Alberto Lista
(Sevilla 1775-1848)
Poemas (v1.0)
A Elisa La razón inútil La esperanza A un árbol Al amor La duda La amistad A Baco La primavera
A Elisa
En vano, Elisa, describir intento el dulce afecto que tu nombre inspira; y aunque Apolo me dé su acorde lira, lo que pienso diré, no lo que siento. Puede pintarse el invisible viento, la veloz llama que ante el trueno gira, del cielo el esplendor, del mar la ira; mas no alcanza al amor pincel ni acento. De la amistad la plácida sonrisa, y el puro fuego, que en las almas prende, ni al labio, ni a la cítara confío. Mas podrás conocerlo, bella Elisa, si ese tu hermoso corazón entiende la muda voz que le dirige el mío.
La razón inútil
Es tarde ya para que amor me prenda en su lazo halagüeño y fementido; que aunque tal vez de la razón me olvido, el hielo de la edad ¿quién hay que encienda? Es tiempo ¡ay! triste que a su voz atienda mi juvenil esfuerzo ya perdido, después de haberla insano desoído, cuando ser pudo de mi esfuerzo rienda. Así va; los humanos corazones sufren en la verdad y en el engaño; y sin gozar de sí ni un solo día, venden la juventud a las pasiones, la edad madura al triste desengaño, y la vejez a la razón tardía.
La esperanza
Dulce esperanza, del prestigio amado pródiga siempre, que el mortal adora, ven, disipa piadosa y bienhechora las penas de mi pecho acongojado. Vuelve a mi mano el plectro ya olvidado, y al seno la amistad consoladora; y tu voz, oh divina encantadora, mitigue o venza la crueldad del hado. Mas ¡ay! no me presentes lisonjera aquellas flores que cogiste en Gnido, cuyo jugo es mortal, aunque es sabroso. Pasó el delirio de la edad primera, y ya temo el placer, y cauto pido, no la felicidad, sino el reposo.
A un árbol
Tronco infeliz, desnudo y sin verdura, imagen fiel de mi mortal dolor, si marchitó el invierno tu hermosura, ¡ay! yo probé las iras del amor Mas tú, al reír la dulce primavera, gloria serás del plácido vergel; mi corazón ningún alivio espera, ni mayo habrá para mi mal cruel. No des jamás tu sombra o tu corteza a infiel beldad, a pérfido amador; y el que a engañar se atreva la terneza, conserve en ti renombre de traidor. Yo huiré de ti, de tu enramada umbrosa, que un tiempo dio su asilo a mi placer. mas al morir tu primavera hermosa tú me verás contigo padecer.
Al amor
Tal vez, amor, bajo el sagrado velo de la amistad encubres tu furor; el corazón se entrega sin recelo, y en él clavas la flecha a tu sabor. Tirano dios, cuya perfidia 1loro, el infortunio me enseñó a temer. mas ¡ay de mí!, si mi peligro adoro, ¿qué vale, amor tu astucia conocer?
La duda
¿Si será de amistad, Filis hermosa, la grata llama que en el pecho siento; que como propio tu dolor lamento, y soy feliz, cuando eres venturosa? ¿O será amor? Tu imagen deliciosa grabada está en el alma, y el momento, que obligado la deja el pensamiento, me es ingrato el pensar, la vida odiosa. Amor es. Este ardor de verte, este inefable placer cuando te veo, ¿quién sino el dulce amor puede inspirarlo? Mas ¡ay! es como tú puro y celeste; e ignorando los fuegos del deseo, halaga el corazón sin abrasarlo.
La amistad
Filis, tu amistad hiciera mi tierno pecho feliz, si al fuego suave, que sientes e inspiras, amor no mezclara su llama sutil. ¡Cuán gallardo crece el lirio, gala del templado abril, si el soplo del Euro conmueve sus hojas, y riega la fuente su verde raíz! Mas si ardiente el sol de junio sobre él comienza a blandir el férvido rayo, que abrasa los campos, y trueca en incendios el claro cenit; lánguido y mustio fallece, e inclinada la cerviz, el vástago seco, marchitas las hojas, de tristes ruinas alfombra el pensil. Amor, tiránico dueño, me ha condenado a gemir la dicha, que logro, gozando tu afecto; que tú amas tranquila, y yo ardo por ti. Si miro tus bellos ojos a los míos sonreír, y el beso apacible de amiga me ofreces, yo loco el de amante quisiera imprimir. Tus miradas, tus caricias, tus juegos, toda tú en fin la imagen me ofreces del puro cariño; y yo suspirando lo gozo infeliz. Cese ya el engaño; o ama como yo, o huye de mí; que humanas venturas las mide el deseo, y gozo no entero no es gozo, es morir.
A Baco
Vi a Baco, sí (generación futura, tú lo creerás), que en ásperas guaridas cánticos a las ninfas enseñaba; por la densa espesura sus orejas erguidas el caprípede sátiro mostraba. ¡Evah! aún tiemblo del pavor reciente; mas temblando palpita complacido mi corazón, que el Dios ha subyugado. Piedad, Baco potente, piedad, ya estoy rendido; temible, ¡oh tú!, del grave tirso armado. ¡Ah! Puedo ya las tiadas salaces cantar, del vino la escondida fuente, la dulce leche en abundosos ríos, y las mieles fugaces, que el tronco refulgente destiló de sus cóncavos vacíos. Cantaré de tu esposa afortunada la corona nupcial, que lucir veo, gloria añadida a la mansión divina; y a tu voz asolada la casa de Penteo, y del tracio Licurgo la ruina. Tú el golfo, tú las bárbaras riberas domaste; tú beodo en apartadas cumbres de las bistónides sañudas las densas cabelleras, al hombro derramadas, con inocentes víboras anudas. Tú, cuando por montañas eminentes el bando de terrígenas impío el Olimpo escaló, de garra armado y de leoninos dientes, en el Cocito umbrío a Reco el fiero derribaste osado. Aunque no de guerrero esclarecido renombre hubieses, Dios de los placeres, de la festiva danza y los solaces, no en combates temido; mas tú, glorioso, eres árbitro de la guerra y de las paces. De áurea punta la frente coronando te vio el Cerbero en la tartárea roca; muere el ladrido en su feroz garganta, y manso coleando con la trilingüe boca halagó al irte tu divina planta.
La primavera
Huyó el sañudo invierno, y en la templada esfera sobre las alas del Favonio tierno brilla la primavera. Y su guirnalda hermosa risueña deshojando, de blanco lirio y encendida rosa las vegas va sembrando. No ya de nieve helada yace el prado cubierto, ni de amores la selva despojada, ni el monte triste y yerto. Que es delicia del cielo, cuando nace, la aurora, y ámbares vierte, y el fecundo suelo de blanda luz colora. Ya pulsa el arpa de oro la bella Citerea, y en tiernas danzas su festivo coro los oteros rodea. De mirto, pues, y flores la frente coronemos, oh Dalmiro, y al dios de los amores dulces himnos cantemos. La juventud convida, y entre clavel y rosa brinda la ilusión vana de la vida, aunque vana, gozosa. Que luego, edad tirana, las dichas desvaneces; y del mortal la plácida mañana no brillará dos veces. ¡Ay!, huye la alegría tu rostro macilento, y entre tus densas sombras, parca impía, se pierde en un momento. De la fatal guadaña no hay abrigo seguro; que así hiere la mísera cabaña como el soberbio muro.
Juan Arolas
(Barcelona 1805 – Valencia 1849)
Poemas (v1.0)
Un cabello blanco La favorita del Sultán El navegante Sé más feliz que yo La hermosa Halewa
Un cabello blanco
En la sublime Estambul, ciudad del adusto moro, la más rica en perlas y oro que acaricia el mar azul, reciben con el reflejo de sol luminoso baño ricas cúpulas de estaño, que hay en el serrallo viejo. Vive en cada rosa abierta de odorífero rosal, pura brisa matinal, que de su sopor despierta corre el pensil, y después que besó las flores que ama, murmura en flexible rama de piramidal ciprés. Acaban su largo sueño bajo bóvedas moriscas las hermosas odaliscas y su enamorado dueño: mientras vagan desvelados por el plácido recinto, con las dagas en el cinto los eunucos atezados, sombras feas y horrorosas que debieron a los celos vivir en aquellos cielos do respiran las hermosas. Del harem sólo un balcón, quitada la celosía, mece al soplo de aura fría su purpúreo pabellón: y detrás está Gulnara, la orgullosa favorita, luz del alba, flor bendita, luna llena, piedra rara; querida de Noredín, cuya singular belleza la formó naturaleza de rocío y de jazmín. Diez esclavas a su vez, todas lindas, todas fieles, la engalanan con joyeles, y ella dice a todas diez: "Dadme velos, plumas gualdas, y esmeraldas que reflejan verde luz, del Tíbet los leves chales, y corales del profundo mar de Ormuz. Diamantes de cien quilates, y granates de purpúrea brillantez, adornen con sus destellos los cabellos que desmayan en mi tez. Reina soy de las huríes; dad rubíes a mi cuello de marfil: soy bella y encantadora; ¿quién no adora mis ojos, mi pie infantil? Más perlas que formen lazos en mis brazos… Dadme mi turbante azul cuajado de estrellas de oro, que es tesoro de la reina de Estambul. Cubridme de muselina leve y fina, que a mi talle sienta bien, que sus pliegues nebulosos son hermosos en la reina del harem. Acercadme los espejos que están lejos: quiero ver mi perfección; contemplar si con mi encanto puedo tanto, que doy muerte a un corazón." Calló; se miró al cristal, mas turbóse de repente su serena y alba frente con palidez funeral; porque a llena luz miró, y en sus trenzas desmayadas, puras, frescas y aromadas, un cabello blanco vio. Cual si un áspid enroscado, viese en su nevada sien, con iras y con desdén descompuso su tocado. Fue arrojando por el suelo collares, plumas, anillos, gasas, broches y cintillos, perlas, y turbante, y velo. Y el cabello maldecía, y aun es cierto que lloró cuando airada lo arrancó, y en los dedos lo tenía. Mas Noredín, su señor, que en el cuarto oculto estaba, mientras ella se quejaba, respondía a su dolor: "–Sultana, si en la flor leve cayó nieve, se helará la flor gentil; ya no puede ser amada, ni llamada reina hermosa del pensil. Me sobran ángeles bellos con cabellos sin ninguna imperfección: contempla, pues, si es tan pura, tu hermosura, que dé muerte al corazón." Dijo: le volvió la espalda; recorrió su harem o cielo, vio una bella con guirnalda, y arrojóle su pañuelo sobre la ondulante falda.
La favorita del Sultán
Marcha, despiadada y cruda, pues me quemas con tus besos, al lucir casi desnuda tantas gracias y embelesos. Sol que en el cenit me abrasas sin una nube en tu cielo, yo te pondré dobles gasas, y no te veré sin velo: sobre un lecho encubertado te he hacer cubrir de flores, y serás vergel cerrado, do se oculten mis amores. ¡Judía, que por fortuna de mi ser eres sirena, como tú no vi ninguna, ni cristiana ni agarena! Tú te ríes y te alegras cuando en mí los bríos faltan, mientras tus pupilas negras ebrias de placer te saltan. ¿Quién ha de romper tus lazos? Enamoras, avasallas, y un día de tus abrazos rinde más que cien batallas. ¡Deja tu delirio ciego!… Mientras en tu seno hermoso me adormeces con el ruego, mientras cantas y reposo, febles sufren mis soldados la ignominia en sus derrotas; y en los mares agitados pierdo mis avaras flotas: pierdo a Egipto y sus llanuras, do las auras regaladas mecen las espigas puras en las cañas encorvadas; do las moles eternales donde el orgullo está escrito, se alzan en los arenales con la esfinge de granito; cuyo párpado despierto jamás una vez cerraron ni los vientos del desierto, ni los siglos que pasaron. Tú me encantas, y consientes que amenacen mis dos mares las águilas de dos frentes de los ambiciosos zares. ¡Guay el autócrata un día no venga a tomar mi harem, y por ser esclava mía conmigo mueras también! No desnudes por mi amor ese tu seno hechicero, y deja que tu señor vaya a desnudar su acero. Que tiña en sangre su filo, que levante en sus furores pirámides junto al Nilo de cabezas de traidores. Mas ¡ah!… ¡mis votos fallidos dejarás con ilusiones, rémora de los sentidos, imán de los corazones! Porque el más adusto moro que a las lides se partiera, puesto a contemplar tu lloro, riendas al corcel volviera. Yo caricias he probado de unas hermosas de nieve, cuyo beso regalado con grata emoción conmueve. Pero tu beso, sultana, dulce beso humedecido de esos tus labios de grana, me enloquece, me ha perdido. Desprecio, pues, mis riquezas, y cual vanos oropeles, mis títulos y grandezas, mis tropas y mis bajeles. Mis palacios no deseo con dilatados confines, ni mis casas de recreo, con estanques y jardines ni del Arabia dichosa los más exquisitos dones, ni frescos baños de rosa, ni púrpuras, ni bridones; ni el nombre que se me da, de señor de mar y tierra, de sombra augusta de Alá, príncipe de paz y guerra. Desprecio las dignidades de mis bélicas proezas, y mis pueblos y ciudades con torres y fortalezas. Y haré decir al diván que no tengo más estados, que mi pipa, mi atagán, y tus ojos adorados.
El navegante
Apartado de ti surco los mares, ¡oh cándida mujer! Triste víctima he sido en tus altares, ¿y mía no has de ser? ¡Qué terrible en sus tétricos horrores se muestra el mar, mi bien! Pues yo temo más que sus rigores, tu enfado o tu desdén. El bramido de recios vendavales no me intimida a mí; no temo todo el peso de los males; tu olvido, hermosa, sí. Tú sobre leves plumas reclinada no sientes aflicción; sostiene mi cabeza acalorada la dura tablazón. Si de volverte a ver tengo el consuelo, te juro, por mi fe, que tú serás mis glorias y mi cielo, y al mar no volveré. Si Dios me da que pueda coronarte la sien de albo jazmín, y un ósculo tomar al despertarte del labio de carmín; que en cambio de una 1ágrima muy pura me des tus alegrías, y cubras con un velo de ventura mis noches y mis días, jamás será que fíe en la bonanza del mar y sus arenas, ni cuelgue el sutil lienzo de esperanza de débiles antenas.
Sé más feliz que yo
Sobre pupila azul, con sueño leve, tu párpado cayendo amortecido, se parece a la pura y blanda nieve que sobre las violetas reposó: yo el sueño del placer nunca he dormido: sé más feliz que yo.
Se asemeja tu voz en la plegaria al canto del zorzal de indiano suelo que sobre la pagoda solitaria los himnos de la tarde suspiró: yo sólo esta oración dirijo al cielo: sé más feliz que yo.
Es tu aliento la esencia más fragante de los lirios de Arno caudaloso que brotan sobre un junco vacilante cuando el céfiro blando los meció: yo no gozo su aroma delicioso: sé más feliz que yo.
El amor, que es espíritu de fuego, que de callada noche se aconseja y se nutre con lágrimas y ruego en tus purpúreos labios se escondió: él te guarde el placer y a mí la queja; sé más feliz que yo.
Bella es tu juventud en tus albores como un campo de rosas del Oriente; al ángel de recuerdo pedí flores para adornar tu sien, y me las dio; yo decía al ponerlas en tu frente: sé más feliz que yo.
Tu mirada vivaz es de paloma; como la adormidera del desierto causas dulce embriaguez, hurí de aroma que el cielo de topacio abandonó: mi suerte es dura, mi destino incierto: sé más feliz que yo.
