RESUMEN: Este manuscrito es una historia apasionante sobre dos mujeres que viven de forma neurótica a través de sus sentimientos, la compañía mutua y el deseo de trascender la simpleza de las relaciones humanas. Sus crisis son el reflejo de la sociedad puritana y los temores internos originados por el gran encuentro con la ternura y el amor.
PALABRAS CLAVES: amor, homosexualidad, mujer, neurosis, prostitución, superación, lesbianismo, romance, duda.
(Primera Parte)
Cuando la vi por primera vez, yo estaba en una tienda bebiendo jugo tropical y ojeando las páginas de la revista ‘Muy Interesante’. Lo recuerdo como si hubiera sido ayer: ella llegó de repente y en silencio le entregó un papel al vendedor. Él le despachó unos víveres y después de pagarle, la muchacha que tendría como unos catorce o quince años, se marchó sin darle importancia alguna a las personas que habían estado siguiendo cada uno de sus movimientos con la mirada desde que llegó. Poco después, una mujer empezó a hacer comentarios sobre la chica con otra señora.
"Pobre muchacha…" decía. "No me imagino lo terrible que debe ser vivir en un ambiente tan grotesco como el que hay en esa casa; si es que se le puede llamar así," esto último dijo mirando ceñudamente a unos hombres que bebían cervezas en la barra. Éstos, apenados, apartaron la vista y fingieron no estar pendientes del asunto. "Lo que en realidad no puedo imaginarme…" comenzó a decir en voz alta para incomodarlos, "…es cómo ciertos hombres que presumen tener una linda familia, no piensan en sus hijas cuando van a ese lugar a cometer sus vilezas y ven a esa pobre pequeña soportando sabe Dios qué ultrajes." Esta vez los hombres carraspearon y se fueron a una mesa. Yo me asomé desde la acera para ver dónde se metía la muchacha. Vi que cruzó la calle después de comprar un algodón de dulce y caminó unas dos cuadras hasta una casa que, según los comentarios que alcancé a escuchar, era un burdel bastante frecuentado por gente peligrosa.
Sentí una pena profunda por la chica. Se veía muy delgada y pálida a pesar del tono trigueño de su piel. Sus ojos eran negros y ligeramente rasgados. Su cabello ondulado de color castaño oscuro caía desgreñado sobre sus hombros. Escuché que era muda y que sus hermanas la utilizaban para hacer cosas deshonrosas. Su madre no le prestaba mucha atención y su padre había sido asesinado el mes pasado. Yo deseaba inquirir porqué alguien no hacía algo al respecto y la rescataban de ese horrendo lugar, pero hasta donde pude deducir por las habladurías, ‘nadie se inmiscuía en los asuntos ajenos’. Yo pensaba que ningún niño se merecía ser expuesto tan crudamente a la realidad de la prostitución y la violencia y más aún, pensaba que por no tener personas alrededor que en verdad la quisieran, se hallaba irremediablemente condenada a perderse en el bajo mundo. Estas posibilidades me abrumaron por noches consecutivas, así que cualquier día me asomé cerca de su casa y esperé un buen rato a ver si aparecía. Durante el día, según pude percatarme, hacía algunos mandados y en la noche no salía para nada de la casa. Sentí mucha cólera al imaginarme todas las escenas viles que sus ojos inocentes debían contemplar y cuando cierta noche un hombre ebrio salió del sitio besuqueándose con otro menor que él, me armé de valor para rescatarla. Todos los días me senté a esperarla en el parque que quedaba en una esquina a dos cuadras de su casa. Al principio se acercaba con mucha cautela, pero después se sentaba junto a mí con toda confianza. Aunque no hablaba, supe por sus gestos que me entendía a la perfección. Pude darme cuenta pronto, que era una chica inteligente.
Por dos semanas aproveché nuestros encuentros breves para contarle que estaba en la isla de Martinica trabajando como intérprete y que al finalizar las vacaciones volvería a casa. También aproveché para hablarle de las maravillas de Dios y de mis deseos fervientes de verla fuera de su casa. Luego un día le dije que tenía que partir. Ella bajó la cabeza y yo acaricié sus cabellos esperando que comprendiera mi situación. En verdad yo anhelaba ayudarla, pero no sabía qué más hacer además de ofrecerle mi amistad. Por medio de señas me comunicó que deseaba verme esa misma noche en el parque y yo me presenté a sabiendas de que no volvería a verla más a partir del día siguiente, entonces ella me sorprendió llevando una maleta con sus pocas pertenencias y me dijo:
"Llévame contigo, por favor."
Ya podrán imaginarse mi asombro al escuchar esas palabras. Todo ese tiempo había permanecido callada, quizás estudiándome a fondo para conocer mis verdaderas intenciones. Más tarde me confesó que era la primera vez que hablaba con alguien en dos años. Yo no tuve más remedio que llevarla conmigo. Era una locura, pero aquella niña me había conquistado el alma y yo no podía abandonarla a su suerte para que terminara prostituyéndose al igual que sus hermanas. Así que esa noche Nina permaneció en mi habitación del hotel y al día siguiente partimos a lo que sería su hogar por algún tiempo.
*****
En un principio, como era de esperarse, mis padres cuestionaron la idea de tener a Nina en casa. Yo les había explicado las circunstancias que me impulsaron a sacarla de la isla, pero no fue sino hasta que un amigo íntimo de mi padre les hizo ver que a la muchacha sólo le podía esperar la perdición en su antigua casa, que ellos reconsideraron su postura. Y bueno, en menos de dos meses, Nina se había ganado a la familia con su comportamiento servicial y cariñoso. En lo que respecta a mí, me tenía comiendo de la palma de su mano. Yo llegaba de la universidad cansada y ella corría solícita a mi lado y me atendía como si yo fuera la dueña y señora de la casa. Dejaba sus atenciones con los demás para recibirme con arrumacos, cosa que mi hermano Rodrigo no tardó en reprocharle. Nina ayudaba mucho en el oficio de la casa y a mí me molestaba que en vez de eso no se dedicara a estudiar, pero mi madre había aceptado hospedarla con la condición de que ayudara en los quehaceres. En una ocasión esto se prestó para una discusión, puesto que siendo las cosas de esa manera yo creía que Nina se merecía un sueldo por su trabajo, pero mi madre no accedió. Me encerré en mi habitación sintiéndome aturdida y frustrada por ser incapaz de procurarle un mejor bienestar a la muchacha.
"No te preocupes," me dijo Nina tranquilamente mientras me ayudaba a quitarme las sandalias. "No tienen que pagarme. Más bien yo debería pagarles a ustedes por permitirme vivir bajo su techo. Han sido muy buenos conmigo. Tú en especial. Mi premio es poder estar contigo."
"No deberías estar trabajando," le dije. "No te traje para eso. Tienes que estudiar y prepararte."
"Lo sé. Yo también quiero eso. Ya verás que con el tiempo tus padres reconsiderarán el asunto y tal vez hasta me ofrezcan ayuda para estudiar. Por ahora sólo quiero que tú sigas enseñándome lo que sabes. Tus amigos son muy listos y no mereces algo menos."
"¿Qué quieres decir con eso?" le pregunté frunciendo el ceño.
Nina colocó las sandalias debajo de la cama como hacía siempre y luego se sentó a mi lado.
"Me refiero a que si quiero ser tu amiga, debo por lo menos estar a tu altura, ya sabes, para que también puedas platicar conmigo sobre todas esas cosas complicadas que discutes con tus amigos."
"Nina," comencé a decir sosteniendo sus manos. "¿Es por eso que te la pasas leyendo mis libros hasta tarde? Tú ya eres mi amiga, no tienes que hacer eso."
"No me lo impidas. Además a mi me gusta." Hubo una pausa durante la cual me miró intensamente. "Entre otras cosas," añadió de forma ininteligible.
"Deja un poco la lectura y saca algo de tiempo para hacer amigos," le aconsejé. "Eres capaz de atraer la atención de cualquier persona."
"No lo creo," dijo en tono muy triste.
"¿Por qué? ¿Lo dices por tu familia allá en la isla?"
"No. Es decir, no sólo por eso." Nina suspiró hondamente. "Sé que soy una persona insignificante para ti. Sé que me ves como una niñita y no sabes lo infeliz que eso me hace… Que no puedas verme como una mujer."
No pude evitar reírme ante su queja pueril.
"No te rías que no bromeo," protestó y yo enseguida apreté los labios para retener la carcajada. "Lo único que deseo es estar contigo y que tú estés conmigo."
Como comenzó a llorar la envolví con mis brazos y le di un beso en la cabeza.
"Preciosa, yo estoy contigo…" le aseguré con ternura. Su necesidad de afecto estaba plenamente justificada por la triste historia de su niñez y yo deseaba quererla por todos aquellos que no lo habían hecho.
"Te quiero mucho, Regina," me dijo entre sollozos.
"Yo también te quiero, Nina. Eres lo único bueno que me ha pasado en mucho tiempo."
Esa noche estuve pensando hasta muy tarde. Quería idearme una estrategia para que Nina pudiera hacer una validación escolar y se me ocurrió que tal vez hablando con unos amigos podía lograr que ella estudiara sin tener que preocuparnos mucho por los gastos. Interrumpí mi meditación para observar a Nina que se había levantado de su lecho envuelta en una sábana. Caminó hasta la ventana y comenzó a vislumbrar a través del cristal algo que se hallaba en el cielo. De repente la sábana se deslizó hasta sus pies dejando su cuerpo semidesnudo al descubierto. Yo me sentí terriblemente intrigada por aquella escena tan extraña. Pensé que de un momento a otro se daría cuenta que la observaba y me recriminaría por ello, quise por lo tanto cerrar mis ojos, pero estaba como hipnotizada y no podía cesar de verla. Su cuerpo bañado en luz de luna me hizo pensar en ella como una preciosa joya plateada, excelsa y delicada. Lo que más me causaba curiosidad de todo aquello, era la naturalidad con la que posaba en ropa interior frente a la ventana y la tristeza inmensa que reflejaba su mirada. Lágrimas rodaron por su semblante y sorpresivamente sus ojos se clavaron en mí. Yo cerré los míos sintiendo un terrible nudo en la garganta. Mi corazón se aceleró cuando la percibí aproximándose a mi cama y me quedé inmóvil conteniendo la respiración para que no se percatara de mi intranquilidad. Se acostó junto a mí y después de besarme en la mejilla dijo: ‘¿estás despierta?’ Yo pensé que ciertamente me había descubierto mirándola y yo no quería que por su mente pasaran las ideas más alocadas al respecto, no obstante seguí fingiéndome dormida. ‘Podría jurar que vi dos luceros brillando desde aquí,’ comentó luego en voz baja.
*****
Tengo un recuerdo muy especial de los primeros meses que Nina estuvo en mi casa. Comienza una tarde cuando volví de la universidad muy contenta porque había obtenido la mayor calificación en una prueba final. Para lograrlo tuve que pasar varias noches en vela en medio de la enfermedad que me había tocado sobrellevar por esos días. Pues bien, llegué a casa y de inmediato les di la noticia a mis padres. Pero ellos estaban tan distraídos con el regreso de mi hermana que poca importancia le dieron a mi anuncio y mucho menos notaron que había llegado pálida en un estado a punto de desmayarme. Bianca siempre venía desde la capital a pasar vacaciones con nosotros y yo estaba acostumbrada a pasar ese tiempo sola y con los bolsillos vacíos, a excepción de aquella vez cuando gracias a los contactos de mi buen amigo Chet pude trabajar en Martinica y juntar algo de dinero. En esta ocasión Nina se encontraba allí y su presencia me confortaba, aunque en ocasiones me sentía muy apenada cuando delante de ella mi padre se encrespaba por cualquier insignificancia o cuando mi madre o mis hermanos me hacían algún reclamo de manera poco amigable. Yo no quería que su modo de pensar sobre mí cambiara por el trato que mi familia me daba, no quería que pensara que ellos tenían razón cuando hacían sus críticas virulentas y mucho menos quería que hiciera caso de las cosas que se murmuraban sobre mí. Esa tarde cuando llegué a casa y vi que mi noticia no les causó mayor regocijo fui a mi habitación con la terrible sensación de un nudo en mi garganta y ganas de llorar. Me senté en el borde de mi cama con la cabeza gacha y me recriminé en silencio por la manera tan absurda como yo misma me hacía sufrir habiendo pasado tantas veces por la misma situación. No era sorpresa para mí descubrir que estaba sola, pero seguía doliéndome cada vez más como si se tratara de algo repentino.
