosa del punto en blanco por el frente. A pesar de esto, hicieron tenaces esfuerzos para arrebatar la posición; pero no pudiendo salvar el perfil de la barranca en que estaban acordonados los realistas, hubieron de retroceder en desorden a su primera posición de la boca de la quebrada en que se rehicieron fuera del alcance de los fuegos. Por su parte los Granaderos habían intentado en vano penetrar por entre el flanco izquierdo del centro enemigo y el mamelón en que apoyaba este costado, que era un verdadero castillo, y volvieron en orden a situarse tras el morro de "Las tórtolas cuyanas".

    San Martín, contando llevar la victoria en el bolsillo y a la espera del desenvolvimiento de su plan, que no sólo se la aseguraba sino que le prometía la rendición del enemigo, llegó a temer por la suerte de la división de O'Higgins al verla imprudentemente comprometida contra sus órdenes, y extendiendo el brazo hacia la "Cuesta Nueva", en la actitud en que lo representa su estatua ecuestre, gritó a su ayudante de campo Álvarez Condarco: "Corra usted, y diga al general Soler, que cargue lo más pronto posible sobre el flanco del enemigo". Enseguida, lanzó su caballo cuesta abajo con toda la velocidad que permitía lo escabroso del terreno, y llegó a la boca de la quebrada en circunstancias en que O'Higgins se había adelantado otra vez sobre el llano con el propósito de renovar el combate, y ya no podía retroceder. Era la una y media del día. A esa hora notóse que la línea enemiga vacilaba, y que algo extraordinario pasaba en sus filas. Era que la vanguardia del ala derecha argentina, cuyo movimiento no había alcanzado Maroto, desembocaba al valle de Chacabuco y avanzaba a paso de trote y al galope sobre la izquierda de la posición. E1 momento decisivo había llegado.

    JUICIOS ACERCA DE LA BATALLA DE CHACABUCO

    Lanzadas de nuevo las columnas de O'Higgins al ataque, San Martín ordenó a los tres escuadrones de Granaderos mandados por los comandantes Melián, Manuel Medina y mayor Nicasio Ramallo, con Zapiola a su cabeza, dieran una carga a fondo hasta chocar con la caballería realista situada a la izquierda de la retaguardia enemiga. El escuadrón de Medina, pasando atrevidamente por un claro de la línea de infantería en marcha, cayó sobre la izquierda del centro enemigo acuchillando a sus artilleros sobre sus cañones, mientras Zapiola con los otros dos penetraba por su costado derecho, al mismo tiempo que los batallones núm. 7 y núm. o encabezados por O'Higgins tomaban a la bayoneta la posición. Los fuegos del mamelón se habían apagado, y la infantería realista formaba cuadro en el centro de su campo. Simultáneamente el coronel Alvarado, que con el batallón núm. 1 llevaba la vanguardia del ala derecha argentina, desprendía dos compañías al mando del capitán Lucio Salvadores, y teniente Zorrilla que se apoderaban del mamelón, matando a Marqueli que lo sostenía. Necochea con el escuadrón Escolta, sostenido por el 4. de Granaderos de Escalada, penetraba por la retaguardia y arrollaba a la caballería realista por la izquierda a la vez que Zapiola ejecutaba idéntica maniobra por el otro extremo.

    Todas las fuerzas vencedoras convergieron sobre el cuadro, que en menos de un cuarto de hora fue hecho pedazos, retirándose sus últimos restos dispersos a la hacienda de Chacabuco por entre los cerros de su espalda. Allí encontraron cortada su retirada por la división de Soler que ya ocupaba el valle, y pretendieron hacer resistencia parapetados tras las tapias de la viña y del olivar contiguo, pero fueron rendidos a discreción. Los que buscaron su salvación huyendo por el estero y en la prolongación del valle hacia el sur, fueron exterminados en la persecución, quedando el camino sembrado de muertos desde Chacabuco hasta cerca del portezuelo de Colina. Los sables afilados de los Granaderos hicieron estragos: en el campo de batalla encontróse un cráneo dividido en dos partes y el cañón de un fusil tronchado como una vara de sauce.

    TROFEOS DE CHACABUCO

    Los trofeos de esta jornada, fueron: 500 muertos, 600 prisioneros, su mayor parte de infantería; la artillería, un estandarte y dos banderas; el armamento y parque de los vencidos y la restauración de la revolución chilena. Las pérdidas de los argentinos fueron: 12 muertos y 120 heridos; lo que demuestra numéricamente, que si el plan de San Martín se hubiese ejecutado punto por punto, como pudo y debió hacerse, la batalla habría terminado por una rendición del enemigo, sin la inútil aunque escasa efusión de sangre que causó la temeridad de O'Higgins, quien sin embargo fue el héroe del día, como combatiente.

    BOLETIN DE CHACABUCO

    E1 general vencedor al dar cuenta de esta victoria compendiaba su memorable empresa en estos concisos términos: «Al ejército de los Andes queda la gloria de decir: EN VEINTICUATRO DIAS HEMOS HECHO LA CAMPANA, PASAMOS LAS CORDILLERAS MÁS ELEVADAS DEL GLOBO, CONCLUIMOS CON LOS TIRANOS Y DIMOS LA LIBERTAD A CHILE"

    GLORIA DE CHACABUCO

    El mérito militar de la batalla de Chacabuco consiste precisamente en lo contrario de lo que constituye la gloria de las batallas. Resultado lógico de las hábiles combinaciones estratégicas de la invasión, estaba ganada por el General antes que los soldados la dieran, respondiendo a un plan metódico en que hasta los días estaban contados y los resultados previstos. Fue una sorpresa a la luz del día en que nada se libró al acaso. El hecho de batir a una fuerza menor con otra mayor, – que es el primer resultado que se busca en la guerra para triunfar con seguridad -, fue la consecuencia necesaria de los ardides y movimientos calculados que la precedieron, dando a ciencia cierta al enemigo un golpe de muerte y apoderándose en un solo día del territorio invadido, y esto con la mayor economía de tiempo, de medios, de sangre y de esfuerzos. Con más precisión táctica que la batalla de Hohenlinden – que en algo se le parece -, tiene la originalidad de un plan que se adapta a un terreno, en que las operaciones se encierran dentro de líneas matemáticas, a la manera de un problema geométrico con su método riguroso de solución. Habría dado por resultado – como se ha visto -, una rendición completa, tal vez con una sola carga, si el plan hubiese sido ejecutado puntualmente, bastando asimismo que él se desenvolviese en parte en las condiciones más desventajosas para asegurar una victoria decisiva. Por lo tanto, puede presentarse como un modelo clásico del arte militar, en que la habilidad debilita al enemigo y lo desmoraliza, la previsión asegura el éxito final, y la inteligencia es la que combate en primera línea, interviniendo la fuerza como factor accesorio.

    Como acontecimiento político y en relación con los destinos americanos, su importancia es mayor aún, como lo han reconocido los primeros historiadores y hasta los mismos adversarios vencidos. Ella dio la primera señal de la guerra ofensiva de la independencia sudamericana, y conquistó para siempre su sólida base de operaciones en el mar y las costas del Pacífico. Dio sobre todo, el ejemplo del plan de campaña continental a la revolución del nuevo mundo emancipado, aislando al poder español en sus colonias dentro del estrecho recinto del Perú, donde había de ser vencido en palenque cerrado por efecto de su impulsión inicial. Salvó a la revolución argentina de su ruina y contuvo la invasión que la amenazaba por el Alto Perú, suprimiendo un enemigo peligroso que la amenazaba por el flanco, y dióle expansión, sin lo cual habría tal vez sido sofocada en su cuna. Fue la primera batalla americana con largas proyecciones históricas. El virrey del Perú, Pezuela, confiesa que marcó el momento en que la causa de España empezó a retrogradar en América y su poder a ser conmovido en sus fundamentos. "La desgracia que padecieron nuestras armas en Chacabuco, poniendo el reino de Chile a discreción de los invasores de Buenos Aires, trastornó enteramente el estado de las cosas, fue el principio de restablecimiento para los disidentes, y la causa nacional retrogradó a gran distancia, proporcionando a los disidentes puertos cómodos donde aprestar fuerzas marítimas para dominar el Pacífico. Cambióse el teatro de la guerra: los enemigos trasladaron los elementos de su poder a Chile, donde con más facilidad y a menos costa podían combatir al nuestro en sus fundamentos". Un historiador español, general que a la sazón militaba bajo las banderas del rey, sintetiza sus resultados generales con tanta tristeza como concisión. "La fácil pérdida del reino de Chile fue un suceso de inmensa trascendencia para las armas españolas" (17).

    MODESTIA DE SAN MARTÍN

    El 14 hizo su entrada triunfal el ejército vencedor en la ciudad redimida, sustrayéndose modestamente el General libertador a las ovaciones populares. Como lo ha dicho un historiador chileno con este motivo: Ocupado en realizar sus vastos planes, miraba en menos esas fútiles manifestaciones que a nada conducen, y aun en esos mismos momentos, pensaba sólo en los recursos que debía proporcionarle la victoria para llevar adelante la grandiosa obra a que estaba empeñado. E1 día antes, 13 de febrero de 1817, Yapeyú, la aldea en que naciera San Martín, era reducida a cenizas por una invasión esclavizadora portuguesa.

    Al apearse del caballo cubierto aún con el polvo del combate, su primer pensamiento fue por los pueblos cuyanos que le habían proporcionado los medios de realizar su empresa, y escribió al Cabildo de Mendoza: "Gloríese la admirable Cuyo de ver conseguido el objeto de sus sacrificios. Todo Chile es ya nuestro". A los Cabildos de San Juan y San Luis, les decía: "Las armas victoriosas del Ejército de la Patria ocupan ya el reino de Chile, rompiendo la fatal barrera que antes los separaba de sus hermanos y vecinos los habitantes de Cuyo. Me apresuro a felicitar a V.S. y a ese benemérito pueblo, manifestándole la expresión más tierna de mi gratitud a su patriotismo y constantes esfuerzos, que sin duda fue el móvil más poderoso que contribuyó a la formación del Exto. de los Andes". Al día siguiente expidió un bando convocando una asamblea de notables a fin de que designasen tres electores por cada una de las provincias de Santiago, Concepción y Coquimbo para que éstos nombraran al jefe supremo del Estado.

    O`HIGGINS DIRECTOR

    Reunida la asamblea en número de 100, bajo la presidencia del gobernador don Francisco Ruiz Tagle, elegido interinamente por el pueblo al tiempo de la fuga de Marcó, los concurrentes protestaron contra el proceder indicado por San Martín y declararon por aclamación que ala voluntad unánime era nombrar a don José de San Martín gobernador de Chile con omnímoda facultad, y así lo hicieron constar en el acta que se levantó y todos firmaron ante escribano público. El general, como el hombre antiguo de Plutarco, rehusó el premio y sólo aceptó una hoja de laurel sagrado para su patria. Fiel a sus instrucciones y a su plan político, negase a aceptar el mando que se le ofrecía, y convocó por intermedio del Cabildo una nueva asamblea popular a que concurrieron 210 vecinos notables. E1 auditor del ejército de los Andes, Dr. Bernardo Vera, reiteró públicamente la renuncia de San Martín, y fue aclamado en el acto el general O'Higgins Director Supremo del Estado de Chile, declarando Vera que la elección era del agrado del General. E1 nuevo Director nombró por ministro del interior a don Miguel Zañartú, carácter entero y decidido partidario de la alianza chileno-argentina, y en el departamento de guerra y marina al teniente coronel don José Ignacio Zenteno, secretario de San Martín. Su primer acto de gobierno fue dirigirse al pueblo declarando solemnemente: "Nuestros amigos, los hijos de las Provincias del Río de la Plata, de esa nación que ha proclamado su independencia como el fruto precioso de su constancia y patriotismo, acaban de recuperarnos la libertad usurpada por los tiranos. La condición de Chile ha cambiado de semblante por la gran obra de un momento, en que se disputan la preferencia, el desinterés, mérito de los libertadores y la admiración del triunfo. ¿Cuál deberá ser nuestra gratitud a este sacrificio imponderable y preparado por los últimos esfuerzos de los pueblos hermanos? Vosotros quisisteis manifestarla depositando vuestra dirección en el héroe. Si las circunstancias que le impedían aceptar hubieran podido conciliarse con vuestros deseos, yo me atrevería a jurar la libertad permanente de Chile". A1 dirigirse a las naciones extranjeras, anunciando su elevación al mando bajo los auspicios de la reconquista, les decía: "Ha sido restaurado el hermoso reino de Chile por las armas de las Provincias Unidas del Río de la Plata bajo las órdenes del general San Martín. Elevado por la voluntad del pueblo a la suprema dirección del Estado, anuncia al mundo un nuevo asilo en estos países a la industria, a la amistad y a los ciudadanos todos del globo. La sabiduría y recursos de la nación Argentina limítrofe, decidida por nuestra emancipación, da lugar a un porvenir próspero y feliz con estas regiones."

    MARCO PRISIONERO

    Como atributo cómico de su corona de triunfador, fuele presentado a San Martín entre los trofeos, al Thersites de la campaña, el presidente y capitán general de Chile por el rey, don Francisco Casimiro Marcó del Pont. Al evacuar la capital, sus tropas se le dispersaron, y una parte de ellas se embarcó despavorida en el puerto de Valparaíso con el general Maroto a su cabeza dejando más de la mitad en tierra. Marcó, tan afeminado en la derrota como soberbio en el poder no tuvo alientos ni aun para huir, y separándose furtivamente con la comitiva de sus compañeros de desgracia, por esquivar la fatiga de una marcha rápida, no alcanzó a embarcarse a tiempo, y fue hecho prisionero.

    Llevado a presencia del vencedor (22 de febrero) éste lo recibió de pie, y extendiéndole la mano derecha, le dijo con semblante risueño: "¡Oh, señor general! ¡Venga esa blanca mano!" Enseguida lo introdujo en su gabinete de trabajo y conferenció a solas con él por cerca de dos horas, despidiéndolo cortésmente. Esta fue toda su venganza contra el que le había quemado por mano de verdugo sus comunicaciones, ahorcado a sus agentes y puesto a talla su cabeza.

    EL CAMPO DE MAIPU

    El teatro en que se desenvolvieron las operaciones, es una llanura, limitada al este por el río Mapocho que divide la ciudad de Santiago; al norte, por la serranía que la separa del valle de Aconcagua, y al sur por el Maipú que le da su nombre. Hacia el oeste se levanta una serie de lomadas y algunos montículos que corren de oriente a poniente, y se destacan en monótonas líneas prolongadas en el horizonte, rompiendo la uniformidad del paisaje algunos grupos de arbustos espinosos en un campo cubierto de pastos naturales, y en lontananza, las montañas que circundan el valle y le dan su perspectiva. Al sur de Santiago, se prolonga por el espacio como de diez kilómetros, en la dirección antes indicada, una lomada baja de naturaleza caliza que por su aspecto lleva el nombre de Loma Blanca. Sobre la meseta de esta lomada evolucionaba el ejército patriota. En su extremidad oeste y a su frente, se alza otra lomada más alta, que forma un triángulo, cuyo vértice sudoeste se apoya en la hacienda de "Espejo", antes mencionada, conduciendo a ella un callejón en declive como de veinte metros de ancho y trescientos de largo, cortado por una ancha acequia en su fondo, y limitado a derecha e izquierda por viñas y potreros que cierran altos tapiales. Esta era la posición que ocupaba el ejército realista. Las dos lomadas están divididas por una depresión plana del terreno u hondonada longitudinal como de un kilómetro en su parte más ancha y doscientos cincuenta metros en la más angosta. Al este del vértice o puntilla de las lomas del sur se extiende un grupo de cerrillos aislados, y entre ellos uno más elevado, en forma de mamelón, que hace sistema con el triángulo ocupado por los realistas. El vértice este de esta posición, que era su parte mas elevada, se destacaba como un baluarte, y hacía frente a un ángulo truncado fronterizo de la Loma Blanca, que lo flanqueaba por una parte y lo enfilaba por otra. En este campo iba a decidirse la suerte de la independencia sudamericana.

    PRELIMINARES DE MAIPU

    El general San Martín, situado en la extremidad este de la Loma Blanca a diez kilómetros de Santiago, dominaba en su conjunción los tres caminos que comunican con los pasos del Maipú y amagaba el de Valparaíso, asegurándose una retirada, a la vez que cubría la capital por sus dos únicos puntos vulnerables, la cual para mayor garantía hizo atrincherar, guarneciéndola con 1.000 milicianos y un batallón bajo la dirección de O'Higgins, a quien su herida (producto de la refriega de Cancharrayada) impedía asistir al campo de batalla. Su plan era atacar al enemigo sobre la marcha, sin darle tiempo a combinaciones, si se presentaba por los caminos del frente; correrse por su flanco derecho si tomaba el de la Calera, e interceptarle el de Valparaíso, maniobrando a todo evento con seguridad sobre la meseta de la loma en terreno ventajoso para dar y recibir la batalla. Al efecto, dividió su ejército en tres grandes cuerpos formados en dos líneas: el primero a órdenes de Las Heras, cubriendo el ala derecha; el segundo, a las de Alvarado a la izquierda; y un tercero en reserva en segunda línea a cargo del coronel Hilarión de la Quintana.

    Confió a Balcarce el mando general de la infantería, reservándose el de la caballería y de la reserva. El primer cuerpo lo formaban los batallones núm. 11 de Las Heras (argentino), los Cazadores de Coquimbo, comandante Isaac Thompson (chileno); los Infantes de la Patria, comandante Bustamante, (chileno), el regimiento de caballería argentino Granaderos a caballo, a que se había agregado un escuadrón provisional de artilleros montados del ejército argentino por no tener piezas que servir, y la artillería chilena compuesta de 8 piezas de campaña a cargo del mayor Blanco Encalada. El segundo cuerpo lo componían: los batallones núm. 1 de Cazadores (argentino), de Alvarado; el núm. 8 de los Andes (argentino), comandante Enrique Martínez; el núm. 2 de Chile, comandante Cáceres; los Cazadores y Lancero s de Chile (argentinos y chilenos), a órdenes de Freyre y Bueras, con nueve piezas ligeras de artillería chilena a cargo del mayor Borgoño. La reserva constaba de: los batallones núm. 1 y núm. 3 de Chile, comandantes Rivera y López; núm. 7 de los Andes, (argentino) comandante Conde, y cuatro piezas de batir de a 12, mandadas por de la Plaza, y servidas por los artilleros argentinos que habían perdido su artillería en Cancharrayada.

    INSTRUCCIONES DE MAIPU

    Contando con el triunfo, el General de los Andes supo infundir a todos su confianza, y en este concepto, dio instrucciones detalladas a sus jefes en vísperas de la batalla, a ejemplo de Federico. En ellas disponía que, la dotación de municiones de cada soldado sería cien tiros y seis piedras; que anotes de entrar en pelea se les daría una ración de vino o aguardiente, y los jefes perorarían con denuedo a sus tropas, imponiendo pena de la vida al que se separase de las filas avanzando o retrocediendo y advertirían a la vez, de un modo claro y terminante, que si veían retirarse algún cuerpo, era porque el general en jefe lo mandaba así por astucia, según su plan.

    Preveníales que los batallones de las alas debían siempre formar en columna de ataque, desplegando sólo en caso de necesidad o con expresa orden suya; y que todo cuerpo de infantería o caballería cargado al arma blanca, no esperaría la carga a pie firme, y a la distancia de cincuenta pasos debía salir al encuentro a sable o bayoneta. No se recogería ningún herido durante el fuego, porque decía: "necesitándose cuatro hombres para cada herido, se debilitaría la línea en un momento". La enseña del cuartel general sería una bandera tricolor, y cuando se levantasen tres banderas "la tricolor de Chile, la bicolor argentina y una encarnada, gritarán todas las tropas ¡Viva la Patria! y en seguida cada cuerpo cargará al arma blanca al enemigo que tuviese al frente". Indicaba los uniformes y banderas de los cuerpos del ejército realista, y al referirse al "Burgos", agregaba: "A este regimiento se le debe cargar la mano, por ser la esperanza y apoyo del enemigo". Recomendaba a los jefes de caballería, tomar siempre la ofensiva, por ser ésta la índole del soldado americano, y llevar a su retaguardia un pelotón de veinticinco hombres para sablear a los que volvieran cara y perseguir al enemigo. Por último les decía: "Esta batalla va a decidir de la suerte de toda la América, y es preferible una muerte honrosa en el campo del honor a sufrirla por manos de nuestros verdugos. Yo estoy seguro de la victoria con la ayuda de los jefes del ejército a los que encargo tengan presente estas observaciones".

    LA FORMACIÓN

    Tomadas estas disposiciones y dictadas estas prevenciones, formó su ejército en dos líneas: en primera línea las divisiones 1ra. y 2da., con sus respectivas baterías desplegadas a cada uno de los flancos y su caballería escalonada, poniendo la reserva en segunda línea y su artillería de batir, al centro de la primera. En este orden permaneció los días 2, 3 y 4 de abril, con una vanguardia volante mandada por Balcarce, en observación de la línea del Maipú. Al tener noticia de que el enemigo vadeaba el río inclinándose hacia el poniente, desprendió toda su caballería con orden de atacar sus puestos avanzados, hostilizar sus columnas en la marcha y mantenerlo durante la noche en constante alarma. El fuego de las guerrillas, aproximándose cada vez más, y los repetidos partes, anunciaban que los realistas seguían avanzando. La noche del 4 se pasó así en alarma, rodeando los soldados patriotas grandes fogatas de huañil, que iluminaban todo el campo. San Martín dormía mientras tanto en un molino a la orilla del camino, envuelto en su capote militar.

    Al amanecer del día 5 de abril, las guerrillas patriotas al mando de Freyre y Melián se replegaban, dando parte que el enemigo avanzaba en masa, en rumbo al camino que entronca con el de Santiago a Valparaíso. San Martín, que lo había previsto por su dirección en el día anterior, pensó que no podía tener por objeto sino cortarle la retirada sobre Aconcagua, o efectuar un movimiento de circunvalación interponiéndose entre él y la capital, o reservarse una retirada más segura en caso de contraste, pues la larga distancia y los ríos que tendría que atravesar, la hacían dificilísima hacia el sur. Lo primero estaba previsto y se neutralizaba por un simple cambio de frente; lo segundo era impracticable, pues tenía que describir un arco, de cuya cuerda era dueño; y lo último, una promesa más de triunfo completo. Para cerciorarse por sus propios ojos de este error estratégico y concertar sus movimientos tácticos, disfrazóse con un poncho y un sombrero de campesino, y acompañado por su inseparable ayudante O'Brien y el ingeniero D´Albe, seguido de una pequeña escolta, se dirigió a gran galope al ángulo truncado de la Loma Blanca señalado antes. Desde allí pudo observar a la distancia de cuatrocientos metros con el auxilio de su anteojo, la marcha de flanco que en perfecto orden ejecutaban las columnas españolas a tambor batiente y banderas desplegadas, al posesionarse de la lomada triangular fronteriza prolongando su izquierda sobre el camino de Valparaíso. "¡Qué brutos son estos godos!" -exclamó con esa mezcla de resolución y buen humor que caracteriza a los héroes en los momentos supremos-. Y agregó: "Osorio es más torpe de lo que yo pensaba". Dirigiéndose luego a sus acompañantes, les dijo: -" El triunfo de este día es nuestro. El sol por testigo!" El sol asomaba en aquel momento sobre las nevadas crestas de los Andes.

    La mañana estaba serena; ninguna nube empañaba el cielo, el aire estaba cargado de perfumes, y las aves cantaban entre los espinos en florescencia. SAN MARTIN Y BRAYER A las diez y media de la mañana el ejército argentino-chileno rompió una marcha de flanco en dos columnas paralelas, caminando rumbo al oeste por encima de la meseta de la Loma Blanca. En el curso de la marcha, ocurrió un episodio, que la historia debe recoger por la espectabilidad de los personajes, y da idea del temple de alma del General en ese momento. A medio camino, presentóse el mariscal Brayer solicitando licencia para pasar a los baños (termales) de Colina. San Martín le contestó fríamente: "Con la misma licencia con que el señor general se retiró del campo de batalla de Talca, puede hacerlo a los baños; pero como en el término de media hora vamos a decidir la suerte de Chile, y Colina está a trece leguas y el enemigo a la vista, puede V.S. quedarse si sus males se lo permiten". El mariscal contestó: "No me hallo en estado de hacerlo, porque mi antigua herida de la pierna no me lo permite". San Martín le repuso en tono airado: "Señor general, el último tambor del Ejército Unido tiene más honor que V.S.". Y volviendo su caballo, dio orden a Balcarce sobre la marcha, hiciese saber al ejército, que el general de veinte años de combates quedaba suspenso de su empleo por indigno de ocuparlo. Después de este incidente, que hizo el efecto de una proclama, el ejército continuó su marcha hasta enfrentar la posición enemiga. Allí desplegó en batalla en dos líneas de masas por batallones, con la artillería de batir al centro de la primera; la volante a sus dos extremos y la caballería cubriendo las dos alas en columnas por escuadrones, situándose la reserva plegada en columnas paralelas cerradas a 150 metros a retaguardia.

    MOVIMIENTOS TACTICOS

    El general realista, que había ocupado el promedio de la meseta de la loma triangular del sur al observar el movimiento de los independientes desprendió sobre su izquierda una gruesa columna compuesta de ocho compañías de granaderos y cazadores con cuatro piezas de artillería al mando de Primo de Rivera, que ocupó el mamelón destacado por aquella parte, con el doble objeto de amagar la derecha patriota y tomar por el flanco sus columnas si avanzaban, a la vez que asegurar su retirada por el camino de Valparaíso según su idea persistente.