La hermosa Halewa
El prudente Almanzor, emir glorioso, el cordobés imperio dirigía, Hixén su rey en el harem dichoso los blandos sueños del placer dormía. Cisnes de oro purísimo labrados, sobre conchas de pórfido en las fuentes, en medio de jardines regalados, derramaban las linfas transparentes. Los limpios baños de marmóreas pilas, do el agua pura mil esencias toma, cercaban lirios y agrupadas lilas de tintas bellas y profuso aroma. Damascos y alcatifas tunecinas, del palacio adornaban los salones, perlas en colgaduras purpurinas, perlas en recamados almohadones. Olores del Arabia respiraban lechos de blanda pluma en los retretes, y las fuentes de plata reflejaban del alcázar los altos minaretes. Del regio templo celebrada diosa, Halewa fue en su plácida fortuna ídolo del monarca por hermosa, tierna como una lágrima en la cuna. Feliz si de un esclavo que sabía enamorar con trova cariñosa, más amor no aprendiera que armonía al son del arpa dulce y sonorosa. Iba el docto mancebo modulando los ayes del amor en vario tono, la bella favorita suspirando hizo el primer desprecio al regio trono. Un día… nunca el sol sur rayo activo lanzó con más ardor, ni más hermoso fue el pensil y la sombra del olivo para gozar del celestial reposo. Sediento del halago y del cariño, buscaba Hixén los suspirados lazos, y cual sus juegos inocente niño, apetecía el rey tiernos abrazos. ¡Infeliz! ¡ ah l repara aquella rosa que el roedor insecto ha deshojado, no muevas, no, la planta vagorosa: la tumba del dolor está a tu lado. Vio en la gruta que al fin de los andenes se cubre con la hiedra trepadora, dormir con frescas rosas en las sienes la inconstante beldad que el pecho adora. Vio dormido al esclavo… frescas flores coronaban su sien… su labio impuro en sueño murmuraba sus amores, y el desliz de otro labio más perjuro. El arpa sobre el césped olvidada con el viento sus fibras conmovía, y de su docto dueño enamorada parece que lloraba su agonía. Ruge el león y silba la serpiente por ofendido amor, la mujer llora, y el hombre con la sangre delincuente lava el torpe baldón que le desdora. Suspira Hixén; su corazón desgarra una furia infernal; su mano lleva al puño de la corva cimitarra, y abre los ojos la infeliz Halewa. Los abre para ver el golpe airado contra el siervo que amaba su belleza, el lívido cadáver a su lado, y fuera de los hombros la cabeza. Sangre vio en su vestido y en su velo, que en sangre se tiñó la gruta y senda al rodar la cabeza por el suelo en temblor frío y convulsión horrenda. A lóbrega mazmorra es arrastrada por seis esclavos negros… ¡ah!… su lloro de aljófar puro y tímida mirada no puede doblegar a esquivo moro. La nueva luz de nebuloso día vio en la punta de un palo, en los jardines, la cabeza del siervo, horrenda y fría, y con gotas de sangre los jazmines.
Manuel del Cabral
(Santiago, República Dominicana 1907)
Poemas (v1.0)
Huésped desenterrado Oda escrita en la piedra Donde la voz parece más del árbol Sexo cumpliendo TONO CUARTO (de Carta a Rubén)
Huésped desenterrado
Toda la noche la cotorra del brujo picoteando el silencio. Toda la noche estuvieron los hombres bregando con trozos de tinieblas. Toda la noche el farol casi humanos con su poco de día, matando la mirada dulce-azul del cocuyo. Y nada. El sepultado ni siquiera hedía. Todo aire de muerto lo mataban las flores. ¿Es que se hundió como si fuera en agua? Ayer, precisamente, se le vio en la bodega, luchando entre penumbra con unos diosecillos que saltaban sin tregua desde el tonel del vino hasta la copa, y corrían, corrían, como un grupo caliente de cosquillas por su cuerpo varón y su neblina. Toda la noche estuvieron los hombres cucuteando, registrando la tierra. Sin embargo, mi perro está ladrando, hoy a las siete de la mañana mi perro está ladrando, ladra junto a una mano que parece de náufrago fijo. ¡Creció el cadáver igual que un árbol para dar su fruto!
Oda escrita en la piedra
Hay algo mas que el viento buscando ser instinto, algo más que la ola que quiere andar de pie como la sangre. Hay algo más que aquello que rezaba a las piedras, suave como la muerte del cabello del indio, simple como el secreto transparente del agua.
Hoy aquellos que fueron siempre mudos, los que siempre llevaron en la sombra la dignidad del loto que crece sobre el cieno, se acercan a la tierra, y echan voces por granos, como quien va regando la conciencia.
Llegan horas que nacen para la alondra insigne. La tierra tiene ahora la cualidad del ave. Y el horizonte crece, crece en aquellas manos que saquearon a sangre la esperanza.
Aquellas manos simples, que traen en los filos de picas y hachas el oro de las minas de los amaneceres.
Es la América inédita, la que estaba en el tacto, la que estaba en la carne, como aquello que a veces se nos queda en el vientre materno que se revienta en vida.
La América que un día se quedó entre los hombres y creció entre sus manos como el río en el mar.
América también: la que pinta de verde el aguacero, la que suena en el fuerte como un tiro de paz, la que muerde en la miga dura de tiempo el negro, la que un poco se duerme tirada en una esquina mientras la sangre antigua moja aun las espadas, mientras todos los siglos caben en la garganta, mientras el indio andino no conoce a Bolívar, mientras por los caminos de los Andes las llamas bajan a paso manso sin que lo sepa el mundo una pequeña caja de pino en donde viene tal vez no un niño muerto, sino el sueño profundo de toda la montaña.
Ya la mañana viene sobre carretas pobres, carretas que traen de lejos su catedral de fatiga.
Parece gente el aire que da contra la frente. Viene la sangre niña como el agua primera. Raíz de madrugada, canta el indio remoto. La sonrisa se ha puesto de pie como una hazaña. La mañana de ahora trae durezas de estatua. Hoy la tierra que sube municipal es cósmica. Nadie fundó la urbe… Fueron antiguas rocas que crecieron a fuerza de pensar en las alas. Hoy no lanza el hondero la piedra suelta al tiempo sino que se levanta con ella misma el hombre.
Mientras pasa la muerte resucitando espadas.
Donde la voz parece más del árbol
Donde la voz parece más del árbol. Donde el hombre es un árbol. Aquí, donde los ojos de los niños… Tal vez aquí no puedo decir nada. Tan cerca estoy de cosas que están siempre desnudas. Puede mi tiempo ahora herir la tarde. Yo vengo de tan lejos y de tantas palabras, vengo de tantas manos y de carne con precio, vengo de tantos vientres con inéditos gritos, que me sube la voz igual que un ojo. Aquí, donde este hombre para decirme que no tiene ropa desentierra los huesos de su sonrisa: su azucena valiente y definida, su azucena harapienta.
Sexo cumpliendo
Digitales delicias gobiernan superficies. El lecho cruje, cruje de pueblo fabricado a besos. De pronto un sudor blanco roba el futuro en gotas, y un sabor hay de mar que busca no ser agua, sabor de ropa derrotada a clima, a ternura de plumas prisioneras, a mañana que anda por su cuerpo, por su aluvión de tibia nieve a sueldo: censo precipitado, derretido, pequeña muerte desprendida viva.
Desprendida, invadiendo dominios de líquidas raíces, y a ocultos empujones azules, por sus venas: nadadores extraños, materiales secretos que galopan cruzándose de vida; un resbaloso mundo de minutos con siglos, un semental tumulto que anónimo prepara espacios dolorosos, números obligados a levantarse como héroes…
Sin embargo, gomas hay ataúdes, redes para mariscos terrenales, se coagulan sus ángeles sin puerta, cielo de caucho eunuco los ahoga, mata sus puros empujones blancos, mata sus furias de humedad reunida.
Pero terca, toda la zoología se le sube a su cuerpo, por sus manos elásticas como palabras, por el valiente oficio de pan que hay en los senos, anda un blando, anda un suave, anda un dulce silencio de leopardo.
Y la materia tiembla, tiembla sobre boticas y birretes, sobre encuadernadores de siglos educados, y como un dios que entra apartando trigales enlutados, sólo su clima sólido de súbito abre auroras profundas, vigiladas, para poner de pie cada año a la tierra.
TONO CUARTO (de Carta a Rubén)
Yo recuerdo, Darío, que allá en mi adolescencia, yo decía estas cosas llenas de transparencia. Estas mismas que ahora tienen otra fragancia, a pesar de aquel vaho de tus bueyes de infancia. Mas por entre la niebla de mis barbas de loma me salen los recuerdos, frescos como palomas. Así, Rubén, lo mismo que una mano da trigo, el pasado se cae de mis labios, y digo: Era el tiempo en que tenía piececitos-aviones ante el fantasma de la policía. Y madrugaba nuestra fantasía para robar centavos, antes que la mañana tras la fragancia tibia de la panadería, fuese de puerta en puerta por la calle aldeana. Blanca de mundo y de cuidados vanos te me fugabas cuanto más crecía, igual que el globo que se me rompía si mucho le aventaba entre mis manos. Y tú, como aquel globo, te pusiste a crecer. Hoy ya no puedo, infancia, correr como corría. Me pesa tanto el hombre que no puedo correr. Ya ves Rubén, aquello, fue siempre manso, bueno: corría con la lluvia, temblaba con el trueno. ¿Tú también lo recuerdas? La barriga desnuda se chorreaba de miel, mientras los astilleros dedotes del abuelo a ratos fabricaban barquitos de papel. Era un juguete el tiempo. Pero, luego a la cosa, como tú ya lo sabes, le pusieron más espina que rosa. Yo no te estoy diciendo que hoy existe un Atila, pero tiene parientes… Los que ven mis pupilas. ¿No sientes un caballo, y la gran negra capa de un jinete que corre pisoteando este mapa? Esto pone a la infancia a crecer de repente, lo mismo que de súbito crece un agua de fuente. ¿Y qué pueden los Sócrates? ¿Qué pueden los Darío, cuando como temblores subterráneos pasan patas equinas que hacen brotar un río de venas de llantos sobre campos de cráneos? Mientras en las esquinas, de una ciudad remota, la novela de un brazo que alza una mano rota, dando cuerdas a un débil monótono organillo, le regala a la infancia su sonoro castillo, algo que ya no tienen los hombres de la tierra, hoy que haciendo las paces, es que hacemos la guerra Mañana pelearemos sin ir a la batalla, pues es la que nos mata, la guerra que se calla, y sólo encontraremos -si algo encontramos hecho-, a la muerte perfecta como un odio en el lecho. Pero ahora no quiero seguir estos detalles, déjame que te hable de nuevo de mis cosas, tal como si de pronto te hallaras por la calle unos zapatos rotos… donde un canario tiene su más cómodo nido de poeta remoto… Así, Rubén, ayer, y quizá con razón, le dije cosas raras a mi Compadre Mon. Por ejemplo: Óyeme, Mon, un día, me enseñó a ser poeta el retazo de cielo de un viejo callejón, que siendo tan pequeño, me ensanchó el corazón. Limpio como los vientos del molino aldeano he salido desnudo en carne de conciencia, y parece que tengo la mañana en la mano. Hoy puede verme el hombre por mi abierta ventana. Me hallará transparente como el agua con cielo. ¡Me enseñó a hacer mi casa la mañana! Ya ves, Rubén, ya ves. Estas cosas las pudo sólo escribir la mano de una vida que tiene aún todo desnudo. ¿Cómo me haré contigo, infancia, que de nuevo, como un traje ya viejo, pero querido, uso? Nunca dejé de usarte. Todavía te llevo.
Lloras un agua tan clara, que no parece dolor. Hoy está triste tu cara. Pero no tu corazón.
Mira un niño que corre por la playa, parece que el otro niño, el mar, habla con él, y crece. Allí llena de cosmos su voz la caracola, donde nos habla en seco sólo Dios, de la ola. Allí, también, oh mar, tú solos, ¡sin nacer! Porque al nacer tan grandes no te vimos crecer. Oh tú que no te pudres, primavera del gnomo: suma sólo del cuándo, secreto fiel del cómo. Así, Rubén, tú rondas, tan transparente y fuerte que de pie ya te vemos, tú velando a la Muerte.
José Iglesias de la Casa
(Salamanca 1748-1791)
Poemas (v1.0)
Oda en sáficos-adónicos IDILIO II Los celos IDILIO III Ilusiones de la tristeza IDILIO IV Delirios de la desconfianza IDILIO V La agitación
Oda en sáficos-adónicos
¿De qué me sirve, Primavera hermosa, que nueva vida a tus pensiles vuelvas, y aquestas selvas llenas de frondosos álamos verdes? ¿De qué me sirve que por estos valles esparzas rosas, siembres vïoletas, tiernas mosquetas, azucenas blancas, cárdenos lirios? ¿De qué me sirve que por sus orillas vierta la fuente perlas orientales, y en sus cristales el divino Febo néctares beba? ¿De qué me sirve que por la campiña salte tocando el dulce pastorcillo el caramillo con que da a su ninfa música alegre? ¿De qué me sirve que los pajaritos a coros trinen al romper del alba, y en dulces salvas llamen al radiante cándido Apolo? ¿De qué me sirve que mis corderillos corran jugando tras la madre blanca, y sin carlancas, sueltos mis mastines júbilo muestren? ¿De qué me sirve cuando al mundo vuelvas si no me vuelve mi Licori amada, flor marchitada por la saña impía de ábrego fiero? ¡Ay, cara esposa por mi mal difunta! ¡Ay, dulce prenda por mi mal perdida! ¡Ay, vida ida! ¿cómo no me has dado trágica muerte? ¿Qué viste en Tirsis? Dime ¿en qué delito pudo ofenderte? ¿cómo le dejaste que no llevaste tras de ti al cuitado su ánima triste? Allá te has ido a la región más pura ausente y lejos de tu Tirsis amado, quien inundado en denegrido llanto mísero muere. ¡Ay, queda, queda en sempiterno olvido de estos cipreses lúgubres colgada, y destemplada a los futuros siglos cítara mía!
IDILIO II Los celos
Tú, ruiseñor dulcísimo, cantando entre las ramas de esmeraldas bellas, ensordeces las selvas con querellas, su gravísimo daño lamentando. al Cielo y las Estrellas. Pesados vientos lleven tu gemido en las cuevas de amor bien aceptado, y con pecho en tus penas lastimado, bien es responda al canto dolorido de tu picuelo harpado. ¿Quién te persigue? ¿Quién te aflige tanto? Si acaso es del amor la tiranía, consuélate con la desdicha mía, que advirtiendo tu mísero quebranto, busco tu compañía. No me desprecies cuando te acompaño, pensando que en dolor me aventajaras; pues si mis desventuras vieras claras, y al fin te persuadieras de mi daño, quizá el tuyo aliviaras. ¡Triste de mí!, que en páramo apartado, siendo alimento a pena tan esquiva, hallé muerte de celo, que derriba el edificio amante, que hube alzado sobre agua fugitiva.