Nina entró a la habitación y rápidamente enjugué un par de lágrimas que se me habían escapado. Ella se sentó a mi lado y yo creí ver en ella una mirada de lástima frente a la cual no pude evitar dejar correr mis lágrimas. Pero le sonreí al mismo tiempo en un esfuerzo por no romper en llanto y le hice ver que me sentía demasiado cansada y necesitaba dormir. Odiaba que me viera en ese estado tan vulnerable, pero esa era yo y realmente ya no me importaba si su admiración por mí se desvanecía y empezaba a tratarme igual o peor que a los demás. Era demasiado vergonzoso para mí que ella conociera esos detalles de mi vida que siempre me habían hecho infeliz, pero en aquella ocasión dejé de ocultar lo mucho que me dolía el corazón y ocurrió entonces lo más sorprendente: de sus ojos también empezaron a brotar lágrimas.
"¿Qué le pasa a estas personas?" me preguntó tomando mis manos. "¿Porqué no pueden ver lo que yo veo?"
"¿Qué quieres decir?" inquirí confundida.
"Veo a una mujer muy tierna y generosa que no merece llorar y que tampoco merece estar tan sola."
Cuando me dijo aquellas palabras no pude contenerme más. Lloré incontrolablemente estremeciéndome con cada quejido. Nina me abrazó y yo me aferré a ella a sabiendas de lo mucho que necesitaba desahogarme. Mi cabeza estaba a punto de estallar y tuve que acostarme. Nina me cuidó toda la noche, me colocaba paños de agua fría en la frente, me leía historias de cierto libro infantil que conservaba desde mi niñez e incluso me dio de comer de un puré que ella misma había preparado con permiso de mi madre quien a penas se asomó a verme un par de veces. A medianoche empecé a temblar y Nina me cubrió con todas las sábanas que encontró, incluyendo la suya. Sus atenciones eran muy tiernas y la quise mucho por ello. Antes de dormirme le di las gracias y también le pedí perdón por haberme desplomado de esa manera. Ella me dio una mirada sumamente dulce y me besó en la frente.
"Yo haría cualquier cosa por ti," me dijo. "Quiero hacerte feliz".
Cerré mis ojos con esa frase dando vueltas en mi cabeza: ‘quiero hacerte feliz’. Por primera vez en mi vida sentí que no estaba sola.
*****
Al día siguiente, por muy extraño que parezca, tenía miedo de despertar. Estuve meditando con los ojos cerrados fingiendo que todavía dormía. Podía sentir a Nina moviéndose de un lado a otro, incluso un par de veces me tocó la frente seguramente para saber si tenía algo de temperatura todavía. Aunque la segunda vez permaneció de pie junto a la cama y me imaginé que quizás había notado que en realidad no estaba dormida, quizás podía percibir mi temor y en ese caso lo mejor era dejar la farsa y despertar sin importar lo vergonzoso y doloroso que fuera tratar de despegar mis ojos hinchados. Poco a poco fui levantando los párpados, pero antes de tener una imagen clara de la habitación, Nina pasó un paño húmedo por mis ojos para limpiarlos. Yo le agradecí el gesto y después me levanté para ir al baño. Tomé una ducha enseguida y fui luego a la cocina a ver si podía prepararme desayuno. Entonces Nina me informó que no había nada para comer pero que compraría pan y fruta en la tienda con el dinero que mi mamá le había dejado antes de salir de compras con mi hermana. Aguardé su regreso en la sala mientras leía algunas meditaciones matinales; cuando me di cuenta de su tardanza salí a la terraza y la vi conversando con un par de muchachos que vivían a dos casas de la nuestra. Ellos me miraron y luego Nina quien se despidió amablemente después de verme. Al regresar la miré sin poder disimular mi suspicacia y le pregunté sobre su charla con los vecinos. Ella me sonrió y dijo que sólo le hacían preguntas acerca de su vida, de dónde venía, si tenía novio y cosas por el estilo. Sin embargo yo tenía la aguda certeza de que finalmente Nina se había enterado de los rumores sobre mí. Ambas nos sentamos en el sofá y cordialmente le pedí que me contara todo lo que los vecinos le habían comentado acerca de mi vida, pero ella negaba que en algún momento yo hubiese sido tema de conversación.
"No me mientas. Sé que han debido decirte algo," la miré intensamente. "Escucha, sólo no quiero que hagas caso de los chismes, ¿de acuerdo? Nada de lo que dicen es verdad."
"Está bien," me dijo.
Nina besó mis manos dándome esa mirada cálida y profunda que solía enternecerme, y justo antes de ir a la cocina para servir el desayuno me dio una hoja doblada con algo escrito que decía lo siguiente: ‘no me molesta que tengas secretos o un pasado difícil que dejar atrás… sigues siendo preciosa para mí."
Fui a la cocina. La contemplé atentamente estando debajo del umbral mientras ella terminaba de preparar el desayuno.
"No me mires así," dijo deteniéndose.
"¿Así cómo?" me aproximé a ella y le devolví el papelito doblado, al mismo tiempo agregué "¿como si fueras lo más hermoso que mis ojos han visto?" Ella sonrió ruborizada y como sonó el teléfono en ese preciso instante la dejé sola en la cocina.
Mi respuesta simple a su nota decía: ‘ten cuidado: estás haciendo que te quiera más de la cuenta.’
*****
Cierto fin de semana fuimos todos a la playa.
Yo no sabía qué esperar de aquel paseo. Estaba muy preocupada porque había dejado mucho trabajo pendiente en casa y la semana que me esperaba prometía ser bastante agitada. Llevé algunos cuantos libros conmigo y Nina se enfadó por ello. Quería que juntas disfrutáramos a plenitud del paseo, así que se comprometió a ayudarme a transcribir todos mis trabajos en el computador cuando volviéramos. Hacía cualquier cosa para levantarme el ánimo y yo apreciaba su esfuerzo. Cuando llegamos a la playa me instaba para que de una vez fuéramos a nadar, yo acepté en vista de que no había nada mejor que hacer, pero no tardamos en ser interrumpidas por unos muchachos que deseaban trabar amistad con ella. Uno de ellos la abordó para invitarla a comerse un cóctel de mariscos y Nina me miró como esperando mi aprobación. Yo me encogí de hombros y volví a la carpa donde estaban mis padres y hermanos ordenando el almuerzo.
Permití que una muchacha me trenzara el cabello y mientras tanto me dispuse a leer uno de los libros que había traído en mi morral. Sin embargo no pude concentrarme pensando en que Nina tenía derecho a hacer amigos y como se la pasaba todo el tiempo conmigo no había podido entablar otras relaciones. Siempre me preocupaba que pudieran engatusarla o meterla en problemas. Yo la sobreprotegía un poco y eso no había sido muy saludable para ella que era un espíritu libre. Es verdad que mis cuidados eran un poco exagerados, pero sinceros. Nina no se había quejado nunca de ellos. Por el contrario, parecía gozarse con mi actitud protectora, de manera que hacía bromas al respecto, acusándome de quererla sólo para mí y que ella no tenía otra opción sino ser mi humilde esclava. Yo detestaba que se expresara de esa forma, los demás podrían pensar que era cierto considerando mi injusta reputación de mujer dominante y manipuladora. Ella entonces abandonó lo de la esclava para convertirse en amiga fiel y cómplice, eso estaba mucho mejor.
Justo cuando empezaban a servir el almuerzo, Nina volvió a la carpa y me miró con fascinación.
"Te ves tan guapa," me dijo tocando mis trenzas. "¿Me extrañaste?"
"Mucho," contesté.
"¿De verdad?"
"Seguro que sí. ¿Te divertiste con los muchachos?"
"Se portaron bien. Querían que fuera con ellos de paseo en un yate. Pero yo empezaba a extrañarte también así que decidí volver."
La contemplé en silencio. Parecía como si quisiera decirme algo, pero no se atrevía, quizás por la presencia de mi familia. Acortó un poco la distancia y sin motivo aparente, me besó en la mejilla. Yo le sonreí en agradecimiento por su gesto. Le prometí que después de almorzar alquilaríamos una moto acuática y le permitiría conducirla. Se puso entonces muy contenta y se lanzó sobre mí haciéndome caer sobre la arena. Yo le hice cosquillas y sus risas motivaron las mías.
"Suéltame o vomitaré," me advirtió en su agonía.
"Imagínate eso… Habiéndote comido un cóctel de mariscos."
La dejé tranquila y nos incorporamos para sacudirnos la arena. Se acercó a mí y con sus manos limpiaba mi cara de manera tan delicada que sus toques parecían más bien caricias. Me miraba de una forma muy extraña, con una sutil sonrisa en sus labios y una expresión que podía ser fácilmente confundida con la expresión de una persona enamorada que no se atreve a decir lo que siente pero cuyos gestos lo dicen todo.
"No quiero tener cuidado," me dijo de repente.
Fruncí el ceño y luego comprendí. Le sonreí y ella me sonrió también aunque en sus ojos se dibujaba un signo de interrogación.
"Yo tampoco," fue mi respuesta. El signo de interrogación desapareció y en su lugar floreció una dulce y amable mirada.
Una hora después de haber almorzado, alquilamos la moto y dimos un paseo alrededor de una isla que quedaba no muy lejos de la playa. Nina estaba muy emocionada y yo me deleitaba en su felicidad. Media hora más tarde el dueño de la moto nos hacía señas desde la orilla para que regresáramos.
Durante el resto de la tarde jugamos con mis hermanos y antes de volver a casa le pedí que me acompañara a un sitio donde podía hablarle en privado.
Yo consideraba importante aprovechar ese momento de solaz para agradecerle por todo el bien que hacía en mi vida. Nina me ayudaba a sobrellevar las pruebas difíciles a las que me hallaba ocasionalmente expuesta. Por ejemplo, cuando tenía que soportar los reproches de mi madre o los desplantes hirientes de mi padre, Nina siempre me consolaba y me animaba con la ilusión de que algún día nos iríamos a vivir juntas y nadie nos lastimaría nuevamente. Su compañía era como un bálsamo sobre las heridas de mi corazón y yo no tenía con qué pagarle todas sus atenciones.
La llevé al acuario y después de echar un vistazo alrededor nos sentamos en una banca. Luego de darle las gracias me miró perpleja y yo le expliqué las razones por las cuales me sentía agradecida con ella. Su expresión cambió, tornándose indulgente y afectiva. Su mirada profunda era capaz de cautivarme, era algo extraordinario a lo que no podía acostumbrarme con facilidad debido a mis temores. Yo había pasado mucho tiempo exiliada en la soledad de mi habitación, teniendo como único consuelo plasmar sobre hojas blancas los anhelos acariciados por mi mente perturbada. Pero un día, me encontré desesperada, habiendo perdido toda capacidad e inspiración para escribir; me indigné mucho, como el profeta Jonás cuando Dios hirió la calabacera y él deseó la muerte. Entonces, caí en la autocompasión. Me sentí miserable e indigna, como un enfermo sin esperanza. Me preguntaba si existiría un corazón tierno y afectuoso que compartiera conmigo esa ilusión de amor entregado que parecía no encajar con las exigencias de este mundo, pero las decepciones me hundían en el desaliento. No obstante, tenía a mi favor que Dios no se olvidaba de reverdecer mi esperanza.
Yo pensaba que Nina me volvería la espalda en cualquier instante y sería como la calabacera que se secó, dejándome finalmente expuesta al recio viento solano, así que se me ocurrió aprovechar el tiempo al máximo conquistándola con detalles y gestos apasionados, buscando tener algo grato para recordar cuando por alguna circunstancia tuviéramos que separarnos.