    El intervalo entre el mamelón y la puntilla norte del triángulo, fue cubierto por Morgado con los escuadrones de "Dragones de la Frontera". Sobre la loma formó en batalla en la proyección noroeste sudoeste, en línea quebrada con el mamelón, pero sin cubrir todos los perfiles de la altura por el nordeste. Colocó los batallones "Infante Don Carlos" y "Arequipa" formando división, al mando de Ordóñez; y sobre la izquierda, el "Burgos" y el "Concepción", a órdenes del comandante Lorenzo Morla, con cuatro piezas de artillería adscriptas a cada una de las dos divisiones. La extrema derecha fue cubierta por los "Lanceros del Rey" y los "Dragones de Concepción"

    LOS EJERCITOS DE MAIPU

    En esta disposición se hallaron frente a frente los ejércitos beligerantes al sonar las doce del día, separados únicamente por la angosta hondonada que promedia entre los dos cordones de lomas que ocupaban independientes y realistas. Los dos ejércitos permanecieron por algún tiempo inmóviles, en sus respectivas posiciones, como esperando que el adversario tomase la iniciativa. Todas las probabilidades parecían estar contra el que llevase la ofensiva: tenía que atravesar un bajo descubierto sufriendo el fuego de la fusilería y el cañón que lo barría, y trepar las alturas del frente para desalojar de ellas al enemigo. Para los patriotas la desventaja era aún mayor, pues su derecha tenía que desalojar previamente las fuerzas que ocupaban el mamelón avanzado o recorrer un espacio de mil metros flanqueados por los fuegos de sus cañones. Ambas posiciones eran fuertes, y bien calculadas para la defensiva, y la de los realistas más ventajosa aún. En cuanto a las fuerzas físicas y morales, estaban casi equilibradas, siendo igual la decisión de parte a parte, si bien la de los realistas era numéricamente mayor. Por lo que respecta a las armas, la superioridad de los independientes era incontestable en artillería y caballería en número y también en calidad, y aún cuando éstos tenían nueve batallones de infantería, en algunos de ellos no formaban sino 200 hombres, mientras los cuatro gruesos batallones con que contaban los primeros, divididos en ocho compañías, levantaban cerca de mil bayonetas cada uno. Lo único que inclinaba la balanza de las probabilidades, era el peso de las cabezas de los generales; pero ya se había visito cómo, en Cancharrayada, las más hábiles combinaciones que aseguraban el triunfo, dieron por resultado la derrota.

    PRELIMINARES DE MAIPU

    El plan de San Martín no era precisamente el de una batalla de orden oblicuo, y sin embargo, resultó tal por el atrevimiento, el arte consumado y la prudencia con que fue conducida. Fue una inspiración del campo de batalla, sugerida por errores del enemigo y peripecias de la acción en el momento decisivo, y esto realza su mérito como combinación táctica. El mismo San Martín jamás se atribuyó otro, y desdeñando con orgullosa modestia adornarse con laureles prestados, insinúa incidentalmente, que al orden oblicuo se debió en parte la victoria, sin agregar que, más que todo, se debió al uso oportuno que hizo de su reserva, como se verá luego. Los relieves de las respectivas posiciones y las proyecciones de las dos líneas de batalla, eran casi paralelas; pero los realistas habían retirado su derecha formando en el promedio de la loma, sin cubrir sus perfiles, como queda dicho, y de aquí resultaba que la izquierda independiente desbordase la derecha realista en su posición y en su formación, y que teniendo que recorrer por esa parte la menor distancia de la hondonada intermedia, pudiese llevar con ventaja un ataque oblicuo o de flanco con el apoyo de la reserva. Tal es la síntesis táctica de la batalla de Maipú en sus preliminares.

    El general en jefe que había levantado su enseña en el centro de la primera línea, observando la inacción del enemigo, mandó romper el fuego con las cuatro piezas de batir servidas por los artilleros argentinos, con el objeto de descubrir sus fuegos de artillería y sus planes. Una de las balas mató el caballo del general en jefe español. En el acto, la artillería española contestó ese fuego con el suyo, manteniendo su formación, y suministró a San Martín el dato que necesitaba. Era evidente que Osorio se preparaba a una batalla defensiva y lo indicaba claramente, además de su formación, la circunstancia de no haber ocupado el perfil de las lomas de su posición, a fin de utilizar por más tiempo los fuegos de su infantería y aprovechar el espacio para dar con ventaja en su oportunidad una carga a la bayoneta con sus gruesos batallones, así que aquéllos hubiesen diezmado los de los independientes. El general San Martín, tuvo entonces la intuición de la victoria, que debía decidir de los destinos de la América independiente. Dio audazmente la señal del ataque, mandando levantar en alto la bandera argentina y chilena, y en medio de ellas, la bandera encarnada como una llamarada sangrienta. Su ojo penetrante había descubierto el flanco débil del enemigo, que era su derecha. Las "columnas se descolgaron", según la pintoresca expresión del mismo general en su parte, y "marcharon a la carga, arma al brazo sobre la línea enemiga", con entusiasmo, a paso acelerado. La reserva y la artillería permanecieron en su puesto, esperando las órdenes del general.

    BATALLA DE MAIPU

    El movimiento se inició por la derecha; pero no era éste el verdadero punto de ataque. Su objeto era doble: desalojar la izquierda del enemigo destacada sobre el mamelón y amenazar el frente o la izquierda de su centro, concurriendo así al ataque de la izquierda, que tenía que recorrer la menor distancia entre las alturas para cargar sobre el flanco más desguarnecido. Según el éxito de una u otra ala, la batalla se empeñaría por la derecha o por la izquierda, interviniendo convenientemente la reserva en sostén de la que llevase la ventaja o la desventaja: en el primer caso, sería una batalla de frente, cortando la izquierda y desbordando la derecha enemiga, y en el segundo, un verdadero ataque oblicuo de la derecha flanqueando o tomando por retaguardia Las Heras las columnas realistas, y esto era lo que se proponía San Martín, al aprovechar el error cometido por Osorio, que iba a verse obligado a entrar en combate con todas sus fuerzas alterando su formación. En estas condiciones el secreto de la victoria estaba en el uso oportuno de la reserva.

    Las Heras avanzó gallardamente sin disparar un tiro, a la cabeza del núm. 11 de los Andes, que era el nervio de la infantería del ejército, sostenido por los dos batallones que formaban su brigada, y lanzó al llano los escuadrones de Granaderos montados, amenazando la posición del mamelón. La batería de cuatro cañones del mamelón rompió el fuego sobre el núm. 11 así que éste se presentó a la vista, causándole bastantes estragos en sus filas, pero siguió avanzando con rapidez seguido por los Cazadores de Coquimbo y los Infantes de la Patria de Chile, mientras la artillería de Blanco Encalada, que había quedado en posición sobre la loma, apoyaba el ataque lanzando sus proyectiles por encima de las columnas patriotas que marchaban por el terreno bajo. Primo de Rivera, que comprendió que el propósito de Las Heras era aislarlo de su línea de batalla, lanza a su vez su caballería situada entre el mamelón y la lomada triangular. Morgado carga con ímpetu a la cabeza de los "Dragones de la Frontera". Las Heras se cierra en masa y espera, dando órdenes a Zapiola que cargue por su derecha con la caballería. Los dos primeros escuadrones de Granaderos a órdenes de los comandantes Manuel Escalada y Manuel Medina, salen al encuentro sable en mano, y hacen volver caras a los jinetes realistas, que reciben en su huida los disparos de la artillería de Blanco Encalada, y se ven obligados a refugiarse tras de su anterior posición. Escalada y Medina son recibidos por los fuegos de fusilería y de metralla del mamelón; remolinean, pero se rehacen con prontitud; dejan a su derecha la altura fortificada, y apoyados con firmeza por los dos escuadrones de reserva mandados por Zapiola, siguen adelante en persecución de los derrotados, que se dispersan o se repliegan en desorden a la división de Morla sobre la loma. Las Heras se establece sólidamente con el núm. 11 en un cerrillo intermedio, fronterizo al mamelón y al ángulo nordeste del triángulo, en actitud de atacar el mamelón y concurrir al ataque de la izquierda. El ala izquierda de los realistas quedaba así aislada, y la izquierda de su centro amagada.

    Casi simultáneamente con la carga de los Granaderos a la derecha, el ala izquierda trepaba las alturas de la posición realista por el ángulo este, iniciando un movimiento envolvente sin divisar todavía los cuerpos enemigos. Los realistas, apercibidos del error de haber retirado su derecha perdiendo las ventajas que les daba el terreno, o arrastrados por su ardor, se decidieron a tomar la ofensiva. Ordóñez, a la cabeza de los batallones "Infante don Carlos" y "Concepción", con dos piezas de artillería, salió atrevidamente al encuentro de los patriotas en dos columnas de ataque paralelas, quien fue seguido muy luego por los batallones "Burgos" y "Arequipa", mandados por Morla, en la misma formación y escalonados por su izquierda. Osorio, que llegó a temer por su derecha y notando que quedaba sin reserva, mandó reconcentrar al centro de la línea la columna de granaderos destacada sobre el mamelón con Primo de Rivera. Ordóñez, al encimar con su división una de las colinas del campo, se encontró a distancia como de cien metros al frente de la de Alvarado, trabándose inmediatamente un combate de fusilería que causó estragos en ambas filas. Por desgracia para los independientes, dos de sus batallones, -el núm. 8 de los Andes y el núm. 2 de Chile, – que ocupaban en un bajo la zona peligrosa de los fuegos contrarios, sufrieron considerables bajas en los primeros momentos: el núm. 8, compuesto de los negros libertos de Cuyo, mandado por Enrique Martínez, se desordena después de perder la mitad de su fuerza, y se retira en dispersión; el núm. 2 intenta cargar a la bayoneta para restablecer el combate, y al ejecutar esta operación se dispersa también. Alvarado, que cubría la izquierda con el núm. 1 de Cazadores de los Andes, despliega en batalla y rompe el fuego; pero a su vez se ve obligado a ponerse en retirada para evitar una total derrota. La victoria parecía declararse en aquel costado por las armas españolas.

    Ordóñez y Morla, con sus cuatro gruesos batallones escalonados en dos líneas de masas, levantando como 3.500 bayonetas, se lanzan en persecución del ala izquierda independiente casi deshecha, y sus cabezas de columna descienden impetuosamente los declives de la lomada, con grandes aclamaciones de triunfo. En ese momento la artillería chilena de Borgoño, que con sus nueve piezas ligeras había quedado ocupando el perfil opuesto en la Loma Blanca, rompe sobre los vencedores un vivo fuego a bala rasa, que los hace vacilar; reaccionan éstos inmediatamente, pero al pisar el llano son recibidos por una lluvia de metralla que rompe sus columnas, haciéndolas retroceder, a pesar de los valerosos esfuerzos de Ordóñez y Morla. Al observar estas peripecias, Las Heras ordena a los Infantes de la Patria de Chile, que carguen sobre el flanco de la división de Morla; pero son rechazados y retroceden en algún desorden. Hacía veinte minutos que la lucha se mantenía en este estado incierto, cuando se oyó el toque de carga de la reserva independiente, y vióse a sus columnas moverse a paso acelerado hacia el ángulo este de la posición enemiga.

    San Martín, que se había mantenido en la altura de la Loma Blanca, en observación de los primeros movimientos de su derecha, dictando con sangre fría sus órdenes según las circunstancias, adelantóse con el cuartel general hasta la proximidad de la posición avanzada ocupada por Las Heras, para dirigir de más cerca las operaciones de su línea.

    Al notar desde este punto el rechazo de su izquierda, dio orden a la reserva que cargase en su protección, dirigiéndose con su escolta al sitio donde iba a decidirse la acción por un último y supremo esfuerzo. El coronel Hilarión de la Quintana, a la cabeza de los batallones núm. 1 y 7 de los Andes, y el núm. 3 de Chile, descendió la loma, atravesó la hondonada efectuando con sus columnas una marcha oblicua sobre su izquierda, y llegó al ángulo este de la posición enemiga, en circunstancias que las columnas españolas se habían replegado a ella rechazadas por los certeros fuegos de la artillería de Borgoño. A vista de la reserva, los batallones 8 de los Andes y 2 de Chile se rehacen y sobre la base de los Cazadores de los Andes, que no habían perdido del todo su formación, entran en línea, mientras Quintana trepa la altura del triángulo un poco a la derecha del punto por donde lo había efectuado antes Alvarado. El ataque oblicuo se iniciaba, y la batalla iba a cambiar de aspecto.LA GRAN CARGA DE MAIPU

    Aislada la izquierda realista, privada del apoyo de la caballería que la ligaba con su línea de batalla y debilitada de las compañías de granaderos que por orden de Osorio habían acudido a formar la reserva general, Las Heras se disponía a arrebatar su posición, cuando Primo de Rivera que la mandaba, emprendió su retirada, dejando abandonados en el mamelón sus cuatro cañones. El núm. 11 de los Andes y los Cazadores de Coquimbo, convergen entonces hacia el centro, persiguiendo activamente a las fuerzas de Primo de Rivera, y toman la retaguardia enemiga, mientras el batallón Infantes de la Patria de Chile, rehecho, vuelve a concurrir al ataque de la izquierda. La batalla se concentraba en breve espacio sobre la meseta triangular de la lomada de "Espejo", donde iba a decidirse.

    Casi simultáneamente, el combate se renovaba con más encarnizamiento por una y otra parte en la extremidad opuesta de la línea. Para despejar el ataque por este lado, San Martín ordena a los Cazadores montados de los Andes y a los Lanceros de Chile, que arrollen la caballería de la derecha enemiga. Bueras y Freyre cumplen bizarramente la orden: llevan una irresistible carga a fondo a los "Lanceros del Rey" y los "Dragones de Concepción" que salen a su encuentro, los hacen pedazos y los persiguen largo trecho en desbande hasta dispersarlos completamente. Bueras muere en la carga, atravesado de un balazo. Freyre, tomando el mando de todos los escuadrones, trepa la altura y amaga el flanco derecho de Ordóñez. La caballería realista de ambos costados ha desaparecido. El combate final se traba entre la infantería argentino- chilena y la española. Los tres batallones de la reserva mandados por Quintana, forman en línea de masas: el núm. 7 de los Andes más avanzado a la izquierda; el núm. 3 y núm. 1 de Chile al centro y la izquierda, un poco más a retaguardia. Al trepar la altura, encuéntranse casi a quemarropa con las columnas de Ordóñez y Morla, que ocultas por un pliegue del terreno oblicuaban en aquel momento sobre su izquierda para hacer frente al nuevo ataque, sin cuidarse de la deshecha división de Alvarado. El "Burgos", que no había entrado en pelea en el primer encuentro, hace flamear su secular bandera, laureada en Baylén y sus soldados entusiasmados gritan: "¡Aquí está el Burgos! ¡Diez y ocho batallas ganadas! iNinguna perdida!". La batalla se empeña con nuevo ardor a los gritos de "¡Viva la Patria! ¡ Viva el Rey!" Independientes y realistas hacen esfuerzos heroicos para alcanzar la victoria. Las distancias se estrechan. Los independientes atacan con impetuosa intrepidez. Los realistas resisten tenazmente, sin retroceder un solo paso. "Con dificultad," dice San Martín en su parte, "se ha visto un ataque más bravo, más rápido y más sostenido, y jamás se vio una resistencia más vigorosa, más firme y más tenaz."

    La división de Alvarado, rehecha en gran parte, entra al fuego por el mismo punto por donde había trepado antes la lomada, y concurre al ataque de la reserva, a la vez que Borgoño con ocho piezas marcha al galope a ocupar la puntilla del este. La derecha patriota con la artillería de Blanco Encalada avanzada, converge al centro y toma la retaguardia de los realistas. La caballería de Freyre vencedora, amaga su flanco derecho. El "Burgos" agita su bandera, y pelea como un león. El batallón "Arequipa", mandado por Rodil, mantenía impávido su posición. Los batallones "Infante don Carlos" y "Concepción", dirigidos personalmente por Ordóñez, se baten con desesperación. En esos momentos, el general en jefe del rey, abandona el campo de batalla y se entrega a la fuga. Ordóñez, el más digno de mandar a los realistas en la victoria y en la derrota, toma la dirección de la formidable columna de la infantería española, e intenta desplegar sus masas; pero el terreno le viene estrecho, y se envuelve en sus propias maniobras. El núm. 7 de los Andes y el núm. 1. de Chile cargan a la bayoneta, a los gritos de "¡Viva la libertad!" y la escolta de San Martín, al mando del mayor Angel Pacheco, juntamente con Freyre cargan sobre su flanco derecho. El "Burgos" forma cuadro, y rechaza las cargas, aunque con grandes pérdidas. Hacía media hora que duraba el porfiado combate. Los realistas, circundados, sin caballería que los apoye y exhaustos de fatiga, vacilan y empiezan a cejar, pero sin desordenarse. La última esperanza, es la reserva de granaderos desprendida de la izquierda que no pudo llegar a tiempo, y los cazadores de Morgado que perseguidos de cerca por Las Heras, quedan cortados y se precipitan en fuga sobre el callejón de "Espejo". Ordóñez, con sus filas raleadas emprende con serenidad la retirada hacia la hacienda de "Espejo", formado en masa compacta. San Martín redobla sus órdenes para que la persecución se haga vigorosamente a fin de impedir toda reacción, y condensa su ejército. Ordóñez continúa impávido su movimiento retrógrado, y con sus últimos restos se refugia en la hacienda de "Espejo".

    PARTE DE MAIPU

    La batalla estaba decidida por los independientes. San Martín, con el laconismo de un general espartano, dicta desde a caballo el primer parte de la batalla, y el cirujano Paroissien lo escribe, con las manos teñidas en la sangre de los heridos que ha amputado: "Acabamos de ganar completamente la acción. Un pequeño resto huye: nuestra caballería lo persigue hasta concluirlo. La patria es libre". Los enemigos del gran capitán sudamericano han dicho, que San Martín estaba borracho al escribir este parte. Un historiador chileno lo ha vengado de este insulto con un enérgico sarcasmo: "Imbéciles! ¡Estaba borracho de gloria!".

    En ese instante oyéronse grandes aclamaciones en el campo. Era O´Higgins que llegaba. El Director, al saber que la batalla iba a empeñarse, devorado por la fiebre causada por su herida, monta a caballo y al frente de una parte de la guarnición de Santiago, se dirige al teatro de la acción. Al llegar a los suburbios, oye el primer cañonazo y apresura su marcha. En el camino, un mensajero le da la noticia que el ala izquierda patriota ha sido derrotada, y sigue adelante sin vacilar; pero al llegar a la loma tuvo la evidencia del triunfo. Adelantóse a gran galope con su estado mayor, y encuentra a San Martín a inmediaciones de la puntilla sudoeste del triángulo, en momentos que disponía el último ataque sobre la posición de "Espejo": le echa al cuello desde a caballo su brazo izquierdo, y exclama: "¡Gloria al salvador de Chile!". El general vencedor, señalando las vendas ensangrentadas del brazo derecho del Director, prorrumpe: "General: Chile no olvidará jamás su sacrificio presentándose en el campo de batalla con su gloriosa herida abierta." Y reunidos ambos adelantáronse para completar la victoria. Eran las cinco de la tarde, y el sol declinaba en el horizonte.

    RESISTENCIA DE ORDOÑEZ

    La batalla no estaba terminada. Ordónez, sin desmayar, se había posesionado del caserío de "Espejo", dispuesto a salvar el honor de sus armas con la resistencia, o la vida de sus soldados en una retirada protegida por la oscuridad de la noche. Reconcentró allí las compañías de granaderos y cazadores casi intactas, y los restos del "Burgos", el "Concepción" y el "Infante don Carlos", habiéndose el "Arequipa" retirado del campo con su comandante Rodil. El valeroso general español, con una admirable sangre fría, lo dispone todo personalmente con habilidad y decisión. Coloca en el fondo del callejón, tras una ancha acequia frente de un puentecillo, los dos únicos cañones que le quedaban, sostenidos por cuatro compañías de fusileros. Forma el grueso de su infantería sobre una pequeña altura fronteriza a las casas, dando cara a los dos frentes vulnerables; reconcentra en el patio de las casas su reserva, pronta a acudir a todos los puntos amenazados; cubre con destacamentos los callejones laterales, y extiende en contorno, protegidos por las tapias y emboscados en las viñas, un círculo de cazadores. En esta actitud decidida espera el último ataque.

    TRIUNFO FINAL

    Las Heras es el primero que persiguiendo a los cazadores de Morgado, llega a la puntilla sudoeste, fronteriza a la boca alta que domina el callejón de "Espejo". Dióse cuenta inmediatamente de la situación, y prudentemente dispuso que el batallón descendiera al llano y se ocultase tras de un pequeño mamelón al oriente del caserío (izquierda española) y esperase la señal de un toque de corneta para coronarlo y romper el fuego. A medida que fueron llegando otros batallones, les señaló sus puestos, y estableció convenientemente la artillería en la parte alta de la puntilla, a fin de cañonear la posición antes de dar el asalto. En esos momentos se presenta el general Balcarce, y ordena imperiosamente que el batallón Cazadores de Coquimbo ataque sin pérdida de tiempo por el callejón. El comandante Thompson, da la señal y penetra resueltamente en columna al desfiladero. Allí es recibido por la metralla de las dos piezas que lo defendían. Pretende avanzar; pero nuevas descargas de fusilería del frente y de los flancos, lo detienen, y al fin lo hacen retroceder en derrota, dejando en el sitio 250 cadáveres, salvando con todos sus oficiales heridos. Volvióse entonces al bien calculado plan de Las Heras. Los comandantes Borgoño y Blanco Encalada rompieron el fuego con diecisiete piezas, que en menos de un cuarto de hora desconcertó las resistencias, obligando a los realistas deshechos por el cañoneo, a refugiarse en las casas y en la viña del fondo. La señal de asalto se da: el núm. 11, sostenido por dos piquetes del 7. y 8. de los Andes, carga por el flanco rompiendo tapias, y pasa a la bayoneta cuanto se le presenta. La batalla estaba terminada. Los realistas se dispersan en pelotones en las encrucijadas, viñas y potreros adyacentes. En ese momento hace su aparición en la lucha final, un regimiento auxiliar de milicias de Aconcagua, que lazo en mano se apodera de centenares de prisioneros como de reses en el aprisco. Los vencedores irritados por el sacrificio del Coquimbo, continuaban matando, cuando se presentó Las Heras, y mandó cesar la inútil carnicería. Pocos momentos después le entregan sus espadas como prisioneros, el heroico general Ordóñez, el jefe de estado mayor Primo de Rivera, el jefe de división Morla, los coroneles de la caballería Morgado y Rodríguez, y con excepción de Rodil, todos los oficiales de la infantería realista, Laprida, Besa, Latorre, Jiménez, Navia y Bagona, y multitud de oficiales. Las Heras alargó ambas manos a Ordóñez, y lo saludó como a un compañero de heroísmo, ofreciéndole noblemente su amistad, y amparando con su autoridad a sus compañeros de infortunio.

    TROFEOS DE MAIPU

    Los trofeos de esta jornada fueron, doce cañones, cuatro banderas, 1.000 muertos contrarios; un general, cuatro coroneles, siete tenientes coroneles, 150 oficiales y 2.200 prisioneros de tropa; 3.850 fusiles, 1.200 tercerolas, la caja militar, el equipo y las municiones del ejército vencido. Esta victoria, la más reñida de la guerra de la independencia sudamericana, fue comprada por los independientes a costa de la pérdida de más de 1.000 hombres entre muertos y heridos, pagando el mayor tributo los libertos negros de Cuyo de los cuales quedó más de la mitad en el campo.

    IMPORTANCIA DE MAIPÚ

    Más que por sus trofeos, Maipú fue la primera gran batalla americana, histórica y científicamente considerada. Por las correctas marchas estratégicas que la precedieron y por sus hábiles maniobras tácticas sobre el campo de la acción, así como por la acertada combinación y empleo oportuno de las armas, es militarmente un modelo notable si no perfecto, de un ataque paralelo que se convierte en ataque oblicuo, por el uso conveniente de las reservas sobre el flanco más débil del enemigo por su formación y más fuerte por la calidad y número de sus tropas, inspiración que decide la victoria, siendo de notarse, que San Martín, como Epaminondas, sólo ganó dos grandes batallas, y las dos, por el mismo orden oblicuo inventado por el inmortal general griego. Por su importancia trascendental, sólo pueden equipararse a la batalla de Maipú, la de Boyacá, que fue su consecuencia inmediata, y la de Ayacucho que fue su consecuencia ulterior y final; pero sin Maipú, no habría tenido lugar Boyacá ni Ayacucho. Vencidos los independientes en Maipú, Chile se pierde para la causa de la emancipación, y con Chile, probablemente la revolución argentina, encerrada dentro de sus fronteras amenazadas por dos ejércitos vencedores por sus dos puntos más vulnerables, desde entonces inmunes. Sobre todo, sin Chile, no se obtiene el dominio naval del Pacífico, la expedición al Bajo Perú se hace imposible, y Bolívar no hubiera podido converger hacia el sur, aún triunfando en el norte de los ejércitos españoles con que luchaba, y de hacerlo, se habría encontrado con 30.000 hombres que le hicieran frente y el mar cerrado. Además, Maipú quebró para siempre el nervio militar del ejército español en América, y llevó el desánimo a todos los que sostenían la causa del rey desde Méjico hasta el Perú, dando nuevo aliento a los independientes. Chacabuco había sido la revancha de Sipe-Sipe: Maipú, fue la precursora de todas las ventajas sucesivas. Tuvo además, el singular mérito de ser ganada por un ejército derrotado e inferior en número a los quince días de su derrota, ejemplo singular en la historia militar.

    FUGA DE OSORIO

    Sólo salvaron del campo de batalla, el batallón de "Arequipa", que mandado por Rodil se retiró en formación dispersándose al pasar el Maule, y los dispersos de la caballería. El general en jefe español atribulado, había abandonado el campo a las tres de la tarde, seguido por su escolta, así que vio que su derecha y centro se replegaban vencidos, sin pensar más que en la seguridad de su persona.

    Señalada su fuga a San Martín, por un poncho blanco que llevaba, desprendió a su ayudante O'Brien con una partida para que lo persiguiese sin descanso. Osorio se pudo salvar tomando el camino de la costa, pero dejando en poder de O´Brien su equipaje y toda su correspondencia oficial y reservada. El vencido general llegó a Talcahuano al frente de catorce hombres (14 de abril), y allí se le reunieron como 600 más escapados a la derrota, último resto del ejército vencedor en Cancharrayada.

    ERROR DESPUES DE MAIPU

    El general San Martín reincidió, como después de Chacabuco, en el error de no activar la persecución sacando de su victoria todos los resultados inmediatos. Se ha dicho en su disculpa, que el gobierno chileno se hallaba en la imposibilidad de suministrar prontamente los recursos para la continuación activa de una nueva campaña al sur, siendo lo probable, que ocupado de más vastos planes, sobre todo, del armamento naval que proyectaba para dominar el Pacífico y embargaba toda su atención, descuidó esto completamente, sin darle la debida importancia. Limitóse en los primeros momentos a desprender a Freyre con un destacamento de caballería de línea, y sólo cuando las partidas de milicianos que perseguían a los fugitivos empezaron a cometer depredaciones, dio orden al coronel Zapiola para que al frente de 250 Granaderos montados se dirigiese al sur y se mantuviera en observación del enemigo sobre la línea de Maule, acantonándose en Talca. La victoria era tan grande, que daba para todo, hasta para cometer y corregir errores. Por su parte, Zapiola desempeñó su cometido con inteligencia y actividad. Desarmó las guerrillas irregulares que deshonraban la causa de la independencia, creándole resistencias en el sur del país. Extrajo todo el material de guerra de los depósitos de Talca, que los enemigos en su fuga habían arrojado al río Maule. Estableció un servicio de vigilancia y de espionaje sobre la línea del Maule y el territorio dominado por el enemigo al sur del Ñuble, y por último, dio organización a las milicias de la localidad, preparándose a tomar la ofensiva parcial. Era todo cuanto podía hacerse con tan escasos elementos.