IDILIO III Ilusiones de la tristeza
Descaminada, enferma y peregrina la estéril tierra piso: ocúltase la luz que me encamina, y tiemblo de improviso. Airado el Aquilón tronca las plantas, silbando en las cavernas: suspenden sus dulcísimas gargantas las avecillas tiernas. Marchítanse estos prados cuando miran el fuego de mis ojos; las florecillas de ellos se retiran, armándose de abrojos. Copian mi rostro pálido las fuentes, y enturbian sus cristales; huyen de mí las fieras inclementes con bramidos fatales. ¿Quién les dijo mi mal? ¿Quién les dio cuenta de mi dolor callado, cuando el ardor que el alma me atormenta decir me está vedado? ¿No te basta, cuitada, el miedo extraño que dentro el alma siente, sin que todas las cosas en tu daño se muestren inclementes? Llora, ¡ay mísera!, llora, pues el llanto sólo a tu mal conviene: y ni en hombres y en fieras tu quebranto remedio alguno tiene.
IDILIO IV Delirios de la desconfianza
Osé y temí; y en este desvarío por la alta frente de un escollo pardo del precipicio donde no me guardo sigo la senda, preso el albedrío con pie dudoso y tardo. Nuevo ardor me arrebata el pensamiento; discurro por el yermo con pie errante; la actividad de un fuego penetrante; ni la inquietud que en mi interior sïento, huyen de mí un instante; por el hondo distrito y dilatado del corazón en fuego enardecido se explayó el gran raudal de mi gemido y la dulce memoria de mi amado hundió en eterno olvido. Soy ruinas toda, y toda soy destrozos, escándalo funesto y escarmiento a los tristes amantes, que sin tiento levantaron de lágrimas sus gozos, gozos de inútil viento. Los que en la primavera de sus días temieron el desdén de sus amores, envidien el tesón de mis dolores, y fuego aprendan de las ansias mías los finos amadores.
IDILIO V La agitación
¡Ay! ¡Cómo ya la alegre primavera, a su felice estado reducida, torna a las plantas nuevo aliento y vida esmaltando las flores su ribera, que antes se vio aterida! Suelta el raudal su risa armonïosa; y canta el ruiseñor con trino doble: de púrpura se viste el clavel noble, y enlaza al olmo con la vid hermosa, y con la hiedra al roble. ¡Qué de veces me vio rosada Aurora mustia y débil la flor de mi hermosura, reclinada del monte en la espesura, y en vela inquieta me encontró a deshora llorando mi ventura! Cae del cielo la noche tenebrosa; cubren sus alas negras todo el suelo: mi dolor se acrecienta y desconsuelo, y paz el blando sueño da engañosa a mi triste recelo. Que despierto asustada: y mi cuidado me lleva a yerma orilla de ancho río: vuelvo en vano a dormir, y desconfío de poder encontrar puente ni vado al triste curso mío. Triste de mí que sigo temerosa la luz escasa del funesto fuego, que el poder de mis ojos deja ciego, y émula de la incauta mariposa, a su volcán me entrego.
José Martí
La Habana (Cuba), 1853 – Dos Ríos (Cuba), 1895
Poemas
CONTRA EL VERSO RETÓRICO
VINO EL AMOR MENTAL
¡OH, MARGARITA!
¡OH, NAVE…!
A LOS ESPACIOS
ÁRBOL DE MI ALMA
FUERA DEL MUNDO
Es rubia: el cabello suelto
¡NO MÚSICA TENAZ…!
SED DE BELLEZA
SIEMPRE QUE HUNDO LA MENTE
Yo soy un hombre sincero
CONTRA EL VERSO RETÓRICO Contra el verso retórico y ornado El verso natural. Acá un torrente: Aquí una piedra seca. Allá un dorado Pájaro, que en las ramas verdes brilla, Como una marañuela entre esmeraldas – Acá la huella fétida y viscosa De un gusano: los ojos, dos burbujas De fango, pardo el vientre, craso, inmundo. Por sobre el árbol, más arriba, sola En el cielo de acero una segura Estrella; y a los pies el horno, El horno a cuyo ardor la tierra cuece – Llamas, llamas que luchan, con abiertos Huecos como ojos, lenguas como brazos, Savia como de hombre, punta aguda Cual de espada: ¡la espada de la vida Que incendio a incendio gana al fin, la tierra! Trepa: viene de adentro: ruge: aborta. Empieza el hombre en fuego y para en ala. Y a su paso triunfal, los maculados, Los viles, los cobardes, los vencidos, Como serpientes, como gozques, como Cocodrilos de doble dentadura, De acá, de allá, del árbol que le ampara, Del suelo que le tiene, del arroyo Donde apaga la sed, del yunque mismo Donde se forja el pan, le ladran y echan El diente al pie, al rostro el polvo y lodo, Cuanto cegarle puede en su camino. El, de un golpe de ala, barre el mundo Y sube por la atmósfera encendida Muerto como hombre y como sol sereno. Así ha de ser la noble poesía: Así como la vida: estrella y gozque; La cueva dentellada por el fuego, El pino en cuyas ramas olorosas A la luz de la luna canta un nido Canta un nido a la lumbre de la luna.
VINO EL AMOR MENTAL Vino el amor mental: ese enfermizo Febril, informe, falso amor primero, ¡Ansia de amar que se consagra a un rizo, Como, si a tiempo pasa, al bravo acero! Vino el amor social: ese alevoso Puñal de mango de oro oculto en flores Que donde clava, infama: ese espantoso Amor de azar, preñado de dolores. Vino el amor del corazón: el vago Y perfumado amor, que al alma asoma Como el que en bosque duerme, eterno lago, La que el vuelo aún no alzó, blanca paloma. Y la púdica lira, al beso ardiente Blanda jamás, rebosa a esta delicia, Como entraña de flor, que al alba siente De la luz no tocada la caricia.
¡OH, MARGARITA! Una cita a la sombra de tu oscuro Portal donde el friecillo nos convida A apretarnos los dos, de tan estrecho Modo, que un solo cuerpo los dos sean: Deja que el aire zumbador resbale, Cargado de salud, como travieso Mozo que las corteja, entre las hojas, Y en el pino Rumor y majestad mi verso aprenda. Sólo la noche del amor es digna. La soledad, la oscuridad convienen. Ya no se puede amar, ¡oh Margarita!
¡OH, NAVE…! ¡Oh, nave, oh pobre nave: Pusiste al cielo el rumbo, engaño grave! – ¡Y andando por mar seco Con estrépito horrendo, diste en hueco! Castiga así la tierra a quien la olvida Y a quien la vida burla, hunde en la vida: ¡Bien solitario estoy, y bien desnudo, Pero en tu pecho, oh niño, está mi escudo!
A LOS ESPACIOS A los espacios entregarme quiero Donde se vive en paz y con un manto De luz, en gozo embriagador henchido, Sobre las nubes blancas se pasea, Y donde Dante y las estrellas viven. Yo sé, yo sé, porque lo tengo visto En ciertas horas puras, cómo rompe Su cáliz una flor, y no es diverso Del modo, no, con que lo quiebra el alma. Escuchad, y os diré: – viene de pronto Como una aurora inesperada, y como A la primera luz de primavera De flor se cubren las amables lilas… ¡Triste de mí! contároslo quería, Y en espera del verso, las grandiosas Imágenes en fila ante mis ojos Como águilas alegres vi sentadas. Pero las voces de los hombres echan De junto a mí las nobles aves de oro. Ya se van, ya se van. Ved cómo rueda La sangre de mi herida. Si me pedís un símbolo del mundo En estos tiempos, vedlo: un ala rota. Se labra mucho el oro. ¡EI alma apenas! Ved cómo sufro. Vive el alma mía Cual cierva en una cueva acorralada. ¡Oh, no está bien; me vengaré, llorando!
ÁRBOL DE MI ALMA Como un ave que cruza el aire claro, Siento hacia mí venir tu pensamiento Y acá en mi corazón hacer su nido. Abrese el alma en flor; tiemblan sus ramas Como los labios frescos de un mancebo En su primer abrazo a una hermosura; Cuchichean las hojas; tal parecen Lenguaraces obreras y envidiosas, A la doncella de la casa rica En preparar el tálamo ocupadas. Ancho es mi corazón, y es todo tuyo. ¡Todo lo triste cabe en él, y todo Cuanto en el mundo llora, y sufre, y muere! De hojas secas, y polvo, y derruidas Ramas lo limpio; bruño con cuidado Cada hoja, y los tallos; de las flores Los gusanos y el pétalo comido Separo; oreo el césped en contorno Y a recibirte, oh pájaro sin mancha, ¡Apresto el corazón enajenado!
FUERA DEL MUNDO Fuera del mundo que batalla y luce Sin recordar a su infeliz cautivo, A mi trabajo servil sujeto vivo Que a la muerte temprano me conduce. Mas hay junto a mi mesa una ventana Por donde entra la luz; ¡y no daría Este rincón de la ventana mía Por la mayor esplendidez humana!
Es rubia: el cabello suelto Da más luz al ojo moro: Voy, desde entonces, envuelto En un torbellino de oro. La abeja estival que zumba Más ágil por la flor nueva, No dice, como antes, "tumba": "Eva" dice: todo es "Eva". Bajo, en lo oscuro, al temido Raudal de la catarata: ¡Y brilla el iris, tendido Sobre las hojas de plata! Miro, ceñudo, la agreste Pompa del monte irritado: ¡Y en el alma azul celeste Brota un jacinto rosado! Voy, por el bosque, a paseo A la laguna vecina: Y entre las ramas la veo, Y por el agua camina. La serpiente del jardín Silba, escupe, y se resbala Por su agujero: el clarín Me tiende, trinando, el ala. ¡Arpa soy, salterio soy Donde vibra el Universo: Vengo del sol, y al sol voy: Soy el amor: soy el verso!
¡NO MÚSICA TENAZ…! ¡No, música tenaz, me hables del cielo! ¡Es morir, es temblar, es desgarrarme Sin compasión el pecho! Si no vivo Donde como una flor al aire puro Abre su cáliz verde la palmera, Si del día penoso a casa vuelvo… ¿Casa dije? ¡No hay casa en tierra ajena!… ¡Roto vuelvo en pedazos encendidos! Me recojo del suelo: alzo y amaso Los restos de mí mismo; ávido y triste Como un estatuador un Cristo roto: Trabajo, siempre en pie, por fuera un hombre ¡Venid a ver, venid a ver por dentro! Pero tomad a que Virgilio os guíe… Si no, estáos afuera: el fuego rueda Por la cueva humeante: como flores De un jardín infernal se abren las llagas: ¡ Y boqueantes por la tierra seca Queman los pies los escaldados leños! ¡Toda fue flor la aterradora tumba! ¡No, música tenaz, me hables del cielo!
SED DE BELLEZA Solo, estoy solo: viene el verso amigo, Como el esposo diligente acude De la erizada tórtola al reclamo. Cual de los altos montes en deshielo Por breñas y por valles en copiosos Hilos las nieves desatadas bajan – Así por mis entrañas oprimidas Un balsámico amor y una avaricia, Celeste de hermosura se derraman. Tal desde el vasto azul, sobre la tierra, Cual si de alma virgen la sombría Humanidad sangrienta perfumasen, Su luz benigna las estrellas vierten ¡Esposas del silencio! -y de las flores Tal el aroma vago se levanta. Dadme lo sumo y lo perfecto: dadme Un dibujo de Angelo: una espada Con puño de Cellini, más hermosa Que las techumbres de marfil calado Que se place en labrar Naturaleza. El cráneo augusto dadme donde ardieron El universo Hamlet y la furia Tempestuosa del moro: -la manceba India que a orillas del ameno río Que del viejo Chichén los muros baña A la sombra de un plátano pomposo Y sus propios cabellos, el esbelto Cuerpo bruñido y nítido enjugaba. Dadme mi cielo azul…, dadme la pura, La inefable, la plácida, la eterna Alma de mármol que al soberbio Louvre Dio, cual su espuma y flor, Milo famosa.
SIEMPRE QUE HUNDO LA MENTE Siempre que hundo la mente en libros graves La saco con un haz de luz de aurora: Yo percibo los hilos, la juntura, La flor del Universo: yo pronuncio Pronta a nacer una inmortal poesía. No de dioses de altar ni libros viejos No de flores de Grecia, repintadas Con menjurjes de moda, no con rastros De rastros, no con lívidos despojos Se amansará de las edades muertas: Sino de las entrañas exploradas Del Universo, surgirá radiante Con la luz y las gracias de la vida. Para vencer, combatirá primero: E inundará de luz, como la aurora.
Yo soy un hombre sincero De donde crece la palma, Y antes de morirme quiero Echar mis versos del alma. Yo vengo de todas partes, Y hacia todas partes voy: Arte soy entre las artes, En los montes, monte soy. Yo sé los nombres extraños De las yerbas y las flores, Y de mortales engaños, Y de sublimes dolores. Yo he visto en la noche oscura Llover sobre mi cabeza Los rayos de lumbre pura De la divina belleza. Alas nacer vi en los hombros De las mujeres hermosas: Y salir de los escombros, Volando las mariposas. He visto vivir a un hombre Con el puñal al costado, Sin decir jamás el nombre De aquella que lo ha matado. Rápida, como un reflejo, Dos veces vi el alma, dos: Cuando murió el pobre viejo, Cuando ella me dijo adiós. Temblé una vez – en la reja, A la entrada de la viña,– Cuando la bárbara abeja Picó en la frente a mi niña. Gocé una vez, de tal suerte Que gocé cual nunca: – cuando La sentencia de mi muerte Leyó el alcalde llorando. Oigo un suspiro, a través De las tierras y la mar, Y no es un suspiro,– es Que mi hijo va a despertar. Si dicen que del joyero Tome la joya mejor, Tomo a un amigo sincero Y pongo a un lado el amor. Yo he visto al águila herida Volar al azul sereno, Y morir en su guarida La vibora del veneno. Yo sé bien que cuando el mundo Cede, lívido, al descanso, Sobre el silencio profundo Murmura el arroyo manso. Yo he puesto la mano osada, De horror y júbilo yerta, Sobre la estrella apagada Que cayó frente a mi puerta. Oculto en mi pecho bravo La pena que me lo hiere: El hijo de un pueblo esclavo Vive por él, calla y muere. Todo es hermoso y constante, Todo es música y razón, Y todo, como el diamante, Antes que luz es carbón. Yo sé que el necio se entierra Con gran lujo y con gran llanto. Y que no hay fruta en la tierra Como la del camposanto. Callo, y entiendo, y me quito La pompa del rimador: Cuelgo de un árbol marchito Mi muceta de doctor.
Manuel Reina
(Puente-Genil, Córdoba 1856-1905)
Poemas (v1.0)
Introducción La Perla Juventud de Musset El insecto y la estrella Andalucía En Mayo La Diana El corazón de una hermosa Cantar La catarata y el ruiseñor La gota de sangre Los rojos A media noche Baile de Máscaras
Introducción
Hijo soy de mi siglo, y no puedo olvidar que por el triunfo, de la conciencia humana, desde mis años juveniles lucho.
NÚÑEZDE ARCE.
Soy poeta: yo siento en mi cerebro hervir la inspiración, vibrar la idea; siento irradiar en mi exaltada mente imágenes brillantes como estrellas, El fuego abrasador de los volcanes en mi gigante corazón flamea; escalo el cielo, bajo a los abismos, rujo en el mar, cabalgo en la tormenta
Soy poeta: mi espíritu se escapa de la mezquina cárcel de la tierra, y sobre otros espacios y otros mundos tiende sus alas de águila altanera. Bebe la luz en la mansión del rayo; "atraviesa las órbitas etéreas", y el penetrante arpón de sus pupilas recorre el panorama de la esfera.
Soy poeta: al rumor de las naciones las cuerdas de mi cítara se templan. lloro en el negro mundo de las tumbas, río en la bacanal, trueno en la guerra. El amor y la patria son mi vida; el corazón humano, mi poema; mi religión, la caridad y el arte; la libertad sublime mi bandera.