Teniendo en mente mi plan, me atreví a hacerle una declaración sin importar que hubiera gente a nuestro alrededor caminando de un lado a otro.
"Eres tan maravillosa," cuando le dije esto se sonrojó. No agregué nada por algún tiempo porque quería estudiar su reacción frente a aquella frase nunca antes dicha con tanta seriedad. "Sé que no vas a quedarte con nosotros para siempre…" continué mientras acariciaba la palma de su mano con mi pulgar. "… pero me gusta pensar que estarás conmigo toda la vida."
Nina cerró los ojos dándome la falsa impresión de no estar interesada en mi declaración, pero al abrirlos me dio una mirada tierna y me pidió que fuéramos a otro lugar para hablar mejor. Allí mismo en el acuario dimos con un rinconcito solitario no necesariamente acogedor pero sí bastante apartado de los turistas. Entonces proseguí…
"Estoy preocupada," le confesé fingiendo que el asunto era muy serio.
"¿Qué te preocupa, dulzura?" me preguntó tomando mis manos y asumiendo una actitud de mujer dulce y atenta.
"Pasamos demasiado tiempo juntas. No parece ser conveniente y quizás lo mejor sea distanciarnos un poco." Por dentro me estaba riendo, no porque estuviera bromeando sino porque mis palabras sonaban a basura de telenovela. Hubiera preferido decirle con descaro: ‘no parece ser conveniente, pero ¡qué importa!’
"¿Por qué?"
Bajé la mirada. "Porque no quiero lastimarte."
"Tú no me lastimas…" De ahí en adelante no hubo más palabras por un buen tiempo. Nina besaba mis manos gentilmente, acariciándolas con sus suaves labios y yo sólo la miraba confundida. Se suponía que yo la sorprendería en esa ocasión, no ella a mí. Estaba vergonzosamente paralizada sin saber qué hacer, pero al mismo tiempo disfrutaba esa sensación íntima sin reparar en que alguien podía llegar y vernos.
Cuando finalmente pude reaccionar me incliné para besarla en la frente y ella me prometió que no se separaría nunca de mi lado. Yo subestimé sus palabras, no porque no creyera en ellas, sino porque temía hacerlo, no obstante las recibí con gratitud.
"Sólo tienes que decirme lo que quieres…" me dijo. "… cuando estés segura de lo que es."
Sonreí ante la astucia de sus palabras. Su sentido era muy simple: ella quería saber cuál sería mi disposición respecto a las cosas que se habían desarrollado hasta el momento. Podíamos seguir alimentando nuestra amistad hasta convertirnos en inseparables, o podíamos mantener la estima a un nivel mucho más moderado y esperar en cualquier momento la separación. Yo quería tomar una decisión pronto, pero tenía muchas inseguridades y pensaba que lo mejor era ignorar la responsabilidad que yacía en cada gesto y palabra pronunciada. No quería comprometerme a nada porque los compromisos eran cosa seria para mí y Nina era simplemente demasiado joven para saber con certeza lo que quería.
*****
Pocos días después Nina me pareció como aquella flor del Principito de Antoine De Saint-Exupery: ‘con una vanidad un poco sombría, pero muy conmovedora’. Además de sus cálidas atenciones trataba de llamar mi atención actuando como lo haría una persona adulta, más específicamente, como lo haría una mujer encaprichada con algún hombre. Por ejemplo, adonde quiera que íbamos se enganchaba de mi brazo, me sorprendía con una caricia en la mejilla y si nos deteníamos a comprar algo, me hacía peticiones anteponiendo palabras posesivas tales como ‘mi amor…’, ‘mi corazón…’. Prestaba poca atención al quinteto de admiradores que tenía en el barrio y la seguían con la mirada por las calles para lanzarle algún piropo. Es que, como la flor del principito, Nina era única y realmente encantadora. Ya no se parecía a la niña mal nutrida y desgarbada que conocí en la isla. Mi madre y mi hermana se habían encargado de ponerla muy bonita y es que además apreciaban los beneficios que venían con tan agradable presencia, porque se había vuelto común que a Nina le hicieran descuentos y regalos en las tiendas y a todos los sitios a donde iba. Yo misma había encontrado útil llevarla conmigo a algunos lugares aunque de paso tuviera que soportar las idioteces de sus admiradores. Nina cumplía con saludarlos amablemente, pero ellos se quejaban constantemente de que nunca se detuviera a hablarles. Nunca se lo dije, pero yo agradecía su prudencia ya que cualquier individuo interesado en ella representaba una amenaza para mí.
Otro día, en mi cumpleaños, me sorprendió con una cena exquisita preparada por ella misma. Unos amigos de la universidad llegaron para compartir un rato conmigo y aproveché para invitarlos a cenar con la familia. Gustavo, Verónica y Jordana ya conocían a Nina y hasta esa noche habían pensado en ella como una muchachita encantadora. Digo hasta esa noche porque Nina empezó a comportarse como una mujer antipática y maleducada. Derramó jugo en el regazo de Jordana y se dirigió a mis visitas como si fueran intrusos invadiendo su propiedad. Recuerdo su comentario de mal gusto sobre el obsequio que me habían dado: ‘una pijama amarilla… Regina detesta el color amarillo y estoy de acuerdo. ¿Y es que no pudieron al menos escoger un tono menos chillón?’ No creyéndome capaz de soportar otro comentario grosero, abandoné mi puesto y le pedí a Nina que me acompañara a mi habitación. Una vez allí, le dije:
"Te quedas aquí hasta que yo vuelva o dejaré de hablarte por el resto de mi vida."
Malhumorada, cerré la puerta de golpe y volví con mis invitados. Ellos que habían llegado casi a las ocho, se marcharon alrededor de las diez, tiempo para el cual volví a mi habitación donde encontré a Nina llorando en mi cama como una magdalena. Sintiéndome culpable por su estado, me le acerqué y no tuve más remedio que pedirle disculpas, pero ella estaba demasiado resentida. Le hablé tiernamente y ni aún así se dignó a mirarme. Cuando estuve apunto de darme por vencida, entonces habló:
"No entiendo porqué me tratas tan mal si lo único que he hecho es amarte."
Me sentí todavía más culpable debido a sus palabras y casi de rodillas le supliqué que me perdonara. Su llanto me había partido el alma y no quería terminar siendo la responsable de otro sufrimiento en su vida.
"Nina, perdóname," le dije. "Es que me sentí un poco avergonzada por tus comentarios, pero créeme que en otras circunstancias seguramente me hubiera reído. No era mi intención lastimarte, de verás…" como mis palabras no provocaban el mínimo efecto en ella, agregué: "Yo también te amo, Nina. No debí encerrarte, perdóname."
Finalmente reaccionó y sentándose en el borde de la cama, enjugó las lágrimas de su rostro. Yo me quedé de rodillas frente a ella, embelesada con sus ojos que se veían más amorosos y más tiernos que nunca.
"¿Lo dices en serio o es para engañarme?" inquirió seriamente.
"Es la verdad," dije tomando sus manos. "Tú me alegras la vida, me haces muy feliz." Esto último provocó una bella sonrisa en Nina quien apenada bajó la mirada.
"Yo empezaba a creer que me quieres sólo porque te soy útil. Tú también me haces feliz, no sabes cuánto. Pero…"
"¿Pero qué?"
"Esto duele, Regina…"
"¿Qué duele?"
Nunca había visto a Nina vacilar tanto al hablar y empecé a temer que tuviera algo grave que confesarme. De pronto, que estaba arrepentida de haberse marchado de su casa y que no deseaba seguir con mi familia, o quizás que debido a mi maltrato prefería volverse con su familia aunque la expusieran a un ambiente desfavorable. De repente me miró como si se estuviera dirigiendo a una niña menor que ella y continuó:
"Finges que no sabes lo que pasa, eso es lo que duele."
"No finjo nada, es sólo que no sé lo que quieres."
"A ti… eso es lo que quiero," dijo agachando la cabeza. "Me da pena ser yo quien hable de esto, pero esta charada entre nosotras tiene que terminar… tú sabes lo que voy a decirte, pero tal vez no me creerás que para mí nada de lo que ha pasado es un juego…" hizo una pausa y yo quise aprovechar su silencio para cambiar el tema, pero ella vislumbró mi intención y continuó. "No sé lo que es tener un amigo, pero sé que tú eres mucho más que eso para mí…"
"Puedes estar confundida," interrumpí.
"No lo estoy. Lo he pensado mucho y… simplemente no puedo seguir fingiendo que no me afecta cuando todo lo que pienso es… ¿quieres saber qué es lo único que pienso?"
Casi al mismo tiempo que asentí, Nina se inclinó para besarme en los labios y yo me caí hacia atrás en un intento forzoso por esquivarla. Allí, en el piso, la miré avergonzada. Se cruzó de brazos y me contempló detenidamente como lo haría cualquier adulto que no desiste de sus intenciones. Sus ojos no tardaron en llenarse de lágrimas, aún así sostenía la mirada con una firmeza admirable. Me quedé aterrada de su seriedad, de la tenacidad que mostraba a pesar de haber sido eludida.
Por un tiempo lo único que se escuchaba en la habitación era el sonido del reloj. Me puse de pie sin romper el contacto visual con Nina, tomé una silla y me senté lo suficientemente cerca de manera que pudiera extenderle mi mano. Ella sonrió de manera irónica, sosteniendo firmemente su postura de brazos cruzados.
"¿Es esa la mano que extiendes por lástima?" me preguntó. "Porque a tus amigos le extiendes la otra."
Su tono era verdaderamente hostil, lo mismo que su mirada. Igual que una esposa resentida, Nina tomó una almohada y una sábana y se marchó de la habitación para pasar la noche en el sofá de la sala. Como yo todavía no salía de mi asombro, la dejé ir sin poner obstáculo alguno.
Toda la noche no hice más que meditar sobre lo ocurrido. Yo no creía que Nina con sus quince años fuera capaz de entender las implicaciones de sus acciones. Se me ocurrió pensar que por haber vivido en una casa de citas, a lo mejor tenía las concepciones más equivocadas sobre lo que era el amor. Anteriormente habíamos platicado un poco sobre su vida en la isla. Había llegado a contemplar escenas atroces que deseaba olvidar y más de una vez los clientes habían tratado de propasarse con ella, pero gracias a Dios, un muchacho llamado Enzo que trabajaba en la casa la ayudaba cada vez que podía defendiéndola de sus acosadores. Nina nunca quería hablar mucho sobre su estancia en esa casa y yo empezaba a arrepentirme por no haberle insistido un poco más ya que entonces le hubiera podido explicar que muchas de las cosas que vio eran completamente antinaturales. No obstante, su actitud aquella noche por poco me convenció de que sabía exactamente lo que hacía. Me sentí demasiado aturdida, no podía pensar con claridad. Nina era de por sí una jovencita muy simpática e inteligente que podía eventualmente tener a un buen hombre a su lado, pero ella hacía caso omiso de las proposiciones de sus admiradores. Otras chicas del barrio le tenían envidia y eso le había dificultado mucho tener amigas, aunque en todo caso ella tampoco parecía muy interesada en ganar amistades. Nina era sin duda alguna una muchacha misteriosa. Pero eso era lo que me gustaba de ella, que no fuera como el resto de las personas, simples y ordinarias. Delante de los demás podía pasar como engreída y vanidosa, pero yo sabía que el fondo mi querida Nina era tierna y amorosa.