    CONSECUENCIAS DE MAIPU

    Osorio aprovechó el respiro que le daba el vencedor para allegar algunos elementos militares y sostenerse en Concepción y Talcahuano, tomando por línea de defensa el Ñuble. Reunió las guarniciones de la frontera de Arauco y ordenó al coronel Sánchez que se mantuviese firme en Chillán, consiguiendo a mediados de mayo contar con un a fuerza organizada de 1.200 hombres; pero con sólo 600 fusiles. En esta actitud pidió nuevas instrucciones y auxilios al Perú. El virrey Pezuela había dado por perdido definitivamente a Chile después de Maipú, y sólo pensaba en proveer a la defensa de su territorio amenazado. A la primer noticia de la derrota, convocó en Lima una junta de corporaciones, y en una arenga que les dirigió, dio a la batalla la importancia continental que tenía, y que da testimonio de la profunda impresión que ella causó en los ánimos de los realistas en América. "Nuestros cálculos ulteriores, -dijo-, deben partir del segurísimo concepto de que los enemigos siempre activos, atrevidos y emprendedores, no desperdiciarán momento para poner en ejecución planes agresivos, cuyo éxito favorable les facilitarán sus recientes ventajas. Estos planes no son otros que de apresurarse a mandar una expedición a estas dilatadas costas para introducir el desorden y la revolución en los pueblos, y propagarla de unos en otros hasta lograr hacer sucumbir a esta misma capital (Lima), objeto de sus perpetuas miras, por cuanto de su inagotable seno han salido desde el principio de la revolución, y para todos los puntos contaminados, las disposiciones y medios contra los cuales tantas veces han escollado sus obstinados esfuerzos. Me consta que tales han sido sus aspiraciones en todos tiempos, y me hallo cerciorado que se agitan actualmente con el más extraordinario empeño por realizar cuanto antes este su favorito proyecto. Para prometerse un próspero suceso en sus tentativas, sé que cuentan con algunos adictos a sus ideas que ocultos existen en los pueblos más fieles; y cuentan con mayor fundamento con la pronta concurrencia de la numerosa esclavatura que hay aquí, deseosa de libertad, así como lo han practicado en Buenos Aires. Sé también, que para realizar lo proyectado han comprado dos navíos, que su intención era batir nuestra escuadra, y en seguida, hechos dueños de la mar, mandar con mayor desahogo sus expediciones de desembarco a los puntos de la costa. Las providencias defensivas del gobierno han debido abrazar por tanto dos distintos medios de resistencia". Fue tal el pavor que la derrota de Maipú produjo en el Perú, que Pezuela, para aquietar los temores de las tropas del país reunidas en los alrededores de Lima, entre las cuales se anunciaba una nueva expedición a Chile, viose obligado a dirigirles una proclama aquietándolas: "Ha llegado a mi noticia que muchos de vosotros vienen disgustados, creyendo que han de marchar para Chile a incorporarse al ejército del rey que allí ha quedado. Yo os aseguro, que el objeto de vuestra venida a la capital, no es otro que mantener la tranquilidad pública". El orgulloso virrey, vencedor en Vilcapugio, Ayohuma y en Sipe-Sipe tres años antes, al ponerse a la estricta defensiva solicitaba en los términos más angustiosos prontos auxilios del virrey Sámano y de Morillo en Venezuela y Nueva Granada. "El tenor de las comunicaciones ha reagravado la dolorosa impresión del fatal suceso (de Maipú), resistiéndose la imaginación a convencerse cómo pudo suceder que un ejército completamente dispersado en un punto se rehiciese a los quince días en otro, ochenta y más leguas distante, en disposición de batir a sus vencedores, que no dejaron de perseguirlos de muy cerca por el mismo hecho del corto número de días que medió entre ambas acciones. Pero es demasiadamente cierto el final del funesto resultado, y que Osorio después de perdido todo habiendo emprendido su retirada con mil hombres, únicos del ejército que pudieron salvarse, pudo llegar a Concepción con sólo catorce, por haber sido muertos o dispersados por la caballería enemiga que los persiguió acuchillando en tan larga distancia. Por de pronto, mis incesantes fatigas tienen por objeto la colectación e instrucción de los reclutas destinados a la defensa de la capital y costas del distrito para resistir a cualquier agresión marítima, cuya diligencia presenta no pocas dificultades. Reitero, pues, mi súplica sobre cuanto pedí en mi último oficio, persuadiéndose que mis apuros han llegado hasta el grado sumo". El virrey de Nueva Granada le contestaba: "La fatal derrota que han sufrido la tropas del rey, nuestro señor, cerca de Santiago de Chile pone a aquel virreinato (del Perú), y a todo este continente por la parte del sur en consternación y peligro", y junto con estas palabras la enviaba el batallón "Numancia", fuerte de 1.200 plazas que a la sazón se hallaba en Popayán, refuerzo que a la vez que debilitaba a los realistas en este punto, facilitaba la invasión de Bolívar a Nueva Granada. Era un nuevo contingente a la causa de la independencia americana, como más adelante se verá. El general Morillo, que al frente de una expedición peninsular de diez mil hombres había arribado a Costa Firme, a la sazón extenuada en Venezuela, al conocer los detalles de la batalla de Maipú, pronunciaba palabras melancólicas que hacían presentir la derrota fatal: "El desgraciado suceso de las armas de S.M. cerca de Santiago de Chile, me llena del más amargo pesar. Yo entiendo que el ejército del rey victorioso en Lircay con 5.000 hombres sobre 10.000 enemigos, habría sido batido igualmente contando con 55.000, por las mismas tropas y los mismos jefes que lo han destruido en el llano de Maipú". Así, el plan de campaña continental, cuya intuición tuvo San Martín en 1814 en Tucumán, era al fin comprendido en todas sus consecuencias por el enemigo, que al anuncio de su segunda etapa, ya no se consideraba seguro ni en la tierra ni en los mares, y presentía su total derrota en toda la extensión de la América meridional. Jamás una concepción militar tuvo tan decisiva influencia moral en los acontecimientos, hiriendo de pavor al adversario con sólo su amago, aún antes de experimentar de cerca sus efectos finales. Son estas concepciones de largo alcance, metódicamente ejecutadas, las que caracterizan el verdadero genio militar.

    EL RESULTADO DE LAS BATALLAS: LA INDEPENDENCIA DE CHILE

    TRANSCRIPCIÓN DEL DOCUMENTO REFERIDO A LA PROCLAMACIÓN DE LA INDEPENDENCIA DE CHILE

    La fuerza ha sido la razón suprema que por más de trescientos años ha mantenido al Nuevo Mundo en la necesidad de venerar como un dogma la usurpación de sus derechos y de buscar en ella misma el origen de sus más grandes deberes. Era preciso que algún día llegase el término de esta violenta sumisión, pero entretanto era imposible anticiparla: la resistencia del débil contra el fuerte imprime un carácter sacrílego a sus pretensiones y no hace más que desacreditar la justicia en que se fundan.

    Estaba reservado al siglo XIX el oír a la América reclamar sus derechos sin ser delincuente y mostrar que el período de su sufrimiento no podía durar más que el de su debilidad. La revolución del 18 de setiembre de 1810 fue el primer esfuerzo que hizo Chile para cumplir esos altos destinos a que lo llamaba el tiempo y la naturaleza: sus habitantes han probado desde entonces la energía y firmeza de su voluntad, arrostrando las vicisitudes de una guerra en que el gobierno español ha querido hacer ver que su política con respecto a la América sobrevivirá al trastorno de todos los abusos. Este último desengaño les ha inspirado naturalmente la resolución de separarse para siempre de la monarquía española y proclamar su independencia a la faz del mundo.

    Mas no permitiendo las actuales circunstancias de la guerra la convocación de un Congreso Nacional que sancione el voto público, hemos mandado abrir un gran registro en que todos los ciudadanos del Estado sufraguen por sí mismos, libres y espontáneamente, por la necesidad urgente de que el gobierno declare en el día la Independencia o por la dilación o por la negativa; y habiendo resultado que la universalidad de los ciudadanos está irrevocablemente decidida por la afirmativa de aquella proposición, hemos tenido a bien, en ejercicio del poder extraordinario con que para este caso particular nos han autorizado los pueblos, declarar solemnemente a nombre de ellos, en presencia del Altísimo, y hacer saber a la gran confederación del género humano que el territorio continental de Chile y sus islas adyacentes forman, de hecho y por derecho, un Estado Libre Independiente y Soberano, y quedan para siempre separados de la monarquía de España, con plena aptitud de adoptar la forma de gobierno que más convenga a sus intereses.

    Y para que esta declaración tenga toda la fuerza y solidez que debe caracterizar la primera Acta de un Pueblo Libre, la afianzamos con el honor, la vida, las fortunas y todas las relaciones sociales de los habitantes de este nuevo Estado: comprometemos nuestra palabra, la dignidad de nuestro empleo y el decoro de las armas de la Patria, y mandamos que con los libros del gran registro se deposite el Acta original en el archivo de la Municipalidad de Santiago y se circule a todos los pueblos, ejércitos y corporaciones para que inmediatamente se jure y quede sellada para siempre la emancipación de Chile.

    Dada en el Palacio Directorial de Concepción, al 1 de enero de 1818, firmada de nuestra mano, signada con el de la nación y refrendada por nuestros Ministros y Secretarios de Estado en los Departamentos de Gobierno, Hacienda y Guerra.

    LA CAMPAÑA DEL PERÚ A FONDO.

    1.- LA FINANCIACIÓN DE LA EMPRESA

    Culminada la campaña de Chile, San Martín se apresuró a viajar de nuevo a Buenos Aires y el 13 de abril salía de Santiago para repasar la cordillera y realizar de nuevo la larga travesía. Debería replantear ante Pueyrredón y los prohombres de la Logia en Buenos Aires los planes elaborados después de Chacabuco, que la invasión de Osorio había postergado y la gestión de Manuel Aguirre y Gregorio Gómez, enviados a Norteamérica para adquirir navíos, demoraba todavía más.

    Pueyrredón le esperaba dispuesto a recibirle con los grandes honores que reclamaba la gloria del vencedor de Maipú: "Sin embargo de que usted me dice que no quiere bullas ni fandangos -le escribió en una carta que recibió en el viaje- es preciso se conforme a recibir de este pueblo agradecido las demostraciones de amistad y ternura con que está preparado". Pero San Martín. siempre esquivo, evitaba las aclamaciones y el 11 de mayo entraba a la ciudad sin aviso previo, a la hora del alba. yendo directamente a su casa donde le aguardaban María de los Remedios y su hijita, a quienes no veía desde aquella mañana de Mendoza, hacía más de un año, cuando se despidió de ellas para conducir su ejército a través de la cordillera.

    Estuvo en Buenos Aires poco más de un mes. Pero si pudo evitar la efusión popular del recibimiento le fue imposible substraerse a los honores oficiales. El 17 de mayo debió asistir a la sesión extraordinaria que el Congreso acordó celebrar para expresar públicamente la gratitud de la Nación al vencedor de Maipú.

    La ciudad se había engalanado para adherir a la solemne ceremonia y se volcó sobre las calles del breve recorrido que haría la comitiva desde el Fuerte hasta la Casa Nacional, sede de la Soberanía, en el antiguo local del Consulado sobre la misma calle que ahora se llama de San Martín.

    El general de los Andes, de gran uniforme. adelantaba su figura marcial al lado del Director Supremo. y la multitud que lo contemplaba aplaudiendo su paso debió comprender enternecida, en aquella hora de emoción y de gloria, el significado cabal de la misión que ese hombre estaba realizando con un fervor tan intrépido e indeclinable en el propio sacrificio como tenaz e intransigente en el reclamo con que llamaba a compartirla. Porque en el corazón del pueblo era ya San Martín algo más que el extraordinario ejecutor de las proezas militares y veía en él al símbolo de los grandes ideales que le habían movilizado, al héroe que encarnaba la esperanza y los anhelos de la Revolución. Ahora su sola presencia era un llamado a proseguir la obra todavía inconclusa y casi un reproche que hacía acallar las disidencias y pasiones que la retardaban, pues todos sabían que en el éxito de su empresa estaba la aspiración más auténtica y profunda del pueblo. Por eso alcanzaron vigorosa expresión las palabras con que saludó a San Martín en la reunión de la Asamblea el presidente de turno don Matías Patrón: "La Patria se gloria por la victoria obtenida y sus consecuencias, y no es menor su satisfacción al esperar de vuestro valor y vuestra constancia, iguales y mayores glorias sobre los peligros que restan arrostrar".

    San Martín estaba ansioso por terminar rápidamente el cometido que le. había traído a Buenos Aires. Tenía ante el gobierno y los "amigos" de la Logia un inmenso prestigio y no hay duda que supo aprovecharlo. Su autoridad pesó decididamente en los acuerdos que se adoptaron para cooperar en el plan continental. Era necesario acelerar la formación de la escuadra para librar de enemigos al Pacífico y hacer posible la expedición a Lima: debían ser reforzados los efectivos del ejército con nuevos reclutas y oficialidad competente; había que suministrar armamentos, vestuarios, caballadas; y todo eso requería urgente financiación. San Martín expuso concretamente sus demandas, allanó objeciones, explicó de nuevo la trascendencia de su empresa, enfrentó al ceñudo doctor Tagle y convenció a todos, primero a los amigos, y después a Pueyrredón en su chacra de San Isidro.

    Había dificultades indudables, que se irían complicando cada vez más y, en primer lugar, estaba la penuria financiera que desesperaba a Gascón, ministro de Hacienda, y amargaba la vida del Director Supremo, que debía multiplicarse para atenderlo todo. El gobierno tenía que responder a las exigencias del frente del Norte continuamente amenazado por La Serna, y estar a la mira de la situación creada en la Banda Oriental por la invasión portuguesa, que en cualquier momento a pesar de su actual actitud pasiva podía plantear una crisis de atención inmediata. Además, se venía temiendo con fundamento la realización de la gran amenaza de Fernando VII, que preparaba en Cádiz un ejército a órdenes del conde del Abisbal para invadir el Río de la Plata.

    Pero San Martín fue perentorio y convincente. El 16 de junio tomaba la galera para volver a Mendoza, esta vez en compañía de Remedios y Merceditas. Llevaba además las promesas del gobierno de realizar un empréstito forzoso de quinientos mil pesos durante los próximos cuatro meses destinado a las necesidades de la expedición.

    En realidad, desde al año anterior habían comenzado las gestiones para la adquisición de la escuadra. San Martín comisionó a Álvarez Condarco, primero y después a Álvarez Jonte para que fueran a Londres con ese objeto, Manuel Aguirre y Gregorio Gómez por otra parte, viajaron a Norteamérica para contratar barcos de guerra por cuenta de los gobiernos argentino y chileno. Se irían adquiriendo, además, algunas naves que se ofrecieran en el Río de la Plata o en Valparaíso. Buscábase también un almirante para la futura flota: desde Europa vendría lord Cochrane. En cuanto a los preparativos militares, San Martín confiaba en O'Higgins y en la terminación de la guerra en el sur de Chile, donde prolongaban su resistencia los realistas, ahora a órdenes del general Sánchez: sabía también cuánto habría de rendirle, para remontar su nuevo ejército, el inextinguible celo de su amada provincia de Cuyo, siempre en manos de sus adictos Luzuriaga, La Rosa y Dupuy. En Buenos Aires había comprado armas y pertrechos de guerra.

    Volvía, pues, satisfecho de su viaje. Comprendía las razones del gobierno y los aspectos diversos de la situación general, pero ya había hecho su opción frente a esos problemas y por eso la había auspiciado con tanto empeño.

    La expedición a Lima significaba resolver el máximo problema; era la conquista de la independencia de América, que por añadidura daría al gobierno la fuerza y los medios de resolver las otras cuestiones. No sólo el patriotismo y la fidelidad a los principios adoptados indicaban este camino sino también el buen senado y las conveniencias del mismo gobierno. Por eso, con optimismo estimulante, había escrito a O'Higgins antes de partir: "El empréstito de los quinientos mil pesos está realizado. Hágase por ese Estado otro esfuerzo y la cosa es hecha. Sobre todo auméntese la fuerza lo menos hasta nueve mil hombres, pues de lo contrario nada se podrá hacer. Prevengo que en los quinientos mil pesos va inclusa la cantidad del valor de cuatro mil quinientos vestuarios destinados para el ejército de los Andes. Póngase usted en zancos y dé una impulsión a todo para que haya menos que trabajar. De lo contrario yo me tiro a muerto".

    La cordillera estaba cerrada cuando llegó a Mendoza y debió aguardar allí la buena estación. Pero a fines de agosto Pueyrredón le escribía una carta desoladora. El empréstito fracasaba. "No hay numerario en plaza – agregaba el 2 de septiembre-, es imposible el medio millón aunque se llenen las cárceles y cuarteles". Ante la primera noticia, San Martín que conocía cuánto debía jugar en la emergencia reaccionó con violencia inesperada: envió su renuncia de Director Supremo. Si el ejército no era socorrido no solamente no podría emprender operación alguna sino que estaba muy expuesto a su disolución. Además su salud era muy mala y su médico, el doctor Colisberry, no le daba ni seis meses de existencia, y habiendo variado las circunstancias rogaba se le admitiera la renuncia. Y a Guido, a su entrañable Guido, que seguía la negociación desde Chile, le explicaba que el Director como jefe del Estado y como amigo había sancionado el auxilio pedido . El incumplimiento era cuestión de honor: "Yo no quiero ser juguete de nadie", terminaba. La renuncia cayó en Buenos Aires como una bomba. Volvieron a reunirse los prohombres del Congreso y los amigos. Pueyrredón, recapacitando sobre su actitud anterior tal vez un poco débil frente a los comerciantes, metió a todos en un puño, apretó terriblemente y consiguió exprimir hasta 300.000 pesos. Zañartú, ministro de Chile, le explicaba a O'Higgins la situación: "El empréstito se lleva a cabo porque la Logia no se detendría por consideración alguna que se oponga a la realización del fin. San Martín ha dado un golpe maestro". Y es que la autoridad de San Martín seguía siendo incontrastable. Le volvió a escribir a Guido: "Todo eso ha mejorado mi salud y sólo espero un poco más de tiempo para que venga todo el dinero y marcharme a ésa aunque sea muriéndome".

    2.- UN MANIFIESTO A LOS PERUANOS

    Y ya estaba al pie de su mula, con el fiel padre Bauzá, su capellán y administrador privado que le acompañaría hasta Santiago, cuando a fines de octubre recibió una visita importante: nada menos que el prominente logista Julián Álvarez venía a verle en persona de parte de los amigos, tan delicada era la nueva que debía participarle. Se había decidido en los consejos de Buenos Aires enviar a Europa al talentoso canónigo Valentín Gómez, como diputado del gobierno para gestionar ante el Congreso de los Soberanos, reunido en Aix-la-Chapelle, el reconocimiento de la independencia del país sobre la base del establecimiento de una monarquía constitucional en el Río de la Plata. Pueyrredón le había escrito también, el 24 de septiembre, con ingenuo entusiasmo, sobre este negocio de cuyo éxito a su juicio dependía la salvación del país: "Él sólo va a terminar la guerra y asegurar nuestra independencia de toda otra nación extranjera; por él haremos que al momento evacuen los portugueses el territorio oriental". San Martín escuchó con mucha atención al secretario de la Logia: tampoco le disgustaba a él una solución monárquica siempre que tuviera por base la independencia: sobre ello habían conversado los amigos en la chacra de Pueyrredón, durante la reunión de junio. Pero sin duda pensó que si esa solución podía adoptarse en el Río de la Plata, para hacerla viable en toda América debía conquistarse antes la libertad del Perú. Además, algo le dejó una espina mordiente. Cuando Álvarez viajaba para Mendoza divisó en lontananza al cruzar la frontera de Santa Fe a una partida de jinetes, que, a no dudarlo, venían a registrar su galera. "Eran los montoneros – explicó con el lenguaje de los doctores de Buenos Aires- y no había tiempo que perder". Y el buen don Julián, antes de que llegaran, había hecho detener el carruaje y con los documentos de la negociación monárquica hizo una pira y los quemó. ¿No era ése un proceder semejante al de quien destruye la prueba de un delito? ¿Estaría acaso esta negociación destinada a ahondar la gran crisis abierta por la divergencia del Litoral?

    San Martín con el buen franciscano siguió viaje a Chile. Dejaba a su Remedios convaleciente de un nuevo contratiempo tenido a poco de llegar a Mendoza. En Santiago tuvo una excelente noticia. La naciente escuadra chilena -habían llegado ya varios de los buques contratados- daba los frutos esperados. El coronel Blanco Encalada, improvisado almirante, acababa de apresar en Talcahuano a una fragata española, la Reina María Isabel, magnífica presa que venía a engrosar la flota.

    En su atareado bufete de la casa del Obispado, San Martín recomenzó su actividad. La minuciosa, concreta y permanente faena de la empresa peruana. Hacia tiempo, desde antes de su viaje a Buenos Aires, habíala iniciado con sus métodos habituales. Iban y venían mensajes hasta Lima o Arequipa o al Callao; informaciones, libelos, cartas misteriosas, anónimos. Todo pasaba bajo su mirada infatigable. Las cosas iban bien. Quizá pudiera comenzarse en esta estación, apenas llegara el famoso lord Cochrane.

    Entre tanto, el 13 de noviembre. escribió un manifiesto a los peruanos en que se presentaba como su Libertador: "Mi anuncio no es el de un conquistador que trata de sistematizar una nueva esclavitud. Yo no puedo ser sino un instrumento accidental de la justicia y un agente del destino. El resultado de la victoria hará que la capital del Perú vea por la primera vez reunidos a sus hijos eligiendo libremente su gobierno y apareciendo a la faz de las naciones del globo entre el rango de las naciones".

    Pocos días después, el 28 de noviembre, llegaba a Valparaíso lord Alejandro Cochrane. precedido por la fama resonante de sus acciones navales en la guerra contra Napoleón. Álvarez Condarco, en Boulogne-sur-Mer, habíalo convencido fácilmente a enrolarse en la gran aventura que para él significaba participar en la contienda americana. Servía de esta manera a sus propios ideales y a las conveniencias de su país a quien sabía interesado en la libertad de la América española. Era una nueva ocasión para el noble lord e iguales motivos habían decidido a otros marinos ingleses – Wilkinson, De Guise, O'Brien, Forster- a comandar los barcos de la armada independiente.

    Mecíanse ya en el puerto de Valparaíso, en airoso conjunto, las fragatas, corbetas y bergantines, y el 14 de enero de 1819 Cochrane saldría rumbo al Callao para hacer su primer crucero por el Pacífico y combatir a la flota española que hasta entonces no había tenido oposición alguna. La iniciación de la guerra marítima era la etapa indispensable de la expedición al Perú.

    Pero en algunos aspectos las cosas no marchaban bien. Prolongábase la guerra en el sur. adonde se había enviado al general Balcarce, que debía habérselas a un mismo tiempo con realistas y montoneros. Además, el gobierno de O'Higgins era jaqueado por una oposición creciente y se hallaba prácticamente paralizado por falta de recursos o de energía para conseguirlos; incluso podía acusarse algún desgano en la realización de los aprestos del ejército, que San Martín urgía sin descanso. Advertíase en ciertos círculos notoria animadversión hacia determinados elementos del gobierno que fue necesario desplazar; y reaparecían peligrosamente algunos restos del partido carrerino cuyas aspiraciones promovía desde Montevideo José Miguel Carrera, que clamaba venganza por la ejecución de sus hermanos Luis y Juan José realizada en Mendoza poco después de la batalla de Maipú, triste final de una funesta aventura.

    El Director Supremo de Chile, fraternalmente unido a San Martín, sufría más que ninguno estas dificultades, pero se veía obligado a considerarlas a pesar de ser. por otra parte, el primer interesado en cooperar con la fuerza que era su más firme sostén. San Martín pintaba a Pueyrredón esta situación con sombríos colores y le instaba a aumentar sus auxilios.

    3.- SAN MARTÍN Y LA CRISIS DIRECTORIAL

    En este final del año 1818 era mucho peor la crisis política en las Provincias Unidas. El gobierno y el Congreso se habían embarcado decididamente en la negociación monárquica cuyos detalles refirió Julián Álvarez a San Martín en la entrevista de Mendoza. Pero adoptaban esa determinación en plena lucha con las provincias del Litoral, que el Directorio había reabierto con imprudencia incalculable, sin parar mientes en sus consecuencias ni en el pábulo que daba a la política de Artigas, pertinaz en su postura federalista y en su exigencia de no aprobar ningún avenimiento mientras el gobierno de Buenos Aires no declarara la guerra a Portugal, invasor del territorio nacional desde 1816. En realidad, el proceso federalista estaba abierto en el Litoral desde antes de la revolución de 1816 y Álvarez Thomas primero y después Pueyrredón se empeñaban en sofocarlo. Mucho había maniobrado el Director Supremo con comisionados y tropas sobre Santa Fe y Entre Ríos, durante los dos últimos años, pero el resultado, entre otras consecuencias adversas a sus fines, había sido promover la aparición de dos fuertes caudillos, Estanislao López y Francisco Ramírez, que ahora se presentaban como abanderados de un auténtico programa federal y, sobre todo, como intérpretes de la oposición de los pueblos a la actitud del gobierno central ante el invasor portugués y al plan monarquista que era una claudicación.

    Santa Fe era la posición clave y por eso resultaba indispensable dominarla para vencer en la nueva campaña, que Pueyrredón decidió abrir en agosto de 1818 enviando contra su territorio al general Juan Ramón Balcarce, que avanzó hasta el Rosario; y al general Belgrano, que desde Tucumán destacó una división al mando de Bustos para amagar desde Córdoba a la rebelde provincia. Pero ni Balcarce ni Bustos pudieron hacer nada efectivo contra el caudillo santafesino. que les hizo una guerra de montonera. terriblemente eficaz aunque debiera retroceder casi siempre ante las tropas regladas, que sólo encontraban ante sí la tierra asolada y la airada protesta campesina. Así comenzó, en medio de esta guerra civil, el año 1819. Belgrano había debido trasladarse a la frontera de Córdoba para asumir personalmente el mando del ejército, mientras Balcarce era reemplazado por Viamonte en la dirección de las fuerzas de Buenos Aires.