Soy poeta: yo siento en mi cerebro hervir la inspiración, vibrar la idea; siento irradiar en mi exaltada mente imágenes brillantes: ¡soy poeta!
La Perla
Contemplaban tus ojos centelleantes la palma de cristal, la linfa pura del surtidor que vierte en la espesura, su polvo de zafiros y diamantes. cuando enferma, con pasos vacilantes, se acercó una mujer, todo tristura, y te pidió limosna con dulzura fijando en ti miradas suplicantes. La perla que en tu mano refulgía diste a aquella mujer pobre y doliente, que se alejó, llorando de alegría. Yo, entonces, conmovido y reverente, no te besé en los labios cual solía, ¡sino en la noble y luminosa frente!
Juventud de Musset
A D. Manuel Cano y Cueto.
I Mimí Pinsón, la griseta seductora, arrulla, dulce y coqueta, con su risa trinadora, la juventud del poeta.
Junto a su amada, el cantor da al olvido toda amargura y dolor, al pie de rosal florido donde mora un ruiseñor.
Y ella, con vivos fulgores en los ojos, al vate de sus amores ofrece sus labios rojos y una corona de flores.
Y a la luz de astros radiantes y entre notas argentinas del ave, estallan triunfantes las rotas frases divinas y el beso de los amantes.
II
En tarde resplandeciente y aromada, reclina el genio la frente sobre el cabello esplendente de su gentil adorada; cuando, envuelto en áurea bruma, cruza el cielo cisne blanco, cual la espuma, que, herido, pierde en su vuelo, una ensangrentada pluma.
Con rápida sacudida se alza el vate, y ase, el alma conmovida, la pluma, en sangre teñida cual lanza tras del combate.
Y arranca de ella el tesoro de sus más tristes canciones, bajo cuyas alas de oro se anegan en dulce 11oro los dolientes corazones.
El insecto y la estrella
Mirad aquel insecto de transparentes alas en los brillantes pétalos posado de aquella rosa blanca.
El cielo contemplando las largas noches pasa, fija la vista en la hermosura y birlo de cierta estrella pálida.
¡Amor de un pobre insecto! ¡amor sin esperanza! la estrella no lo mira, es insensible; las estrellas no aman.
En la nevada rosa se ven, por las mañanas, mil gotas cristalinas que parecen abrasadoras lágrimas.
Andalucía
A José Vignote.
Cielo brillante, fuentes rumorosas, ojos negros, cantares y verbenas, altares adornados de azucenas, rostros tostados, perfumadas rosas. Bellas noches de amor esplendorosas, mares de plata y luz, brisas serenas, rejas de nardos y claveles llenas, serenatas, mujeres deliciosas. Cancelas orientales, miradores, la guitarra y su triste melodía, vinos dorados, huertas, ruiseñores, deslumbradora y plácida poesía… He aquí al pueblo del sol y los amores, la mañana del mundo: ¡Andalucía!
En Mayo
¡Ven al prado de lirios y claveles, mi bello y dulce bien! El campo llena de perfumes la atmósfera serena y el mes de mayo irradia en los vergeles. ¡Ven! Entre los rosales y laureles flauta invisible melodiosa suena. ¡Ven! Que en 1a orilla del Genil amena el amor es panal de ricas mieles. ¡Ven, mi alma! Las auras su frescura nos ofrecen; las aves su armonía y recóndito nido la espesura. ¡Mas no, no vengas, adorada mía; que el inmenso raudal de mi amargura tu corazón feliz destrozaría.
La Diana (DE HEINE.)
Toca, toca el tambor y pierde el miedo, abraza a la preciosa cantinera; este es el gran sentido de los libros, esta es la ciencia.
¡Que tu tambor al mundo adormecido de su sueño despierte!
¡Joven, toca con fuerza la diana! ¡Siempre adelante y a tambor batiente!
Esta es de Hegel la profunda ciencia, este es el gran sentido de los libros. Yo los he comprendido a maravilla; soy buen tambor y aprovechado chico.
El corazón de una hermosa
PRÓLOGO
Manuel, en una noche del estío, en el sereno azul clavó los ojos; encendió un aromático veguero, y escribió esta novela. Fin del prólogo.
I
RETRATO
Era el capitán don Juan joven bello y decidor; apuesto, rico y galán, y por su porte y valor llamado El gran capitán. Dorados vinos bebía, con esplendidez jugaba y lindos trajes vestía ; y , calavera, pasaba el tiempo en perenne orgía. Como el héroe conocido, que Espronceda nos pintó, Don Juan nunca recordó dinero por él perdido ni mujer que abandonó . Era nuestro capitán en la esgrima gran maestro; en los salones galán, y en hacer saltar, muy diestro, los tapones del champán. En fin, por su corazón, por su riqueza, hermosura y ardiente imaginación, era Don Juan la figura de la misma seducción.
II
EN LA REJA
–¿Te vas, mi corazón, mi amor primero? –Me marcho ya, querida ; mas antes, que me des un beso quiero. –Con él toma mi vida. –Adiós, adiós, mi gloria, mi alegría. –¡Ay, Juan! ¿Me olvidarás? ¿Serás infiel a mi cariño, un día? –Jamás, Rosa, jamás.
III
ROSA
Rosa, joven divina y vaporosa, formada del aroma de las flores; dulce como canción de ruiseñores; cual noche de esponsales, deliciosa. Era de honor encantadora marca su pecho; en su pupila penetrante fulguraba una página del Dante; en su faz, un soneto de Petrarca. Su cuerpo era conjunto primoroso de estrellas y jazmines. ¿Quién diría que bajo forma tal palpitaría un corazón tan grande y poderoso? Rosa, joven divina y candorosa, del bello capitán enamorada… ¡Cuán infeliz, vendida y desgraciada fuiste por el amor… !. ¡Ay pobre Rosa!
IV
EN EL BAILE
En el soberbio palacio del marqués de la Pradera, arde el placer, vibra el gozo, hierve, esta noche, la fiesta. Ved: es un baile de máscaras con que los dueños celebran el próximo casamiento de su angelical Eugenia. Nuestro alegre capitán es el prometido de ésta; Don Juan, que hoy es objetivo de los hombres y las bellas. El salón está poblado de máscaras pintorescas, de hermosísimas mujeres con vestiduras espléndidas. Torrentes de luz se escapan de las grandiosas lucernas; brillan los limpios cristales; los diamantes centellean; se iluminan los tapices; resplandecen las diademas, y en todo el salón se aspiran embriagadoras esencias. El capitán va vestido a lo Luis Catorce; lleva un elegante sombrero con rizada pluma negra, traje de raso y encaje, todo bordado de perlas, y una reluciente espada a la cintura sujeta. Eugenia, más seductora que nunca, viste de Ofelia: corona de blancas flores su frente preciosa ostenta, y su cuerpo la sublime túnica de nieve, aérea. Risas , suspiros y voces despide la concurrencia; sólo una máscara grave en un ángulo se observa. Viste el traje de Pierrot; gracioso antifaz de seda cubre su rostro, y extraña la multitud vocinglera, que nuestro Pierrot sombrío 1leve una espada en la diestra. Este ve al capitán solo y le dice con voz seca: «Sois un bandido, Don Juan; y por Dios, que la existencia he de quitaros.» «Villano, calla o te arranco la lengua. » Así Don Juan le replica y al mismo tiempo le muestra del palacio suntuoso la riquísima escalera.
V
LA MUERTE
Don Juan, Como buen soldado, es gran tirador de espada; y de una fiera estocada al Pierrot ha atravesado. Este exclama: «Feliz soy; adiós, muero sin dolor. me arrebataste el honor ayer, y me matas hoy. » El capitán con incierta mano el antifaz le quita, y, al verle el semblante, grita: «¡Rosa ! ¡Infeliz! ¡Muerta, muerta! »
Cantar
Magnífica es la riqueza; la libertad, admirable; la salud, mucho mejor. y mejor que ésta, mi madre.
La catarata y el ruiseñor
I
Desplómase la rauda catarata envuelta en luz y plata, rompiendo en mil pedazos su diadema; al abismo se lanza y precipita, y ruge, canta, grita, formando con sus ritmos un poema.
Al ver sus vestiduras y cendales cubiertos de cristales y de resplandeciente pedrería, un ruiseñor contémplala extasiado, y canta entusiasmado sublime y amorosa melodía.
Y en torno del torrente que flamea el pájaro aletea; moja en el agua límpida su pluma, y por la catarata arrebatado el pájaro, asfixiado, en el abismo rueda entre la espuma.
II
El vicio es una hirviente catarata que rauda se desata y en el oscuro abismo se despeña; y al mirar su diadema de brillantes, su luz y sus cambiantes, el alma, alguna vez, suspira y sueña.
La gota de sangre
Sentados en la gótica ventana estábamos tú y yo, mi antigua amante; tú, de hermosura y de placer radiante; yo, absorto en tu belleza soberana. Al ver tu fresca juventud lozana, una abeja lasciva y susurrante clavó su oculto dardo penetrante en tu seno gentil de nieve y grana. Viva gota de sangre transparente sobre tu piel rosada y hechicera . brilló como un rubí resplandeciente. Mi ansioso labio en la pequeña herida estampé con afán… ¡ Nunca lo hiciera, que aquella gota envenenó mi vida!
Los rojos
Retruena el tambor; la turba avanza terrible el rostro y la mirada fiera; flota, teñida en sangre, la bandera; silba el ronco fusil ; cruje la lanza. La multitud, sedienta de venganza, crímenes va sembrando por do quiera; convierte al pueblo en colosal hoguera y se entrega, iracunda, a la matanza. –¡Viva la libertad! la turba grita, cuando, furiosa, al mar se precipita y todo cuanto ve quema y destruye… ¡Oh libertad! ¡Oh libertad sagrada! ¡Maldita sea la hueste degradada que tu precioso nombre prostituye.
A media noche
¡Oh! permets, charmante fille, j'enveloppe mon cou avec tes bras. HAFIZ.
Choca tu dulce boca con la mía, mujer deslumbradora; y brotará la ardiente poesía que mi mente atesora.
Deja, deja que rompa ese lujoso traje de terciopelo que oculta, como amante cariñoso, de tu belleza el cielo,
Quiero una bacanal regia y grandiosa; que el dios de los amores en ella cubra tu cabeza hermosa de perfumadas flores.
Un banquete de dioses, una orgía tan rica y deslumbrante, que exceda a la más bella fantasía del genio más gigante.
Que esté el salón cubierto de brocados, y telas suntuosas; la mesa, de manjares delicados y de divinas rosas.
Y que haya esos licores deliciosos coronados de llamas, que engendran en la mente luminosos y bellos panoramas.
Los generosos vinos espumantes dejemos al olvido; ¡quiero beber en copa de brillantes el oro derretido!
Y cuando de estos goces y delicias esté mi pecho lleno, expirar entre besos y caricias, reclinado en tu seno.
Baile de Máscaras
El salón, por deliciosas mujeres, se halla adornado; parece estuche dorado lleno de piedras preciosas. ¡Oh brillante diversión! Notas, perfumes, colores, gasas, diamantes y flores, en lujosa confusión! Los brilladores reflejos de los ojos de las bellas; la luz , salpicando estrellas en los grandiosos espejos; los tapices, las pinturas, los elegantes tocados, las alfombras, los brocados, las correctas esculturas, los cojines orientales, las blondas, la gentileza de las damas, la riqueza de mármoles y cristales, el raso, perlas y tul, plumas, risas y fragancia, forman de la hermosa estancia un mundo de oro y azul.
Allí se ve al caballero feudal, al cinto la espada, ostentando la celada y la cota del guerrero, prodigando madrigales a una linda jardinera de rizada cabellera y pupilas celestiales. Allá, un alegre estudiante baila con una sultana; aquí, una lista aldeana se burla de un almirante. Allí, un grave capuchino de mirada tenebrosa y barba blanca y sedosa, baila, en raudo torbellino, con una bella gitana que luce negra mantilla, y exhibe la pantorrilla bajo la falda de grana. Mirad, mirad aquel clown en brazos de alta señora, ved aquí, esta labradora bailar con un infanzón. Allá, marcha un mosquetero con una monja del brazo; mirad, en estrecho lazo, una reina y un torero. Allí, un astrónomo gira bordado el manto de estrellas; en derredor de las bellas aquel trovador suspira. Y se encuentran confundidos payasos, reyes, gitanos, griegos, moros y cristianos, guerreros, frailes, bandidos. Monjas, magas, bailarinas, labradoras y princesas, rusas, gitanas, inglesas, moras, gallegas y chinas. Y en medio de ese ruido, de esta locura y afán, del espumante champán se oye el báquico estampido. Y vestido de escarlata, y ceñida la tizona, Mefistófeles entona la sublime serenata.
Manuel Machado
(Sevilla 1874 – Madrid 1947)
Poemas (v1.0)
Adelfos Otoño Sé buena… Retrato
Adelfos
Yo, soy como las gentes que a mi tierra vinieron -soy de la raza mora, vieja amiga del Sol-, que todo lo ganaron y todo, lo perdieron. Tengo el alma de nardo del árabe español. Mi voluntad se ha muerto una noche de luna en que era muy hermoso no pensar ni querer… Mi ideal es tenderme, sin ilusión ninguna… De cuando en cuando, un beso y un nombre de mujer, En mi alma, hermana de la tarde, no hay contornos…, y la rosa simbólica de mi única pasión es una flor que nace en tierras ignoradas y que no tiene aroma, ni forma, ni color. Besos, ¡pero no darlos! Gloria…, ¡la que me deben! ¡Que todo como un aura se venga para mí! Que las olas me traigan y las olas me lleven, y que jamás me obliguen el camino a elegir. ¡Ambición!, no la tengo, ¡Amor!, no lo he sentido. No ardí nunca en un fuego de fe ni gratitud. Un vago afán de arte tuve… Ya lo he perdido. Ni el vicio me seduce, ni adoro la virtud, De mi alta aristocracia, dudar jamás se pudo, No se ganan, se heredan, elegancia y blasón… Pero el lema de casa, el mote del escudo, es una nube vaga que eclipsa un vano sol, Nada es pido. Ni os amo, ni os odio, Con dejarme, lo que hago por vosotros, hacer podéis por mí… ¡Que la vida se tome la pena de matarme, ya que yo no me tomo la pena de vivir!… Mi voluntad se ha muerto una noche de luna en que era muy hermoso no pensar ni querer… Da cuando en cuando un beso, sin ilusión ninguna, ¡El beso generoso que no he de devolver!
Otoño
En el parque, yo solo… Han cerrado, y olvidado en el parque viejo, solo me han dejado. La hoja seca, vagamente indolente, roza el suelo… Nada sé, nada quiero, nada espero. Nada… Solo en el parque me han dejado, olvidado, …y han cerrado.
Se buena…
I
Sé buena. Es el secreto. Llora, o ríe de veras. Que se asome a tus ojos y a tus labios de grana la ternura de tu corazón, sin las hueras flores de trapo de la retórica vana, ¡Oh la sabiduría en amor! ¡Si tú vieras!… Es tan corta…, que linda con la tortura insana de una pasión conceptuosa y sus maneras… Sé buena. Es el secreto. Sé mi amante y mi hermana. Con tus ojos azules y tu pelo de oro, sé consecuente. El Ars Amandi da al olvido. Quema tu alma en el ara del amor soberano. No pretendas vencer. Ríndete. Y que el tesoro de tu hermosura sea dulcemente ofrecido, como al sediento un sorbo de agua pura en la mano.