¡Oh, sí! Empecé gradualmente a comprender sus atenciones conmigo, a entender porqué me trataba como si fuera la señora de la casa, como si quisiera agradarme todo el tiempo. Yo creía que sus gestos estaban inspirados por un profundo sentimiento de gratitud, pero ella era incluso muy posesiva y acostumbraba celarme con mis amigos e incluso con mi familia. Para ese entonces ya tenía cuatro meses de vivir con nosotros y yo no me había percatado de que sus sentimientos eran serios hasta esa noche. Confieso que en el fondo me impresionó que se fijara en mí, no porque me creyera desmerecedora de su amor, sino porque desde hacía mucho tiempo nadie me había hecho sentir tan especial y yo pensaba que las circunstancias siempre se confabulaban en mi contra para privarme de la ternura que mi vida necesitaba. La actitud de Nina no había sido la de una niña encaprichada, pude deducirlo por la consistencia de sus palabras, por la mirada que me dio luego de haberle esquivado el beso. Fue una mirada de tristeza, de desilusión, pero sus ojos eran firmes y duros como balas. Yo estaba demasiado confundida, no podía creer que aquello estaba sucediendo.
Al día siguiente no desayuné. Salí de mi casa y fui directo a una floristería y ordené un arreglo de rosas rojas para Nina. El mensaje de la tarjeta decía así:
‘No soy quien tú crees que soy. No merezco tu amor, ni siquiera tu amistad. Pero me alegro que estés allí para mí. Sólo Dios sabe lo mucho que te quiero y lo que sería capaz de dar para que seas feliz. TQM.’
Después de la floristería me fui a la universidad y en la tarde como a eso de las seis llegué a casa. El arreglo estaba sobre la mesa de la sala y Nina se encontraba junto a la ventana leyendo uno de mis libros. A penas me vio, salió a recibirme. Su gesto era serio, como de reproche. Pero casi de inmediato se transformó en una expresión de alegría y gentilmente me rodeó por el cuello con sus brazos. Yo miraba a mí alrededor temiendo que alguien nos viera y supieran que yo había enviado las flores. Nina entonces me besó en la mejilla y me propuso que saliéramos a dar un paseo.
"¿A dónde?" le pregunté sin poder disimular mi voz nerviosa.
"A donde tú quieras llevarme. Podemos ir al parque a ver a los niños jugar, eso te gusta ¿no?"
Asentí mordiéndome el labio inferior. Dejé mis cosas en el cuarto y como todos estaban distraídos en la cocina charlando sobre alguna queja de cierto vecino, Nina y yo nos escabullimos en silencio. Se veía muy hermosa esa tarde en su vestido rojo estampado. Me confesó que se había arreglado especialmente para mí y yo traté de sonreír, pero en cambio me salió una mueca estúpida.
"¿Qué pasa? ¿Te pongo nerviosa?" me preguntó con una sonrisa juguetona.
Yo no estaba acostumbrada a ir de la mano con alguien en un lugar público, a pesar de que las ganas no me hacían falta. Su mano era suave y tan cálida que no quería soltarla ni aunque tuviéramos que huir de una estampida de animales salvajes.
"¿Por qué no nos sentamos?" le pregunté.
Tomamos asiento en una banca y poco después me levanté no pudiendo contrarrestar mi intranquilidad.
"¿Quieres algo de comer? ¿Un helado?" le pregunté.
Ella me miró con indulgencia como si entendiera lo que me pasaba. Meneó la cabeza y tuve que volver a sentarme a su lado. El silencio se extendió por lo que me pareció una eternidad. Yo no sabía qué decir y ella evidentemente estaba esperando que hiciera algún comentario sobre el detalle de las flores. Después de un rato de jugar intranquilamente con mis manos, colocó su mano sobre las mías y dijo:
"Podemos volver a casa si lo prefieres."
Nina entendía lo que ocurría, pero ciertamente no era muy comprensiva al respecto.
"Estás muy bonita," fue lo único que me atreví a decirle antes de volver a casa.
Cuando llegamos, mi madre me dijo:
"¿Ya viste las rosas tan hermosas que le enviaron a Nina?"
"¡Oh, sí! ¡Qué lindas!" contesté fingiendo sorpresa. "Ya era hora que llegaran con tantos admiradores."
Me recluí en mi habitación sintiéndome increíblemente abrumada. Nina entró poco después y se sentó en su cama mirándome con una expresión que no pude descifrar. Yo encontraba bastante frustrante no poder dirigirme a ella con la misma espontaneidad de antes. Me sentía intimidada con su sola presencia, ahora imagínense mi estado al ella aproximarse para tocarme. Sus manos descansaron sobre mis hombros y luego empezó a masajearlos delicadamente. La sensación era en verdad electrizante. Al cabo de un rato me rodeó con sus brazos y me besó en la mejilla.
"Quiero ser algo más para ti que una simple amiga… ¿tal vez tu princesse charmante?" susurró en mi oído en una voz melodiosa.
Yo solté la carcajada enseguida.
"Eres increíble, Nina," le dije.
"¿Por qué?"
"Tú no me conoces muy bien. Y yo tengo miedo de defraudarte."
"¿Qué puedo decir? Me encanta lo que conozco hasta ahora y no puedo esperar para conocer más."
"Yo no confío en nadie, Nina. Es difícil para mí hacerlo y eso te lastimaría mucho."
"¿Por lo extremadamente celosa y posesiva?" decía esto como si semejante comportamiento no tuviera nada de malo. Además agregó como extasiada, sus labios tocaban mi oído, "Eso no me lastimaría, amor. Yo te a…"
"No puedo hacer esto, Nina" me apresuré a decirle.
"Has sido lastimada antes. Lo sé aunque no me hayas dicho nada al respecto. Tienes miedo y lo entiendo, porque yo también estoy asustada."
Permanecí en silencio. La sensación de su aliento cálido en mi oído erizaba mi piel.
"Anda, yo sé que no es fácil todo esto," continuó. "Pero verás, me has domesticado y ahora soy tu responsabilidad," recordé la flor del principito y entendí el sentido de sus palabras.
"Nina. No sé qué cosas rondan tu mente ahora sobre lo que está pasando. No sé si las cosas que tuviste que presenciar en tu casa tienen algo que ver con lo que estás sintiendo ahora. Es que, debes saber que no es algo normal. Tú deberías estar interesada en un chico no en mí."
"¿Por qué? ¿Qué tiene de malo que yo te quiera a ti? Yo sé que muchas de las cosas que pasaban en casa eran malas, Enzo me lo explicó cuando era pequeña y nunca cesó de recordármelo. ¿Te acuerdas que te hablé de él? Él era la única persona considerada conmigo en ese infierno. Pero contrario a lo que piensas, nada de eso me está influyendo ahora."
"Debo hacerte unas cuantas preguntas, Nina. ¿Qué piensas de los hombres? ¿Los desprecias?"
"¿Despreciarlos?" Esta vez ella fue la de la carcajada. "¿Porqué habría de despreciarlos?"
"No sé. Tal vez por lo que alguno intentó propasarse contigo. No sé, se me ocurren muchas cosas. Es probable también que la falta de conexión con tu madre te haga sentir cosas por mí…"
"Regina, en primer lugar no trates de psicoanalizar mi situación. Es verdad que mi madre no me quiso, pero mi hermana Salma fue como una madre para mí antes de irse de la isla. En segundo lugar, te amo porque eres tú, no porque desprecie a los hombres o porque esté huyendo de ellos. Además, yo he estado con hombres antes…"
La miré a los ojos fijamente y noté por la expresión de su cara que peleaba consigo misma para poder contarme algo que la atormentaba. Escuché atentamente toda su historia, desde el principio hasta el fin. Nina empezaba a dejarme entrar en su mundo, cosa que yo no me creía capaz de imitar. En el fondo talvez sentía mucha vergüenza, pero para ella era importante que yo la aceptara con todo su pasado o que la despachara sin miramiento alguno a causa de sus errores. Me costaba trabajo digerir toda la información. La Nina que yo conocía, no era tan inocente después de todo y sabía mucho más del bajo mundo de lo que yo había querido aceptar. Su cuerpo ya había sido mancillado. Sus propias hermanas le habían enseñado en forma descaradamente ejemplificada la manera de complacer a los hombres. La escena que me pintaba en la cabeza era simplemente atroz.
Yo seguía convencida de que toda su historia afectaba en gran parte su trato hacia mí. Si me veía como a su salvadora era probable que hubiera confundido sus sentimientos y era mi obligación ayudarle a ponerlos en orden. Aunque sus palabras me llenaban de emoción y ternura, yo tenía el deber de corregir sus pasos. Pero confieso que en el fondo, no deseaba hacerla desistir. Yo no sabía lo que era un amor sin condiciones, no conocía la ternura ni la entrega total que ella estaba ofreciéndome en bandeja de plata. Mis antiguas relaciones habían sido tumultuosas y colmadas de dificultades, por lo que sentía entonces gran temor de dejarme arrastrar por mi anhelo de amar y ser amada para luego pagar el precio de mi torpeza e ingenuidad. A pesar de las cosas terribles de su pasado, Nina continuaba pareciéndome una joven cándida que necesitaba amor y protección. No obstante, la inseguridad era mi peor enemiga porque igual que Nina, yo también tenía un pasado oscuro y conocía a fondo los estragos que podía causar la tentación.
"Regina, quiero construir algo sólido contigo y que me tengas por tu compañera," dijo sosteniendo mi rostro con ambas manos. "No aceptaré un no por respuesta," añadió con tal determinación que por un instante me sentí algo intimidada.
"Pero, ¿y si eso es todo lo que puedo dar?" pregunté para probarla.
"Entonces te haré cambiar de opinión. Y créeme que disfrutaré mucho hacerlo."
La miré complacida. Sus palabras, combinadas con la intensidad de su mirada, tenían un efecto embriagador sobre mí. Ella hubiera podido hacer cualquier cosa y yo no me hubiera resistido, hubiera hecho cualquier petición y no se la habría negado. Quería sentirla cerca de mí, anhelaba tanto abrazarla y estaba decidida a hacerlo; no tenía dudas en mi mente que me lo impidieran, pero entonces ella habló de nuevo y yo me contuve.
"Si te he contado toda mi vida es porque no quiero que haya secretos de mí hacia ti. Porque si me quieres o me rechazas, deseo que lo hagas sabiendo la verdad."
"¿Cómo podría rechazarte, Nina?" pregunté. "Nunca nadie había hecho por mí las cosas que tú haces. Pero, es difícil porque esta no es una situación normal y no podemos hacer ciertas cosas que hacen los demás…"
"¡No seas tontita!" exclamó con una sonrisa. "Quizás tienes miedo porque intenté besarte, pero no es lo que te imaginas. No creo que un beso tenga nada de malo. Puedo comprobarte que no busco nada más."
Pero Nina contemplaba mi boca de una forma que me hacía temer un poco su cercanía a pesar de lo mucho que la anhelaba. Yo sentía un extraño magnetismo entre nosotras y casi me parecía que sin advertirlo concientemente, ambas cortábamos distancia poco a poco.
"No es solamente eso…" comencé a explicar, pero fui interrumpida por un beso. Todos mis temores se desvanecieron en aquel mágico instante. Lejos de ser algo indecente e impulsivo, aquel contacto fue lo más puro y más maravilloso que me hubiese sucedido. Sus roces delicados y tímidos me enternecían, era como si expresaran ternura y vacilación al mismo tiempo.
Cuando nuestras miradas volvieron a encontrarse, ambas nos sonreímos y yo no vacilé en acariciar su semblante aterciopelado. Como de sus ojos brotaron un par de lágrimas yo temí que la hubiese defraudado, pero después de besarme la mano me dijo:
"¿Alguna vez has sentido tanta felicidad que te parece que es un sueño y te aterra despertar?"
"Así es como me siento ahora," admití. "Además siento que soy capaz de sabotear esta felicidad por miedo al fracaso."
"No. No pienses que vas a fracasar. Y mucho menos que por ese temor vas a sabotear este momento. Yo no sé cómo será el mañana, pero si puedo dormirme en tus brazos con la esperanza de despertar a tu lado, creo que el amor me dará la fuerza para poder sobrellevar la incertidumbre esta noche."
Le di a Nina un beso de buenas noches y después de encomendarnos a Dios, la envolví en mis brazos.
"Te quiero mucho," me dijo entrelazando su mano con la mía. "Je t’aime beaucoup," agregó de forma casi inaudible.