    Entre tanto llegaban de Europa noticias alarmantes sobre la expedición española que proyectaba enviar Fernando VII, y con el pretexto de este peligro e invocando las cartas que recibía de San Martín sobre la inacción del gobierno chileno, demorado en su cooperación a la expedición sobre Lima, el Directorio envió a San Martín, el 27 de febrero, la orden de repasar la cordillera con el ejército de los Andes y situarse en Mendoza a la espera de nuevas instrucciones.

    Pero cuando esta orden viajaba para Santiago el general se había trasladado a Mendoza desde su acantonamiento en Curimón, enviándole antes una nota a O'Higgins en la que le decía: "La interrupción de correos que hace más de un mes se experimenta con la capital de las Provincias Unidas, las noticias que me suministra el gobernador intendente de la Provincia de Cuyo con respecto a la guerra de anarquía que se está haciendo en las referidas provincias por parte de Santa Fe, me han movido como un ciudadano interesado en la felicidad de la América, a tomar una parte activa a fin de emplear todos los medios conciliativos que están a mis alcances para evitar una guerra que puede tener la mayor trascendencia a nuestra libertad. A ese objeto he resuelto marchar a dicha provincia de Cuyo, tanto para poner a ésta al cubierto del contagio de anarquía que la amenaza, como de interponer mi corto crédito, tanto con mi gobierno como con el de Santa Fe, a fin de transar una contienda que no puede menos que continuada ponga en peligro la causa que defendemos. El general Balcarce queda encargado del mando del ejército de los Andes. V.E. podrá nombrar para el de Chile el que sea de su superior agrado; tendré la satisfacción de volver a ponerme a la cabeza de ambos ejércitos luego que cesen los motivos que llevo expuestos y que los aprestos para las operaciones ulteriores que tengo propuestas y confirmadas por V.E. estén prontos".

    Evidentemente San Martín veía cada vez más claro en las causas y en las consecuencias de la guerra civil argentina; en la guerra de anarquía como él y los amigos la llamaban. ¿Cómo no había de inquietarse ante la tremenda perspectiva de una lucha en la que el Directorio de Buenos Aires no vacilaba en dejar desguarnecida la frontera del Norte, siempre amenazada por el ejército de La Serna? ¿Cómo no había de ver el peligro que ella implicaba para la causa americana?

    Su decisión fue terminante y, como siempre. puso el interés de la patria por encima de sus propias convicciones, comprometidas sin duda con los amigos de la Logia de Buenos Aires en más de uno de los capítulos enrostrados por "los anarquistas". Y desde Mendoza, el 13 de marzo, se dirigió a Estanislao López pidiéndole aceptara la mediación que el gobierno de Chile, a indicación suya, había interpuesto entre el Director Supremo de las Provincias Unidas y el gobernador de Santa Fe, a fin de llegar a un acuerdo que hiciera cesar la guerra. El mismo día y con igual instancia se dirigía al general Artigas.

    Le decía a Estanislao López en esta carta famosa: "Unámonos, paisano mío, para batir a los maturrangos que nos amenazan; divididos seremos esclavos; unidos estoy seguro que los batiremos; hagamos un esfuerzo de patriotismo, depongamos resentimientos particulares y concluyamos nuestra obra con honor: la sangre americana que se vierte es muy preciosa y debía emplearse contra los enemigos que quieren subyugarnos".

    Y es a López, e igualmente a Artigas, a quienes dirigió en esta misma carta aquella advertencia: "Mi sable jamás saldrá de la vaina por opiniones políticas". Esta actitud de San Martín ante los caudillos del Litoral ha de contarse sin ambages entre las decisiones más notables de su intervención en el problema político argentino y por ello corresponde señalar su trascendencia en la crisis final del régimen y medirla por la significación nacional de quien tuvo la extraordinaria entereza de producir un acto que era una clara definición histórica. Por mucho que San Martín estuviera vinculado al equipo gobernante; por más que compartiera la responsabilidad de sus planes como gran dirigente de la Logia, y por poco que le gustara, según expresó más de una vez, la solución federativa, no pudo permanecer indiferente ni sordo ante la guerra civil, ni su visión penetrante de las cosas podía dejar de advertir la realidad y características del drama político y social que se estaba desarrollando en su tierra y que los ideólogos se empeñaban en no ver. Por eso hizo cuestión de patriotismo al promover y favorecer la mediación chilena entre los partidos en lucha. E hizo más: desahució rotundamente a quienes contaban con el prestigio de su espada para dirimir la contienda. Se ha dicho que estas cartas no llegaron con oportunidad ni a López ni a Artigas porque las interceptó Belgrano en la frontera de Córdoba; pero sin duda alguna por esta misma causa llegaron a conocimiento del gobierno de Buenos Aires, que era en definitiva el verdadero destinatario. Es seguro que desde entonces comenzó a pensar el doctor Tagle en el relevo de San Martín; y de todos modos el Director Supremo no había querido ni siquiera recibir a la comisión mediadora del gobierno chileno formada por el coronel Cruz y el regidor Cavareda. La mediación, advirtióles Pueyrredón, "es desagradable a este gobierno y da al caudillo de los orientales una importancia que él mismo debe desconocer por su situación apurada".

    Pero lo cierto es que las cartas de San Martín a Estanislao López y a José Artigas son del 13 de marzo y que el 5 de abril se acordaba entre las fuerzas de López y Viamonte un armisticio, que era ratificado formalmente en San Lorenzo el día 12 de abril por los representantes de Santa Fe y el delegado del gobierno central, Ignacio Álvarez Thomas. Belgrano comunicó la firma del armisticio a San Martín y éste le contestó el 17 de abril: "Este pueblo ha recibido el mayor placer con su noticia, esperanzados todos en que se corte una guerra en que sólo se vierte sangre americana".

    En Buenos Aires no pensaban de la misma manera; y el equipo directorial no habría de perdonarle nunca su actitud.

    4.- LA "DESOBEDIENCIA"

    Cuando San Martín tomó esta resolución trascendental había ido a Mendoza desde su campo en Curimón con el propósito de llegar hasta San Luis para cerciorarse de las verdaderas proporciones de una sublevación promovida por los prisioneros españoles allí confinados y entre los cuales se contaban los jefes que se habían rendido en Maipú: Ordóñez, Morla, Primo de Rivera, Morgado y otros. Se habían alzado contra el gobernador Dupuy y estuvieron a punto de matarle; pero fracasaron y la represión fue terrible y sangrienta, fueron todos ellos muertos o ajusticiados.

    Tenía motivos para sospechar una conexión entre aquel hecho y la reaparición de José Miguel Carrera y Carlos Alvear, que se había unido al caudillo chileno en la actividad difamatoria contra el Directorio y especialmente contra él y O'Higgins. Ahora se hallaban ambos en el campo de Ramírez, en Entre Ríos, esperando sacar cada uno su especial provecho de la guerra civil, porque la lucha de los gobernadores del Litoral contra la política del gobierno de Buenos Aires envolvía en la intención siniestra de aquéllos a San Martín y O'Higgins que se hallaban comprometidos en ella.Con anterioridad se había descubierto en Buenos Aires una conjuración fraguada por Carrera y su círculo, en la que se mezclaron algunos aventureros franceses que fueron detenidos cuando emprendían viaje a Chile, y el plan era asesinar a O'Higgins y a San Martín e insurreccionar el país para entregarlo a la facción de Carrera. Pero los franceses y sus cómplices pagaron con la vida la intentona y poco después de la sublevación de San Luis fueron fusilados en Buenos Aires, mientras O'Higgins perseguía con mano dura a los carrerinos exiliando a muchos de ellos a la isla de Juan Fernández.

    Y fue en Mendoza, disipados los presuntos peligros que estos hechos configuraban, donde San Martín recibió aquella orden que el Directorio había enviado el 27 de febrero para que el ejército de los Andes repasara la cordillera. El general la trasmitió a Balcarce, el cual adoptó enseguida disposiciones para cumplirla ante la gran alarma de O'Higgins y del Senado chileno que se apresuraron a escribir a Buenos Aires pidiendo su revocación.

    Además el gobierno estaba alarmado con la situación en el Norte e insistía el 25 de abril ante San Martín, ordenándole que una vez llegado su ejército a Mendoza pasara sin dilación a Tucumán a defender esa frontera. Pero el 1º de mayo había contraorden: se disponía ahora suspender la marcha, el ejército quedaría en Chile, se activarían los preparativos sobre Lima.

    Puede ser tedioso pero es necesario puntualizar esta cronología. ¿Qué significaba todo esto? ¿Qué motivaba estas órdenes y contraórdenes, estos cambios de rumbo al parecer precipitados? Así habría de suceder en todo el año 1819 y ellas no sólo enunciaban la vacilación provocada por la crisis interna sino la real incertidumbre sobre la tremenda amenaza de la invasión española. Los hombres del gobierno vivían sin duda una dramática situación y aquel peligro se abatía constantemente en los consejos del Director Supremo como un fatídico fantasma. Sabíase positivamente que en el ejército de Cádiz había fuertes focos de rebeldía y el propio Directorio tenía allí agentes que contribuían pródigamente a fomentarlos; los liberales españoles preparaban un movimiento contra Fernando para obligarle a deponer su absolutismo y aceptar la constitución de 1812; pero la esperada sublevación no se producía y llegaban de pronto a Buenos Aires noticias alarmantes que ponían en tensión los espíritus, aunque muy luego fueran desvirtuadas por las siguientes informaciones. Y por cierto era fundado el temor que debía producir una fuerza atacante de 20.000 hombres para cuyo tranquilo desembarco en Montevideo ni siquiera podía descartarse la complicidad de Portugal.

    Pero no hay duda que el armisticio de San Lorenzo contribuyó tanto como la última noticia halagüeña recibida de Cádiz, a la suspensión de la orden dada a San Martín de repasar los Andes y, por otra parte, la amenaza de verse desamparado movió al gobierno chileno a pedir al de Buenos Aires quedaran por lo menos 2.000 veteranos para que con otros tantos que se comprometía a reclutar fueran la base de la expedición al Perú.

    Mientras O'Higgins se entregaba con renovado entusiasmo a extremar su cooperación, en Buenos Aires se aprovechaba la paz del armisticio para sancionar el 22 de abril la constitución que venía preparando el Congreso, aquella famosa Carta de 1819 que consagraba el régimen unitario y centralista y de la cual el deán Funes. su docto sostenedor, había dicho repitiendo a Sieyés que no establecía "ni la democracia fogosa de Atenas ni el régimen monacal de Esparta ni la aristocracia patricia o la efervescencia plebeya de Roma ni el gobierno absoluto de Rusia ni el despotismo de la Turquía ni la federación complicada de otros estados"… Aunque lo que sí establecía, sin duda alguna, era un sistema fuertemente conservador y aristocrático, que descartaba la federación reclamada por el Litoral y se prestaba en cambio. maravillosamente, a ser la Carta que debía jurar el príncipe que Bernardo Rivadavia y Valentín Gómez andaban buscando en Europa.

    Pueyrredón renunció a su cargo el 9 de junio. Era la tercera dimisión que formulaba y debió aceptársele. El l0 de junio prestaba juramento el nuevo Director Supremo, general José Rondeau. Pero la constitución de 1819 tenía que precipitar la gran crisis planteada por la divergencia federalista y, además, el armisticio de abril amenazaba romperse en cualquier momento porque para establecer una paz permanente Artigas exigía al Director Supremo definiera la cuestión oriental declarando la guerra a los portugueses.

    San Martín asistía desde Mendoza, con angustiosa desazón, a las dramáticas contingencias de la crisis que él había querido evitar. Estaba solo, pues María de los Remedios, enferma, había regresado a Buenos Aires con Merceditas, el 24 de marzo. Recrudecieron por entonces sus achaques reumáticos y su malestar en el pecho, que le ocasionaban dolorosas padecimientos, y debió pasar en el campo una larga temporada.

    En julio volvió, esta vez amenazante y concreta, la noticia de Cádiz y él sugirió un plan de defensa a Buenos Aires: la escuadra chilena saldría a atajar a los navíos españoles; pero de nuevo se desvaneció el peligro. O'Higgins y Guido le instaban a regresar a Chile para dirigir personalmente los trabajos del ejército; temían a la nueva guerra civil argentina y que San Martín fuera envuelto en la vorágine. Alvarado, Necochea, Escalada, jefes de los regimientos que habían llegado a Mendoza antes de que la orden del repaso fuera suspendida, también querían volver. Sabían que el espíritu de su general estaba en Lima y únicamente con él querían seguir en la empresa de América que era la causa de todos y no en la guerra civil desencadenada por el error o la ambición de unos pocos.

    Era evidente que San Martín atravesaba ahora una profunda crisis espiritual. En la medida que se ahondaba la disidencia nacional se le aparecía claramente el fin de aquel régimen que él, sin embargo, había prohijado y comprendía que era ya inútil exigirle más para la causa que había sido la razón de ser del apoyo que él le había prestado. Pero era un duro trance, sin duda, el tener que hablar con los amigos y de ir al gobierno que no podía ser parte en la contienda fratricida. Sin embargo se decidió a ir a ver a Rondeau y le escribió a Guido el 21 de septiembre, desde San Luis: "Al fin me resolví a ponerme en marcha para Buenos Aires: pero no pude pasar de ésta en razón de lo postrado que llegué; en el día me encuentro muy aliviado y pienso ponerme en marcha dentro de cinco o seis días, permaneciendo en la capital sólo ocho o doce días a lo sumo". Pero recién pudo tomar la galera el 4 de octubre, apenas restablecido de la penosa enfermedad en que había recaído. Al acercarse a la frontera de Córdoba, en la Posta del Sauce le avisaron que no era posible seguir adelante, pues estaba cerrada por las fuerzas del general Estanislao López. El armisticio de San Lorenzo había sido roto y la guerra civil ensangrentaba de nuevo al país.

    San Martín retomó el camino de Mendoza. Era inútil ahora entrevistarse con Rondeau y el 17 de octubre estaba de vuelta en la capital cuyana. Allí le llegaron órdenes reiteradas del Director Supremo, firmadas por el ministro de Guerra, Irigoyen, pidiéndole se trasladara enseguida a Buenos Aires con toda la caballería y le prevenían que si hallaba oposición en su marcha, por parte de los enemigos del orden, obrara contra ellos hostil y vigorosamente. Pero también había sabido, en la Posta del Sauce, que la ruptura de las hostilidades se había señalado por parte de los santafesinos con la captura de una carreta en la que viajaban varios personajes oficiales a los que hicieron prisioneros, entre ellos, el general Marcos Balcarce que iba hacia Chile, según la voz pública, a relevar a San Martín en el comando del ejército de los Andes.

    San Martín leyó con inquietud creciente y sin duda con una profunda tristeza las órdenes desesperadas del ministro, a través de las cuales se transparentaba la realidad viviente del país que se estaba incendiando por los cuatro costados. Bien lo sabía él por los informes que le llegaban de todas partes. En el Litoral dominaban sin discrepancias los caudillos federales; en Córdoba se sostenía a duras penas el gobernador Manuel Antonio de Castro y era aún peor la situación del coronel Motta Botello en Tucumán; Güemes en Salta era una entidad prácticamente autónoma, entregada por cierto a su heroica defensa de la frontera; y en la propia gobernación de Cuyo, tan adicta sin duda a su antiguo gobernador intendente, crecía la oposición al centralismo porteño instigada por jefes y oficiales confinados allí por el gobierno central.

    Por desgracia, la crisis se agudizaba precisamente cuando en Chile realizábanse al fin las tareas por él mismo requeridas para llevar a cabo su empresa de libertad, y cuando la campaña naval de lord Cochrane estaba a punto de dar sus frutos y abrir las rutas del Pacífico.

    A medida que examinaba los términos opuestos de la situación el dilema se hacía más dramático. Lamentaba las crueles convulsiones de lo que él también llamaba la anarquía; no creía que el país estuviese en condiciones de establecer un régimen republicano según los modelos en boga; y menos creía en las ventajas de la federación. que a su juicio debilitaría ese gobierno fuerte, guardián implacable del orden, que estimaba indispensable por lo menos hasta terminar con la victoria la guerra de independencia. Pero la intransigencia del Directorio a nada conducía. ¿Qué valor podía tener cualquier solución que no se afirmase sobre la libertad conquistada? ¿Acaso era ya viable ese negociado monárquico que el gobierno miraba como áncora de salvación pero cuyo solo enunciado insurreccionaba a los pueblos como si fuera una traición a la causa de América? ¿Iba él a resolver esa crisis a sangre y fuego arrojando a la contienda fratricida los soldados de Chacabuco y de Maipú? No. La verdad es que había sido profundamente sincero cuando les hizo saber a López y a Artigas que jamás desenvainaría su espada por opiniones políticas y que cada gota de sangre vertida por los disgustos domésticos le oprimía el corazón. Estas palabras no habían sido dichas en vano y volvían a pesar solemnemente sobre su espíritu porque había sonado la hora de la decisión.

    Y San Martín se resolvió. Surgía imperativo de su convicción más íntima el mandato inexcusable del deber. Él lo diría más tarde con clásica concisión: "Yo debo seguir el destino que me llama. Voy a emprender la grande obra de dar libertad al Perú". Por eso. el 9 de noviembre, al comunicar a O'Higgins las órdenes que había recibido del gobierno, agregó lo siguiente: "No pierda usted un momento en avisarme el resultado de Cochrane para sin perder un solo momento marchar con toda la división a ésa, excepto un escuadrón de granaderos que dejaré en San Luis para resguardo de la provincia: se va a descargar sobre mí una responsabilidad terrible, pero si no se emprende la expedición al Perú todo se lo lleva el diablo".

    Quedó todavía dos meses en Mendoza. Los hechos confirmaban la inevitable caída del régimen y la crisis se precipitaba con violencia incontenible. El 12 de noviembre un movimiento popular deponía en Tucumán al gobernador Motta Botello y era arrestado el general Belgrano; en Córdoba se mantenía aún el doctor Castro merced al amparo del ejército del Norte, acantonado en el Pilar a órdenes del general Cruz; los gobernadores del Litoral, en cuyas filas iban Alvear y Carrera, cada cual con su consigna de ambición o de odio, se acercaban al Arroyo del Medio. El Director Supremo había salido a hacerles frente dirigiendo a las tropas de Buenos Aires, al tiempo que ordenaba a Cruz avanzase a marchas forzadas para salvar la situación.

    Mientras adoptaba las últimas previsiones para salvaguardar el orden en Cuyo, San Martín volvió a enfermar. Lo postró un ataque reumático y le era indispensable ir a Chile a tomar los baños de Cauquenes que aliviaban infaliblemente sus males. Estaba, pues, ante la urgencia de partir y reponerse para reasumir las tareas de la expedición al Perú. Comunicó su decisión a Rondeau enviándole su renuncia e informando que dejaba al coronel Alvarado al frente de las tropas en Mendoza.

    Tuvieron que llevarlo en camilla a través de la cordillera, que traspuso a comienzos de enero. Y fue en Santiago donde tuvo noticias del último acto del drama directorial. El ejército del Norte se había sublevado el 9 de enero de 1820, en la Posta de Arequito, y en vez de acudir en defensa del gobierno central se replegó a Córdoba conducido por el general Bustos. En Buenos Aires los caudillos federales derrotaban a Rondeau en la Cañada de Cepeda, el 1 de febrero; renunciaba el Director Supremo y el Congreso Nacional se disolvía. El país parecía un caos, pero el orden habría de recuperarse. Nuevas formas, nuevos hombres advenían al primer plano. Cada provincia se replegaba sobre sí misma y fundaba su autonomía.

    Era la marea federal que desbordaba en medio de la locura y la esperanza del pueblo que creía haber abatido a los tiranos. En la capilla del Pilar, el 23 de febrero, Estanislao López y Francisco Ramírez dictaban a Manuel de Sarratea, el elegante triunviro del año 1811, ahora gobernador de Buenos Aires, las cláusulas del famoso Tratado: "El voto de la Nación se ha pronunciado en favor de la federación, que de hecho admiten…"

    Al grito de "¡Viva la federación!" se sublevaron también las ciudades de Cuyo y el batallón de Cazadores de los Andes se plegó al movimiento. Luzuriaga, La Rosa y Dupuy, los antiguos colaboradores de San Martín, eran barridos de Mendoza, San Juan y San Luis. El coronel Rudecindo Alvarado, con los granaderos de Necochea y un resto de los cazadores, ganó las gargantas de la cordillera y la cruzó de nuevo para ir a alinearse bajo la enseña de su general.

    5.- HACIA EL PERÚ

    El 2 de abril de 1820 realizábase en la ciudad de Rancagua una reunión cuya grave trascendencia no podía escapar a quienes a ella concurrían, todos ellos jefes del Ejército de los Andes. En su presencia, el general las Heras, que los había convocado, abrió un pliego remitido por San Martín y leyó lo siguiente: " EI Congreso y Director Supremo de las Provincias Unidas no existen: de estas autoridades emanaba la mía de general en jefe del Ejército de los Andes y de consiguiente creo que mi deber y obligación el manifestarlo al cuerpo de oficiales para que ellos por sí y bajo su espontánea voluntad nombren un general en jefe que deba mandarlos y dirigirlos, y salvar por este medio los riesgos que amenazan a la libertad de América. Me atrevo a afirmar que ésta se consolidará no obstante las críticas circunstancias en que nos hallamos si conserva como no lo dudo las virtudes que hasta aquí lo han distinguido".

    Pero los jefes respondieron a San Martín: "La autoridad que recibió el señor general para hacer la guerra a los españoles y adelantar la felicidad del país no ha caducado ni puede caducar, porque su origen que es la salud del pueblo, es inmutable". Y se atuvieron con lealtad magnífica a la calidad heroica de la empresa. Sabían que su conductor era algo más que un jefe del ejército y reconocían en él al artífice insuperable de la obra todavía inconclusa.

    Entretanto la ruta del Pacífico había sido franqueada por lord Cochrane. Desde el año anterior el almirante corría sin descanso a la armada realista, obligándola a encerrarse en el Callao bajo la protección de sus fuertes. Allí la fue a buscar desafiando los fuegos de la poderosa fortaleza con increíble audacia, pretendiendo incendiarla con sus famosos cohetes a la Congreve, como Nelson en Copenhague, y declarando el bloqueo de toda la costa peruana. Se había presentado después ante Guayaquil y a principios de febrero de 1820 estaba asaltando los fuertes de Valdivia, último baluarte de la resistencia en el sur de Chile, que conquistó tras una cruenta y memorable jornada. Ahora, al tiempo que San Martín terminaba con O'Higgins los minuciosos aprestos del "Ejército Libertador del Perú", nuevo nombre del Ejército Unido, la escuadra fondeaba en el puerto de Valparaíso lista para proteger el largo convoy en que aquél sería trasladado a la costa peruana.

    Durante las últimas semanas el trajín había sido extraordinario y se multiplicaron las tareas con febril intensidad. Iban llegando las tropas desde el campamento de Quillota y arribaban al puerto carretas atestadas de aprovisionamientos. En incesante ajetreo los encargados de distribuirlos ambulaban entre pilas de fardos. Cargábanse en los barcos de transporte pertrechos y municiones; alimentos y vestuarios; caballadas y arneses; armas y cañones, entre los cuales andaba fray Luis Beltrán, enérgico y gesticulante como siempre , embutido en su nuevo uniforme de capitán de artillería; mientras Nicolás Rodríguez Peña, el ilustre triunviro de 1813 y primer confidente de la empresa, vigilaba el cumplimiento de los contratos, y su antiguo colega, Antonio Alvarez Jonte, mortalmente enfermo, se empeñaba en rendir sus postreros esfuerzos.          Más de cuatro mil hombres de las tres armas fueron embarcándose en un orden perfecto, 2.313 de ellos eran argentinos y 1.805 chilenos, sin hacer cuenta de la numerosa oficialidad. Por fin, el 20 de agosto la armada se alineaba en la hermosa bahía, deslumbrante la blancura de sus velámenes, relucientes los cascos recién pintados, al tope la bandera con la estrella de Chile, formados en cubierta los batallones. En una empavesada falúa, que se deslizaba airosamente entre las naves pasaba revista antes de embarcarse el general José de San Martín, a quien O´Higgins había enviado su nombramiento de capitán general. Acompañábanle en la carroza sus generales divisionarios José Antonio Álvarez de Arenales, el recio vencedor de la Florida, y Toribio de Luzuriaga, que tan eficazmente había colaborado con él en el gobierno de Cuyo; e iban también el general Las Heras, designado jefe del Estado Mayor, y los secretarios de guerra Bernardo Monteagudo y Juan García del Río, junto al flamante coronel don Tomás Guido, que acababa de trocar por la espada su cartera de diplomático y era el primer edecán del general en jefe.

    El espectáculo era imponente y magnífico. Partía desde a bordo la aclamación emocionante de los soldados del glorioso ejército de los Andes unidos a las tropas de Chile en el nuevo "Ejército Libertador", en cuyas filas formaban ahora los Granaderos a Caballo, los cazadores, los artilleros, los veteranos de la infantería. Sus vivas a la patria se unían a los ¡hurras! estentóreos de las tripulaciones mandadas por aquellos rudos capitanes ingleses de chaqueta blanca y patillas rojas. Desde la playa, en un revolar de pañuelos, que también servían para enjugar las lágrimas de la despedida, respondía incesante el clamoreo unánime de la multitud.

    Poco después zarpaba la expedición y las naves se alejaban lentamente del puerto para tomar el largo, hendiendo las ondas del océano rumbo al norte. En la vanguardia iba el almirante lord Cochrane, que enarbolaba su enseña en la "O'Higgins", fragata de 44 cañones, a cuyo lado navegaban la "Lautaro", de 46, y el bergantín "Galvarino", de 18; seguían después los dieciséis transportes flanqueados por el "Araucano", de 16, y la goleta "Moctezuma" de 7; y cerraban la marcha, tras una línea de lanchas cañoneras, la "Independencia", de 28, y el navío "San Martín", de 64. el más poderoso de la flota, donde se había instalado el rancho del general en jefe.

    6.- LOS FACTORES DE LA NUEVA CAMPAÑA

    La guerra del Perú fue un triunfo de la inteligencia y de la virtud; una audacia del raciocinio sustentada por la prudencia de la acción. El conductor debía medir la magnitud de la empresa por la trascendencia de su fin, concebido como término decisivo de la emancipación americana. Pero tenía que adecuar la realidad precaria de sus fuerzas a las circunstancias en que debía utilizarlas y hacerles rendir el máximo provecho frente a un rival que por lo menos triplicaba su poderío. Otros factores, en consecuencia, deberían concurrir, así fueran diversos, complejos o inesperados; y había que hacer jugar todas las piezas con suma habilidad, colocarlas en la precisa situación de servir al resultado. Y no podía equivocarse porque ese resultado era nada menos que la realización del plan libertador y era también la medida de su propia responsabilidad.