II
Y en una dulce convalecencia, una mañana limpia y azul como tus ojos-, una de esas mañanas de cristal y grana que aun dejan ver el pulido semblante de la luna… pasearemos la gloria -dulce paz sin victoria- de nuestro amor tranquilo, bajo del claro cielo… Y dirá el agua pura nuestra sencilla historia. Y nuestras sombras débiles, juntas llevará el suelo. El campo verde joven, fremente so la brisa, movido como por una alocada risa feliz, recorreremos. Y tu conmigo, sola, en el paisaje inmenso, en el aire fragante, divinamente mudo, me tenderás, amante, tus rojos labios como una roja amapola.
Retrato
Esta es mi cara y ésta es mi alma; leed: Unos ojos de hastío y una boca de sed… Lo demás… Nada… Vida… Cosas… Lo que se sabe… Calaveradas, amoríos… Nada grave. Un poco de locura, un algo de poesía, una gota del vino de la melancolía… ¿Vicios? Todos. Ninguno… Jugador, no lo he sido: no gozo lo ganado, ni siento lo perdido. Bebo, por no negar mi tierra de Sevilla, media docena de cañas de manzanilla, Las mujeres…–sin ser un Tenorio, ¡eso no!– tengo una que me quiere, y otra a quien quiero yo. Me acuso de no amar sino muy vagamente una porción de cosas que encantan a la gente… La agilidad, el tino, la gracia, la destreza, más que la voluntad, la fuerza y la grandeza… Mi elegancia es buscada, rebuscada. Prefiero a lo helénico y puro lo chic y lo torero. Un destello de luz y una risa oportuna amo más que las languideces de la luna. Medio gitano y medio parisién –dice el vulgo–, con Montmartre y con la Macarena comulgo… Y, antes que un tal poeta, mi deseo primero hubiera sido ser un buen banderillero. Es tarde… Voy de prisa por la vida, Y mi risa es alegre, aunque no niego que llevo prisa.
Arístides Pongilioni
(Cádiz, 1835-1882)
Poemas (v1.0)
Mi pecho enciende en misterioso fuego Tiñe el rubor con sonrosadas tintas Ah! Si al poeta concedió el Eterno Despedida
Mi pecho enciende en misterioso fuego plácida imagen, que en mi mente vaga; nombre, más dulce que la miel hiblea, vibra en mi alma.
Do quiera tiendo la mirada ansiosa, do quier leve murmullo se levanta, sueño de amor, la imagen me aparece, y escucho esa palabra.
Nuca en sus alas la llevó a tu oído la brisa al penetrar por tu ventana? Es que en mis labios sin sonido flota, y espira en mi garganta.
Pero si un punto de tus negros ojos brilla en los míos celestial mirada, ellos dirán en su lenguaje mudo lo que mis labios callan.
Mírame! busca en mi semblante triste ese secreto que mi pecho guarda, y dime, ah! dime que alentar me es dado siquiera una esperanza!
Tiñe el rubor con sonrosadas tintas tus mejillas de nácar, como los tibios rayos de la aurora las nubecillas blancas.
Tiembla en el fondo de tus negros ojos húmeda tu mirada, con el seno de las aguas tiembla estrella solitaria.
Alza y deprime tu nevado seno agitación extraña, cual de la blanca tórtola en el nido miro agitarse el ala.
Y, al peso de ignorado pensamiento, doblas la frente cándida, como el lirio, que inclina su corola al beso de las auras.
Y de las flores con inquieta mano, hoja tras hoja arrancas, y alzas a mí los ojos un instante, quieres hablar… y callas!
Ah! Si al poeta concedió el Eterno la inspiración, que a descifrar alcanza ese confuso y vago y misterioso lenguaje de las almas;
Si veo tu rostro que el rubor colora, si veo tu frente, que en silencio bajas, a qué, luz de mis ojos, alma mía, pregunto si me amas?
Despedida
En vano tu sentimiento quisiste ocultarme, Elvira; yo vi brotar una lágrima sobre tu negra pupila. Brillaba la luz en ella de tu forzada sonrisa cual sobre el agua el reflejo de la estrella vespertina. Como en las hojas del árbol gota de rocío brilla, sobre tus largas pestañas brilló un punto suspendida, luego, tersa, transparente descendió por tu mejilla. Bien así, cuando los euros las gayas flores agitan, del cáliz de la azucena perfumadas se deslizan las lágrimas de la aurora sobre la yerba mullida.
Yo la recogí en mis labios con inefable delicia; nunca beso más ardiente al fuego de amor dio vida. Mis ojos puse en tus ojos, tus manos entre las mías, y absorto quedé, mirándote con embriaguez infinita. Nunca la luz de la luna, de los amantes amiga, vio rostro mas impregnado de tierna melancolía. Nunca el aura de la noche agitó, fresca y lasciva, más rizada cabellera sobre frente más divina. Nunca se alzaron al cielo ojos de expresión mas viva, ni más Virginal suspiro llevó en sus alas la brisa. Pasaban así las horas, fugaces como la dicha; ya en el cielo las estrellas su vivo fulgor perdían. Ya de luz en el oriente brillaba pálida tinta, dando forma y transparencia a las vagas nubecillas. Más fresco y ligero, el viento, volando por la campiña, sobre sus húmedas alas confuso rumor traía. Ya, en las copas de los árboles, alzaban, tristes y unidas, las aves tímido canto, vago murmullo la brisa. Y al par que, de luz vestido, avanzaba el nuevo día, llegaba el tremendo instante, de mi amarga despedida. Triste llanto silencioso rodaba por tus mejillas, mientras de mis labios trémulos estas palabras caían:
En vano el hombre, en su vagar incierto. sobre el mar de la vida, quiere abrigar en bonancible puerto su nave combatida.
Que es en el mundo, por su triste suerte, eterno peregrino; Solo en tus brazos, implacable muerte, concluye su camino.
Si un punto inclina su cabeza, ansiosa de calma y de frescura, "Anda!" inflexible, eterna, misteriosa voz suena en el altura.
Y contra ella agitaráse en vano rebelde el pensamiento: él va como las olas de océano, él va como va el viento.
Yo tengo aquí mi puerto de bonanza, donde morir quisiera, y otra vez, tras quiméricas esperanza, comienza mi carrera.
Dejo el asilo de mis días felices, tesoro de memorias, suelo feliz do tiene sus raíces el árbol de mis glorias.
Dejo el mar, que acompaña el canto mío con su rumor eterno; dejo, llorando, mi lugar vacío junto al hogar paterno.
Dejo los seres cuyo amor perfuma el aire que respiro, que hacen suyo el pesar, cuando me abruma, y lloran, si suspiro.
Dejo ese cielo, do broto la llama que me abrasa y me inspira, dejo cuanto amo yo, cuanto me ama!…. Te dejo a ti, mi Elvira!
Y, abandonando tanto bien seguro, mirar solo anhelante, ignorado, fatídico y oscuro, un porvenir distante!
Qué busco lejos del bendito suelo donde rodó mi cuna? Un nombre acaso que me niega el cielo, una varia fortuna!
Una lucha incesante, que atormente mis más floridos años! un desengaño acaso en mi creciente serie de desengaños!
Y parto, empero, como parte el ave, cumpliendo mi destino. Ah! sólo Dios lo que me aguarda sabe al fin de mi camino!
Quizás al peso de mi amargo duelo mi cuerpo al fin sucumba, y tristes sauces, en extraño suelo, sombra den a mi tumba.
Mas ay! cuando te tengo en mi presencia y voy pronto a perderte, qué he de temer? Acaso no es la ausencia mas triste que la muerte?
Cuando del cuerpo, en rapto victorioso, rompiendo las cadenas, busca el alma, con vuelo majestoso regiones más serenas;
Cuando en el cielo, en su inmortal asiento, aura de Dios la halaga, o entre los leves átomos del viento, como un perfume, vaga;
Le es dado aún de los que amo en el mundo vivir la misma vida, y ser, en misterio mas profundo, su protectora égida.
Vagar en torno, de la luna fría en rayo amarillento, Ver su llanto, gozar con su alegría, leer su pensamiento.
Ah! yo no temo que el sepulcro frío me abra enemiga suerte! ¿No es cierto que es la ausencia, encanto mío, más triste que la muerte?
Adiós! el tiempo se desliza en tanto; la hora fatal ya suena. Ah! pueda pronto mitigar tu llanto un aura más serena!
Nunca me olvides, y al Eterno implora en oración ferviente. Adiós! ya el blanco velo de la aurora rasga el sol en oriente!
Razón feita de amor
(Poema anónimo. S.XIII)
Qui triste tiene su coraçón venga oír esta razón. Odrá razón acabada, feita d'amor e bien rimada. Un escolar la rimó que siempre dueñas amó; mas siempre ovo criança en Alemania y en Francia; moró mucho en Lombardía pora aprender cortesía. En el mes d'abril, después yantar, estaba só un olivar. Entre cimas d'un mançanar un vaso de plata vi estar; pleno era d'un claro vino, que era bermejo e fino; cubierto era a tal mesura no lo tocás' la calentura. Una duena lo í heba puesto, que era senora del huerto, que cuan su amigo viniese, d'aquel vino a beber le diesse. Qui de tal vino hobiesse en la mana cuan comiesse; e d'ello oviesse cada día nuncas más enfermaría. Arriba del mançanar otro vaso vi estar; pleno era d'un agua frida que en el mançanar se nacía. Bebiera d'ela de grado, mas hobi miedo que era encantado. Sobre un prado pus' mi tiesta que nom' fiziese mal la siesta; partí de mí las vistiduras que nom' fiziese mal la calentura. Pleguem' a una fuente perenal, nunca fue homne que vies tall; tan grant virtud en sí había, que de la fridor que d'í ixía, cient pasadas aderredor non sintriades la calor. Todas yerbas que bien olien la fuent cerca sí las tenie: y es la salvia, y son as rosas, y el lirio e las violas; otras tantas yerbas í había, que sol' nombrar no las sabría: mas ell olor que d'í ixía a homne muerto ressucitaría. Pris' del agua un bocado e fui todo esfriado. En mi mano pris' una flor, Sabet, non toda la peyor; e quis' cantar de fin amor. Mas vi venir una doncella; pues naci, non vi tan bella; blanca era e bermeja, cabelos cortos sobr'ell oreja, fruente blanca e loçana, cara fresca como mançana; nariz egual e dreita, nunca viestes tan bien feita, ojos negros e ridientes, boca a razón e blancos dientes; labros bermejos non muy delgados, por verdat bien mesurados; por la centura delgada, bien estant e mesurada; el manto e su brial de xamet era que non d'ál; un sombrero tien' en la tiesta, que nol'firiese mal la siesta; unas luvas tien'en la mano, sabet non ie las dió villano. De las flores viene tomando, en alta voz d'amor cantando. E decia: «¡Ay, meu amigo, si me veré yamás contigo! ¡Amet' sempre e amaré cuanto que viva seré! Porque eres escolar, quisquiere te debría más amar. Nunca odí de homne decir que tanta bona maneras hobo en sí. Más amaría contigo estar, que toda Espana mandar. Más d'una cosa só cuitada; he miedo de seder enganada; que dizen que otra dona, cortesa e bela e bona, te quiere tan gran ben, por ti pierde su sen; e por eso hé pavor que a ésa quieras mejor. Mas s'yo te vies' una vegada, ¡a plan me queries por amada!» Cuant la mia senor esto dizía, sabet, a mí non vidía; pero sé que no me conocía, que de mí non foiría. Yo non fiz aquí como villano, levem' e pris' la por la mano; juñiemos amos en par e posamos so ell olivar. Dix' le yo : «Dezit, la mia senor, ¿si supiestes nunca d'amor?» Diz ella: «A plan, con grant amor ando, mas non conozco mi amado; pero dizem' un su mesajero que es clérigo e non caballero, sabe muito de trovar de leyer e de cantar; dizem' que es de buenas yentes, mancebo barbapuñientes». «Por Dios, que digades, la mia senor, ¿que donas tenedes por la su amor?» «Estas luvas y est' capiello, est'oral y est'aniello envió a mí es' meu amigo, que por la su amor trayo conmigo.» Yo coñocí luego las alfayas, que yo ie las habia enviadas; ela coñoció una mi cinta man a mano, qu'ela la fiziera con la su mano. Toliós' el manto de los hombros; besóme la boca e por los ojos; tan gran sabor de mí había, sol' fablar non me podía. «¡Dios senor, a ti loado cuant conozco meu amado! ¡Agora e tod' bien comigo cuan conozco meo amigo!» Una grant pieça allí estando, de nuestro amor ementando, elam' dixo : «El mio senor, horam' sería de tornar, si a vos non fuese en pesar». Yol' dix' : «It, la mia senor, pues que ir queredes, mas de mi amor pensat, fe que debedes». Elam' dixo: «Bien seguro seit de mi amor, no vos camiaré por un emperador». La mia senor se va privado, dexa a mi desconortado. Queque la vi fuera del huerto, por poco non fui muerto. Por verdat quisieram' adormir, mas una palomela vi; tan blanca era como la nieu del puerto, volando viene por medio del huerto, un cascabiello dorado trai al pie atado. En la fuent quiso entrar mas cuando a mí vido estar, entrós' en el vaso del malgranar.
Ángel Saavedra,
Duque de Rivas
(Córdoba 1791- Madrid 1865)
Poemas (v1.0)
El otoño El faro de Malta
El otoño
Al bosque y al jardín el crudo aliento Del otoño robó la verde pompa, Y la arrastra marchita en remolinos Por el Árido suelo.
Los árboles y arbustos erizados, Yertos extienden las desnudas ramas, Y toman el aspecto pavoroso De helados esqueletos.
Huyen de ellos las aves asombradas, Que en torno revolaban bulliciosas, Y entre las frescas hojas escondidas Cantaban sus amores,
¿Son ¡ay! los mismos árboles que ha poco Del sol burlaban el ardor severo, Y entre apacibles auras se mecían Hermosos y lozanos?
Pasó su juventud fugaz y breve, Pasó su juventud, y envejecidos No pueden sostener las ricas galas Que les dio primavera.
Y pronto en su lugar el crudo invierno Les dará nieve rígida en ornato, Y el jugo, que es la sangre de sus venas, Hielo será de muerte,
A nosotros los míseros mortales, A nosotros también nos arrebata La juventud gallarda y venturosa Del tiempo la carrera,
Y nos despoja con su mano dura, Al llegar nuestro otoño, de los dones De nuestra primavera, y nos desnuda De sus hermosas galas.
Y huyen de nuestra mente apresurados Los alegres y dulces pensamientos, Que en nuestros corazones anidaban Y nuestras dichas eran.
Y luego la vejez de nieve cubre Nuestras frentes marchitas, y de hielo Nuestros áridos miembros, y en las venas Se nos cuaja la sangre.
Mas ¡ay qué diferencia, cielo santo, Entre esas plantas que caducas creo, Y el hombre desdichado y miserable! ¡Oh Dios, qué diferencia!!!
Los huracanes pasarán de otoño, Y pasarán las nieves del invierno. Y al tornar apacible primavera Risueña y productora,
Los que miro desnudos esqueletos Brotarán de sí mismos nueva vida, Renacerán en juventud lozana, Vestirán nueva pompa,
Y tornarán las bulliciosas aves A revolar en torno, y a esconderse Entre sus frescas hojas, derramando Deliciosos gorjeos,
Pero a nosotros míseros humanos, ¿Quién nuestra juventud, quién nos devuelve Sus ilusiones y sus ricas galas?… Por siempre las perdimos.
¿Quién nos libra del peso de la nieve Que nuestros miembros débiles abruma? ¿De la horrenda vejez quién nos liberta?… La mano de la muerte.