"También te quiero," contesté. Pero yo no me atreví a añadir nada más por miedo a ilusionarme demasiado con las palabras.
*****
El amanecer después de un primer beso siempre es emocionante. En especial cuando durante la noche anterior hubo mucho en qué pensar y sobretodo cuando alrededor de ese acontecimiento tan inolvidable empiezan a surgir muchos misterios. Lo digo porque para mí era insólito lo que me estaba pasando, no porque fuera algo nuevo, sino porque no me creía merecedora de vivir la materialización de mis propios sueños. Pues esa mañana siguiente no fue en lo absoluto ordinaria. Desperté escuchando una canción de un grupo famoso de los años 70’s que me gustaba mucho, titulada ‘Chiquitita’. Nina no estaba junto a mí, así que miré a mi alrededor temiendo que se hubiese marchado para no verme más. Pero allí estaba (a Dios gracias), cerrando las cortinas sabiendo que no me gustaba despertar con los rayos del sol en mi cara. Su compañía en combinación con la música, era una gran inspiración para mí. Allí estaba, junto a la ventana, vestida con un suéter amplio que le llegaba hasta las rodillas y el cabello suelto cayendo sobre sus hombros. Me miraba dulcemente, mientras seguía sonando la bella canción. Súbitamente me sorprendió cuando sosteniendo un cepillo a manera de micrófono, empezó a cantar y a moverse al ritmo de la canción. Tenía una voz verdaderamente preciosa y yo no podía hacer más que deleitarme con su modesto espectáculo. Tal era mi conmoción, que no pude evitar llorar a pesar de la sonrisa en mis labios. Esto debió llamar su atención porque casi enseguida vino a mí para consolarme. Su abrazo suave y enternecedor era capaz de cicatrizar mis heridas más profundas, ¿cómo podría renunciar a ella?
Se sentía bastante extraño hallarme en sus brazos como una niñita llorando en el regazo de su madre. Es por lo que me aterraba demasiado despertar de aquel sueño que lloraba. En la cama, envuelta por sus brazos, ella continuaba cantándome suavemente al oído. Desde entonces, (y motivando con ello la risa de los demás), empezó a llamarme Chiquitita.
Lo principal de todo aquello, era que Nina y yo éramos las mejores amigas. Habíamos gozado de una amistad muy entrañable en los meses que teníamos de vivir bajo el mismo techo, por lo tanto, no necesitábamos ocultar nuestros defectos la una de la otra ni improvisar desesperadamente alguna maniobra para consolidar la relación. Esa mañana antes de desayunar, aumentamos el volumen del estéreo y salimos cantando alegremente de la habitación como ya lo habíamos hecho un par de veces durante el tercer mes de su estadía en mi casa. Me resultaba muy importante que su compañía me impulsara a hacer y a festejar todas las cosas que siempre había retenido en mi interior por no contar con alguien que compartiera mis penas y mis alegrías sin darle demasiada trascendencia a lo que pudieran pensar los demás. Mis hermanos eran los únicos en casa y estaban completamente absortos viéndonos andar de un lado a otro como si ejecutáramos alguna coreografía. Nina y yo terminamos riéndonos como locas en el sofá de la sala mientras mi hermana nos recriminaba por esa actitud que ella llamaba infantil. Yo en cambio, pensaba que la verdadera felicidad se componía de momentos tan jocosos y espontáneos como aquel.
Nina y yo hicimos un pacto ese mismo día. Nos comprometimos a cuidar la una de la otra y a compartir nuestras tristezas y alegrías en un vínculo muy especial. Estaba conciente de que seguramente esto despertaría la curiosidad de algunos. De hecho, al cabo de cierto tiempo nuestras salidas se convirtieron en una crisis para mí. Yo disfrutaba sus acercamientos informales y tiernos, pero a diferencia de Nina, yo tenía mucha gente que me conocía y podría especular desfavorablemente en reacción precisamente al trato poco disimulado que manifestaba en las calles.
Teniendo Nina una personalidad tan llamativa y no habiéndole conocido ningún novio después de casi ocho meses de rondar el barrio, la gente empezó a murmurar. Esto ocasionó que yo caminara nerviosamente junto a ella y me sobresaltara cada vez que se inclinaba para besarme la mejilla. Y por supuesto, el asunto nos trajo problemas, empezando porque Nina no quería entender que los rumores podían llegar a los oídos de mis padres y ellos buscarían la forma de sacarla de la casa.
"¿Entonces qué quieres?" Me preguntó con rabia una tarde. "¿Que me consiga un novio para disipar los comentarios mal intencionados?"
Una cosa que me disgustaba mucho sobre Nina era su carácter endemoniado. Yo que me consideraba agresiva en ocasiones, podía darle a ella el título de fiera indomable. De vez en cuando me hacía estallar. Si yo me molestaba demasiado, ella recapacitaba al poco tiempo y regresaba más serena y dócil. Yo encontraba más efectivo dejarla hablar hasta el cansancio y prolongar mi mudez hasta que la tormenta pasara. Sin embargo, esa vez Nina estaba totalmente fuera de sí.
"¡Me importa un coño si creen que me acuesto contigo!" exclamó irritada y como todos estaban en casa le hice seña para que bajara la voz.
"No es de ti de quien hablan mal, sino de mí. Creen que te estoy corrompiendo o algo. Yo siempre dejo que hagas lo que quieras, pero tú siempre quieres complicarlo todo. Tenemos este modesto rincón para las dos, sin embargo no puedes arrancarte ese hábito de exhibirte como las rameras."
Mis palabras produjeron un efecto aplastante en Nina. Sin querer, había removido los trapos sucios de su pasado y eso conllevó a que se marchara humillada y con los ojos apunto de destilar lágrimas. Quise disculparme antes de la cena, pero Nina se rehusaba a hablarme y yo no tenía la intención de ponerme sobre mis rodillas para apaciguar la situación. Dos días más tarde cuando la vi platicando con un muchacho en la terraza me llené de tristeza y salí de la casa por la puerta de atrás para no encararlos. De regreso por la noche vi unas flores sobre la mesa; eran para Nina. Yo sentí que empezaba a despertarme del sueño y no dije nada, no hice nada, sólo me encerré en mi cuarto a llorar.
Yo no quería darle el gusto a Nina de verme sufrir, así que me volví fría como un témpano de hielo. No le hablaba, ni siquiera la miraba; prácticamente hice como que no existía. Mi madre, fingiéndose preocupada, me preguntó si habíamos discutido y yo sólo le informé que ya me habían conseguido reemplazo. Para colmo de males, una noche que su amigo fue a visitarla a la casa, yo me fui a un motel y llamé a mi madre para decirle que tendría que quedarme en la casa de una compañera por esa noche para adelantar deberes. Me sentía terriblemente desesperada y burlada, porque me parecía demasiado cruel lo que Nina estaba haciendo en mis propias narices y yo no me atrevía a actuar cual marido celoso. Sólo había pasado una semana de tensión entre ambas y me dolía pensar que en tan poco tiempo se hubiera desplomado la felicidad de varios meses atrás.
Al día siguiente cuando volví, encontré a Nina sentada en mi cama. Yo seguía ignorándola, pero ella no lo iba a permitir esa vez.
"No te imaginas el daño que me estás haciendo," dijo con la voz quebrantada. Lentamente inhaló una bocanada de aire y luego exhaló despacio. "Te extraño demasiado. Si ya no me quieres es preciso que lo sepa."
"¿Para qué?" le pregunté rompiendo mi mudez. "¿Te urge correr a los brazos de ese tipo?"
"¿Cuál tipo?"
"¿Pues cuál más? El de las flores, por supuesto. El mismo que invitaste anoche."
"¿Enzo? ¿Te refieres a él?" Nina sonrió cayendo en cuenta del problema. "¿Estás celosa de Enzo? ¡Pero si somos como hermanos!"
"Vi la tarjeta. Las flores las firmó un tal J.R."
"Son las iniciales de Jean Reno. Es que a Enzo le fascinan sus películas y además cree que se parece mucho al actor."
La miré incrédula.
"Si no me crees…" continuó. "…Haré que venga mañana mismo. Además es buena idea que lo conozcas." Nina caminó hasta a mí y me rodeó por el cuello con sus brazos. Pensé que diría algo conciliador, pero en vez de eso me asaltó con una pregunta: "¿Dónde pasaste la noche?"
"Ah… Pues… En casa de una compañera, tenía que estudiar," contesté.
Ella me miró con suspicacia.
"No quiero que hagas eso otra vez. O tendremos graves problemas," me advirtió. Yo pensé que bromeaba. "Recuerda que tenemos un compromiso y eso incluye fidelidad."
"Y tú eres la más fiel supongo," apunté sarcásticamente.
"¿Me crees capaz de engañarte?" inquirió. Yo me encogí de hombros no sabiendo qué responderle. "Sé que no confías en nadie, de todos modos es bueno que sepas que no me gustan los engaños. Por eso quise que supieras la verdad sobre mí desde un principio." Bajé la cabeza con algo de remordimiento en el corazón. "¿Aún me quieres?" me preguntó luego con una expresión de cordero inmolado.
"No te quepa la menor duda," respondí con una sonrisa. "¿Y tú? ¿Me quieres todavía? ¿Me perdonas?"
"Por supuesto que te perdono. Pero quererte… Eso no lo creo. Yo sólo puedo amarte."
*****
Yo sabía por experiencia propia que en dadas ocasiones los problemas durante la infancia podían acelerar el proceso de maduración en una persona y por eso no me sorprendía que Nina, acabando de cumplir dieciséis años, pareciera unas diez veces mayor o incluso más.
Enzo y yo habíamos decido festejarle su cumpleaños de la manera que ella había propuesto. Quería ir a la playa y quedarse en una cabaña hasta el día siguiente. Como era domingo y el día siguiente era festivo, no hubo ningún problema. Salimos pues, bien tempranito para tomar el autobús que nos llevaría al centro recreativo ‘Bahía Azul’ donde la playa era privada y por lo tanto no teníamos que preocuparnos demasiado por la seguridad. Enzo insistió en que, como yo había organizado todo el viaje, él pagaría por nuestra estadía en la cabaña. Me sorprendía que no teniendo un trabajo fijo manejara tanto dinero, porque desde que llegamos había empezado a gastar desenfrenadamente comprando esto y aquello. Le pedí una explicación a Nina y ella simplemente se encogió de hombros, lo único que sabía era que él estaba haciendo unos trabajos en la ciudad y que a los tres meses volvería a la isla. Ambos se habían visto después de tanto tiempo unos días antes de que ella y yo discutiéramos y Nina fue a buscarlo al apartamento donde Enzo se quedaba cada vez que iba a la ciudad. Él le había dado la dirección antes de que Nina y yo saliéramos de la isla.
Luego de dejar las cosas en la cabaña fuimos a dar un paseo a orillas de la playa. Unos hombres empezaron a silbar cuando pasamos a su lado y Nina les dio una mirada de desprecio.
"¡Oye preciosa! No seas grosera," dijo uno de los muchachos. "Estás muy bonita para arrugar la carita de esa manera. ¡Ven y diviértete con nosotros! No te arrepentirás."
Nina se giró abruptamente y se plantó a unos cuantos metros de los hombres.
"¿Acaso creen que soy una cualquiera?" les preguntó enojada con los brazos cruzados.
"Nina, ven, no les hagas caso," sugerí.
"No. Estoy harta de los imbéciles como estos. Por culpa de gente como ustedes no puedo andar tranquilamente con la persona que amo, porque si uno no les hace caso entonces empiezan a armarse toda clase de fantasías."
"Este tipo no es buen partido," dijo otro muchacho señalando a Enzo.
"¿Y ustedes sí?" interrumpió Nina. "Pues déjenme darles una noticia, con ese trajecito de baño que tienen puesto me he podido dar cuenta de que Enzo es mucho mejor partido que ustedes." Un poco apenados los hombres miraron hacia su miembro y luego soltaron una carcajadita nerviosa. "Yo he visto unos cuantos que me han parecido bastante lamentables, pero definitivamente ustedes les ganan. Y de verdad que es muy patético que se aprieten tanto las bolas para aparentar un poco más de virilidad, yo les digo que si se van a coger una mula tal vez eso les ayude un poco. Nosotras las mujeres no podemos hacer nada para corregirles el defecto."