    Eso fue la campaña que determinó la ocupación de Lima y la independencia del Perú. Un problema resuelto antes en la mente y una conducción cuya fina sutileza debía trascender los obstáculos de la realidad que pudieran interferirla y alcanzar el fruto esperado por quien supo prever con lúcida certeza y dirigir con paciente constancia.

    Todos los términos del acuciante problema bullían en la cabeza de San Martín hasta que consiguió ordenarlos. Pero primero fue naturalmente su conocimiento cierto, la minuciosa intelección de los hechos que denunciaban la realidad de su objetivo, esa viviente realidad del Perú, sede y baluarte del tenaz adversario, que él no iba a atropellar como un romántico porque su comportamiento sería siempre el de un clásico.

    Desde que concibió y aconsejó la estrategia del plan continental se había aplicado con empeñosa prolijidad a obtener la información precisa de todos esos hechos sobre los cuales debería discernir de acuerdo con las cambiantes circunstancias del momento de obrar. Chile había sido una etapa; y apenas hizo pie en este país, cuya libertad había fundado después de una brillante pero dura campaña, su vista se volvió inmediatamente hacia el Perú, que era su meta real, la obsesión de su espíritu. En medio de las inmensas dificultades que sobrevinieron después, durante su angustiosa lucha para formar la expedición, no obstante los amargos contratiempos de la crisis política y la guerra civil, paralelamente a estas fatigas su esfuerzo mental estuvo siempre concentrado en la empresa de Lima.

    Y ahora, cuando navegaba hacia el norte, repasaba los datos ciertos de su prolija información y se aprontaba a dibujar sobre la tierra peruana las líneas de su esquema militar y a movilizar los otros factores que le ayudarían a resolver el complejo problema. Porque guerra y política iba él a mover con maestría consumada para decidir la victoria.

    Conocía bien la situación del virrey Pezuela, sucesor del enérgico Abascal, y sobre todo la distribución de sus fuerzas en el extenso territorio. No contaba ya con la armada, que lord Cochrane tenía bloqueada en el Callao, y al ejército, sin duda con pésimo concepto, lo había dividido en tres fracciones principales, sin perjuicio de otras dispersiones parciales. Cerca de Lima, en el campamento de Aznapuquio, estaba la fuerza principal, con más de 7000 soldados, defendiendo la sede del Virreinato y guardando la región de la costa; otra división se hallaba en Puno, al parecer dominando los valles de la sierra; y la tercera, fuerte de 6000 hombres, estaba en el Alto Perú, sobre la frontera de Salta, u ocupando las diversas intendencias de esta región, cuya jurisdicción correspondía al antiguo virreinato del Río de la Plata y hacía parte, por consiguiente, de las Provincias Unidas. Había, además, otras fuerzas diseminadas en el norte de la costa, sobre Trujillo, o hacia el sur, en Arequipa. El virrey contaba en realidad con más de 20.000 hombres, y San Martín llevaba hacia el Perú apenas 4.000. Pero el general del Ejército Libertador sabía también cuál era la realidad política en que Pezuela se estaba debatiendo. Una red de informantes, como cuando su famosa guerra de zapa en Chile, le tenía al corriente de cuanto ocurría en el virreinato peruano y le permitía a su vez influir constantemente en el ánimo de quienes, de una manera u otra, habrían de apoyar sus propósitos. En primer lugar, el movimiento patriota tenía extensas ramificaciones y los ideales de la revolución americana alentaban en los núcleos más diversos, desde los indígenas, todavía intranquilos en muchas zonas donde había sido sofocada unos años atrás la sangrienta insurrección de Pumakahua, hasta personajes de la nobleza y el clero. El país estaba minado podía decirse, y listo para levantarse a pesar de las medidas del virrey y de la cruel represión a que había sometido a muchos conspiradores. En segundo término, estaba el ejército realista. San Martín lo sabía dividido por graves disensiones, y a algunos de sus jefes en resuelta oposición con Pezuela. He aquí algo acerca de lo cual estaba muy bien informado, porque era en realidad la repercusión en América de la crisis de España que él había venido observando con interés profundo, a través del famoso asunto de la expedición española cuyas alternativas tanto habían alarmado hasta fines del año anterior al gobierno de Buenos Aires. Había sido precisamente en el ejército del conde del Abisbal donde se encendió la primera chispa de la revolución liberal en España. Desde la restauración de Fernando VII en 1814, liberales y absolutistas mantenían su enconada discordia. Extremaban éstos su intolerancia que acentuaba el rey con medidas de implacable rigor y porfiaban aquéllos en la propaganda sediciosa que salía de las logias y se multiplicaba en libelos y conjuraciones con el propósito ostensible de implantar la Constitución de 1812. Pero al fin estalló la revuelta. El 1º de enero de 1810 el comandante Riego, jefe de uno de los batallones del ejército expedicionario, proclamó en las Cabezas de San Juan, cerca de Cádiz, la constitución liberal; y desde ese momento, en rápida sucesión de movimientos, el alzamiento se generalizó, transformándose en exigencia revolucionaria. Fernando VII había debido jurar en marzo la Carta de Cádiz y convocar a Cortes, que se abrieron el 9 de julio. Pero era, en realidad, un prisionero de la facción triunfante; y cuando el Ejército Libertador del Perú salía de Valparaíso, las últimas noticias de España informaban sobre las reacciones suscitadas por la frenética tiranía de los prohombres liberales, que obligaban a leer la constitución hasta en los púlpitos y semejaban un trasnochado remedo de los jacobinos de 1893.

    La discordia se había trasladado a América y el liberalismo español era una mina en el ejército del virrey. Por fin, estaba el otro gran elemento de la situación de la guerra en Sudamérica. Y San Martín sabía que su presencia en el Perú partiría en dos el frente de los realistas. Las armas independientes habían triunfado en Boyacá, el 7 de agosto de 1819, sobre el general Morillo, conducidas audazmente a través de los Andes por el general Simón Bolívar, y poco después. en Angostura, se constituía la República de Colombia. El Libertador del Norte seguía luchando con el ejército del rey, y Pezuela no podía esperar auxilio alguno desde Nueva Granada.

    7.- GUERRA Y POLÍTICA

    La escuadra navegaba ya ante las costas peruanas, y San Martín dispuso realizar el desembarco en la bahía de Paracas, en una playa arenosa a diez kilómetros de la cual se alzaba la villa de Pisco. Así se hizo con absoluta tranquilidad el 8 de septiembre. ¿Porqué desembarcó en Pisco? Lord Cochrane, obstinado escocés, no terminaba de entenderlo, y sostenía con terquedad que debía tomarse tierra frente a Lima para atacar enseguida al virrey. El general en jefe había decidido con admirable previsión. Pisco se hallaba a 260 kilómetros de Lima, y esta circunstancia le daba tiempo para promover la insurrección del país sobre el cual debía sostenerse, elemento de primera fuerza para el desarrollo de sus planes. Además, evitaba afrontar de golpe a un ejército muy superior en número, y desde Pisco podía realizar con eficacia el designio militar de darle inmediato quehacer a sus espaldas, mientras él iba a presentársele en el norte haciéndole creer entretanto que buscaría su objetivo desde el sur.

    Quería también iniciar las primeras fintas del manejo político que tenía meditado, y sabía que llegaba en el mejor momento para ello. Estaba cierto que los jefes liberales del ejército de Pezuela presionaban sobre el virrey para buscar un avenimiento con los disidentes sobre la base de la Constitución de 1812, recién jurada por Fernando, y de las Cortes, en las cuales se había acordado dar representación a los diputados de América. Ése era. además, el propósito del nuevo gabinete español.

    San Martín había decidido cruzar definitivamente esa esperanza. Demasiado conocía él a los liberales de las Cortes: eran los mismos que en Cádiz le habían asqueado tanto como los serviles de Fernando. Él también era liberal y sabía cómo envolver al adversario en la trampa de los principios.

    El mismo día del desembarco, desde Pisco, al tiempo que sus tropas desalojaban a la guarnición realista, 500 hombres al mando del coronel Quimper, dio su primera proclama a los peruanos, y en ella, al referirse a la constitución, que Pezuela había dispuesto jurar en todo el virreinato, expresó rotundamente esta advertencia: "La América no puede contemplar la constitución española sino como un medio fraudulento de mantener en ella el sistema colonial. Ningún beneficio podemos esperar de un código formado a dos mil leguas de distancia, sin la intervención de nuestros representantes. El último virrey del Perú hace esfuerzos por prolongar su decrépita autoridad. El tiempo de la opresión y de la fuerza ha pasado. Yo vengo a poner término a esa época de dolor y humillación. Este es el voto del Ejército Libertador, ansioso de sellar con su sangre la libertad del Nuevo Mundo".

    Pezuela quedaba, pues, notificado, y más que él, los jefes liberales del ejército realista. La Constitución de Cádiz, el nuevo régimen de la revolución española, nada valían para el jefe del Ejército Libertador. Y se dijera que acentuaba más el terminante repudio al dirigirse él mismo, y en otro proclama, a la nobleza del Perú: "Ilustres patricios -les decía-, la voz de la revolución política de esta parte del Nuevo Mundo y el empleo de las armas que lo promueven no han sido ni pueden ser contra vuestros verdaderos privilegios".

    Púsose en seguida en contacto con las gentes de la tierra y se desparramaron por todas partes sus proclamas. Y el general. que no quería perder mucho tiempo en Pisco, comenzó a conferenciar reservadamente con Arenales.

    No había transcurrido una semana desde el desembarco cuando se presentaba un representante de Pezuela. El virrey pretendía abrir la negociación e invitaba a San Martín a designar diputados para escuchar sus proposiciones. San Martín aceptó. Como había imaginado, el juego comenzaba por la política; y sus diputados, Guido y García del Río, se trasladaron a Miraflores, un pequeño villorrio al sur de Lima, a tratar con los del virrey. Pero era natural que no pudieran entenderse. Proponían los realistas como base de arreglo, la constitución española y el envío de diputados americanos a las Cortes. Pero no era posible aceptar lo que San Martín había rechazado expresamente en su proclama. Pidieron entonces aquéllos la suspensión de las armas y el retiro de las tropas invasoras hasta que fueran diputados a España; pero la contrapropuesta patriota era también inaceptable, porque exigieron para acceder, entre otras cosas igualmente sustanciales, la evacuación del Alto Perú. que sería ocupado por el Ejército Libertador.

    El 1 de octubre terminaba la fracasada conferencia de Miraflores, pero quedaba de ella una inquietante sugerencia que los diputados independientes, siguiendo el juego de su general, deslizaron en el oído del virrey: "acaso sobre la base de la independencia política del Perú, la pacificación podía convenirse estableciendo una monarquía con un príncipe de la casa reinante en España…" San Martín explicaría años después la cabal inteligencia de esta proposición.

    Durante el breve armisticio, San Martín había redactado unas prolijas instrucciones para el general Arenales, que debía expedicionar a la Sierra, o sea a la región que se eleva hacia el Oriente inmediatamente después de la región de la Costa. Tenía como objetivo realizar una doble acción militar y política, pues debería ocupar e insurreccionar las poblaciones existentes en los valles que van escalonándose entre las dos cadenas de los Andes.

    Arenales debería irrumpir por el desfiladero de Castro Virreyna, con una columna de mil hombres, y recorrería esos valles de sur a norte, desde Huamanga, ocupando sucesivamente a Huancavelica, Jauja y Tarma, para descender hacia la costa, desde Pasco, y colocarse al norte de Lima. Allí le esperaría San Martín con el ejército, porque pensaba reembarcarlo en Pisco y llevarlo por el mar, para situarse al norte de la capital. Era una fina operación semienvolvente, que por cierto no esperaba Pezuela. Es verdad que dejaba libre el sur, pero su ejecución cortaba al virrey las comunicaciones con el norte, donde sabía el general era inminente el pronunciamiento de Trujillo, con cuyo gobernador, marqués de Torre- Tagle, estaba en relaciones desde Chile; y, además, a las espaldas de Lima dejaba toda la Sierra en insurrección. Era, sin duda, una audaz diversión, que comprometía a la cuarta parte de su ejército en una empresa llena de peligros: pero San Martín confiaba en la pericia de Arenales, veterano batallador en las campañas del Alto Perú e insuperable conductor para una guerra de montaña.

    El general aguardó en Pisco hasta saber que Arenales escalaba los pasos de la sierra, después de haber derrotado a algunas fuerzas enemigas en Ica y en Nazca, contra las cuales desprendió ágiles columnas al mando de Rojas y Lavalle, que iniciaron con la victoria esta primera etapa de la campaña.

    San Martín reembarcó el ejército el 25 de octubre y se trasladó hasta el puerto de Ancón, desembarcando poco después en el de Huacho a 150 kilómetros al norte de Lima, para instalar su campamento en Huaura. Allí esperaría el resultado de la expedición a la Sierra, mientras comenzaba en seguida su diligente actividad proselitista para sublevar en su favor a las provincias septentrionales. Había en esa espera, que exasperaba al irritable lord Cochrane, la paciente confianza del buen ajedrecista; no quería ni debía apresurarse, sino dejar actuar a los factores diversos que integraban su plan. Por eso le había escrito a O'Higgins explicándole la marcha de Arenales y su reembarco hacia el norte: "Mi objeto es bloquear a Lima por la insurrección general y obligar a Pezuela a una capitulación".

    Estaba cierto de obtener este resultado en menos de tres meses; pero no hubo, sin embargo, capitulación, y la guerra se prolongaría aunque San Martín lograse su propósito esencial, entrando a Lima sin lucha y proclamando desde la capital la independencia del Perú en julio del año entrante. Lo notable fue que habrían de ser los jefes liberales del ejército realista los que interfirieran el plan del Libertador, pues cuando Pezuela estaba moralmente vencido fueron ellos quienes le impidieron capitular.

    A poco de establecer su campamento en Huaura, fueron produciéndose los hechos que San Martín esperaba para estrechar al virrey. Guayaquil, que se había levantado el 9 de octubre al solo anuncio de su presencia en Pisco, le enviaba sus diputados y se acogía a su protección; poco después, el 5 de noviembre, el almirante Cochrane realizaba una hazaña incomparable capturando a la fragata Esmeralda, en su refugio del Callao, cuyos fuegos desafió impávido ante el asombro de los propios adversarios; a principios de diciembre los trabajos de zapa, que minaban constantemente el frente interno enemigo, obtenían un éxito brillante al decidir la deserción en masa del regimiento "Numancia", formado en gran parte por colombianos, que se pasó a sus banderas con armas y bagajes; y para Navidad el marqués de Torre-Tagle se pronunciaba en Trujillo. Por su parte permaneció en posición defensiva, preparado para recibir un ataque, aunque conocía bien la indecisión de Pezuela, que él había determinado con su estrategia. Si salía de Lima para buscar a San Martín en Huaura debía temer con fundamento que éste embarcara su ejército en Huacho y cayera sobre la capital indefensa. Por eso el virrey se contentaba con mantener una fuerte vanguardia sobre la línea del Chancay, reteniendo a su ejército en Aznapuquio, mientras su adversario explotaba hábilmente la situación inundando de agentes y proclamas a la ciudad de los Reyes, y movía ágiles guerrillas en sus alrededores que jaqueaban los caminos y entorpecían los abastos. A principios de enero de 1821 se incorporaba al Ejército Libertador la división de Arenales, que había concluido su campaña obteniendo una magnífica victoria en Pasco y llenado su objeto de levantar a los pueblos de la Sierra en favor de los independientes.

    Daba, pues, sus frutos la situación creada por San Martín. Pezuela había llegado a declarar que creía imposible defender al país si no le llegaban refuerzos navales de España, y dentro de Lima, un fuerte partido le incitaba a una capitulación honorífica. Pero los jefes de la logia constitucional, que le eran adversos, temieron se decidiera en este sentido, y reunidos en el cuartel general de Aznapuquio le intimaron abandonar el mando como único medio de conservar el Perú. El virrey se resignó, y el 29 de enero de 1821 los jefes eligieron en su reemplazo al general La Serna. Y he ahí cómo el jefe del Ejército Libertador debería entenderse, en adelante, con los jefes liberales del ejército realista.

    8.- PUNCHAUCA

    Pero antes ocurrió una incidencia singular. El gobierno de España había enviado comisionados a los países disidentes de América para proponerles la pacificación sobre la base de la constitución. El designado para actuar en el Perú fue el capitán de fragata don Manuel Abreu, que arribó al campamento de Huaura el 25 de marzo, y después de conferenciar largamente con San Martín pasó a la capital donde hizo conocer las instrucciones reales. La Serna, resuelto a retirarse de Lima para resistir en el interior, debió abrir las negociaciones, y a ellas accedió San Martín, que acababa de estrechar el asedio y se había presentado con gran parte de sus fuerzas en Ancón, adonde las transportó por el mar.

    Fernando VII ofrecía el goce común de la constitución de 1812 para que renaciesen entre españoles y americanos las relaciones de trescientos años y "las que reclamaban las luces del siglo". La reunión de los diputados de ambas partes se realizó en la hacienda de Punchauca, cerca de Lima, a principios del mes de mayo; pero el avenimiento no fue posible porque los americanos expresaron no poder iniciar negociación alguna que no fuese sobre la base de la independencia. Concertóse, sin embargo, un armisticio y la celebración de una entrevista de San Martín con La Serna, que se realizó en Punchauca el 2 de junio.

    Lo que desarrolló allí San Martín ante el asombrado La Serna fue nada menos que un magnífico plan de alta política hispanoamericana: "Pasó el tiempo en que el sistema colonial pudo ser sostenido por España. Sus ejércitos se batirán con bravura tradicional de su brillante historia militar; pero aun cuando pudiera prolongarse la contienda, el éxito no puede ser dudoso para millones de hombres dispuestos a ser independientes y que servirán mejor a la humanidad y a su país si en vez de ventajas efímeras pueden ofrecer emporios de comercio, relaciones fecundas y de concordia permanente entre los hombres de la misma raza, que hablan la misma lengua y sienten igualmente el generoso deseo de ser libres "

    Y enseguida propuso concretamente se nombrase una regencia presidida por el propio La Serna e integrada por dos corregentes designados por cada una de las partes, la cual gobernaría independientemente al Perú, hasta que llegase un príncipe de la casa real de España, a quien se reconocería como monarca constitucional de la nueva nación.

    El comandante español García Camba, presente en Punchauca, anotó castizamente en sus Memorias que la inesperada proposición era una verdadera zalagarda, y el Libertador del Perú le diría años más tarde al general Miller: "El general San Martín, que conocía a fondo la política del gabinete de Madrid, estaba bien persuadido que él no aprobaría jamás ese tratado; pero como su principal objeto era el de comprometer a los jefes españoles, como de hecho lo quedaban habiendo reconocido la independencia, no tendrían otro partido que tomar que el de unir su suerte al de la causa americana "

    San Martín desconcertaba con meditada habilidad a quienes procuraban avenirle a la propuesta constitucional; y el exabrupto de la suya desvanecía del todo la esperanza de lograr la paz por cualquier otro camino que no fuese el de reconocer previamente la independencia. Era, por otra parte, una manera de apurar el juego. La deposición de Pezuela por los jefes liberales sublevados en Aznapuquio y resueltos a prolongar una guerra cruel aunque estuviera prácticamente decidida, le había sacado de las manos, puede decirse la capitulación y la conferencia de Punchauca, realizada por iniciativa del nuevo virrey en cumplimiento de las reales instrucciones traídas por Abreu, le dio oportunidad para tentarles con una fórmula de pacificación que los colocaba en el trance difícil, incluso en contradicción con sus principios, de rechazar a un príncipe español al frente de una nación soberana y a una monarquía constitucional que era su propio sistema de asegurar el orden en la libertad.

    Pero La Serna pidió dos días para contestar; y en vez de consultar con las corporaciones del Virreinato, como fue su propósito inicial, se atuvo al consejo de los jefes militares, que presintieron la celada: las instrucciones del rey no consentían el compromiso de reconocer la independencia; y llevar a Madrid la discusión de la propuesta mientras quedaba un gobierno propio en el Perú, así fuera una regencia mixta, era consumar en los hechos la independencia.

    No hay duda que los jefes realistas del Perú vieron más claro que el general O'Donojú, cuando Itúrbide le propuso en Méjico el Plan de Iguala, tan semejante al de San Martín en Punchauca, y cuya anticipada aceptación fue repudiada por la metrópoli, pero determinó la conclusión de la guerra y la definitiva independencia mejicana.

    La respuesta del Virrey fue consiguientemente negativa, y la evacuación de Lima comenzó de inmediato, aun antes de concluido el armisticio que se concertó a raíz de las negociaciones. El 6 de julio La Serna salía de la capital rumbo a la Sierra a unirse con el general Canterac, que se le había anticipado con el grueso del ejército.

    9.- LA INDEPENDENCIA DEL PERÚ

    "¡El Perú es desde este momento libre e independiente por la voluntad de los pueblos y de la justicia de su causa que Dios defiende!" Con estas palabras proclamó el general San Martín la independencia del Perú en la Plaza Mayor de la ciudad de Lima el 28 de julio de 1821; pero la multitud que le aclamaba y cuyo entusiasmo se acendró al verle desplegar la nueva bandera que él había ideado en Pisco para entregarla a los peruanos como símbolo de su conquistada libertad, debió comprender que ellas representaban también el sello de la obra a que aquel hombre había consagrado afanes increíbles y estupenda constancia.

    Faltaba sin duda mucho para consolidar esa obra; era menester crear un gobierno y organizar a la nueva nación; había que concluir la guerra que el virrey y sus generales, desalojados de la capital, iban a prolongar con medios todavía poderosos: pero en la convicción del Libertador habíase obtenido ya el objetivo principal. En una gaceta del ejército se decía: " El vencimiento de los españoles ha entrado ya en la clase de esfuerzos subalternos que exige la independencia, dirigiendo con método las operaciones militares y buscando al enemigo cuando convenga"; y él le escribió a O Higgins: "Al fin, con paciencia y movimientos hemos reducido a los enemigos a que abandonen la capital de los Pizarro; al fin nuestros desvelos han sido recompensados con los santos fines de ver asegurada la independencia de la América del Sur. El Perú es libre. En conclusión, ya yo preveo el término de mi vida pública y voy a tratar de entregar esta carga pesada a manos seguras y retirarme a un rincón a vivir como hombre".          Aunque tuviera clara noción de la enorme responsabilidad que le aguardaba y se preparase para afrontarla, San Martín podía hablar así. La declaración de la independencia del Perú no era una jactancia ni un anticipo apresurado, porque era un hecho ineluctable, la afirmación de quien había logrado promoverlo con la certeza de abrir un cauce que no podría ser detenido.

    Él conocía mejor que nadie la precariedad del instrumento bélico con que al fin fue dado acometer la empresa del Perú, y por eso su campaña había sido esencialmente una obra de insigne habilidad, un triunfo de la inteligencia y de la virtud: "paciencia y movimientos" como le decía con modestia al Director de Chile. No podía repetir como César: "Llegué, ví y vencí"; pero según la expresión de un maestro de la Universidad de San Marcos pudo afirmar: "Llegué y la noticia de mi llegada hizo volar a los pueblos a la sombra de mis banderas". Y su victoria mayor era este hecho cuya fuerza afianzaba la proclamación del 28 de julio con tanto vigor como sus armas. y sobre él habría de afirmarse después cuanto se hiciera para consolidar la obra. En ese momento los problemas de San Martín se canalizaban en dos aspectos principales: por una parte, debía organizar al gobierno independiente del Perú, por otra, atender sin descanso a la prosecución de la guerra. Decidió el primero asumiendo personalmente, con el título de Protector, la autoridad suprema del país, y con respecto al segundo adoptó diversas medidas militares que garantizaban la seguridad del territorio ocupado mientras meditaba los medios de realizar una campaña decisiva contra las fuerzas realistas del interior.

    Fueron notables, por su leal sinceridad, las razones que dio al pueblo al tomar el cargo de Protector del Perú: "Espero que al dar este paso se me hará la justicia de creer que no me conducen ningunas miras de ambición, sino la conveniencia pública. Es demasiado notorio que no aspiro sino a la tranquilidad y al retiro después de una vida agitada ; pero tengo sobre mí la responsabilidad moral que exige el sacrificio de mis más ardientes votos. La experiencia de diez años de revolución en Venezuela, Cundinamarca, Chile y Provincias Unidas me ha hecho conocer los males que ha ocasionado la convocación intempestiva de congresos cuando aun subsistían los enemigos de aquellos países. Primero es asegurar la independencia; después se pensará en asegurarla libertad sólidamente. La religiosidad con que he cumplido mi palabra en el curso de mi vida pública me da derecho a ser creído, y yo la comprometo ofreciendo solemnemente a los pueblos del Perú que en el momento en que sea libre su territorio haré dimisión del mando para hacer lugar al gobierno que ellos tengan a bien elegir".

    Y a O'Higgins le explicaba: "En el estado en que se hallan mis operaciones militares faltaría a mis deberes si dejando lugar por ahora a la elección personal de la suprema autoridad del territorio abriese un campo para el combate de las opiniones y choque de los partidos, para que sembrase la discordia que ha precipitado a la anarquía los pueblos más dignos del continente americano. Destruir para siempre el dominio español en el Perú y poner a los pueblos en el ejercicio moderado de sus derechos es el objeto de la expedición libertadora. Es necesario purgar esta tierra de la tiranía y ocupar a sus hijos en salvar a su patria antes que se consagren a bellas teorías y se dé tiempo a sus opresores para reparar su s quebrantos y dilatar la guerra. Tal sería la consecuencia necesaria de la convocación de asambleas populares. Apoyado en estas razones he asumido la autoridad suprema del Perú con el título de Protector hasta la reunión de un congreso soberano de todos los pueblos en cuya representación depositaré el mando y me resignaré a residencia".

    No vacilaba San Martín en descubrir con crudo realismo su pensamiento político frente a la circunstancia excepcional en que se hallaba y ante el deber de asumir sin reatos la responsabilidad de un poder cuyos resortes no le era dado a su juicio abandonar si quería salvaguardar el orden en la nación creada por su esfuerzo. Y la asunción de esa responsabilidad era la medida de su garra de estadista, la voluntariosa decisión de no dejarse llevar por el romanticismo de la libertad, la impronta categórica de su fuerte personalidad. ¿Acaso el Perú recién nacido podía defender su propia vida, amenazada aún por la guerra, en medio de los vaivenes de un sistema para el cual no estaba absolutamente preparado y cuyos peligros había visto en Europa y América? ¿Iba él a callar frente a la funesta y dolorosa experiencia? ¿No sabía por ventura todo lo que permanece en el subsuelo de las revoluciones triunfantes acechando el momento de la reacción? ¿No era al fin más decorosa y conveniente una conducta franca y leal que debía tranquilizar a los ciudadanos celosos de su libertad? Como siempre en los grandes trances de su vida San Martín se resolvió con rapidez y seguridad, y asumió la tremenda responsabilidad de gobernar al Perú de acuerdo con su conciencia, no obstante percibir los riesgos que esa situación debía crearle y conocer que esa elevación era en realidad un sacrificio. Bernardo Monteagudo, Juan García del Río y José Hipólito Unánue fueron sus ministros.