El faro de malta
Envuelve al mundo extenso triste noche, Ronco huracán y borrascosas nubes Confunden y tinieblas impalpables El cielo, el mar, la tierra:
Y tú invisible te alzas, en tu frente Ostentando de fuego una corona, Cual rey del caos, que refleja y arde Con luz de paz y vida.
En vano ronco el mar alza sus montes Y revienta a mis pies, do rebramante Creciendo en blanca espuma, esconde y borra El abrigo del puerto:
Tú, con lengua de fuego, aquí está, dices, Sin voz hablando al tímido piloto, Que como a numen bienhechor te adora,Y en ti los ojos clava.
Tiende apacible noche el manto rico, Que céfiro amoroso desenrolla, Recamado de estrellas y lucerosPor él rueda la luna;
Y entonces tú, de niebla vaporosa vestido, dejas ver en formas vagas Tu cuerpo colosal, y tu diadema Arde al par de los astros.
Duerme tranquilo el mar, pérfido esconde Rocas aleves, Áridos escollos, Falso señuelo son, lejanas lumbres Engañan a las naves.
Mas tú cuyo esplendor todo lo ofusca, Tú, cuya inmoble posición indica El trono de un monarca, eres su norte, Les adviertes su engaño.
Así de la razón arde la antorcha, En medio del furor de las pasiones O de aleves halagos de fortuna, A los ojos del alma,
Desque refugio de la airada suerte En esta escasa tierra que presides, Y grato albergue el cielo bondoso Me concedió propicio;
Ni una voz sólo a mis pesares busco Dulce olvido del sueño entre los brazos, sin saludarte, y sin tomar los ojos A tu espléndida frente.
¡Cuántos, ay, desde el seno de los mares Al par los tomarán!… tras larga ausencia Unos, que vuelven a su patria amada, A sus hijos y esposa.
Otros prófugos, pobres, perseguidos; Que asilo buscan, cual busqué, lejano, Y a quienes que lo hallaron, tu luz dice, Hospitalaria estrella.
Arde, y sirve de norte a los bajeles, Que de mi patria, aunque de tarde en tarde Me traen nuevas amargas, y renglones Con lágrimas escritos.
Cuando la vez primera deslumbraste Mis afligidos ojos, ¡cuán mi pecho Destrozado y hundido en amargura, Palpitó venturoso!
Del lacio moribundo las riberas Huyendo inhospitables, contrastado Del viento y mar entre ásperos bajíos, Vi tu lumbre divina:
Viéronla como yo los marineros, Y olvidando los votos y plegarias Que en las sordas tinieblas se perdían, Malta!!! Malta!!! gritaron;
Y fuiste a nuestros ojos la aureola, Que forma la frente de la santa imagen En quien busca afanoso peregrino La salud y el consuelo.
Jamás te olvidaré, jamás… Tan sólo Trocara tu esplendor, sin olvidarlo, Rey de la noche, y de tu excelsa cumbre La benéfica llama,
Por la llama y los fúlgidos destellos, Que lanza, reflejando al sol naciente, El Arcángel dorado, que corona De Córdoba la torre.
Malta 1828
Salvador Rueda (Málaga 1857-1933) Poemas (v1.0)
La lámpara de la poesía La copla El ave del paraíso La cigarra Hora de fuego Las bodas del mar El «copo» La sandía Ramo de lirios Afrodita La bacanal
La lámpara de la poesía
Desde la frente, que es lámpara lírica, desborda su acento como un aceite de aroma y de gracia la ardiente poesía, y a los ensalmos exhala cantando su fresca armonía, vase llenando de luz inefable la esponja del viento. Rozan los versos como alas ungidas de lírico ungüento sobre las frentes, que se abren cual rosas de blanca alegría; y un abanico de ritmos celestes el aire deslía, cual si moviera sus plumas de magia de Dios el aliento. Vierte en el aire la lámpara noble sus sones divinos, que goteantes de sílabas puras derraman sus trinos desde el tazón del cerebro de lumbre que canta sonoro. Y revolando las almas acuden de sed abrasadas como palomas que beben rocío y ondulan bañadas en el temblor de la fuente sube del verso de oro.
La copla
Tiene la mariposa cuatro alas; tu tienes cuatro versos voladores; ella, al girar, resbala por las flores; tú por los labios, al girar, resbalas. Como luces su túnica, tú exhalas de tu forma divinos resplandores, y fingen ocho vuelos tembladores tus cuatro remos y sus cuatro palas. Ya te enredas del alma en una queja, ya en la azul campanilla de una reja, ya de un mantón en el airoso fleco. En el pueblo, andaluz, copla, has nacido, y tienes –¡ave musical!– tu nido de la guitarra en el sonoro hueco.
El ave del paraíso
Ved el ave inmortal, es su figura; la antigüedad un silfo la creía, y la vio su extasiada fantasía cual hada, genio, flor o llama pura. Su plumaje es la luz hecha locura, un brillante hervidero de alegría donde tiembla 1a ardiente sinfonía de cuantos tonos casa la hermosura. Su cola real, colgando en catarata; y dirigida al sol, haz que desata vivo penacho de arcos cimbradores. Curvas suelta la cola sorprende, y al aire lanza cual tazón de fuente un surtidor de palmas de colores.
La cigarra
Silencio; es la cigarra, la doctora, la que enseñó a Virgilio la poesía y dio a las viñas griegas su armonía cual bordón inmortal de luz cantora. Aun pasa con su lira triunfadora ardiendo en entusiasmo y energía; encerrado en sus élitros va el día, escuchad su canción abrasadora. Ser en la roja siesta enardecido, es un ascua del sol hecha alarido que a su propio calor fundirse quiere. Quema al cantar su real naturaleza, canta por el amor a la belleza, canta a las almas, y cantando muere.
Hora de fuego
Quietud, pereza, languidez, sosiego…; un sol desencajado el suelo dora, y a su valiente luz deslumbradora queda el que a fascinado y ciego. El mar latino, y andaluz, y griego, suspira dejos de cadencia mora, y la jarra gentil que perlas llora se columpia en la siesta de oro y fuego. Al rojo blanco la ciudad llamea; ni una brisa los árboles cimbrea, arrancándoles lentas melodías. Y sobre el tono de ascuas del ambiente, frescas cubren su carmín rïente en sus rasgadas bocas las sandías.
Las bodas del mar
Ya acudes a tu cita misteriosa con el inquieto mar, luna constante, y asoma las playas de Levante, hostia de luz, tu cara milagrosa. En la onda azul, cual nacarada rosa, se abre tu seno con pasión de amante y dibuja un reguero rutilante tu pie sobre la espuma en que se posa. El agua, como un tálamo amoroso, te ofrece sus cristales movedizos donde tiendes tu cuerpo luminoso. Y al ostentar desnuda tus hechizos, el mar, con un abrazo tembloroso, te envuelve en haz de onduladores rizos…
El «copo»
Tíñese el mar de azul y de escarlata; el sol alumbra su cristal sereno, y circulan los peces por su seno como ligeras góndolas de plata. La multitud que alegre se desata corre a la playa de las ondas freno, y el musculoso pescador moreno la malla coge que cautiva y mata. En torno de él la muchedumbre grita, que alborozada sin cesar se agita doquier fijando la insegura huella. Y son portento de belleza suma: la red, que sale de la blanca espuma: y el pez, que tiembla prisionero en ella.
La sandía
Cual si de pronto se entreabriera el día despidiendo una intensa llamarada, por el acero fúlgido rasgada mostró su carne roja la sandía. Carmín incandescente parecía la larga y deslumbrante cuchillada, como boca encendida y desatada en frescos borbotones de alegría. Tajada tras tajada, señalando las fue el hábil cuchillo separando, vivas a la ilusión como ningunas. Las separó la mano de repente, y de improviso decoró la fuente un círculo de rojas medias lunas.
Ramo de lirios
Porque de ti se vieron adorados, tengo un vaso de lirios juveniles: unos visten pureza de marfiles; los otros terciopelos afelpados. Flores que sienten, cálices alados que semejan tener sueños sutiles, son los lirios, ya blancos y gentiles, ya como cardenales coagulados. Cuando la muerte vuelva un ámbar de oro tus largas manos de ilusión que adoro, iré lirios en ellas a tejerte. Y mezclarán sus tallos quebradizos con sus dedos cruzados y pajizos, ¡que fingirán los lirios de la muerte!
Afrodita
Venus, la de los senos adorados que nutren de vigor savias y rosas; la que al mirar derrama mariposas y al sonreír florecen los collados; la que en almas y cuerpos congelados fecunda vierte llamas generosas, de Eros a las caricias amorosas ostenta sus ropajes cincelados. Ella es la fuerza viva, el soplo ardiente de cuanto sueña y goza, piensa y siente; de cuanto canta y ríe, vibra y ama. En el niño es candor, eco en la risa; en el agua canción, beso en la brisa, ascua en corazón, flor en la rama.
La bacanal
Desfile antiguo
I
Está de fiesta la triunfante Roma; desierto y mudo su elocuente Foro; con estallar de estrépito sonoro la delirante bacanal asoma.
No importa que minando la carcoma esté su base de sillares de oro, ni que entre mares de imborrable lloro caiga como la impúdica Sodoma.
El festival con su esplendor la baña, y sus noches magnificas recrea, y con báquicos bailes le acompaña.
Y Roma, entre el festín que la rodea, vacila como tronco en la montaña que, antes de herirlo, el viento bambolea.
II
Abren la marcha grupos numerosos de Silenos con pieles revestidos, que adelantan el paso confundidos con grupos de bacantes bulliciosos.
Agitando los tirsos primorosos de cien lazos espléndidos ceñidos, excitan y enardecen los sentidos con sus bailes de ritmos cadenciosos.
De la noche rompiendo las tristezas, van antorchas de rayos penetrantes que del cuadro destacan las bellezas.
Y un escuadrón de sátiros saltantes conduce en las cornígeras cabezas hojas de hiedra en círculos triunfantes.
III
Mujeres con figura de victoria siguen vestidas de lujosas galas, y abren en sus omóplatos las alas, símbolo de su triunfo y de su gloria.
Vivas luces ardiendo a la memoria del gran Dionisos brillan cual bengalas, y de sus tonos tienden las escalas sobre el festín de la romana escoria.
Un bello altar de perlas coronado, que irradia como asiático tesoro, va de frondosas pámpanas orlado.
Y en pos de cien niños a compás sonoro, llevan como presente delicado el azafrán en páteras de oro.
IV
Tras de un tropel que rompe y desbarata, libre de toda ley, lazos y frenos, llegan en el tumulto dos Silenos en cuya piel la luz rayos desata.
Uno que e1 vivo júbilo retrata va dando brincos de destreza llenos, y el otro lanza vibradores truenos de una trompeta de maciza plata.
Entre los dos, de trágico vestido, un hombre va colérico accionando y el rostro tras la máscara escondido.
Es el actor que avanza declamando, y viene con acento enardecido dáctilos y espondeos recitando.
V
Esparciendo, prolíficas, los dones con que la madre tierra las dotara, entre pompas que un rey ambicionara avanzan las diversas estaciones.
Resuenan encomiásticas canciones en las que va la perfección más rara, y en copa enorme que de hervir no para hacen sátiros mil sus libaciones.
Trípodes al de Delfos semejantes y piedras erizadas de facetas, van mezclados con copas deslumbrantes.
Y ensalzan en su lira los poetas, con ditirambos bellos y brillantes, el premio destinado a los atletas.
VI
Baco, encima de un carro reluciente, va por torvas panteras arrastrado, y en un vaso de plata cincelado bebe la espuma del licor hirviente.
Un tazón de Laconia transparente, bajo el dosel de pámpanas formado, luce su primoroso modelado junto a jarros y perlas del Oriente.
Muestran las cabelleras destrenzadas en el carro triunfal nobles matronas con las sacerdotisas inspiradas.
Y cubiertas de pieles de leonas, van al pagano rito encadenadas mujeres con laureles y coronas.
VII
Cien brutos de otro carro van tirando: es un lagar de áureos racimos lleno, que están, al son de un canto de Sileno, enardecidos sátiros pisando.
Al brusco ritmo con que van bailando, la uva derrama su jugoso seno, y fingen sordo resonar de trueno los duros pies el suelo golpeando.
Copas de plata el chorro desprendido reciben en sus fondos deslumbrantes, cual si el nácar hubiéralos bruñido.
Trasiéganlas las turbas delirantes, y el carro lleva a su espaldar uncido un reguero de lúbricas bacantes.
VIII
De la profusa bacanal liviana avanza otro vehículo asombroso bajo un odre gigante y portentoso que de leopardas pieles se engalana.
Sobre su inmensa cima soberana, como en hombros de homérico coloso, en montón hacinado y prodigioso junta sus artes la ciudad romana.
Jarros, trípodes, vasos a porfía, bajo relieves de cincel divino, asombran la exaltada fantasía.
Y a lo largo llevadas del camino, al par que derramando la alegría, van vertiendo las cráteras el vino.
IX
Sigue un cuadro de gracia y de belleza: niños vestidos de ideal blancura muestran ceñidas en la frente pura coronas que tejió Naturaleza.
Sobre un carro cargado de riqueza vierte una gruta esencias y frescura, y hay un coro de ninfas que asegura verde laurel a la gentil cabeza.
Dos fuentes de las peñas se desmandan entre ramajes y aromadas pomas, y leche y vino en sus raudales mandan.
Ungen el aire asiáticos aromas, y por cima del carro se desbandan espirales de espléndidas palomas.
X
Dos cazadores con venablos de oro, de numerosos perros circundados, que Hircania regaló en sus collados para ornamento del festín sonoro,
van escuchando el encendido coro de entusiásticos himnos, dedicados al dios que lleva a su poder atados tanto regio esplendor, tanto tesoro.
Arboles de magnífico follaje ponen dosel de agreste poesía al cuadro halagador con su ramaje.
Y en sus hojas estalla la armonía de cien aves de espléndido plumaje que en bellas jaulas regaló Etiopía.
XI
Siguen el lento paso torvas fieras de hirsuta piel en tintas salpicadas, elefantes de trompas enroscadas, las de diente voraz rubias panteras.
Con lanas como blondas cabelleras van las llamas de formas delicadas, y las alas de armiño inmaculadas abren los cisnes como dos banderas.
Aguilas de pupila rutilante, de duras garras y de corvo pico, nobleza prestan al festín brillante.
Y el pavo real, de tornasoles rico, desata la baraja deslumbrante de las plumas sin fin de su abanico.
XII
Cierra la marcha, espléndido y grandioso, un grupo de cien carros resonantes, donde avestruces, ciervos y elefantes, pasan en un desfile esplendoroso.
Baco, en medio, deslumbra victorioso coronado de pámpanas flotantes, entre sabias ciudades que triunfantes simbolizó el artista prodigioso.
El vino en copas cinceladas prueban sátiros que, beodos, van saltando y a las bacantes lúbricas sublevan.
Y esclavos rudos a compás danzando, ébano en troncos colosales llevan sobre los recios hombros descansando.
XIII
Y entre esa orgía de placer profundo, pasmo y asombro del cerebro humano, que atraviesa en desfile soberano con su tropel de carros rubicundo;
entre ese delirar vivo y jocundo río que corre al lóbrego Océano donde revueltas en su estruendo vano van a morir las glorias de este mundo,
la antigua sociedad, roto su cielo, siente que en su espaldas se desploma, y herida pliega el vacilante vuelo.
Borra el festín su embriagador aroma, se apagan las antorchas, tiembla el suelo, ¡se abre el abismo y se sepulta Roma!