Enzo reía entre dientes gozándose con las expresiones displicentes de los muchachos que obviamente no se habían esperado semejante bombardeo de insultos por parte de una joven, en apariencia, adorable. Yo misma estaba impresionada, quería reírme como Enzo, pero no podía porque sospechaba que a continuación Nina haría algo que le expondría la naturaleza de nuestra relación a los muchachos y las dos terminaríamos siendo el hazme reír. Pero Nina sólo me tomó del brazo y los tres continuamos nuestra caminata por la playa.
Nina podía ser muy atrevida a veces. Si se le sacaba de sus casillas era vital encontrarse bien escudado. Yo tenía un poco de temor de hablarle en ese preciso instante porque no quería iniciar una discusión delante de Enzo, pero tenía unas cuantas preguntas muy importantes que hacerle.
"¿Sería imprudente que habláramos ahora?" le pregunté.
"No, ¿porqué lo dices?"
"No quiero que salgas disparándome y arruinemos este bello día."
"¿Cómo se te ocurre, Chiquitita?" Nina me besó en la mejilla y me tomó de la mano. "Nada va a arruinar este día. Pero tenía que darle su merecido a esos pelmazos. Y bueno, ¿de qué quieres hablar?"
"Pues…" miré hacia atrás. Enzo estaba demasiado cerca de nosotras así que le hablé en voz baja. "¿Cómo estás tan segura de la masculinidad de Enzo? ¿Es que acaso ustedes…?"
La sonrisa de Nina se desvaneció y me miraba gravemente. "¿Eso te molestaría?" me preguntó.
"Pues… No. El pasado no me importa."
"Bueno, la verdad es que estuvimos como un par de veces en la isla."
"No me lo habías dicho."
"No creí que fuera necesario."
"Pues claro que es necesario. Tú has ido a su apartamento mientras yo estoy en la universidad."
Nina se detuvo de repente y le pidió a Enzo que continuara sin nosotras.
"¿Qué pasa?," pregunté no entendiendo porqué no seguíamos caminando.
"¿Y qué si algo ocurre entre nosotros?" preguntó seriamente, yo la miré perpleja. "Tú y yo no hacemos nada así que técnicamente no sería engaño."
No podía creer lo que Nina estaba diciéndome con tanta tranquilidad como si no fuera nada del otro mundo. Yo no me había preocupado antes de que algo así pudiera suceder porque pensaba que la experiencia en su niñez la había hecho optar por la abstinencia, pero sus palabras me hicieron dudar que realmente fuera así. No podía culparla del todo, pues yo misma me sentía necesitada a veces, aunque cada vez con menos frecuencia a medida que otros intereses ocupaban mi mente. Lo mismo debía ocurrir en su caso, pero no era así.
"Pues, estás en tu derecho," le dije honestamente. "Y yo también."
"¿Hablas en serio?" ella era la perpleja esta vez. "¿Estarías con un hombre aunque tuvieras sentimientos por mí?"
"No. Realmente no podría, así que lo mejor es no tener sentimientos por ti de ninguna clase, ¿no lo crees?"
Caminé apartándome de su lado sintiéndome herida y traicionada. Sin embargo ella no tardó en detenerme y supe que sólo había querido probarme.
"Lamento lo que dije, no es verdad" se disculpó. "No he estado con Enzo y no me interesa estar con nadie. Es sólo que a veces me incomoda pensar que tendría que compartirte si tú sintieras la necesidad de estar con alguien. No podría renunciar a ti, pero tampoco podría soportar que otro te tocara."
"No seas ridícula, eso no va a pasar."
Me asombró ver que Nina no parecía convencida. Aunque yo podía entender perfectamente su inquietud, que era también mía. Una pequeña caricia en su mejilla la atrajo a mis brazos. Enzo estaba un poco más adelante, mirándonos mientras fumaba un cigarrillo. Me preguntaba cuál sería su impresión al vernos abrazadas, no quería que tuviera la idea equivocada y pensara que yo era una mala influencia para Nina. Pero no estaba en mí el hacer que él y las demás personas comprendieran la naturaleza nuestra relación. Al tener a Nina en mis brazos supe que sería inútil tratar de dar explicaciones; lo que sentía por ella no podía ser explicado con palabras ordinarias.
La mañana transcurrió rápidamente. Nina y yo nos sentamos sobre una frazada debajo de una palmera para reflexionar sobre algunas meditaciones espirituales mientras Enzo averiguaba si había algún yate de recreo disponible en la bahía. Nina tenía la cabeza sobre mi regazo y estaba escuchando atentamente, cuando de pronto hice una pausa y alcé la vista.
"¿Qué pasa, mi amor?" me preguntó.
Frente a nosotras estaba de pie una antigua compañera de estudio con otras dos muchachas. Me incorporé y le extendí la mano para saludarla.
"¡Qué sorpresa!," me dijo. "¿Cómo has estado, Regina?"
"Bien, Soraya. Te presento a una amiga."
"¡Oh! Mucho gusto, mi nombre es Soraya García."
Nina vaciló un poco antes de extender su mano en respuesta al saludo. "Soy Nina," dijo finalmente con tono apático.
"Soraya estudió conmigo los dos semestres anteriores," le expliqué.
"Así es," confirmó Soraya. "De verdad que fueron los semestres más interesantes. Hace poco me encontré con Jordana, dijo que te iba tan bien como siempre. Les queda poco para graduarse, debes estar muy emocionada al respecto."
"Sí," afirmé.
Súbitamente Nina tomó mi brazo y lo colocó alrededor de sus hombros. Yo sólo sonreí y rápidamente continué la conversación.
"Yo te hacía en el exterior," comenté.
"Sí, bueno. Lo que pasa es que vine a pasarme las vacaciones acá con mis abuelos," dijo Soraya sin apartar sus ojos de Nina.
"Amor, Enzo nos está haciendo señas para que vayamos con él," indicó Nina.
Yo sólo me limité a sonreír.
"Bueno, Regina. Parece que estás ocupada y nosotras debemos ir a almorzar. Ha sido un placer verte de nuevo y por favor salúdame a los otros compañeros."
"Sí," respondí algo insegura.
Después de que Soraya y sus amigas se despidieron, Nina y yo recogimos las cosas y nos encontramos con Enzo. Un yate de recreo estaba a punto de partir con otros turistas a bordo y todavía les quedaba cupo para cuatro personas más. Para el almuerzo nos sirvieron un exquisito platillo de pargo rojo acompañado de arroz con coco, patacones y ensalada. Yo permanecí mucho tiempo callada pensando en nuestro encuentro con Soraya, más exactamente en la forma como se había comportado Nina en su presencia. Por dentro me sentía muy contrariada al respecto porque no quería que otros malinterpretaran nuestra situación. Detesté a Nina en esos instantes por hacerme ver como una pervertida, pero no me atreví a rechazarla porque sabía que eso sería todavía más complicado y probablemente acabaría arruinando el paseo. Deseaba discutir seriamente con ella sobre la manera como debíamos comportarnos en público así que mientras contemplábamos el mar empecé a exponerle el asunto con delicadeza.
"Nina, sé que eres una persona muy amorosa y me hace feliz que quieras demostrármelo a cada instante. Pero la gente puede hacernos mucho daño y no quieres que terminemos separándonos por culpa de las habladurías ajenas, ¿verdad?"
"Dices eso por tu amiga, ¿verdad? ¿Te molestó que nos viera juntas?"
"No es que me haya molestado. Es que por su expresión es evidente que no estaba pensando nada bueno…"
"¿Y qué? ¿Qué te importa lo que piense esa mujer? ¿Qué daño puede hacernos?"
Suspiré profundamente. A Nina no le importaba nada ni nadie y eso me inquietaba. Yo necesitaba que fuéramos muy cautelosas ya que los ojos de ciertas personas estaban sobre mí debido a algunos acontecimientos lamentables de mi pasado y yo no quería por nada del mundo desatar una habladuría que podría dañar nuestras vidas para siempre. Sin embargo, convencer a Nina sin revelarle mis verdaderas motivaciones era una tarea demasiado ardua. Yo no quería que los tropiezos que había tenido antes de conocerla influyeran de manera negativa en la relación especial que sosteníamos y cuidábamos con tanto recelo, además todo lo malo había quedado atrás y yo estaba dispuesta a ser un modelo digno de imitar con tal de tenerla siempre a mi lado. Decidí abandonar el tema en aquella ocasión pensando que con el tiempo Nina entendería que lo mejor era mantener la distancia cuando había gente a nuestro alrededor.
Después del paseo en el yate volvimos a la playa y antes de que oscureciera Nina y yo quisimos dar otro paseo por la orilla con los pies descalzos.
El cielo estaba teñido con tonos dorados y rojizos y el sol empezaba a descender, pintando de oro las ondas del agua, para terminar ocultándose detrás del mar. Las gaviotas planeaban armoniosamente en el cielo batiendo sus alas con admirable coordinación. El clima estaba agradable y de vez en cuando una corriente de aire helada nos ponía la piel de gallina. Nos sentamos sobre la arena en un lugarcito solitario donde podíamos contemplar el ocaso mientras compartíamos un abrazo sin atraer la atención de los demás visitantes que estaban en la playa. Yo estaba detrás de Nina rodeándola con mis brazos mientras mi cabeza descansaba sobre su hombro y ella gentilmente me besaba las manos. Me sentía muy emocionada y quería de una vez darle la sorpresa que tenía preparada, así que tomé una bolsita de terciopelo de mi bolsillo y la puse en su mano.
"¿Qué es esto?" me preguntó.
"Ábrela," le indiqué.
No pude ver su expresión al contemplar el broche de plata, sin embargo no tardó en girarse, y lo que vi fue una sonrisa deslumbrante en su rostro. Yo había diseñado la prenda inspirada en el recuerdo que tenía de aquella noche cuando ella posaba semidesnuda junto a la ventana y la luz de la luna la envolvía en lugar de la sábana. Tenía una plaquita en el centro con nuestras iniciales grabadas y las piedrecillas de melanita encarnaban el misterio de sus ojos negros. Guardé la bolsita de terciopelo en mi bolsillo y después la miré fijamente con sus manos sobre las mías.
"Espero que te guste," le dije.
"Es muy hermoso," comentó tocando con la punta del dedo las piedrecillas incrustadas. "Nunca había visto algo como esto. Es simplemente hermosísimo," me miró con gran ternura y luego sus ojos volvieron al broche. "Y lo mejor de todo es que tiene nuestras iniciales grabadas."
"Es para que no me olvides."
La expresión de Nina cambió en seguida. Tenía el entrecejo fruncido y me miraba severamente.
"¿Qué quieres decir? ¿Porqué tendría que olvidarte?," su voz estaba teñida de preocupación.
"No sé," me encogí de hombros. "Lo digo por si acaso algún día ya no quieres estar conmigo. De pronto querrás explorar otras alternativas. Quién sabe…"
Nina parpadeó y luego meneó la cabeza. Parecía decepcionada y molesta. Sin embargo se veía muy adorable, como siempre, y yo sólo quería sujetarla muy cerca para besarla en la frente. Pero casi nunca desde que lo nuestro había empezado me sentía en libertad de expresarle mis sentimientos a menos que ella tomara la iniciativa. Algo de su mirada me paralizaba cada vez que quería acercármele; tal vez era el hecho de que ella todavía era una niña y eso me hacía vacilar con mucha frecuencia. Es verdad que me daba un poco de miedo la posibilidad de que en el momento menos esperado me rechazara y a veces por eso actuaba como si intentara eludir la realidad de su amor por mí. Me inventaba unas películas en mi cabeza donde ella terminaba yéndose lejos de mí y claro, yo terminaba humedeciendo la almohada con mis lágrimas. No era necesario ponerse a pensar en esas cosas, lo sé, pero en ocasiones no podía evitarlo. Yo no era ninguna persona desvergonzada a la que no pudieran brindarle amor, pero lo cierto era que tampoco había hecho nada para merecerlo.