    10.- DURANTE EL GOBIERNO DEL PROTECTOR

    La situación militar se había estacionado y el Perú aparecía dividido en dos porciones: los realistas ocupaban la Sierra y a través de sus valles hacia el sur comunicaban con sus fuerzas en el Alto Perú; en manos de los independientes estaban la capital, la costa y todo el norte del país.

    Antes de la ocupación de Lima se habían realizado dos operaciones despachadas por San Martín desde Huaura: una hacia la Sierra y otra con destino al sur de la región de la costa donde debía penetrar por los Puertos Intermedios; pero no lograron el éxito previsto, que sin duda alguna hubiera mejorado decididamente aquella situación.

    La primera había sido dirigida por el general Arenales, que ocupó el valle de Jauja en el mes de mayo, pero como tenía instrucciones de no comprometer su división no alcanzó a evitar, como fue su propósito, que La Serna se uniera con Canterac cuando el ejército realista dividido en dos fracciones abandonó la capital para buscar en el interior un campo de operaciones propicio a la prolongación de la resistencia. Esta segunda campaña de la Sierra resultó, pues, infructuosa; y Arenales retornó a Lima mientras el virrey se hacía fuerte en el valle de Jauja desde donde se trasladó más tarde al Cuzco. La expedición al sur tampoco fue muy feliz a pesar de la valerosa conducción de Miller y los bríos de lord Cochrane en cuyas naves fue conducida a los Puertos Intermedios. Se hizo un primer desembarco en Pisco y luego otro en Arica desde donde avanzó Miller hasta Tacna obteniendo un buen triunfo en Mirave, el 21 de mayo, sobre los realistas que le salieron al encuentro desde la Sierra; pero al final debió concentrarse en Ica sin mayores perspectivas para una acción más importante a causa de la escasez de sus efectivos. Mayor trascendencia alcanzó, después de la declaración de independencia del Perú, el fracaso de una expedición intentada por el general Canterac, a fines de agosto, con el doble objeto de sorprender si era posible a los ocupantes de la recién abandonada capital y llevar víveres a la fortaleza del Callao, donde había quedado aislada una guarnición realista de más de dos mil hombres y existía un gran armamento que el virrey necesitaba recuperar. El 5 de septiembre Canterac se presentaba al sur de Lima, en el valle del Lurín, pero halló que el ejército libertador estaba desplegado en línea de batalla cubriendo todas las entradas de la capital por el este y el sur, y no se resolvió a provocar un combate que la inatacable posición del adversario hacía presumir muy dudoso.

    San Martín, imperturbable y calculador, lo dejó desfilar hacia el Callao y le dijo a Las Heras, que estaba a su lado: "¡Están perdidos! ¡El Callao es nuestro! No tienen víveres para quince días. Los auxiliares de la Sierra se los van a comer. Dentro de ocho días tendrán que rendirse o ensartarse en nuestras bayonetas". Y así fue, a pesar del asombro de Las Heras y la impertinencia de lord Cochrane que terminó por no comprender nada y encolerizarse desaforadamente ante la calma del general en jefe a quien incitaba a atacar, sin que éste, resuelto a concluir con su ajedrez, hiciera caso de sus protestas.

    Canterac pagaría las consecuencias de aquella victoria sin sangre y comenzó a ver claro apenas se encerró en la fortaleza; decidió salir enseguida y retirarse por el norte para ganar a duras penas los faldeos de la Sierra. El 21 de septiembre la bandera peruana ondeaba en los castillos del Callao, cuyo jefe, el general La Mar, estrechado vigorosamente, debió aceptar los términos de la capitulación que le dictó San Martín.

    Después de la rendición del Callao que consolidaba su dominio en las provincias liberadas, el Protector del Perú prosiguió en las tareas del gobierno cuya responsabilidad había debido afrontar; pero sabía bien que ésa no podía ser una misión indefinida y durante los meses finales de 1821 la clara objetividad con que siempre discernía sobre los hechos de la cambiante realidad iba a determinar muy pronto una nueva decisión en su conducta.

    Aquellas tareas eran sin duda absorbentes y delicadas y las abordó con un sincero afán de señalar a los peruanos las características del nuevo régimen.Los decretos de su breve gobierno tenían el sello de aquellas famosas decisiones de la Asamblea del año 1813 en las Provincias Unidas, que él había contribuido con su esfuerzo a que fuera convocada y en la cual Bernardo Monteagudo, su actual ministro, había llevado la voz cantante. Declaró la libertad de comercio, abolió las encomiendas, suprimió la inquisición, prohibió los tormentos, adoptó medidas que garantizaban la seguridad individual y dictó un Estatuto Provisional, de acuerdo con cuyas normas debían desenvolverse las funciones del naciente Estado. Instituyó la Orden del Sol y creó la biblioteca pública del Perú, a la cual donó su propia librería, que había traído desde Chile.

    Era, como siempre, minucioso y estricto; pero no hay duda que esa labor de gobernante no podía apartarle de sus propios fines y tal vez esas preocupaciones le desasosegaran al distraerle. Debía manejar la cosa pública en un ambiente conmovido por la lucha reciente y en el cual subsistían agazapados los adversarios de ayer a los cuales había que vigilar y no pocas veces perseguir y exaccionar. Tenía que atender a las grandes y pequeñas exigencias de la administración; auspiciar las obras y proyectos de sus ministros; y no regatear, además, su actuación en la sociedad limeña con sus requerimientos sociales, a menudo amables, y su intriga política, que descubría ocultas suspicacias locales.

    Tuvo amargos contratiempos, como el definitivo disgusto con lord Cochrane que se marchó a Chile con su escuadra; y no pocas decepciones con su propio ejército, enervado durante la obligada inacción bélica de aquel intervalo, tan breve sin embargo.

    Pronto comprendió la necesidad de dar otra base al gobierno, aunque no se le ocultaban sus inconvenientes, porque advertía sin esfuerzo las tendencias vernáculas aspirantes al mando.

    Todo ello acentuaba en su espíritu el deseo vehemente de terminar. Pensó de nuevo en un plan de monarquía constitucional como medio de dejar establecido un sistema capaz en su concepto de afianzar el orden, pero pronto lo desechó. No era hombre de consumirse en cavilaciones y en el mes de diciembre estaba resuelto a imprimir un rumbo cierto a su actuación y decretaba la convocación del Congreso peruano.

    Es que por sobre todas las cuestiones predominaba su objetivo primordial: la razón de ser de su empresa libertadora. Debía resolver sobre los medios necesarios para obtener la decisión. La batalla de América no estaba aún concluida y ése era el hecho principal. Una conclusión se imponía netamente a su espíritu y era que con los propios recursos, insuficientes, no iba a terminar con el ejército del virrey. Estaba, por cierto, convencido de que fuesen cuales fuesen las vicisitudes que sobrevinieran, la independencia era ya irrevocable, pero entendía como un deber sagrado evitar a los pueblos la desgracia de prolongar la guerra. Tenía, pues, que resolver este problema militar y comprendió que su decisión sólo podía alcanzarla ligándolo a la etapa final de la guerra de la emancipación americana.

    Desde el norte habían avanzado sobre el sur de Colombia y el Ecuador las armas de Simón Bolívar, triunfante en la batalla de Carabobo, casi al mismo tiempo en que San Martín entraba en Lima; pero se hallaban paralizadas en Pasto donde los realistas habían organizado una defensa formidable. El general Sucre debió trasladarse por mar hasta Guayaquil, con tropas colombianas, para atacar desde el sur al capitán general Aymerich y tratar de reducir este otro núcleo de la resistencia; pero sus fuerzas eran relativamente escasas; y aparecía difícil al joven general venezolano la obtención de su cometido. Por eso se había dirigido a San Martín en mayo de 1821 pidiéndole su cooperación en la campaña que iba a abrir sobre Quito. Los hechos estaban indicando, pues, la necesidad de esa cooperación en la que también meditaba el Protector del Perú para la resolución de su propio problema.

    Sucre, derrotado en la batalla de Huachi, le había reiterado en octubre, con grande apremio, aquel pedido; y San Martín, que había organizado una división en Trujillo, decidió concurrir a la lucha en que se decidiría la libertad del Ecuador.

    Hacía tiempo que mantenía relaciones epistolares con Bolívar. Desde Pisco, apenas desembarcado en el Perú, le escribió una carta que el Libertador de Colombia contestó manifestando: "Este momento lo había deseado con toda mi vida; y sólo el de abrazar a V.E. y el de reunir nuestras banderas puede serme más satisfactorio".

    Después de Carabobo, en agosto de 1821, Bolívar le escribía: "V.E. debe creerme: después del bien de Colombia nada me ocupa tanto como el éxito de las armas de V.E., tan dignas de llevar sus estandartes gloriosos dondequiera que haya esclavos que se abriguen a su sombra". Y por fin, el 15 de noviembre, desde Bogotá, apoyaba la instancia de Sucre y le pedía enviase una división a Guayaquil para oponerse con las fuerzas de Colombia a los nuevos esfuerzos del enemigo.

    Era, pues, manifiesta la necesidad de una cooperación militar cuya trascendencia dominaba a las otras cuestiones que preocupaban su ánimo. Por eso en el mes de febrero de 1822, al mismo tiempo que autorizaba la marcha al Ecuador de la columna que iría en auxilio de Sucre, 1.300 hombres al mando del coronel Andrés Santa Cruz, decidió ir a entrevistarse con Bolívar, que había anunciado viajar hasta Guayaquil. Dejó encargado del mando a Torre-Tagle y expresó públicamente los motivos de su viaje: "La causa del Continente Americano me lleva a realizar un designio que halaga mis más caras esperanzas. Voy a encontrar en Guayaquil al Libertador de Colombia. Los intereses generales del Perú y de Colombia, la enérgica terminación de la guerra y la estabilidad del destino a que con rapidez se acerca la América hacen nuestra entrevista necesaria ya que el orden de los acontecimientos nos ha constituido en alto grado responsables del éxito de esta sublime empresa".

    La entrevista no pudo realizarse porque Bolívar fue retenido por urgencias de la guerra; pero de todos modos sería San Martín quien iniciaría aquella indispensable cooperación. A principios de febrero la división auxiliar penetraba en las provincias ecuatorianas de Loja y Cuenca y se incorporaba a las fuerzas del general Sucre. Poco después, en dos batallas memorables, la de Río Bamba, el 21 de abril, y la de Pichincha, el 24 de mayo, se lograba la capitulación de Aymerich y las huestes patriotas se apoderaban de Quito. Bolívar, que había obtenido una ardua victoria en Bomboná sobre los realistas de Pasto, entró recién a mediados de junio a la capital del Ecuador.11.- EL RENUNCIAMIENTO

    Cuando San Martín regresó a Lima habían ocurrido allí sucesos profundamente desagradables. La ausencia del Protector había sido propicia, al parecer, al estallido de sordos rencores acumulados desde un principio contra el ministro Monteagudo, pero que en realidad alcanzaban a todo el régimen protectoral. El antiguo revolucionario de Mártir o Libre era mirado ahora como un seide siniestro del despotismo; y sus ideas de gobierno como el símbolo de la reacción. Se le acusaba de ser un misántropo orgulloso que consideraba a la capital como una propiedad de conquista y se le odiaba como responsable de las persecuciones que debieron sufrir españoles de antiguo arraigo y extensas vinculaciones en la sociedad del Perú; achacábasele falta de consideración a los elementos locales y se le tenía por el principal sostenedor de un plan monarquista.

    Era, pues, Monteagudo la cabeza de turco contra la que se dirigieron los golpes de una extensa conspiración que, en definitiva, exteriorizaba en sus promotores, dirigidos por el peruano José Riva Agüero, no sólo el descontento contra un ministro, sino la ansiedad de llegar al gobierno y sustituir un régimen que algunos estimaban sencillo reemplazar. Lo cierto es que mientras San Martín estaba en Guayaquil el delegado Torre- Tagle debió ceder ante las exigencias de los amotinados, cuyo triunfo se alcanzó asimismo por la absoluta impasibilidad asumida en la emergencia por el general Alvarado, comandante en jefe del ejército. Monteagudo tuvo que dejar su ministerio y el país. Pero San Martín volvía de la entrevista con Bolívar con su resolución tomada y aquellos sucesos sólo pudieron servir para fortalecerla. Debieron, sin embargo, llevar a su espíritu ese momento de acibarada congoja que produce siempre la ingratitud, aun en el ánimo de los fuertes. El Congreso del Perú se reunió solemnemente el 20 de septiembre y ante él declinó San Martín la investidura que se había impuesto un año antes devolviendo la banda bicolor que era su símbolo, y les dijo entonces a los representantes: "Al deponer la insignia que caracteriza el jefe Supremo del Perú no hago sino cumplir con mis deberes y con los votos de mi corazón. Si algo tienen que agradecerme los peruanos es el ejercicio del poder que el imperio de las circunstancias me hizo aceptar". Y en una proclama de ese mismo día recordó: "Mis promesas para con los pueblos en que he hecho la guerra están cumplidas: hacer la independencia y dejar a su voluntad la elección de sus gobiernos. La presencia de un militar afortunado, por más desprendimiento que tenga, es temible a los Estados que de nuevo se constituyen".

    Aquella misma noche se embarco en el puerto de Ancón rumbo a Chile.

    En la cumbre de la cordillera después de haber ascendido por el camino del Portillo y allí donde se abre un ríspido cajón llamado del Manzano, hallábase una mañana de fines de enero de 1823 un antiguo oficial del ejército de los Andes. Acababa de levantarse el sol e iluminaba con todo su esplendor el grandioso panorama de piedra que descendía hacia Occidente. Ascendiendo la cuesta lentamente veíase una pequeña caravana que al cabo llegó a distinguirse con nitidez. El oficial era don Manuel de Olazábal y pronto advirtió que quien se acercaba era aquel a quien había ido a esperar anheloso de ser el primero en saludarle al pisar de nuevo tierra argentina; el caballero que presidía la caravana era el generalísimo del Ejército del Perú. "El general San Martín, -escribió Olazábal al relatar la escena años después,- iba acompañado de un capitán y dos asistentes; dos mucamos y cuatro arrieros con tres cargueros de equipaje. Cabalgaba una hermosa mula zaina con silla de las llamadas húngaras y encima un pellón, y los estribos liados con paño azul por el frío del metal. Un riquísimo guarapón (sombrero de ala grande) de paja de Guayaquil cubría aquella hermosa cabeza en que había germinado la libertad de un mundo y que con atrevido vuelo había trazado sus inmortales campañas y victorias. El chamal chileno cubría aquel cuerpo de granito endurecido en el vivac desde sus primeros años. Vestía un chaquetón y pantalón de paño azul, zapatos y polainas y guantes de ante amarillos. Su semblante decaído por demás, apenas daba fuerza a influenciar el brillo de aquellos ojos que nadie pudo definir." Cuando se acercó, Olazábal se precipito hacia él y lo abrazó por la cintura, deslizándose de sus ojos abundantes lágrimas. El general le tendió el brazo izquierdo sobre la cabeza y lleno de emoción sólo pudo decirle: "¡Hijo!"

    Así regresaba a la patria, cruzando por última vez la cordillera de los Andes, el que hacía seis años la había tramontado en sentido inverso al frente de aquel valeroso ejército formado por él en Mendoza y cuyas victorias dieron la libertad a Chile para llenar después el grande objetivo de su empresa continental proclamando en Lima la independencia del Perú. Pero ésta era ya, con ser tan reciente, la gloria pasada. El melancólico regreso iniciaba el camino del renunciamiento que él había elegido, y muy pocos comprendieron entonces la grandeza moral de esa elección, signo indudable de la autenticidad de aquella gloria.

    Estaba satisfecho y seguro de su gesto, que fue en síntesis otra impronta de su carácter, actitud similar a cuantas debió asumir en los más graves trances de opción durante su vida pública. Había sido fiel consigo mismo y ello importaba haber sido fiel a la misión que quiso realizar en América. Estaba cierto que el sacrificio de su retiro iba a ser un bien para América porque anticipaba de acuerdo con las circunstancias sobrevenidas la hora de su independencia y esto le bastaba y le complacía inmensamente; si él había llegado a ser un obstáculo para que el Libertador de Colombia diera el golpe final a los matuchos, no iba a ser él quien siguiera siendo obstáculo un solo día más.

    Comprendía también que pocos habrían de entenderle. Solamente con Guido, durante su última noche del Perú, había tenido un arranque confidencial: ¿acaso no podía haber afrontado la intransigencia de Bolívar? ¿Qué le habría costado meter en un puño a Riva Agüero y los demás secuaces que daban pábulo a calumniosas especies? ¿Quién le hubiera impedido a él, si hubiera querido, afianzar en la fuerza ese despotismo de que se le acusaba? ¡No! Él no iba a dar ese día de zambra al enemigo. Él había venido a libertar a la América y no a hacerle el juego a la guerra civil ni quiso nunca ser rey ni emperador ni demonio, como le escribió una vez, explosivamente indignado, al buen amigo O'Higgins.

    Años después, en 1827, le escribiría a Guido, volviendo sobre el amistoso debate que éste le reabría constantemente: "Serás lo que debes ser o no eres nada" y le decía que confiaba en el juicio de la historia, a la cual dejaría discernir sobre sus documentos, después de su muerte, acerca de las causas que le movieron a retirarse del Perú: "Usted me dirá que la opinión pública y la mía particular están interesadas en que estos documentos vean la luz en mis días: varias razones me acompañan para no seguir este dictamen, pero sólo le citaré una: la de que lo general de los hombres juzgan de lo pasado según la verdadera justicia y lo presente según sus intereses".

    El había sido lo que debió ser. En sus maletas del regreso traía el estandarte de Pizarro, y este ilustre despojo era una prenda y un símbolo para José de San Martín, Libertador del Perú.

    SIMÓN BOLIVAR.

    JUVENTUD DE BOLIVAR

    Huérfano a la edad de tres años y heredero de un rico patrimonio con centenares de esclavos como los patricios antiguos, tuvo como maestro a un filósofo, pero un filósofo de escuela cínica, revuelta con el estoicismo y el cureísmo greco- romano.

    "No quiero parecerme a los árboles que echan raíces en un lugar -decía- sino al viento, al agua, al sol, a todas las cosas que marchan, sin cesar."

    Su pasión eran los viajes. No había cumplido aún los diecisiete años ( 1799), cuando Bolívar hizo un viaje a Europa. Era entonces teniente de un regimiento de milicias de que su padre había sido coronel a título de señor feudal. Visitó las Antillas y Méjico; recorrió toda la España y viajó por Francia (1801), coincidiendo su permanencia en París con la inauguración del glorioso consulado vitalicio de Napoleón Bonaparte, quien despertó en él gran entusiasmo. Formada su temprana razón por las impresiones que despertaba en su imaginación el espectáculo del mundo, más que por la observación y el estudio, regresó a su patria unido a la hija del marqués del Toro, nombre que figuraba en la alta nobleza de Caracas (1801). Antes de que transcurrieran tres años, era viudo. Emprendió entonces su segundo viaje a Europa (1803). Allí se encontró con su antiguo maestro, quien con su moral excéntrica, no era ciertamente el más severo mentor de una excursión de placer. En París cultivó el estudio de algunas lenguas vivas; visitó a Humboldt, que había hecho célebre su nombre ilustrando la geografía física y la historia natural del nuevo continente, que él ilustraría con otros descubrimientos no menos sorprendentes, en el orden de la geografía política y la historia universal; atravesó los Alpes a pie, con un bastón herrado en la mano y se detuvo en Chambery (1804), visitando como peregrino de la libertad y del amor, las Charmettes inmortalizadas por Rousseau, de cuyo «Contrato Social» tenía idea, pero en quien admiraba sobre todo por su estilo enfático, su creación sentimental de la "Nueva Eloísa", que fue siempre su lectura favorita, aun en medio de los trances más congojosos de su vida. En Milán presenció la coronación de Napoleón como rey de Italia y asistió a los juegos olímpicos que se celebraron en honor del vencedor de Marengo.

    BOLIVAR DIPLOMÁTICO

    Una misión conjunta de tres agentes venezolanos, solicitó una audiencia del ministro de relaciones exteriores, que lo era a la sazón el marqués sir Ricardo Wellesley, la que le fue concedida en carácter confidencial. Bolívar, como el más caracterizado y el que mejor hablaba francés, llevó la palabra en este idioma. Olvidando su papel de diplomático, pronunció un ardiente discurso, en que hizo alusiones ofensivas a la metrópoli española aliada de Inglaterra y expresó sus anhelos y esperanzas de una independencia absoluta de su patria, que era la idea que lo preocupaba. Para colmo de indiscreción, entregó al marqués, junto con sus credenciales, el pliego de sus instrucciones. El ministro británico que lo había escuchado con fría atención, después de recorrer los papeles que se le presentaban, contestóle ceremoniosamente: que las ideas por él expuestas se hallaban en abierta contradicción con los documentos que se le exhibían. En efecto, las credenciales estaban conferidas en nombre de una junta conservadora de los derechos de Fernando VII, y en representación del soberano legítimo, y el objeto de la misión era buscar un acomodamiento con la regencia de Cádiz, para evitar una ruptura. Bolívar no había leído sus credenciales ni sus instrucciones, ni dádose cuenta de su papel diplomático; así es que, quedó confundido ante aquella objeción perentoria. Al retirarse, confesó francamente su descuido y atolondramiento.

    Así sería siempre Bolívar, como diplomático y como guerrero. Preocupado de una idea, sin darse cuenta de los obstáculos externos. Por el momento, era la idea de la independencia lo que lo llenaba, y allá iba por línea recta.

    Durante su permanencia en Londres, conoció por primera vez al general Miranda, e iniciado en los misterios de su Logia, afilióse en ella, renovando el juramento del Monte Sacro, de trabajar por la independencia y la libertad sudamericana. Así se ligaron por un mismo juramento en el viejo mundo, con un año de diferencia, Bolívar y San Martín. Al contacto de la llama que ardía en el alma del precursor de la emancipación, la de Bolívar, encendida ya con las chispas de las ideas de Carreño- Rodríguez, se inflamó. Lleno siempre de su idea, volvió a olvidar sus instrucciones reservadas, que le prevenían, no recibir inspiraciones de Miranda ni tomar en cuenta sus planes, que podían comprometer la aparente fidelidad de la Junta de Caracas. Pensando que la presencia de Miranda en Venezuela, daría impulso a la idea de independencia, invitóle a regresar juntos a la patria para trabajar en común por ella.

    Bolívar regresó a Caracas al finalizar el año 1810 (5 de diciembre) conduciendo un armamento, y lo que creía más poderoso que las armas, al general Miranda, símbolo vivo de la redención del nuevo mundo meridional. Durante su ausencia la revolución venezolana había mudado de aspecto, y su horizonte empezaba a nublarse.

    PRIMERA CAMPAÑA VENEZOLANA

    Al tomar conocimiento de la revolución de Venezuela, la regencia de Cádiz declaró rebeldes a sus autores; y esquivando la mediación de Inglaterra le declaró la guerra con la amenaza de severos castigos, decretando el bloqueo de sus costas. El consejero de Indias, Antonio Ignacio Cortabarría, anciano respetable, con la investidura de comisario regio, fue encargado de intimar la sumisión, y en caso de resistencia someterlos por la fuerza. Miyares fue nombrado capitán general en reemplazo de Emparán. En las Antillas españolas se prepararon elementos de guerra para sostener el ultimátum. Esta provocación, rompió el primer eslabón de la cadena colonial. La Junta de Caracas, rechazó la intimación, reunió un ejército de 2.500 hombres para mantener su actitud, y confió su mando al marqués Fernando del Toro, rico propietario, improvisado general, ordenándole atacase la plaza de Coro, baluarte de la reacción en la costa occidental de Tierra Firme. Después de algunos combates parciales, el ataque sobre Coro fue rechazado (28 de noviembre de 1810). El ejército de la Junta, emprendió en consecuencia su retirada. Interceptado en su marcha, por una división de 800 hombres con un cañón y 4 pedreros, en el punto denominado la Sabaneta, la desalojó de su fuerte posición al cabo de dos horas de fuego, y continuó su marcha, perseguido de cerca por los corianos fanatizados, y hostilizado por la población del tránsito. El novel general, que había demostrado poseer pocas disposiciones militares, efectuó su retirada hasta Caracas con pérdidas considerables. Por entonces las hostilidades quedaron suspendidas de hecho, por una y otra parte. Tal fue el resultado de la primera campaña revolucionaria de Venezuela, en que se cambiaron las primeras balas entre insurgentes y realistas.

    Este era el estado político y militar de la revolución cuando a fines de 1810, Bolívar y Miranda llegaban a Caracas.

    ENTREVISTA DE GUAYAQUIL

    LA ENTREVISTA DE GUAYAQUIL (AÑO 1822)

    El encuentro de los grandes hombres que ejercerán influencia decisiva en los destinos humanos, es tan raro como el punto de intersección de los cometas en las órbitas excéntricas que recorren. Sólo una vez se ha producido este fenómeno en el cielo, y en la tierra rarísimas veces. La masa de un cometa penetró una vez la de otro, y al dividirlo lo convirtió en una lluvia de estrellas que sigue girando en su círculo de atracción, mientras el primero continuó su marcha parabólica en los espacios. Tal sucedió con San Martín y Bolívar, los dos únicos grandes hombres sudamericanos, por la extensión de su teatro de acción, por su obra, por sus cualidades intrínsecas, por su influencia en su tiempo y en su posteridad. Son los únicos hijos del nuevo mundo, que después de Washington hayan entrado a figurar en el catálogo de los héroes universales, cuya gloria se agranda a medida que pasa el tiempo y la obra en que fueron artífices se completa. Washington dio al mundo la nueva medida del gobierno humano según la vara de justicia, y legó el modelo del carácter más bien equilibrado en la grandeza que los hombres hayan admirado y bendecido. Bolívar y San Martín fueron los libertadores de un nuevo mundo republicano, que restableció el dinamismo del mundo político, por efecto de la revolución que hicieron triunfar con sus armas. Su acción fue dual, como la de los miembros de un mismo cuerpo, y hasta su choque y antagonismo final responde a su acción dupla, que se completa la una por la otra, aunque la más poderosa prevalezca incorporándose en una sola las respectivas fuerzas iniciales, sin que por esto se extinga la absorbida.