Juan Eduardo Cirlot
LOS RESTOS NEGROS
Ha llegado la hora de arrancarme los ojos.
J. E. C., En la Llama.
A Eurídice-Perséfone
Mis cabezas cortadas me circundan y los cangrejos rondan junto a mi figura de basalto transparente rayada por arterias de rubíes.
Una esfera blanquísima de plomo divide el horizonte en dos mitades sobre la gasa pálida del humo y la afilada rueda de cuchillos.
Los senos son los ojos y las torres simétricas se elevan hasta el cielo como unas blancas piernas de giganta teñidas del azul que vierte el odio.
Murciélagos inmensos a lo lejos esperan los despojos. Y la reina del musgo se deshace junto al lago donde el mercurio sueña con azufre.
Manos crucificadas se reparten por plazas o por calles y jardines. Aves descabezadas se han posado en las negras barandas del abismo
* * *
Las rosas se parecen a las rosas; arden en su patíbulo espinoso. Superior al amor es el placer de desgarrar el rostro despiadado.
El estandarte es rojo y amarillo, con un dragón sin alas ni reflejos del oro abandonado entre las puertas de las casas perdidas por el mundo.
Me arrodillo sin manos entre ortigas y la voz se me va con la mirada. Sólo llamas azules acarician el lugar destrozado que yo fui.
Y vi las calcinadas dispersiones a la rojiza luz de las estrellas dispersas como el alma por un cielo sin orden y sin paz eternamente.
Un precipicio impuro me circunda. He perdonado bocas, corazones. Veo todos los hierros de la tierra erguirse entre mis ojos alejados.
Crujientes intervalos constituyen la música horrorosa en que sumerjo esa pálida mano que me espera detrás de los escombros que se acercan.
* **
Voy por los campos blancos o grisáceos buscando enterramientos o batallas; la triste arqueología que milenios o tan sólo unos años desentierra.
Cerámicas y azules esqueletos encuentro y pensamientos en la bruma y condecoraciones con serpientes y fragmentos de vasos y de espadas.
Encuentro sepulturas de doncellas sacrificadas a los dioses muertos, con los rubios cabellos todavía pegados a los cráneos transparentes.
Hallo trozos de tanque y lanzallamas, águilas de estandarte que palpitan y pedazos de lúgubre esperanza inscritos en idiomas milenarios.
Encuentro rojas dagas con esvásticas bajo lanzas La Tène y negras fíbulas y espirales de plata funeraria. Encuentro mis palabras en las ruinas.
Y mi propio cadáver entre sombras, entre grabadas piedras apiladas, me recuerda que estuve en el combate contra las hordas ágiles de Oriente.
La mujer de los dos cuerpos se acercó por el campo de siembras abrasadas. Una de sus figuras era negra. La otra era anaranjada como el sol.
De pronto quiso hablar. Sólo sombríos sonidos estridentes encendieron los ámbitos insomnes del silencio. Sólo la oscuridad era verdad.
El cielo estaba gris, de mi cabeza brotó una llama azul y el horizonte se descompuso en signos de colores siniestros como lágrimas de muerto.
Muros llenos de sangre se elevaban sin orden, por doquier, entre animales de piedras diferentes y una música de vibraciones graves y muy lentas.
La mujer de dos cuerpos separó sus dos mitades rojas como mármoles, iguales en lo herido y en lo hiriente. Iluminaba un bosque con sus llamas.
Un pedazo de bronce me miró con sus pupilas negras de otro siglo. Cantaban coros ciegos por los cielos. Yo era la Gran Esfinge para siempre.
* * *
Si la palabra puede ser poder anhelo y oración siendo lo mismo, que la aniquilación me espere cuando termine con mi pulso mi ceniza.
No quiero ni perderme en el Urano ni llegar a la paz pero existiendo. Que no transmigre nada de mi error, que no queden partículas de mí.
Rechazo la belleza del abismo superior como rechazo la hermosura de una tierra que fuera el paraíso o de un cielo infinito y absoluto.
Niego mi condición con mis dos ojos, como niego mi luz y mi recuerdo, como niego las obras de mis días y mi propia existencia en este mundo.
Niego con mi presencia mi razón y pido solamente la tiniebla total de nada ser para lo eterno y de nada fingir con inscripciones.
Ello, yo te suplico que me escuches: fuente de la energía y la materia. Te suplico que quieras apartarme del insomne torrente que suscitas,
DE TU AVALANCHA BLANCA DE GALAXIAS.
* * *
Las jóvenes bellezas dibujadas en la muralla absorta del pasado emiten una luz fosforescente, un sonido que apenas es lamento.
Cuando el navío viking se alejó entre los aldabones de las olas, entre los aletazos de la brisa, entre las letanías de los remos;
Cuando el navío viking se alejó yo estaba junto al mar, encadenado, y mis ojos de anciano contemplaban el cisne blanquecino de las olas.
Las cicatrices negras de mi cuerpo eran de latigazos, no de lanzas. Y mis labios resecos no rozaron nunca la palidez de las estatuas.
Ellas, de cabelleras deslumbrantes, bajaban hasta el río y se bañaban en la sangre creyendo que era el agua, en la muerte creyendo que era el alma.
Las jóvenes bellezas dibujadas en el muro de plomo del pasado emiten un sonido tembloroso, una fosforescencia azul que callo.
* * *
Llamas azules, verdes, amarillas de un fuego no terreno me servían. Estaba atormentando a un alma oscura en un triste desierto inmaterial.
En su dolor, el alma debatiéndose me preguntó por qué la torturaba. Mis llamas son yo mismo, respondí, ¿Rechazas el infierno de mis ojos?
Las heladas imágenes vacías entre los matorrales estelares; algo de mi existencia persistía convertido en hogueras discontinuas.
Las manos de aquel alma eran ceniza, venas llenas de azufre la animaban. No quiso responder a mi pregunta. Su tenue transparencia azul lloraba.
Pero entre los tormentos comprendió : yo era el martirio mismo y resistía. Carcomido por soles, las estrellas me sembraban de heridas llameantes.
Y una hoguera peor me consistía mezclándome con hielo y con metales líquidos como el aullido del mercurio cuando busca el azufre y no lo encuentra.
* * *
Pedazos de granate y de carbón profanan mi silencio iluminado. Maldición a los muslos del infierno.
Roto como una torre de otro mundo muevo mi pensamiento entre las alas de unas aves de piedra transparente.
Bajo mis pies las tablas del navío tiemblan y las serpientes de las olas me llaman por mi nombre abominado.
Mi espada se ha deshecho y mi cabeza aparece clavada en la muralla de la ciudad negrísima del no.
Flores del campo muerto sollozad y vestid el cadáver infinito. Vuestra congregación me sobrecoge.
* * *
Encuentro trozos negros entre hierbas, son fragmentos hallstáticos que gimen junto al borde confuso de mi sombra.
El hierro con sus grises nervaduras y las antenas tensas de la espiga de la tétrica daga que me escucha.
Y los cabellos rubios deshaciendo las orillas de un río que no existe y que nunca existió bajo la muerte.
Ella me contenía entre sus ojos. Mi máscara de hierro no era mía. El alma se filtraba entre la piedra.
¿Qué conserva de Hallstatt mi corazón informe? (Mas aquél es sólo un tiempo irguiéndose entre tiempos polifónicos.)
* * *
Entre la noche y el clamor del nunca el gesto de la esvástica remueve el viento de las almas necesarias.
Las runas se difunden por los orbes y definen tatuajes en los muros tan cuidadosamente construidos.
La esvástica se rompe y el abismo lanza su luz violeta a las estrellas mientras el fuego se reduce a cifras.
El alma es un volcán exterminado y sus brazos cortados se parecen a las inciertas luces de la nada.
¿Qué quiere esa mujer de muslos rojos con su boca tan alta como el humo, y su torso de dios atormentado?
No quiere mi cabeza ni mi cuerpo perforado, clavado, desmembrado.
QUIERE LOS RESTOS NEGROS DE MI ESPÍRITU
Juan Eduardo Cirlot
SEGUNDO CANTO DE LA VIDA MUERTA
La luz estaba muerta en el perfil de aquella imagen de oro substancial. De su quietud eterna se alejaban hojas como cristales de silencio.
Su voz no pronunció mi antiguo nombre, de sus manos de piedra no hubo fuente. Números enterrados en sus círculos formaban halos negros con dolor.
Yo estaba entonces solo en mi figura, no conocía el filo de los tiempos ni esta disgregación fundamental que cruje cuando muevo mi cabeza.
***
Torres de seda verde y agua sorda flotaban en la atmósfera parada; aquel instante eterno, sostenido por lejanos impulsos sin cristal.
El agua estaba quieta y conformaba círculos o bellezas con cabellos de amatistas purísimas y agudas. La seda en espirales se movía.
Yo ví cómo las alas de su cuerpo rompían los vestidos de mi espíritu Yo ví como la música interior rasgaba una pirámide de fuego.
Allí vagaban pálidos ramajes, esferas alumbradas desde dentro, palabras o reflejos de otros mundos. El corazón mostraba sus momentos.
***
Sombras llenas de muerte y de ternura bajan por la escalera de lo absorto y se miran las manos separadas, las bocas olvidadas a lo lejos, las frentes sin abismos ni ceniza, Las alas sin color ni pensamiento.
Sombra llenas de muerte y de ternura sólo saben coser con hilo negro. De sus quemados hombros baja un río de paz intolerable y persistente. Los glaciares se extienden y domina un clima de cristal en los palacios.
***
Lilith me reconoce entre las sombras cuando la tarde quema sus diamantes sobre la voz azul del sentimiento.
Ella sabe tomar de mis raícce la parte de la cifra y del temblor, las gotas de esa sangre que respira.
Viene junto a la rosa de los cambios con su mirada doble de granitos. Y un blanco girasol destruye el mundo.
***
El misterio se acerca; de sus ojos salen rojas las luces del abismo. El secreto se acerca por el lado derecho de mi sol casi extinguido.
Sus letras no se entienden y su voz es lenta como el orden de los mundos. Pero su espada blanca y afilada marca mi corazón con una cruz. Y mis dulces acordes se deshacen.
***
Es mi tercera mano la que canta despacio la que mueve los astros debajo de la sombra.
Es mi tercera mano la que llora en el cielo, la que pesa las nieves del lamento interior.
Es mi tercera mano la que tiene la llave del cuarto más profundo donde todo se ignora.
***
EL sufrimiento reza sus rosarios bajo la paz externa que se extiende por un mundo sin orden anterior al orden de lo escrito o que ya está consumado por ciegos arrebatos.
El sufrimiento tiene sus seis alas ardiendo en una hoguera silenciosa. De su celeste frente baja un halo de lágrimas de luz petrificada, de ruegos sin final y sin sentido.
El sufrimiento come sus comidas de azufre solitario y aire muerto. Bebe sus aguas sordas en un vaso en el que un ángel sólo bebería: anterior al misterio de los hombres.
***
Mis imágenes muertas se desprenden del cielo con las nubes en silencio.
Láminas que se rompen y se alejan cayendo en una cima de cristal, en cifras sin substancia fulgurante.
Una montaña queda allá en el fondo del tiempo que viví como las llamas, con mi frente de altar para el sollozo, con mis ramas abiertas en el mundo. Pero todos los signos son incicrtos.
***
MI dispersión me rompe en mis ideas, en mis amores ciegos o videntes en mis profundidades y lecturas, en los reflejos rotos de un sol roto.
¿Dónde están mi unidad y mi presencia? ¿Dónde está mi palacio transparente? ¿Dónde están las estatuas que mi boca ha de reunir en signos y en concierto?
Mi cuerpo se me va como un gran río de ceniza y de perlas disgregadas. Su memoria se quema en lo profundo y mis espejos muertos se desunen.
***
Yo vivo en una casa sin jardín. en una casa interna donde se oyen ladridos y sollozos cuando el cielo sucumbe a su dorado movimiento.
Yo vivo en una casa cuyas ramas penetran en las casa de los otros y queman sus azules mobiliarios, sus retratos amados por el tiempo.
De mis palabras surgen soluciones de cristal invasor que nada puede destruir o parar. De mis palabras nacen olas y mares ascendentes.
Mi casa comunica con las fuerzas que perforan los mundos y los alzan en la cima furiosa de esa sombra sin principio ni fin que me alimenta.
***
Los fuegos de este mundo se reflejen en las hogueras negras de aquel otro que brota en los momentos del misterio, cuando el cielo interior se escinde en dos, y la sombra final se multiplica acercándose el límite frenético.
Sin elementos flota ese otro mundo del cual no puedo hablar sino tan sólo señalar con el alma le presencia sobre la gran pantalla del abismo.
***
Los lamentos trasladan las montañas entre pálidos mares de ceniza y crisantemos rosas como el cielo. Estar con otro rostro en una cima, rojo como la sangre bruscamente abierta ante la luz desamparada. Estar con mis dos cuerpos en el aire mientras un corazón de peso eterno entrelaza mis fibras con guirnaldas de crisol subterráneo y resistente.
No me sirve de nada estar gritando, porque mis labios rotos me abandonan. Yo no soy esa estatua transperente que los pájaros hacen con sus alas.
***
En el relieve gris que bate el hielo llora la imagen muerta del olvido, de esa ciudad de voz y persistencia de cuyas verdea luces me alimento.
No quiero abandonar mi paraíso lleno de soledad y de abandono. Las olas del dolor llegan despacio a las paredes sordas donde vivo con mis dedos de líquenes y flores, con mis lejanas bocas entreabiertas.
Isaac del Vando Villar
(Sevilla, 1890)
Poemas (v1.0)
Naturaleza muerta La rueda grande Poema simultáneo Ciudad giratoria El poema de las delicias viejas Kursaal Brasil
Naturaleza muerta
Lienzo colmado de frutos maduros. Estiva y esplendorosa moldura.
Jardineros sibaritas y sanguinarios han roto los cordones umbilicales. Novilunio, cuerno de la abundancia.
Sandias, mujeres sangrantes. Uvas –perlas– inglesas. Las magnolias se nos ofrecen como modelos. Las palmeras se han prendido las cubanas de oro.
Mi corazón kaki y mis ojos ciruelas en la bandeja de mis manos.
Metamorfosis del gusano de seda. ¡Yo también soy naturaleza muerta!
La rueda grande
Ante la cabina de mi cerebro el universo desenrollado se extasía. Ahora, los pescaditos estarán haciendo equilibrios encima de los cables submarinos.
Las serpentinas radiotelegráficas se enredarán en las bayonetas de las antenas.
El perfume de lo divino y de lo humano nos adormece con su cloroformo.
En este momento calenturiento de fastidio, se estaría mejor en el Polo Norte tomando sorbete de fresa con calentadores a los pies.
Una mujer muy interesante me ofrece su raro abanico filipino para que juegue a la rueda de la fortuna.
La bala de fusil de mi dedo ha hecho blanco en: Serás dichoso.
El Murattis de cabeza de oro se me ha concluido, como mi novia. Acaso, si me purgara y confesase, haría mejores versos.
¿Quién me estará nombrando en la China?
Poema simultáneo
Los niños dormidos lanzan de pompas de jabón sobre los regazos calientes de las amas de crías.
Los crisantemos se marchitan en el búcaro extenuados de tantos cumplimientos y etiquetas.
Los mozos de café en lugar de sombreros llevan ciudades redondas de plata y de cristal.
¡Las noches se relevan para depilar a la Luna!
Los payasos envueltos en harina se fríen en el circo.
El fluido de mis poemas apaga las estrellas. Mis versos de pelotari abollan la Luna.