El sol ya se había ocultado y ambas permanecimos un rato en silencio. Yo la amaba tanto que en ocasiones incluso me dolía el pecho de la emoción. Quería estrecharla contra mí en ese momento, pero ella me esquivó y yo me quedé inmóvil tratando de comprender su reacción.
"¿Vas a dejarme?," me preguntó con la voz apunto de quebrársele, pero no me dio oportunidad de responder pues añadió, "no puedes dejarme, no te dejaré hacerlo."
"No tengo intención de dejarte," le aseguré sonriendo.
"Entonces, ¿porqué dices esas cosas?"
"Porque no sabemos lo que pueda pasar, Nina. Estamos expuestos a todo en esta vida."
"Pues yo no quiero estar expuesta a perderte, prefiero morirme antes."
Reí conmovida. "No digas eso que nadie se muere por amor," le informé.
"Yo sí, créeme. Es verdad que somos todavía muy jóvenes y que cualquier cosa puede pasar, pero no voy a dejarte por ningún motivo. Aún cuando tuvieras mil razones para justificar tu abandono no te dejaría ir… porque estarías equivocada."
Medité sobre sus palabras.
"¿Será posible que estés tan mal de la cabeza como yo?" bromeé.
"Más te vale creer que sí. Estoy demasiado obsesionada contigo y si alguna vez planeas dejarme… bueno, es mejor que me ahorre los detalles de lo que te haría si eso llega a suceder."
Yo reí de nuevo, esta vez con más ganas.
"¿Qué me dices tú?" inquirió. "¿Estás obsesionada conmigo?"
"Peligrosamente, así que más te vale no provocarme."
Le guiñé el ojo y ella me contempló con ternura. Sus miradas siempre me resultaban extremadamente tiernas y a la vez salpicadas de una efervescencia gratamente perturbadora. Me gustaba en especial que se aferrara a mí como si el mundo estuviera haciéndose pedazos y ella temiera caerse en un abismo. Sus toques no reflejaban ninguna indecencia, por el contrario, eran dulces y llenos de sentimiento. Yo no había conocido el amor profundo hasta que ella se apareció en mi vida, no había conocido la ternura, ni la alegría. Ya no me importaba que los demás especularan ni que mis padres miraran con recelo nuestro vínculo especial. Ambas creíamos ser un equipo invencible, pero mi familia opinaba que más bien éramos demasiado intransigentes y por eso nadie contendía con nosotras por mucho tiempo. Como ambas éramos concientes de que aparecerían inconvenientes a lo largo del camino, todos los días orábamos juntas para que Dios, que conocía a fondo nuestros sentimientos, fortaleciera nuestra unión cada minuto que pasaba.
Aprovechando que teníamos el morral con los vestidos de baño, nos cambiamos detrás de unas rocas y caminamos hasta la orilla. Nina me tomó de la mano y me besó antes de que entráramos al agua.
Allí, iluminadas por la luz de la luna, jugamos a perseguirnos mutuamente como dos chiquillas alocadas divirtiéndose. Nina me daba la fuerza para que yo pudiera dejar de tenerle miedo al futuro, de lo contrario me hubiera desplomado como una pila de libros amontonados unos sobre otros.
*****
Algunas cosas cambiaron los dos años siguientes.
Yo tenía pocos meses de haber terminado mi especialización y estaba trabajando en la Clínica Pretoriana. Me iba de la casa a las siete de la mañana, almorzaba con Nina a eso de las doce y volvía a mi oficina para seguir las consultas hasta las tres. Yo estaba muy agradecida con Dios por haberme abierto las puertas para desempeñar mi profesión, con mis padres por haberme ayudado todo ese tiempo y con Nina por el amor que no cesaba de brindarme cada día. Tengo que decir que a sus dieciocho años, sino fuera porque confiaba en ella, hubiera tenido que poner guardaespaldas que la siguieran a todas partes ya que a esa edad destellaba como un sol atrayendo sobre sí la admiración de los hombres quienes cariñosamente le decían Sophie por su ligero parecido con la actriz Sophie Marceau. Como Nina tenía mucha facilidad para aprender inglés la matriculé en un curso para futuros intérpretes y asistía a sus clases dos horas por la mañana para después irse a trabajar medio tiempo en una joyería. Enzo le había propuesto que se mudara a su apartamento, pero Nina no quería abandonar la casa. Como ya no tenía tiempo para ayudar a mi mamá con los oficios, le pagaba mensualmente una cuota que a su vez ayudaba a mi mamá a comprar sus productos para la peluquería que recién había inaugurado.
Mi madre seguía suspicaz con respecto a nuestra relación, incluso varias noches durmió en nuestra habitación con el pretexto de que, como era verano y hacía calor, quería estar en la alcoba donde se colaba un poco de brisa. Nina y yo habíamos estado discutiendo la situación antes de irnos a la cama, no porque nos diera miedo lo que pudiera ver, sino porque igualmente había que ser cautelosas.
"Pórtate natural," me había dicho Nina. "Si lo que temes es que te saque la ‘tigresa’ en presencia de tu queridísima madre puedes estar tranquila porque mientras permanezca allí seré tu gatita dócil."
Lo de la ‘tigresa’ no era más que su actitud amorosa y efervescente que solía embriagarme. Ni aún pasado dos años dejaba de sorprenderme, era poco tiempo, pero para nosotras que no sabíamos qué esperar, era un logro del cual sólo Dios podía ser responsable ya que la gente siempre trataba de molestarnos de alguna manera. Nina no había dejado de ser la mujer celosa y entregada que me cautivaba con sus miradas y sonrisas. Pero yo sí había cambiado un poco en beneficio de nuestra relación ya que entonces poco me importaba la opinión ajena. De cuando en cuando iba a mi oficina y los pacientes siempre me preguntaban por ella, cómo se llamaba y qué hacía. Sólo Victoria, la secretaria, sabía que vivía en mi casa y que trabajaba en una joyería a la vuelta de la clínica, yo misma le había contado parte de su historia que era un ejemplo magnífico de superación. Sin embargo, Victoria dejaba entrever en sus comentarios su opinión de que Nina podría estar aprovechándose de mí. Por supuesto, yo no le había contado sobre la relación de compañerismo que sosteníamos y eso dificultaba que pudiera comprender todo el asunto. Nina podía dejarme en el momento que quisiera ya que Enzo tenía suficiente dinero para mantenerla en un sitio incluso mejor. Pero ella había rechazado cualquier privilegio sólo por estar conmigo. De todas maneras soñaba con que tuviéramos un apartamento para las dos y yo aunque deseaba lo mismo, no quería dejar mi casa por el momento hasta que no estuviera bien consolidada en mi trabajo.
"Ya verás que entre las dos ahorraremos y no nos hará falta nada," me dijo una noche mientras cenábamos en un restaurante. "Pero ya sabes que también podemos alquilar un buen lugar."
"Aún no," le dije. "Hay que planear las cosas bien."
Nina arrugó los labios. "Yo siento que tú no quieres vivir sola conmigo y no entiendo porqué."
"No seas boba, no es eso. Pero no podemos apresurarnos ahora y lo sabes. Estoy pagando el préstamo que hice para costearme la especialización y no quiero gastar más de la cuenta."
"¡Entonces pidámosle prestado a Enzo! Regina, no quiero seguir en tu casa. Tu madre no deja de espiarnos y me molesta mucho, me desquicia. La aprecio mucho, es tu madre y al fin y al cabo una buena mujer. Pero no puedo evitar sentirme limitada por su presencia."
Sonreí. "Ya sabes que sospecho que Enzo hace cosas ilegales y no es buena idea recibirle dinero. En cuanto a mi madre, he hablado con ella. Le digo que no piense nada malo y pues me parece que ha mejorado un poquito, ¿no crees?"
"Un poco. Pero me irrita que no pueda por ejemplo, recibirte con un abrazo cuando llegas. Y si quiero andar en ropa interior en la casa no puedo porque tu hermano Rodrigo no deja de ser atrevido. A mí sólo me interesa que tú me veas y me digas cosas bonitas y me fastidia estar con más gente alrededor prestando atención a todo lo que hacemos. Otra cosa es que tu hermana Bianca es una pesada que no deja de meter sus narices donde no la han llamado. ¿Qué quieren? ¿Qué les paguemos para que nos dejen en paz?"
"Du calme, ma chérie. Lo importante es que estamos juntitas, ¿no?"
"Ça n’est pas suffisant pour moi," dijo entristeciéndose. "A mí me gusta mimarte."
Asentí comprendiendo el motivo de su nostalgia y de inmediato me vino a la mente un recuerdo: una noche estábamos viendo una película de suspenso en nuestra alcoba. Era muy tarde y yo tenía hambre porque había eludido la cena. Nina fue entonces a la cocina y de la nevera tomó una jarrita que estaba llena de mis ciruelas predilectas. Volvió al cuarto sin hacer ningún ruido, se acostó de nuevo a mi lado y ambas empezamos a degustar las ciruelas. La película terminó y yo apagué el televisor. Nos quedamos dormidas poco después, pero como a la una de la mañana me desperté a causa de un terrible dolor de estómago. Salí corriendo de la habitación y terminé en el baño como por quince minutos. Luego fui a la cocina para buscar algún remedio y finalmente volví al cuarto donde encontré a Nina despierta.
"Creo que comí demasiadas ciruelas," le dije mientras palpaba mi vientre.
Me acosté en la cama y ella preocupada me tomó en sus brazos. Sin embargo me disgustó que al poco tiempo se riera de mi penosa situación.
"¡No es gracioso!" protesté.
"No me estoy burlando," comenzó a decir. "Es sólo que al parecer nunca tienes suficiente de lo que te gusta."
"¿Y?"
"Podría ser contraproducente en algunos casos, como comer demasiadas ciruelas. Pero si se trata de otra cosa que te guste como yo…" sonreí ante su insinuación. "… debo decir que entonces me complace tu insaciabilidad."
"¿Y no es contraproducente?"
"Para mí no y si lo es para ti pues mala suerte."
"¿Ah sí?"
Empecé a hacerle cosquillas, pero como me sentía muy débil ella consiguió revertir la situación a su favor y sólo después de suplicarle me dejó tranquila y yo pude tomar aire. Cerré mis ojos y dejé que sus caricias sobre mi rostro me fueran adormeciendo. Fue cuando entonces Rodrigo entró a la habitación. Antes de que encendiera la luz, rápidamente alejé a Nina de mi lado y le di la espalda.
"Están haciendo mucho ruido. ¿Porqué están despiertas todavía?"
"A tu hermana le duele el estómago," contestó Nina.
"Apaga la luz, necesito descansar," dije fingiendo una voz quejumbrosa.
Rodrigo apagó la luz y se marchó. Esperaba que Nina hubiese comprendido mi reacción, pero ella se enojaba cada vez que la ahuyentaba bruscamente al percibir la cercanía de alguien. En esa ocasión lloró no sintiéndose capaz de soportar de nuevo aquella situación. Protestaba preguntándome porqué si no hacíamos nada indebido tenía que actuar de esa manera, apartándola de mi lado como si estuviera presa de alguna enfermedad contagiosa. Traté de enmendar mi error, le ofrecí mil disculpas, pero nada apaciguaba su enojo. Incluso me amenazó con irse y como yo no soportaba las amenazas le dije que podía marcharse cuando quisiera. Su reacción fue del todo inesperada. Me besó y luego me susurró al oído: ‘pero tú vendrás conmigo’. Yo la miré a los ojos y vi que hablaba en serio. No quería desilusionarla explicándole que irme con ella sería peor que vivir con mi familia pues todos acabarían malinterpretando nuestra relación. Sin embargo, dejé que conservara la ilusión de mudarnos juntas ya que entonces toleraría con más serenidad el hecho de tener que ser muy cuidadosas delante de las demás personas sin importar quiénes fueran.