    Los paralelos de los hombres ilustres a lo Plutarco, en que se buscan los contrastes externos y las similitudes aparentes para producir una antítesis literaria, sin penetrar en la esencia de las cosas mismas, son juguetes históricos, que entretienen la curiosidad, pero que nada enseñan. Se ha abusado por demás de este artificio respecto de San Martín y Bolívar, hasta hacerse una vulgaridad. Su paralelismo está en su obra, y su respectiva grandeza no puede medirse por el compás del geómetra ni por las etapas del caballo de Alejandro a través del continente que recorrieron en direcciones opuestas y convergentes.

    SAN MARTÍN Y BOLÍVAR

    Se ha dicho, con más retórica que propiedad, que para determinar la grandeza relativa de los dos héroes americanos sería necesario medir antes el Amazonas y los Andes. El Amazonas y los Andes están medidos, y las estaturas históricas de San Martín y Bolívar también, así en la vida como acostados en la tumba. Los dos son intrínsecamente grandes en su escala, más por su obra común que por sí mismos, más como libertadores que como hombres de pensamiento. Su doble influencia se prolonga en los hechos de que fueron autores o meros agentes, y vive y obra en su posteridad. Esta influencia póstuma es la que no ha sido medida aún, y la que determinará en definitiva la verdadera amplitud de sus proyecciones. La historia planta los jalones del pasado, los presentes se guían por ellos, y el futuro decidirá cuál de los dos tuvo más larga visual o acertó con mejor instinto. Hasta ahora el tiempo que aquilata las acciones por sus resultados duraderos, dando a Bolívar más gloria y la corona del triunfo final, ha dado a San Martín la de primer capitán del nuevo mundo, y la obra de la hegemonía por él representada vive en las autonomías que fundó, aunque no como lo imaginara; mientras el gran imperio republicano de Bolívar y la unificación monocrática de la América que persiguió, se deshizo en vida y se ha disipado como un sueño, uniéndose, empero, las figuras de los dos libertadores en el espacio recorrido, y marcando en los liedes del porvenir la marcha triunfal de las repúblicas sudamericanas hacia los grandes destinos que les están reservados. Si la conciencia sudamericana adoptase el culto de los héroes, preconizado por una moderna escuela histórica, resurrección de los semidioses de la antigüedad, adoptaría por símbolo los nombres de San Martín y de Bolívar, con todas sus deficiencias como hombres, con todos sus errores como políticos, porque ellos son los héroes de su independencia y los fundadores de su emancipación: fueron sus LIBERTADORES y constituyen su binomio virtual.

    En todos los acontecimientos en que intervienen hombres y cosas, puede concebirse y aun demostrarse, qué hombres pudieron reemplazar a otros, y cómo, con ellos o sin ellos, se hubiesen producido los hechos lógicos de que fueron autores o meros actores, sin que por esto se desconozca la acción eficiente de las individualidades conscientes con potencia propia.

    Son sin duda las revoluciones las que engendran a los hombres, cuando ellas son el resultado de una evolución que tiene su origen en causas complejas, pero son los hombres los que las impulsan y las caracterizan, y a veces son factores indispensables en el enlace y la dirección de los acontecimientos. Sin Colón, se habría descubierto más tarde la América, pero fue él quien conscientemente la descubrió. La revolución de Inglaterra habría estallado después de la resistencia cívica de Hampden, pero sin Cromwell no habría triunfado militarmente, inoculándose el principio disciplinario y religioso que fue su fuerza y su debilidad. La emancipación de los Estados Unidos de la América del Norte habría hecho surgir de todos modos una gran re pública, pero sin Washington no tendría en el ejercicio del poder el carácter de grandeza moral que ha impreso sello típico a su democracia. La revolución francesa habría estallado, porque estaba en el orden y en el desorden de las cosas, y sin los hombres que alternativamente la dirigieron, se habría desarrollado, y tal vez mejor, porque ninguno supo fijarla.

    Se concibe fácilmente, con arreglo a este criterio, que la insurrección sudamericana se produjera como hecho espontáneo, resultado de antecedentes históricos y efecto inmediato de las circunstancias, si San Martín y Bolívar no hubiesen existido; pero tal como se produjo y se desenvolvió, no se alcanza cómo con menos recursos pudo hacerse más, ni organizarse mejor militarmente, ni triunfar en menos tiempo y con el menor desperdicio de fuerzas en la lucha por la independencia continental. por eso son grandes intrínsecamente y por sí mismos Bolívar y San Martín.

    PRESTIGIOS DE LA ENTREVISTA

    Todos estos rayos convergentes de la historia que se encuentran en el punto céntrico en que los dos libertadores operaron su conjunción, son los que dan sus prestigios a la conferencia de San Martín y Bolívar en Guayaquil. El escenario es el arco iluminado del Ecuador del nuevo mundo, con su horizonte marítimo y sus gigantescas cadenas de montañas en perspectiva, sus palmeras siempre verdes y sus volcanes encendidos. Los protagonistas son los árbitros de un nuevo mundo político. El mundo pone el oído y no oye nada. Uno de los protagonistas desaparece silenciosamente de la escena, cubriendo su retirada con palabras vacías de sentido. El otro ocupa silenciosamente su lugar. El misterio dura veinte años, sin que uno ni otro de los interlocutores revelase lo que había pasado en la conferencia. Al fin, una parte del velo se descorre y vese, combinando las palabras escritas o habladas con los hechos contemporáneos, y los antecedentes con sus consecuencias, que el misterio consistía únicamente en el fracaso de la entrevista misma, y que lo que en ella se trató, así como lo sucedido o dicho, es lo que estaba ya anunciado, lo que todos sabían poco más o menos o podían deducir, lo que necesariamente tenía que ser. y que se sabe hoy todavía más que los mismos protagonistas, porque se ha podido penetrar hasta el fondo de sus almas y leer en ellas lo que no estaba escrito en ningún papel.

    MISTERIOS DE LA ENTREVISTA

    A pesar de todo esto, la curiosidad se ha empeñado y se empeña en descubrir algo más fuera del círculo de acción de los actores, como los que divisan con un poderoso telescopio las montañas de la luna y buscan sus habitantes, que la razón les dice no existen, o en un cuadro que pone de relieve sus grandes figuras en plena luz se quiere penetrar en el claroscuro del fondo que las realza. Lo único misterioso en este acto que la imaginación se ha empeñado en rodear de accidentes fantásticos – después de los documentos publicados y de las versiones desautorizadas que se han hecho- son los móviles secretos que impulsaron al uno a ser. intransigentes e impusieron al otro su abdicación, los que no están consignados en ningún documento, como que tuvieron su origen en la propia conciencia que los guardaron. El tiempo, que ha hecho caer las máscaras con que se cubrieron ambos en su primera y última entrevista, ha puesto sus almas de manifiesto y podemos hoy leer en ellas mejor que ellos mismos.

    ANTECEDENTES DE LA ENTREVISTA

    Si el Protector del Perú, mejor aconsejado, hubiera obrado con más previsión y con arreglo a un plan fijo, habría puesto condiciones a su prestación de auxilios en la guerra de Quito o por lo menos arreglado previamente bases de discusión en su proyectada conferencia con Bolívar. En vez de esto, antes de celebrar un pacto formal, unió de hecho sus armas con las de Colombia, perdiendo la preponderancia adquirida en Guayaquil. Enseguida, celebró un tratado de liga americana de paz y guerra, que dejaba pendiente la cuestión de límites, especialmente la de Guayaquil, en que las posiciones antagónicas del Perú y Colombia se definieron como una amenaza en suspenso. Por último, toma como un hecho la oferta de Bolívar de concurrir a la terminación de la guerra del Perú con las fuerzas colombianas, y procede con más sentimentalismo que sentido práctico cuando, terminada en Pichincha la campaña de Quito y reducida la guerra de la independencia al territorio del Perú, piensa que ese auxilio le vendrá en las mismas condiciones en que él había prestado el suyo.

    Antes de Pichincha, Bolívar, triunfante en el norte, era el más fuerte; después de Pichincha, era el árbitro y podía dictar sus condiciones de auxilio al sur. San Martín se hacía ilusión al pensar que era todavía uno de los árbitros de la América del Sur y al contar con que Bolívar compartiría con él su poderío político y militar y que ambos arreglarían en una conferencia los destinos de las nuevas naciones por ellos emancipadas, una vez terminada por el común acuerdo la guerra del Perú, como había terminado la de Quito. Sin más plan, se lanzó a la aventura de su entrevista con el Libertador, que debía decidir de su destino, paralizando su carrera. Si alguna vez un propósito internacional, librado a eventualidades futuras, fue claramente formulado, ha sido ésta; y si alguna vez se comprometieron declaraciones más avanzadas de orden trascendental sobre bases más vagas, fue también en ésta.

    PRELIMINARES DE LA ENTREVISTA

    Al terminar la guerra de Quito, el Libertador se dirigía al Protector y, al agradecerle el auxilio prestado por "los libertadores del sud de América" (según sus propias palabras); le significa que las tres provincias de Quito libertadas eran colombianas, renovando con este motivo su anterior oferta en términos generales: "El ejército de Colombia está pronto a marchar a donde quiera que sus hermanos lo llamen, y muy particularmente a la patria de nuestros vecinos del Sud, a quienes por tantos títulos debemos preferir como los primeros amigos y hermanos de armas." El Protector le contestaba: "Los triunfos de Bomboná y Pichincha han puesto el sello de la unión de Colombia y del Perú. El Perú es el único campo de batalla que queda en América, y en él deben reunirse los que quieran obtener los honores del último triunfo contra los que ya han sido vencidos en todo el continente. Acepto su generosa oferta. El Perú recibirá con entusiasmo y gratitud todas las tropas de que V.E. pueda disponer, a fin de acelerar la campaña y no dejar el mayor influjo a las vicisitudes de la fortuna. Espero que Colombia tendrá la satisfacción de que sus armas contribuyan poderosamente a poner término a la guerra del Perú, así como las de éste han contribuido a plantar el pabellón de la República en el sud de este vasto continente. Es preciso combinar en grande los intereses que nos han confiado los pueblos, para que una sólida y estable prosperidad les haga conocer el beneficio de su independencia. Marcharé a saludar a V.E. a Quito. Mi alma se llena de gozo cuando contemplo aquel momento. Nos veremos, y presiento que la América no olvidará el día que nos abracemos" ¡Y no lo ha olvidado! pero por causas muy diferentes de las que se imaginaba el Libertador del sur al ir al encuentro del Libertador del norte, en la creencia de que éste lo reconocería a la par suya en calidad de árbitro "para combinar en grande los intereses de los pueblos americanos", según sus palabras. Y el gobierno del Perú, al confirmar oficialmente estas esperanzas, manifestaba al de Guayaquil y al enviado peruano cerca de él: "En la conferencia quedarán transadas cualesquiera diferencias que pudiesen ocurrir sobre el destino de Guayaquil, y arreglados todos los obstáculos para la terminación de la guerra de la independencia"

    Con estas esperanzas y seguridades halagadoras, iba a celebrarse entre los dos libertadores la entrevista que "la América no olvidaría".

    INVITACION DE BOLIVAR

    Consumada de hecho la incorporación de Guayaquil, Bolívar, al contestar la carta de San Martín que le anunciaba su visita, lo invitaba a verle en "el suelo de Colombia" o a esperarle en cualquier otro punto, envolviendo en palabras lisonjeras el punto capital, que era "arreglar de común acuerdo la suerte de la América". Decíale: "Con suma satisfacción, dignísimo amigo, doy a usted por primera vez el título que mucho tiempo ha mi corazón le ha consagrado. Amigo le llamo, y este nombre será el que debe quedarnos por la vida, porque la amistad es el único título que corresponde a hermanos de armas, de empresa y de opinión. Tan sensible me será que no venga a esta ciudad, como si fuéramos vencidos en muchas batallas; pero no, no dejará burladas las ansias que tengo de estrechar en el suelo de Colombia al primer amigo de mi corazón y de mi patria. ¿ Cómo es posible que venga usted de tan lejos para dejarnos sin la posesión positiva en Guayaquil del hombre singular que todos anhelan conocer y si es posible tocar? No es posible. Yo espero a usted y también iré a encontrarle donde quiera esperarme; pero sin desistir de que nos honre en esta ciudad. Pocas horas, como usted dice, bastan para tratar entre militares; pero no serían bastantes esas mismas para satisfacer la pasión de la amistad que va a empezar a disfrutar de la dicha de conocer el objeto caro que le amaba sólo por la opinión, sólo por la fama".

    SAN MARTIN EN GUAYAQUIL

    Al firmar Bolívar esta carta el 25 de julio de 1822, a las 7 de la mañana, anuncióse que se avistaba en el horizonte una vela a la altura de un islote elevado a la boca del golfo llamado "El muerto". Poco después la goleta "Macedonia", conduciendo al Protector, echaba anclas frente a la isla de Puná, y la insignia que flotaba en su mástil señalaba la presencia del gran personaje que traía a su bordo. Anunciada la visita, el Libertador mandó saludarle por medio de dos edecanes, ofreciéndole la hospitalidad. Al día siguiente desembarcó San Martín. El pueblo, al divisar la falúa que lo conducía, lo aclamó con entusiasmo a lo largo del malecón de la ribera. Un batallón tendido en carrera le hizo los honores. Al llegar a la suntuosa casa que se le tenía preparada, el Libertador lo esperaba de gran uniforme, rodeado de su estado mayor, al pie de la escalera, y salió a su encuentro. Los dos grandes hombres de la América del Sur se abrazaron por primera y por última vez. "Al fin se cumplieron mis deseos de conocer y estrechar la mano del renombrado general San Martín", exclamó Bolívar. San Martín contestó que los suyos estaban cumplidos al encontrar al Libertador del norte. Ambos subieron del brazo las escaleras, saludados por grandes aclamaciones populares.

    En el salón de honor, el Libertador presentó sus generales al Protector. Enseguida empezaron a desfilar las corporaciones que iban a saludar al ilustre huésped, presente el que hacía los honores. Una diputación de matronas y señoritas se presentó a darle la bienvenida en una arenga, que él contestó agradeciendo. Enseguida una joven de dieciocho años, que era la más radiante belleza del Guayas, se adelantó del grupo y ciñó la frente del Libertador del sur con una corona de laurel de oro esmaltado. San Martín, poco acostumbrado a estas manifestaciones teatrales y enemigo de ellas por temperamento, a la inversa de Bolívar, se ruborizó, y quitándose con amabilidad la corona de la cabeza, dijo que no merecía aquella demostración, a que otros eran más acreedores que él; pero que conservaría el presente por el sentimiento patriótico que lo inspiraba y por las manos que lo ofrecían, como recuerdo de uno de sus días más felices.

    ACTITUD DE SAN MARTIN DESPUES DE LA ENTREVISTA

    ¿Se trató en la conferencia la cuestión capital de la organización futura de los nuevos Estados sudamericanos? Es indudable. Todos los historiadores que han recibido más o menos directamente las vagas confidencias de los dos grandes protagonistas de la escena, coinciden en este punto, sin exceptuar uno solo, y aunque variando en las versiones, todos están contestes, en que San Martín abogó por la monarquía y Bolívar, por la república. No podía ser de otro modo, después de la solemne declaración de San Martín de que iba a tratarse en la entrevista por él buscada, "de la estabilidad del destino a que con rapidez se acercaba la América, y de que él y el Libertador eran en alto grado responsables". Y necesariamente tenía que tratarla, dada la situación en que él se encontraba, con una negociación sobre monarquización del Perú pendiente en Europa, que aunque al parecer abandonada después de la convocatoria posterior del congreso peruano para entregar sus destinos al país libertado, podía todavía considerar como un proyecto presentable, si Bolívar le prestaba su aprobación, o no le ponía obstáculo.

    Sucede a este respecto lo mismo que en los demás tópicos de la conferencia. Conocidas las opiniones sobre forma de gobierno que profesaban ambos libertadores, públicamente declaradas en varias ocasiones, pueden poner se en boca de los interlocutores los argumentos que hicieron valer en favor de ellos, y hasta las palabras de que se sirvieron. San Martín diría, como había dicho siempre que aunque republicano por convicción, y considerando la república como el gobierno más perfecto, posponía sus principios al bien público, al optar por lo que creía posible y mejor para asegurar la paz de los nuevos Estados evitando la anarquía, porque no consideraba a los pueblos de la América del Sur preparados para la democracia; y que respecto del Perú, pensaba que era la forma de gobierno más adaptable a su estado social; siendo por otra parte este un medio de alcanzar una solución que conciliaba la política del nuevo y del viejo mundo, y aun de arribar a un arreglo con la España sobre la base del reconocimiento de la independencia. En este plan quimérico y absurdo, pero patriótico a su manera, no entraba por nada la ambición personal: él no aspiraba ni siquiera a ser presidente de república.

    Bolívar era republicano, a su manera también. Como presidente de una gran república, que componía un verdadero imperio, era más que un rey, y soñaba ya con la monocracia americana, y con la presidencia vitalicia que le había inoculado su maestro Simón Rodríguez, y que sostuvo en sus escritos varias veces desde sus primeros hasta sus últimos días de vida pública, como la única institución capaz de dar estabilidad a los nuevos Estados combinando la constitución monárquica de la Inglaterra con la democracia embrionaria de la América del Sur, por la eliminación de sus dos principios fundamentales: ni democracia, ni rey. Precisamente por este mismo tiempo se inauguraba el nuevo e inconsistente imperio mejicano, y Bolívar, tal vez por una asociación de ideas, que se ligaba a la reciente conferencia, después de emitir sobre San Martín en la intimidad, el juicio que había formado de él, considerándolo como un hombre bueno agregaba: "Itúrbide se hizo emperador por la gracia de Pío, primer sargento; sin duda será muy buen Emperador. Su imperio será muy grande y muy dichoso, porque los derechos son legítimos según Voltaire, por aquello que dice: El primero que fue rey fue un soldado feliz, aludiendo sin duda al buen Nemrod. Mucho temo que las cuatro planchas cubiertas de carmesí, que llaman trono, cuesten más sangre que lágrimas, y den más inquietudes que reposo. Están creyendo algunos que es muy fácil ponerse una corona, y que todos lo adoren; y yo creo que el tiempo de las monarquías fue, y que hasta que la corrupción de los hombres no llegue a ahogar el amor a la libertad, los tronos no volverán a ser de moda en la opinión". En este manto de republicano, se envolvía una ambición cesárea, incompatible con la verdadera democracia, como sus reaccionarias teorías confesadas lo manifiestan y el tiempo lo demostró. Era pues natural que por principios y por instinto y hasta por interés propio, rechazase el plan monarquista de San Martín, y este era otro motivo para eliminarlo. Era una idea muerta.

    FAMOSA CARTA DE SAN MARTIN A BOLIVAR

    Un historiador colombiano, ministro y confidente del Libertador, ha dicho: "Afirmóse en su tiempo, que ni el Protector había quedado contento de Bolívar, ni éste de aquél". San Martín por su parte se encargó de afirmar esto mismo, dando por motivo, que "los resultados de la entrevista no habían correspondido a lo que se prometía para la pronta terminación de la guerra". Era un vencido. Si desde entonces meditó separarse de la escena, para no ser. un obstáculo a la terminación de la guerra, o si la situación que a su regreso encontró en Lima lo determinó a ello, es un punto accesorio que no puede con precisión determinarse; pero de todos modos esta fue una de las principales causas que obró en él para su resolución definitiva, además de otras que fatalmente la imponían.

    La primera palabra de San Martín de regreso al Perú, fue para abrir sus puertas a las armas auxiliares de Colombia, proclamando la alianza sudamericana, y de alto encomio para su feliz rival: "Tuve la satisfacción de abrazar al héroe del sud de América. Fue uno de los días más felices de mi vida. El Libertador de Colombia auxilia al Perú con tres de sus bravos batallones. Tributemos todos un reconocimiento eterno al inmortal Bolívar". San Martín sabía bien que este auxilio era insuficiente, que su concurrencia no sería eficaz desde que no era dado con el propósito serio de poner de un golpe término a la guerra, y que su persona era el único obstáculo para que Bolívar se decidiese a acudir con todo su ejército al Perú. Fue entonces cuando, hecha la resolución de eliminarse, dirigió al Libertador la famosa carta, que puede considerarse como su testamento político, y que la historia debe registrar íntegra en sus páginas.

    "Le escribiré, no sólo con la franqueza de mi carácter, sino también con la que exigen los altos intereses de la América.

    Los resultados de nuestra entrevista no han sido los que me prometía para la pronta terminación de la guerra. Desgraciadamente, yo estoy íntimamente convencido, o que no ha creído sincero mi ofrecimiento de servir bajo sus órdenes con las fuerzas de mi mando, o que mi persona le es embarazosa. Las razones que me expuso, de que su delicadeza no le permitiría jamás el mandarme, y que, aún en el caso de decidirse, estaba seguro que el Congreso de Colombia no autorizaría su separación del territorio de la república, no me han parecido bien plausibles. La primera se refuta por sí misma. En cuanto a la segunda, estoy persuadido, que si manifestase su deseo, sería acogido con unánime aprobación, desde que se trata de finalizar en esta campaña, con su cooperación y la de su ejército, la lucha que hemos emprendido y en que estamos empeñados, y que el honor de ponerle término refluiría sobre usted y sobre la república que preside.

    "No se haga ilusión, general. Las noticias que tienen de las fuerzas realistas son equivocadas. Ellas montan en el Alto y Bajo Perú a más de 19.000 veteranos, que pueden reunirse en el espacio de dos meses. El ejército patriota diezmado por las enfermedades, no puede poner en línea sino 8.500 hombres, en gran parte reclutas. La división del general Santa Cruz (que concurrió a Pichincha), cuyas bajas no han sido reemplazadas a pesar de sus reclamaciones, ha debido experimentar una pérdida considerable en su dilatada y penosa marcha por tierra, y no podrá ser de utilidad en esta campaña. Los 1.400 colombianos que envía, serán necesarios para mantener la guarnición del Callao y el orden en Lima. Por consiguiente, sin el apoyo del ejército de su mando, la operación que se prepara por puertos intermedios, no podrá alcanzar las ventajas que debieran esperarse, si fuerzas imponentes no llamasen la atención del enemigo por otra parte, y así, la lucha se prolongará por un tiempo indefinido Digo indefinido, porque estoy íntimamente convencido, que sean cuales sean las vicisitudes de la presente, la independencia de la América es irrevocable; pero la prolongación de la guerra causará la pena de sus pueblos, y es un deber sagrado para hombres a quienes están confiados sus destinos, evitarles tamaños males.

    "En fin, general, mi partido está irrevocablemente tomado. He convocado el primer congreso del Perú, y al día siguiente de su instalación me embarcaré para Chile, convencido de que mi presencia es el solo obstáculo que le impide venir al Perú con el ejército de su mando. Para mí hubiera sido colmo de la felicidad terminar la guerra de la independencia bajo las órdenes de un general a quien la América debe su libertad. ¡El destino lo dispone de otro modo, y es preciso conformarse!

    "No dudo que después de mi salida del Perú, el gobierno que se establezca reclamará su activa cooperación, y pienso que no podrá negarse a tan justa demanda.

    "Le he hablado con franqueza, general; pero los sentimientos que exprime esta carta quedarán sepultados en el más profundo silencio; si llegasen a traslucirse, los enemigos de nuestra libertad podrían prevalerse para perjudicarla, y los intrigantes y ambiciosos, para soplar la discordia".

    Con el portador de la carta, le remitía una escopeta y un par de pistolas, juntamente con el caballo de paso que le había ofrecido para sus futuras campañas, acompañando el presente con estas palabras: "Admita, general, este recuerdo del primero de sus admiradores, con la expresión de mi sincero deseo de que tenga usted la gloria de terminar la guerra de la independencia de la América del Sud".

    INTERPRETACION BOLIVARIANA

    ¿Cuál ha sido el resultado de la entrevista de Guayaquil? La Relación Oficial Reservada de la secretaria general de la República de Colombia (Cuartel General de Guayaquil, 29 de julio de 1822), que firma J. G. Pérez, después de informar que San Martín no quería mezclarse en los negocios de Guayaquil; que estaba quejoso de sus compañeros de armas; que se retiraba del Protectorado y que consideraba conveniente la instalación de la monarquía en el Perú, continúa la Relación diciendo: "Habiendo venido el Protector como simple visita sin ningún empeño político ni militar, pues ni siquiera habló formalmente de los auxilios que había ofrecido Colombia."

    ¡Increíble! ¡San Martín se muestra indiferente frente a graves cuestiones políticas y militares! ¡Sólo había ido a conversar con Bolívar en Guayaquil, cumpliendo un acto de cortesía!

    Distinta es la versión que revela directamente Bolívar a Santander, en carta del 29 de julio de 1822: "Yo creo que él ha venido para asegurarse de nuestra amistad, para apoyarse con ella con respecto a sus enemigos internos y externos. Lleva mil ochocientos colombianos en su auxilio." Agrega: "El Protector me ha ofrecido su eterna amistad hacia Colombia; intervenir a favor del arreglo de limites; no mezclarse en los negocios de Guayaquil; una federación completa y absoluta aunque no sea más que con Colombia, debiendo ser la residencia del Congreso, Guayaquil." Bolívar manifiesta, además: "En fin, él desea que todo marche bajo el aspecto de la unión, porque conoce que no puede haber paz y tranquilidad sin ella. Diré que no quiere ser rey, pero tampoco quiere la democracia y sí que venga un príncipe de Europa a reinar en el Perú."

    La opinión de Bolívar sobre San Martín se tornará comprensivamente favorable al sufrir el Libertador la amargura de su propia experiencia en la vida pública.

    INTERPRETACION SANMARTINIANA

    Volvamos a la significativa carta de San Martín a Bolívar del 29 de agosto de 1822 y comprendamos la fortaleza espiritual de nuestro Libertador al decidir: "Los sentimientos que exprime esta carta quedarán sepultados en el más profundo silencio. Si llegasen a traslucirse, los enemigos de nuestra libertad podrían prevalecerse para perjudicarla y los intrigantes y ambiciosos, para soplar la discordia."