¡Nos mojamos porque el paraguas celeste está acribillado de infinitas constelaciones!
El buzo sonriendo nos mostró entre sus dientes la otra mitad del arco iris.
Ciudad giratoria
País de papel de seda azul con días amarillos y noches blancas Los habitantes jugaban al polo sobre pegasos de madera dorada Las nubes de cándida blancura jugaban al aro con la luna Los versos inocentes regresaban a sus nidos con las alas partidas El coronel del regimiento daba las órdenes escritas en Poemas ultraistas El arzobispo repartía bendiciones, escapularios y caramelos de los Alpes Los joyeros tenían collares de gusanos blancos para las novias muertas Al mover el café la mesa giraba como la placa de las estaciones Lucifer empavesaba con banderines de colores la ciudad iluminada Los cochinitos rosas cogidos de las manos cantaban como clérigos Las almas alocadas hacían gimnasia en las anillas de sus risas Todas las noches bajaban a la pradera celeste los rebaños de estrellas Las buenas madres pobres peinaban a sus hijos con los dientes del sol Risa-Carnaval-Pantomima-Rotura de cristal En la gran plaza el frío prestidigitador escamotea las imágenes Los poetas modernos comíamos cabellos de ángel y manzanas celestes En la cama, el trompo del carrousel, trenzaba en mi cerebro un ballet ruso
El poema de las delicias viejas
En Las Delicias Viejas, en las horas vespertinas, los niños morados, celestes y blancos, juegan al foot-ball con las naranjas mandarinas.
Las palmeras, con sus coturnos de rosas, erguidas sobre un tapiz verde esmeralda, parecen desnudas danzarinas, con los cabellos a la espalda.
Las cigarras, color de purpurina, esquilan la arboleda con su música fina.
Los granados se han prendido sus zarcillos de corales.
Mi alma cándida de niño está mirando los rosales, donde hay rosas más blancas que el armiño.
Veo los mirlos como a graves doctores, con sus togas negras y amarillas comiendo sus migajas y picando las flores.
En la glorieta del dios Pan se está muriendo de nostalgia una mademoiselle occidental.
Bajo el cielo purísimo, por encima de mí, un aeroplano está rizando el rizo, con las alas en éxtasis, igual que un serafín.
¡Oh mi magnolio, mi kiosco oriental, él me ofrece sus vírgenes racimos de pechos perfumados, blancos y divinos!
Frente a la casa de campo, metido en su rústica hornacina, el papagayo está canturreando, mientras monda una rara golosina.
En la cucaña de la tarde una lagartija tornasolada ha ganado la copa del sauce.
En la Plaza de América un automóvil levanta una polvareda de palomas blancas.
La tarde se cierra como una sombrilla.
El crepúsculo, vestido de corinto y de pensamiento, parece que quiere darnos su santa bendición, con la finura de los cardenales del Renacimiento.
La luna lunera comienza a cernir, por todos los bancos, su polvo de añil.
Otro día, a esta misma hora, en el magnolio, bajo la luz del plenilunio, me ha parecido ver el rabo del demonio.
En la dulce penumbra, las esculturas entablan un lenguaje sebarámbico, con los cucos, con Marconi y la Luna.
El poeta, a lo lejos, contempla la amada Ciudad, maravillosamente iluminada, como una araña de cristal.
Kursaal
Los violinistas aparecen chorreando bajo los blancos surtidores de sus arcos.
Las milonguitas conocen todos los secretos de nuestras carteras.
Un hombre negro ha disparado en el espacio un cohete de champagne.
Los betuneros al pasar nos limpian el calzado con sus miradas.
Los camareros visten de luto por nosotros sus víctimas.
En el Kursaal como alfiles de ajedrez, comienzan las parejas a bailar.
Brasil
Edén de verdes loros, de pájaros exóticos. Todo trasverberado bajo el sol de los trópicos.
País, donde he sentido más intenso el amor. Con piñas, con bananas y cocoteros en flor.
Los negros, en sus pintorescos carnavales, vestidos de colores bailan sus cakevales.
De América, Brasil es lo que tiene más color. Bello país, donde una noche de verano, he sentido morirme de amor.
Francisco Villaespesa
(Laujar, Almería 1877 – Madrid 1936)
Poemas (v1.0)
Los Jardines de Afrodita Fantasía morisca Lucha Morena mía Ocaso
Los Jardines de Afrodita
I
El ritmo, el gran rebelde, me rinde vasallaje, y cuando quiero ríe, y cuando quiero vuela, y he domado a mi estilo como a un potro salvaje, a veces con el látigo y a veces con la espuela. Conozco los secretos del alma del paisaje, y sé lo que entristece, y sé lo que consuela, y el viento traicionero y el bárbaro oleaje conocen la invencible firmeza de mi vela. Amo los lirios místicos y las rosas carnales, la luz y las tinieblas, la pena y la alegría, los ayes de las víctimas y los himnos triunfales. Y es el eterno y único ensueño de mi estilo la encarnación del alma cristiana de María en el mármol pagano de la Venus de Milo.
II
Te vi muerta en la luna de un espejo encantado. Has sido en todos tiempos Elena y Margarita. En tu rostro florecen las rosas de Afrodita y en tu seno las blancas magnolias del pecado. Por ti mares de sangre los hombres han llorado. El fuego de tus ojos al sacrilegio incita, y la eterna sonrisa de tu boca maldita de pálidos suicidas el infierno ha poblado. ¡Oh, encanto irresistible de la eterna Lujuria! Tienes cuerpo de Ángel y corazón de Furia, y el áspid, en tus besos, su ponzoña destila… Yo evoco tus amores en medio de mi pena… ¡Sansón, agonizante, se acuerda de Dalila, y Cristo, en el Calvario, recuerda a Magdalena!
III
Hay rosas que se abren en selvas misteriosas y mustias languidecen, nostálgicas de amores, sin que haya quien aspire sus púdicos olores… ¡Hay almas que agonizan lo mismo que esas rosas! Las mariposas tienden sus alas temblorosas y en alegría loca de luces y colores, ebrias de amor expiran en tálamos de flores… ¡Hay vidas que se acaban como esas mariposas! "¡Oh, púdicas vestales! ¡Oh, locas meretrices! ¿Quiénes son más hermosas? ¿Quiénes son más felices?" los hombres preguntaron, en una edad lejana, a un Fauno que en las frondas oculto sonreía… Hace ya muchos siglos… Y en la conciencia humana el Fauno, a esa pregunta, sonríe todavía.
IV
Soy un alma pagana. Adoro al dios bifronte y persigo a las ninfas por las verdes florestas, y me gusta embriagarme en mis líricas fiestas con vino de las viñas del viejo Anacreonte. ¡Que incendie un sol de púrpura de nuevo el horizonte; que canten las cigarras en las cálidas siestas, y que dancen las vírgenes al son del sistro expuestas al violador abrazo de los faunos del monte! ¡Oh, viejo Pan lascivo!… Yo sigo la armonía de tus pies, cuando danzas. Por ti amo la alegría y las desnudas ninfas persigo por el prado. Tus alegres canciones disipan mi tristeza, y la flauta de caña que tañes me ha iniciado en todos los misterios de la eterna Belleza!
V
El cisne se acercó. Trémula Leda la mano hunde en la nieve del plumaje, y se adormece el alma del paisaje de un rojo crepúsculo de seda. La onda azul, al morir, suspira queda; gorjea un ruiseñor entre el ramaje, y un toro, ebrio de amor, muge salvaje en la sombra nupcial de la arboleda. Tendió el cisne la curva de su cuello, y con el ala –cándido abanico–, acarició los senos y el cabello. Leda dio un grito y se quedó extasiada… y el cisne levantó, rojo, su pico como triunfal insignia ensangrentada.
VI
De la Grecia y de Italia bajo los claros cielos en tu honor se entonaron los más dulces cantares, y ofrecieron las vírgenes al pie de tus altares las tórtolas más blancas y sus más ricos velos. Hoy triste y solitaria, en el parque sombrío, carcomida y musgosa, los brazos mutilados, bajo la pesadumbre de los cielos nublados el mármol de tu carne se estremece de frío. ¿Dónde se alzan ahora tus templos, Afrodita? Ya la Pánica flauta en los bosques no invita a danzar a los sátiros danzas voluptuosas. Ha huido la Alegría, ha muerto la Belleza… No hay risas en los labios y una inmensa tristeza cubre como un sudario las almas y las cosas.
VII
Enferma de nostalgias, la ardiente cortesana, al rojizo crepúsculo que incendia el aposento, su anhelo lanza al aire, como un halcón hambriento, tras 1a ideal paloma de una Thule lejana. Sueña con las ergástulas de la Roma pagana; cruzar desnuda el Coso, la cabellera al viento, y embriagarse de amores en el Circo sangriento con el vino purpúreo de la vendimia humana. Sueña… Un león celoso veloz salta a la arena, ensangrentando el oro de su rubia melena. Abre las rojas fauces… A la bacante mira, salta sobre sus pechos, a su cuerpo se abraza… ¡Y ella, mientras la fiera sus carnes despedaza, los párpados entorna y sonriendo expira!
VIII
Para escanciar el vino de mi viña temprana, Fidias, divino artífice, en marfil y oro puro modeló fina copa, sobre el más blanco y duro seno que sorprendiera jamás pupila humana. Son dos ninfas en arco las asas de esa copa, y en ella están grabados, entre vides y flores y sátiros que acechan, los lúbricos amores de Leda con el Cisne, y el Toro con Europa. Amada, ¡bebe y bésame! Al destino no temas, que al borde de la copa rebosante de gemas, cinceló Anacreonte estos versos divinos cuyo ritmo el secreto de la existencia encierra: –Bebe, ama y alégrate mientras sobre la tierra haya labios de rosas y perfumados vinos.
IX
Con el fervor de un lapidario antiguo, quiero miniar a solas y en secreto, la tentación de tu perfil ambiguo en las catorce gemas de un soneto. Para nimbar tu tez blanca y severa, a modo griego, cual real tesoro, recogerá tu negra cabellera sobre la nuca un alfiler de oro. En líneas escultóricas plegada la túnica e inmóvil la mirada con la clásica unción de las flautistas… La siringa en el labio, y temblorosos sobre el registro, en gestos armoniosos, tus dedos enjoyados de amatistas.
X
Para cantar mi mente quiero un verso pagano; un verso que refleje la cándida tristeza del azahar, que, trémulo, deshoja su pureza a 1aS blancas caricias de una tímida mano. No amortajad mi cuerpo con el sayal cristiano; ceñid de rosas blancas mi juvenil cabeza, y prestadme un sudario digno por su riqueza de envolver a un fastuoso emperador romano. ¡Que abra la cruz sus brazos en negra catacumba! Yo amo al sol, luz y vida, y quiero que en mi tumba brotes, cual dulces versos, las más fragantes flores. Y que al son de la flauta y del sistro, en la quieta tarde, las locas vírgenes tejan danzas de amores es torno de la estatua de su muerto poeta.
XI
Llueve… En el viejo bosque de ramaje amarillo y grises troncos húmedos, que apenas mueve el viento, bajo una encina, un sátiro de rostro macilento, canciones otoñales silba en su caramillo. De vejez muere… Cruzan por sus ojos sin brillo las sombras fugitivas de algún presentimiento, y entre los dedos débiles el rústico instrumento sigue llorando un aire monótono y sencillo. Es una triste música, vieja canción que evoca aquel beso primero que arrebató a la boca de una ninfa, en el claro del bosque sorprendida. Su cuerpo vacilante se rinde bajo el peso de la Muerte, y el último suspiro de su vida tiembla en el caramillo como si fuese un beso.
XII
¡Alma mía! Soñemos con la estación florida. Abril, lleno de rosas, a nuestro encuentro avanza… El Arte será el último refugio de la Vida cuando ya no tengamos ni en la Vida esperanza. No aceptes de otras manos lo que yo pueda darte. Siembra en tu propia tierra tus futuros laureles… ¡Haz de tus penas mármoles y de tu amor cinceles, para elevar con ellos un monumento al Arte! Teje nuestro sudario de mirtos y de flores. Labremos un sarcófago digno por su riqueza de encerrar las cenizas de los emperadores. Y cincela en su lápida nuestra última elegía: –Aquí yacen dos almas que han muerto de tristeza llorando las nostalgias de su eterna alegría.
Fantasía morisca
A Alfredo Murga.
El reloj encantado retumba la una.
Bajo el plateado temblor de la Luna, la fuente sonora del patio, entre tanto, nos cuenta el encanto de la reina mora.
Un dragón vigila su lóbrego encierro. La feroz pupila se revuelve inquieta.
A quien mira, mata. La mano de hierro crispada aún, sujeta la llave de plata.
Lenta el agua llora; y la reina mora, sola con su llanto, espera el acero del joven guerrero que rompa el encanto.
Pálida y sumisa, bajo una palmera, con su peine de oro y marfil, alisa el negro tesoro de su cabellera!
El reloj encantado retumba la una. Bajo el plateado temblor de la Luna, la fuente sonora del patio, entre tanto, nos cuenta el encanto de la reina mora!
Lucha
A Emilio Fernández Vaamonde
De la vida me lanzo en el combate sin que me selle filiación alguna, y atrás no he de volver, hasta que ate a mi triunfante carro la Fortuna! Contra mis enemigos, terco y rudo, esgrimiré en la lid, que no me apoca, por lanza mi razón y como escudo mi carácter más firme que una roca! Ni el desengaño pertinaz me arredra, ni ante los golpes del dolor me humillo: ¡la estatua surge de la tosca piedra a fuerza de cincel y de martillo! ¡Combatir es vivir!… La luz sublime entre las sombras de la noche crece: ¡espada que en la lucha no se esgrime, colgada en la panoplia se enmohece! Mi razón en peligros no repara. O subir a la cúspide consigo, o muero, sin volver atrás la cara, despreciando, al caer, a mi enemigo! Ni la derrota en mi valor rehuyo… Mas, antes de rendirme fatigado, me encerraré en la torre de mi orgullo, y en sus escombros moriré aplastado!…
Morena mía
I
Bajo el fulgor lunar el mar es plata; entreabre tú, mi bien, tu mirador, y asómate a escuchar la serenata que, mientras duermes tú, vela el amor Asómate al balcón, morena mía, las sombras de mis noches a alumbrar, que, como un ciego, sin bordón ni guía, así voy sin la luz de tu mirar.
II
La brisa de jazmines perfumada despierta la pasión que duerme en mí; la noche está para el amor creada y todo vive, como yo, por ti. Asómate al balcón, morena mía, las sombras de mis noches a alumbrar, que, como un ciego, sin bordón ni guía, así voy sin la luz de tu mirar.
III
Sal a darle consuelo a mi tormento; que si no sales, del balcón al pie, como esas rosas que deshoja el viento, sin la luz de tus ojos moriré. Asómate al balcón, morena mía, las sombras de mis noches a alumbrar, que, como un ciego, sin bordón ni guía, así voy sin la luz de tu mirar.
Ocaso
Asómate al balcón; cesa en tus bromas, y la tristeza de la tarde siente. El sol, al expirar en Occidente, de rojo tiñe las vecinas lomas. El jardín nos regala sus aromas; mece el aire las hojas suavemente, y en las blancas espumas del torrente remojan su plumaje las palomas. Al ver con qué tristeza en la llanura amortigua la luz su refulgencia, mi corazón se llena de amargura… ¡Quizá el amor que en vuestros pechos arde, apagarse veremos en la ausencia, como ese sol en brazos de la tarde!…
Documento enviado por:
Felipe Costales