*****
Cuando Enzo vino de visita nuevamente a la ciudad nos llevó a un hotel donde se suponía que hacía trabajos para el gerente. Nos invitó al bar, pero Nina y yo preferíamos quedarnos en el almacén o ir a algún otro lugar. Sin embargo, Enzo la persuadió para que cantara en karaoke lo que ella deseara y a mí me engatusó invitándome a un cóctel de mariscos súper especial. Fuimos entonces al bar. Yo nunca había estado en un bar y poco me gustaban los lugares donde la gente se reunía a ingerir alcohol, pero aquel bar era diferente a lo que me había imaginado: era un sitio acogedor, la iluminación era agradable, tenían música muy buena y variada y podíamos ordenar cualquier cosa que nos apeteciera. Enzo le pidió a Nina que subiera a la tarima, pero ella se arrepintió en último momento y rechazó la propuesta.
"Sólo canto para Regina," le informó. No obstante Enzo volvió a insistir.
"¿Porqué no lo hacemos ambas?" me preguntó Nina con los ojos bien abiertos y llenos de emoción.
"No, no. Tú eres la de la voz privilegiada. Hazlo tú," la animé.
Después de vacilar un rato abandonó su puesto y Enzo la llevó con los músicos. Él volvió un rato después y se sentó a mi lado.
"Nina me dice que quiere mudarse," comentó. "Yo podría ayudarlas a buscar un buen lugar."
"¿Te dijo porqué quiere mudarse?"
"Dice que no quiere incomodar más a tu familia y estoy de acuerdo."
"Ella no es molestia para nosotros," aclaré. "Ella sólo quiere más espacio para sí."
"Para ustedes," corrigió Enzo mirándome con intensidad. "Cualquiera puede darse cuenta de cómo son las cosas entre ustedes así que me imagino que no te importa el comentario ajeno."
"No sé lo que piensan los demás o lo que piensas tú. Pero yo no hago nada indebido con Nina."
"Pero han estado juntas, ¿me equivoco? No es que quiera husmear, pero Nina es como mi hermana y yo me preocupo mucho por ella. Le he preguntado varias veces sobre el asunto, pero lo deja todo en misterio."
"No. No hemos estado juntas."
"¿Ni siquiera una vez?"
"No."
"¡Vaya! Eso sí que debe ser frustrante." Su risa me molestó y él al ver mi expresión seria tosió apenado un par de veces antes de continuar. "¿Ni siquiera se te ha pasado por la mente?"
"No la quiero para eso. Aunque a veces me parece que la estoy privando de algo y que lo mejor para ella sería conseguirse un buen hombre."
"Nina no quiere a ningún hombre. No después de la experiencia que tuvo en la isla con los clientes de Beatriz. Malditos desgraciados querían aprovecharse de ella. Tú la haces sentir como alguien digno, como alguien que merece respeto y ternura…" Me quedé pensando sobre sus palabras. Era muy probable que Nina me quisiera más por aquellas razones que por mi forma de ser con ella o cualquier otro aspecto de nuestra relación. "Por supuesto tú has sido muy buena con ella y le has brindado lo que nadie pudo, un hogar, una vida decente…"
Mi alegría se había desvanecido como el humo. Enzo tenía razón. Nina estaba sujeta a mí por todas aquellas cosas que contrastaban brutalmente con su pasado. No era mi amor lo que la atraía, no eran mis detalles. Simplemente me veía como su redentora y quizás por eso se mantenía firme a mi lado. Cuando la vi en la tarima sosteniendo el micrófono, traté de sonreírle pero no pude. El público aplaudió para darle la bienvenida y a los pocos segundos empezó a entonar otra de mis canciones favoritas de Abba, llamada ‘Money, Money, Money’. Su presentación entusiasmó a gran parte del público, yo podía ver la cara iluminada de muchos hombres y eso sólo me hizo sentir peor. Empecé a verla con ojos de censura por aquella exhibición, pero como Enzo seguía hablándome traté de olvidar el asunto. En cuanto finalizó la canción volví a mirarla, esta vez con los ojos llenos de lágrimas. El público le pedía que cantara nuevamente y ella empezaba a bajarse de la tarima haciendo un esfuerzo por llegar a nuestra mesa, pero en eso un hombre la distrajo. Yo fui al baño y me lavé la cara. Me sentía mareada y quería ir a casa. Cuando volví a la mesa no vi a Nina por ninguna parte.
"¿Dónde está?" le pregunté a Enzo.
Él se encogió de hombros y me pidió que tomara asiento y la esperara, pero yo quería abandonar ese lugar enseguida. La busqué por todo el bar, hasta que echando un vistazo por un rinconcito oscuro la vi platicando con aquel hombre. Él le tomó la mano, parecía como si le suplicara algo, pero ella meneaba la cabeza. No esperé a que terminaran de conversar. Me despedí de Enzo amablemente, le dije que me sentía muy mal y debía irme a descansar.
"¿Y Nina?" me preguntó.
"Que se quede otro rato," le dije. "Merece divertirse."
Cuando salí del hotel tomé un taxi y estando en el auto no pude aguantar por más tiempo las lágrimas. En vez de irme a casa le pedí al conductor que me llevara a la feria. Me quedé hasta la hora de cerrar y después me fui a casa. Estaba cansada y deprimida, no quería saber de nada ni de nadie. Sin embargo no esperaba encontrar a Nina en la habitación esperándome. La saludé como si nada pasara y después de ponerme la bata apagué la luz y me acosté.
"Enzo me dijo que te sentías mal," dijo. "¿Fuiste a la clínica para que te chequearan? ¿O te fuiste a otro sitio?"
"A la clínica," contesté.
"Ya veo… Pues llamé y me dijeron que no estabas allá, qué raro ¿no?"
"Es que fui, pero me arrepentí en la puerta."
"¿Se puede saber qué es lo malo que te pasa?"
"No es nada. Me dio un mareo y eso fue todo."
"Ah…"
Nina encendió la lámpara y me giró por los hombros para mirarme. Lo que vio la tomó por sorpresa.
"¿Porqué estás llorando?"
Yo sonreí. "No es nada," le aseguré.
"¿Te molestó que cantara?"
"No, no. Para nada. Duérmete tranquila, no es nada."
"No voy a dormirme hasta que me aclares qué tienes. ¿Por qué ni siquiera me miras a los ojos? ¿Qué tienes?"
Yo sentía en la voz de Nina un tono como de fastidio y eso me produjo una tristeza aún mayor.
"Sólo estoy un poco melancólica. Debe ser el ajetreo de estos días. Ahora sólo quiero dormir, mañana tendré mucho trabajo."
Nina me miró con suspicacia, pero no insistió más. Se acostó a mi lado dándome la espalda. Yo apagué la lámpara y abracé la almohada con fuerza para evitar sacudirme por la tristeza. Lloré mucho en silencio; el pecho me dolía y también la cabeza. Era evidente que le estaba haciendo daño a Nina. Ella merecía ser feliz y disfrutar de los placeres que la vida le ofrecía. No era justo retenerla un día más, así que me dispuse a dejarla ir aunque terminara muriéndome de pena luego de su partida.
*****
Los que me vieron en el trabajo la mañana siguiente podían darse cuenta que algo malo me pasaba. Mi tristeza era simplemente muy difícil de ocultar. Yo estaba estrellándome contra la realidad y los golpes eran sumamente crueles. Ese día no fui a almorzar con Nina, preferí quedarme en mi oficina pensando sobre lo que haría con respecto a nuestra relación. Yo no quería que se sintiera amarrada a mí, mucho menos en respuesta a mis atenciones con ella. Los dos años a su lado habían sido los mejores de mi vida y si tenía que renunciar a ella para que fuera verdaderamente feliz yo estaba dispuesta a hacerlo.
Llegué a casa a la hora de la cena. Mis padres y hermanos estaban comiendo en la mesa, pero Nina se había rehusado a comer antes de que yo llegara. Yo estaba lista para hablar con ella seriamente y demostrarle que no iba a retenerla por más tiempo. Nos sentamos en la terraza y le dije que era libre de irse a donde quisiera y con quien deseara. Ella parecía sorprendida.
"¿Me estás echando?" preguntó.
"No. Claro que no. Pero Enzo tiene mucha razón. Necesitas poner en orden tu vida. Necesitas saber quién eres realmente en vez de vivir una realidad impuesta por las circunstancias. Algún día por ejemplo, querrás ser madre y pues yo no podré ayudarte con eso. Sólo quiero que sepas que te amo demasiado y por eso no puedo ser egoísta contigo, no puedo retenerte a la fuerza por más que quiera."
Nina parpadeó con un gesto de confusión plasmado en su rostro.
"¿Porqué demonios le prestas atención a Enzo?" protestó irritándose automáticamente. "Él no sabe de estas cosas. No entiende que yo mataría por ti si tuviera que hacerlo, no entiende que te amo más que a mi propia vida, no comprende que tú y yo somos una misma persona. Ahora sé porqué te has portado tan rara desde anoche."
"No es solamente eso, Nina. Vi cuando hablabas con un hombre en el bar y que él te tomó de la mano y tú no lo rechazaste."
Nina se desternillaba de la risa.
"Ese tipo tiene novio, mi amor. El pobre está desesperado por atraer gente a un bar del cual es propietario y pensó que yo podría ayudarle trabajando para él como cantante. Me estaba suplicando y la verdad me tenía hastiada. Cuando terminamos de hablar ya te habías ido…" Nuevamente rió. "… Chiquitita, no hay razón para que desconfíes de mí," añadió. "En estos dos años has tenido que aprender a confiar en mi aunque sea un poquito, amor mío. Tal vez tú podrías renunciar a mí, pero yo a ti nunca. Si lo hago me muero… Mi amor, cuando algo te moleste, no te lleves esa preocupación a la cama como hiciste anoche. Debiste decirme enseguida lo que te molestaba. Yo empecé a temer que estuvieses aburrida de mí, pero quise esperar a que te tranquilizaras para poder charlar con calma. En cuanto a lo de tener un hijo, pienso que si alguna vez decido ser madre yo espero contar contigo entonces para que sea hijo de ambas. No te rías que es en serio…."
"¿Porqué me quieres Nina?" Finalmente le había hecho la pregunta más importante.
"Je t’aime parce que tu es adorable. Casi me parece que te he amado desde siempre, es algo inexplicable. Sabes que pude haberme escapado de la casa en cualquier momento si lo hubiera querido. Sabes que Enzo pudo haberme sacado. Pero yo nunca quise, nunca deseé aventurarme hasta que tú te apareciste y me enamoraste con esa sonrisa tuya que tanto me gusta. Estuve y estoy dispuesta a renunciar a cualquier cosa sólo para estar contigo…. No me dejes nunca, Regina."
La abracé. Nina era muy sentimental y siempre se conmovía demasiado cuando algún problema o mal entendido nos separaba. Esa vez no había sido la excepción. Se aferró a mí como si estuviera a punto de caerse y yo la estreché sin importar que alguien de mi casa saliera y nos descubriera.
"Te amo," le dije. "No quiero ser egoísta contigo."
"Entonces permanece a mi lado."
Antes de acostarnos esa noche, nos pusimos de rodillas y tomadas de la mano empezamos a orar. Su mano me apretaba con fuerza para infundirme aliento y confianza. Increíblemente cuando terminamos de encomendarnos a Dios yo sentí que la tensión se había ido. Ella me confesó que también se sintió igual. Finalmente nos deslizamos bajo las sábanas y envueltas en un dulce abrazo conversamos un rato hasta que el cansancio nos venció y nos quedamos dormidas.
Nota de la autora: querido lector(a) si estás interesado(a) en leer el resto de la historia, envíame un correo con tu petición y opinión sobre lo que has leído hasta el momento y yo te enviaré con mucho gusto la segunda, tercera, cuarta y quinta parte del manuscrito. Gracias.
L’Amante Neurotik
Estudiante de Psicología
CATEGORÍAS DE LA PUBLICACIÓN: Psicología, Literatura.