    San Martín, ya en su retiro voluntario, escribe a su querido amigo Tomás Guido, en setiembre de 1822: "Lo diré a usted sin doblez. Bolívar y yo no cabemos en el Perú. He penetrado sus miras arrojadas, he comprendido su desabrimiento por la gloria que pudiera caberme en la prosecución de la campaña. Él no excusará medios, por audaces que fuesen, para penetrar en esta república seguido de sus tropas y, quizás entonces, no me sería dado evitar un conflicto a que la fatalidad pudiera llevarnos, dando así al mundo un humillante escándalo. Los despojos del triunfo, de cualquier lado a que se incline la fortuna, los recogerían los maturrangos, nuestros implacables enemigos, y apareceríamos convertidos en instrumentos de pasiones mezquinas. No seré yo, mi amigo, quien deje tal legado a mi patria, y preferiría perecer antes que hacer alarde de laureles recogidos a semejante precio. ¡Eso no!" Historiadores bolivarianos han puesto en duda, desde el año 1941, la autenticidad de la carta de San Martín a Bolívar, fechada el 29 de agosto, a la que hemos hecho referencia y que fue publicada en Francia e Italia por Gabriel Lafond de Lurcy, en el año 1843. En consecuencia, resulta ineludible presentar otras cartas posteriores de San Martín que confirman plenamente la "carta de Lafond".

    San Martín escribe a Guillermo Miller desde Bruselas, el 19 de abril de 1827: "En cuanto a mi viaje a Guayaquil, él no tuvo otro objeto que el de reclamar del general Bolívar los auxilios que pudiera prestar para terminar la guerra del Perú. Auxilios que una justa retribución (prescindiendo de los intereses generales de América) lo exigía por lo que el Perú tan generosamente había prestado para libertar el territorio de Colombia. Mi confianza en el buen resultado estaba tanto más fundada, cuanto el ejército de Colombia después de la batalla de Pichincha se había aumentado con los prisioneros y contaba con 9.600 bayonetas. Pero mis esperanzas fueron burladas al ver que en mi primera conferencia con el Libertador me declaró que, haciendo todos los esfuerzos posibles, sólo podría desprenderse de tres batallones con la fuerza total de 1.070 plazas. Estos auxilios no me parecieron suficientes para terminar la guerra, pues estaba convencido que el buen éxito de ella no podía esperarse sin la activa y eficaz colaboración de todas las fuerzas de Colombia. Así es que mi resolución fue tomada en el acto, creyendo de mi deber hacer el último sacrificio en beneficio del Perú. Al día siguiente y en presencia del vicealmirante Blanco, dije al Libertador que habiendo dejado convocado al Congreso para el próximo mes, el día de su instalación sería el último de mi permanencia en el Perú, agregando: ahora le queda a Ud. a poner el último sello a la libertad de América."

    San Martín se refiere nuevamente a la entrevista de Guayaquil muchos años después. En carta al presidente del Perú, mariscal Ramón Castilla:"

    "Boulogne-sur-Mer, 11 de setiembre de 1848. Yo hubiera tenido la más completa satisfacción habiéndola puesto fin con la terminación de la guerra de la independencia en el Perú, pero mi entrevista en Guayaquil con el general Bolívar me convenció (no obstante sus protestas) que el solo obstáculo de su venida al Perú con el ejército de su mando no era otro que la presencia del general San Martín, a pesar de la sinceridad con que le ofrecí ponerme bajo sus órdenes con todas las fuerzas que yo disponía. Si algún servicio tiene que agradecerme la América, es el de mi retirada de Lima, paso que no sólo comprometía mi honor y reputación, sino que me era tanto más sensible cuanto que conocía que con las fuerzas reunidas de Colombia, la guerra de la independencia hubiera terminado en todo el año 23. Pero este honroso sacrificio, y el no pequeño de tener que guardar un silencio absoluto (tan necesario en aquellas circunstancias) de los motivos que me obligaron a dar ese paso, son esfuerzos que Ud. podrá calcular y que no está al alcance de todos poderlos apreciar."

    Es notable la serenidad de espíritu en San Martín. Sus palabras a Bolívar, Miller y Castilla, francas y valientes, obvian todo comentario. Sólo cabría juzgar a San Martín de acuerdo con su moral. Porque sus normas de vida son esencialmente éticas: en él, el hombre moral supera al militar y político.

    LAS MÁXIMAS DE SAN MARTIN PARA SU HIJA

    Humanizar el carácter y hacerlo sensible aún con los insectos que no perjudican. Stern ha dicho a una mosca abriéndole la ventana para que saliese: Anda, pobre animal, el mundo es demasiado grande para nosotros dos. La invitación de Stern a una mosca, es el retrato nítido de quien tuvo siempre como acción y fin la libertad, pasión permanente de nuestro libertador. Humanizar y sensibilizar el carácter es también, concretar una actitud franca, de leal convivencia y de comprensión limpia de quienes nos rodean y comparten nuestro quehacer.

    Inspirarla amor a la verdad y odio a la mentira. Encierra esta máxima una constante de su vida: Soportó ingratitudes, sobrellevó mortificaciones de toda índole, vivió todos los sacrificios, disimuló con cristiana generosidad todas las ajenas debilidades, pero sus labios nunca conocieron la pequeñez de la mentira. Fue su verdad plena, como fue plena su vida de claridad ejemplar.

    Inspirarla gran confianza y amistad pero uniendo respeto. La confianza es nervio y motor de todas nuestras realizaciones. Es que actúa, no sólo como impulso, sino también como consecuencia; consecuencia de decisiones y decisión de consecuencias. El respeto es una consecuencia lógica y natural de la amistad. Confianza para hacer, respeto para merecer y amistad para hacer. Es cierto pues que la amistad une en el respeto y la confianza es la fuerza que impele a la acción.

    Estimular en Mercedes la caaridad con los pobres. De profunda escencia cristiana, esta máxima encierra no sólo un consejo, sino también una filosofía normativa. La caridad es la actitud hacia nuestros semejantes, de nuestra comprensión y nuestra solidaridad. Es, asímismo, el mandato divino que nos congracia con Dios y con nuestro espíritu, en la medida que sepamos llevarla con modestia, sin exibicionismo. Respeto sobre la propiedad ajena. Las leyes determinan sus reglas y sanciones cuando vulneramos, o pretendemos vulnerar la cosa que no es propia. Tiene además, un sentido transcendente. Su expresión señala claramente que la propiedad, cualquiera que ella sea y de cualquier naturaleza, nos impone una forma de conducta, que nace en el respeto para encaminarse hasta la rectitud.

    Acostumbrarla a guardar un secreto. San Martín daba al secreto un valor positivo y exigía en su observancia plena firmeza. Fue inflexible en su disciplina y supo hacer, de y en sus hombres, un culto del secreto y su expresión. Cuando señalaba que ni su almohada debía conocer sus secretos imponía a su conducta la rígidez de su cumplimiento. Saber guardar un secreto es ser depositario de una confianza.

    Inspirarla sentimientos de indulgencia hacia todas las religiones. La indulgencia es generosidad, y todos cabemos en el reidno de Dios, y queremos ser aceptados en una fe y una verdad. San Maretín procuraba estimular en su hija, los mismos sentimientos que conformaron todos los actos de su vida, y a fuer que ellos se fundaban en su inestimable amplitud de espíritu. Y por cierto, que su hija fue fiel heredera de su mandato y digana depositaria de su fe.

    Dulzura con los criados, pobres y viejos. La fuerza de la dulzura es tal, que es superior a cualquier otra. Es indudable que la dulzura es de por sí un acto de generosidad; es la ternura del gesto, como que es también el gesto tierno. Comprender a quienes nos sirven y ser dulces y generosos en su trato es la manera más directa y fácil de lograr su colaboración y solidaridad.

    Que hable poco y lo preciso. Es cierto que somos prisioneros de nuestras palabras, esclavos de su expresión. También es cierto que ellas deben ser el resultado de una actitud conciente y de un examen rpolijo y eficiente. Al indicar que hable poco y lo preciso, San Martín determina que la sobriedad debe ser el cauce por donde transiten la corrección y la verdad. Es que siempre se debe decir lo necesario con lo necesario.

    Acostumbrarla a estar formal en la mesa. Es necesario, retomar la frecuentación de los buenos modales y de las sanas costumbres. Si de cierta manera se ha roto la cotidianidad austera, es nuestro deber frecuentarla. Nada hace mas agradable a una persona que los modales correctos, la manera de acercarse a la vida en sociedad.

    Amor al aseo y desprecio al lujo. El aseo no es sólo el cuidado exterior, la higiene personal, es la adecuación del individuo a una serie de maneras correctas de presentarse y de ser. Por sobre todo, el aseo es una severa instancia interior, es el ánimo solidarios de respeto a los demás y hacia sí misma. Es nada maas y nada menos, que la moral forjada en su valor cristiano, en su actitud de los creyentes; porque en la grandeza de Dios se encierran, siempre, la sencillez y la modestia.

    Inspirarle amor por la patria y la libertad. Inspirarla es ponerla en el sendero embellecido de una alta y fecunda pasión, es ponerle en el alma la gracia de un sueño y en el corazón la semilla de una gracia. Amor por la libertad, porque de ese amor, profundo, sincero, iluminado de verdad y enorgullecido de historia tendrá la vida su sentido trascendente, y esa trascendenciahará que se sienta orgullosa de una fe inquebrantable.

    SAN MARTIN: LA VISTA DE LOS HABITANTES DEL PERÚ.

    Esta información ha sido extraída de una página de Internet, con el fin de conocer su visión respecto al patriota.

    Los Pasos para proclamar la Independencia        

    1814 -1816San Martín formó su Ejército Libertador o Ejército de los Andes con aproximadamente 4,000 hombres.
    1817San Martín realizó la gran hazaña de cruzar los Andes desde Argentina hacia Chile.
    1817 12 de febreroBatalla de Chacabuco: San Martín derrotó a las fuerzas realistas.
    1818 12 de febreroIndependencia de Chile. Batalla de Cancha Rayada: Las fuerzas realistas contra 19 de marzo atacaron.
    5 de abrilBatalla de Maipú: San Martín finalmente derrotó a los realistas en Chile. Las fuerzas libertadoras ocuparon Santiago de Chile y Bernardo O'Higgins fue declarado Director Supremo.
    1819San Martín organizó la Escuadra Libertadora: constaba de 8 barcos y 16 transportes al mando del marino escocés lord Thomas Cochrane.
    1820 7 de setiembreLa Escuadra Libertadora desembarcó en Paracas y seguidamente el ejército ocupó el puerto de Pisco.
    25 de setiembreLas negociaciones de Miraflores: el virrey Pezuela invitó a José de San Martín a negociar. Los realistas propusieron mantener la lealtad al rey de España y reconocer la Constitución de 1812; los patriotas propusieron una monarquía independiente en el Perú. No llegaron a ningún acuerdo.
    5 de octubrePrimera expedición a la Sierra: San Martín envió a Alvarez de Arenales al mando de la expedición para reivindicar los ideales independentistas en Huamanga, Jauja y Tarma.
    21 de octubreSan Martín estableció la primera bandera y el primer escudo de armas del Perú independiente.
    30 de octubreEl ejército de San Martín desembarcó en Ancón y ocupó Lima.
    1821 29 de enero"El motín de Aznapuquio": la autoridad de¡ virrey Joaquin de la Pezuela fue cuestionada y éste tuvo que entregarle el mando al general José de la Serna (último virrey del Perú).
    abrilSegunda expedición a la sierra: San Martín manda a Alvarez de Arenales a Pasco, Tarma y Jauja. Venció al ejército realista de Carratalá.
    marzo-julioLord Cochrane y Millar controlaron la costa sur del Perú. En la batalla de Mirave derrotaron a los realistas.
    mayoConferencia de Punchauca: el virrey la Serna y San Martín se reunieron en la hacienda de Punchauca a negociar: San Martín propuso aceptar la Independencia del Perú y a un príncipe Borbón como rey del Perú. La Serna propuso lealtad al Rey de España y la Constitución de 1812. La conferencia fracasó.
    1821 28 de julioProclamación de la Independencia del Perú: José de San Martín, en la plaza de Armas de Lima, proclamó la independencia con las siguientes palabras: "El Perú es desde este momento, libre e independiente, por la voluntad general de sus pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende. i Viva la Patria! ¡Viva la Libertad! ¡Viva la Independencia!

    PRIMERA BANDERA Y EL ORIGEN DE SUS COLORES

    La primera bandera fue concebida por José de San Martín en Pisco. Esta bandera "estaba dividida por líneas diagonales en cuatro campos, blanco los dos extremos superior e inferior, y encarnado los laterales, con una corona de laurel ovalada, y dentro de ella un sol saliente por detrás de sierras escarpadas que eleva sobre un mar tranquilo". Se dice que los colores de la bandera los visualizó San Martín en un sueño que tuvo en la bahía de Paracas.

    OBRAS Y DECLARACIONES DE SAN MARTÍN .Convencido sin duda el Gobierno español de que la ignorancia es la columna más firme del despotismo, puso las más fuertes trabas a la ilustración del americano, manteniendo su pensamiento encadenado para impedir que adquiriese el conocimiento de su dignidad. Semejante sistema era muy adecuado a su política; pero los gobiernos libres, que se han erigido sobre las ruinas de la tiranía, deben adoptar otro enteramente distinto, dejando seguir a los hombres y a los pueblos su natural impulso hacia la perfectibilidad. Facilitarles todos los medios de acrecentar el caudal de sus luces, y fomentar su civilización por medio de establecimientos útiles, es el deber de toda administración ilustrada. Las almas reciben entonces nuevo temple, toma vuelo el ingenio, nacen las ciencias, disípense las preocupaciones que cual una densa atmósfera impiden a la luz penetrar, propáganse los principios conservadores de los derechos públicos y privados, triunfan las leyes y la tolerancia, y empuña el cetro la filosofía, principio de toda libertad, consoladora de todos los males, y origen de todas las acciones nobles. Penetrado del influjo que las letras y las ciencias ejercen sobre la prosperidad de un Estado. Por tanto, declaro: 1.- Se establecerá una Biblioteca Nacional en esta capital para el uso de todas las personas que gusten concurrir a ella. 2.- El Ministerio de Estado en el Departamento de Gobierno, bajo cuya protección queda este establecimiento, se encargará de todo lo necesario a su planificación. Dado en Lima a 28 de agosto de 1821.José de San Martín.- Juan García de Río

    Retiro de San Martín (Por José de San Martín)

    Presencié la declaración de la Independencia de los Estados de Chile y el Perú:. existe en mi poder el estandarte que trajo Pizarro para esclavizar el Imperio de los Incas, y he dejado de ser hombre público. He aquí recompensados con usura diez años de revolución y guerra. Mis promesas para con los pueblos en que he hecho la guerra están cumplidas; hacer su Independencia y dejar a su voluntad la elección de sus gobiernos. La presencia de un militar afortunado (por más desprendimiento que tenga) es temible a los Estados que de nuevo se constituyen; por otra parte, ya estoy aburrido de oír decir que quiero hacerme Soberano. Sin embargo, siempre estaré pronto ha hacer el último sacrificio por la libertad del país, pero en clase de simple particular y no más. En cuanto a mi conducta pública, mis compatriotas (como en lo general de las cosas) dividirán sus opiniones; los hijos de éstos darán el verdadero fallo. Peruanos: os dejo establecida la Representación Nacional, si depositáis en ella una entera confianza, cantad el triunfo; si no, la anarquía os va a devorar. Que el acierto presida a vuestros destinos, y que estos os colmen de felicidad y paz.

    PuebloLibre. Setiembre 20 de 1822.

    ACTA DE DEFUNCIÓN DEL LIBERTADOR DON JOSÉ DE SAN MARTÍN

    El año 1850, el 18 de agosto a las once horas de la mañana, por ante nos, infrascripto, adjunto delegado del alcalde de la ciudad de Boulogne-sur-mer, han comparecido Francisco Javier Rosales, encargado de negocios de Chile en Francia, domiciliado en París, de edad de 49 años, amigo del abajo nombrado, y Adolfo Gérard, ahogado de 45 años de edad, domiciliado en Boulogne-sur-mer, amigo igualmente del más abajo mencionado, los cuales nos han declarado que José de San Martín, brigadier de la Confederación Argentina, capitán general de la República de Chile, generalísimo y fundador de la libertad del Perú, domiciliado en Boulogne, nacido en Yapeyú, provincia de Misiones (Confederación Argentina), de 72 años, cinco meses y veintitrés días de edad' viudo de Remedios Escalada, hijo del coronel Juan de San Martín, gobernado; de la antedicha provincia de Misiones, y de Francisca de Matorras, ambos fallecidos, falleció ayer a las tres de la tarde en su domicilio, Grande rue 105, tal como hemos podido confirmar nosotros mismos. Hecha la lectura, han firmado los comparecientes. F.X. Rosales, A. Gérard, A. Cazín.

    iografía Básica

    FUENTES DOCUMENTALES IMPRESAS

    * Academia Chilena de la Historia: Archivo de Bernardo O'Higgins: Santiago de Chile, 1949-1966, 30 tomos. * Archivo General de al Nación: Documentos referentes a la guerra de la independencia y emancipación política de la República Argentina; Buenos Aires, 1917, 2 tomos. * Comando en Jefe del Ejército. Dirección de Estudios Históricos. Colección Documental Emilio Gutiérrez de Quintanilla: Guerra de la independencia. Tomos 1 y 2, Buenos Aires, 1970-1973. * Comisión Nacional del Centenario: Documentos del Archivo del General San Martín: Buenos Aires, Imp. Comi Hnos., 1910-1911. 12 tomos. * Ministerio de Cultura y Educación. Instituto Nacional Sanmartiniano y Museo Histórico Nacional: Documentos para la Historia del Libertador General San Martín; Buenos Aires, 1953-1979, 15 tomos, (continúa su publicación). * Senado de la Nación: Biblioteca de Mayo, Buenos Aires, 1960-1968, 19 tomos.

    OBRAS GENERALES

    * Barcia Trelles, Augusto: José de San Martín en España, en América y en Europa; Buenos Aires, 1941-1948., 6 tomos. * Comisión Nacional Ejecutiva de homenaje al Bicentenario del nacimiento del General San Martín: Primer Congreso Internacional Sanmartiniano, Buenos Aires, 1979, 8 tomos. * Ministerio de Cultura y Educación, Universidad Nacional de Cuyo: Actas del Congreso Nacional de Historia del Libertador General San Martín, 1950, Mendoza; Ed. Best, 1953-1955, 4 tomos. * Mitre, Bartolomé: Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana, Buenos Aires, Imp. La Nación, 1888, 3 tomos. * Otero, José Pacífico: Historia del Libertador D. José de San Martín; Buenos Aires, Ed. Cabaut, 1932, 4 tomos.

    PERIÓDICOS

    * Junta de Historia y Numismática Americana: Gaceta de Buenos Aires (1810-1821). Reimpresión facsimilar; Buenos Aires, 1910-1915. De este periódico hay índice general. Ver: Juan ángel Farini. Museo Mitre. Buenos Aires, 1963. * Ministerio de Educación, Universidad Nacional de La Plata: Gaceta del Gobierno de Lima Independiente (1821-1822). Reproducción facsimilar. La Plata, 1950.

    LIBROS

    Actas del Congreso Nacional de Historia del Libertador General San Martín; Talleres Gráf. de Jorge Best, Mendoza, 1953-1955., 4 tomos. Argentina, Ministerio de Cultura y Educación, Instituto Nacional Sanmartiniano y Museo Histórico Nacional: Documentos para la historia del Libertador General San Martín; Buenos Aires, 1953-1979, 15 tomos. República Argentina, Comisión Nacional Ley 13.661: San Martín en la historia y en el bronce; Buenos Aires, 1950, 254 páginas. Armando Alonso Piñeiro: Cronología histórica Argentina; Ed. Depalma, Buenos Aires, 1981, 531 páginas. Félix Best: Historia de las Guerras Argentinas. De la Independencia Internacionales, Civiles y con el Indio; Ediciones Peuser, Buenos Aires, 1960, 2 tomos. Walter B. L. Bose – Julio C. Sáenz: Sellos postales argentinos con historia (Argentine Postage Stamps and History); Manrique Zago Ediciones, Buenos Aires, 1981. Humberto F. Burzio y Belizario J. Otamendi, Numismática sanmartiniana, en: San Martín, Homenaje de la Academia Nacional de la Historia en el Centenario de su muerte (1850-1950); Buenos Aires, 1951, Tomo II, 315 páginas y 42 láminas. José Luis Busaniche: San Martín vivo; Emece Editores, Buenos Aires, 1950, 358 páginas. Arturo Capdevilla: El pensamiento vivo del general San Martín; Losada, segunda edición, Buenos Aires, 1950, 153 páginas e índice. Bonifacio del Carril: Iconografía del General San Martín. Notas descriptivas de las piezas reproducidas por Luis Houssay; Presidencia de la Nación, Buenos Aires, 1971, 186 págs. Ilustradas. Ricardo Cavero-Egúsquiza: Páginas de la Historia sanmartiniana en el Perú, Antología. Lima, 1970. 196 páginas. Francisco Cignoli: La sanidad y el cuerpo médico de los ejércitos libertadores. Guerra de la independencia (1810-1828); Editorial Rosario, Rosario, 1951, 336 páginas. Arnaldo J.Cunietti-Fernando: Monedas y Medallas/Cuatro siglos de historia y arte. 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Homenaje al Libertador General Don José de San Martín en el bicentenario de su nacimiento. 1778 – 25 de febrero – 1778, edic. de la Dirección de Publicaciones del Instituto Nacional Sanmartiniano, 367 págs. Los poetas argentinos cantan al Libertador, obra preparada y dirigida por Ricardo Piccirilli y Angel B. Rivera; G. Kraft, Buenos Aires, 1950, 184 págs. Ministerio de Educación, Universidad Nacional de La Plata: Gaceta de; Gobierno de Lima Independiente, Tomos I – III, Julio 1821 – diciembre 1822; edic., facsimilar realizada por la Universidad Nacional de La Plata en homenaje al General D. José de San Martín al cumplirse el centenario de su muerte, La Plata, 1950, XCII, 848 págs. y 10 láminas. Enrique D. Mosquera: San Martín organizador militar: a) el Regimiento de Granaderos b) el ejército de los Andes; Fundación Rizzuto, Buenos Aires, 1973, 132 págs. (5º Concurso literario de investigación histórica sobre la personalidad y obra del General José de San Martín). Exequiel César Ortega: Actuación del General San Martín en el Perú; el Libertador y el Protector, Fundación Rizzuto, Buenos Aiers, 1971, 125 págs. (3º Concurso anual literario de investigación histórica sobre la personalidad y obra del General José de San Martín). Dionisio Petriella: José de San Martín; Organización de los Estados Americanos – Academia Nacional de la Historia; Buenos Aires, 1974. Javier Ortiz de Zevallos: Correspondencia de San Martín y Torre Tagle. Librería Editorial Juan Mejía Baca, Lima, 1963, 172 págs. Alberto Palcos: Hechos y glorias del General San Martín. Espíritu y trayectoria del Gran Capitán; El Ateneo, Buenos Aires, 1950, 593 págs. Joaquín Pérez: San Martín y José Miguel Carrera; Ministerio de Educación, Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Departamento de Historia. Monografías y Tesis: I, 1954, 340 págs. A. J. Pérez Amuchástegui: San Martín y el Alto Perú; Fundación Banco Comercial del Norte, Tucumán, 1976, 414 págs. Héctor Juan Piccinali: Vida de San Martín en España; Eds. Argentinas, Buenos Aires, 1977, 104 págs. Ricardo Piccirilli: San Martín y la Política de los Pueblos; Ed. Gure, Buenos Aires, 1957, 494 págs. Julio César Raffo de la Reta: Antología Sanmartiniana; Angel Estrada y Cia., Buenos Aires, 1951, 787 págs. Ricardo Rojas: El santo de la espada. Vida de San Martín; Editorial Universitaria de Buenos Aires, 2ª. Edic., 1978, 422 págs. San Martín. Su correspondencia (1823 – 1850); Edición Homenaje, Ed. Assandri, Córdoba, 1950, 432 págs.José de San Martín. Epistolario selecto. Otros documentos. Prólogo de J. C. Raffo de la Reta; W. Jackson, Buenos Aires, 1953, 333 págs. Manuel Benito Somoza: San Martín y la política argentina a partir de 1823; Buenos Aires, 1953, 282 págs. José Torre Revello: Selección de documentos relativos al Libertador don José de San Martín; Ed. 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    FOLLETOS

    Manuel Belgrano. Cartas del General don Manuel Belgrano al Libertador General José de San Martín, 2ª. edic., Instituto Nacional Sanmartiniano, Buenos Aires, 1964, 22 pags. Simón Bolívar. Cartas de Simón Bolívar al fundador de la libertad del Perú don José de San Martín. Instituto Nacional Sanmartiniano. Buenos Aires, 1953, 26 págs. Instituto Nacional Sanmartiniano: Renunciamientos del Capitán General don José de San Martín a la gloria, al poder, y a la riqueza; Buenos Aires, 1969, 87 págs. Archivo Histórico de la Provincia de Bs. As.: Documentos de San Martín, introducción de Ricardo Levene, homenaje al Libertador al cumplirse el centenario de su muerte; La Plata, 1950, 80 págs. Ramón Castilla. Cartas del Gran Mariscal don Ramón Castilla, presidente de la República del Perú, al fundador de la independencia y protector de la Libertad del Perú, generalísimo de las armas don José de San Martín; 4ª edic., Instituto Nacional Sanmartiniano, Buenos Aires, 1973, 23 págs. José de San Martín. El legado de San Martín. Pensamientos. Máximas. Sentencias; publicación de la Comisión Nacional Ley 13.661, selección de Ricardo Piccirilli; Guillermo Kraft, Buenos Aires, 1950, 58 págs. José Torre Revello: Cartas de Simón Bolívar al fundador de la Libertad del Perú, José de San Martín; Instituto Nacional Sanmartiniano, Buenos Aires, 1952, 30 págs. José Torre Revello: Cartas del General don Manuel Belgrano al Libertador General don José de San Martín; Instituto Nacional Sanmartiniano, Buenos Aires, 1955, 24 págs. Fuente: Manrique Zago (dir) José de San Martín, un camino hacia la libertad, Bs. As., 1989, pág. 203.

    EPÍLOGO

    A lo largo de todo el tiempo que estuvimos enfocando nuestra atención al General San Martín, recorriendo lugares físicamente por toda la capital y virtualmente todo el mundo, fuimos ubicando muchos puntos de vista de San Martín. Todos variaban en los detalles, pero llegaban a una misma conclusión a la cual nos queremos adherir: SAN MARTÍN ERA UNA PERSONA EXELENTE, a nivel humano, militar, paterno. Por eso esta monografía fue, para nosotros dos, un aprendizaje escolar y a su vez personal, muy útil. Por eso, en este último suspiro de la monografía queremos darle las gracias a la docente que impulsó esta tarea y le damos ánimos a que la lleve a cabo en todas las oportunidades que se le presente.

    Autores: Facundo Agosti (agosti[arroba]ciudad.com.ar)          Fernando Belvedere (perbe[arroba]ciudad.com.ar) Ambos tienen 16 años de edad y están cursando cuarto año del secundario